Desordenados

Amantes que se reencuentran.

El vidrio de  una vidriera le devolvió su imagen, nada mal para una cuarentona se dice a sí misma. Gorro de lana hasta las orejas que escondía sus rulos castaños, minifalda verde y sus preciadas botas altas. Era martes, hacia frio, pero había sol.

Es difícil explicar pero esa imagen le trajo a M a su cabeza. Quizás el invierno le recordaba a él. Hacía  meses no lo veía.

Casi instintivamente sacó el teléfono y mandó un mensaje.

-        Tenemos sexo?.  escribió sin prejuicios y lo envió.

Nunca había sido tan directa, pasaron apenas unos segundos que fueron siglos en su cabeza. Contestará, querrá, podrá, estoy loca, ya lo hice. Pensó.

La respuesta no se hizo esperar.

-         ¿donde y cuando?

A pesar de los meses que no se veían,  tenía el recuerdo de la intensidad  del deseo  que generaban sus encuentros y el deleite que les provocaba entregarse a largas sesiones de sexo. Como decía su amiga, no eran encuentros los de ellos, eran maratones sexuales que duraban horas. Casi un deporte extremo de cual fueron eximios practicantes.

No había ansiedad, solo un cosquilleo en la piel que anunciaba el placer.

Como siempre, simplemente fue cuestión de mirarse y saber lo que a cada uno lo hacía volar.  Entraron a los besos, empujones, manotazos, uno  besaba, el otro lo desvestía,  la ropa quemaba no tenía lugar en ese encuentro, fue cayéndose camino a la cama.

-        Me querés volver loca- murmura.

-        A eso vine le responde él.

Se devoraron consumiéndose sin más palabras.  El silencio llenó el ambiente de deseo por sentirse, olerse tocarse. Interrumpido por una pregunta.

-        No tenias novio vos?

-        No… no más. Responde.

-        Me desordeno, amor, me desordeno. Dice ella con una sonrisa en los labios, leyó hace poco un poema de una autora cubana y  le quedo grabado…

Como un mantra que le sale de adentro lo recita en  un murmullo casi imperceptible, mientras  él la escucha con sed de ella.

Me desordeno, amor, me desordeno

cuando voy en tu boca, demorada,

y casi sin por qué, casi por nada,

te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno

y con mi soledad desamparada;

y acaso sin estar enamorada

me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada

arde en tu mano lúbrica y turbada

como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,

cuando voy en tu boca, demorada,

me desordeno, amor, me desordeno.*

Y así la tarde transcurrió en un mar de besos, embestidas, mimos de amantes antiguos, sonrisas cómplices de quienes se conocen cada centímetro de piel.

A la hora  de partir,  se bañaron juntos como un ritual que compartían desde siempre.

Empezaron a  vestirse, entre bromas y complicidades, él  extrañado busco su ropa, siempre muy prolijo, pero ese día estaba tirada por todos lados.

Ella pregunto.

-        ¿Te desordeno?.

*Nota: El poema, Me desordeno, amor, me desordeno es de Carilda Oliver labra, (Matanzas, 1924)