Desnudo en la carretera

Relato 100% real de cómo me exhibí desnudo para mi Amo Juan. Dominación gay.

Mi Señor y Amo Juan y yo chateábamos un sábado por la mañana. En aquel tiempo yo vivía en una casa de campo rodeada de naranjos. Doce mil metros cuadrados para poder pasear entre ellos con un camino empedrado para salida y entrada de los coches y una cancela de forja que daba a la carretera entre dos pueblos, a la salida de uno de ellos. La casa estaba en mitad de los naranjos. Los cuidadores de los naranjos apenas aparecían más que para la época de recogida en los meses de frío.

No recuerdo bien en qué época del año era, pero no hacía excesivo frío ni calor, y el día era caluroso. De repente me hizo la propuesta.

-Dime tu dirección, esclavo. Quiero ir a visitarte un rato esta mañana.

No me lo esperaba. Eran las once. No tenía nada especial que hacer.

-¿Qué quiere que haga, Señor?

-Ya te lo diré cuando llegue. Espérame desnudo.

Le di las indicaciones.

Estaba nervioso. No sabía qué tendría que hacer, cómo me humillaría. Pero una cosa estaba clara. Quería que saliera desnudo a abrirle la cancela al pie de la carretera.

Al cabo de algo más de media hora me llega un mensaje al móvil: “Ya estoy en la puerta. Sal.”

Me puse nerviosísimo, pero no tenía más remedio que salir. La persona a la que debía obediencia había venido expresamente a buscarme. Sufriría su humillación. Es más, la deseaba.

Salí al camino empedrado casi sin poder andar por el temblor de mis piernas. Iba desnudo como un bebé, excepto por unas chanclas, que mi Amo me permitía para no clavarme nada. Vi su coche en la puerta. No estaba de frente al camino, sino de lado, atravesado en el espacio entre la puerta y la carretera. Llevaba la llave de la cancela en la mano y el móvil.

A medio camino me paré, me pregunté qué locura estaba haciendo desnudo con las llaves en la mano y a punto de salir a la carretera para que me viera todo el que pasara. Haría “el ridículo” como mi Amo me decía que quería que hiciera, con esas palabras. Y continué mi camino hacia la cancela cuando vi su silueta dentro del coche, que me conminaba a acercarme.

Llegué a la cancela y abrí el candado con dificultad por los nervios. Ya me podían ver, aunque la entrada estaba unos cinco metros adentro y con paredes a los lados. Mi Amo me hizo sentarme a su lado en el coche.

-Muy bien esclavo. ¿Estás nervioso?

-Sí, Señor. Mucho.

Me cogió la muñeca y me tomó las pulsaciones. Asintió.

-Sal del coche y te pones ahí detrás -señalando con el pulgar-. Afuera del coche.

Así lo hice.

Eran las doce de la mañana de un sábado. Por la carretera pasaban coches en un sentido y otros. Muchos. Uno detrás de otro sin parar. Todos me vieron. No sé cuántos fueron. Las bocinas sonaban y la gente me gritaba. “¿no tienes frío? ¡te vas a resfriar!”. No miraba a nadie. Sólo al suelo. Cuando miré arriba vi un camión de materiales de construcción del que salía el copiloto por la ventanilla: “¡¡Maricoooon!!”.

No sé cuánto rato pasó. De repente me despertó la bocina del coche de mi Amo. Volví a sentarme a su lado.

-Muy bien, esclavo. Me ha gustado mucho. Ahora vete.

-Gracias, Señor.

Salí de nuevo del coche, cerrando la cancela. Cuando iba a mitad de camino, sonó mi móvil. Era él. Me giré y allí seguía mirándome.

-Quiero que te masturbes ahí donde estás. Venga. Tócate. No cuelgues. Ya sabes lo que tienes que hacer antes de correrte.

-Sí, Señor.

No me costó empalmarme. Tenía líquido preseminal en la punta de mi pene y en realidad estaba caliente de la humillación. En menos de dos minutos, llegaba el momento.

-¿Puedo correrme, Señor?

-Ruega.

-Le ruego su permiso para correrme, por favor, Señor. Soy su esclavo y no puedo tenerlo sin su permiso. Por favor, déjeme correrme.

Deseaba que no me diera el permiso y quedarme con las ganas, pero esperé su respuesta.

-Continúa. Puedes correrte. Recoge el semen en tu mano.

Y colgó.

En poco segundos empecé a jadear y me corrí, dejando correr el semen. Miré hacia el coche y me hizo el gesto que ya suponía. Debía lamer mi mano llena de semen. Obedecí y saboreé hasta la última gota de mi propio semen dejando mi mano llena de saliva.

Mi Amo me hizo el gesto de que me marchara.

Volví a la casa.

Al cabo de una hora, tenía otro mensaje en mi móvil: “Me ha gustado mucho verte aparecer por el camino desnudo. Eres un buen esclavo. Espero verte pronto”.

Respondí: “Cuando usted quiera Señor. Muchas gracias”.

Y unas silenciosas lágrimas corrieron por mis mejillas.

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