Desnudo en la azotea
Cosas que pueden ocurrir cuando se sube a tender toda la ropa. Y, por toda la ropa, me refiero a toda la ropa.
La azotea del edificio donde vivo dispone de una zona para tendedero. Cómo casi nadie sube a usarla, yo aprovecho,cuando voy a tender, para tomar el sol completamente desnudo. Un día, como de costumbre, después de hacer la colada, subí a tender la ropa y, como siempre, no llevaba puesto encima nada más que las gafas de sol. Al llegar me encontré, para mi sorpresa, que había una mujer tendiendo: mi vecina de enfrente. Dudé si volverme, pero como tengo un punto exhibicionista, me decidí a acercarme a tender como si nada.
- Hola, buenos días. -Saludé-.
Ella se sorprendió mucho al verme -evidentemente por mi total desnudez-. Luego saludó, divertida.
Hola. Oye... ¿Qué haces así?... ¿Es que has lavado toda tu ropa?...
Bueno... Algo así... Si te molesta me voy, y vuelvo luego.
Por mi no hay ningún problema en que estés desnudo. -Dijo con picardía-. Además -añadió- siento curiosidad por ver lo que se te marcaba tanto el otro día.
Habíamos salido juntos un par de días atrás y, para la ocasión, yo me puse unos pantalones de lino finos (sin nada debajo, nunca uso ropa interior), que me marcaban ligeramente el pene.
¿Sabes una cosa? -me comentó-. Ya me gustó mucho lo que se te marcaba el otro día bajo los pantalones. Pero así, desnudo, me gustas mucho, pero mucho más. Estás muy, pero que muy guapo: tienes un cuerpo bonito y una polla preciosa... Por cierto, ¿estás operado? Me he fijado que llevas siempre el capullo descubierto.
Sí, en efecto, estoy circuncidado. -Respondí- ¿Te gusta?
Pues sí, mucho... Te hace lucir increíblemente sexy. También me atrae mucho el que vayas depilado (llevo depilada toda la zona íntima: pubis, pene, testículos, glúteos y zona perianal). ¡Queda tan limpio!...
Ella es una mujer unos años mayor que yo (ambos somos ya maduros), y algo entrada en carnes. Ese día vestía con una camiseta de tirantes, con un generoso escote que dejaba entrever su sujetador y parte de sus senos; y unos shorts cortos, de esos que dejan al descubierto la parte inferior de los glúteos.
Seguimos tendiendo la ropa. Entre el morbo de la situación, mi desnudez y la escasa vestimenta de mi vecina, empecé a tener una hermosa erección. Cuando terminamos, yo estaba totalmente empalmado. Todo mi cuerpo vibraba de deseo. Me miró.
¡Caray! ¡Cómo estás! Dime... ¿te pongo yo así? ¿Realmente te excito tanto?
Asentí.
Es muy halagador. Pero, chico... ¡Con la cantidad de chicas guapas que hay! ¿Por qué te vas a fijar en mí? Soy mayor que tú y, además, estoy gorda.
Bueno... Yo tampoco soy joven. Y, en cuanto al físico... cada uno tenemos nuestras propias preferencias; y es cierto que tu me gustas mucho. No tienes más que mirarme para ver cómo me pones... De hecho, el otro día, tenía miedo de que se me notara tanto cómo me excitas, que te sintieras violenta, que te desagradara.
Pues no, no me desagradó para nada. Si te soy sincera, tuve que contenerme para no meterte mano ahí mismo. Es mas, verte ahora así, desnudo y tan empalmado, me está poniendo realmente cachonda.
Se acercó a mi lado y comenzó a acariciarme lenta y suavemente las nalgas, el pubis, los testículos, el pene... Cada vez que me rozaba con sus dedos, yo sentía una descarga eléctrica de placer. Por mi parte, empecé a acariciarle los pechos y las nalgas sobre la ropa. Un segundo después estábamos besándonos con pasión, nuestras lenguas jugando y explorando nuestras bocas; nuestros cuerpos abrazados y frotándonos el uno al otro rítmicamente. Cada uno de nosotros sujetaba con fuerza los glúteos del otro, manteniendo nuestras pelvis pegadas; mi duro y erecto miembro rozaba contra su vientre y su pubis sobre su ropa.
Nos separamos levemente. Ella tomó mi pene en su mano y comenzó a masturbarme. Yo, por mi parte, metí una de mis manos por debajo de su camiseta y sujetador, y empecé a acariciarle los pezones. Los tenía tremendamente duros y sensibles, y empezó a gemir de placer... Mientras, con mi otra mano, metida bajo el short, le acariciaba entre las nalgas, separando ligeramente el cordón del tanga que llevaba debajo para acceder, por detrás, a sus labios vaginales. Estaba ya toda mojada.
Empezó a bajarse los tirantes de la camiseta.
- Espera... , -le rogué-. Quítate el sostén, pero déjate la camiseta puesta-.
Obedeció, se quitó el sostén y lo dejó caer a un lado. Ahora sus pechos estaban libres bajo la tela. Los pezones se le marcaban cómo si fueran a rasgarla. Comencé a amasarle los pechos, y a besar y chupar sus grandes y duros pezones. Primero sobre la tela, luego directamente sobre la piel. Ella gemía, se retorcía de placer y apretaba con fuerza mi cabeza contra sus senos. Cuando me puse a succionarle los pezones, cómo un bebé mamando leche, tuvo su primer orgasmo.
- ¡¡¡Siii!!!... ¡¡¡Aaassiii!!!...
No perdí el tiempo y bajé mi mano a su sexo. Tenía las bragas empapadas. Le acaricié los labios vaginales y, separándoles levemente, accedí a su clítoris. Estaba tan sensible e hinchado que, a los pocos roces, volvió a correrse entre fuertes sacudidas de placer.
- ¡¡¡Oooohhh!!!... Meee... ¡¡¡Cooorroooo!!!... ¡¡¡Siii!!!...
En ese momento, y sin dejar de estimular su clítoris, le introduje el dedo en su chorreante vagina. Llegué al punto G, y comencé a estimularlo con movimientos de entrada-salida, y de presión-distensión... Fue demasiado para ella: apoyó la cabeza en mi hombro, tensó el cuerpo como la cuerda de un arco, y empezó a gritar y a temblar sin control bajo las intensas oleadas de placer que la atravesaban. Fue un orgasmo brutal, y un chorro de fluido brotó de su vagina, dejando toda su ropa empapada. Aún así, yo no paré de estimular su punto G hasta provocarla un segundo y tercer orgasmo seguidos. Quedó apoyada sobre mi hombro (me lo había dejado marcado con un mordisco en su primer orgasmo), temblando y exhausta.
- ¡¡¡Oooohhh!!!... No puedo mas... Ha sido... Ha sido brutal...
La dejé descansar unos instantes. Enseguida ella volvió su atención a mi polla. Se agachó y empezó a comérmela como una desesperada. Yo la dejé hacer unos minutos. Luego, con mi pene con una tremenda erección (no lo tengo especialmente largo, pero sí bastante grueso), y sintiendo espasmos de placer, la hice parar antes de correrme.
- Espera. -Le dije, alzándola-. Quiero penetrarte.
Asintió. Ya de pie, le quité los mojados shorts, le levanté una pierna, le aparté el empapado tanga a un lado e introduje mi duro, erguido y grueso miembro en su cálida y húmeda vagina. Se lo metí despacio hasta el fondo.
- ¡¡¡Oooohhh!!!... ¡¡¡Dioooossss!!!... ¡¡¡Que guuustooo!!!... Gimió, cerrando los ojos.
Comencé a bombear. Ella estaba tan lubricada que mi pene entraba y salia con enorme suavidad y facilidad. El impulso de mis embestidas hacía que sus pechos saltaran libremente bajo su camiseta, los duros pezones marcando y rozando la tela. A veces, le quedaban casi completamente al descubierto a través de su generoso escote. Era sensacional, maravilloso: yo completamente desnudo, ella apenas cubierta por el tanga y la camiseta; ambos de pie, follando como desesperados. Ahí, en la azotea, dónde quienquiera que subiera podía vernos... Ver claramente mi miembro entrando y saliendo de su vagina; el contraste entre mi pubis depilado, y el suyo cubierto de una espesa mata de vello; sus pechos moviéndose al compás de mis embestidas; nuestros cuerpos cubiertos de sudor, y con un chorro de fluido vaginal descendiendo por nuestros muslos. Gemíamos, suspirábamos y gritábamos de placer.
A las pocas embestidas, ella alcanzó su primer orgasmo. Después bajó la mano hasta su sexo y comenzó a estimularse el clítoris. Se corrió un par de veces más.
Poco tiempo después yo comencé a experimentar los primeros temblores y espasmos del orgasmo. Estaba a punto de correrme. Entonces, ella extrajo mi pene de su interior: grueso, enorme, goteando fluido vaginal, con el glande terso, hinchado y del color de una cereza madura, temblando con los espasmos previos a la eyaculación... y se lo metió en la boca. Entonces exploté: un fuerte chorro de semen le llenó la boca, y le goteó entre los labios. Ella se lo tragó todo y, después, continúo mamándome el glande -como si de un enorme pezón se tratara- hasta tiempo después de que la última gota de esperma hubiera salido de mi polla. Yo me moría de gusto. Me temblaban las piernas y una serie de fuertes espasmos hacían contraerse mis nalgas y mi vientre. No podía controlar las inmensas oleadas de placer que me recorrían todo el cuerpo. Quedé también exhausto.
Se puso de pie. Volvimos a besarnos apasionadamente. Sus manos no paraban de acariciar mis genitales. Acababa de correrme, y ya me estaba poniendo otra vez cachondo.
- Vamos a mi casa. -Propuso-. Quiero continuar la fiesta.
Recogimos los barreños para la ropa, su short y su sostén (pero sin ponérselos), y bajamos en el ascensor hasta nuestro piso. Aprovechamos bien el viaje para besarnos y manosearnos. Cuando llegamos, yo volvía a estar totalmente empalmado, y ella toda mojada.
Nada más entrar la senté sobre la mesa del comedor, le quité el tanga, le abrí las piernas y comencé a comerle el coño. Al principio, se resistió.
No, cariño... No me gusta.
No te preocupes... Relájate y pruébalo. Si realmente no te gusta, me lo dices, y paramos.
Accedió de mala gana. Yo empecé a besar y lamer sus labios vaginales, chupando los jugos que la empapaban. Llegué a su hinchado y enorme clítoris y me puse a chuparlo, lamerlo y succionarlo como si fuera un pezón. Ella gemía de gusto. Perdió el control.
- ¡¡¡Oooohhh!!!... ¡¡¡Siiii!!!... ¡¡¡Aaaasiiii!!!... ¡¡¡Meee guuustaaa!!!...
No cesaba de tensar su cuerpo, arquear la espalda y agitarse. Apretaba con fuerza mi cabeza contra su sexo. No podía controlar las intensas oleadas de placer que la recorrían. Pero aún quedaba lo mejor: sin dejar de jugar con su clítoris, volví a introducir mi dedo para estimular, a la vez, el punto G. De nuevo volvió a gozar de otros tres o cuatro tremendos orgasmos consecutivos. Ahora apreciables chorros de fluido surgían de su vagina, entre contracciones de la pelvis.
- ¡¡¡Diooos!!!... Jamás... Jamás me había corrido así... Ha sido tremendo... Maravilloso... Los mejores orgasmos de mi vida.
Ahora me tocaba el turno a mi. Me senté, igual que había hecho ella, sobre la mesa; con las piernas abiertas, dejando toda mi zona íntima expuesta. Ella comenzó a lamerme toda la polla: desde la base hasta el glande, dándome succiones y pequeños mordisquitos en éste ultimo. Luego bajó hasta los testículos y la zona perianal. Yo tengo esa zona particularmente sensible, alcé las caderas y comencé a gemir de placer.
¿Te gusta? -Preguntó ella mientras me estimulaba el orificio anal con el dedo. Era algo que no había sentido nunca. Un placer nuevo, hasta entonces desconocido, y sumamente intenso empezó a expandirse por mi cuerpo en oleadas.
¡¡¡Oooohhh!!!... ¡¡¡Siiii!!!... ¡¡¡Mas!!!... ¡¡¡Mas!!!... ¡¡¡Fóllame el culo!!!... ¡¡¡Por favor!!!... -Suplicaba entre gemidos de placer-.
Date la vuelta y ponte a cuatro patas, con las piernas bien abiertas -Me ordenó-. Obedecí.
Una vez que ella tuvo mi ano a su alcance, me separó las nalgas con las manos y, tras lubricar el ano con la lengua, me introdujo el dedo, y comenzó a estimular mi punto G. De igual modo que yo había hecho con ella. En el primer momento yo dí un respingo de dolor -y sorpresa- al ser penetrado. Luego comencé a sentir como las intensas oleadas de ese nuevo placer comenzaban a inundarme. Comenzaban en mi interior, detrás del pubis, y se extendían, arrolladoras, por todo mi cuerpo; cada vez que una me atravesaba el pene, notaba cómo si éste me fuera a estallar. Perdí por completo el control de mi cuerpo y de mi mente. Jamás había gozado así.
Ahora ella era quién disfrutaba del espectáculo. Me tenía en sus manos, totalmente expuesto y vulnerable. Estaba por completo bajo su control. Yo no paraba de gemir pidiendo más y mas... Agaché la cabeza, dejando mi ano aún más expuesto, y empujaba hacia atrás con mis caderas para hacer más profunda la penetración. Mi pene estaba más erecto que nunca, con el glande hinchado, terso y amoratado; y, con cada embestida, con cada oleada de placer, se estremecía rítmicamente, igual que si una mano invisible me masturbara. Ya no pude soportar más y alcancé un orgasmo brutal: tensé y arquee todo el cuerpo y, entre gritos, comencé a temblar y sacudirme bajo las brutales oleadas de placer que me sacudían. Mi pene explotó, lanzando un fuerte chorro de esperma sobre la mesa. Me volví de espaldas y me tumbé boca arriba, totalmente exhausto; mientras tanto, mi vecina volvió agarrar mi palpitante miembro, para lamer y succionar del glande las últimas gotas de semen. Me estaba matando de gusto.
Cuando me recobré, nos abrazamos y volvimos a besarnos. Ésta vez con verdadero cariño y ternura. Con agradecimiento por nuestra intimidad recién descubierta, por estar juntos, por haber encontrado entre nosotros una fuerte química sexual... y quizá algo más. Así, agarrados de la cintura, nos fuimos al baño a ducharnos. Nos duchamos juntos, acariciándonos y disfrutando de la proximidad de nuestros cuerpos, volvimos a hacer el amor; pero ésta vez de forma mucho más tranquila y sosegada, dándonos el máximo placer. Al acabar, ella se fue al dormitorio a ponerse ropa limpia; yo, completamente desnudo, tomé un libro de la estantería y salí a leerlo al balcón.
Unos minutos después volvió mi vecina. Ahora vestía una camiseta holgada, con grandes aberturas en la espalda, el escote y los laterales que dejaban, prácticamente, al descubierto sus grandes pechos -definitivamente liberados del sujetador-; sus pezones -apenas cubiertos- se marcaban claramente a través de la tela. Se apoyó en la barandilla y se inclinó levemente, con lo que la camiseta se le subió lo suficiente como para mostrarme que no llevaba absolutamente nada debajo. Me volví a empalmar.
¿Te gusta? -Me preguntó con lascivia, mientras se inclinaba hacia mi. Yo podía ver sus senos pendiendo libres y apenas cubiertos; la tela de la camiseta rozaba suavemente mi glande (yo lucía una nueva y tremenda erección). Ella comenzó a acariciarme el pene dulcemente.
Me encanta... Lo tienes tan grueso y tan duro... Cariño, cada vez que te veo, me vuelvo loca de deseo.
Se levantó la camiseta. Tenía todo el vello púbico perlado de gotitas de fluido vaginal..., y una parte del mismo se le deslizaba hacia abajo por los muslos.
- Métemela entera, corazón. Deseo follarte hasta dejarte seco.
Se colocó sobre mí, se abrió de piernas y, tomando mi pene en sus manos, se lo introdujo lentamente, poco a poco, en su empapada y dilatada vagina. Con el movimiento, se le bajó uno de los tirantes de la camiseta, dejando un seno totalmente al descubierto. Era una estampa tremendamente sexy.
- Voy a follarte, a follarte y a follarte... -dijo entre gemidos-. Pero quiero que sea muy, muy largo... Me gustaría tenerte para siempre dentro.
Follamos, follamos y follamos; durante mucho, mucho tiempo. Cuándo ella se enfriaba, bajaba la mano y se acariciaba el clítoris; cuando yo estaba cerca de correrme, se detenía y sin sacar mi miembro de su vagina, aguardaba a que se me parasen las palpitaciones. Ella llegó varias veces al orgasmo: no solo manoseándose el clítoris, también porque -al estar sobre mi- podía cambiar la posición, de modo que mi glande estimulara directamente su punto G. Disfrutábamos como nunca: no únicamente de las oleadas de puro placer sexual que nos producía el coito, también -y muy especialmente, y con tanta intensidad como con los puramente orgásmicos- de esos momentos de calma, en los que nos deteníamos, íntimamente enlazados por nuestros sexos, y simplemente gozábamos del contacto de la piel con la piel, de la intimidad y la química que habíamos descubierto entre nosotros. Finalmente, alcancé yo el orgasmo. Pero, en ésta ocasión, cuándo yo estaba a punto de correrme; cuando ella notó las palpitaciones de mi pene previas a la eyaculación, no se separó. Al contrario, aumentó el movimiento de su pelvis para hacer más profundas las penetraciones.
- Córrete dentro de mí... Cariño... Deseo tanto sentirme llena de tu leche...
No pude contener el orgasmo un segundo más. En ese momento, tensé el cuerpo y eyaculé, sacudido por fuertes espasmos de placer.
- ¡¡¡Oooohhh!!!... ¡¡¡Siiii!!!... ¡¡¡Lléname entera!!!... ¡¡¡Que guuustooo!!!...
Al sentir mi explosión de semen dentro de su cuerpo, ella también tuvo otro orgasmo.
Nos quedamos así, ella sobre mi cuerpo, con mi polla dentro, y abrazados, largo rato. Hasta bastante después de que cesaran mis palpitaciones, hasta después de que yo hubiera expulsado la última gota de semen. Estuvimos abrazados fuertemente, sus desnudos senos (con el movimiento se le habían bajado ambos tirantes de la camiseta) apretados contra mi pecho. Yo la acariciaba con suavidad la nuca, la espalda, las nalgas. Ella pasaba sus manos sin descanso por mi nuca y mi espalda. No parábamos de besarnos.
- Te quiero... Te quiero... Te quiero... -Me repetía entre besos-.
Después de un largo rato nos levantamos de mala gana. Una vez de pie, mi vecina me confesó quedamente: -No te preocupes, corazón. No puedes dejarme embarazada. Hace ya años que entré en la menopausia.
Volvimos al baño a asearnos. Después a la cocina, a preparar algo y comer -llevábamos todo el día follando sin parar. Estábamos, con razón, hambrientos-. Cuando terminamos, era ya bastante tarde. Me pidió que me quedara a dormir con ella.
Accedí, fuimos al dormitorio y nos metimos en su cama. Yo desnudo -había pasado todo el día sin ponerme absolutamente nada de ropa- y ella vistiendo solo su camiseta. Nos quedamos abrazados, gozando del contacto de nuestros cuerpos. Ella acariciaba dulcemente, y jugueteaba con, mi -por una vez fláccido- miembro.
Gracias, cariño. Ha sido la mejor sesión de sexo de mi vida. Jamás había disfrutado tanto. No solo me has vuelto a hacer sentir mujer, y sexualmente activa y deseada... También has despertado en mi algo mas... Algo que no consigo definir.... Pero, eso si, deseo pedirte una sola cosa.
Dime.
No te separes de mi, por favor. ¡Deseo tanto tenerte a mi lado! Y, por favor, siempre que sea posible, quédate junto a mí tal y cómo estás ahora: completamente desnudo. No puedo dejar de desear ver y tocar todo tu cuerpo, de tenerte totalmente expuesto y a mano.
Así lo haré.
Se inclinó para darme un breve beso en el glande. Luego otro beso en los labios.
- Te quiero. -Me repitió-.
Y con ésto, y tal cómo estábamos, nos dormimos plácidamente. Uno en brazos del otro.