Desnuda tras las cortinas
La fotografió desde lejos sin imaginar que terminaría teniendo con ella una inolvidable sesión de sexo.
Desnuda tras las cortinas
El autobús se hamacó al tragarse el enorme bache y ese sobresalto me despertó y me sacó de una pesadilla que se repetía en mis noches y que, evidentemente, había decidido acompañarme durante aquel viaje. Era un incendio que empezaba en el cesto de papeles de la oficina del contador general, y todos los empleados de la quinta planta tratábamos de apagarlo pero el humo negro se extendía y nos ahogaba, y yo veía caer con el rostro enrojecido por la tos a Gabriela, la recepcionista de pechos prominentes que todos aseguraban que se acostaba con el contador y me daba pena no poder ayudarla y yo también me dejaba morir, en ese momento me despertaba en mi habitación y caminaba hasta la cocina, abría el refrigerador y me tomaba un vaso de leche helada, o de agua. A veces mi madre me oía y, desde su habitación entreabierta me preguntaba qué me pasaba.
-Nada, viejita, duérmase que ya me acuesto.
El aire acondicionado del autobús me adormeció de nuevo pero el color rojizo de los campos que se veían por la ventanilla indicaba la presencia del amanecer y entonces me puse de pie para estirar las piernas y para que disminuyera la molestia de mi erección matutina. En los asientos de adelante los pasajeros charlaban, dormitaban o simplemente miraban los enormes campos sembrados de soya, de lino o de trigo.
A Nira le encanta caminar desnuda por el cuarto mientras escribo. Cuando ve que me entusiasmo levanta el volumen del televisor y los exagerados gemidos de las actrices del canal porno me sacan de concentración. A veces Nira me roza la nuca con sus pezones, algo que ella sabe que me enloquece, pero el juego consiste en que yo me aguante hasta donde me den mis fuerzas, sin embargo, ella gana cuando me levanto y la tiro sobre la cama y la penetro, como castigo por interrumpirme.
Cuando el autobús cruzó el puente sobre el arroyo Norteño tomé mi equipaje y me arrimé a la puerta delantera. Me coloqué a la espalda la mochila en la que llevaba mi equipo de trabajo, dos cámaras digitales con teleobjetivo, un discman y algunos compacs, una pistola Taurus 9mm con tres cargadores, municiones y una novela policial de Rex Stout.
Caminé desde la curva donde paró el autobús unos doscientos metros hasta la entrada de la hacienda Los Abetos. La enorme casa principal, una réplica de una mansión que hubiera quedado perfecta en un valle de los Alpes, se alzaba imponente a casi dos kilómetros del camino. El sol ya estaba alto y comencé a sentir un agradable calorcito. El sonido de una camioneta que venía desde la entrada me hizo volver la cabeza. Dos tipos que venían montados en la parte de atrás, entre un montón de bolsas de yeso y blocks de cemento, me invitaron a subir. En la entrada de la casona me hicieron pasar a una caseta donde un guardia de seguridad privada me tomó los datos, consultó una planilla y me hizo sentar en un banquito acolchado. Era un hombre de unos cuarenta años, moreno, semicalvo y rechoncho de manos nudosas. Marcó un número en un teléfono.
-Señor, el fotógrafo que usted dijo está aquí.
Lo vi asentir con la cabeza un par de veces y colgó.
-Tiene que ir hasta aquella puerta, al final de la arcada- dijo al tiempo que señalaba con el dedo.
En la puerta señalada me esperaba una mujer madura, tendría algo más de cuarenta años y se notaba que había sido muy bonita en su juventud, pero se veía excesivamente maquillada.
-La señora viene enseguida- me dijo y después me ofreció café.
La señora apareció unos minutos después. Era una mujer de cerca de sesenta años, rubia y de ojos verdes, tenía el porte distinguido de las damas europeas de sociedad.
-Buenos días, ¿usted es Wilfredo Ramos?
-Sí, soy yo, mucho gusto, señora- dije al tiempo que me ponía de pie. Mi saludo no pareció impresionarla en absoluto. Me señaló con la mano el asiento y permaneció de pie frente a mí.
-¿Qué tiempo le llevará hacer su trabajo?
-Necesito dos días, un día para las tomas de la casa y un día para los exteriores.
-Perfecto. Si necesita tiempo adicional no se preocupe. Ya he hablado con Carone sobre eso.
Me puse de pie y en ese momento ella golpeó las manos y apareció una muchacha morena, no muy alta, vestida con uniforme azul oscuro. Llevaba el pelo atado con una cinta negra y en sus dedos no se veían anillos ni las uñas pintadas. Tenía facciones finas y labios carnosos. Era evidente que no se depilaba las cejas ni acostumbraba a maquillarse. Daba la impresión de que el uniforme le iba un poco grande.
-¿Esa fue la impresión que te di?- pregunta Nira mientras lee en la pantalla, como si me reprochara que no hubiera sabido adivinar todas las curvas, toda la carne apetecible que había debajo de ese uniforme azul.
-Nira lo acompañará hasta su cuarto y estará a su disposición para lo que usted necesite. Ella conoce el recorrido que usted tiene que hacer por el interior de la casa. Hasta luego- dijo y desapareció.
La muchacha se puso en marcha y yo la seguí.
-Señor, lo pasaré a buscar dentro de quince minutos.
En el tiempo convenido apareció y empezamos a recorrer toda la enorme mansión mientras yo me dedicaba a tomar fotos de cada rincón que me interesara. La mansión tenía varias galerías que daban a patios interiores arreglados como jardines japoneses, una enorme sala con muebles y decoración estilo Tudor, una biblioteca de estilo muy antiguo con anaqueles de cedro azul laqueado, llenos de libros hasta el techo. Me hubiera gustado pasar ahí una mañana o un día completo solo para ver los lomos de los ejemplares. En todos los ambientes de la casa la iluminación natural era tan perfecta que solo entonces caí en la cuenta de que el diseño había sido hecho según las características de la zona, no era una simple copia de una mansión alpina.
Casi al mediodía apareció otra mucama con un teléfono de mano para avisarme que tenía una llamada de la capital.
-¿Willy?
-Carone, ¿cómo le ha ido, jefe?
-¿Cómo está todo por ahí?
-Todo bien, señor, estoy adelantando las tomas interiores y mañana me voy a dedicar a la parte de afuera...
-Bueno, mire, me llaman nuestros clientes para decirme que necesitan el folleto armado para el lunes a más tardar, así que usted va a tener que quedarse un par de días, ¿sabe cómo vamos a hacer? Tómese un tiempo para editar y mándeme por mail las tomas que haya editado, seleccione usted mismo, no se preocupe, pero empiece a enviar imágenes porque si no, no vamos a llegar, ¿me entiende?
-Perfecto, señor, pero yo no traje mi lap-top
-Ahí le van a poner una pc con conexión a Internet, así que esperamos noticias suyas, pase buenos días.
La mucama se llevó el teléfono y la silenciosa morena de azul me indicó que ya era hora de almorzar y que la dueña de casa había dispuesto que yo debía descansar en la siesta, de manera que ella pasaría a buscarme a las tres para continuar trabajando.
Me llevó a comer en una sala que evidentemente estaba destinada a los empleados de la hacienda, y debo decir que comí como un monje medieval después de un día de ayuno y que dormí profundamente hasta que la muchacha vino a buscarme a la hora convenida.
-Señor, ¿puedo preguntarle para qué es esta cantidad de fotos que usted está tomando?
Su mirada denotaba verdadera preocupación.
-En realidad, no lo sé, me dijeron que mi trabajo es confidencial, tengo que tomar cerca de trescientas fotografías de esta casa y de los alrededores, y tengo que empezar a enviarlas desde esta misma noche, supuestamente para hacer un folleto, pero eso es todo lo que he podido saber ¿pasa algo?
La muchacha meneó la cabeza, en ese momento entramos por una puerta de madera de doble hoja a un enorme jardín en cuyo entro había una piscina circular con trampolín de madera. El agua cristalina reflejaba los nubarrones grisáceos que surcaban el cielo mientras algunas revoloteaban entre los arquitrabes o se posaban en el techo de tejas. Comencé a disparar la cámara desde distintos ángulos, en algún momento le pedí a la muchacha que me ayudara con el trípode y noté en su mirada un aire de turbación o de angustia. Descubrí también que tenía ojos oscuros y que, cuando miraba de frente, se veía muy simpática. Era un rostro muy especial, con una expresividad que llamaba la atención. De manera sorpresiva le tomé tres fotos de frente y después retrocedí para hacerle un granangular. Entonces ella sonrió por primera vez y ahora sí me pareció muy bonita.
-Se supone que no formo parte de la mansión- protestó risueña.
Esa noche trabajé hasta tarde en el retoque y edición de las fotografías y me fui a dormir a las once y algo. Estaba tan cansado que me costaba dormirme, de manera que apagué la luz del cuarto y guardé en mi bolso dos discos compactos con las imágenes que había tomado, por simple precaución profesional. El silencio que reinaba en la casona me hizo pensar en un viejo monasterio benedictino donde hacía tres años había pasado un par de días tomado fotos para una publicidad de vinos. Comencé a pensar en bueyes perdidos, mientras una somnolencia llena de recuerdos me invadía, recordé mis primeros tiempos en Publismagnum, empecé como digitador de textos, después fui editor de avisos, hasta que comencé a estudiar fotografía desde entonces pasé más tiempo en la calle. Evoqué los pechos enormes de Lirina, la secretaria del gerente y, cuando estaba a punto de girar contra la pared para cerrar los ojos, me pareció escuchar un grito de mujer en uno de los cuartos de al lado. Alcancé a manotear mi pantalón y tumbé al piso el contenido de mi equipaje para buscar la pistola y salí al corredor. Los cuartos vecinos estaban cerrados. Caminé hasta el final del pasillo donde una galería más extensa desmbocaba en una puerta de madera bajo una arcada de piedra. Otro grito se escuchó, esta vez con más fuerza. Corrí por la galería y empujé la primera puerta que encontré, estaba cerrada pero la abrieron desde adentro, la habitación oscura parecía desierta. Con las sienes latiéndome de manera enloquecedora encendí la luz y encontré al guardia de la caseta que, trabajosamente intentaba arreglarse los pantalones mientras en una mano sostenía un revólver Smith & Wesson.
-Salga de aquí- gritó mientras me apuntaba pero antes de que terminara de hablar le puse la pistola en la frente y lo desarmé.
-¡Coño! Usted no se va animar a dispararme- dijo pero el click de la pistola al ser amartillada lo llamó a silencio.
-Siéntate, papi- le ordené mientras me ponía su revólver en la cintura. Vi entreabierta la puerta del baño.
-Salga- ordené sin dejar de apuntar al guardia. En ese momento escuché pasos y un murmullo de voces que se acercaban por el corredor. Del baño salió una muchachita negra, despeinada y con los ojos desencajados de miedo.
-¡Maldito violador, hijo de puta, asqueroso!- grité y apunté a la cintura del guardia.
-No dispare, amigo, baje el arma- me ordenó otro uniformado.
Entre todo el grupo una mujer vestida con un salto de cama gris se abrió paso y entró a la habitación.
-Guarde su arma, señor, por favor, esta gente se encargará de todo, la muchacha va a estar bien, se lo aseguro.
Dos uniformados entraron y se llevaron al agresor. Salí de la habitación agitado, me parecía que esta vez todas las pesadillas se estaban haciendo realidad y, mientras miraba sin ver los rostros de la gente amontonada en el corredor, me prometí que en la madrugada dejaría ese maldito lugar aunque perdiera mi trabajo en la agencia.
A las siete de la mañana, sin haber pegado un ojo en toda la noche, pedí un teléfono y llamé a Carone, le referí el incidente y le comuniqué mi decisión de irme del lugar. En eso estaba cuando la dueña apareció y me pidió que cortara la comunicación.
-Mire, me veo en la obligación de pedirle disculpas por el lamentable incidente de anoche, pero me parece que es una reacción desproporcionada de su parte abandonar su trabajo por un hecho que no le afecta en absoluto
-Por supuesto que me afecta, de hecho no he dormido nada, ya no tendré la tranquilidad que se necesita para trabajar como corresponde
-Puedo traer un médico que le recete un calmante, y usted seguiría trabajando en la tarde, además le puedo ofrecer un adicional a sus honorarios, piénselo, señor Ramos
Dudé un instante, como siempre nos sucede a los pobres, pensé que unos pesos no me vendrían del todo mal, al fin de cuentas ya estaba metido en el lío y...
-Para su información, señor, no era la primera vez que esa muchacha y ese hombre mantenían relaciones, solo que esta vez parece que ella no quiso porque estaba... indispuesta... él insistió y eso motivó la discusión, de todas maneras ninguno de los dos está ya en mi propiedad, de manera que...
Asentí. Le dije que no me hacía falta ningún calmante, que me pondría a trabajar y le pedí que ella se encargara de hacer los arreglos con Carone. Lo que sucedió después, fue bastante más alucinante. Trabajé durante toda la mañana acompañado por dos guardias uniformados que me ayudaron mucho y que habían recibido instrucciones de garantizar mi seguridad. Eran parcos y rudos, pero obedecían mis pedidos sin chistar. Apenas pude comer y durante la siesta me dediqué a editar y a enviar imágenes. En la tarde tuve que tomar algunas vistas desde los techos. Los fornidos custodias me llevaron en un carrito de golf hasta un molino de viento situado al borde del alambrado perimetral. Trepé rápidamente hasta la cima junto a la rodela metálica y desde allí el panorama de la casa señorial era vardaderamente impresionante, el diseño de la mansión no era para nada improvisado. Se tenía una vista espectacular de la parte de atrás de la casa, la piscina principal, lo que seguramente era el salón de fiestas y el comedor principal. Comencé a tomar fotos y ajusté el teleobjetivo para captar los ventanales que aparecían con los cortinajes recogidos. En un momento detuve la cámara cuando, al enfocar una ventana entreabierta con las cortinas que se movían por efecto de la brisa, vi un cuerpo de mujer. Era una escultura de ébano tendida sobre una cama. Ajusté el teleobjetivo y comencé a disparar a toda velocidad, como si ella hubiera adivinado que la estaban observando, giró dos veces para dejarse ver de espaldas y volvió a recostarse de costado. Vi el peso de su carne que parecía mecerse como si una energía invisible lo estuviera hamacando en un ritmo hecho de levedad y de silencio. Cuando terminé de tomar fotos regresé a la casa y me puse a trabajar en la computadora que me habían instalado en una pequeña sala. Estaba decidido a terminar aunque debiera permanecer la noche entera sin dormir. Cuando acabé de editar las fotos que envié por mail a la agencia me concentré en las imágenes de la ventana. No tardé en descubrir que se trataba de un cuerpo magnífico, aunque la mujer no era tan alta. En las cinco o seis tomas que había logrado el rostro quedaba cubierto por los pliegues de la cortina. Busqué un disco en mi mochila cuando, para mi sorpresa, apareció Nira, la muchacha que me había acompañado el día anterior. Me apresuré a cerrar el programa y la saludé.
-Buenas noches- dijo.
-Buenas noches- respondí y me quedé esperando. El reloj de pared marcaba casi la una de la mañana.
-La señora quiere una copia en DC de todas las fotos que usted ha enviado, también quiere saber a qué hora tiene pensado irse.
-Prácticamente he terminado, así que me voy por la mañana, necesitaría saber a qué hora pasa el autobús- dije mientras me acomodaba en mi asiento, molesto por la erección que me había producido la visión de ese cuerpo bellísimo.
-No se preocupe. El desayuno es a las siete y media. A las siete lo despertaré para que pase por el despacho de la señora, ella tiene algo para usted y usted le entregará las copias.
Cuando ella se fue terminé mi trabajo, grabé los discos y puse todo en mi mochila, me calcé la pistola en la cintura y me fui a mi cuarto. Me prometí que con el extra que seguramente me daría la dueña de la casa, iría al puerto a comer al Pompeya, me tomaría el mejor vino argentino y después buscaría a Virna, o a Yolena, o a alguna de las morenotas que estuviera disponible para compartir unos tragos o bailar salsa en Bwana, una disco nueva donde siempre había muchachitas bien dispuestas. Al meter la llave en la cerradura noté que la habían aceitado. Entré despacio, con la pistola amartillada. No había nadie adentro, pero me puse inquieto. Mi bolso no mostraba signos de haber sido revisado. Decidí salir en busca de Nira, pero ignoraba por completo dónde podría encontrarla. Con la mochila al hombro y la pistola en la mano caminé por el pasillo hasta la cocina. Todo estaba cerrado. Maldije por lo bajo y me propuse no regresar a esa maldita hacienda que ahora me parecía el lugar exacto de una película mala. Volví al estudio donde estaba la computadora, me tiré en un pequeño sofá que había en un rincón y me amodorré allí. Supongo que en algún momento me quedé dormido, pero me despertaron después las campanadas de un reloj de pared, de esos taiwaneses, un reloj barato y ordinario. Eran las cinco de la mañana y estaba fatigado más por la tensión que por el cansancio. Me pareció oír un murmullo en alguna parte. En la cocina me encontré a Nira y a otras tres mujeres a las que había visto uniformadas, ahora vestían ropas informales. Me miraron sorprendidas.
-Señor Ramos- saludó Nira -¿quiere café?
-Enseguida, sí, primero voy a lavarme los dientes.
Volví en menos de dos minutos y disfruté del café como si fuera un elixir renovador.
-Nos vienen a buscar a las siete y media.
-¿Cómo?
-Como lo oye usted- terció una de las mujeres la casa será cerrada. La hacienda está vendida. Estamos todos cancelados.
-Parece que van a convertir esto en un centro de vacaciones para millonarios- explicó otra.
La sensación de desamparo que había en sus ojos me conmovió. Recordé que no había llamado a mi madre desde mi llegada, es que habían pasado tantas cosas. Las mujeres fueron saliendo y uno de los guardias apareció con un carrito de mano y cargó todas las maletas y se fue, bromeando con ellas. Nira me pidió que la acompañara y me guió hasta una oficinita donce había solamente una mesa, una máquina de escribir y un mueble de oficina. De un cajón sacó un sobre, un recibo que hizo firmar, y me pidió los CD con las fotos. Cuando se los estaba entregando las luces se apagaron y tras un relámpago, se oyó un trueno que hizo temblar los cristales. Nira dio un grito y se abrazó a mí en la oscuridad. Sus ojos estaban desorbitados.
-¡No! ¡No! ¡No! ¡Noooo!
No sabía qué hacer para calmarla. La sacudí por los hombros, pero sus dedos se clavaban en mis brazos, en mis costillas
-¡Ya! Cálmese, no pasa nada
Otro trueno, tan potente como el anterior, hizo que ella se pegara más a mi cuerpo. Noté su carne firme bajo el amplio uniforme. Todo su cuerpo temblaba.
-Por favor, por favor, haré lo que usted me pida, pero no me lastime, no, se lo ruego
Se separó de mí y comenzó a desnudarse. Era un cuerpo magnífico, tenía dos senos enormes aprisionados apenas por un sostén del que parecían pugnar por escapar. Pese a lo extraño de la situación no pude evitar que mi sexo se endureciera casi hasta dolerme. Seguí forcejeando para quitármela de encima hasta que sentí un líquido tibio que corría por la botamqanga de mi pantalón y llegaba hasta mis zapatos. Nira se había orinado.
-¡Carajo!- grité contrariado. En ese momento volvió la luz. Abrí la puerta y salí al pasillo. No se veía a nadie. Por una ventana alcancé a distinguir un pequeño autobús estacionado más allá de la caseta de los guardias, tenía las luces encendidas y había gente dando vueltas alrededor. Nira estaba sentada sobre el piso, lloraba desconsoladamente con la cara entre las manos. La levanté de un tirón y la ayudé a cubrirse con el uniforme que era demasiado grande para ella.
-Venga, la acompañaré a su cuarto, tiene que cambiarse, ¿pero qué le pasa?
Prácticamente la arrastré por el largo corredor mientras le exigía que me dijera dónde quedaba su maldito dormitorio y al mismo tiempo maldecía la maldita hora en que se me había ocurrido aceptar un trabajo en esa maldita casa de locos, odié a Carone por enésima vez y me prometí echarle en su propia cara los peores insultos que pudiera tener a mano.
-Es aquí- dijo Nira señalando una puerta entreabierta. La habitación era idéntica a la que me habían asignado, sobre la cama había dos maletas cerradas y un bolso de mano sin cerrar en el que se veían estuches de cosméticos, un termo, un celular y cosas así. Afuera la tormenta continuaba y se había desatado un vendaval. Como una autómata Nira entró al bañito y se desnudó por completo. Más que enorme fue mi sorpresa cuando descubrí que la mujer que yo había fotografiado la tarde anterior era precisamente ella. La vi enjabonar su sexo sin depilar de manera mecánica, casi como una prostituta que acabara de hacer su trabajo, se lavó la cara y se secó con gestos desmañados, me pareció en ese momento la mujer más antierótica que yo había visto. Se vistió mecánicamente ante mis ojos y, cuando sonó el celular en su bolso, atendió la llamada mientras se colocaba una falda azul y un jersey de algodón marrón oscuro. La escuché hablar como si hubiera recuperado la cordura. Hice ademán de salir de la habitación pero ella me detuvo con un gesto. Cuando terminó de hablar se sentó sobre la cama, visiblemente avergonzada.
-Perdóname, me siento terriblemente apenada, yo...- no pudo continuar. Estalló en un llanto acompasado que parecía haber contenido durante mucho tiempo. Mi pantalón seguía manchado y eso me hizo sentir vergüenza de mí, como si estuviera asistiendo a un drama, a una pelea, a una situación violenta con la que nada tenía que ver. Me sentí como un intruso. Algo se revolvió en mi estómago. Tenía hambre.
-Voy a cambiarme- dije y salí de la habitación. Recogí mi mochila en la cocina y, ya en mi cuarto, me duché y me cambié de ropa y me tiré en la cama. Controlé la pistola y la dejé a mano y, no sé en qué momento, me quedé dormido. Soñé con mujeres acuclilladas que hacían pis a la vera de un camino, con las caras borrosas por una lluvia torrencial que las cubría. Me despertó un sonido de pasos que se acercaban por el pasillo. Alcancé a manotear la pistola, salté de la cama y abrí la puerta violentamente para ver caer a Nira en medio de la habitación. Miré el corredor desierto y trabé la cerradura.
Ella se sentó en mi cama y me miró a los ojos.
-Estamos solos en la hacienda. El transporte ya se fue y el próximo vendrá a recogernos después del mediodía, tal vez a la tarde. Ten preparado tu equipaje. Yo... vine a disculparme... es que... hace muchos años... en un cuarto de esta misma hacienda, yo tenía doce años, aun era una niña cuando...
-Quién fue.
-Uno de los guardaespaldas del marido de la señora... yo... creí que lo había olvidado pero, es que esta situación de la otra noche, esa niña a punto de ser obligada por ese hombre... tú que apareciste y...
El discurso era demasiado desordenado para que yo pudiera entender.
-¿Yo me parezco a ese tipo?
Permaneció en silencio, mirando algún punto inexistente entre el dintel de la puerta y el techo.
-El tenía una pistola... me la puso en la boca... después...
De sus ojos empezaron a caer dos enormes lagrimones.
-Era como la pistola que tú tenías en la cintura fue eso, más toda esta situación de incertidumbre, yo llevo años trabajando en esta casa, tengo miedo
-Tranquilízate. Tienes dinero para conseguir un cuarto, en la capital conseguirás trabajo, no debes angustiarte por eso.
La lluvia torrencial anegaba los patios, los jardines, empañaba los cristales de un modo tal que parecía que la noche se hubiera adelantado y aún no era mediodía.
-¿Tienes hambre?
Asentí. Nira se puso de pie y yo salí tras ella, en la cocina encontramos pan, queso, mantequilla y huevos. Ella preparó unos sánguches y ambos comimos con bastante apetito. El teléfono de la cocina sonó y Nira fue a tomar la llamada.
-Malas noticias- dijo. La lluvia ha desbordado el arroyo Norteño. Tendremos que pasar la noche aquí.
-¡Coño! Soy capaz de salir caminando ¿y los guardias?
-Deben quedar dos o tres pero ellos tienen su propio espacio al otro extremo de la hacienda. No hay comunicación entre su sector y éste.
-Déjame llamar a mi jefe y a mi madre- pedí.
Ninguno de los dos estaba disponible, de manera que dejé mensajes y me preparé a pasar la tarde y la noche más tediosa de toda mi existencia. Con el estómago lleno fui hasta mi cuarto y me tiré en la cama.
Nira vino a buscarme a la siesta.
-Tal vez quieras venir a mi cuarto, es algo más grande que este y
-¿Tienes miedo?
Dijo que sí con la cabeza. En menos de un minuto cargué mis cosas y fui tras ella. En realidad entramos a otro cuarto en cuya puerta había un cartelito que decía ama de llaves. Estaba perfectamente arreglado. Las maletas de Nira estaban junto a la cama. Puse la pistola bajo la almohada y descorrí las cortinas, después me recosté con las manos cruzadas bajo la nuca. En un rato me adormecí, después Nira sacó de su bolso un pequeño radio de baterías y puso algo de música, aunque las sucesivas descargas eran una molestia. Durante un rato pareció amainar el temporal, pero al atardecer recomenzaron los truenos y relámpagos. La situación comenzaba a preocuparme. Nira salió de la habitación y regresó después con una bandeja y dos tazas de café, que disfruté plenamente. La depresión comenzaba a ganarme. Me recosté de nuevo y comencé a hojear la novela de Rex Stout que estaba en mi bolso y Nira se recostó a mi lado. En pocos segundos se quedó dormida. Anochecía cuando Nira giró y apoyó su cabeza en mi pecho, después me abrazó. En un momento se apretó contra mi cuerpo y aunque debe de haber notado mi erección pareció no preocuparse. En mi mente se amontonaban las imágenes de la situación de la mañana y el aspecto tan lastimoso de su cuerpo y de su rostro desencajado alejaba por completo mi deseo para provocarme una especie de piedad. Nira se sentó en la cama y buscó una audición más clara en el dial de la radio.
-¿Estás preocupado?
Negué con la cabeza.
-Eres especial, ¿verdad? Quiero decir otro hombre en tu lugar
Esperé a que terminara la frase pero ella permaneció callada.
-¿No te gusto?
-Sí, y mucho pero
Entonces me besó, aunque su boca no olía del todo bien a causa de las horas de sueño, mi deseo esta vez sí despertó y respondí a sus besos. Se puso de pie y comenzó a desnudarse, vi caer al suelo su falda oscura, su camiseta, el sostén que liberó esas esferas magníficas. Se inclinó un poco hacia delante para quitarse la tanga y sus pechos se mecieron levemente para terminar de encenderme. Me puse de pie y me despojé de mis ropas a toda velocidad.
-Por favor, no me hagas daño- pidió cuando la tomé en mis brazos. Caminé abrazado a ella hasta la puerta y la tranqué. Mis manos fueron dibujando lentamente su columna, se detuvieron en el hueco entre su cintura y el nacimiento de los glúteos, besé su cuello con suavidad mientras apretaba sus glúteos y mi sexo se hacía sentir contra su pelvis, dejé que mi lengua fuera dándole brillo sus pezones, viajara por las areolas y mis dientes aprisionaran suavemente esos botoncitos que crecían como dos caramelos vivientes. Nira se retorcía y giraba bajo mi cuerpo, la puse de bruces y pasé la lengua a lo largo de su columna vertebral, mordí sus glúteos y fui metiendo una mano entre sus muslos para acariciar el oscuro vellón que rodeaba su sexo. Cuando ella se dio vuelta otra vez comencé a besar la zona bajo el ombligo, la abrí para detenerme en rincón de su entrepierna y comencé a buscar su clítoris mientras con la punta del pulgar acariciaba la entrada de una cuevita áspera y apretada. Nira abría y cerraba las piernas mientras gemía despacito, quedamente, hasta que su sexo comenzó a tener movimientos de contracción y delatación, como si verdaderamente latiera, mi dedo entró más profundamente hasta que la sentí dar un gemido largo y apartó mi cabeza con las manos para dejarme apretado contra su pelvis. Me hizo apoyar la cabeza en la almohada y se incorporó para comenzar a tirar de mi prepucio con los dedos ensalivados, me fue masturbando con lentitud hasta que me sentí tan duro que simplemente la abrí y la penetré despacio, mantuve quieta la punta de mi sexo hasta que la sentí moverse hacia arriba y entonces empujé con fuerza para sentir que entraba entre dos colinas calientes y suaves. Nos movimos cada vez más rápido, cada envión mío hacía que sus senos se agitaran y eso me ponía agujitas en toda la sangre, noté que su respiración se agitaba y que comenzaba a gemir
-Por favor, vente ahora- pidió en un estertor y soltó un largo gemido que me desató por completo y me sentí caer en un abismo de luces y sonidos.
Ella saltó de la cama enseguida y se dio una ducha. No sé por qué decidí imitarla, me enjaboné un dedo y me lavé los dientes, solo por no buscar mi cepillo en el bolso.
-Tendrás que disculparme, siempre que lo hago necesito limpiarme inmediatamente es que
-No te preocupes.
-¿Te sientes bien?- preguntó mientras me ayudaba a secarme con una toalla que sacó de una de sus maletas.
-Más que bien- respondí mientras ella me daba un largo beso.
Dormimos un rato y, mientras soñaba que cruzábamos a nado, desnudos, el arroyo Norteño, Nira me despertó con un beso. No tardamos en excitarnos, como si necesitáramos recuperar un tiempo perdido, esta vez la senté en mi regazo y me deleité con sus senos que se mecían sobre mi boca, jugué un rato a las cambiaditas y luego me recosté con los pies apoyados sobre el piso, Nira se montó sobre mi, de espaldas a mi cara, y comenzó a introducírselo mientras me acariciaba desde el perineo hasta el nacimiento del pene, empecé a moverme hacia arriba y, para que la penetrara mejor, ella se inclinó hacia delante hasta hacerme sentir que estaba bien adentro. Nos quedamos quietos un momento hasta que ella comenzó a moverse y luego se levantó y se colocó sobre la cama, apoyada en sus rodillas y con las piernas abiertas.
-Métemelo así- pidió.
La penetré con fuerza mientras mis sostenían sus pechos que se hamacaban como palmeras al viento, no la noté excitarse esta vez, y eso me dio un poco de corte pero de todas maneras tuve un orgasmo intenso. Volvimos a la ducha y nos acostamos, pero noté que ella continuaba excitada, entonces comencé sin preámbulos a besar su sexo que olía a jabón de tocador, metí primero un dedo, luego dos dedos en su cuevita que se había vuelto a humedecer y al mismo tiempo fui lubricando la otra entradita que enseguida perdió su aspereza, cuando ella comenzó a moverse hasta gemir fui metiendo la punta del pulgar en el agujerito lubricado que ahora latía, se abría y cerraba rítmicamente y esta vez sí, ella no solamente gimió, ahora su placer fue un grito que retumbó en el cuarto, en la enorme hacienda vacía.
Esa noche dormimos casi hasta el otro día, casi al amanecer comimos algo de lo poco que quedaba en la alacena. Nira dejó en un escritorio los CD con las fotos, llamó a un número y dejó un mensaje. El cielo se abría y un sol imponente comenzaba a asomarse desde el Este. El camión de la empresa constructora pudo entrar apenas al día siguiente, de manera que Nira y yo tuvimos que pasar una noche más en la hacienda.
Ella estuvo un tiempo instalada en mi casa, hasta que una amiga de mi madre la recomendó en un asilo de ancianos en un campo no muy lejos de la capital. Desde entonces nos vemos los fines de semana, pasamos la noche en una cabaña, viajamos a la montaña en invierno o vamos a la playa en verano. Desde que estoy con Nira he dejado de trabajar en la agencia, me va mucho mejor y casi ni recuerdo a la pechugona secretaria del contador.
-Mas vale que ni la recuerdes- amenaza Nira.
-¿Y qué tú me harías si la recordara?
Nira se abalanza sobre mí, me dejo caer sobre la cama del cuarto de la cabaña, ella me lo muerde despacito, me pasa la lengua por el glande, me masturba despacito y me roza la punta con un pezón. Siento que estoy a punto. Entonces Nira me deja y se mete al baño, la sigo trabajosamente, es difícil correr con el pene erecto pero cuando la alcanzo la traigo de vuelta a mordiscones y terminamos en un sesenta y nueve que me hace olvidar de todo cuanto existe a mi alrededor.