Desnuda en la Escalera

Vicky, una hermosa y brillante universitaria, acude a su cita diaria de placer y sexo. Sin embargo está vez no todo saldrá como imagina, y acabará completamente desnuda en el rellano de un bloque de viviendas.

Vicky se plantó frente al número diez de la calle Viernes Santo. Llevaba toda la mañana deseando acudir a su cita, y sin embargo aún no estaba decidida a entrar. Cuando su pié izquierdo se adelantó para cruzar el portal, se supo perdida. Una vez más había sucumbido y era tarde para rectificar.

Con la cabeza agachada de vergüenza, la joven se dirigió al ascensor. Jugueteó nerviosamente con su bolsito mientras esperaba que las puertas se abrieran. No sabía de qué humor encontraría a su chico. Podría estar calmado, después de haber fumado alguna hierba, o violento tras perder alguna apuesta. De algo podía estar segura: Ronny se alegraría de verla.

Vicky era una joven arrebatadoramente bella. No en vano, era la estudiante más popular de la facultad de Derecho. Por si fuera poco, aquella mañana se había arreglado con esmero. Su melena azabache, de naturaleza lacia y brillante, caía grácil sobre sus hombros y sus ojos de indígena estaban perfilados de negro. El perfume más caro, el carmín más provocador; todo era poco para la ocasión. Los encuentros con Ronny eran muy importantes para ella.

Vicky entró en el ascensor con paso firme y se contempló en el espejo. Se miró a los ojos y se preguntó lo mismo que se había preguntado en todas y cada una de las anteriores citas con Ronny:

"Imbécil, ¿qué haces aquí?"

Su admirado Ronny no era más que un borracho de edad incierta, desaseado, con un pasado lleno de delitos y un futuro tan negro como sus dientes. Un tipo así no era el adecuado para una jovencita tan hermosa y brillante como Vicky. Ella era un manjar digno de un rey, no las migajas de un miserable.

Pese a todo, la joven pulsó el tres y puso rumbo a la pocilga de su amante. Ella era consciente de que no pasaría el resto de su vida junto a semejante holgazán. Era un ser repulsivo. Cada caricia de sus manos grasientas, cada gota de su saliva que ella debía beber, le provocaba arcadas. Pero Ronny poseía un tesoro al que Vicky era incapaz de renunciar.

Mientras Ronny quisiera, ella le pertenecía.

El ascensor se detuvo en el primer piso. Una figura extremadamente delgada llegó corriendo desde el final del pasillo. Vicky lo reconoció al instante, y resopló contrariada. No movió un dedo para evitar que la puerta se cerrara, sin embargo el individuo llegó a tiempo, y pulsó el siete.

– ¡Hola, Vicky! – le saludó resoplando.

– Hola, Andrés – respondió la chica sin mucho afán.

Andrés y ella compartían varias asignaturas de la carrera. Ella no lo conocía bien, de hecho, rara vez habían cruzado algo más que un saludo. Andrés no encajaba en ningún lado, siempre estaba solo, enfrascado en sus libros. Su aspecto físico no ayudaba a su inclusión social. Era tan alto como Vicky, delgado como un alambre, de facciones famélicas, tez pálida y pómulos angulosos. Sus ojos se veían deformados bajo el grueso cristal de sus gafas y su cara estaba salpicada por un acné adolescente peligrosamente duradero.

Debido a su incapacidad para relacionarse, Andrés solía mirar a sus compañeras con descaro y lascivia, granjeándose una justificada fama de pervertido. Sin embargo Vicky no se sentía incómoda por eso, pues estaba acostumbrada a ser el centro de todas las miradas. Odiaba a Andrés porque él conocía su relación con Ronny.

Andrés vivía cuatro plantas más arriba que Ronny. Conocía sus escándalos, sus gritos y sus borracheras, y sabía que su hermosa compañera se acostaba con él. Para Vicky, encontrarse con Andrés suponía un verdadero bochorno.

El ascensor se paró en el tercero. Vicky se despidió con un gesto y se dirigió a casa de Ronny. Andrés pudo contemplar su trasero antes de que el ascensor volviera a cerrarse. Sin duda era lo mejor de su anatomía. Aquella colita redonda, moldeada y equilibrada compensaba con creces la nimiedad de sus pechos. Vicky dejó escapar una sonrisa maliciosa, pues se sabía observada.

Vicky suspiró antes de tocar el timbre de Ronny. No obtuvo respuesta, así que aporreó la puerta. Odiaba hacer tanto ruido al llamar, y ponerse así en el punto de mira de los vecinos más curiosos. Casi podía oírlos, agolpándose tras sus mirillas, y murmurando: "Aquí está esa zorra de nuevo" o "¡Si yo fuera su padre! ¡Educar a una hija para que luego se la folle un sucio drogadicto!". Por fortuna, Ronny tardó sólo un par de minutos en abrirle.

– Pasa y estate quietecita hasta que termine el partido.

Vicky no le vio la cara, así que no pudo comprobar si sus ojos estaban enrojecidos por el consumo de alcohol o se mantenía sobrio. Ella se fijó en su espalda; la sudorosa y roída camisilla de tiros que vestía no lograba ocultar todos sus tatuajes. Aquel cuerpo hinchado y curtido en distintas penitenciarías le atemorizaba, y sin embargo no podía alejarse de él.

Ronny se sentó en el mugriento sofá, y Vicky no sabía si permanecer de pié o sentarse a su lado.

– ¿Quién juega? – preguntó inocentemente.

– ¡¿No te he dicho que te calles?! – exclamó el indeseable.

La joven agachó la cabeza como una corderita asustada, y se sentó en una silla. Un fuerte olor a podrido anuló su olfato; había un cartón de leche cortada sobre la mesilla del salón. En los meses que llevaba viéndose con Ronny había aprendido a distinguir el olor a comida podrida de la peste que emanaba del lavabo.

El resultado del partido debió serle favorable, pues Ronny abrió su enésima botella de cerveza, y la empinó complacido. Bebió la mitad de un trago y se recostó en el descorchado sofá. Vicky apartó una bolsa de papas fritas, y se sentó a su lado.

– Ven aquí putita, ¿cómo te llamabas? – preguntó mientras la miraba de arriba abajo.

Le gustaba presumir de "macho", de frecuentar a varias chicas a la vez, y por esa razón fingía no acordarse de sus nombres. Sin embargo conocía bien a Vicky; nadie olvidaría una figura como la suya.

La joven cruzó sus largas piernas, mientras él se desabrochaba los vaqueros. Ronny no perdía el tiempo en preliminares. Sólo tenía en mente un objetivo a la hora de practicar el sexo: descargarse en la boca de su fulana de turno.

– ¿Sabes a lo que has venido? Voy a follarme a mi putita estudiante...

Ronny escupió un cisco que aún tenía enredado entre sus dientes, y levantó la blusa de Vicky. Sus supuestos pechitos eran poco más que dos pezones oscuros, más morenos que el resto de su piel. La joven había prescindido del sujetador, y eso excitó a su amante.

La zarpa derecha de Ronny pellizcó los pezones de Vicky hasta erizarlos. Con la otra mano agarró la cabeza de la joven y la llevó ante su cremallera. Había llegado el momento que Vicky tanto ansiaba, el motivo de su degradación moral. Olfateó el intenso olor a sudor que siempre le precedía, y, como un gigante dormido, emergió de entre los pantalones de Ronny.

Los ojos rasgados de Vicky se abrieron hasta dibujar un círculo. La había visto en innumerables ocasiones, la había acariciado, saboreado y sentido en su interior, y aún así, no dejaba de asombrarle. Aquella trompa de elefante era casi tan grande como su antebrazo.

– ¿A qué esperas, pedazo de zorra? – protestó Ronny.

Los dedos de Vicky rozaron el miembro tiernamente, estimulándolo con sus yemas. Sin embargo la serena dedicación de la chica exasperaba a su amante.

– ¡Cómetela de una puta vez, joder!

Haciendo presión sobre la cabeza de la chica, Ronny le clavó su inflamado glande en la boca, estrellándola contra su paladar. La joven sintió como el bulldozer de Ronny ocupaba por completo su garganta.

Se maldijo por encontrarse en aquel lugar, en aquel instante. No había tenido tiempo para acostumbrarse al penetrante olor que el miembro despedía, y le resultó muy difícil contener las náuseas. Aunque el falo de Ronny sabía a sudor y a otros fluidos más desagradables, Vicky no cejó de succionar.

La repulsión era mínima al compararse con el placer que Ronny le proporcionaba. ¡Aquel pedazo de carne la saciaba a la vez que incrementaba su sed! Cada día anhelaba recorrerlo con sus labios, alojarlo en su boca húmeda y entregarle su garganta.

– ¡Cómetela toda, puta! – Le increpaba Ronny.

Para Vicky, aquel pene no tenía dueño, no pertenecía a nadie. Sólo era una golosina interminable que ansiaba lamer y lamer. Estaba tan enajenada que apenas escuchaba las zafiedades que Ronny le dedicaba. Si Vicky estaba en aquel piso, mamando el apestoso miembro de Ronny, era para sentir placer, para complacerse.

Ronny extrajo su pene de un tirón, y un hilillo de saliva escapó por las comisuras de la joven.

– ¡En pelotas! –gritó mientras se levantaba –. Voy a partirte en dos.

Ella también se incorporó, apresurándose en cumplir los deseos de Ronny. Su amante era muy impaciente, y por esa razón Vicky había pasado todo el día en la universidad sin sujetador ni braguitas. Le había resultado muy incómodo pasearse entre sus compañeros sin más ropa que la visible, más aún cuando sus ceñidos pantalones de lycra dibujaban perfectamente los recovecos de su entrepierna.

El pantalón y la blusa fueron a parar sobre el televisor, el único lugar de la casa limpio de toda basura. Vicky estaba totalmente desnuda ante el borracho, esperando a que él se deshiciera de sus calzoncillos. Su cuerpo femenino, moreno, esbelto y lozano contrastaba con la corpulencia violenta, tatuada y mugrienta de Ronny.

La chica se fijó fugazmente en su pareja. Ronny no poseía un mal físico, pero la suciedad oscurecía cualquiera de sus atractivos. El vello salvaje brotaba por todo su cuerpo, y se enredaba en los rincones más oscuros, como las axilas, los pezones y los testículos. Por el contrario Vicky, temiendo que su amante le contagiara cualquier parásito, se había rasurado el pubis.

Cuando ambos estuvieron completamente desnudos, Ronny la obligó a tumbarse boca arriba sobre la hedionda alfombra del salón. La joven se vio rodeada de polvo, pelos, envases usados y restos pringosos, pero no protestó. Esperó a su amante con las piernas impúdicamente separadas

Ronny se recostó sobre ella, colocó su miembro en la entrada de la rezumante vagina, y la atravesó en tres golpes. No hubo caricias, ni atenciones. Ronny, enfrascado en saciar sus apetencias fisiológicas, era incapaz de valorar a la chica que yacía bajo él. Apenas se fijó en el prieto y terso trasero de la joven; en sus largas, delgadas y bien formadas piernas; en sus pechitos deliciosos y erizados. Ronny se limitaba a bombear compulsivamente.

Las paredes vaginales de Vicky se estiraban para acomodarse al enorme falo que la penetraba, sin embargo todo fue más fácil gracias a la desproporcionada lubricación que su cuerpo había segregado. Ella cerró los ojos, dispuesta a disfrutar de aquello que tanto había anhelado.

La bestia cargaba con todas sus fuerzas contra la muchacha, y ella abría aún más las piernas para gozar al máximo de la penetración. Ronny comenzó a gritar obscenidades, sin medir que los vecinos seguramente estarían escuchándole.

– ¡Ábrete puta de mierda! ¡Te voy a destrozar el coño y mañana vendrás por más! – aullaba el borracho, destrozándose la voz.

Vicky apenas suspiraba, pues tenía miedo de exteriorizar el inmenso placer que la embargaba. No reparó en que debía salir del edificio a escondidas, ni en la vergüenza que sentiría al cruzarse de nuevo con su compañero Andrés, ni en las lágrimas que derramaría al mirarse al espejo esa misma noche. Sólo saboreaba el instante, como si cada segundo que pasara ensartada por el monstruo durara una vida entera.

Ronny aceleró el ritmo de sus acometidas, penetrándola con el mismo ímpetu que un leñador al abatir un árbol. Sintió como sus testículos se endurecían, retrayéndose, y llegaba al borde del orgasmo. Extrajo el miembro y lo llevó hasta la cara de la joven.

– ¡Abre esa boquita, comepollas! ¡Te la voy a llenar de queso!

Ella cerró los ojos para evitar que el infecto líquido seminal los irritara, y separó tímidamente los labios. Odiaba el semen en general, y el de Ronny en particular. Algunas veces él se empeñaba en eyacular sobre ella, como en las películas porno, y no le quedaba más remedio que acceder. Ronny se correría en su boca, quisiera ella o no, así que no había motivo para hacerlo enfadar.

Aquella tarde tuvo suerte, ya que Ronny no andaba bien de puntería. El semen del borracho era muy espeso y emitía un olor pérfido. Las primeras gotas se desperdigaron por toda su cara, quedándose adheridas a su piel; sólo las más pequeñas fueron a parar al interior de su boca. El pene de Ronny se mantuvo firme hasta que ella lo dejó bien limpio.

Suciedad, placer ilimitado, dolor intenso, lágrimas y semen. Vicky había pasado otra tarde a manos de Ronny.


Ronny se pasó un buen rato en el sofá, viendo un concurso de la tele. Seguía desnudo y apuraba su doceava cerveza. Vicky permanecía sentada en el suelo, acariciando el miembro fláccido del borracho.

La chica se sentía incómoda. Su vagina descansaba sobre el vertedero que era la alfombra, y pronto se vería asaltada por la culpabilidad. Así que reunió fuerzas para levantarse y agarrar sus pantalones.

– Ronny, tengo que marcharme, ¿no te importa verdad? – susurró.

Él contestó al ver que Vicky se agachaba para subirse los pantalones.

– Espera un segundo nenita...

Vicky lo miró sorprendida, pues Ronny solía despreocuparse de ella una vez quedaba saciado.

– No traje dinero, Ronny, vengo de la universidad.

– No es eso – agregó mientras la atraía hacia a él.

Los pantalones de la chica quedaron en el suelo, y la morena volvió a estar desnuda, tan cerca de Ronny como para oler su pestilente aliento.

– Vas a ser buena chica ¿verdad?, y harás lo que yo te diga.

– Claro Ronny...

Por segunda vez en la tarde, Ronny acarició los oscuros pezones de Vicky.

– Eres una putilla... – comentó mientras pellizcaba el pecho de Vicky y sonreía –. Esperarás a dos colegas míos que quieren pasar un buen rato contigo.

Vicky pestañeó incrédula. No era capaz de aceptar que aquella bajeza humana se creyera con el derecho de pasarla entre sus amigos como un canuto de hierba. Ella se humillaba a cambio de disfrutar del incomparable miembro de Ronny, pero no estaba dispuesta a que su degeneración tocara fondo.

La dependencia de Vicky tenía un límite, y aquellas palabras de Ronny acababan de traspasarlo.

– No, lo siento Ronny... – masculló mientras recogía su pantalón – tengo que irme, maña...

Ronny le arrebató los pantalones antes de que se los pusiera.

– ¿No quieres obedecerme? – le preguntó con ojos inyectados en sangre – ¡Yo te voy a enseñar, puta de los cojones!.

Ronny empujó a la chica con fuerza, obligándola a recorrer el pasillo.

– ¡Ninguna zorra me toca los huevos! – bramaba, mientras Vicky lloraba angustiosamente –. ¡No debiste jugar conmigo, niñita de papá!.

Un último empujón y el cuerpo de Vicky se estrelló contra la puerta de entrada. Ronny caminó lentamente hacia ella.

– ¿Sabes lo que más me divierte? –preguntó mientras la levantaba, tirando de su brazo –. Que tu coño mojado te traerá de vuelta, y me pedirás perdón para que me digne a follarte.

Acto seguido, abrió la puerta y la arrojó con violencia a la galería comunitaria.

De repente, Vicky se vio totalmente desnuda en el pasillo y sufrió un ataque de pánico. Se apresuró a entrar de nuevo en el domicilio de Ronny pero no llegó a tiempo. Pudo ver su cara sádica y sonriente antes de que la puerta se cerrara estrepitosamente.

Vicky lloró como una hiestérica. No era la primera vez que Ronny la había insultado, maniatado, golpeado e incluso forzado, pero jamás se había sentido tan herida y humillada. Estaba a punto de desmayarse.

– ¡Déjame entrar, por favor! – vociferaba en medio del llanto.

– ¡No te agites, que te chorrea el coño! – se oyó responder tras la puerta.

Los nervios no le dejaban pensar. Los minutos pasaban, ella seguía gritando, y la puerta no se abría. Poco a poco su ánimo se fue desinflando y acabó sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta, y el mentón sobre sus rodillas.

– ¡Eres un miserable!

– Quédate ahí hasta que vengan mis colegas y podrás recuperar tu ropa – se jactaba Ronny – ¡Y si sigues gritando, todos los vecinos saldrán y te verán en pelotas!

Vicky rebajó el volumen de sus protestas hasta quedar totalmente callada. Pensó en lo último que Ronny le había advertido y, para su desesperación, comprendió que estaba en lo cierto.

El descansillo conectaba cuatro viviendas con el ascensor. Si algunas de esas puertas se abría… prefería no imaginárselo, no podría soportar ese castigo. Sus mejillas se inflamaron tan sólo de pensar en ello, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Estaba desnuda… ¡desnuda en una escalera pública!

Tenía que salir de allí. Descartó el pedir ayuda a algún vecino. Por otra parte, tampoco le seducía la idea de recibir de esa guisa a los compinches de Ronny, y entregarse a ellos. Hizo una valoración mental en segundos, sopesando qué alternativa resultaba menos ignominiosa, y acabó convencida de que al final se sometería a los deseos de su amante.

Le pareció escuchar el sonido de un picaporte, y su corazón bombeó con virulencia. El ruido provenía de la puerta contigua a la de Ronny. Sus preciosos ojos verdes casi saltaron de sus cuencas.

Se mantuvo en alerta, hasta que por fin resopló aliviada. Había sido una falsa alarma.

Pensó en subir a la azotea y robar alguna prenda, pero cinco pisos eran demasiados cuando no se lleva nada de ropa encima. Entonces se le ocurrió una idea. Cogió el único felpudo que había en el piso y se cubrió con él. Estaba sucio y lleno de polvo, pero a Vicky le pareció el manto de una reina. La prenda era tan escueta que al taparse los pechos, su vagina quedaba desnuda, y viceversa.

Entonces escuchó unos pasos en la escalera y no tuvo tiempo de reaccionar. Al darse la vuelta se topó con un señor mayor, de poblado bigote y oronda barriga, que regresaba de pasear a su perrito. Aquel desconocido estaba a veinte centímetros de su cuerpo casi desnudo. En aquellos momento, el felpudo le pareció más pequeño.

El hombre permaneció quieto, con los ojos abiertos de par en par.

– Disculpe, señorita – musitó con voz grave –, pero ese felpudo es mío.

Sin mediar otra palabra, el desconocido la despojó de la única prenda que llevaba encima. Luego examinó su anatomía de arriba a abajo, sonriente.

Vicky quería taparse su pubis depilado, ocultar sus pezones con la palmas de sus manos, pero era incapaz de moverse. Estaba totalmente paralizada. Durante un segundo, los ojos de la universitaria y los del señor mayor se cruzaron. Fue el peor momento de su vida.

El hombre tiró de la correa de su fox-terrier, y entró en su casa. La morena se quedó tan quieta como una estatua de bronce, con los ojos desbordados de lágrimas y el orgullo partido en mil pedazos.

Unos gritos que provenían del ascensor la devolvieron al mundo real. El sonido comenzó como un murmullo inclasificable, pero fue subiendo en intensidad. Parecían dos varones, y no paraban de carcajearse. Debían ser los amigos de Ronny.

El elevador se acercaba poco a poco, y era el momento de decidir. ¿Se entregaría a los amigos de Ronny o continuaría con su incierta odisea?.

Cuando la puerta del ascensor estaba a punto de abrirse, Vicky saltó a la boca de las escaleras. Se agazapó tras una enorme maceta de barro, quedando a cuatro patas. Agachó la cabeza y reculó unos pasos, levantando el trasero. Desde allí escuchó a Ronny saludando a sus camaradas.

– ¿Han visto a una tía desnuda, andando por ahí? – les preguntó.

–¿Estás colgado, tío? – respondió uno de ellos.

– Bueno, andará por ahí, no tiene salida – pensó Ronny en voz alta –. Nos tomaremos una birra y esperaremos a que vuelva. ¡Hoy pienso follármela por el culo de una puta vez!.

Ronny cerró la puerta. Vicky comprendió que aquello era una amenaza real. Estaba desnuda, ultrajada, y caer en manos de Ronny era la peor de las opciones. Apretó las nalgas instintivamente, ¡Ronny pretendía sodomizarla! Se le erizaba la piel sólo de imaginarlo.

De repente, los ojos de Vicky se abrieron como platos. Había alguien a su espalda.

– Yo creo que está buscando algo… – dijo uno.

– ¡A lo mejor está jugando al escondite! – añadió otro.

– ¡Que va! Esta buscando emociones fuertes… – apreció un tercero.

Vicky tragó saliva, y deseó caer fulminada por un rayo. Sus tres inesperados admiradores se la habían encontrado a cuatro patas, con el trasero alzado y las piernas ligeramente separadas. Naturalmente no quitaban ojo a su vagina desnuda, perfectamente expuesta y entregada.

La joven se giró lentamente, cubriéndose con las manos. Eran tres chavales de unos doce o catorce años. Sus rostros estaban salpicados de granos, y sonreían con lujuria. Era la primera vez que veían a una mujer completamente desnuda.

– No van a creernos… – suspiró uno –. Nos tomaran por locos

Vicky intentó tranquilizarse, ¡sólo eran unos críos! Ella podría manejarlos. Pensó que, si les seguía la corriente, evitaría el escándalo y la vergüenza. Manteniendo la calma, quizá saliera airosa del trance.

– He perdido una lentilla… ¿Pueden ayudarme, por favor?. Tengo que encontrarla, porque si no

La joven se colocó de nuevo a cuatro patas, pero esta vez frente a los muchachos. De esa manera podría ocultar sus encantos mientras fingía buscar la inexistente lentilla.

– ¿Una lentilla? Yo no veo ninguna lentilla por aquí… – se burló uno de ellos –. ¿Alguno ha visto una lentilla?

– No, pero estoy viendo otras cosas que… ¡joder!

Vicky se sentó sobre sus piernas, tapándose los pechitos con los brazos.

– ¡No se burlen, por favor! – les rogó –. Necesito su ayuda

– ¡Joder, tíos, no se rían, que esto va en serio! ¡Parece mentira! – rió el más bromista –. Ella es una chica seria, ¡y si va con el coño al aire será porque su coño también es serio!

Los tres rompieron a carcajadas. Vicky apretó los puños para contener las lágrimas. ¡Nunca, jamás en la vida, se había sentido tan ultrajada!

Mantuvo la calma. Debía seguirles la corriente. No quería formar un bullicio que atrajera la atención de toda la comunidad.

Uno de los jóvenes, el mayor, la agarró de los brazos e intentó levantarla.

– Vamos putita… ven con nosotros

– ¿Y mi lentilla? – preguntó Vicky asustada.

Los niños la obligaron a incorporarse y la acorralaron contra la pared. Vicky era una cabeza más alta que ellos. El más bromista, que llevaba la voz cantante, la abrazó por la cintura, y se pegó a su cuerpo.

– Olvídate de la lentilla, yo te daré algo mejor

– Sean buenos… – susurró ella, forcejeando levemente –. Compórtense

Pero los niños estaban lanzados.

– Déjame tocarte el coñito

Alguien apretó su vagina, y Vicky cruzó las piernas.

– Eso no se toca, por favor

– ¿Te molesta si toco aquí?

– ¿Y aquí?

Vicky pronto se vio rodeada de manos traviesas que acariciaban y pellizcaban cada palmo de cuerpo. Palmeaban su trasero, apretaban sus pechitos y tiraban de sus pezones. Sintió algo húmedo acercándose a su vagina; uno de ellos se había untado los dedos con saliva, y pretendía introducirlos. No pudo soportarlo más. Comenzó a llorar histéricamente, y a gritar:

– ¡Ronny! ¡Ronny, abre la puerta, por favor! ¡Haré lo que me pidas! ¡Lo que me pidas!

Los muchachos salieron despavoridos, y Ronny no tardó en aparecer. La joven levantó su mirada nublada por el llanto y escapó escaleras arriba. No volvería a caer en manos de ese indeseable, aunque tuviera que pagar un alto precio para ello.

Vicky corrió hasta la séptima planta, donde supuestamente vivía Andrés, su compañero de facultad. No estaba del todo segura, pero creyó recordar que el muchacho tenía escrito "7º D" en su grueso llavero. Quizá Ronny había salido en su persecución, así que no tenía un segundo que perder. Tomó aire y llamó al timbre.

Cuando Andrés abrió la puerta, se llevó una impresión de muerte. Su diosa inalcanzable, la mujer que protagonizaba sus fantasías cada noche, estaba completamente desnuda ante él. Los ojos del muchacho saltaron de sus cuencas.

– Andrés, necesito tu ayuda… – susurró ella con voz incitante y seductora.

Andrés abrió la boca, como si intentara decir algo, pero sólo emitió un débil balbuceo. Sus ojos se quedaron en blanco, y segundos después se desplomó en el suelo.

– Oh, no, lo que me faltaba… – suspiró Vicky – el muy imbécil se ha desmayado.


En realidad no esperaba tener tan buena fortuna. Tiró del cuerpo de Andrés hasta entrarlo en la casa y cerró la puerta. Tardó unos instantes en recuperar el resuello, y luego sonrió ¡Por fin estaba a salvo!

Andrés seguía inconsciente. Vicky tuvo que sortear sus extremidades inertes para llegar hasta el salón de la casa. Todo estaba metódicamente ordenado: los cuadros derechos y el suelo brillante. La diferencia era notable respecto al corral donde vivía Ronny.

El dormitorio estaba aún más limpio que el salón. La cama sin una arruga, ni una prenda de ropa fuera del ropero y lo más sorprendente, en la mesa de estudio no había ni un lápiz fuera del lapicero, ni un papel fuera de su carpeta.

La joven abrió el ropero en busca de un pantalón. Escogió unos jeans bastante gastados, los miró un instante, y calculó que le iban bien de cadera. Andrés era un tipo muy delgado.

De repente, algo rozó su pubis. Eran las manos de Andrés, acercándose a su jugosa vagina. El asalto cogió desprevenida a la morena, y casi se golpeó con la puerta del armario.

– ¿Qué haces, desgraciado? – bramó la chica, intentando esquivar a un pulpo de cien tentáculos – ¡No me toques, asqueroso! ¡Qué asco!

El tipo decidió ignorarla, e intensificó el ritmo de sus caricias. La chica intentó defenderse, pero nada podía hacer frente a los ágiles dedos de su compañero.

– No te entiendo, princesa… ¿no quieres que te toque? ¿Entonces por qué estás desnuda? – masculló Andrés con la boca llena de saliva –. ¡La tía más buena de la facultad entra en mi casa desnuda, y pretende que ni la toque!

El muchacho soltó a su presa amargado, a punto de llorar. Vicky reconoció que Andrés tenía razón. Aquella piltrafa humana había llegado a conmoverle. Al fin y al cabo, ella había comenzado el juego.

– De acuerdo, anormal – le dijo mientras se sentaba en la cama, cruzando púdicamente las piernas –, te haré pasar un buen rato, siempre que cumplas dos condiciones

– ¿Qué tengo que hacer? – preguntó animado.

– Prométeme que guardarás todo en secreto – le ordenó sin mirarle a la cara –, aunque a fin de cuentas, ¿a quién se lo vas a contar, si no conoces a nadie?

El chico no contestó, pues Vicky estaba en lo cierto.

– Y segundo: te haré una mamada, pero tú no podrás tocarme. Te correrás en un pañuelo de papel. Cuando termine, me darás algo de ropa y me iré.

El tono de Vicky no restó un ápice de ilusión a Andrés, que estaba viviendo un sueño, y no quería despertar.

– ¡Trato hecho! – gritó el afortunado don nadie.

Andrés se acercó radiante a la cama donde Vicky le esperaba sentada. La chica, algo más relajada, metió su mano derecha en los calzoncillos del muchacho.

– Bueno, trae tu polla aquí, y acabemos con esto de una vez.

Vicky se sobresaltó al comprobar que el miembro de Andrés no cabía en su mano. Lo sacó del pantalón con singular apetito. ¡No podía creer lo que estaba viendo! ¡Era gigantesco!. Las dimensiones de Andrés eran parecidas a las de Ronny, pero su pene estaba mucho más limpio. Se veía rosadito, suave al tacto, y bien duro.

Abrió la boca y se lo tragó entero. Sintió el insuperable miembro de Andrés adentrándose en su garganta. Lo chupó como una poseída, con voracidad y esmero.

El muchacho volvió a verse superado. Sus huesudas rodillas comenzaron a temblar y a ceder, el aire abandonó sus pulmones y poco a poco fue perdiendo el control de sí mismo. Después se desmayó.

El grueso pene de Andrés salió como un rayo de la boca de Vicky. La joven tardó en darse cuenta de que su extraordinaria felación había acabado con el muchacho. Para ella no fue ningún contratiempo. Vicky se abalanzó sobre Andrés, dispuesta a seguir mamando mientras el pene siguiera erecto.

Andrés tuvo la fortuna de despertarse justo a tiempo para ver a la hermosa Vicky enjuagándose la cara con su esperma. Entre sueños, y con la vista nublada, el afortunado muchacho vivió un momento mágico, a caballo entre el sueño y la realidad.


Aquella noche Vicky colmó a su nuevo amigo de mimos y atenciones. Cuando conoció al muchacho con detalle, se dio cuenta de lo dulce y encantador que era, y decidieron seguir quedando.

Vicky sigue visitando a menudo el diez de la calle Viernes Santo, pero no ha vuelto a pisar la planta tercera.

© Angelo Baseri

6 de noviembre del 2006