Desnuda
No hay nada como una playa nudista para sentirse libre.
La brisa recorre mi cuerpo desnudo. Aún es temprano, el sol reserva sus fuerzas para más adelante.
Estoy con los ojos cerrados, disfrutando del goce de los otros sentidos: la música del mar a mi derecha, relajándome junto a unas pocas voces madrugadoras que charlan animadamente y alguna que otra gaviota somnolienta; el olor del salitre, inundando mis pulmones cada vez que inspiro profundamente y arañando al escapar recuerdos apagados de mi infancia; el tacto suave del aire sobre mi receptiva piel, todavía mojada; el sabor salado del agua que hace tan sólo unos segundos mimaba mi cuerpo, ahora sobre mis labios. Mmmmmmm… Paso mi lengua una y otra vez por ellos, saboreando el sabor de la playa. Sabe a libertad.
Me interrumpe el sonido de mi móvil. Se trata de una de las aplicaciones de mensajería instantánea. Perezosamente, rebusco en la bolsa verde decorada con detalles infantiles. Es tan alegre e inmadura como yo, por eso no me pude resistir. Encuentro el teléfono, que ha sonado un par de veces más. Me sorprende ver que es Abel quien utiliza este medio para contactar conmigo. Nunca habíamos hablado más que en persona o a través de llamadas telefónicas.
- Buenos días.
¿Estás en la playa que te recomendé?
Y lo más importante…
¿Estás desnuda?
- Sí –le contesto-. Sí a todo.
- ¿Y cómo te sientes? ¿Estás incómoda?
- No, estoy bien. Incluso me he dado un baño. - Envío-. La verdad es que hay poca gente a estas horas. - Envío-. Gracias por la recomendación. Me encanta este sitio. Ya se ha convertido en una de mis playas favoritas. Es muy tranquila y la gente va a lo suyo.
- Sabía que te gustaría. Me alegro de que el viaje mereciera la pena. - Escribiendo...-. Ya eres una nudista más – lo acompaña del emoticono que saca la lengua y guiña un ojo. Sigue escribiendo...- ¿En qué parte te has puesto?
- En la más alejada, justo al pie del acantilado.
- Qué raro para ti… -percibo su ironía. Me hace sonreír-. Quiero pedirte que hagas algo.. .
Miedo me da.
- ¿El qué?
- Ponte de rodillas, con el mar a tu derecha, mirando al acantilado, hacia la parte donde se curva cerrando la playa. -Escribiendo...- ¿Lo has hecho?
Hago lo que me pide y busco alrededor a otros nudistas. Estoy tan resguardada que prácticamente todos quedan fuera del alcance de mi vista. Y yo de la suya.
- Sí.
- Necesito que retrases el tiempo de espera antes de que se apague la pantalla de tu móvil para que podamos seguir hablando sin interrupciones. Pon el tiempo máximo.
Voy a la pestaña de “ajustes” y doy enseguida con esa opción. El tiempo máximo que me permite son 30 minutos.
- Ya está. 30 minutos.
- Bastará. Deja el teléfono sobre la toalla, frente a ti.
Lo hago.
- Y ahora mastúrbate - sigue .
Cojo el móvil de nuevo para contestarle.
- ¿Es que te has vuelto loco?
- Hazlo. Como tú has dicho, la gente va a lo suyo. Abre las piernas, arrodillada, casi rozando la toalla con tu vulva, deja el espacio justo para tu mano. Así serás más discreta. Además, estás de espaldas al resto de la playa, ¿no?
Vuelvo a mirar a mi alrededor. La verdad es que hay muy pocos bañistas, y nadie se está fijando en mí. De todos modos, aunque lo hicieran, no verían gran cosa desde esa distancia. Al contrario que yo, la mayoría están situados “a campo abierto”, frente a la zona de baño sin rocas molestas desperdigadas aquí y allá en mitad del mar. Ellos, con su naturalidad, no necesitan intimidad alguna para exhibir sus cuerpos desnudos sin tapujos.
- Está bien.
No sé por qué me da tanto morbo la situación. Empecé a lubricar en cuanto él me pidió que me tocase.
Dejo el móvil delante de mí y empiezo a acariciarme tímidamente los pechos. Miro a mi derecha, por si se acerca alguien, y entonces me llega otro mensaje. Tengo que agacharme ligeramente para poder leer bien lo que ha escrito.
- No empieces a comprobar si alguien te está mirando, que nos conocemos. Tú a lo tuyo. Mira sólo la pantalla del móvil, ¿ok? Y ni se te ocurra contestarme, que se supone que estás liada. Hazlo como siempre, a dos manos. – Me envía el emoticono de un demonio morado sonriente.
Me pongo manos a la obra en serio. Sigo el proceso de siempre: primero me acaricio los pechos, luego lo combino con el clítoris, y, cuando ya estoy cerca, dejo los pechos y me introduzco dos dedos.
Me llega otro mensaje suyo. Tengo que inclinarme un poco, distrayéndome y perdiendo el ritmo in crescendo.
- ¿Cómo vas? ¿Ya te has metido los dedos? Quiero que los saques. Estimúlate únicamente el clítoris con la mano derecha y apoya la mano izquierda en la toalla.
Lo hago, ya que así, de paso, puedo inclinarme más sobre el móvil y ver mejor lo que escribe.
- Abre más las piernas y saca el pompis hacia fuera. Sepáralo de la toalla.
Una vez más, le obedezco.
- Sube el pompis al máximo, déjalo bien a la vista y con las piernas todo lo abiertas que puedas.
Apoyo la frente sobre la toalla. Estoy a cuatro patas y totalmente expuesta, mostrando mi vulva, brillante por la excitación. Quien se acerque por detrás, podrá verla claramente, así como mis dedos, asomando juguetones. Esta idea hace que me ponga muy cachonda. Es como si me estuviese ofreciendo.
Otro mensaje más:
- Ahora voy a follarte.
Al leer sus palabras, reacciono deteniéndome e intentando incorporarme, no sé si simplemente sorprendida o para comprobar si es verdad que está aquí, en la playa. Alguien me agarra por la nuca desde detrás y me obliga a apoyar la cara en la toalla, dejándome de nuevo con el culo en pompa. No puedo verlo, pero sé que es él.
Me penetra de una rápida estocada, hasta el fondo. Lo recibo con un orgasmo. Primero, lo saborea un poco con su polla, quieta y atenta a todo cuanto acontece en mi interior. A continuación, al notar que ya empiezo a relajarme, pasa a embestirme fuertemente una y otra vez, haciendo que me tense de nuevo, preparándome para el segundo.
Veo su móvil caer al lado del mío.
Varios segundos después, me llega otro mensaje:
- ¿Te gusta?
Un momento… ¿Qué? Automáticamente, me tenso e intento levantarme. Él me retiene, aferrándome contra su cuerpo. Ahora estamos los dos arrodillados, yo sentada sobre su miembro, llenándome aún más.
- ¿Qué te pasa?
Oigo su voz tranquilizante susurrándome al oído y exploto por segunda vez. Me calmo mientras me abraza por la cintura con su brazo izquierdo. A la vez, pasa la mano derecha por mis pechos, estrujándolos y alternando entre acariciarme y pellizcarme los pezones.
- ¿Abel? –le pregunto.
Necesito estar segura. Él sube la mano izquierda y me gira con ella la cara para que pueda verlo. Aprovecha para besarme. Ya estoy tranquila. Le dejo hacer. Quiero tocarle, pero me tiene de espaldas, así que aprieto la mano con la que me estimula los pechos y voy en busca de su pelo, tirando ligeramente de él, arqueándome y ofreciéndome de nuevo.
Me separo de su boca y me agacho. Espero que siga, y, en cambio, él se retira. Sale de mí y tira de mi brazo, girándome hacia él.
¿Qué te ha pasado?
Perdona, es que tu último mensaje llegó con retraso y creí que no eras tú.
Siempre tan desconfiada… -Me sonríe-. Túmbate boca arriba.
Se tumba sobre mí y me llena otra vez. Gimo al sentirle resbalando hacia dentro, despacio. Se le ilumina el rostro con una sonrisa maliciosa, justo antes de embestirme muy fuerte. No puedo evitar soltar un pequeño grito contenido.
- Grita más fuerte –me dice, y acto seguido, me embiste de nuevo.
Contengo a duras penas ese grito. Él apoya el peso sobre su brazo izquierdo, y con la mano derecha va a por mi clítoris. Lo agita rápidamente, y entonces detiene los dedos sobre él, ejerciendo presión mientras da otro golpe de pelvis. No consigue hacerme gritar como desea, aunque, al repetir el proceso, sé que llegará otra fuerte embestida tras el juego, por lo que permanezco atenta al sentir que ha detenido otra vez los dedos. Esta vez sí que grito, más por la certeza de lo que iba a suceder que por otra cosa.
Sin darme cuenta, le estoy empujando, intentando apartarlo. Lo descubro cuando me inmoviliza las manos sobre mi cabeza en un visto y no visto. De esta forma, ya no puede seguir masturbándome, pero parece que no le importa. Se conforma con torturarme con los cambios de ritmo acompañados de algún que otro movimiento circular de cadera.
Al final, se arrodilla ante mí y me coge por la cadera, levantándome de la toalla. Tan sólo estoy apoyada sobre cabeza y hombros. Después, guía mi mano derecha hacia mi clítoris.
- Sigue con lo que has empezado –me ordena.
Se inclina levemente sobre mí, sin perder detalle de lo que hace mi mano. Le gusta follarme duro. Y yo no tardo en responder con mi tercer orgasmo, con gritos incluidos. Esta vez, él me acompaña.
Nos calmamos juntos, poco a poco. Suavemente, me deja apoyada completamente en la toalla y se sitúa sobre mí, todavía dentro. Nos besamos. Nuestras lenguas bailan una danza lenta, sin prisa.
Culmina el beso con un casto roce de labios y se retira. Es en ese momento cuando percibo algo de movimiento a unos metros. Veo a una pareja: la chica le está haciendo una mamada al chico mientras este nos observa atentamente. Lo más curioso es que me da igual.
Soy libre.