Desmadre sexual en un verano ya lejano – 9

Se estropea la tarde de pesca debido a una tormenta, y acabo refugiada en una cabaña con los pescadores, los tres desnudos.

De pesca  3

Mi prima me comentó un día, a solas en la playa, lo precipitado y casi frustrante que fue lo de la noche que estuvimos en el baile del pueblo.

  • ¿no sientes pena de no haber tenido más tiempo aquella noche? yo creo que no nos teníamos que haber puesto ningún tope, aunque en mi fuero interno gané muchos puntos. Pudimos habernos quedado y estar con ellos toda la noche.

  • mira, lo hemos hecho muchas veces y otras muchas lo hemos rechazado. Si hubiéramos follado cada vez que nos lo han propuesto, no hubiéramos parado. Lo que ocurre es que en esta ocasión yo no tenía la intención de hacer nada.

  • pues yo sí y si vuelvo a estar con ellos es posible que lo vuelva a hacer. Es mas, creo que algún día me escaparé un rato y volveré a ir de pesca

  • me parece muy bien, pero conmigo no cuentes. Prefiero verles aquí, con más gente, donde no hay peligro.

  • ¿y si los vemos con la firme intención de que no pase nada, como la otra noche, me acompañarías?

  • si va en serio ese propósito, si. Pero no pienso pedírselo, no quiero que piensen que soy una vieja buscona.

  • no hace falta que les insinúes nada. Bien claro nos lo piden ellos todos los días.

Efectivamente, cuando volvieron de la pesca a media mañana, nos volvieron a pedir que les acompañáramos, pero esta vez a comer un caldero en la playa, que prepararían ellos al estilo pescador y después saldrían en la barca pequeña un par de horas, a ver si cogían algo.

Casi no se lo creyeron cuando aceptamos y aunque insistieron en pasar a recogernos cuando fueran hacia el puertecillo, preferimos ir andando y hacer un poco de ejercicio.

Maika también puso una cara rara cuando le contamos el plan y le dijimos que comeríamos fuera, y me pareció ver en Carlos una expresión indignada, dándose media vuelta sin pronunciar una palabra.

El caldero es un arroz con trozos de pescado recién cogido, un poco fuerte pero deliciosos y ellos lo prepararon bastante bien.

De vez en cuando miraban el cielo; se veían a lo lejos unas nubes grandes y negras y pronosticaron tormenta para la noche, o antes si se acercaban a más velocidad.

No lo debieron ver muy claro cuando decidieron no salir a dar la vuelta con la barca y pensaron que deberían avisar al patrón para que no se preocupase.

Iba a ir uno de ellos en la bici hasta el pueblo y luego regresaría, pero Ely les dijo que la casa de Maika estaba más cerca, a quince minutos en la bici y que se acercaría ella a ver a la niña, llamaría por teléfono al jefe y en media hora o así estaría de vuelta.

Como ya no íbamos a salir, se entretuvieron en enseñarme el barco grande, donde faenaban todos los días: los motores, la cabina con todos los instrumentos, en fin, todo lo de dentro y los aparatos que usaba el jefe para navegar y comunicarse.

La verdad es que era curioso, como estar debajo del capot de un coche bastante grande y no olía tan mal como decía Maika.

Nada mas salir a cubierta de nuevo, empezaron a caer goterones de lluvia grandes y lentos. Se oía como golpeaban contra las tablas de la embarcación, y el olfato se llenaba del olor de la humedad en el ambiente.

El mar empezó a agitarse y el viento sonaba con fuerza. Atravesamos el muelle de madera con paso rápido y a unos cincuenta metros de las casas, las escasas gotas se convirtieron repentinamente en el diluvio universal.

En el tiempo que tardamos en llegar a una de las casitas, buscar la llave entre las macetas y los tablones sueltos y conseguir atravesar la puerta, quedamos empapados.

Me sacudí como pude; mis ropas chorreaban y aunque afuera hacía calor, la humedad me daba una sensación de frío y notaba mis dientes golpeando entre si y mi cuerpo tiritaba.

Me llevaron a un sillón amplio y entre los dos, uno a cada lado, me daban calor y apretándose contra mí intentaban que no cogiera frío. Uno se levantó a ver si se podía hacer un fuego y el otro a buscar alguna manta o algo que abrigase. También ellos estaban mojados y se sacudían para ver de secarse algo.

Encontraron una estufa de gas, pero era muy pequeña, no llegaba a los tres y lo único que hacía era calentar los pies, lo que no era poco.

  • mira, es mejor que te quites la ropa y la ponemos a secar delante de la estufa. En un rato habrá soltado toda el agua y se irá secando.

  • no, prefiero seguir así. Estoy bien

  • vas a coger una pulmonía. Quítate la blusa y la falda, te quedas en bañador y mientras se te secan. Luego pondremos a secar nosotros la nuestra.

  • es que no puede ser.

  • pero ¿por qué? No seas cabezota. Cogerás mas frío así. Hay que secar esa ropa.

  • es que no traje bañador, solo la ropa interior.

Lo habíamos hecho a propósito para no quedarnos en bikini en la playa, solas con ellos dos y así no provocarles, pero no pensaba que me tuviera que tener que quitar la ropa y ahora no sabía que hacer. Notaba más frío cada vez, pero no quería quedarme en bragas delante de ellos.

Cada uno por su lado empezaron a subirme la camisa sin hacerme caso y se detuvieron un momento cuando apareció mi fino sujetador rojo, que al estar también mojado dejaba todo el pecho a la vista, como si no llevase nada.

Supongo que fue instintivo el gesto de uno de ellos de pasar la mano y tocarme con suavidad, porque enseguida volvió a su tarea de intentar sacármela por la cabeza, cosa nada fácil porque la prenda empapada, se pegaba a mi piel y tenían que ir separándola y tirando hacia arriba muy despacio. Me quité el sujetador que se había enredado entre mis pechos, recogiéndose y haciéndome daño y se lo di con la camisa.

La falda me la desabroché yo, puesta en pie y tiritando todavía. Era muy ajustada y no había manera de que se moviese ni un milímetro. Me quedé mirándoles impotente, y no les quedó más remedio que ponerse uno a cada lado, meter las manos por la cintura y enrollándola, ir bajándola despacio.

Era imposible. Mi trasero hacía de freno y tirando uno por cada lado a lo largo de mis piernas no conseguían rebasar el redondo obstáculo de mi culo sobresaliente. Nunca mas me volvería a poner faldas tan estrechas cuando amenazase lluvia, y si lo hacía, tendría que acordarme de no comer tanto.

Al final uno encontró la solución. Desde arriba y por atrás, metió las dos manos por dentro de la falda, con el dorso pegado a mi culo y tirando hacia él, la separó lo suficiente para rebasar las dos esferas redonditas y sacarla más o menos fácilmente por los pies.

Por supuesto, con la falda fueron también las bragas y cualquier otra prenda que yo hubiera podido tener. Cuando les vi mirándome embobados, con las manos en el aire, como deseando posarse allí mismo, en el vientre húmedo o en la suave carnosidad trasera, me di cuenta del desastre.

Hice lo único que pude en esos momentos. Me senté precipitadamente en el sillón, encogiendo mis piernas para taparme lo que podía, poniendo mis manos alrededor de ellas.

Colocaron toda la ropa con delicadeza en el borde de la mesa, sujetándola arriba con unas piedras para que no cayera y pusieron la estufa delante. Uno tuvo la feliz idea de colgar solo el sujetador y enganchar las bragas en el broche del extremo, para que quedasen más abajo, cerca de la estufa y se secasen antes.

Le gustó la idea y cuando se retiraba para ver el efecto, tuvo otra ocurrencia: les dio la vuelta para que la protección interior de algodón quedase a la vista y recibiese más calor. Tenía la forma de mis pliegues, como si fuera un calco de mi vulva. Se entretuvo en alisarla, estirando y planchando con sus dedos y cuando estuvo a su gusto la dejó frente a la estufa.

Se quitaron rápidamente la ropa, el pantalón y la camisa y estrujaron todo bien hasta que soltó casi toda el agua, poniéndolo en una banqueta detrás de mi ropa, para que le llegase algo de calor.

Sin quitarse los calzoncillos, menos mal, se sentaron rápidamente a mi lado para entrar en calor los tres juntos.

El día era cálido, a pesar de la lluvia que caía en tromba y sin la ropa mojada la sensación de frío fue desapareciendo. Sus cuerpos jóvenes me traspasaban su calor y poco a poco se empezaba a estar a gusto.

También pudiera ser que la estufa no fuera tan pequeña como parecía, o que calentase más de lo que aparentaba, porque al poco tiempo la sensación era de un calorcillo agradable.

Un rato después me notaba sofocada y el sudor pegaba nuestros cuerpos. Estiré las piernas, apoyándolas en el suelo, con mi mano todavía tapando mi pecho y la otra en mi sexo.

Se levantaron y se quitaron los calzoncillos, lo único que les quedaba ya, poniéndolos a secar con las demás. Uno palpó mi ropa, a ver si se iba secando y tocó otra vez la tela rizada de mis bragas por dentro, para ver su estado.

El ver a un hombre pasar sus dedos por esa parte tan intima, tocándola y repasándola, me hizo llegar a una asociación de ideas tan sumamente fuerte, tan erótica, que enrojecí de la cabeza a los pies.

Cuando regresaron para sentarse a mi lado de nuevo, me imagino que la estampa que yo ofrecía ante su vista, no es que fuera tentadora, es que debía de ser increíblemente atrayente y difícil de resistir por ningún hombre normal.

Las piernas juntas, una mano nerviosa entre ellas, que mas que parecer que estaba ocultando algo, aparentaba estar metida muy dentro, como si estuviera en un acto placentero. El brazo que intentaba tapar el pecho, solo impedía  ver parte de cada uno, pero al estar tan apretado dejaba escapar por arriba un buen trozo de teta redondita y morena, como si estuviera ofreciéndolas, mas que tapándolas.

Y la cara… tenía las mejillas rojas, notaba el ardor, donde todavía quedaba algo del sofoco anterior. Los ojos brillantes por el calor y a lo mejor el deseo y la boca ligeramente abierta, aspirando el olor de la lluvia y del mar, tan intenso y agobiante al estar mis sentidos tan sensibilizados y dispuestos a cualquier emoción o estimulo.

No soy tan inocente como para no haber pensado antes de salir ese día con ellos que, en algún momento, en algún instante propicio, ambos intentarían conseguir de nosotras algo mas que una tarde en agradable compañía.

Entonces estaba segura que entre las dos conseguiríamos que no pasasen de unos galanteos, unas palabras o unos roces. Ahora ya no estaba tan segura y si lo estaba era de otra cosa diametralmente opuesta. Las circunstancias habían cambiado por completo.

Sin ninguna premeditación, sin haberlo buscado ninguno de los tres, ni provocado de alguna manera, nos encontrábamos desnudos, solos en una habitación, incomunicados y con toda la tarde por delante para que alguno intentase algo más que esperar pacientemente a que se secase la ropa.

Lógicamente empezaron ellos, aunque no me cabe duda que mi actitud y la expresión de deseo, casi inocencia o desamparo, que se reflejaba en mi cara, les decidiese a dar el primer paso. Se dieron cuenta de golpe de que era el momento perfecto, el que ellos deseaban provocar o hacer llegar en algún instante de esa tarde y que pensaron que esta vez también se les iba a escapar y no perdieron ni un minuto en aprovecharlo.

Sentí como retiraban el brazo de mi pecho y éste quedaba libre ante sus ojos. Los pezones de punta, sobresaliendo de una aureola arrugada y casi inexistente, testigos traicioneros de mi excitación, fueron los primeros en recibir caricias y besos.

Conforme iban avanzando con sus manos y bocas por el resto de mi piel, no solo fueron las puntas de mis pechos las que delataron lo que realmente quería. Todo mi cuerpo se fue convirtiendo en cómplice involuntario de mis verdaderos deseos y se fue abandonando, estirándose lentamente hacia fuera del sillón y abriendo las piernas para que alcanzasen más abajo, más dentro de mí.

Por último mis manos acabaron por delatar lo que más necesitaba en esos momentos, al pasar reptando por encima de sus piernas, buscando y agarrando con fuerza sus miembros, para entonces casi verticales, que saltaron a su contacto. Los apretaba con mis dedos, afanosamente, intentando que crecieran mas, que se movilizaran, que desearan entrar en mí.

Una me sorprendió por su grosor. Debía ser la del chico que había estado con mi prima unos días antes, porque la otra me resultaba más familiar. Cuando la apretaba y quería abarcar con mi mano, apenas si llegaban a tocarse los dedos índice y pulgar. Mi mano no era muy grande, pero si para cerrarse en circulo en casi todos los penes que yo conocía.

Bajé la vista y la descubrí enormemente gruesa, las venas sobresalientes y la cabeza redonda y brillante. No me cabía duda de que acabaría entrando en mí y decidí reservarla para el final, para cuando mi abertura se hubiera acostumbrado  un poco a tener algo dentro.

Me agaché, reclinando mi cuerpo hacia atrás, dejando el camino libre al otro, y acerqué mi cara, posando mis labios en la punta, de la que empezaba a salir algo de líquido pegajoso.

Su compañero solo tuvo que levantarme un poco la  pierna derecha y quedó ante él la vulva abierta y sonrosada, ya bastante mojada entonces, y no por el agua de la lluvia precisamente. Cambió de mano para sujetarme la pierna levantada y despejada mi entrada y con la otra se ayudó para dirigir el pene hacia ella. Cuando la punta estuvo dentro, separó un poco los labios y se aseguró de que ya no se saldría, agarrándose de mi cintura para apoyarse y poder hacer mas fuerza.

Entró del todo y sentí como me calentaba al introducirse, llegando hasta el fondo, hasta que no pudo continuar. Quedé paralizada entonces, como en éxtasis, con la polla del otro apretada contra mi mejilla y sintiendo sus manos por mi espalda y el borde de mis pechos.

El pene se movía lento en mi interior, intentaba darme placer sin precipitarse, para no acabar demasiado pronto. Se veía que estaba pendiente de  mis gestos de gusto, de mis reacciones y de mi preparación para sentirle más y mejor, porque dosificaba sus movimientos cuando se notaba demasiado excitado.

Pude prestar atención entonces a lo que tenía entre manos, o mas bien entre dientes, porque a pesar de no ser algo que me gustase precisamnente, mi excitación me impulsaba a meterme la polla del otro en la boca y chupársela y acariciarla con la lengua. Nada mas cabía dentro de mi boca entonces, mis labios distendidos eran un fino círculo alrededor del grueso instrumento.

Lo sacaba a veces y le daba besos y lametones, hasta que tuve que soltarle para agarrar algo en que sujetarme mejor y que mi cuerpo no resbalase del sofá ante la llegada de los involuntarios y descontrolados movimientos que me invadieron al venirme las primeras sensaciones del orgasmo.

Mi cuerpo se convulsionó y gemí y grité cuando todas las sensibles terminaciones de mi vagina, trasmitieron al resto de mi cuerpo y a mi mente las sensaciones que recibían del pene de aquel hombre. Mis puños se cerraban con fuerza a la tela del sillón y saltaba y me agitaba en el aire como si tuviese muelles.

Se salió de pronto y sentí los chorros de esperma en mi espalda y trasero, y él se reclinó en el sillón, respirando con fuerza, muy cerca de mi cara.

El otro ya se había levantado y giró un poco mi cuerpo hasta quedar hacía arriba, luego separó de nuevo mis piernas y acercó su pene. Lo fue metiendo a impulsos y empujones breves, ensanchando poco a poco mi cavidad, que se iba adaptando a su grosor.

Sentí sus bolas pegadas a mi trasero y pensé que no había sido tan difícil ni doloroso recibirlo todo. Entonces se retiró un poco para volver a empujar y parecía como si toda la piel de mi interior se retrajera con él y se extendiera a continuación. ¡Qué dolor!

Siguió despacito, y el dolor disminuía levemente. El organismo, sabiamente, lanzó más flujo en la zona de fricción y la entrada y salida del pene se hizo más fluida y confortable. No tardé mucho en notar como el sufrimiento cambiaba a placer y me agarré a su cuerpo con ansía.

Mas que sentir el orgasmo, la sensación era de hartura, de estar llena, repleta del miembro de ese hombre. Cuando me movía por el placer que me daba, era como si estuviera anclada a ese grueso órgano que me impedía ni siquiera girar hacia los lados y cuando se salió para vaciarse en mi vientre fue como una liberación, como cuando alguien se libra de algo molesto, casi como una embarazada cuando su hijo sale por fin.

Quedé a gusto y feliz, muy manchada por ambos, pero satisfecha y gozosa y en ese momento la lluvia empezó a aflojar su intensidad y los primeros rayos de sol de esa tarde iluminaron la habitación donde nos encontrábamos.

Me di cuenta de que me habían ensuciado todo el cuerpo, pero por lo menos no se habían corrido dentro, tuvieron ese detalle por si estaba en días peligrosos. No me podía vestir así y en aquel chamizo no había baño ni agua. De pronto miré hacia fuera y la lluvia caía mansamente y las nubes iban desapareciendo.

Salí corriendo al tablado que hacía de acera y dejé que el agua cayese sobre mi cuerpo, me froté con las manos, limpiando como pude toda la porquería que me cubría por la espalda y el vientre, hasta que la ducha natural fue reemplazada por un sol esplendido que sacaba vapor de mi cuerpo, secándolo y calentándolo.

Me movía y correteaba feliz, para entrar en calor y secarme antes y desde fuera les pregunté si se había secado ya la ropa. Lo mejor sería vestirse antes de que les volviese a entrar ganas y mi cuerpo desnudo les tentase de nuevo.

Me acerqué a la puerta entre saltos y contorsiones, ya prácticamente seca para ver si me podía vestir. Ellos habían estado siguiendo todas mis evoluciones, mis pechos saltando, mi cuerpo desnudo brillando ante los rayos del sol y me quedé parada en la puerta en uno de mis retozos al ver que sus miembros estaban de nuevo tiesos, verticales y ellos se lo cogían con las manos, listos para empezar de nuevo la juerga.

No me hubiera importado seguir toda la tarde haciendo el amor pero sabía que me iba a arrepentir y me sentiría desgraciada a continuación. El cuerpo me dolía de las posiciones extrañas en el pequeño sillón y el interior de mi sexo me escocía ligeramente por la última invasión. No, no quería volver a hacerlo. Esa tarde había sido perfecta y no quería estropearla con más juergas de las que mi cabeza podía soportar.

Entré ante su vista azorada y con el deseo reflejado en su cara, me dirigí directamente al montón de ropa colgada de la mesa y comprobé que estaba seca y caliente y me fui vistiendo sintiendo sus ojos pegados a mi cuerpo. Lo hice rápidamente, de cualquier manera, intentando ocultar mi cuerpo cuanto antes y cuando me puse las zapatillas pude mirarles por fin a la cara.

Estaban resignados y además tampoco podían pedir más. Puede que quisieran seguir, pero tampoco habían salido tan mal de esta tarde de pesca frustrada. Me dirigí a la puerta y eché a andar por el camino. Acababa de abandonar la zona de playa y aparece una bicicleta y mi prima encima pedaleando tranquilamente hacia mí, con su bañador blanco y una camisa colgada atrás.

  • ¿ya se acabó la juerga? Eres una egoísta, seguro que no me has esperado.

  • Pues la verdad es que no, no he podido esperar, pero mientras llegabas les he estado preparando para cuando tú llegases. Te están aguardando ahí dentro en pelotas, vete quitando la ropa por el camino, no creo que puedan aguantar más.

  • ¿lo dices en serio? ¿Sabían que volvería? Te quiero. Vamos para allá.

  • no, yo ya no puedo mas y además tengo que volver a casa a ver como esta mi hijo.

  • ¿estás segura? Me da vergüenza ir sola, van a saber qué es lo que voy a buscar ahí dentro.

  • ¡venga ya! A estas alturas todos sabemos lo que queremos, venga, no se te vayan a enfriar.

Miró hacia la casa y les vio asomados a una de las ventanas, mirando en nuestra dirección. No sabía si seguir pero yo les llamé y les dije que se asomaran a la puerta. Un poco indecisos, tapándose un poco por delante con las manos salieron al exterior y allí quedaron con la cabeza gacha.

Ely bajó de la bici y acercándome a ella le bajé las tiras del bañador y se lo saqué por los pies, doblándolo con cuidado. Recogí también la camisa y la puse a un lado.

  • ale, ya estáis iguales, ve y pásatelo bien, yo te guardo la ropa mientras para que no te la manchen

Echó a andar lentamente, llevando la bici de la mano y supongo que excitándose a la vista de los dos hombres desnudos que, al verla acercarse  hacia ellos como una moderna Lady Godiva, resucitaron y las manos dejaron de ser suficientes para ocultar su tremenda erección.

Yo la seguí mientras se alejaba de mí, con su cuerpo moreno y menudo y su trasero blanquito hasta que llegóo a la casita y dejó la bici tirada a la puerta. Esperé un rato a ver si pasaba algo o salía, pero estaba claro que no iba a ser así.

Entonces me senté en una piedra y me quedé mirando el mar pensando y relajándome: me quedaba todavía un buen rato para que dentro de la cabaña ocurriese todo lo que tenía que ocurrir.

Esa tarde, todos seriamos felices por duplicado y si Ely aguantaba podía llegar a ser algo más. Hasta los peces que se habían librado del anzuelo serían felices. Había sido un buen día de pesca para todos.