Desmadre sexual en un verano ya lejano - 20

Final de la reunión convertida en casi una orgia sexual, en la que intervengo ya de buena gana. Todo fuera por recordar viejos tiempos

Aniversario 4

Nos acabamos de vestir y marchamos los tres del brazo. Íbamos contentos, sabíamos que esa noche no nos faltaría alegría a ninguno de los tres.

La cena fue un éxito y el baile estuvo animadísimo. Todos nos sentíamos jóvenes aún y lo demostramos esa noche. Yo bailé con casi todos aunque mi principal pareja fue él.

Hubo dos o tres detalles, mas que golfos, a estas alturas y después de tanto tiempo, digamos que graciosos. Uno de los chicos, en mitad del baile, bajó sus manos y me agarró todo el culo, apretando y como sopesando el material.

  • sigues teniendo el mismo par de nalgas de siempre, igual de duro e igual de hermoso.

Deduje que en alguna de aquellas fiestas me lo había hecho igual y me lo tomé como una galantería. Otro me dijo:

  • me gustaría saber si sigues comprando esas bragas tan bonitas que tu siempre usabas. Me mata la curiosidad.

No le hice mucho caso, pero me insistió tanto, que al final acabé llevándole a un aparte y levanté mi falda por delante para que viera mis bragas claritas y caladas y verificara que no había cambiado demasiado en ese aspecto. No quise enseñarle por detrás porque eran demasiado estrechas: tenía todo el culo al descubierto. El tercero fue algo más grosero.

  • ¿a que no sabes de quien fue la primera polla que se metió en tu chochito hace diez años?

  • dicho así me hace pensar que pudo ser la tuya, pero es imposible. ¿Porque tú eras marica, no?

Siempre hay gente inoportuna y maleducada en todos los lados. Pero no me iban a fastidiar la fiesta. Decidí no bailar mas que con Raúl, y dejar de intentar quedar bien con el resto. Me traían todos sin cuidado.

Muy pegadito a mi oreja, me susurró.

  • ¿sabes qué me gustaría está noche?

  • no Raúl, tú también no. Acabemos la noche como siempre. Como amigos.

  • he estado tantos días pensando en estos momentos, junto a ti, bailando los dos bien pegaditos y lo que podíamos hacer toda la noche, hasta el amanecer.

  • me haces sentir mal. Me parece que piensas de mí que soy fácil, que voy caer rendida a tus pies. Eso es tratarme como a una f..

  • no. No lo digas. Me ofende que se te pase por la cabeza que yo pueda pensar eso de ti. Has sido mi amor platónico durante todos estos años y siempre he pensado como sería volver a pasar otra noche contigo. Otra noche y luego olvidarme de ti o morirme.

  • se nota que eres escritor y trágico, además.

  • no bromees. Es un sentimiento lo que yo tengo, no un deseo o una pasión momentánea. Es algo muy hondo.

Se me ocurrió que yo también había puesto grandes expectativas en aquella celebración pensando que me podía encontrar con él y revivir momentos felices del pasado. Es posible que yo también deseara repetirlos.

De todas maneras, yo andaba muy pendiente de Pilar, sentada sola en una mesa, mirándonos mientras bailábamos. Raúl la sacó un par de veces y en una ocasión me acerqué a ella y le subí la falda, dejando sus piernas al aire.

  • enseña el material, hazte propaganda.

Ella se rió, pero se volvió a tapar cuando yo la solté.

Le pedí a Raúl que la incluyéramos en nuestros planes, no quería dejarla sola esa noche. Cuando regresamos al hotel, íbamos los tres cogidos del brazo, y nos dirigimos a la habitación de ella.

La desnudé poco a poco, con la colaboración de Raúl y la tendimos en la cama. Nosotros nos habíamos quitado algo de ropa, para no hacérselo muy violento y nos dedicamos, entre los dos a excitarla y prepararla.

Pensaba que ella querría rematar aquella noche, dejando sentado en su mente que podía acostarse con otro hombre, seguir queriendo a su marido y continuar una vida normal, sin remordimientos ni ideas arcaicas sobre su papel como mujer sumisa y propiedad de un solo hombre.

Estaba deseando amor y nosotros se lo dimos. Yo la acaricié y besé, recorriendo todo su cuerpo con mis labios, y Raúl la penetró cuando vio que ya no aguantaba más y necesitaba un hombre que rematara su goce con la posesión de su sexo.

Tuvieron un orgasmo maravilloso y yo volví a ver esa cara de felicidad en ella, que tanto y tan bien me describía mi marido. No sentí celos. No quería a Raúl, ni lo consideraba mío. Era él quien me tenía como de su exclusiva propiedad, y a pesar de ello, cuando yo se lo pedí y al ver rendida bajo él a otra mujer, deseosa y húmeda, rendida a sus atributos de macho, no lo dudó y la poseyó, y disfrutó con ello y se entregó a aquel acto primitivo y eterno de dominarla, introduciendo su pene y juntando sus sexos, hasta que ambos sucumbieron al placer.

La dejamos dormida, y a medio vestir, nos retiramos a mi habitación. Él quería hacerlo conmigo, pero le convencí de que sería mejor y más bonito, por lo menos para mí, que nos limitáramos a acostarnos y dormir juntos, abrazados toda la noche, para demostrarme que lo que quería de mí no era únicamente sexo, sino cariño y respeto, y que era capaz de dominar sus impulsos.

Se recostó un poco sobre mi, sin ponerse encima del todo y yo me quedé dormida. Sentí entre sueños como su pene se recuperaba y crecía, golpeando contra mi muslo a impulsos contenidos pero imparables y entonces él resistió la tentación y se echó a un lado, dejando su mano sobre mi pierna.

Cuando me desperté de mañana seguía prácticamente en la misma posición y su respiración sosegada denotaba que al fin se durmió tranquilo

Pasé mi pierna sobre la suya, como hiciera él anoche, y busqué su pene con mi mano. Estaba pequeñito y arrugado. Solo lo apreté un par de veces, intentando bajar su capucha, y en cuestión de segundos se animó.

Se estaba muy a gusto en la cama, calentita, con la pereza del que se acaba de despertar. El cuerpo de Raúl era cálido y juntarme a él y sentirlo, era una sensación agradable. Era un momento de sensualidad y erotismo muy fuerte y me apreté mas contra él, moviendo mi pierna sobre la suya, restregándome contra él y apreciando cada poro de su piel a través de la mía.

Ahora comprendía después de tantos años los despertares de mi marido, resistiéndose a dejar el lecho, tocándome casi con urgencia, con prisa por recordar cada rincón de mi cuerpo, su pene erecto, apretándose contra mi, con ansia, mojándome, como dándome a entender que estaba listo si yo lo deseaba.

Raúl se fue despertando, dándose cuenta de la situación y de mi calentura, pero se quedó quieto, dejándose hacer.

Yo seguía dando un suave masaje a su pene, que crecía y crecía, cada vez más. Notaba las venas resaltando sobre el resto, que ya había adquirido una gran dureza.

Palpitaba en mi mano y yo no podía dejarlo ya. Estaba cada vez más frenética, casi desesperada, y entonces, por fin, él intervino, me separó ligeramente y se puso a acariciarme y besarme.

Ahora fui yo la que se quedó quieta, aceptando sus manos sobre mí y esperando ansiosa que decidiera dar el siguiente paso. Lo hizo con mucha calma, deleitándose en cada movimiento, como queriendo que no acabase nunca.

Solo cuando estuvo bien seguro de mi mirada de deseo, se colocó sobre mi y fue entrando también con parsimonia, viendo el efecto que me causaba. A cada centímetro que metía, paraba para ver mi reacción. Yo levantaba el pubis, para intentar que entrase un trozo más, y él empujaba otro poco entonces.

De pronto, con la misma lentitud que había entrado, se salió completamente y se tumbó boca arriba, pidiéndome que fuera yo la que entrase en él. Quería poder acariciarme con sus manos, tenerme de frente y poder tocarme mejor.

Me senté encima de él y con la mano mantuve su miembro quieto mientras me colocaba. Cuando entró la punta, le solté y bajé rápidamente, hasta que la sentí toda dentro.

Pasaba sus manos por mis pechos, girándolas alrededor de ellos, pellizcándome ligeramente la punta, que se volvía sensible y encogía a su tacto. Luego las bajaba por mis costados, abriéndose en la amplia curva de mis caderas, que se extendían por encima de sus piernas.

Me incliné un poco hacia él. Necesitaba sentir el contacto de su pene en mi clítoris, muy difícil en esta posición. Le sujeté con una mano mientras me frotaba contra él, ya en contacto mi punto sensible con la redondez de su miembro.

Entonces empecé a sentirlo y me moví rápidamente, como si cabalgara, ya no necesitaba estímulos, las paredes de mi vagina se encontraban sensibilizadas al contacto con su pene y lo notaba en cada centímetro de mi interior.

Lo veía llegar, notaba esa excitación imparable y necesité coger aire para no desmayarme. Mi cuerpo se inclinó hacia atrás y me tuve  que apoyar en él, poniendo mis manos sobre sus rodillas.

Sentí sus manos en mis pechos mientras todo mi cuerpo se agitaba en convulsiones, como un látigo, que me acercaban mas a mi placer y estallé de pronto, moviendo la cabeza hacia atrás, la cara hacia el techo y mi vientre contrayéndose y avanzando sobre el eje de su miembro.

Supongo que él también lo sentiría, porque me pareció que se agitaba bajo mis caderas, pero no me di cuenta, aislada de todo lo que no fuera mi orgasmo y satisfacción.

Me hubiera caído de espaldas si no llega a ser porque me atrajo por los brazos tumbándome sobre él, y abrazándome contra su pecho.

Me debí de quedar dormida, no me enteré cuando se levantó, pero me di cuenta en algún momento que algo hurgaba en mi vientre, haciéndome cosquillas.

  • ¿Qué haces?

  • chisttt… calla. Te estoy depilando. Quiero que te lleves un recuerdo mío. No te muevas que te puedo cortar.

Siguió con su operación y ni siquiera me atreví a mirar hacia abajo.

Cuando acabó, me pasó una toalla húmeda por toda la zona y luego se dedicó a pasar su cara y su lengua por todo mi pubis rasuradito, estaba enormemente sensible, sin la defensa del pelo que la protegía y a cada repaso que me daba con la lengua soltaba un pequeño gemido y me estremecía toda.

No pensé que tuviera tanta sensibilidad en esa parte, siempre cubierta e inaccesible directamente, pero notaba las rugosidades de su lengua como si la estuviera metiendo en mi interior. Cerré los muslos, aprisionando su cabeza, nerviosa y demasiado excitada. Tenia que decirle a mi marido que me lo hiciera algún día, era fabuloso.

Cuando abrí los muslos y puse las manos sobre su cabeza, apenas podía contener mi agitación y las convulsiones del primer orgasmo me llegaron incontenibles.

Me vi en la ducha, cuando me metí una vez que él se hubo marchado. Me había dejado completamente lisa y se veía mi rajita perfectamente, destacando en el montecillo de mi vientre. Parecía una recién nacida, nunca yo me lo había afeitado por completo, siempre me dejaba un poco, cortito, pero algo, supongo que por vergüenza.

Si, sería un recuerdo. Y tendría que pensar en algo para explicarlo. Mi marido siempre se fija en todos esos detalles de mi anatomía y detecta el más mínimo cambio. Un buen recuerdo.

Entonces se me ocurrió una idea perversa. Agarré los útiles de afeitar, me puse un albornoz rápidamente y salí al pasillo, dando unos toques con los nudillos en la puerta de la habitación de Pilar.

Me abrió somnolienta, con un camisón enorme puesto y los ojos casi cerrados. La llevé a la cama y no la dejé tumbarse hasta que se lo pude sacar por la cabeza. Tenía las bragas puestas, se las debió de poner después de que nos fuéramos, sin lavarse, porque tenia manchas de semen y olía mal.

No me importó. Se las quité, la tumbé en la cama y abriéndole las piernas empecé a echarle jabón por su vientre. Se removió al sentir el frescor de la crema húmeda.

  • ¿qué haces?

  • dejarte un recuerdo. No te muevas, que te puedo cortar.

La dejé perfecta, lisa como el culito de un niño. Le pasé la toalla fresca, por si le escocía y para limpiarle un poco los restos de anoche y después le apliqué el mismo tratamiento que Raúl a mí.

Bajé mi cara hacia su vientre y le pasé la lengua por toda su piel recién depilada, acaricié con mi cara su vientre sobresaliente y liso, suave todavía por la crema de afeitar y húmedo de la toalla. Introduje mi cara entre sus pliegues, la besé, la chupé con mimo, abriendo su rajita y buscando el clítoris.

Ya estaba mas despierta y tiró de mí hacia arriba.

  • ¿Qué haces? No está bien.

-¿por qué no esta bien?  ¿No te gusta?

  • es algo prohibido. No podemos hacerlo.

  • si, si tú quieres. Dime que no deseas hacerlo y te dejo. Sabes que lo deseas. No te contengas, déjate llevar…

Me abrazó casi con desesperación, besó mi cara, mis labios, acarició mi pelo y mi pecho con sus manos. Me miraba, no con amor, pero sí con pasión, con ansia de poder expresar libremente sus sentimientos, por dejarse llevar por la atracción del momento. Parecía que se hubiera liberado de un gran peso, de prejuicios antiguos y enseñanzas infantiles prohibicionistas de todo lo que pudiera representar placer y dicha. Se tumbó en la cama y se quedó boca arriba, dispuesta a que hiciera con ella lo que quisiera.

Nos conocíamos hace mucho, nos veíamos con frecuencia en Madrid y charlábamos. Éramos amigas y nos gustábamos, pero nunca había pensado que nos íbamos a acostar juntas y hacer esto. Yo ahora deseaba hacerla feliz. Y saber que se siente al hacer el amor de verdad con una mujer, notar su sabor, hacerla vibrar y desear que reciba el placer del sexo por tus manos.

La besé por todo su cuerpo, desde el pecho hacia abajo y volví a poner mi cara en su vientre y a meter mi lengua en su sexo. Abrí con los dedos la parte exterior y miré con curiosidad. Destapé el botón redondito del clítoris y posé mi lengua sobre él. Vibraba a mi contacto y gemía de deseo.

Olía a mujer, a sexo, a intimidad. Era un olor fuerte, diferente, que avivó mis ganas de seguir ahí abajo y de conseguir que sintiera lo mismo que le hacía sentir su marido. La besaba y la mordía con suavidad, sabía como hacerlo para que la gustase y paraba de vez en cuando para que durase lo más posible.

Llegó un momento en que ella no pudo aguantar mas, necesitaba liberarse y sentirlo de una vez y entonces colocó sus manos sobre mi cabeza y la apretó contra su vientre para que no me retirase. Y yo seguí besándola en su punto de excitación, cada vez mas sobresaliente y casi duro, perceptible al tacto de mi lengua entre la piel suave del interior de su vagina.

Conseguí que tuviera un orgasmo tremendo, se retorció de tal manera que toda la ropa de la cama acabó en el suelo y quedó exhausta y casi desmayada a mi lado.

Dormitamos un poquito y ella me acariciaba la cabeza encima de su vientre, con mi cara todavía muy cerca de su sexo, que todavía estaba ardiendo y palpitante.

Mientras nos duchábamos las dos juntas en su habitación, se tocaba y miraba. Estaba desconcertada: nunca se lo había tocado, jamás se recortó ni un pelo y ahora lo tenía completamente calvo.

Al vestirnos, se demoró antes de ponerse las bragas y seguía mirándose, sin saber si taparse y seguir vistiéndose o continuar mirando la operación que  había efectuado en ella. Al final se le ocurrió la misma tonta idea que a mí hace unos instantes:

  • ¿y como le explico ahora yo esto a mi marido?

  • dile que ha sido tu amante. Que quiso dejarte un recuerdo para ambos, para que lo disfrutéis en compañía.

Dudo mucho que fuera capaz de decirle eso, pero era una buena frase para decírsela yo a mi marido cuando me preguntase.

  • ¿nos veremos otra vez?

  • ¿quieres decir que si repetiremos esto?

  • sí. Más o menos.

  • no sé. No creo que sea buena idea. Por supuesto que seguiremos viéndonos, como hemos hecho todo este tiempo hasta ahora, pero no había un interés o un deseo. Solo una buena amistad. Cuando estés con tu marido te reirás de todo esto.

  • sí, tal vez sí. He cumplido una fantasía y he recibido contestación a preguntas antiguas, resuelto algunas dudas que me asaltaban. Tú me has ayudado a ello y te quiero. Seremos buenas amigas, como siempre.

Salimos del hotel del brazo, hacía la estación del tren, y ya no teníamos la mente en otras cosas más que nuestro hogar y nuestras familias. Yo no quería repetirlo y ella supongo que dentro de unos días se daría cuenta del error de intentar seguir por el camino del sexo en una amistad de tantos años como la nuestra.

De todas formas, si alguna otra vez surgía la ocasión…