Desmadre sexual en un verano ya lejano - 18

Continúan los reencuentros con antiguos compañeros, y seguimos con las mismas ganas de sexo que hace diez años, debe ser que me gusta practicarlo.

Aniversario 2

Cando me atrajo con sus brazos, sus tetas casi me echan para atrás. Era como un obstáculo entre ambas, pero un obstáculo blandito y cálido. Mis pezones se pusieron de punta y entonces más que nunca decidí no corresponderla.

No la importó que no participara. Puso las manos sobre mi trasero, con las palmas abiertas y cogiendo todo lo que podía, y detuvo el beso para preguntarme.

  • ¿y sabes que es lo que me gustó de ti entonces?

No hablé, solo hice un ligero gesto con la cabeza, negando.

  • Tu culo redondito y respingón. Tus bragas de fantasía, cada día distintas y que te desnudabas con la misma facilidad que yo, porque no sé si te acordarás, pero yo no me quitaba las bragas para dormir y tu sí. Siempre dormías desnuda.

  • Y sigo haciéndolo.

  • ¿y sigues usando el mismo tipo de bragas?

En vez de contestar, me separé de ella y me levanté la falda. Si, utilizaba el mismo modelo de bragas, de fantasía, como ella decía. Las de hoy eran azul fuerte, todas de encaje y tan estrechas por atrás, que cuando me levantaba del asiento me las tenía que sacar de la raja del culito, para que no me molestasen.

Se volvió a acercar y me besó de nuevo en la boca, pero está vez colocó sus manos en mi trasero y metiéndolas por debajo de la tela de las bragas me acarició la piel desnuda, metiendo sus dedos por la raja trasera y separando los dos cachetes, abriéndome a ella.

A ella y a David, que lo estaba viendo todo, sin decir nada y ahora se acercó por detrás y levantando la falda, puso sus manos en la parte delantera de las bragas, subiendo y bajando, acariciando mi piel por encima del elástico y metiéndolas por dentro, casi sin que yo me diera cuenta.

Me moví un poco inquieta ante estos manejos y David se retiró, y poniéndose detrás de Mónica, como antes conmigo, pasó sus manos por entre ambas, desabrochó su pantalón y se lo bajó hasta el suelo.

Ella seguía a lo suyo, o mejor, a lo nuestro, puesto que yo ya la estaba besando también, pensando que me gustaba y que le daría un poco de capricho y luego le pediría que me explicase como hacían esas cosas de intercambios y demás, de qué manera buscaban a sus víctimas o mejor dicho, compañeros de sexo.

David la estaba desnudando. Notaba sus manos rozar mi pecho mientras le desabrochaba la blusa y le retiraba el sujetador. Excepto esos ligeros roces, a mi no me tocaba, solo a ella y no se detuvo hasta que la desnudó por completo.

Paré para tomar un poco de aire y ver su cuerpo, ya sin nada de ropa, iluminado por la luz del techo, que al llegar a su pecho llenaba de sombras casi el resto del cuerpo. Ella me acariciaba mientras yo la miraba. Apenas había engordado; un poco más llenita sí que estaba y su piel era blanca completamente. No debía haberla dado ni un rayo de sol en todo el verano.

Me obsesionaban sus tetas. Las miraba y remiraba. Siempre se le habían caído un poco, era imposible sujetarlas y a pesar de ello parecían erguidas por la forma del pezón. Era grande, en punta y rodeado de un pequeño círculo apenas más claro y escasamente sobresaliente.

Daba la sensación de estar apuntando hacia delante, a no ser que las vieras de lado y entonces te dabas cuenta de que su posición, bastante arriba del seno, hacía ese efecto.

No me pude reprimir y se los toqué. Estaban duros y muy lisos, al rozar el pezón, apenas tuvo ningún cambio, mientras que yo notaba en los míos como me afectaba su contacto. Los sentía pegando contra la tela del sujetador, crecidos y arrugados, la aureola encogida y con toda seguridad marcándose bajo la camisa, demostrándoles lo excitada que me encontraba.

David se había retirado y ella me llevó de la mano hasta la cama y nos sentamos en el borde, luego volvió a colocarlas sobre sus pechos y puso las suyas en mis piernas, como descansando. Me atreví a dirigirle la pregunta que llevaba pensando desde hace un buen rato.

  • cuéntame, como hacéis eso de los tríos y demás. ¿Con quién lo hacéis? ¿Cuándo buscáis a alguien… como sabéis que no os va a rechazar?

  • pues es muy fácil. Si es un hombre, hago yo de reclamo. Como ves tengo un buen par de reclamos. Si el hombre que nos gusta, me mira sin importarle que mi marido esté delante, seguro que está dispuesto a aceptar.

  • ¿y con mujeres también lo hacéis?

  • también, y a veces el reclamo es David, pero generalmente también soy yo. Mis pechos atraen más a las mujeres que a los hombres. No crees…

  • y una vez que os reunís y estáis de acuerdo, ¿qué ocurre?

  • pues a veces todo queda en unos toques, un magreo desnudos. Si no quieren participar miran como lo hacemos David y yo, y lo normal es que ahí se incorporen al juego.

Mientras hablaba me estaba desabrochando la camisa, sin quitármela y la falda, pero no hizo ningún ademán de despojarme de ninguna de las dos. Eso me tranquilizaba y me permití seguir interrogando:

  • ¿y eso no os afecta a vuestra vida en común? Hacerlo con otra gente y estando delante el otro. ¿no es un poco violento?

  • ¿quieres probar?

Esa era la duda. ¿Había aguantado hasta ese momento para irme ahora?

No, estaba claro que no. ¿Entonces para que estaba allí? Para acostarme con un tío tampoco, ni hacerlo con una mujer. No era eso.

Me había visto en alguna grabación que había hecho mi marido, teniendo sexo con él e incluso una vez, sin que yo lo supiera, con otro, creo que era con un alemán y no me acuerdo donde.

Lo que si me acordaba, porque se encargó de señalármelo bien mientras lo veíamos juntos, era mi cara, los gestos de mi rostro al sentir el placer, la expresión de felicidad al notar el orgasmo y al acabar, la caída de mi cuerpo y la relajación de mis facciones.

Quería verlo en otra mujer. Necesitaba ver esa expresión y como se desarrollaba todo el acto y desde el principio supe que este era el momento, pero no podía ser yo la que lo propusiera. Me daba vergüenza dar ese paso. No quería que me considerara una pervertida o una persona rara  o viciosa.

Entonces se me ocurrió la contestación adecuada, porque era la verdad:

  • me gustaría acompañaros, pero no es mi intención tener sexo con ninguno de los dos. Si no os importa, me gustaría ver como lo hacéis y colaborar en lo que me digáis, pero sin el acto sexual. Si no os parece bien, me voy sin molestaros más.

  • claro que nos parece bien. Solo te pedimos que te quites la ropa, nos gustaría verte más ligera y que si en algún momento quieres juntarte a nosotros lo hagas sin ningún problema.

  • de acuerdo.

Eso es lo que yo quería. Quedarme un poco al margen, aunque no como una mera espectadora, como detrás de un cristal, sino en primera línea. Me separé un poco y me quité solo la camisa y la falda, pero me dejé la ropa interior.

Ellos se tumbaron y empezaron a besarse. David la acariciaba y la besaba, metiendo los dedos en su conchita y ella se agitaba y daba pequeños grititos, que a mí me parecían un poco exagerados. Era como si estuviera actuando delante de mí, lo consideraba un poco teatral, pero parecía que su placer se incrementaba al tener espectadores, el saber que era casi público les enardecía mas.

Yo estaba apoyada en la cama, de rodillas en el suelo y Mónica estiró la mano, agarrando la mía. Era fabuloso: sentía el calor que la iba ganando a través de sus dedos y sus movimientos espasmódicos se transmitían por su piel hasta la mía.

Me fui identificando con ella, y cuando David bajó a lamer su sexo me acerqué a su pecho y metí mi cara entre ellos. Notaba un raro estado de excitación. Ella me besaba la cabeza y me agarraba del cuello contra su pecho.

David empezó a subir, ascendiendo por su cuerpo y nuestras caras se juntaron en el pecho de ella. Me beso en la cara y buscó mis labios. No era lo que yo quería y me retiré, quedando otra vez de espectadora a sus pies.

Me pareció verles ya calientes y dispuestos y así debía de ser, porque él tenía el pene completamente erecto y  buscaba la entrada de su concha con precipitación.

Luego pensé que debía estar haciendo también un poco de teatro, igual que ella, porque no acertaba y movía su mano, con el pene agarrado, de forma nerviosa, pero en ese momento no lo dude mucho. Me acerqué rápidamente, tomé su herramienta con una mano y con la otra le abrí a ella con dos dedos y se la fui dirigiendo con precisión hasta que la tuvo toda dentro.

Me costaba soltarla, era agradable sentirla y creo que con ese acto yo estaba tan metida como ellos en toda la situación. El caso es que cuando entró parte de mi mano en su interior, agarrada al pene de él y sentía su humedad, y el pene y mis dedos avanzando poco a poco, me entró una calentura increíble e hice una cosa que nunca pensé que fuera capaz de hacer.

David se había tumbado sobre ella a lo largo y, un poco con el cuerpo en vilo, sin apoyarse totalmente, haciendo los movimientos con su pelvis de entrar y salir. Puse mi cara en su culo, que se movía adelante y atrás y le agarré con las manos por las caderas. Oía de cerca el chapoteo de ambos sexos en contacto y sentía sus músculos tensionarse cuando empujaba.

Fui ascendiendo por su cuerpo, pegándome a su espalda y me agarré a él con todas mis fuerzas. Subía y bajaba, él no notaba apenas mi peso y me hubiera gustado tener yo también un pene y hacerla eso a ella, como me lo habían hecho a mí tantas veces y como ahora simulaba estar haciéndolo, participando, como me dijo, sobre el cuerpo de David, como si fuera yo el que la follaba.

Mi cuerpo sudaba, contagiado del calor del hombre que tenía debajo y con ello mi calentura interior aumentaba. Pararon y quedamos los tres en esa posición unos segundos; después, él levantó un poco el culo y se salió de ella.

Me recosté a un lado de la cama, junto a ellos. Mónica volvió la cabeza hacia mí y librándose del cuerpo de David, se me acercó y me besó con furia en la boca.

No la pude ya rechazar, me agarré a su pelo y restregué mis labios contra los suyos, juntamos nuestras mejillas y sus pechos aplastaron los míos y sentí su cuerpo friccionándose conmigo y me transmitió, igual que antes, toda su pasión y su ardor.

David la separó un poco, levantándola el trasero y dejándola apoyada en sus rodillas, pero su cara y su pecho seguían pegados a mi cara y mi pecho.

Así, con el culo levantado, la debió penetrar porque la oí quejarse ligeramente y noté el envite de algo contra ella y su cara dar un pequeño golpe en la mía.

Gemía y suspiraba en mi oído. Sus ayes eran apagados y suaves y cada vez que se le escapaban, un golpe de cálido aliento se metía por mi oreja, recorría todo su interior y llegaba a mi cerebro. Eran diferentes de los sonidos que emitía mi marido cuando, pegado a mi cara, se esforzaba por darme placer y sus esfuerzos y movimientos se acompañaban de una respiración agitada y alborotada.

Lo que estaba oyendo eran los mismos sonidos que yo emitía en la misma situación. Eran los sonidos de una mujer que sentía su placer y como sus nervios se tensaban y alteraban por la llegada de un gozo superior a lo que nunca se puede sentir de otra forma y que acabaría explotando en forma de orgasmo, de ese orgasmo liberador después de la enorme tensión acumulada en su cuerpo por los movimientos de su pareja en su interior.

Se apretó más a mí en el momento en que le vino, y sus convulsiones agitadas las sentía como si fueran mías. Yo también quería sentirlo, necesitaba un desahogo a mi terrible estado nervioso y tenía la solución a mi alcance.

No sabía si David se había corrido o había aguantado, pero lo dudaba, porque su pene empezaba a perder fuerza, aun a medio camino entre la erección total y la flacidez.

No podía esperar y volví a hacer otra cosa que nunca pensé que pudiera hacer en mi sano juicio y menos delante de casi dos desconocidos.

Tal y como estábamos los tres en la cama, Mónica tumbada y descansando, David de rodillas, con el pene en la mano y mirándonos a las dos y yo tumbada, con la vista fija en su aparato; me aproximé a él y me lo metí en la boca.

Tenía un sabor extraño, no me había gustado nunca ni me gustaba entonces, pero tenía que hacerlo crecer para mí y no sabía ninguna otra manera de conseguirlo.

Se lo limpié un poco con la mano, antes de volvérmelo a meter, para quitarle el resto de su semen y del jugo vaginal que aun quedaba y me dediqué a chuparlo, casi con desesperación hasta que me di cuenta de que empezaba a revivir.

Me lo saqué de la boca, y continué con la mano, dándole besitos con los labios cerrados o pasándole la lengua por la punta. Todavía notaba el asco en mi paladar, que era superior a mí. Sabía que hay mujeres que les encanta y no solo hacen disfrutar a sus parejas: ellas también disfrutan y se excitan con el pene de un hombre en la boca. Yo no era capaz y no era la primera vez que lo intentaba.

Ya estaba rígido. Le solté y me tumbé en la cama esperándole, las piernas bien abiertas y los brazos en alto, dispuesta a acogerle. Mi sexo debía estar completamente abierto. Era como si palpitara toda la sangre en esa zona y como en un acto reflejo se abriera, dando bocanadas como la boca de un pez que se ahogara.

Sabía que eso no podía ser, pero sentía sus paredes casi partidas en dos, separadas por un enorme espacio vacío que tenía que ser llenado como sea.

David también estaba dispuesto y la visión de mi cuerpo desnudo y agitado, mi rostro sonrojado y mis ojos con la mirada perdida, enfocando al infinito, el infinito que estaba entre sus piernas, le acabó de poner a tono.

Su pene se tensó y le vi rígido. Pensé que había transcurrido todo en un instante, y su recuperación era portentosa, pero según me dijo ella después, pasé casi veinte minutos aferrada a su miembro y lo menos otros diez provocándole con mis manos.

Casi me corro en el mismo instante que empezó a agacharse sobre mí, por fin, y dirigió su vientre hasta que chocó con el mío y su pene quedó justo a la entrada.

Me miró a la cara, y sentí su vista clavada en mis ojos y su pene entrando lento pero sin pausa hasta el fondo. No cesaba de mirarme fijamente mientras lo metía ni luego cuando empezó a moverse. Vio y oyó el suspiro profundo que se escapó de mi boca cuando al fin me penetró y llegó a lo más hondo de mí ser.

Ya no me importaba que tardase mas ni que imprimiera más rapidez  ni que me mirase fijamente, grabando mis reacciones. Yo ya tenía lo que quería y estaba sintiendo mis paredes llenas, mi mente libre y mi cuerpo en total disposición.

Y entonces exploté en un primer orgasmo y continué sin saber cuándo acabaría, con una sensación eterna y solemne de gozo en su más alta expresión, y mi cara de deseo y frenesí se fue transformando en paz y sosiego. Mi cuerpo sudoroso y ruborizado quedó en la calma total y perfecta.

Ya no sentía vergüenza, no era el momento. Mañana veríamos.