Desmadre sexual en un verano ya lejano - 17

Va acabando el verano con una confesión a mi marido y un descubrimiento sobre mi comportamiento, pero todavía quedaba una oportunidad de pasarlo bien para rematar aquellas fechas.

Aniversario 1

El mes de agosto fue muy tranquilo. Lo pasamos en nuestra casa de la sierra y disfrutamos de la paz y tranquilidad del campo. Yo seguía dándole vueltas a lo ocurrido el mes anterior, en casa de Maika y no llegaba a ninguna respuesta que me convenciera.

Un día, tumbados al sol junto a la piscina, mi marido, que había aguantado durante casi diez días mis cambios de humor y el estado taciturno en que me encontraba casi de continuo, abordó el tema

  • de hoy no pasa que me cuentes todo.

  • ¿todo el qué?

  • tú sabrás el qué. ¿Qué ha ocurrido este mes pasado que estas así? O me lo dices o te vas al psiquiatra.

  • sí, creo que te tengo que contar muchas cosas, pero ni sé cómo empezar, ni sé si me atreveré.

Le conté el día de pesca, lo ocurrido en el baile y el final con Carlitos. El episodio del cortijo lo abrevié, dejando solo lo de la última mañana, como si me hubieran atado en un juego y luego me desnudaran y se aprovecharan de mí.

Me miraba con curiosidad; a veces le veía azorado, inquieto, nervioso o excitado. No sabía cómo interpretar sus reacciones. Le conté mis dudas. ¿Era tan fácil como todo el mundo se creía? No me consideraba una adicta al sexo, pero era capaz de cualquier cosa cuando estaba excitada.

El me dijo en un intervalo de la historia – desnúdate – y yo, mientras seguía contándole, me quité el bikini y me volví a tumbar desnuda. El me miraba sin decir nada y yo seguía, estirada boca abajo, como en el sillón del psicoanalista.

Se tumbó junto a mí, me cogió la mano y me dio su opinión, o más bien su diagnostico.

  • En primer lugar eres una persona normal, siempre has sido así, aunque tú no te des cuenta. No tienes complejos respecto a tu cuerpo, ni falsos pudores. Te he pedido que te desnudes y lo has hecho sin preguntar por qué. No te importa que te miren, a no ser que te moleste por algo. Es algo natural en ti.

  • bueno, no lo sé. Nunca lo pienso cuando lo hago. Me gusta que me dé el sol y sentirme libre.

  • exactamente, no hay malicia. Es comodidad, y lo otro es igual. Llevamos una semana sin tener sexo y no estamos angustiados por eso. Si ahora nos apetece lo hacemos y nos parece normal.

  • pero es que a mí no me apetecía. Yo estaba tan a gusto y de pronto un hombre me toca y caigo. No es normal.

  • sí lo es. Tienes ganas de vivir. Te diviertes sin malicia, pero tienes tus puntos débiles. Llevamos muchos años casados. Nuca he tenido que pedirte sexo cuando le necesitaba. Sé qué tengo que hacer, como tocarte para que entres en mi juego y lo desees tanto como yo. Soy capaz de hacerte derretir en mis brazos si me lo propongo en menos de diez minutos.

  • sí, pero eso es contigo. Me conoces, conoces mi cuerpo y nos queremos.

  • muy bien, pero igual que yo soy capaz de hacerlo, otro hombre que descubra esa debilidad, te puede llevar a ese mismo estado aunque tú no te des cuenta.

  • yo creo que no…

No pude seguir, tuve un latigazo por todo mi cuerpo y sentí un espasmo y me di cuenta que estaba excitada y acalorada. Mientras hablaba me había estado acariciando, aprovechando mi desnudez y no me di cuenta pensando en mis problemas.

  • ¿Qué haces?

No me contestó. Siguió besando mis pechos y bajó su mano hasta mi sexo, metiendo dos dedos, con un efecto en mi excitado clítoris inmediato.

Miraba hacia arriba, al sol que calentaba nuestros cuerpos, intentando no pensar en lo que me hacía. Luego volví la vista hacia la casa, mi hijo podía salir en cualquier momento, o venir sus amigos y pillarnos en estos juegos. El aire estaba absolutamente calmado, no se movía una hoja. Era inútil, ya podía pensar en cualquier cosa, intentar distraerme con lo que me rodeaba o pensar en el peligro de que nos vieran. No me importaba, solo quería sentirle y alcanzar mi placer, lo demás me daba igual.

Subió un poco a mi cara y me susurró al oído:

  • lo dejamos para esta noche.

  • ¡no! No pares ahora, ¡sigue! No pare…s…

No me hizo caso y me dejo plantada, metiéndose en la piscina.

  • ven aquí si quieres que siga

Casi me tiré de cabeza, ni noté el frescor del agua, ni donde estaba. Me pegué a él y le besé, restregándome con su cuerpo, intentando encontrar bajo el agua su miembro, que no lo sentía junto a mí.

Me cogió en sus brazos y levantó mis piernas, rodeando su cintura. Así, bien abierta junto a él, fue apuntando con su mano y metió por fin su pene bien hondo y yo no esperé, empecé a moverme para sentirle mejor.

Me arrinconó contra la pared, para que estuviese quieta, y se encargó él del trabajo. Continuó con los besos en mi cara y en mis pechos, su pene apenas lo movía, entraba y salía como a cámara lenta. Sabía que acabaría gozando por fin y me relajé, dejándole que me fuera excitando, concentrándome en cada acto de su cuerpo contra el mío.

Notaba el calor de sus labios en contraste con mis pechos húmedos, la suavidad de su lengua en mis pezones, y ahí abajo una herramienta de dar placer que me llenaba y calentaba con cada entrada y salida, lenta y certera, golpeando mi clítoris cada vez que parecía que se quería salir, restregándose contra él y volviendo a entrar.

Me apreté lo más que pude contra él, casi ahogándole con mis brazos y mi boca soltó los primeros gemidos sofocados cerca de su oreja. Un largo grito de placer con la boca pegada a su mejilla para evitar que saliera al aire y luego un orgasmo incontrolado y salvaje, que coincidió con una aceleración de sus embestidas.

Mi cuerpo golpeaba contra el borde de la piscina y rebotaba en su cuerpo, sentí que me mojaba al derramarse y se iba aquietando. Mi orgasmo continuó a cada chorro que expulsaba y entonces volví poco a poco a la vida y volví a ver el cielo y el agua de la piscina y su cara fatigada por el esfuerzo final.

Quedamos un rato abrazados, mi cara sobre su hombro y su pene deslizándose fuera de mí, lentamente, cada vez más pequeño y frío, al contacto con el agua. Me sentó en las escaleras y nos separamos, mirándonos con cariño.

No se podía hablar con él de estos temas porque enseguida aprovechaba el clímax creado para organizar una juerga, sin importarle el sitio. Pero me equivocaba, no había sido un acto de pasión momentánea provocado por la caliente conversación que habíamos tenido, había sido premeditado.

Después de lavarnos un poco en la ducha, tumbados al lado de la piscina, siguió la conversación y la terapia.

  • hace media hora te hubiera dado igual que fuera yo o que fuera otro. Necesitabas sexo, te he provocado las ganas de hacerlo, he subido tu libido a donde he querido y no podrías echar marcha atrás hasta que te satisficieras de alguna manera.

  • pero eso es terrible. Cualquiera me lo puede hacer entonces.

  • bueno, primero tendría que excitarte hasta ese punto y eso ya es cosa tuya, dejarle que llegue hasta ahí, pero a partir de ese momento, yo creo que sí.

  • pues por un lado me quitas un peso de encima, me consideraba un bicho raro, pero por otro me preocupa esa debilidad mía, y que sea tan manifiesta.

  • cada uno es como es y a mi gusta cómo eres tú, y sobre todo que tengas debilidades como esa. No te preocupes de esas tonterías. Vive y disfruta de la vida; te lo he dicho mil veces.

  • pues lo haré, pero ahora que lo sé, tendré que vigilarme.

Acabó agosto y ya en casa, recibí una llamada de una amiga de la universidad, Pilar, que también vivía en Madrid, para informarme que iba a haber una reunión de antiguos alumnos de nuestro curso. Ya hacía diez años que salimos con nuestro titulo y unos cuantos pensaron que era una buena ocasión para vernos de nuevo.

Nos vimos un día, ya que habíamos conseguido mantener el contacto durante todo este tiempo y aunque de tarde en tarde, quedábamos alguna vez para que no se rompiera.

La idea era reunirnos un fin de semana, todos los que pudiéramos, en aquella vieja ciudad castellana, comer juntos y visitar de nuevo las aulas, cena, baile y al día siguiente a casa.

Pilar me dijo que ella pensaba ir sola y yo intuí que a mi marido tampoco le apetecería ir. No conocía a nadie y le aburrían esas cosas. También sugirió que nos fuéramos el viernes, y pasábamos el día allí, viendo más gente antes de la reunión.

Me pareció perfecto y le dije que yo me encargaría de reservar el hotel, podíamos ir juntas, y la llamaría cuando estuviera resuelto.

Fuimos en tren, el hotel estaba en el centro y se podía ir andando a todos los sitios, llegando a media tarde, bien descansadas al no haber tenido que conducir.

Al darnos la vuelta con las llaves en la mano para subir a la habitación, nos topamos con una pareja inconfundible: Mónica y David. Y digo inconfundible porque lo primero en que me fije cuando vi a esa chica fue en sus enormes tetas y diez años después seguían siendo muy grandes. Se habían casado al poco tiempo de salir, en cuanto David encontró trabajo.

Nos citamos en la cafetería después de deshacer las maletas, para cenar, pues pensamos que alguno mas, que hubiera tenido la misma idea de venir el día anterior, aparecería por allí.

En la cena hablamos de nuestras familias, ellos tenían dos niños, del trabajo, y esas cosas comunes, y al final acabamos en aquellos años de estudios y exámenes, de tardes y noches en vela con los libros delante. Pero también años de juventud y alegría. Cuando les comenté lo mayor que era mi hijo, casi con catorce años, Mónica, que no lo sabía, se extrañó:

. ¿Pero ya estabas casada entonces?

  • ¡claro! Por eso faltaba tantos días. Pilar me cogía los apuntes.

  • el caso es que los primeros cursos yo notaba algo raro. Y tu colonia: olías a niño, a colonia de niño.

  • tú verás. Le dejaba casi arreglado, mi marido le llevaba a la guardería camino del trabajo y cuanto que me daba tiempo para llegar a clase.

  • ¿entonces, todo lo que pasó en el viaje de fin de curso?

  • ¿Qué pasó?

  • pues ya sabes. Las juergas en las fiestas…bueno, ya sabes. Enseñaste las bragas y el culo a todo el mundo.

  • Como casi todas, a ver si tú no enseñaste lo tuyo. Si cada día subías con alguno a la habitación.

  • y tú bien probaste a casi todos.

  • no me eches mala fama, que no es cierto. Yo estaba dormida cuando tú llegabas y todavía pienso si sería que tú me los metías en la cama.

  • la que no enseñó nada fue Pilar

  • vaya que no. Lo que pasa es que mi novio no dejaba que se propasaran conmigo lo más mínimo. Pero andaba siempre en pelotas al final de las juergas, como casi todas.

Bueno, acabó contando intimidades de sus tiempos de novios, había salido con algún otro, además de su actual marido, se acostó con dos o tres de ellos, pero al final volvieron a estar juntos y durante ese viaje decidieron casarse al volver.

Me di cuenta de que todas teníamos algo que contar, alguna aventura o algún engaño más o menos discreto. Cuando les pregunté si después de casarse habían vuelto a tener algún episodio de esta naturaleza, prefirieron no contestar y David propuso ir a su habitación a tomar una copa y charlar un rato mas, todavía era pronto.

Pilar puso no me acuerdo qué excusa y se retiró a su habitación. Yo les acompañé. No tenía sueño, pero además me pareció que había algo que no querían hablar en público y que deseaban decir con un poco de intimidad.

Después de servir unas bebidas, empezó Mónica.

  • me parece que la primera vez que hablamos tu y yo fue en la habitación de un hotel italiano. Nos habíamos visto en clase pero no nos conocíamos de nada mas. ¿Qué fue lo primero que pensaste al verme?

No quería ser maleducada o demasiado directa, pero a lo mejor fue que llevábamos dos copas o que pensé que debería ser sincera y contesté:

  • que tenias las tetas mas grandes que había visto en casi toda mi vida.

  • ya, bueno no iba por ahí. Entonces digamos que la segunda.

  • pues… cuando te desnudaste de pronto, a los cinco minutos de conocernos, que eras bastante desinhibida.

  • sí, eso es, más o menos. Y al verme con David todo el día y en la cama a todas horas con él.

  • que te gustaba el sexo.

  • esa es la respuesta. Tanto a David como a mí nos gusta el sexo. Tú te acostaste con él en esos días y no digas que no te gustó o que no te diste cuenta, como me quisiste dar a entender entonces. Y ahora que me entero que ya estabas casada entonces, se me ocurrió contarte más cosas de nuestra vida.

  • bueno en realidad fue él quien se metió en mi cama, yo…

  • mira fue David, y dos o tres mas, sin contar los que te la metieron en las fiestas, delante de todo el mundo.

  • vale, de acuerdo. ¿Dónde quieres ir a parar?

  • preguntaste si habíamos hecho algo después de casados. Pues sí. Habitualmente. Nos gusta hacer tríos, intercambios, ya sabes, nuevas experiencias. Probar otras cosas con otras personas

  • vaya… no creí que os gustara tanto el sexo como para eso.

  • nos gusta experimentar. Eso es todo. Y vivir a tope, gozar de la vida.

  • ya. No sé qué decir.

  • pues es fácil. Di sí o no.

  • ¿a qué?

No contestó. Se acercó a mí y me besó en la boca. Sentí el volumen de sus pechos apretarse contra los míos y su lengua en mi boca. Me quedé quieta, estática, sin atreverme a mover un músculo. Me había sorprendido. No con su declaración, sino con ese beso repentino, que no cesaba.

Bueno, creo que estaba empezando otra vez a meterme en los líos de siempre, no sé si es que se me notaba en la cara…