Desmadre sexual en un verano ya lejano - 14

Unas clases de natación bastante morbosas, nudismo y sexo a partes iguales, y descubro que Carlos ya no es tan niño como yo pensaba.

Carlos - 1

Quedaba una semana de playa y luego volveríamos a Madrid. Sole se marchó a pasar unos días fuera, con su hija y nosotras continuamos nuestra rutina. Estábamos negras como el carbón, y al estar casi todo el día desnudas, parecíamos realmente del Congo.

Maika se había acostumbrado a estar así también y ya casi le habían desparecido las marcas blancas. Los chicos no nos hacían caso se pasaban todo el día pescando, nadando y corriendo por ahí.

De la aventura en el cortijo, yo había vuelto con una enorme decepción, y así se lo confesé a Sole, y una caja, dentro de un sobre cerrado, que me rogó no abriese hasta que ella se hubiera marchado.

La decepción no era lógica ni razonable. Yo me había hecho la idea de que iba a disfrutar de situaciones extrañas y formas de sexo diferentes y en realidad podía haber sido igual una muñeca hinchable, que ellos utilizaran y luego arrojaran o abandonaran en cualquier sitio.

Y digo que no era una reacción lógica, porque ellos pagaban y si eso era lo que querían, pues lo habían obtenido. ¿Por qué iban a pensar en mi, o en darme placer? Yo era su objeto y los objetos no sienten ni padecen.

Realmente, casi los únicos momentos de placer me los habían dado un caballo y el criado. El episodio del caballo me dejó dolorida un par de días y el del mayordomo lo recordaba todavía como una de las mejores sesiones de sexo de aquel año. El estar atada, expuesta vergonzosamente, con mis piernas abiertas casi en línea recta, ofreciendo mi sexo accesible, me calentaba el cerebro cada vez que lo recordaba.

Cómo llegó sin decir palabra y me tocó y excitó, como me tapó la boca, humillándome. Sus manos en mis pechos, en mis piernas. Antes de que me la metiese ya estaba excitada. Me excitaba ahora, al recordarlo y llevaba mis manos a las partes de mi cuerpo que había tocado, imaginando que era él, u otro cualquiera.

Ni siquiera recordaba su cara; si me lo encontrase por la calle no le podría reconocer, estaba segura. Servía la mesa, preparaba todo, con la cabeza inclinada, como un siervo, pero a la hora de follarme también se empleó como un siervo, como un hombre rustico y primitivo, y me dio mas placer en una hora, que sus amos en dos días.

Y fue casi una hora la que me estuvo tocando y follando. Apenas sentí cuando acababa, concentrada en la serie de orgasmos que me estaba proporcionando. De pronto, cuando me empezaba a relajar, me desató y se marchó.

Estaba entumecida por la postura y las ataduras, pero me hubiera ido a todo correr, aunque hubiera sido gateando, si no hubiera necesitado un poco de descanso mental. Esperé cerca de media hora, a lo mejor, eso pienso ahora en estos momentos, con la esperanza de que volviese y me violara de nuevo.

Ese fue el tiempo que tardó en aparecer Sole. No me quiso decir si a ella también la había follado. Los chorretones que resbalaban por el interior de sus piernas podían haber sido de él o anteriores, de los otros. ¡Qué más daba! Ella nada mas estaba deseando que nos fuéramos, tiró de mí y todo lo demás fue muy rápido, hasta que llegamos a casa.

Todo esto lo pensaba en la penumbra de la habitación, la tarde que ella se marchó. Tumbada boca arriba, me imaginaba todavía estar atada, y esperaba que entrase alguien y yo me dejaría hacer lo que él quisiera conmigo.

Me di la vuelta y me estiré en el sofá, cogiendo la caja que me habían dejado en la habitación, con mi nombre. Sole tenía otra idéntica y tampoco la abrió. Rasgué el sobre y abrí la caja. Estaba llena de billetes de banco, de cinco mil pesetas. Conté los que había en cada fajo, multipliqué por el número de fajos y me daba una cantidad exorbitante. Mas de lo que mi marido ganaba en dos meses. Y todo por dos días de “trabajo”. Desde luego pagaban bien, no me extrañaba el nivel de vida de Sole y su idea de retirarse pronto. El caso es que yo no había asistido a ese sitio por dinero, sino por otra cosa, que no había conseguido.

O tal vez sí. Había conseguido una experiencia nueva, algo humillante pero diferente. Había tenido sexo, no cuando yo quería, sino cuando mi dueño lo deseaba. Me habían utilizado tres hombres, cuatro, contando con el último y mejor, y había sido el capricho de unos señoritos, ricos y antojadizos, que no sabían qué hacer con el tiempo, el dinero y las mujeres.

No sabía qué iba a hacer con toda esa cantidad de billetes. Tendría que esconderlos y gastarlos poco a poco. Podía regalarlo para caridad, pero no, eso tampoco. Me lo había ganado yo. Ya lo pensaría.

Me alegré al oír las voces de las chicas, llamándome para desayunar, porque me sacaron de mis cavilaciones y me volvieron a la realidad.

Al pasar esa mañana a vender el pescado, nos anunciaron los chicos que no pasarían en un par de días, iban hacia Baleares y pasarían dos días fuera. Esto, que a nosotras nos daba igual, era a los efectos de las clases de natación. Le dije que los chicos me estaban ayudando a vencer el miedo y le pareció bien, pero insistió en que no aceptara clases de nadie más.

Sería para que no me tocase ningún otro. A lo mejor ya me consideraba suya, en propiedad y con derecho a toques y sobos. Le aseguré que él sería siempre mi único profesor de natación y se marchó conforme. El caso es que eso nos dio mas libertad para soltarnos un poco, al no haber testigos visibles de nuestras liberalidades. Nada mas irse, Ely y yo nos quitamos el bikini y nos quedamos en pelotas, tumbadas en la arena, sin toalla ni nada. Era una gozada y Maika no sabía lo que se perdía.

Cuando llegaron los chicos a bañarse no hicieron ningún comentario, como siempre, y a nosotras dos ya nos habían visto desnudas tantas veces que ya nos daba igual. Nos sorprendió Rosa, que sin decirle nada a su tía se quitó el sujetador y se tumbó a nuestro lado, enseñando un pecho blanquito como la leche y dos tetitas que empezaban a nacer y que no eran mas que dos bultitos.

Al estar tan delgada, parecía un chico. Empezaba a tener las formas pero solo al andar se notaba su feminidad. Debía darle algo de vergüenza, de todas formas, porque no se levantó apenas de la arena y solo a mí me dejó darle crema solar por la espalda y luego por el pecho, que al estar tan blancos, corrían el peligro de quemarse.

Mi hijo se sentó a su lado. Le gustaba hablar con ella, hacían muy buenas migas y la edad no les separaba tanto. Una chica de once años puede estar tan avanzada mentalmente como un chico de trece.

Cuando llegó el momento de las clases de natación, que Carlos adelantó casi una hora, porque se aburría, estaban todos adormilados, leyendo o charlando y nos fuimos al agua los dos solos.

Yo no me vestí, le seguí hasta que nos llegó el agua a la cintura y me tumbé boca arriba para flotar y aprender a respirar. El ponía las manos por debajo de mi cuerpo, sin tocarme, solo para darme seguridad de que no me iba a hundir. Todo lo más llegaría hasta sus manos y ahí pararía.

Me dijo que me diera la vuelta para nadar un poco y a ser posible sin poner los pies en el suelo. Metí la cabeza en el agua sin querer, y casi me ahogo. Él me sujetó rápidamente y como pudo.

Instintivamente me abracé a el, que tenia sus manos en mi culo y tiraba para arriba, para que yo dejase de mover los brazos como loca y me quedase tranquila.

Había tragado agua y estaba muy nerviosa. El me agarraba como podía  y en una de las vueltas que di, su mano quedó entre los muslos, con la palma casi abarcando toda mi rajita.

Me quedé quieta de golpe y puse mis manos en sus hombros, calmada de repente. Pasó casi un minuto, y él se dio cuenta perfectamente que yo no solo estaba a salvo, que siempre lo había estado, sino que ya no me agitaba, pero no me soltó.

  • ¿seguimos?

Le pregunté un poco insegura. No sabía si él iba a interpretar lo de seguir con continuar la clase o con dejar la mano donde estaba. Su voz también sonó medio rara.

  • si. Ve colocándote boca abajo. Yo te sujeto.

Me soltó de atrás y pasó la mano por delante, pero, y no creo que fuera casualidad, fue a parar al mismo sitio. Con la mano extendida sobre el pelito de mi vientre, me fue izando. Puso la otra mano por debajo de mi pecho y cuando estuve horizontal, las retiró y empecé a mover los brazos intentando avanzar.

Cuando veía que me cansaba, me volvía a sujetar por debajo, y casi siempre sus manos iban a mi pelillo o directamente a las tetas. Aunque era muy descarado que lo hacía aposta yo no le decía nada, primero, porque solo tocaba un poco, se conformaba con notar al tacto mi piel, pero no movía las manos, y segundo, pues como siempre: me gustaba y halagaba su interés por mí, que podía ser su madre.

Entré en su juego y a veces hacía como que me hundía, para que tuviera oportunidad de ponerme las manos encima con mas frecuencia, y otras me agarraba a su cuello, como para descansar.

No era consciente de la malicia que podía tener esto, ni del efecto que le podía causar a él. Creo que todavía le consideraba un niño y por su cara y su carácter así parecía.

Hice entonces una tontería, igual que todo lo anterior, sin pensarlo. Le dije que se tumbase él y que yo le sujetaría, para ver como lo hacía, y como movía los brazos y las piernas para avanzar con la rapidez con que lo hacía.

Cuando se puso boca abajo y me explicaba, coloqué mis brazos por debajo de su cuerpo y le sujeté, como me hacia él a mi, sin presionar, pero posé mi mano derecha a la altura de su bañador y la subí despacio, hasta quedar apoyada en su paquete.

Se pegó un sobresalto, y no era para menos. Su polla no era la de un niño. De tanto tocarme y sujetarme se había calentado lo suficiente como para ponerse rígida como el acero y me golpeó la mano según ascendía.

No se la apreté, solo la toqué por encima y eso si, la mantuve un rato, moviendo la mano y rozándola con el dorso, sintiendo como volvía como un muelle hacia ella cada vez que la separaba un poco. No se pudo concentrar mas y perdió el equilibrio en mis brazos, chapoteando hasta librarse de mi.

  • vaya, yo me acordaba de una cosita pequeña, pero veo que ha crecido al mismo ritmo que tú.

  • ¿Qué haces? Estate quieta. No me toques ahí que me da mucho apuro.

  • es que la sentí al poner las manos y quise comprobar cuanto has cambiado en esa parte también.

  • no me gusta que me hagas eso. Ya soy un hombre.

  • Si, de eso no cabe duda. Te he visto todos estos días como al niño que conocí y no pensé que pudieras tener eso ahí abajo.

  • no me hables así, por favor. Me da mucha vergüenza.

  • Si disculpa, pero dime, tengo una curiosidad. Te acuerdas que de pequeño se te ponía a veces así al estar conmigo, ¿ahora es igualmente por mi culpa? ¿Soy yo la responsable de esto?

  • si, eres tú

  • o sea que todavía te gusto, no me ves como a una vieja.

  • me gustas mas que nada en el mundo.

  • creo que será mejor que salgamos fuera. No sabía que te siguiera causando ese efecto. Lo tendré en cuenta.

Me quedé fuera, en la arena, mirándole, hasta que se decidió o pudo salir. Se puso a jugar con el flotador, mirando para otro lado, hasta que pensó que ya estaba algo más visible.

Me acerqué a las chicas. Tenía ganas de guerra.

  • venga, vamos al agua. Lleváis todo el día tumbadas.

Ely se levantó enseguida, pero Maika remoloneaba. Rosa se había puesto ya el sujetador del bikini y se había ido al agua un par veces con mi hijo. Cuando salió Carlos, les revolucionó y organizó la tarde mandándoles arreglarse para irse al pueblo.

La tarde iba cayendo y les vimos a los tres, con sus bicis, alejarse por la carretera. Quería olvidarme de Carlos y de sus sentimientos hacia mí. Necesitaba acción y distracción. Necesitaba hacer algo. Me acerqué a Maika.

  • venga, quitate las bragas, ahora no hay nadie para verte.

  • estás loca si piensas que me las voy a quitar.

  • Ely, ven. Mira lo que dice tu cuñada.

  • vamos, atrévete (Ely hizo causa conmigo)

  • ni hablar

  • ven Ely, échame una mano.

La acorralamos, se escapaba. Empezó a entrar en el juego. Nos perseguíamos las tres riendo y saltando. Éramos felices. Cuando se sentó, encogiéndose, mientras reía sin parar, atrapé el borde de su braga y ya no la solté. Ely agarró el otro borde y no paramos hasta que se quedó tan desnuda como nosotras.

Nos lanzamos al agua con el trofeo y ella nos siguió con sus grandes pechos bamboleándose. Nos abrazamos y saltamos juntas, esquivando las olas. La tarde era preciosa y la temperatura ideal. Nos estiramos en la arena con los brazos en cruz. El agua avanzaba por la playa y se retiraba, esquivando nuestras piernas y arrastrándolas con el reflujo.

  • es el sitio mas tranquilo que conozco, que suerte poder tener una casa en un sitio así.

  • era la cabaña de pesca de mi abuelo. Mi padre la fue ampliando y al final la construyó de ladrillo.

  • ¿y no se convertirá todo esto en urbanizaciones?

-estas playas están protegidas. Lo mas probable es que no toquen nada, dudo que la derriben.

  • sería una lastima.

  • si. Espero que si ocurre sea lo más tarde posible.

Nos quedamos nostálgicas y pensativas. El ruido del mar relajaba, pero nos ponía tristes. El ocaso se acercaba y el sol se iba agrandando y enrojeciendo, acercándose al mar por la línea del horizonte hasta que se sumergiera en el agua otro día mas.

Estábamos tumbadas, agarradas de la mano, intentando trasmitirnos algo las unas a las otras.

Oímos el ruido de un coche y luego silencio. Ya era muy tarde cuando esta vez si, el sonido de las bicis y las voces de los chicos nos hicieron regresar a la tierra. No queríamos movernos de allí pero decidimos darnos la vuelta y enseñar solamente el culo a los visitantes. Vimos el culo de Maika brillante y reluciente en su blancura y nos echamos a reír las tres.

Los chicos nos saludaron y empezaron a contar su tarde en el pueblo, solo Carlos me miraba imperceptiblemente y callaba. Luego entraron todos en la casa para preparar la cena y nos dejaron solos en la arena.

  • ven, túmbate a mi lado y cuéntame cosas.

Obedeció, pero en un silencio absoluto. De pronto, sentí su mano en mi espalda, bajando hasta un costado y parar exactamente en mi culo, dejándola ahí, su cara se acercó y beso mi espalda, llegó al trasero, y puso su mejilla sobre él, apoyando como si fuera una almohada.

Las voces de la casa llamándonos para cenar rompieron el silencio y nuestro rato intimo. Le vi levantarse con pesar y alejarse de mí. Me preocupaba, pero no sabía que debería hacer con él, ni cómo resolver este problema que parece le obsesionaba.