Desmadre sexual en un verano ya lejano - 08

Consigo calentarle en el baile, y en un lugar oscuro mi pescador y yo follamos desnudos los dos sobre un banco.

La verbena  2

Maika nos dejó su coche y nos fuimos hacia el pueblo con ánimo de triunfar, pero sin idea de hacer nada excesivo, aunque no aclaramos qué podíamos considerar excesivo. Tomamos unas bebidas en el chiringuito, que la ofrecían gratis, cortesía de la comisión de festejos. Parecía sangría y no era muy fuerte. Mejor, porque el alcohol no nos agradaba demasiado y así podíamos aguantar mas.

De pronto aparecieron a nuestro lado, con una gran sonrisa, como diciendo: era de esperar, aquí están, loquitas por nuestros huesos. Estuvimos un buen rato los cuatro juntos, charlando allí de pie, algo retirados del bullicio. La música seguía sonando y ellos no se animaban. Ely y yo empezamos a movernos con el compás de un merengue o algo así y entonces cayeron y nos pidieron que si queríamos bailar con ellos. Por supuesto que queríamos, a eso habíamos ido allí.

Nos fuimos juntos a la pista pero al llegar y agarrarnos para bailar, nos fuimos separando. Se habían lavado bien a conciencia, no se les notaba el olor a pescado, y así recién afeitados y perfumados parecían casi guapos.

De lo que no cabía duda era que tenían un cuerpo francamente bueno y unos músculos bien desarrollados, a base del duro trabajo diario en el mar.

Este último comentario se me ocurrió cuando noté los primeros crujidos de mi cuerpo al ser apretado por sus brazos y le pedí un poco de compasión y delicadeza. Y la verdad es que el resto de la noche se portó de la forma más suave que pudo.

  • ¿os gustó el paseo del otro día?

  • sí, fue tremendo. Nunca había estado en un barco de ese tamaño, casi para mi sola. Ha sido una de las experiencias más formidables de mi vida

  • ¿lo dices solo por el viaje en barco?

  • sí, claro. ¿A qué te refieres tú?

  • bueno, lo otro ya sabes.

  • ya. Entiendo. Lo otro no estuvo muy bien. Nos cogisteis en un momento de debilidad.

  • ¿es que no te gustó?

  • si, por supuesto que me gustó, para que te voy a engañar, pero en otras circunstancias no hubiera ocurrido jamas.

  • ¿Por qué? ¿No me consideras adecuado para ti, o conveniente para tu categoría social?

  • eso es una tontería y tú lo sabes.

  • ¿entonces?

  • mira, yo no sé si estáis acostumbrados a follar con todas las tías a las que miráis, pero yo desde luego no lo hago con el primer tío que me lo pide.

  • pues el otro día sí que lo hiciste…

Paré de bailar y me separé de él, mirándole casi con furia. Mi voz salió en un tono bajo, había mucha gente cerca, pero dura y seca.

  • ¿eso es a lo que habéis venido hoy? ¿A ver si somos unas golfas y nos follais otra vez? ¿Eso es lo que piensas?

  • no, por dios, perdone, no es lo que usted piensa. Ya le dije que hablo muy mal. No quise decir eso.

  • ¿pues qué quisiste decir?

Me iba apaciguando. Pasado el primer momento de cólera y observando su cara colorada y el enorme apuro que reflejaba, su torpeza para hablar, pensé que a lo mejor le había interpretado mal. Me había ido alejando hacia fuera de la pista y él me seguía, hablando con gran esfuerzo.

  • a ver si me explico. Quiero decir que estuvo muy bien, o sea que estuvo bien todo, no solo eso, bueno, ya sabe. Fue muy divertido enseñarles el barco y ver su cara cuando cobró aquel pez.

  • ¿cómo pez? Era un tiburón enorme

  • sí, eso. Aquel pez enorme. Su cara de excitación y alegría fue el premio del día para nosotros. Y compartieron nuestra comida y nuestra jornada de trabajo y, bueno eso era lo más importante.

  • ¿y lo otro?

  • nunca pensamos que pudiera ocurrir, pero al verlas allí desnudas, a nuestro alcance, pensábamos que por qué no lo intentábamos y cuando aceptaron fue lo más grande que nos había pasado nunca.

  • vale. Te creo

  • ¿volvemos al baile?

  • sí, pero prométeme una cosa.

  • lo que quiera.

  • quiero que seas delicado y amable. Que me trates con cortesía y no como a una de tus conquistas. Quiero pasar un rato agradable contigo sin tener que hablar de sexo ni pensar que estas intentando violarme en cuanto me descuide.

  • se lo prometo. Seré un Robert Redford.

  • bueno, tampoco eso. Y otra cosa más. No me trates de usted.

  • lo que usted diga.

  • bueno, venga, es igual. Vamos a bailar.

Está vez le tomé yo de la mano, se la apreté y me lo llevé de vuelta a la pista. Me cogió de la cintura con sumo cuidado y luego bailamos suelto.

Al cabo de media hora de contorsionarnos con los ritmos modernos estaba sudando y asfixiada. Se ofreció  a traerme algo de beber y le dije que iba a ver si veía a Ely y que le esperaba allí.

Apareció enseguida, era muy pequeña la plaza. Su chico fue también a por algo para beber.

  • ¿qué te ha pasado? Me pareció ver que discutíais.

  • intenté aclararle que no estábamos aquí para repetir lo del otro día.

  • ¿y qué tal?

  • bien, pero no sé si me he pasado. Ahora no se acerca a menos de medio metro de mí.

  • así ha empezado el mío, pero se les va olvidando poco a poco.

  • está noche vamos a portarnos bien ¿de acuerdo? Nada de juergas. A la una nos volvemos a casa.

  • perfecto. A la una nos vemos.

Aparecieron con las bebidas y estuvimos un tiempo los cuatro juntos, hablando y después volvimos a la pista.

Tenía razón Ely. Se fue acercando despacio pero seguro.

La melodía lenta invitaba a la intimidad y al acercamiento y yo me pegué un poco a él. Pasó sus manos por mi cintura, sin apretar pero firmes y no tardé mucho en apoyar mi cara en su pecho.

Sentí sus labios sobre mi pelo y el calor de su respiración. Se estaba a gusto. Eso era lo que yo quería sentir, una mano cálida abrazarme y un pecho para cobijar mis inseguridades.

Pasaba sus manos suavemente por mi espalda y después acarició mi hombro desnudo, jugando con el lazo de mi vestido. A veces bajaba ligeramente la mano por la espalda, por debajo de la tela, acariciando mi piel.

Mis defensas se activaron de nuevo, pero era solo una caricia sin el estorbo del vestido y no parecía agresivo. Volví a relajarme hasta que al levantar mi cara hacia él una de las veces, me besó en la frente.

Seguimos bailando, casi sin movernos, mientras le miraba fijamente a los ojos. No vi deseo, ni lujuria. Era una mirada limpia y franca, desarmante y me apreté de nuevo a su cuerpo, y mi cara cayó otra vez sobre su pecho y me volví a relajar.

  • ¿quieres descansar un poco?

  • si por favor. Vamos a sentarnos a algún sitio.

  • Te voy a enseñar el parque de los novios. No te preocupes, te va a gustar.

Debí poner cara de sorpresa, pero le seguí hasta un lugar, no muy grande con setos y árboles y pobremente iluminado. A nuestro paso se veían sentados en los bancos parejas besándose o hablando. Era un lugar discreto para los novios, de ahí el nombre, aunque lo suficientemente pegado a las casas como para no inspirar desconfianza a los padres.

Algunas parejas hacían algo más que besarse y  a veces se veía una pierna al aire y la mano que intentaba subir más de lo debido. Para mí era lo debidamente poblado como para suponer que podía pasar un buen rato sin peligro de pasar a mayores y me tranquilizó.

Consiguió encontrar un sitio algo menos concurrido y nos sentamos en un banco.

Me tocaba el hombro, como en el baile y hablaba bajito, cerca de mi oreja.

  • ¿hasta cuándo vais a estar?

  • lo que queda de mes.

Separó ligeramente la tira superior del vestido, dejándola en el borde del hombro. Dejó de hablar para darme besitos en la nuca, en el nacimiento del pelo y la tira del vestido resbaló definitivamente por el brazo.

Seguía besando mi nuca y pasó su mano por el hombro, siguió la curva y bajó hasta el codo. Le frenó la tira, que no consiguió bajar al estar tirante por lo estrecho del vestido y la redondez del seno. Acarició la parte superior del pecho y llegó hasta el borde del vestido.

Yo sentía lo que hacía y me gustaba que me tocase la piel sensible de la parte media entre los dos pechos y subiese por mi cuello. Su boca bajó hasta esa parte y me besó donde antes tenía las manos.

Con la mano libre bajó la tira del otro hombro y el vestido quedó solamente sujeto por el ancho del pecho. Me sujeté un poco con la mano, para que no cayese.

Me miraba las dos redondeces, visibles casi hasta el nacimiento del pezón. Me notaba intranquila. Era más excitante que el día que me quedé desnuda de golpe ante él. El morbo de ver cómo me iba desnudando poco a poco, como descubría mi piel centímetro a centímetro era increíblemente erótico.

No quiso alarmarme mas, al ver que me sujetaba con la mano en el escote, y pasó a atacar por mis piernas. La falda se había subido un poco al sentarme y colocó su mano encima de mi rodilla derecha. Solo la mantuvo un ratito, hasta que consiguió meter los dedos por debajo del borde y entonces la comenzó a subir, recorriendo todo el muslo.

Lo acarició a lo largo y sin forzar la mano con que yo me sujetaba el vestido, pasó su boca por las dos redondeces, intentando bajar el borde del escote con sus labios.

Yo ya no podía estar quieta. Solté mis defensas y le agarré la cabeza con las dos manos, hundiéndola contra mi pecho.

Eso era lo que él quería. Solo tiró un poco del vestido y éste, salvado el obstáculo natural de mis pechos, cayó suavemente hasta mi cintura.

Metió la cara entre las dos tetas y me besaba los pezones, duros y puntiagudos, excitados por su boca y deseando sus caricias.

Me estaba volviendo loca, y me había hecho el firme propósito de resistir y no volver a caer, pero mi excitación era inaguantable. Quise pensar en otra cosa, para distraer mi mente y poder razonar, pero me exasperaba que su mano no siguiese avanzando.

Y si embargo él seguía, ya estaba jugando con mis bragas, la falda totalmente remangada, los muslos al aire y las piernas estiradas, para sentir mejor su caricia.

Y su boca tampoco paraba. Pasaba la lengua por los pezones, sobresalientes y arrugados, los metía en la boca y los estiraba con los labios. Las puntas me enviaban corrientes eléctricas que retorcían mi cuerpo y me dejaban sin respiración.

Tenía que parar, no debía seguir. Hoy no tenía que hacerlo, debía demostrarme que era capaz de controlar mis deseos y emociones, que solo me acostaría con un hombre porque lo desease, no porque mi mente no tuviera la fuerza de sobreponerse a las caricias sobre mi cuerpo.

Me depositó suavemente sobre el banco, quedando acostada con las piernas por detrás de él. Se puso en el borde y tiró hacia abajo de mis bragas, que hacía rato que eran solo una tira, que ocultaba lo justo de mi intimidad.

Mi vestido, inútil para tapar mi cuerpo, estaba enrollado en la cintura y mis pechos brillaban a la escasa luz de un farol lejano.

Se quedó sentado, mirando mi cuerpo y pasando su mano por mi vientre, rozándolo con mimo y con la otra me acariciaba el muslo con lentitud, llegó a mi vientre y tocó mi rajita, abierta y deseosa de sentir su mano. .

  • déjalo, por favor. Tenemos que irnos.

No tenía ninguna convicción, no era más que una excusa, casi una petición para que siguiera. No me movía del sitio y él no intentaba sujetarme. Intenté ser más convincente, pero casi me hablaba a mí misma, no a él, porque mis manos y mi rostro decían lo contrario y era demasiado evidente.

Cuando me puso de pie para colocarme sobre él, mi vestido cayó al suelo. Se había bajado el pantalón y su polla estaba enhiesta, apuntando hacia arriba y esperando su premio. El premio era yo, y ya era hora de que lo recibiese.

Me senté despacio sobre su cuerpo y fui cayendo lentamente hasta que choqué contra su pene, tan tieso que solo tuve que hacer un poco de puntería y seguir bajando, entró suave, sin hacerme daño, de lo lubricada que estaba a esas alturas y bajé hasta que mi trasero pego con sus muslos. Sus manos en mi cintura marcaron el ritmo, su pelvis subía y bajaba y yo acompasaba esos movimientos para conseguir el mayor placer.

Sentí mi respiración agitada y ya solo puedo recordar mi cuerpo atravesado por mil calambres, un calor que subía y subía y un abandono al placer que me invadía desde mi vagina hacia arriba, inundando todo mi cuerpo y justo cuando una gran placidez me dejaba desmadejada sobre su pecho, una campanada de la iglesia cercana me volvió a la realidad.

Intenté levantarme, mirando hacia abajo, no veía el suelo. Mi cuerpo desnudo brillaba con el sudor por la escasa luz de una farola lejana, y no sabía dónde podía estar mi ropa. El intentó retenerme, sujetándome por las caderas. Quería mas, supongo, o no quería quedarse solo en ese momento de relajación cuando el deseo decrece y queda la felicidad de sentir cerca al otro cuerpo.

  • no, por favor. Déjame ir. Por favor…

Debió sentir lástima de mí, recogió las bragas del suelo y me las ofreció, pero yo se las metí en el bolsillo y me puse en pie. Me ayudó a colocar bien el vestido y salí del lugar apresuradamente, seguido por él, mientras me bajaba la falda, todavía recogida en la cintura.

Cuando llegamos a la puerta del parque, ya correctamente arreglada y compuesta, Ely estaba esperando con el otro chico, junto a los primeros bancos. Su cara no debía diferenciarse mucho de la mía: parecía tener ese brillo tan especial que da el sexo.

Nos dirigimos hacia el coche, dejándoles solitos, tal vez comentando entre ellos que tal se les había dado la noche, tal vez comentando detalles de lo sucedido a cada uno, pero nosotras no necesitábamos hablarlo, solo le dije: - ¿conoces el parque de los novios? - Para que una sonrisa iluminase su rostro y me cogiese de la mano hasta que estuvimos en casa.