Desmadre sexual en un verano ya lejano - 06

Los dos pescadores nos llevan en su barco a pasar el día y acabamos cayendo nosotras en sus redes

Un día de pesca  2

El día citado, estábamos en la puerta casi un cuarto de hora antes de lo previsto. Cuando vimos los faros del coche, nos pusimos de pie y nos colocamos casi encima de sus rodillas, porque venían ellos tres y la parte de atrás estaba llena de bártulos.

Las cuatro casitas y el minúsculo muelle donde tenían amarrada la barca no estaban a más de dos kilómetros de casa, de modo que fue una incomodidad de cinco minutos escasos y apenas pesábamos o por lo menos no se quejaron.

La barca me pareció muy pequeña, no tenía ni idea al verla pasar de lejos, mar adentro, pero al subir a bordo todavía parecía más chica. Aparejaron rápidamente y cuando estuvieron listos nos ayudaron a subir a bordo, cosa nada fácil para dos patosas como nosotras.

Era realmente emocionante y el amanecer fue increíble. Le hice varias fotos y luego con más luz, saqué de casi todo lo que ellos hacían. Hasta que no estuvimos algo separados de la costa era un poco mareante, pero luego no se qué hicieron y se notaba menos el bamboleo del barco.

Nos prepararon dos cañas y pusimos todo nuestro entusiasmo en la faena, pero cuando descansaron un poco y redujeron la velocidad para tomar algo y descansar, no habíamos conseguido ni siquiera que se fijasen en el anzuelo.

Después del aperitivo se notaba el calor y nos quedamos en bikini las dos, nos echamos bien de crema protectora y agarramos de nuevo las cañas a ver si ahora teníamos más suerte.

El hilo se tensa, noto un tirón muy fuerte y me pongo a dar gritos. Pero no de alegría, de miedo. No sé qué hacer, no quiero soltar la caña, pero quiere arrastrarme hasta el fondo del mar. Gracias a Dios se dan cuenta de mi angustia y vienen dos de ellos a ayudarme.

El patrón les dijo que no me quitasen la caña, que solo me ayudasen: la pieza era mía y la tenía que sacar yo. Uno se arrimó a mi espalda y pasándome los brazos por detrás me ayudó a aguantar la caña. El otro se colocó de rodillas a mi lado, puso sus brazos por encima de mis piernas y accionaba el carrete.

Notaba los brazos de uno aprisionando mis tetas y los del otro apoyándose en mis muslos y metiéndome el codo de vez en cuando en mi vientre. Si no llego a estar tan preocupada por el pez, hubiera pensado que estaban aprovechándose de la situación y metiéndome mano.

Poco a poco la pieza se iba aproximando, agotada y yo me sentía más caliente con sus roces, Ely se había acercado también y el patrón iba enfilando ligeramente hacia la costa.

Ya se veía el pez. Era bastante grande, como una ballena, pero ellos dijeron que era un tiburón pequeñito. ¡Pequeñito! Medía lo menos cien metros, era enorme.

Cuando lo engancharon y lo izaron a bordo no me parecía tan grande, pero más de un metro sí que medía, eso seguro, y tenía unos dientes enormes y cara de malo. Les dejé la caña y me eché para atrás.

No me atreví a tocarlo hasta que paramos cerca de la playa y lo sujetamos entre Ely y yo para que nos hicieran una foto. A continuación lo depositamos en el suelo, con muchísimo cuidado, y nos retiramos de él lo más que pudimos.

Nos llevaron a hombros hasta donde el agua cubría menos y nos metimos andando en una playa minúscula, pero preciosa. Solo tenía acceso por mar, mediría poco más de cincuenta metros de larga y estaba rodeada por unos acantilados enormes, haciendo como una media luna redonda.

La utilizaban para refugiarse en mal tiempo, o para hacer un alto o reparar averías si veían que estaban lejos del puerto.

Hicieron unas brasas para asar el pescado, que cortaban en tiras y desollaban en un rincón, mientras nosotras nos zambullíamos en la orilla y lo pasábamos bomba.

El pescado estaba buenísimo y solo les faltaba un buen vino, pero con la cerveza que sacaron de una neverilla del barco estaba delicioso. El patrón dijo que se echaría un rato la siesta y los dos chicos se dedicaron a recoger las cosas y apagar el fuego, limpiando todos los restos de nuestro paso.

Nos tumbamos al sol y nos soltamos la parte de arriba, aunque, eso sí, vueltas boca abajo. Estábamos encantadas de la paz y la soledad de aquel sitio.

Se acercaron los chicos y nos invitaron a ver las peñas junto al mar y una cueva, que decían era de contrabandistas. Ely se entusiasmó y se levantó para irse con ellos, sin acordarse de atar los lazos del sujetador.

Se lo dije y no sé que me entendió, porque en vez de ponérselo bien, lo sacó por la cabeza y lo dejó a mi lado.

A mí no me apetecía y me quedé tumbada en la arena, viendo como se alejaba con uno de ellos; el otro se quedó a hacerme compañía.

Hablábamos y me tuve que incorporar un poco, porque era muy incomodo estar todo el tiempo con la cabeza doblada hacía arriba. Inmediatamente vi sus ojos clavados en mi pecho.

  • ¿no te has bañado desnuda alguna vez?

  • pues sí, alguna vez. Pero sin nadie que mirase.

  • es que cuando venimos solos nos metemos desnudos en el agua, no traemos bañador nunca, no hace falta.

  • a mi no me importa. Báñate desnudo si quieres, yo no miro.

  • no, si no es porque mires. Es para invitarte a nadar conmigo, pero me da no se que estar yo en pelotas y tu no.

Era una tontería y una razón bastante mala para intentar que me despelotase, pero me hicieron gracia sus argumentos y simulé que me convencía.

  • bueno, si te sientes más cómodo así, me desnudaré yo también.

Total, qué más daba. Nos habían visto en la playa un montón de veces, no había testigos ni curiosos y la verdad, sentía sus brazos todavía rozar mis pechos y creo que yo también deseaba un poco de cachondeo en aquella especie de paraíso.

Mientras él se desnudaba, haciendo un ovillo con su ropa, yo me quité la braga del bikini y me fui corriendo al agua. Me siguió y se metió mar adentro, nadando con fuertes brazadas.

  • ven aquí, mira que clara está el agua en esta parte, como se ven todos los peces alrededor.

  • no, no puedo ir, nado muy mal. Me ahogaría.

Se quedó muy serio, mirándome con suspicacia. No entendía que no supiera nadar, pero algo debió ver en mi cara que le convenció de que era cierto. La mueca de susto o miedo, o mis ojos indecisos. Se acercó lentamente hacia mí, nadando con soltura pero sin prisas, como si estuviera pensando.

  • ven, yo te enseñaré

  • no me sueltes, me hundo enseguida.

  • relájate, déjate llevar. Respira con normalidad.

Me agarró por debajo del cuello y con la otra mano levantó mis piernas, poniéndome horizontal. Bajó las manos y me rogó que me fiase de él, que no me iba a hundir.

Me llevó para todos los lados y me sujetaba con mimo, pero colocando sus manos sin ningún reparo en mi culo o en mi pecho, y dejándolas más tiempo de lo que, a mi juicio, consideraba que era necesario.

Pronto dejó de disimular y me llevó algo más hacia la orilla. Pasando una mano por debajo de mi cuello y la otra entre mis piernas, con la muñeca en mi pubis y la palma por debajo de mi culo, me trasladaba hacia donde cubría menos.

Paró donde consideró conveniente, introduciendo el canto de la mano entre la raja de mi culo y metiendo el pulgar en mi chochito, como si fuese las agallas de un pez.

La mano en mi cuello me levantó, hasta que hice pie y acercó mi cara a la suya. Me besó en la cara y el cuello, luego bajó su boca a mi pecho, chupándome los pezones y mordisqueando con ansia.

La otra mano seguía en mi interior, pero iba ascendiendo desde atrás y sustituyendo el dedo gordo por el índice, que acertó casi enseguida con mi clítoris.

Con la cabeza caída hacia atrás no veía más que cielo y las rocas que rodeaban la calita. Los pájaros, gaviotas debían ser, revoloteaban, haciendo como que se pegaban por la comida que habíamos dejado en un rincón y su vuelo era espectacular y preciso.

Dejé de ver los pájaros y también al cabo de un rato dejé de oírlos. Su mano seguía trabajando en mi cueva, mi clítoris se agrandaba rápidamente y mi excitación crecía con él.

Poco después dejé de ver los acantilados y mi cuerpo dio los primeros signos de excitación. No pude apoyarme con seguridad en el suelo y me sujeté con las manos en su hombro y su pecho. Su pene quedó pegado a mis muslos y ya casi no veía el color del cielo.

Sentí clavarse la arena en mi espalda, pero no fui consciente de que me tumbase. Veía solo su pelo, su cabeza enterrada en mi pecho y no oía nada más que su respiración agitada y el latido de mi corazón, saliéndose del pecho.

Gemí y me pegué a él, como buscando lo que me faltaba para sentirle completamente. Rodamos por la arena, quedando tras de mí.

Busqué su pene con mi mano, pero él ya se estaba colocando en posición y levantándose un poco se la agarró con una mano y colocó la punta a la entrada. Se deslizó como un cuchillo caliente entre la mantequilla.

El agua del mar ascendía por debajo de mí hasta mi espalda y entraba, junto con su pene, en mi interior, escociéndome y dándome un gusto extraño, con un poco de dolor. Al introducirse del todo, cerró la entrada de agua y solo lo sentí a él.

Su pene entraba y salía, y el agua se movía entre mis piernas mojándonos y lubricando su herramienta, como queriendo entrar dentro de mí también.

Entraba fría por el contacto con el agua y salía caliente por el ardor de mi vagina. Me parecía que el agua hervía a mi alrededor y no había manera de que me refrescase. En cualquier momento soltaría chispas y empezaría a arder.

Ese fue la última idea extraña que pasó por mi cabeza. Mi cuerpo comenzó a dar sacudidas y sentí explotar en mí el placer, me aferré a su espalda, lo apreté con rabia, me consumía y estaba enajenada. Tuve un espasmo y otro y… perdí la cuenta.

Noté como se vaciaba y me soltaba dentro su semen, se envaró, rígido y tenso, hasta que sus músculos se fueron aflojando. Las sacudidas en mi interior fueron cesando, y haciéndose más espaciadas. Respiré hondo y quedé quieta y desmadejada, apreciando entonces el peso de su cuerpo sobre mi espalda.

Su pene fue saliendo y de pronto dejé de notarlo. Entró un chorro de agua, limpiándome por dentro y me dio un escalofrío al percibir el contraste con mi interior cálido.

Lentamente la sensación de frío desagradable se fue trasformando y el agua ya no me parecía tan fresca. El se echó a un lado y separé un poco los labios de mi sexo para facilitar la entrada de agua. Ya no me molestaba, me aliviaba y ayudaba a recuperarme.

Me metí en el agua y vi a Ely y al otro chico aparecer por una esquina de la playa, saltando por las rocas. Venían desnudos también y era razonable suponer que no habían estado todo el tiempo visitando cuevas y sitios exóticos.

Bueno, ni siquiera nos hicimos ninguna seña cómplice, nuestras caras lo decían todo. Esa sonrisa solo aparecía después de enterarte de que te había tocado la lotería o a continuación de una buena sesión de sexo.

Se metió junto a mí y chapoteamos alegremente, mientras ellos dos nos observaban sentados en la orilla, mirando nuestros cuerpos desnudos y preguntándose si había sido cierto lo ocurrido un rato antes.

La voz del patrón nos devolvió a la realidad. Su cara sonriente y bonachona delataba que imaginaba lo que había ocurrido en esa playa mientras él dormía la siesta, y era como una señal de aprobación por lo que habían sido capaces de hacer sus chicos y de satisfacción, por ver a dos mujeres jóvenes y guapas, desnudas totalmente, jugando como niñas en su playa.

  • venga muchachos, recoger todo que nos vamos.

Nos pusimos el bikini, mientras ellos llevaban al barco las cosas que utilizaron para cocinar el pescado y después nos acercamos nadando lentamente a su borda. A mi lado se colocó, nadando muy cerca, mi marinero favorito, que me animaba a continuar sin su ayuda.

Lo conseguí y nos izaron a bordo como al pescado, o casi. Uno nos agarraba por los brazos desde arriba y el otro nos empujaba por el culo desde abajo.

El patrón seguía sonriendo, socarrón y decía algo de su edad y de que  quien tuviera veinte años menos.

Zarpamos enseguida y no aceptamos las cañas de pescar, preferíamos verlos a ellos y sabíamos que no íbamos a pescar nada. La suerte se da una vez en la vida y la foto que yo tenía con mi pez me daba para presumir todo lo que quisiera a partir de ahora.

Nos tumbamos a tomar el sol, desabrochándonos la parte de arriba, pero nos pusimos al lado contrario de los chicos, para no distraerlos. Eran muy hábiles y pescaban bastante, aunque la mitad los tiraban al agua. Decían que no había que ser avaricioso, coger solo lo que valía la pena y dejar algo para que creciera para otro día.

Cruzamos por delante de nuestra playa y nos pusimos de pie armando todo el jaleo que pudimos. Maika y los chicos nos saludaban con saltos y voces y nos dimos cuenta que desde el barco se veía todo mejor que desde la playa hacia el mar.

Las grandes tetas de Maika botando hacia arriba con sus saltos, el color de los bañadores de los chicos, todo. Habría que tenerlo en cuenta en lo sucesivo.

Cuando cambiamos el rumbo para enfilar la playa el movimiento del barco se hizo otra vez desagradable y el agua salpicaba por toda la cubierta.

Nos íbamos a vestir, porque se notaba el agua más fría, pero entonces se calarían nuestros vestidos y todavía teníamos que volver a casa. Solo pudimos envolvernos en las toallas que habíamos llevado y refugiarnos un poco detrás de la garita del timón, y aunque también asi llegaba el agua, por lo menos se notaba menos el frío.

Cuando atracó el barco, estábamos tiritando y el patrón nos ofreció una manta vieja. Dejamos las toallas, chorreando agua, y nos cobijamos en la manta, maloliente, pero seca.

El patrón se fue con su hijo, el que faltaba de la tripulación habitual, que había ido a buscarle con su coche. Se fue más que nada por la insistencia de los dos chicos, que le dijeron que ellos se encargaban de asegurar todo y acercarnos a casa.

El debió pensar, más agudo que nosotras, que le estaban echando y nos dio la mano, despidiéndose hasta otro día y se fueron.

Cuando dejó de verse el coche, salimos de la manta. Los bikinis estaban empapados y se notaba el frío de la humedad en la parte de abajo. Nos lo quitamos y los escurrimos, sacando toda el agua que pudimos.

Ellos habían acabado mientras su faena y se acercaron con dos toallas, que restregaron por nuestro cuerpo. Se agradecía. Estábamos empapadas y ateridas.

Cuando uno de ellos, que parecía más lanzado, me envolvió con sus brazos para darme calor, el otro hizo lo mismo con mi prima. Me frotó con fuerza la espalda subiendo y bajando la toalla por todo el cuerpo.

Era agradable y la tarde, cálida todavía, ayudó a recuperarme rápidamente. La toalla cayó, pero ya no era necesaria.

Ya no sentía frío, pero él seguía con sus friegas por mi espalda. Cada vez lo hacía más despacio y cada vez las bajaba mas. Dejó de moverlas y las colocó sobre mi culo, acercándome a él.

Noté otra especie de calor. Me besaba detrás de la oreja y apretaba mi pecho con una mano. La otra no soltaba mi culo. Echaba de menos el fresquillo de un momento antes, ahora me estaba sofocando.

Bien, para qué darle vueltas; lo iba a volver a hacer, eso estaba claro y ponerme a pensar otra vez si estaba bien o mal era una pérdida de tiempo.

Además quería sentirle una vez más. Después de una semana fuera de casa, necesitaba sentir las caricias de un hombre y pensando que me quedaban todavía otras tres, no vendría mal hacer un poco de reservas.

Le desabroché la camisa y él se quitó el pantalón con prisas, no fuera a arrepentirme, agarrándome rápidamente entre sus brazos, como para no darme tiempo a que me echase para atrás.

Me colocó con delicadeza sobre la manta, que había quedado tirada, medio arrugada sobre las tablas del muelle. La estiró por los bordes para que los pliegues no se me clavasen y se echó sobre mí, besando mi cuerpo y acariciando con fuerza mi vientre.

Me hacía daño contra el suelo y se lo dije. Me separó un poco las piernas y poniéndose de rodillas entre ellas acercó su pene y lo fue introduciendo lentamente hasta que entró todo.

Al lado, en la arena de la orilla estaba la otra pareja, ya agitándose con movimientos rápidos. La noche iba haciendo su aparición, mientras el sol era cada vez más rojo y menos visible.

Estaba un poco seca y él iba despacio. Cuando notó que se deslizaba con más facilidad aceleró ligeramente y en unos minutos estábamos metidos en faena con todas nuestras ganas. Yo de nuevo empezaba a disfrutar y quería que me follase hasta el final.

Lo sentía venir y le apreté mas, aprisionando su pene. Se envaró y dio dos o tres arremetidas mas, despacio y hondo, y cada vez que se retiraba para volver a empujar, me soltaba un chorro caliente, que acentuaba mi placer y me obligaba a botar sobre las tablas, en sacudidas nerviosas, con la boca abierta y la cabeza estirada hacia atrás, el cuerpo tenso y los músculos tirantes.

Creo que grité y gemí, sin control ni conocimiento de que lo hiciera. Cuando di la ultima sacudida y mi cuerpo se relajó, cayendo mis piernas sin fuerzas, el sol se ocultaba, y sus últimos rayos hacían brillar las gotitas de sudor en mi cuerpo.