Desmadre sexual en un verano ya lejano - 04

Por fin las dos profesoras triunfan con los nuevos compañeros de aventuras, justo antes de que acabase el viaje.

Viaje de estudios 4

Siempre me despabilo un poco antes de que suene el despertador; poco a poco voy viendo la claridad asomar por la ventana, se oyen esos ruidos típicos de primeras horas de la mañana, y me voy dando cuenta de donde estoy y quien soy, a veces algo muy difícil de conseguir.

En ese trance me encontraba hoy, casi asfixiada por un cuerpo pegado al mío, una respiración fuerte junto a mi oído y el calor de un cuerpo pegado y sudando juntos, con una mano abarcando todo un pecho y sintiendo en mi sexo el calor de un muslo suave y contundente. Reconocí el olor de Montse, anoche se había perfumado bastante, mezclado con ese típico aroma de sexo que a veces no sabemos describir.

Me fui separando despacio y ella de pronto me apretó con más fuerza la teta que oprimía con su mano y me lo impidió. – qué hora es? Me susurró mas que hablar. - Cerca de las 8, hay que levantarse. No creo que me oyera pero se dio la vuelta y pude ver su cuerpo desnudo extendido sobre la cama, su sexo húmedo y brillante y la cara de satisfacción después de un buen descanso.

Me dirigí al baño a darme una ducha, dejando las bragas sobre el lavabo; solo las usé anoche para dormir y si empezaba a perder bragas como Montse me las iba a tener que poner algún día más. Ya estaba sentada en la cama cuando salí secándome todavía e intentando recordar que había hecho con las bragas. Regresé al baño a por ellas, y la dejé paso, pero me quedé dentro con ella.

  • que tal la noche? No te sentí entrar.

  • sí, roncabas como una mula, no quise molestar.

  • eres una mentirosa, yo apenas ronco

  • bueno no era roncar, vale, pero ese sonido de hembra satisfecha, bien follada que dice mi marido.

Tanto se me notaba? Montse era muy sincera y algo bruta al hablar, pero no creo que fuera tan evidente. Claro que dudo que estuviera en muy buenas condiciones cuando llegara anoche para apreciar esos detalles, así que no le hice mucho caso y salí para acabar de vestirme.

Salió desnuda como siempre, buscando en su maleta una bragas limpias, murmurando algo sobre que se estaba quedando sin tangas y que al final me tendría que pedir prestada alguna de esas horribles y enormes bragas que yo usaba; me imagino que para ella, todo lo que no dejara ver algo de pelo por delante era enorme, porque lo cierto es que yo siempre he vestido unas bragas bien bonitas.

  • y tú, que tal la noche?

  • te estuve esperando un buen rato y me vine a dormir

  • sola? Te viniste sola? No encontraste a nadie con quien follar?

  • sí, cualquiera de los alumnos que andaban tonteando por allí.

Menos mal que ella seguía buscando ropa, y ni me hacía caso, porque según solté eso me puse colorada como un tomate. Cuando se dio la vuelta ya lista para salir, ya había conseguido recuperarme.

  • te digo que como esto siga así, cualquier noche cometo un infanticidio, algunos de los mayorcitos están muy bien.

Preferí no contestar, hice como si no hubiera oído siquiera la broma, porque si decía algo y me volvía a poner colorada, se podía sospechar algo y no pararía hasta que se lo contase todo.

La excursión de la mañana fue por el interior. Visitamos un pueblo, San Juan, me parece que se llamaba y un acuario dentro de una gruta. Volvimos por San Antonio, y a la hora de comer estábamos en el hotel.

De nuevo en la playa, tumbadas al sol en bikini, Montse me contó sus desventuras. La quisieron ligar unos alumnos, fue en taxi a la ciudad, volvió en taxi a eso de las tres. Y se acostó aburrida y cansada.

  • voy a tener que buscar yo, porque veo que tu no eres capaz de encontrar nada que valga la pena.

  • mira, ya me da igual. Si tu lo consigues te hago un monumento.

  • bueno, pues te lo conseguiré, pero tendrás que aceptar mis condiciones.

  • Si lo consigues acepto todo lo que tú quieras.

Llegaron un poco tarde, mirando para todos los lados y me imagino que no nos advirtieron, porque apenas dirigieron la vista hacia nuestra dirección.

Estábamos rodeadas de bastante gente y si yo les vi fue porque estaban de pie, y paseando la vista en todos los sentidos.

  • ¿qué te parecen esos dos?

  • bien, pero mira donde se van a poner. ¿Es que no ven que hay dos tías buenas esperándoles aquí? ¿Qué quieren, que vayamos nosotras a buscarles?

  • mira, yo por ti y tu felicidad soy capaz de dejar aparte mis prejuicios y vergüenzas y acercarme a decirles que vengan junto a nosotras.

  • ya, me da corte a mí que soy más lanzada, y vas a ir tú, que te apuras por todo.

  • sí, pero no puedo verte con esa cara, espérame aquí que voy a por ellos.

Creo que me había salido muy bien. Estuve totalmente seria en toda la conversación y no demostré más que un gran afán por complacerla, sin tener en cuenta el enorme sacrificio de ir al encuentro de dos desconocidos.

Me acerqué por detrás de ellos desde la playa, para que no me vieran hasta que estuviera a su lado y no pudieran hacer ningún gesto de reconocimiento antes de que les pudiese hablar yo y me senté junto a ellos.

  • no, no os levanteis, por favor, os he visto llegar y solo me he acercado para ver si os parece bien mi compañera, antes de invitaros a nuestro lado.

Les señalé donde estaba Montse, que se había sentado para ver mejor todo y nos miraba asombrada, bajándose un poco las gafas para no perder detalle de la reunión.

  • ¿Qué si nos parece bien? Es sensacional.

  • es bellísima (con ese acento italiano sonaba casi cursi)

  • mira, lo único que os pido es que no hagáis mención a que nos conocimos ayer, porque no quiero que piense que no intenté localizarla por todos los medios y también preveniros porque es un poco lanzada y es capaz de poner en apuros a cualquiera.

  • no te preocupes, procuraremos quedar bien con tu amiga. Vamos para allá

Montse todavía no se lo creía cuando le dije sus nombres y la presenté como mi amiga del alma. Al oír esto casi se le escapa una lágrima. (Esto no es cierto, pero es lo menos que yo esperaba de ella después de todo el teatro que había representado)

La tarde transcurrió en un ambiente casi perfecto. Eran agradables, guapos y buenos conversadores. Montse derrochaba encanto y yo me lo estaba pasando muy bien.

Volvimos juntos hasta el hotel y les dijimos nuestros planes. Cenaríamos con Rufino y lo normal es que luego nos fuéramos a su hotel a echar un vistazo a los chicos. Si veían que a las once no aparecíamos, es que estábamos en el nuestro, por alguna razón, y les esperaríamos allí.

Después de cambiarnos y cenar los tres juntos, ocurrió lo que yo pensaba. Rufino se enteró que los chicos estaban en el otro hotel y se fue a echar un vistazo. En caso de haber ido todos, si se nos acercan los chicos italianos hubiéramos quedado muy mal.

Apenas pasaron diez minutos de las once se presentaron los dos, sentándose en nuestra mesa. Pidieron las bebidas y pasamos una velada muy agradable, charlando hasta que casi nos cierran.

Montse quedó un poco defraudada cuando se despidieron muy educadamente, después de quedar para el día siguiente. Tanto ellos como nosotros teníamos el día libre, y nuestra idea era hacer una excursión, a buscar unas playas que nos recomendaron en el hotel.

Antes de apagar la luz, en la cama, me confesó su desilusión:

  • creí que se lanzarían un poco más. Yo he hecho lo que he podido, pero no les iba a soltar directamente que si nos íbamos a follar. Es casi lo único que me ha faltado hacer.

  • serán tímidos…

  • de eso nada, bien que se arrimaban.

  • pues a lo mejor ha sido porque les he advertido que tuvieran cuidado, que eres ninfómana.

  • ¿no habrás hecho eso? ¿De verdad? Eres capaz de haberme hundido la noche.

Me tuve que refugiar debajo de las sabanas, porque se lió a darme golpes con la almohada.

  • yo te mato… te mato.

  • que no, estate quieta, que es broma… basta ya

  • ¿que les has dicho?

  • solo les he pedido que nos respetaran un poco. Que estábamos pasando un día magnifico con ellos y que no lo estropearan con insinuaciones ni malos rollos.

  • pero eso no se hace. Hay que dejar que las cosas salgan como deben salir, sin esa absurda prevención tuya.

  • mira, tu no conoces nada de mí y sin embargo el otro día me metiste en una encerrona con dos tíos, sin preguntarme si quería o no, ni si mis principios morales estaban en contra de esas alegrías tuyas. Deberías empezar por respetarme tú un poco, y preguntarme si yo quiero seguir por donde tú me lleves, como si fuera tu esclava en vez de tu amiga.

Me vio seria y se quedó un poco cortada.

  • perdona. Tienes razón no tengo ningún derecho a hacerte esto.

  • espera… dame un beso. No te enfades tú también. Solo te pido que pienses en los demás de vez en cuando.

Me dio un beso y se acostó.

Pero por la mañana ya lo había decidido y no les acompañé en su excursión, pasaría el día con Rufino, viendo la ciudad y visitando tiendas y por la tarde en la playa.

  • mira, Montse, a ti te sobra con esos dos. No me apetece ir, de verdad.

  • no te preocupes. Lo entiendo. Yo te disculparé y además, así toco al doble.

Me sorprendió. Debió ser por la charla de anoche. Por lo menos me dejó libre para ir a mi aire y pasar la tarde tranquila en la playa.

Cuando volvía al hotel, ya bastante tarde, estaba en la puerta uno de los dos italianos.

Me invitó a cenar y acepté, pero primero pasé por la habitación a ducharme y arreglarme un poco.

Durante la cena estuvo cordial, como siempre y cariñoso, pero no pegadizo. Cuando le pregunté por Montse me dice que estaba en su habitación, con su compañero. Era lo normal.

  • bueno, has sido muy amable. Gracias por todo, pero será mejor que nos retiremos.

  • bien quisiera, pero hasta que no aparezca Montse no puedo subir.

  • pues conociéndola, va para largo. Vente a la mía y esperas allí.

  • pues te lo agradezco, porque mañana madrugamos

  • pero te advierto que a dormir y callar. No hay segunda intención.

  • desde luego. Eso pensaba.

Se echó en la cama vestido y yo me volví de espaldas, me desnudé y me acosté. Estuvimos hablando un rato y después de un largo silencio me dice de pronto, muy serio.

  • no sabes lo que me estás haciendo pasar. Es cruel.

Sí, sí que lo sabía y en verdad era un poco cruel. Sentí ese impulso raro que me da de vez en cuando y separé un poco las sabanas, invitándole a entrar en mi cama.

Primero se quedó quieto, mirándome con detenimiento, como pensando si era realidad lo que le ofrecía o se había quedado dormido y estaba soñando.

Fuera un sueño o no, decidió aprovechar y se desnudó rápidamente, tumbándose junto a mí. Su mano se dirigió a mi pecho y me lo empezó a acariciar. Recorrió mi cuerpo y se aposentó en mi vientre, jugando con sus dedos en mi abertura hasta que encontró mi clítoris. Juntó su boca a mi pelo y me besaba por detrás de la oreja.

  • ¿de verdad quieres hacerlo?

Mi voz salió débil y entrecortada:

  • si… quiero…hacerlo…

Se subió encima de mí y noté su pene duro entre mis piernas. Le ayudé con mis manos a entrar y luego las coloqué en su cintura y espalda, apretando fuerte.

Todavía se quedó otra vez parado, dentro de mí, acariciando mi pecho pero sin moverse. Mi mirada, fija en sus ojos era como un ruego. Nunca me ha gustado pedirlo, ni suplicar para que me diesen placer. Era una cosa que se dan dos personas mutuamente, no como un favor, pero ahora mi mirada, ya que no mi voz, era de invocación para que empezase ya, una petición muda de mi urgente necesidad de sexo.

Y él recogió ese ruego y empujó dentro de mí. Y salió y entró, moviéndose también con pasión y deseo de mi cuerpo. Y yo cerré los ojos, la cabeza vencida y la boca abierta. Me había escuchado y empezamos a notar juntos el inmenso placer de nuestros sentidos, desbocados por fin.

Ya no oía los ruidos de la calle, ni las voces de la gente por la ventana. Solo nuestra respiración, su esfuerzo y mis gemidos. Nos retorcimos y sudamos juntos. Me agité, incapaz de aguantar más tiempo el orgasmo, y ni siquiera noté cuando él acabó. Quedé flotando, desmayada y feliz.

Qué difícil es describir esos instantes de flojera y tranquilidad absoluta.

Tenía razón Montse, no se deberían distanciar tanto estos buenos momentos

Al pasar por recepción a la mañana siguiente, para entregar las llaves, el encargado me entregó una rosa que tenía en mi casillero.

No llevaba tarjeta, pero no hacía falta…