Desliz en el auto

Mi aventura en el auto con mi esposo de testigo.

Desliz en el auto

Cuántas cosas pasan en esta vida. Situaciones que no imagines puedan suceder y acontecer en el momento en que menos lo esperas.

Una ocasión en que asistimos a una convención de la empresa donde trabaja mi esposo, ésta se prolongó más de lo esperado y salimos después de las diez de la noche de ahí. Uno de los compañeros de mi esposo no llevaba coche y nos pidió de favor, que le diéramos un "aventón". Mi marido lo llevó hasta su destino. Yo viajé en el asiento trasero, para dejar que ellos platicaran cosas del trabajo y de los temas tratados en la convención. Cuando el compañero se bajó, yo seguí sentada atrás, pues me dio flojera pasarme adelante.

Tomamos rumbo a nuestra casa, pero al llegar a un semáforo, un muchacho como de unos veintitantos años se acercó a mi marido para pedirle un "raid". Le explicó que venía de una fiesta, pero había perdido su cartera y no llevaba dinero para el taxi. Era nuestra noche de tener que dar "aventones", pero no había problema, ya que este chico llevaba el mismo rumbo que nosotros. A mi esposo no le gusta ser mala onda, así que le indicó que se subiera. El muchacho abrió la portezuela trasera y se sentó a un lado mío. Me miró sorprendido, ya que no se había dado cuenta de que yo iba ahí, pero comprendió de inmediato.

Mi marido siguió manejando, poniendo atención en el camino, mientras yo cerré los ojos, tratando de dormitar mientras llegábamos a casa. En una vuelta, sentí que perdía el equilibrio y traté de apoyarme poniendo una mano sobre el asiento, con tal suerte, que en lugar de hacerlo en el asiento, mi mano fue a caer encima de la bragueta del chico. Sentí su miembro que aún flácido, era de un tamaño considerable. Creo que se sonrojó, pero disimuló para no apenarme. Me volví a acomodar tratando de olvidar el incidente, pero ya no pude apartar de mi mente el haber sentido en mi mano ese grueso trozo de verga. De inmediato mi vulva reaccionó con una deliciosa baba que mojó mi pantaleta.

Observé a mi esposo, él ni cuenta se dio, seguía manejado como si nada. Por mi mente empezaron a desfilar malos pensamientos y me empecé a calentarme. Deseaba con todas mis fuerzas volver a sentir en mi mano la tranca de aquel muchacho. ¡No podía seguir así!... Volví a mirar a mi marido y armándome de valor, estiré mi mano, atrapando descaradamente aquel falo bajo el pantalón. El joven me miró sorprendido, yo le hice seña de que no hiciera ruido y me entendió. Solo dejó que yo hiciera todo.

Hábilmente desabroché el pantalón, baje la cremallera, metí la mano y sentí la tibieza de sus testículos. Su fierro empezó a tomar forma. Sentí cómo se iba endureciendo. Cuando ya estuvo como yo lo quería, apreté suavemente la verga. Era emocionante estar haciendo eso casi en los bigotes de mi esposo. El riesgo de que me fuera a descubrir me excitaba más. El muchacho cerró los ojos apretando los labios para no dejar escapar ningún gemido que nos fuera a delatar, pues yo le apretaba la macana como puta desesperada.

De pronto, mi marido me vio por el espejo retrovisor y pensé: « ¡Ya me cachó!... ». Pero era casi imposible, dada la oscuridad en la parte trasera. Sólo me dijo que pasaría a una tienda de esas que están abiertas las 24 horas, a comprar cigarrillos.

Yo le dije que lo esperaba en el auto y ya sabrán, en lo que fue y vino, me subí la blusa, me desabroché rápidamente el sostén, luego me incliné, coloqué la enorme verga de nuestro acompañante en medio de mis tetas y comencé a frotarla. El pobre gemía como si estuviera en agonía, después de examinar la punta de su macana, me la metí en la boca, dándole unas ricas lamidas, se las merecía por estar bien vergudo. ¡Era una verga de esas de película!... Él se dejaba llevar, casi sin poder respirar, me avisó que mi marido venía de regreso.

Casi me descubre, pues alcanzó a ver cómo me levantaba. Yo le dije que buscaba mi lápiz labial, que se me había caído. El muchacho se tapaba jalando su suéter, pero por encima se le veía un gran bulto. Mi marido empezó a manejar de nuevo. De pronto se metió por una oscura y solitaria calle. Yo me quedé de seis. Detuvo el auto, señaló en todas direcciones y luego me dijo:

¡Ya me di cuenta de todo lo que estás haciendo, cabrona!... –

El muchacho se asustó y quiso bajarse del coche, pero mi esposo lo tranquilizó y lo animó a que se quedara, diciéndole que no le gustaba que dejaran a su mujercita caliente, pues le podía hacer daño. Yo estaba sorprendida, no atinaba a saber que se proponía el cabrón de mi marido. Me miró y dijo que si quería terminar con el joven, me lo cogiera ahí en el auto, que él vigilaría mientras yo estaba "ocupada". Sin importarme más, me quité las pantaletas, me alcé la falda, nos acomodamos de tal manera que mis piernas quedaron alrededor de su cintura.

Hubieran visto el tamaño de aquella vergota. ¡Era sensacional!... Empujé mis caderas y empecé a sentir como su rica macana entraba en mi concha. Se deslizaba bien rico, mientras mi marido estaba parado fuera del auto presenciando la escena, con la verga bien parada. El chico y yo coordinamos nuestro ritmo. Me tomó de las nalgas y me hizo galopar como una yegua hincándome su endurecida macana hasta el fondo de mi vagina; yo me zangoloteaba como posesa, mientras me daba mil sentones sobre la babeante verga… ¡Qué aguante, qué potencia de semental!... No miento si les digo que me hizo ver estrellitas. Me estuvo dando duro y tupido, hasta que ya estando calientísimo, empezó a arrojar semen en abundancia. ¡Qué baño tan calientito recibí en mi cuevita!...

Acto seguido deshicimos el nudo que habíamos formado y sin limpiarse el miembro, se acomodó la ropa, acercó su boca a la mía y me dio un cachondísimo beso. Se bajó del auto a cumplir con su turno de vigilancia, para que mi esposo se subiera a darme una segunda ración de verga. Él ya estaba súper excitado. Me volví a encaramar, de la misma forma que hice sobre el muchacho y mi marido empezó a atacar con verdadera furia. Los senos me temblaban en cada embate. Estaba gozando como una zorra. Había quedado muy sensible después de la cogida que me diera el chico, así que no tardé en alcanzar un orgasmo, luego otro, y otro… No sé cuántos, pues perdí la cuenta; y no podía dejar de gemir de placer.

Después de un rato, mi esposo enterró profundamente su reata en mi chocho y comenzó a derramarse, en cantidades no menores que las del muchacho. Era tal la cantidad de leche, que gruesas gotas escapaban de mi vagina, y su jugo se mezclaba con el que el joven había depositado en mi papaya. Era tanto el semen, que fue inevitable que manchara el asiento.

Después de recuperar el aliento, nos vestimos. El muchacho volvió a tomar su lugar, mi marido aceleró y enfilamos hacia nuestro destino. En el trayecto, los tres permanecimos callados, cada quien sumido en sus propios pensamientos. Para ser sincera, les diré que pasada la calentura, si me entró un poco de vergüenza y noté que mi marido también estaba un poco "sacado de onda". El único feliz era el muchacho, pues no es cosa de todos los días cogerse a una nena nalgona, con buenas tetas, caliente, sabrosa y putona como yo; pero lo hecho, hecho estaba y ya ni modo.

Por fin llegamos al lugar donde el muchacho se bajó, dándonos las gracias. No intentó saber nada sobre nosotros, pero desde entonces, cada que mi marido lo recuerda, me coge como loco.