Deshojando la margarita

"Mujer, si la deshojaras tú... Sería un eterno sí. Pero la deshojo yo, pétalo a pétalo mi respuesta inconclusa... Un te quiero... Un quizá, no".

DESHOJANDO LA MARGARITA

Deshojando la margarita

entre un sí y un eterno no.

Le pregunto al silencio sin que me dé respuesta...

porque no me atrevo a preguntártelo a vos.

No lo hago porque es grande el temor...

Uno más, uno menos...

Un te quiero, un quizá no.

Deshojo con mis dedos poco a poco esa flor

y quedan contados pétalos...

Un te quiero... Un quizá, no.

Miro tus ojos, ya no brillan al verme.

Me deleito con tu sonrisa... Pero es que ya no sonríes.

Y deshojo la margarita

con la esperanza de que puedas quererme...

con la ilusión de que de mí te fíes...

Mujer, si la deshojaras tú... Sería un eterno sí.

Pero la deshojo yo,

pétalo a pétalo mi respuesta inconclusa...

Un te quiero... Un quizá, no.

Cambiaré la margarita por un girasol y te regalaré,

reflejada en su belleza, caudales de amor.


Palidecía el día por la presencia de nubes copadas de lluvia. El horizonte dibujaba mucho y nada de aquella tarde sombría. En el estero de la playa las arenas se removían con las aguas que les besaban. Era un día de ocaso obligado por la tormenta que pronto caería. Milena era una chica normal hace un par de años y sin reniego había pasado la barrera de los treinta. Lo que a condena de muchas era agonía, ella acogía cada año con sincero agradecimiento a la vida.

Yacía recostada sobre la granulada arena, mecía en sus manos un poco de aquel polvillo color canela y la dejaba sin voluntad, escapársele entre sus finos dedos. En su mente los pensamientos retumbaban sin sentido, más que sentido iban y venían sin entendimiento. Miraba la hora en su teléfono móvil aun sabiendo que llevaba en su muñeca izquierda un reloj de pulso. Es que no se acostumbraba a llevarlo con ella, pero había sido un regalo de alguien querido, además de bello, le reconfortaba el recuerdo que le representaba. A la distancia observó la silueta de Adriana acercándose. Sus ansias aumentaban tanto como crecía la marea alta. A lo lejos se veían algunos rayos golpear alguna parte del inmenso océano seguido algunos segundos después, por el sonido de los truenos. La brisa marina abrazaba cada centímetro de sus pieles y el olor salino de las aguas se contenía en la espuma de las olas que llegaban hasta sus pies.

Cabellera al viento, pies descalzos, un paso acompasado y lento dejando sus huellas en la arena… Adriana se aproximó hasta ella. La abrazó con tal fuerza que impregnó lo más profundo de la dermis de Milena con el rico aroma de su perfume. El abrazo fue largo, lo suficiente para que Milena se enamorará más y lo necesario para que Adriana sintiera menos culpa por la inminente despedida.

Milena buscaba en ella una justificante para un beso, la miraba tímida sintiendo el calor de emoción subiendo y bajando de su cuerpo. Adriana por su parte dejaba los últimos años de sus veintitantos, en el otro extremo del horizonte. Apenas cruzaba miradas con Milena. Su cabello rozaba su rostro acariciándole de un lado a otro a lo que ella, con un ligero movimiento de cabeza lo acomodaba de nuevo en repetidas ocasiones. Ambas tomaron sus manos en un acto de inercia. Las palabras venían sobrando, las pláticas profundas con las que algún día se habían conocido, perecían como aquel ocaso apenas imperceptible. ¿Quién se animaría a hablar primero? Ni siquiera habían articulado un saludo al verse. Asumirían que las palabras se devoraban solas como sus cuerpos en el rutinario acto sexual que antes llamaron hacer el amor.

Al fin, Adriana sugirió que se fueran de ese lugar pues la lluvia se había hecho presente en una previa forma de llovizna, que si bien en ese momento no ofendía, amenazaba con violentar ese espacio en los próximos minutos. Y es que a veces la lluvia puede ser romántica, jugueteando con la tierra, acariciando y reconociendo cada centímetro de ella, adormeciéndola, alterando su forma natural, excitándola… simulando un preámbulo perfecto de sexo casual hasta explotar en un aluvión en donde la tierra, las plantas, el aire mismo… sucumben a su impetuosa fuerza.

Las dos mujeres entraron al vehículo. Con las ventanas cerradas y con la calefacción encendida se empezó a calentar el aire hacia el interior por el calor que producía el agua en el motor. Ninguna de las dos hablaba, cada una en introspección buscaba las palabras ideales que decirse. Mientras Milena y su monólogo interno montaban un plausible discurso poético muy al estilo de Benedetti, Adriana rayaba en la cordura para poner a tono corazón y mente. Preparaba un razonamiento acerca de amar y amar queriendo o de querer amar. La rutina se empecinaba a aparecerse hasta en la forma en que se veían la una a la otra.

Cuando al fin Adriana se animó a conversar con Milena acerca del por qué dejaría la relación, palabras adversas y posesas salieron de su boca.

-   Mile, detén el auto un momento. Me gustaría que habláramos de algo y no quiero esperar hasta estar en casa.

Siendo su tono una seriedad absoluta, Milena sin preguntar, estacionó a un lado de la carretera. La lluvia ya arreciaba y el sonido ensordecedor no permitía escuchar con claridad lo que se dijeran.

-   Adri… qué bueno que quieres hablar, yo quiero hablarte de algo también. – dijo Milena desabrochando su cinturón de seguridad y acomodándose de lado sobre el asiento del conductor, de manera que podía estar de frente a Adriana.-

-   Bueno, habla tú primero.

-   ¿segura? Yo puedo hacerlo después que tú.

-   No, prefiero que hables tú primero. Anda, soy toda oídos.

La tormenta que caía se acompañaba impetuosos ventarrones que en algún momento lograban mover ligeramente la carrocería del vehículo.

-   ¿Me amas Adri? – la voz nerviosa de Milena pausó para tomar fuerza y seguridad – es que yo te amo, quiero saberlo. Después de tanto tiempo ya no logro diferenciar si es así o no lo es. Por momentos siento que sí, pero en otros parece que me huyes. No sé cómo comportarme contigo. Hago algo pero ignoro si te incomoda o si te agrada. Me siento como deshojando la margarita…

Adriana escuchaba atenta las palabras de Milena. Las escuchaba arrepentida de no haber hablado primero ella. Con la cabeza baja, tapó su boca con su dedo índice y medio como queriendo autocensurarse para no hablar de más. Había cierta oscuridad en el auto debido a la lluvia y a la neblina, además, debían ser casi las 7 de la noche. Esa lobreguez sirvió de cortina para disfrazar algunas de las lágrimas que contenía al bajar su párpado interior.

Las limpió con disimulo, dirigió su mirada hacia Milena pero sin verla. Ya librada del cinturón, se fue a los labios de la mujer que ahora guardaba silencio. El primer beso fue pasional, intenso. Con el suficiente arrojo para evitar que Milena continuara hablando. Poco a poco el beso se fue convirtiendo en el saboreo lento de sus labios. Suspiros ahogados y profundos aderezaban el ambiente.

En un movimiento rápido Adriana se levantó de su asiento y pasando sobre la palanca de cambios, llegó a las piernas de Milena donde se sentó. Continuó besándola casi con rabia, quitó sus ropas con desespero. Descubría la piel nívea de su novia sólo para volverla a cubrir, pero esta vez con sensuales lamidas y besos. Acarició con sus manos su torso, se deshizo de su sostén y colocó sus senos contra los de Milena masajeándolos suavemente con ellos. Su boca estacionada en su cuello jugueteaba tanto con la lengua como con sus labios desde la base de la clavícula hasta el lóbulo de su oreja. Milena se estremecía, sólo el hecho de saber que estaban en el auto, en una carretera no muy desierta la excitaba.

Bajó Adriana su boca hasta sus senos, tomó uno delicadamente con su mano. Su lengua encaminó recorrido desde la base eriza de él, dio lamidas suaves y largas por todo su contorno. Subió despacio haciendo círculos, se detuvo unos instantes en su aureola. Su lengua rodeo su pezón para luego introducirlo en su húmeda boca y succionarlo en un movimiento intenso pero delicado. Su otra mano halaba el cabello de Milena por detrás con la fuerza necesaria para que al hacerlo, sus pezones estuvieran más erectos. La posición en la que estaba no le permitía hacer más, así que volvió a besar su boca y bajó su mano libre al sur. Con proeza desabrochó su pantalón y alojó sus dedos poco a poco en el clítoris de la chica. Jugó un poco con él, descendió hasta la entrada de su vagina ya húmeda. Volvió a comerse los senos de Milena que ya gemía aceleradamente. Dentro de sus bragas, Adriana descubría cada surco de su piel con sus dedos, circulando por ellos con movimientos verticales rápidos desde la base de su perineo hasta el prepucio del clítoris.

Adriana movió el respaldar del asiento hacia atrás, lo que permitió que el cuerpo de Milena cediera recostándose y dando más opción de maniobra a los deseos de Adriana. La despojó de su pantalón... ella quitó completas sus ropas. Ambas desnudas con sus pieles tersas y dulces, reclamándose el ser devoradas la una por la otra. Adriana entonces, colocó su sexo excitado en la boca de Milena y su boca en el sexo ya trabajado de ésta, en un casi perfecto 69. Milena tomó el cuerpo de Adriana, acarició su espalda dejándole algunas marcas con sus uñas. Besó sus glúteos abriéndolos un poco para poder apoderarse del sexo de la chica. Era tal la excitación de Adriana que su lubricación era abundante, su olor a mujer enloquecía a Milena haciendo que la tomara con fiereza, toda su boca en ella. Su lengua recorriéndola centímetro a centímetro. Succionaba sus labios internos, su clítoris, introducía su lengua en su cavidad vaginal y hacía círculos lentos en su interior. Adriana detenía sus movimientos de vez en cuando, impedida por la sensación que le provocaba Milena, obligándola a abrir su boca. Al sentir la separación de su cuerpo, Milena levantaba un poco su pelvis en busca nuevamente de la boca de Adriana y a exigencia de su notable excitación. Así mismo era como hacía Adriana en su sur. Con la diferencia que su lengua recorría un poco más allá.  Subían la velocidad de acuerdo a como lo pedían sus cuerpos… a cómo el calor creciente en sus pieles lo pedía. La primera en venirse fue Adriana quien soltó un grito relajante tras una serie de gemidos. Como pudo continuo con su labor, Milena no tardó en descargarse con un extenso orgasmo que había empezado apresurado por la doble excitación que sentía con lo que Adriana le hacía, y la otra parte, gracias a la sensación que le provocaba que Adriana se viniera de esa forma tan enérgica.

Afuera, la tormenta parecía no querer marcharse. Ya lucía completamente oscuro. Adriana se levantó despacio temiendo que sus piernas cedieran débiles luego de semejante sensación. Acomodó su cuerpo sudoroso y tembloroso en el asiento trasero. Ambas estaban extenuadas, tanto así que no les hubiera importado dormirse allí mismo aun sabiéndose solas en una carretera.

Milena se acomodó en su asiento de manera que podía acariciar el cuerpo de Adriana.

-   Te amo, sabes. Esto fue espectacular… ahora sí, de qué me querías hablar. Creo que te distraje un poco – dijo besando el dorso de la mano de su novia y chupando lentamente sus dedos-

-   Mile… voy a dejarte. Amo a otra mujer…

Deshojo con mis dedos poco a poco esa flor

y quedan contados pétalos...

Un te quiero... Un quizá, no”.