Desesperado por llegar al orgasmo - Parte 1

Una pareja de adolescentes descubre por casualidad, que jugar con el límite puede ser muy excitante. Parte 1 de 2.

Era Nochevieja, y por la ventana abierta de mi habitación se veía el sol inclinado de invierno entre el viejo edificio del final de la calle y las montañas del fondo. Por la acera venía ella, abrigada hasta las cejas con un abrigo rojo y un gorrito de lana densa de patrón navideño. Desde la distancia, nos mirábamos el uno al otro como cualquier pareja de enamorados lo haría, saludándonos con una alegre sonrisa y deseando abrazarnos y contarnos con pelos y señales lo que habíamos estado haciendo desde la última vez que nos vimos en Nochebuena.

Recuerdo aquella tarde especialmente fría y húmeda, las aceras estaban empapadas, y si pasabas más de cinco minutos fuera sentías como el helor se abría paso por tus fosas nasales helando todo lo que tocara a su paso. Sin embargo, a ella parecía no afectarle, pues llegó caminando desde su casa a pesar de estar a más de un kilómetro y medio y no mostraba síntoma alguno de sufrir hipotermia.

Mientras pensaba sobre ello sonó el interfono, cerré la ventana y salí corriendo lo más rápido que pude con aquellos ridículos zapatos que me hizo poner mi madre a causa de tan especial noche. Con destreza y precaución, salí de mi cuarto lo más rápido que pude, primero giré a la izquierda el recodo que hacía el pasillo para luego recorrer la porción más larga de él hasta llegar al comedor, donde tuve que ir esquivando a todos los familiares hasta llegar al telefonillo, lo descolgué, y sin ni tan siquiera hablar por él, pulsé el botón para abrir el portal, acto seguido abrí la puerta de la calle y me quedé frente al ascensor esperándola.

La puerta comenzó a abrirse, desplegué los brazos, y como un león que salta hacia su presa, se abalanzó sobre mí. Tras unos segundos de tiernas muestras de amor adolescente, pude comprobar que en contra de lo que yo creía, tenía las mejillas completamente heladas, así que rápidamente la invité a pesar para que así pudiera entrar en calor cuanto antes.

Dentro de la casa, comenzó a saludar a mis familiares; abrazos por aquí, besos por allá, comentarios banales y poco profundos para romper esa situación incómoda que solía haber durante los primeros minutos de la llegada de cualquier invitado, y una vez saludó a todo el mundo, nos hicimos paso por el pasillo dejando atrás el comedor y la cocina, para ir a mi cuarto y así poder estar más cómodos para hablar de nuestras vidas y estar un poco a nuestro aire.

Una vez en la habitación, cerramos la puerta como de costumbre, y se quitó el gorro navideño dejando caer su brillante y largo pelo moreno para enseñarme sus nuevas mechas rubias que se hizo ese mismo día, una a cada lado de la cabeza. Asombrado, le di mi visto bueno a su pequeño cambio de look ya que le hacía aún más delicada a su ya de por sí hermosa y redonda cara, y comenzamos a hablar.

A los pocos segundos, escucho la voz de mi padre llamándome, así que abrí la puerta, crucé el pasillo, y me dirigí al comedor. En el comedor, pude darme cuenta de que llegó un invitado más, esta vez era mi primo, así que le saludé y acto seguido fui a ver a mi padre, que resultó tener problemas con la tele y quería que la arreglara para que estuviera preparada para las campanadas, así que tras unas comprobaciones y movimientos, la arreglé y puse rumbo de nuevo hacia mi habitación a través de aquel pasillo ya vagamente iluminado por el último sol del año.

Abrí mi puerta y vi a Lucía quitándose el enorme abrigo que ofuscaba su real figura. Bajo aquella enorme prenda roja se encontraba un largo y negro vestido de muslo que dejaba al descubierto la parte superior del torso, rodeado por una cinta roja que recorría su cintura y terminaba en un pequeño lazo. El vestido le quedaba perfecto, y resaltaba su esbelta figura ciñéndose a él como un guante de látex, y así se lo hice saber en aquel mismo momento. Ella, contenta con el piropo, no dudó en darme el primer beso de aquella vieja noche y de nuevo, y un poco más cómodos, nos sentamos en la cama, apoyando la espalda en la pared a la que estaba pegada y retomamos la corta conversación que nos interrumpieron.

Tras unos largos minutos de cháchara mientras veíamos la llegada de la noche y el alzar de la luna, la conversación también parecía aumentar de tono. La primera frase pícara salió de su boca entonando un "¿Y estos días te has aburrido?", a simple vista puede parecer una frase normal e inocente, sin embargo, en ella se escondía un intento de sonsacar información sobre su, por desgracia, problema por darnos placer a solas. Así que, y evidentemente, le dije "Sí, siempre que no estas me aburro muchísimo", yo entendía que a ella le molestaba ese tema y por lo tanto siempre traté de aguantar hasta encontrarnos para liberar la tensión, a lo que ella me contestó "Bien, ya sabes que para mí es lo mismo que si te acostaras con otra", "Ya lo sé Lucía, no te preocupes que sin ti ni se me levanta" le dije para calmarla, se rió y dijo "Seguro... Con lo que a ti te gusta...", así que le dije "Bueno, no siempre se puede controlar cuando se pone contenta ¿sabes?", "Ya, claro" me recriminó, y efectivamente, no iba muy desencaminada, tanto, que incluso aquella conversación ya me estaba empezando a poner a tono.

"Seguro que con mi amigas alguna vez se te ha puesto dura ¿eh?", "¿Qué dices, Lucía? Anda, no digas tonterías, que yo solo tengo ojos para ti" le conteste, a lo que ella replicó "¿Y cuando Laura iba con aquel vestido provocando cuando fuimos de fiesta? Seguro que estuviste cachondo toda la noche", casi sin acabar de decir la frase, me echó mano al paquete, y como era de esperar, notó que mi amigo ya se había despertado, agregando en aquel momento la frase "Osea que sí ¿eh? Que te hablo de Laura y se te pone tiesa ¿eh?", desesperadamente le dije que no, que aquello era fruto de hablar sobre la masturbación, por el tiempo que pasó desde la última vez y por lo guapa que iba esa noche.

"Jajaja ¿te lo has creído? Ya sé que no te gusta Laura, cari", Lucía siempre ha sido muy bromista, pero no esperaba que me gastase una broma sobre lo salida que estaba su amiga. "Pero me ha gustado que me digas que voy guapa, sobretodo porque me puse este lacito para ti", dijo, "¿y eso?", le pregunté, "Jajaja para que me abras como un regalo" contestó, y tras pensarlo unos segundos añadió con un tono sexy "¿y qué hacemos ahora con tu herramienta? No puedes estar cachondo hasta el año que viene" agregó, y al acabar soltó una risa nerviosa con la que reconoció subconscientemente lo malo que fue el chiste.

Pronto tomó la iniciativa y comenzó a manosearme un poco más por encima del pantalón. Al cabo de unos segundos, empezó a bajarme la cremallera para eliminar una capa más de ropa y acceder directamente a los calzoncillos. Mientras me acariciaba suavemente, incorporó un poco la cabeza y nos empezamos a besar. Mientras tanto, movía torpemente la mano buscando la manera de bajarme los calzoncillos hasta que tras varios intentos lo consiguió, dejando liberado a mi amigo completamente erecto.

Sus ojos cambiaron de objetivo y se centraron en mi pene, el cual comenzó a acariciar con sutileza durante unos segundos antes de agarrarlo con la mano y comenzó a oscilarla lentamente. De nuevo, se centró en mis ojos, y a la par que me tocaba, volvió a besarme, esta vez lo hacía más apasionadamente, ella también se estaba poniendo cachonda y se notaba. Comenzó a mover la mano más rápidamente, y a mover su lengua dentro de mi boca. Yo, tras tanto tiempo sin eyacular, sabía que no iba a aguantar mucho y a pesar de que sabía que iba a manchar los pantalones formales que llevaba aquella noche, no dejó de ser un vago impulso de cordura al que no le di demasiada importancia, simplemente quería disfrutar del momento y de mi novia.

Fue entonces, cuando a través de la puerta se volvió a escuchar otra voz, esta vez era mi madre, ya eran las siete y media de la noche y había que preparar la cena para tenerla lista a las nueve. Así que allí estaba yo, con el pene todavía entre las manos de mi novia, cerca de correrme y teniendo que hacer la cena. No podía seguir con ella ni con la paja, tenía que ayudar en la cocina, así que muy a mi pesar, tuve que salir de la habitación con el pene completamente erecto, con un calentón brutal, y la bragueta abierta, así que aproveché para ir al cuarto de baño sin prisa para lavarme las manos y ganar algo de tiempo para que se me bajara un poco el calentón.

Un par de minutos después, ya más calmado y con las manos limpias, crucé por el dichoso pasillo que en aquel momento ya estaba completamente oscuro y denuvo, pasé entre todos los invitados que en ese momento estaban terminando de poner los adornos, globos y demás parafernalias por las paredes, para llegar a la cocina, donde me esperaba mi madre y mi tía. Antes de llegar a la cocina, un aire denso y caliente con olor a todo tipo de alimentos mezclados me encontré con ellas, y solo pensaba en qué querían para acabar cuanto antes con lo que me fuesen a encargar para poder volver con Lucía lo antes posible, así que con cierta prisa hacía cada tarea que me mandaban. Primero saqué un vaso para cada comensal, luego un plato, luego los cubiertos. Lo hacía todo bastante rápido, tanto que hasta que mi madre llegó a preguntarme si es que tenía algo que hacer. Cuando terminé de sacar todos utensilios de cocina habidos y por haber, y pensando que ya por fin podría regresar a mi habitación, me encargó coger un par de platos grandes para llenarlos con los entrantes que habían preparado.

En aquellos platos iba poniendo de todo, embutidos, quesos, frutos secos, aceitunas… Había un sinfín de comida, más de la que creía que podíamos comer y toda ella la tenía que poner yo, una a una hasta llenar los gigantescos platos por completo. Pero fue entonces cuando al acabar de llenar el primero y empezar con el segundo vi entrar a mi novia por la puerta de la cocina, y fue en ese preciso instante cuando entendí que me iba a tener que quedar con las ganas al menos hasta después de cenar.

Mientras terminaba de preparar los plato y mi cabeza seguía ideando maneras en la que escaparnos sin ser demasiado sospechosos para que acabara lo que empezó, escuchaba cómo mi madre y mi tía alagaban el vestido de mi novia y cómo le repetían una y otra vez que iba guapísima y que le sentaba fabuloso, lo que hacía que la mirara constantemente y me hacían acordarme aún más de la imágen que había vivido hace unos minutos. La situación me ponía aún más cuando ella me miraba al paquete en vez de a la cara. Era una situación extraña porque mi tía, que estaba a su lado, se estaba dando cuenta perfectamente de que no me estaba mirando a la cara, pero a Lucía le daba igual.

“No me quiero imaginar cómo de contento tiene que estar tu novio” dijo mi tía, a lo que tanto mi madre como yo, nos quedamos pensativos intentando ver el lado inocente de la frase, y fue cuando mi novia le contestó “Bueno, yo creo que podría estarlo más”, mi tía no dudó en soltar una de sus comunes puyas hacias los hombre “Bueno Lucía, tú no te preocupes, que los hombres tienen que saber contentarse con todo lo que tienen”, a lo que mi novia le respondió entre risas “Ya bueno, pero me refiero a que tenemos unas cosas pendientes de acabar todavía que seguro que le pondrá más contento” mientras me volvía a mirar la entrepierna. Mi madre no sabría de qué iba el tema, pero mi tía sí, y lo confirmó al decir con un tono sarcástico “Bueno, pues marchaos ya y no hinchéis mucho los globos que pueden explotar”, mi madre respondió “pero si ya lo están llenando los otros”, mi novia se reía pícaramente y yo me puse rojo como un tomate así que aproveche que ya había acabado de preparar los platos para salir corriendo de la cocina y llevarlos al comedor para dejarlos en la mesa y preparar todo lo demás.

Ya eran un poco más de las 8 de la noche y con la ayuda de Lucía y viaje tras viaje, la mesa se iba llenando poco a poco con vajillas, cubiertos, y comidas de todo tipo. Mientras, los demás se dedicaban a charlar entre ellos y a beber, y de vez en cuando nos miraban desde lejos como si estuvieran observando a un par de hormigas llevar comida al hormiguero.

Al acabar de poner la mesa, y en una zona un poco más apartada, Lucía se acercó a mí y disimuladamente me echó su mano al paquete diciendo “tengo que ir al baño” a la par que me guiñaba el ojo. Yo ya había asumido que me iba a tocar esperar, pero seguía teniendo esa leve sensación en el miembro que te invita a comenzar a tocarte, por lo que esperé a que se fuese y tras unos segundos volví a cruzar el comedor para acceder al pasillo y finalmente al cuarto de baño.

La puerta estaba medio cerrada, pero estaba la luz encendida, así que la abrí y ví a Lucía retocándose con el pintalabios frente al espejo, cerré la puerta, le puse el seguro y le dije sin más rodeos “Lucía, esto es demasiado sospechoso, pero realmente necesito que me acabes”, se rió y me dijo “Ya lo sé cari, por eso te he dicho que vengas, pero no se si nos va a dar tiempo”, “Sí que nos da, me dejaste al borde antes y no me quedará mucho” le dije, “No sé, no sé” contestó mientras se acercaba a mí. “Venga, Lucía por favor, no tardes tanto que van a sospechar” le supliqué.

Por fin se acercó a mí, me quitó el botón, y bajó la bragueta, luego los pantalones y finalmente los calzoncillos, dejando al aire mi pene medio flácido, medio erecto. Finalmente lo agarró y sentí una sensación en el rabo entre sensibilidad y placer muy intensa que no recordaba haber experimentado nunca. Rápidamente comenzó a masturbarme para no perder tiempo mientras yo buscaba su boca para besarla.

Dejé de notar gran cosa y le pedí que lo hiciera aún más rápido, la tensión del momento y la situación debían de estar jugándome una mala pasada y no solo no era capaz de llegar sino que estaban consiguiendo que perdiera la poca lubricación natural que tenía en aquel momento empezando ya hasta a ser incómodo. Lucía rápidamente se dió cuenta y no tardó en ponerse de rodillas, apoyó un mano en mi muslo, con la otra me la agarró de la base y me escupió en el glande, para con ayuda de esa misma mano, distribuir toda sus babas a lo largo y ancho de mi polla. Ahora sí, bien lubricada, comenzó de nuevo a masturbarme a un ritmo aún mayor que antes. El chapoteo de su puño resbalando por su saliva junto al golpe que daba en mi pubis, hacía que pensase en sí se estaría escuchando desde fuera peor aún así no le decía nada, quería que me acabara y ya estaba cerca. Tras unos segundos de veloces movimientos, y estando muy muy cerca de correrme, le aparté la mano y me acerqué al váter para abrir la tapa y así poder echarlo dentro y no en el suelo, me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta abajo del todo y me senté sobre él al revés de como normalmente se hace y le dije rápidamente a Lucía que siguiera, a lo que ella respondió “Cari, me acabo de dar cuenta de una cosa…”, “¿Qué pasa Lucía?” le dije como un leve tono de desesperación, “Me acabo de dar cuenta de que me pone cachondísima ponerte a cien y dejarte al borde de correrte” me dijo, a lo que rápidamente me agarré el pene y le contesté “¿En serio? Pues como no lo hagas tú me voy a acabar yo...”, a lo que furiosa me recriminó “Ni se te ocurra ¿eh? Eso ya lo hemos hablado. Como se te ocurra hacer eso no te hablo en los restos de tu vida. Yo no lo hago y tú tampoco tienes que hacerlo, en eso siempre hemos quedado”. Me quedé mirándola unos segundos como si fuese un duelo del lejano oeste y le dije “Ya lo sé, no te enfades, ¿pero puedes acabarme ahora, por favor?”, se quedó callada, se acercó, se inclinó para darme un buen beso en la boca y me dijo "Se está empezando a poner interesante la noche”, abrió la puerta y se fue.

Allí me dejó, solo, en el cuarto de baño, sentado del revés medio desnudo en un váter, con el rabo completamente duro y con unas ganas brutales de correrme que rápidamente se convirtieron en ansia, segundos después en mi cabeza comenzó a librarse una encarnizada batalla en la que luchaban mis deseos naturales más profundos por coger mi rabo, masturbarme lo más fuerte posible y acabar ahí mismo con aquella locura, contra el respeto a mi pareja y a la promesa que le hice de no darme placer yo solo.

Con la mano todavía agarrando mi pene, la lucha parecía tener solo un camino, pero no sé cómo, conseguí sacar fuerzas para parar, levantarme, y envainármela de nuevo, dura como una roca y babeada perdida, en los calzoncillos. Acto seguido me acerqué al lavabo, abrí el grifo y me lavé la cara con abundante agua fría, lo cerré y me pregunté a mí mismo qué acababa de pasar. Era Nochevieja, estábamos ocho personas en casa y mi novia había jugado sus cartas para comenzar a jugar conmigo, y a mi costa, a un juego sexual que se acababa de inventar en el que el objetivo era tenerme desesperado por llegar al orgasmo...