Desesperación (3)

Noelia se verá obligada a follar con el rumano delante de un desconocido. Y su marido regresa a casa sin previo aviso.

Desesperación

Parte III

Tras aquel primer polvo, se quedaron dormidos, desnudos, uno junto al otro, como dos amantes. Noelia se despertó temprano, antes incluso de que amaneciera. Bajó de la cama y encendió un cigarrillo. El rumano permanecía acostado bocabajo en su cama de matrimonio, en el lado donde su marido solía dormir. Se fijó en su culete raquítico. Sabía que se estaba metiendo en un lío liándose con aquel muchacho, pero su perversión era fruto de una sequía sexual que duraba años. Estaba dispuesta a entregarse a cualquiera, a hombres de la talla de Pedro o el rumano, su lujuria resultaba excesivamente peligrosa. No sintió muchos remordimientos, sólo el temor a ser descubierta. Tal vez debía de haber sido más precavida, dejar sus tentaciones para lugares como el Cielo, tirarse a desconocidos, ser más discreta, pero había echado un polvo en su propia casa con el encargado del mantenimiento. Se lavó a conciencia los dientes después de haberle chupado los pies y la enorme y afilada verga. El chocho también lo tenía pegajoso del semen reseco y de haberse masturbado con el dedo del pie, así es que durante la ducha no paró de frotarse. Cuando salió del cuarto de baño se había dado la vuelta y yacía tumbado boca arriba, dormido. La extensa porra permanecía echada a un lado, flácida y blandita. Se mordió el labio inferior, poniéndose cachonda de verle en aquella postura, pero se contuvo. Volvió a forrarse las piernas con las medias blancas, se colocó el liguero y el tangas y se puso los zapatos de tacón. Quería estar guapa para él. Luego se echó el kimono por encima y abandonó la habitación.

Llamó a las sirvientas para que esa mañana no fueran a la casa. Se inventó la excusa de que tendría una reunión de amigas. Luego aguardó a que se levantara. Deambuló nerviosa por todos lados, fumando sin parar, bebiéndose un par de Martinis y apurando la poca coca que le quedaba de reserva. Y ya no podría llamar a su amiga Rosa. Corría el riesgo de que su marido, Diego, la pillara robándole, y Diego era un tipo duro que se aprovechaba de la adicción de su mujer yéndose de putas cada vez que le daba la gana, incluso celebrando algunas fiestas eróticas con sus amigos en presencia de su mujer. Estaba excitada y desesperada a la vez. La excitación le provocaba cierta ansiedad y más sabiendo que carecía de su droga. En torno al mediodía apareció el rumano. Llevaba una bata larga de seda negra de su marido, abrochada, ocultando todo su cuerpo. Ella le recibió con el kimono desabrochado, dejando visible por la abertura su tanga transparente, sus medias, su liguero y sus tetas balanceantes. El rumano le dio los buenos días y se dirigió hacia la cocina. Ella le siguió. Tomó asiento frente a la mesa y encendió un cigarrillo. Ella aguardó de pie, como si estuviera a su disposición.

  • Dame una cerveza.

Abrió el frigorífico y le sirvió una lata.

  • ¿Quieres comer algo?
  • Sí, tengo hambre.

Durante los siguientes quince minutos, Noelia se dedicó a cocinar para él. Mientras tanto, el rumano paseó por el césped sin parar de beber latas de cerveza. No le había hecho mucho caso, ni siquiera se había fijado mucho en ella, se comportaba como si fuera el dueño de la casa y ella la prostituta a su disposición. Le sirvió la comida y se la comió sin apenas hablar. Luego se levantó y fue hacia el salón. Desde la cocina, vio que se sentaba en el sofá, reclinado, y ponía la televisión. Eran las cuatro de la tarde. Terminó de quitar la mesa y colocar la lona y fue hacia el salón.

  • ¿Qué ves? – le preguntó al verle embelesado en la pantalla.
  • Ponme una copa, un licor de hierba.

Servicialmente, abrió el mueble bar y preparó una copa de licor. Se volvió para entregársela y aguardó de pie junto a él.

  • Sergei, ¿puedes hacerme un favor?

El rumano la miró desde la cintura hasta la cara. Era la primera vez desde que se había levantado que le había mirado la abertura del kimono.

  • ¿Qué favor?

Noelia se arrodilló ante él, junto a su pierna izquierda, y plantó las dos manitas encima de su muslo, por encima de la seda negra de la bata.

  • Seguro que conoces a alguien que pueda venderte unos gramos. No puedo pedirle más a mi amiga. Necesito comprar unas dosis. Le pagaré.

Sergei se irguió. Ella permanecía arrodillada ante su pierna izquierda. Comenzó a frotarle su cabello dorado y sedoso con la palma, como si estuviera acariciando a una perra.

  • Conozco un tipo. Puedo llamarle. ¿Pero tienes que portarte bien con él? ¿Me has entendido? -. Ella asintió -. Le gustan las mujeres guapas como tú.

La agarró de los pelos y tiró de su cabeza hacia atrás, dejándole el cuello tenso. Ella se quejó abriendo la boca. Le abrió más el kimono y le achuchó las tetas con furor. Luego la besó sin soltarle la cabeza y le dio una palmada en la teta izquierda. Noelia gimió de dolor. Volvió a golpearle la misma teta. El pecho se balanceó enrojecido. La sujetó por el pezón y lO zarandeó violentamente. Ella aguardaba dolorida con la cabeza echada hacia atrás. Alzó la mano derecha y le plantó la mano encima del rostro. Le frotó toda la cara con la palma. Retiró la mano y acercó sus labios. Le lanzó un escupitajo dentro de la boca y ella se tragó la saliva. Volvió a darle golpecito en la base de las tetas meneándolas hacia los lados. A pesar del dolor, la dominación que ejercía sobre ella le producía un inmenso placer, notaba que del chocho vertían babas vaginales que empapaban sus bragas. Se estaba corriendo mientras le atizaba las tetas. Le metió los cuatro dedos de la mano izquierda dentro de la boca obligándola a tensar los músculos de las mejillas. Con las yemas le acarició la lengua y los dientes. Retiró la mano impregnada de saliva muy despacio. Noelia respiró sin aliento. Algunas babas le resbalaron por la comisura de sus labios hacia la barbilla. Sergei se reclinó en el sofá soltándole los pelos. Se desabrochó la bata de seda y se la abrió mostrando su tremenda polla, ya erecta y muy dura.

  • Hazme una mamada.

Noelia caminó de rodillas hasta meterse entre sus piernas. Acercó su boca y empezó chupándole los pequeños huevos, muy despacio, con la lengua fuera, dejando el rastro de la saliva a su paso. Sergei apartó a un lado el kimono y lo mismo hizo con la tira del tanga. Quería ver su culo reflejado en el espejo de enfrente mientras se la mamaba. Podía ver su húmedo coñito entre las piernas y la raja bien abierta del culo, con el ano en el fondo. Las tetas le colgaban hacia abajo como las ubres de una vaca. Mientras le lamía los huevos a lengüetazo lento, Sergei sacó el móvil y llamó a su amigo. Hablaron en rumano y Noelia no captó ninguna palabra. Hablaron durante cinco minutos y es el tiempo que ella se tiró chupándole los huevos. Él permanecía relajado, con la copa de licor en una mano, un cigarro en otra y la señora arrodillada entre sus piernas haciéndole una buena mamada, meneando su culito ligeramente al mover el tórax. Poco a poco sus labios fueron subiendo por el largo tronco de la polla hasta el glande y sujetándola por la base se la metió entera en la boca. Empezó a chupársela bruscamente, moviendo la cabeza con fuerza, en cuanto notaba el glande en su garganta ascendía de nuevo hacia los labios. Él le apartó el cabello a un lado para verla succionar. Chupaba con impaciencia, moviendo la cabeza sin parar. Casi diez minutos más tarde, Sergei emitió el primer bufido. Ella continuaba mamando con energía, sin pausa, asintiendo bruscamente. El rumano volvió a jadear cabeceando en el respaldo del sofá. Noelia se irguió apartando la cabeza de la porra, pero comenzó a sacudírsela velozmente. Se miraban a los ojos. A veces la punta golpeaba la base de las tetas. Los huevos se mecían alocados. Se metió la mano dentro del tanga para hurgarse en el coño, allí en su presencia. Quería correrse con él. El rumano observaba su manita de uñas azules a través de las transparencias. Se zarandeaba el chocho con rabia. Pronto de la verga comenzó a chorrear gran cantidad de leche hacia los lados, un semen muy blanco y líquido. Algunas salpicaduras le alcanzaron las tetas y el vientre. No paró de meneársela hasta escurrirla. Luego le soltó y retiró la mano de su braga.

  • Límpiamela.

Se la secó con la misma bata de su marido y le limpió el vello y algunas salpicaduras repartidas por la barriga. Luego con su kimono empezó a secarse las tetas.

  • Ve a vestirte, mi amigo no tardará mucho. Y ponte guapa.

Se levantó colocándose la tira del tanga y abrochándose el kimono. Luego se dirigió hacia su habitación para cambiarse, le dejó allí reclinado, embelesado con la televisión.

Noelia, ya sola en su habitación, trató de pensar. Se sentía dominada por el rumano, en su propia casa, pero necesitaba sexo y para conseguirlo debía someterse. Él actuaba así. Y las extremas maneras la ponían muy cachonda. Se miró al espejo y se vio el pecho izquierdo enrojecido. Volvió a darse una ducha y a lavarse bien los dientes. Iba a obligarla a mantener sexo con un desconocido a cambio de unas dosis de droga. ¿En qué se había convertido?, se preguntó temerosa por la situación. Su marido y su maldita impotencia tenían la culpa. Y comenzó a vestirse tras la larga reflexión. El cabello se lo recogió en un moño en lo alto, dejando su nuca al descubierto. Se pintó los labios, párpados y cejas y se maquilló dando brillo a su cara. Se puso un fantástico vestido con la espalda descubierta ribeteada con perlas y adornado con motivos de lentejuela, de un tono verde claro. Los tirantes iban anudados al cuello, escote a pico, de corte entallado, definiendo su silueta, con base asimétrica de volantes, unos centímetros por encima de sus rodillas. Se calzó con unos zapatos de tacón plateados y como complementos un collar de plata y aros de platas en sus orejas. Como prenda interior sólo se puso un tanguita blanco de encaje por delante, con dobles tiras laterales y una fina cinta metida por el culo. Estaba exuberante. Cuando se estaba mirando al espejo y dándose los últimos retoques, oyó unos golpecitos en la puerta y enseguida Sergei apareció tras ella con la bata de seda abrochada. Le acompañaba su amigo, un tipo de rasgos caucásicos, muy viejo, de unos setenta años, calvo, bajo e inmensamente gordo, poseía una barriga muy ancha y picuda y una enorme cabeza redonda. Vestía con un traje azul marino, recinchado, camisa blanca y sin corbata, parecía un jefe de la mafia rusa. La enorme barriga le sobresalía de la cintura de manera exagerada. Daba asco verlo. Sergei lo había traído hasta su propia habitación. No sabía qué decir. Sonrió a modo de saludo. El viejo la devoró con la mirada. Sergei se dirigió a él en rumano haciendo indicaciones hacia ella.

  • Es el señor Boscov, salúdale.

Noelia acercó su cara y le estampó dos besitos en los carnosos carrillos. El tipo no le correspondió los besos ni llegó a mostrar síntomas de amabilidad. La agarró por la barbilla y le volvió la cara a un lado y a otro, como examinándola.

  • Es guapa – dijo con un mal castellano.
  • Dale una copa al señor Boscov.

Mientras Noelia le servía un whisky, el viejo se acomodó en un sillón que había frente a la cama. Pensó que la situación era patética, en su habitación de matrimonio sirviendo de puta para dos desconocidos. Por un lado estaba asustada. Noelia le llevó la copa. Su cuerpo precioso se contoneaba con los pasos gracias a la acción de los tacones. Su hermosura y elegancia no pegaban entre aquellos dos babosos. Boscov sacó del interior del bolsillo tres bolsitas de coca y las tiró encima de la cama.

  • Dos mil euros.

Era una barbaridad, pero estaba dispuesta a pagar lo que fuese. Recogió las bolsas y regresó a la cómoda. Extrajo de su bolso el dinero y volvió al sillón para entregárselo. El viejo permanecía en el sillón acomodado como un marqués. Sergei observaba de pie junto a él.

  • ¿No la pruebas? – le preguntó el viejo
  • Sí.

De nuevo caminó hacia la cómoda, dándoles la espalda, exhibiendo los encantos de su espalda al descubierto y la silueta de sus caderas y culo. Vertió una gruesa raya en un espejo de mano y la esnifó en presencia de los dos rumanos, lamiendo después el cristal con la punta para atrapar granos esparcidos. Se sintió mejor, más relajada. Ahora la excitación se imponía en su mente a pesar de la asquerosidad que representaban aquellos dos hombres. Pero eran hombres y debía entregarse para saciar su lujuria. Se volvió hacia ellos.

  • Gracias – le dijo a Boscov.
  • Desnúdate, chica – le ordenó el viejo.
  • Haz lo que dice – añadió Sergei.

Noelia tragó saliva. Debía sacarse el vestido por la cabeza. Comenzó a subírselo despacio, descubriendo sus muslos, hasta que apareció el tanga, con su delantera de encaje, donde se apreciaba la mancha oscura del chocho. Continuó mostrando su ombligo hasta que vieron la luz sus tetas de pezones empitonados y aureolas grandes. Los dos rumanos contemplaban la exhibición fumando y bebiendo. Lanzó el vestido al suelo y se volvió hacia los dos. Sus tetas se vaivenearon levemente con el movimiento.

  • Bájate las bragas – impuso el viejo.

Con la misma lentitud y erotismo, se deslizó las bragas por las piernas destapando su coñito. Se irguió desnuda y aguardó. El viejo se había desabrochado la camisa y exhibía la enorme y picuda panza, de piel bronceada, salpicada de vello canoso por todos lados. Se tocó en la zona de la bragueta, ya bastante excitado. Tenía los ojos clavados en su vagina.

  • Tócate las tetas, y mastúrbate.

Alzó la mano izquierda para manosearse los pechos con sensualidad, muy suavemente, mientras que la derecha la condujo a su chochito para frotárselo en círculos con las finas yemas de los dedos. Lo tenía húmedo, aquel cerdo la estaba poniendo muy caliente. Sergei se desabrochó la bata y se agarró la porra erecta para meneársela. El viejo se abrió el pantalón hacia los lados y a continuación se bajó el calzoncillo. Mostró una porra pequeña y fina, con el glande cubierto por la piel, con huevos pequeños salpicados de pelillos canosos, así como el vello que rodeaba sus genitales, de un tono marrón y blanco. Enseguida se la rodeó con la mano y comenzó a sacudírsela. Los tres se masturbaban mirándose, Noelia como el centro de atención. Frente a ella los dos hombres se agitaban las pollas de manera enfervorizada mientras ella se manoseaba las tetas y el coño. Estaba tan excitada que el flujo vaginal le goteaba entre los dedos al suelo. Lo tenía empapado.

  • Fóllatela – le ordenó el viejo a Sergei.

El rumano se acercó a ella sin parar de sacudírsela. Se quitó la bata quedándose completamente desnudo.

  • Súbete encima de la cama.

Noelia acató la orden y se subió encima de la cama, a cuatro patas, con el culo hacia el viejo. Se diferenciaba a través de su raja abierta el agujerito del ano, rojizo y tierno. En la entrepierna se mostraba, entre el vello, la rajita del chocho, mojada, algunas babillas goteaban al borde de la cama. Las tetas le colgaban hacia abajo. Mantuvo la cabeza erguida, mirando al frente, hacia una foto de bodas donde ella aparecía con su marido. Notó a Sergei tras ella y notó la punta de la verga taponándole el ano. Se la iba a meter por el culo. Poco a poco se la fue clavando, notaba cómo se lo dilataba al avanzar hacia el interior de su cuerpo. Resolló algo dolorida. Se la había metido entera. Pronto comenzó a moverse asestándole fuerte embestidas. Sus huesudas caderas chocaban contra sus nalgas de manera bestial.

  • Mira al viejo – jadeó Sergei -. No dejes de mirarle.

Mientras la follaba, Noelia volvió la cabeza hacia Boskov. Continuaba masturbándose sin apartar los ojos de la escena. Ella apretaba los dientes para no gemir. Sergei le daba fuerte. El roce al entrar en su culo le hacía daño, pero también un desbordante placer. Le abría la raja con los pulgares para facilitar la entrada de la porra. Subió un pie encima de la cama para follarla más alocadamente, jadeando secamente. Noelia comenzó a sudar bruscamente, se le humedeció el pelo y le resbalaron gotas de sudor por la cara. Continuaba mirando al viejo. Sergei cada vez avivaba más las embestidas hasta que se detuvo de repente, inundando todo su culo de leche. Le asestó dos o tres clavadas más, como para escurrirse, y sacó la verga de golpe retirándose a un lado. Noelia se mantuvo a cuatro patas mirando por encima del hombro. La leche brotó de su ano y lentamente se deslizó hacia la rajita del chocho. Aguardó unos segundos más y se dio la vuelta sentándose en el borde de la cama, secándose el sudor con el dorso de la mano. Sergei estaba bebiendo un trago y encendiéndose un cigarrillo. Vio que el viejo se levantaba, se quitaba la camisa y se bajaba los pantalones. Se quedó desnudo, parecía una bola de sebo peluda y canosa. Sudaba como un cerdo. Las hileras de sudor le corrían por todo su cuerpo. Caminó hacia ella y se detuvo a escasos centímetros. Noelia miró hacia él. El viejo la agarró por su nuca al descubierto. Por iniciativa propia, le acarició los huevos con la mano derecha, unos huevos bastos y duros, y posteriormente agarró su pequeña y fina verga. Comenzó a masturbarle, a un ritmo acompasado. Con la mano izquierda le acariciaba la pierna y acercó su boca a la inmensa barriga deslizando los labios sobre ella, saboreando el sudor amargo que empapaba su piel. El viejo se relajaba con los ojos cerrados mientras le masturbaba. Bajó la cabeza ladeada para chupársela agarrándosela por la base. Tiraba del pellejo hacia atrás y le lamía el glande como si fuera la lengua de una víbora. Se la estuvo chupando un buen rato, ella sentada en el borde y el viejo de pie, y Sergei como espectador de la mamada. Luego levantó la cabeza sin parar de sacudirla y buscó sus ojos a modo de súplica. Quería que aquel cerdo la follara.

  • Túmbate – le ordenó.

Noelia se echó hacia atrás con los brazos extendidos. Sus tetas cayeron hacia los lados. Vio que de la polla le colgaban hilos de su saliva. El viejo le levantó las piernas y se apoyó los talones sobre los hombros, con la cadera algo elevada del colchón y su chocho bien abierto. Del ano aún fluían restos de leche. Acercó la verga y la hundió en el coño. Empezó a follarla moviéndose con pasividad, con chorreones de sudor abrillantando todo su cuerpo, gimiendo asfixiado. A pesar de la delgadez de la polla, Noelia notaba un gusto tremendo y acezaba como una perra, ahogada en placer. Se agarraba con fuerza a las sábanas y cabeceaba nerviosa, a veces clavando los ojos en Sergei, que la observaba desde el otro lado. El viejo suspiraba sonoramente. Frunció el entrecejo y sacó la polla del chocho ya vertiendo una leche muy líquida. No paraba de derramar semen, un semen muy líquido y aguado. Los salpicones caían sobre su vagina a modo de lluvia y le humedecía el vello. Noelia elevó la cabeza para mirar, aún con los talones en los hombros del viejo. Vio que se agarraba la polla y un segundo más tarde comenzó a mear sobre su chocho, un chorro de caldo amarillento y caliente que regó todas su partes, diluyendo los pegotes se semen repartidos sobre su vello y el culo. Llegó a salpicarle de orín el vientre y las tetas. Fue una gran meada, la puso perdida. Cuando se retiró, del coño remojado goteaban caían numerosas gotas. Aguardó tumbada boca arriba un par de minutos. Les oyó hablar el rumano. Cuando se incorporó el viejo ya se había vestido y Sergei se había puesto la bata. Abandonaron la habitación sin despedirse. Se miró, estaba completamente manchada de orín y semen. Pero había merecido la pena, la habían follado por delante y por detrás y había disfrutado como una posesa. Se dio una ducha de casi veinte minutos sin parar de refregarse con jabón por sus partes. Estuvo lavándose los dientes durante cinco minutos sin parar de frotarse con el cepillo. Luego se puso cómoda con el camisón de satén y se tumbó en la cama. Trató de pensar en lo que estaba sucediendo en su vida, todo fruto de la desesperación que conllevaba su alarmante sequía sexual. Estaba dispuesta a todo con tal de satisfacer sus necesidades sexuales, incluso a permitir que un desconocido meara sobre su chocho. Sergei apareció casi dos horas más tarde, con la bata de su marido echada por encima. Se echó a su lado, boca arriba, y le pasó un brazo por los hombros. Noelia se acurrucó contra su amante, con la cabeza apoyada en su pecho. Y juntos se quedaron dormidos.

El avión procedente de Egipto aterrizó a las seis de la mañana. Martín Del Valle regresaba antes de lo previsto. Se había cancelado la última conferencia a la que debía asistir. Disponía de unos cuantos días antes del próximo viaje para pasarlos con Noelia relajados en la casa. Tenía ganas de verla. Cada vez le costaba más trabajo separarse de su mujer. Cogió un taxi y se dirigió hacia su domicilia. Imposible que imaginara lo que sucedía en su casa.

Martín llegó a su mansión cinco minutos antes de las siete de la mañana. Cuando irrumpió en la casa, todo estaba en penumbra, aún no había amanecido, pero enseguida oyó la sintonía de gemidos que procedía de su habitación. Los gemidos de su mujer se alternaban con los jadeos secos de un hombre. Inmediatamente se imaginó lo peor. Su mujer estaba follando con un amante, le estaba engañando, poniendo los cuernos en su propia casa. Le entró un temblor por todo su cuerpo y notó un sudor frío en sus sienes. Su vida se desmoronaba en pocos segundos. Los gritos retumbaban en toda la casa. Noelia chillaba como una loca. Avanzó sigilosamente por el oscuro pasillo hacia su habitación. Los gemidos se agudizaban. Vio la puerta entreabierta y la luz encendida. Oculto en la penumbra, se inclinó para asomarse y les vio en la cama. Su esposa permanecía, desnuda, tumbada bocabajo con los brazos bajo el cuerpo. Sus tetas sobresalían por los costados. Mantenía la mejilla apoyada en las sábanas, con los ojos cerrados y la boca muy abierta, acezando bruscamente. Y el rumano, igualmente desnudo, encima, con el tórax ligeramente elevado de la espalda de su mujer, metiéndole la polla enérgicamente bajo el culo. Le taladraba el chocho ágilmente, a una velocidad de espanto. Las nalgas de Noelia se vaiveneaban con las embestidas. A veces pegaba los pectorales contra la espalda de su mujer, besuqueándola por la nuca, y elevaba y bajaba el culo follándola apresuradamente. Martín, desfallecido, era incapaz de moverse. El rumano gritó con fuerza y frenó en seco con el culo contraído, señal de que le tenía la polla bien dentro. Su esposa rugió de placer cabeceando en las sábanas. Le asestó otra clavada seca y una tercera. Luego se incorporó arrodillándose entre las piernas de su esposa, frente a su culito enrojecido. Martín pudo ver su larga polla abrillantada por la leche. Le asestó un cachete en las nalgas y bajó de la cama. Caminó en busca de un cigarrillo con la polla erecta, balanceándose hacia los lados con los pasos. Su mujer se recuperaba del polvo sin modificar su postura, tumbada boca abajo y con los ojos cerrados. Martín, abochornado y abrasado por los celos, retrocedió despacio hasta que salió de la casa. Tomó un taxi y fue a una cafetería. Era consciente de que todo era culpa suya, todo por culpa de su maldita impotencia. Llevaba años sin mantener relaciones sexuales con su mujer, y su mujer era joven y guapa, con ciertas necesidades. Las imágenes follando con el rumano no se le borrarían de la cabeza en la vida. Supondrían un tormento con el que tendría que vivir, porque no estaba dispuesto a perderla, estaba demasiado enamorado. Tal vez había sido un desliz por su severa sequía sexual, sequía que era culpa suya. Para no pillarles infraganti, telefoneó a Noelia y le informó de que había adelantado el viaje y que ya se encontraba en el aeropuerto. Notó que su mujer fingía la alegría de su vuelta. Hizo algo de tiempo en la cafetería y una hora después se presentó en casa. Daba la sensación de que allí no había pasado nada. Su mujer le recibió cordialmente, repitiéndole que le había echado mucho de menos. Él trató de simular su decepción, como si nada hubiera pasado. Quería mantener con su esposa la misma relación de siempre. El rumano también encubría su comportamiento cortando el césped. Le despidió dos días más tarde ante la frustración de su esposa. Puso la excusa ante Noelia de que era un vago y de que no hacía bien el trabajo. Como indemnización y para que se fuera satisfecho, le pagó veinte mil euros junto con una amenaza.

  • No quiero verte por aquí, o tendrás serios problemas.

Sergei asintió, imaginándose que el señor sabía lo de su relación con Noelia. Y desapareció de sus vidas.

Transcurrió casi un mes. Martín dejó de viajar y delegó en sus consejeros importantes decisiones empresariales. No quería dejarla sola, pretendía unirse más ella, amarla, intentar que fuera feliz. De nuevo comenzó una ronda de visitas por las clínicas en busca de una solución para su problema, pero todo eran negativas. Noelia regresó a su rutina de siempre, a la monotonía que significaba su matrimonio. Debía conformarse con los recuerdos de sus experiencias sexuales en el bar Cielo, los momentos con el rumano y con el viejo. Cuando podía, chateaba en páginas pornos, alquilaba alguna película o se consolaba con el vibrador. Sólo su amiga Rosa sabía de su locura. De vez en cuando le proporcionaba algo de coca para saciar su adicción.

Martín organizó una velada nocturna en el recinto de la piscina. Invitó a muchos amigos, a importantes empresarios y a gente del mundo de la política, más de cien invitados asistieron a la cena donde una orquesta amenizó la celebración. Su amiga Rosa y Diego, su marido, también acudieron. Diego llevaba algunos negocios de Martín. Hacía una noche muy agradable. Corría una ligera brisa que suavizaba el bochorno del mes de agosto. La gente fue vestida de fiesta. Tras la cena se formaron por los veladores algunos corrillos de gente charlando. Noelia y Rosa permanecían juntas, pendientes de los invitados. Noelia estaba muy guapa, muy hermosa, quizás la más guapa y elegante de la fiesta. Llevaba el cabello semirecogido. Lucía un espectacular vestido largo de corte foulard, de finos tirantes por los hombros, un seductor escote en forma de V, con la espalda al descubierto, color negro. Calzaba zapatos de tacón negros y llevaba unos pendientes largos plateados. Rosa también era una mujer guapa. Alta, delgada, de media melena rubia, ojos azules, culo estrecho y abombado y tetitas pequeñas. Llevaba un vestido azul elástico de gran escote en forma de U, muy atrevido, corto, definiendo su silueta. Diego vio a su esposa charlando con Noelia. La mujer de su amigo estaba buenísima. Estaba radiantemente guapa. Y sabía de su desesperación, Rosa le había contado su adicción a la coca y el problema sexual de su marido. Diego, a pesar de ser un baboso, era un tipo atractivo. De mediana estatura, el pelo largo, bigote muy curvado y fuerte y musculoso. Vestía con un traje negro, camisa blanca y sin corbata, y llevaba el pelo engominado. Salió al acecho, no le importaba que su mujer estuviera presente.

  • Vengo a invitar a estas dos mujeres a una copa -. Les entregó a cada una copa de champán -. Y vamos a brindar por las dos mujeres más guapas de la fiesta.

Ambas sonrieron estrellando sus copas entre sí, aunque Rosa ya sabía de las intenciones de su marido. Noelia decidió sacar partido de la inesperada amabilidad de Diego, un hombre serio y taciturno.

  • Verás, Diego, ¿no tendrás algo de…? Buenos, necesito meterme algo, te pagaré lo que me pidas

Diego extendió el brazo y le acarició la mejilla.

  • Estás invitada.
  • ¿Vamos dentro? – sugirió Noelia.
  • Es mejor – añadió su amiga.

Las dos mujeres marcharon delante de Diego en dirección a la casa. Diego observaba sus culos contonearse delante de sus ojos. Eran dos princesas disponibles para él. Desde el otro lado del recinto, Martín observó cómo Diego se llevaba a su mujer de la fiesta acompañado de Rosa. Sabía que su mujer se metía algo de vez en cuando y quizás su amigo iba a ofrecerle unos gramos. Pero se puso nervioso, ya no atendía a las explicaciones de las personas que le rodeaban. Una ola de celos invadió sus entrañas y poco a poco fue desentendiéndose de las distintas conversaciones.

Accedieron al interior de la vivienda y se dirigieron al despacho de Martín sin encender ninguna luz. Cada uno llevaba su copa de champán en la mano. Noelia cerró la puerta y encendió la lámpara de la mesa. La estancia se iluminó con una luz tenue. Diego le entregó a su esposa una bolsita y la vio sentarse en el sofá. Sacó del bolso un espejo de mano y repartió la coca confeccionando una raya con una tarjeta de crédito. Diego y Noelia se detuvieron junto al escritorio. Ella aguardaba impaciente. Diego se sacó del bolsillo un pequeño cristal rectangular y a continuación sacó otra bolsita. Vertió una raya sobre la superficie y con el cristal en la palma tendió la mano hacia la cara de Noelia. Ansiosa, se taponó un orificio de la nariz y esnifó toda la raya. Algunos granos se esparcieron por el cristal. Sin recato, sacó la lengua y la deslizó por la superficie lamiendo los restos de droga. Se miraron a los ojos intensamente. Estaba excitada, el morbo la ponía a cien por hora. Quería follar con el marido de su amiga. Diego estaba muy bueno y follaba escandalosamente, así se lo había hecho saber su amiga. Rosa observaba desde el sillón. Noelia se volvió hacia la mesa para darle un sorbo al champán. En ese momento, Diego la abordó. Se pegó a ella rodeándola con los brazos a la altura de la cintura. Notó su aliento en su nuca. Percibió su bulto aplastado contra sus nalgas. Ella se removió para hacerle saber que estaba muy cachonda. Rosa les observaba boquiabierta. Su marido iba a tirarse a su mejor amiga. Diego acercó sus labios tras la oreja de Noelia.

  • ¿Te ha gustado?
  • Sí.

Ascendió sus manos por el vientre, pasaron por encima del volumen de sus pechos y llegaron a su cara. Le metió el dedo índice dentro de la boca y ella le correspondió lamiéndolo. La besuqueaba por la nuca y tras las orejas, procurando rozar sus genitales por aquel culo tan delicioso. Las manos volvieron a descender muy despacio, rozando sus pechos por encima de la tela. No paraba de besarla. Noelia vio que su amiga se había arrugado el vestido en la cintura y se había metido la mano dentro de la braga masturbándose con la escena. Notaba el bulto y la dureza del pene apretujado contra sus nalgas y se meneaba levemente para sentirlo. Notaba la lengua por su cuello y su nuca. Notaba cómo sus manos se metían bajo el vestido y ascendían por sus piernas arrastrando la tela en la subida. La dejó en bragas, unas bragas pequeñas de satén. Las manos continuaron por su vientre hasta abordas las tetas, que las achuchó con rabia, dejándole el vestido enrollado bajo sus axilas. Ella se aapoyó la nuca en su hombro para disfrutar del tacto. Le magreaba las tetas aplastándolas, pellizcándole los pezones. Veía la mano de Rosa actuando dentro de la braga. También se había abierto el escote para dejar sus pequeñas tetitas a la vista. La mano derecha regresó por el vientre hasta detenerse en la delantera de la braga. Bruscamente, agarró la prenda y dio un tirón hacia arriba metiéndole la tela entre los labios vaginales, a modo de tanga. Noelia gimió intensamente al notar cómo la tela presionaba su clítoris con fuerza. Y comenzó a masturbarla con sus propias bragas, dando fuertes tirones, metiéndole la tela bien dentro. Su marido contemplaba la escena desde fuera, por una abertura que existía entre las cortinas. Sus ojos se habían abrillantado por las lágrimas. Los celos le carcomían las entrañas. Su mujer era una puta, se había convertido en una puta por su culpa. Vio cómo uno de sus amigos la masturbaba metiéndole las bragas salvajemente por el chocho y ella se meneaba lujuriosamente con las tetas meciéndose por los movimientos. Rosa se había bajado las bragas hasta las rodillas y se meneaba el chocho cerca de ellos. Se encendió un cigarrillo. Le tembló el pulso con algunas hileras de lágrimas resbalando por sus mejillas.

En el despacho, Diego, inesperadamente, la obligó y le estampó bruscamente el tórax contra la mesa. Sus tetas se aplastaron contra la superficie y su mejilla quedó pegada a la madera. Le dio un tirón a las bragas, bajándoselas lo suficiente como para dejarle el culo al aire. Nervioso, se desabrochó el pantalón y se los bajo junto con los calzoncillos. Su amiga Rosa se acercó y se encargó de abrirle el culo para que su marido le insertara rudamente la verga en el chocho. Comenzó a follarla con embestidas secas, se mantenía unos segundos sin moverse, con la polla dentro, para sacarla y asestarle otra clavada seca. Rosa se colocó junto a su marido, acariciándole el culo, con su manita metiéndose entre las pierna para agarrarle los huevos. A la vez se besaban babosamente mientras la verga se deslizaba por el chocho de Noelia. Y toda la escena ante los ojos de Martín. Podía oírles gemir desde el otro lado del cristal. La embistió duramente hasta que se detuvo en seco, seguramente inundándole todo el coño de leche. En ese momento se retiró. Comprendió que esas escenas se repetirían durante mucho tiempo. Y tendría que soportarlo. Estaba enamorado de ella y no quería perderla. Pero su vida sería un tormento para siempre, los celos le acompañarían en cada segundo.

Fin.

JOUL NEGRO

joulnegro@hotmail.com

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