Deseos Universitarios (2)
Ramón ve en Gustavo a alguien especial. Algo más que su alumno, tal vez un vago recuerdo.
Habían alcanzado el tráfico para cuando salieron. Esto preocupó un poco a Ramón ya que sería su primera tardanza en 3 años. Era puntual y siempre trató de serlo. Sus padres lo habían educado de una manera ejemplar y llevaba consigo el yugo de la responsabilidad de por sí. Prendió la radio del auto (un Nissan del 98) y sintonizó nuevamente la emisora de música clásica. Esta lo calmaba y lo mantenía menos ansioso. Una técnica que aprendió a través de los años cuando estudiaba dedicadamente cada tarde en la facultad de humanidades de la universidad en la que cursó 6 años sin parar. Avanzó un poco y vio a los autos quedarse estancados una vez más. Tomó aire y se recostó en el espaldar. Se dejó llevar otra vez por la música y volteó a la derecha a ver a Gustavo. Estaba durmiendo a duras penas recostado sobre la ventana. Ceño fruncido y boca semi abierta.
El –o mejor dicho “su”- campeón había tenido una noche y un despertar algo brusco. Se habían quedado hasta tarde teniendo relaciones y, para matarlo más, lo había despertado temprano para volver a repetir el plató, pero esta vez lamiéndole el falo hasta dejarlo en el cielo y ratificando su loquerío por él. La verdad es que realmente le estaba gustando cada vez más este chico.
La música clásica funcionaba. Lo tenía calmado a él y a su chico dormido, pensó mientras veía en el retrovisor la larga fila de autos. En la espera –que parecía realmente interminable-, volvió su mirada hacia Gustavo de nuevo. Se quedó mirándolo y no dejó de hacerlo por 1 minuto. Observó su terso rostro marcado por una pequeña barbita (que se había dejado crecer durante las últimas semanas), la ternura que le embargaba todo su persona. Verlo lo hacía recordar sus épocas de muchacho, cuando jugaba para la selección de fútbol de la universidad y lo conocían como “el pavo Macías” y donde formaba parte del club de lectura donde sería luego reconocido por varios en la facultad, e inclusive por sus colegas que ahora dictan actualmente. Le recordó también cuando solía escaparse de clases para jugar una partidita de billar fumándose unos tronchos con los amigos de siempre en vez de ir a la clase de Filosofía Griega, porque “ tirarse un humo con los hermanos, vale más que un griego lame anos” , frase que repudiaría y tildaría de estúpida años después cuando leería detenidamente a Kant. Pero ver a Tavo en ese instante le recordaría tanto (y mucho) a aquel jovencito de 19 años del cual alguna vez se enamoró en secreto cuando estuvo saliendo con Mariana -su enamorada en ese tiempo y ahora esposa-. Fernando, se llamaba. Fernando Batteri. Menudo pendejo era ese tío , pensó Ramón con una sonrisa un tanto pícara.
Tavo desapareció del asiento y Fernando reemplazó súbitamente su presencia. Dormía igual, solo que su ropa ya no tenía ninguna marca de los años dosmil, sino una remera de uno de los discos de Metallica y un chaleco de cuadros. Un chico de piel blanca, ojos casi claros, cejas algo pobladas y labios gruesos yacía ahí en su memoria y en su presencia creada por el recuerdo.
El primer concierto al que asistieron como “amigos” volvió a la cabeza una vez más. Habían quedado después de la universidad para escuchar a una de las bandas locales de Grunge del momento. Se habían vuelto amigos y muy cercanos. Las miradas en clase, los acercamientos en las reuniones y los gustos en común harían que la amistad se afiance mucho hasta el punto de poder ir a un concierto que les gustaba a ambos. “7pm, recuérdalo Macías, más te vale ir”, le había dicho. “De hecho voy. Creo que llevaré a Mariana, de paso. Tal vez le entre la música.” le respondió. Ese día Ramón llegó temprano y con algunos puchos de hierba (a veces le incomodaba recordar sus épocas de consumidor por “pose”, donde solo fumaba por fumar y no por sentir el verdadero “espíritu” rasta que tanto se comentaba en los grupos hippies de la universidad), llegó sin Mariana y con las ganas de poder llegar a otro punto con Fernando. Y realmente fue así. Se lo comió completo. A mitad del concierto ambos decidieron ir al baño porque debían “bajar la cerveza” y decirse algunas cosas. Fernando le bajó los pantalones y se la mamó como un completo puto. Ambos estaban nerviosos y angustiados, querían por fin sacar todo el sentimiento guardado y enclosetado que se tenían entre ambos. Todo fluyó. Ramón terminó por follárselo en un cubículo de retrete y perder su virginidad al ritmo de una canción de rock. Fue la primera vez que se cogía a un tío y le pareció muy de putamadre. Desde ese entonces, cada paja que se metía era en nombre de Fernando y las veces que podía, paraba lo más posible con él. Aprendió a lamer una verga y sobre todo, a cómo saber darla (de hecho, no lo hacía mal y ambos aprovechaban en ir al baño juntos todo el tiempo que se pudiera).
Fernando se convirtió en su primera experiencia para probar el “otro lado”. Se volvió sobreprotector y no permitía que nadie se le acercara y molestara. Iban a tocadas de artistas juntos y Fernando trataba de asistir a los partidos de Ramón casi siempre, e inclusive, junto con Mariana a su lado. Fue la primera vez que ambos se enamoraron de verdad.
Fernando desapareció cuando una canción fúnebre de Beethoven sonó en el dial. Volvió a su mente el momento en que le dijo mientras comían frente a la pileta que se mudaría a Estados Unidos para estudiar economía en otra universidad. Sus padres le pagarían los estudios, tenían dinero de por sí. Él solo atinó a besarlo y romper en llanto diciendo que lo quería mucho. Fernando partió un 4 de agosto a California y nunca le envió carta alguna después. Ramón se había sentido hasta el culo durante un mes y estuvo a punto de romperle a Mariana.
Ramón volvió a enterarse de la presencia de Fernando hace unos años atrás. Él había regresado al país para formar parte de un partido político de derecha e incluso había postulado al congreso. Había estudiado economía y un poco de derecho en Nueva York lo comentaban todas la noticias que se centraban en el “joven candidato que hacía suspirar a las votantes”. Ingresó al congreso y es ahora parte de la bancada oficialista. Ramón solo tiende a reir cada vez que lo ve en la televisión (o escuchar su ronca voz en la radio). Había cambiado un montón. Fernando viste formalmente y maneja un vocablo de políticos un tanto gracioso, está más alto, flaco y físicamente se ha puesto más bueno. Cada transmisión de las actividades del congreso es como un pequeño reencuentro para Ramón: Es como si llegara a ver a un hermano perdido por primera o segunda o tercera vez. Pero él se sigue preguntando cómo así llegó todo a acabar tan súbitamente en tan poco tiempo.
-¿¡PUEDES AVANZAR, IMBÉCIL!?-gritó un conductor que se encontraba a la derecha. Ramón reaccionó y Gustavo despertó.
-¿Qué paso?- masculló Gustavo que se encontraba aún medio soñoliento.
Lluvia de claxons.
-YA AVANZO, MIERDA.- respondió eufóricamente Ramón.
Gustavo, asustado, reaccionó y se levantó. Se sobó los ojos y volteó a ver la larga fila de autos que tocaban el claxon. Ramón avanzó rápidamente y entro a la avenida que lo conduciría a la universidad.
-Pero qué hijos de puta.- dijo en bajito Ramón.
Gustavo rio entre dientes.
-Creo que te faltó un poco de sueño.- dijo Gustavo.
-Ya quisiera estar durmiendo plácidamente como tú, en serio.- respondió Ramón, mientras trataba de culpar su desconcentración en pleno tráfico y se metía en algunas calles para agilizar su llegada al campus.
Gustavo bostezó.
Ramón quiso entablar una conversación con su chico, pero no sabía de qué. No quería aburrirlo en lo absoluto. No quería que se derrumbe en sueño otra vez, no faltaba nada para que llegaran y debía seguir dando el ejemplo de confianza. Pensó en el partido.
-¿Ya sabes cómo jugarán hoy día?
-Pues como siempre. Reemplazaré a Ismael, el muy suertudo se fracturó la pierna. Jugaré de pívot- dijo ya despierto Gustavo, mientras jugaba con el compartimento frente a su asiento que emitía un click cada vez que lo abría y lo cerraba.
-¿Y José? Hace tiempo que no lo veo jugando baloncesto.
-Bueno, entró en otras actividades y vicios nada saludables- dijo Gustavo. Abrió el compartimento y encontró con la mirada algunos discos.
-Que imbécil. Era bueno. Tenía buen futuro como deportista.
-¿Puedo?- preguntó señalando el grupo de discos.
-Sí, sí, coge con confianza.
Agarró los discos y empezó a revisar cada portada. Era música de los 90s. Tavo vio con detenimiento cada portada y sus detalles.
-José era ágil. Me consta. Aunque la hacía mejor jugando fútbol.
-Hablando de eso, creo que tú deberías jugar fútbol- acotó Ramón. Estás en la talla.
-No me gusta mucho, a decir verdad casi nada. Ni siquiera puedo patear un balón de forma correcta. Pateo y puedo matar a alguien o romper un vidrio.
-No seas nena, yo te enseño si quieres. ¿Qué dices?
Tavo esquivó el tema.
-¿Quiénes son estos?- dijo mostrando la portada de un disco -con 4 tipos alineados frente a una mesa en forma circular- hacia Ramón. Este volteó rápidamente a ver, no debía perder la vista del volante.
-Mis amigos.
-¿Tus amigos son rockeros?
-Eran. Bueno, lo siguen siendo cuando pueden. Fueron algo reconocidos hace 10 o 15 años atrás.
-¿Y aún siguen tocando?
-Solo cuando pueden, pero suenan como el carajo. Ya no les sale el ser “rockstar”.
-El del medio me parece simpático- dijo Gustavo mientras veía a un muchacho de aproximadamente 25 años, algo robusto y de sonrisa misteriosa.
-Se llama Flavio. Estudió conmigo y, lo curioso, es que enseña en la universidad.
-No jodas. ¿Lo he visto antes? ¿Qué enseña?- dijo emocionado.
-Historia. Ya está muy cambiado él. Si ahí lo ves algo flaco, ahora está…un poco más gordo. Pero se conserva bien. Si quieres un día de estos te lo presento.
-Sería genial. Está muy bueno el hijo de su madre- dijo lo último en voz muy baja.
El letrero amplio de la universidad se asomó. Ramón entró por la derecha hasta llegar al estacionamiento iluminado por fuertes luces fluorescentes. El laberinto por escoger un lugar donde aparcar empezó.
-La gente cada vez tiene más dinero, ¿no? Veo más autos cada día que pasa- dijo Gustavo viendo detenidamente cada auto.
-Me consta. Ahora no sé dónde guardar este auto.
Ramón estaba ansioso. No encontraba lugar para aparcar y el tiempo se le agotaba. Solo 20 minutos para empezar clases y debía pasar por el controlador. Frenó.
-Vas a llegar tarde. Mejor te dejó acá. La puerta hacia el edificio de ciencias está de frente. Solo camina para allá- dijo Ramón.
-Vale.
Cogió su mochila verde oscura y salió del auto. Se alejó un poco y pensó que Ramón se quería deshacer de él rápidamente, pero no.
-Ven- le dijo Ramón desde su auto. Este se acercó hasta la ventanilla y se inclinó un poco hacia su rostro
- Recuerda, Tavo, tu tranquilo. Sé que ganarán hoy día. Ten fe en ti mismo. Estaré ahí en la tribuna con otros colegas. Tal vez te vea después, ¿vale?
Gustavo recordó que en la tribuna también estarían sus padres y su hermano. “Mierda” , pensó.
-Vale, vale. Gracias, profe. Apurado, el docente hizo un gesto con sus dedos para que se acercara más a él. Ramón le dio un beso pequeño. Ambos sonrieron. Le dio una palmada suave en el rostro y Ramón desapareció buscando un lugar dónde aparcar.
-Cómo me encanta este tío, por la putamadre- dijo Gustavo y volteó hacia la salida que da al campus.
-EH! Pero si es el pato Rodríguez!- dijo una voz para cuando se encontró saliendo del estacionamiento.
“El pato” era un apodo que usaban los miembros del equipo de baloncesto a Tavo. De hecho, se lo puso Manuel para cuando una vez, en los entrenamientos, Gustavo se apareció con un ridículo polo del pato Lucas que tuvo que ponerse por obligación debido a que no tenía otra opción de prenda a usar. Es más, le gustaba que le dijeran así, se sentía muy cómodo. No era un apodo tan despectivo como se lo imaginó. Él volteó y miró rápidamente. Solo esperaba que, sea quien fuere, no saliera del estacionamiento y lo haya visto con Ramón. Solo esperaba eso. Era Manuel.
-Hey- dijo con una sonrisa y calmadamente Gustavo.
-Qué onda tío- le dio un apretón de manos con una sonrisa de oreja oreja. Manuel es del tipo de hombres que nunca sonríen, y cuando lo hacen, simplemente te quedas imbécil por un rato diciendo “¡¿coño y este por qué nunca sonríe si tiene una sonrisa tan bella?!”. Su mirada era profunda y combinada con su sonrisa, Gustavo atinó a sonreírle cálidamente. Tenía las cejas pobladas y la cara larga, flaco pero bien formado, brazos largos y sí, como no, era atractivo. “Manu”, como lo llamaban todos, le llevaba 5 años a Gustavo y estaba a punto de acabar la carrera de Derecho. Era español y se había mudado con su familia desde Madrid hacia la ciudad desde que tenía 16. No se le hizo difícil acostumbrarse a los aires latinoamericanos, de hecho, le gustaba mucho. Había conocido gente amigable, lugares asombrosos y mujeres hermosas. Era un tipo de carácter fuerte, no se dejaba vencer por nada y trataba de hacerse siempre respetar por cualquier cosa posible. Aunque también era todo un pendejo. El Manu era de los “jodidos” del grupo. Trataba siempre de hacerse notar por las bromas un tanto estúpidas que les jugaba a varios e incluso, le encantaba crear chistes y apodos para el momento junto con otros. Sin embargo, era uno de los pocos que, en el fondo de su “corazón”, se preocupaba por cada uno de sus amigos. No disimulaba su amabilidad ante su porte de “rudo” y “deportista macho”, de hecho, le gustaba que lo identificaran como una persona amable. No faltaba ocasión alguna para que pudiera pasar el rato con alguien y hablar de cualquier bobada juvenil, en especial con el equipo. Sería conocido como un galán, ya que durante cada semestre y fiesta se le podía ver coqueteando con una inocente dama que se dejaba llevar por los argumentos vagos para conquistar que este aplicaba. Aunque no era el más atrevido dentro del equipo (dado que Germán Torres podía salir con más de 2 chicas en una noche), si había marcado territorio para hacerse denotar como un chico que puede con las mujeres.
Manuel frecuentaba poco o mucho con Gustavo, pero igual lo consideraba como un “tío interesante”: ni tan gilipollas ni tan atrevido . Siempre se comentaba que era Gustavo una persona agradable. Él nunca se dio a conocer como un animal social , pero trataba de llevarse bien con todos. Cada vez que podía trataba de hablarle a cada persona del equipo, y lo hacía sin problema alguno. Los muchachos reconocían que Tavo era un buen jugador y lo estimaban mucho. A veces se fumaba unos cigarros con algunos e iba a reuniones con otros. Pero la relación de amistad con Manuel no era tan sólida. No obstante, Gustavo reconocía que Manuel era un buen chico y alguien “divertido”.
-¿Listo para el partido de hoy, tío?
-Yo creo que sí. Si nada va mal, nos irá como lo planeado.
-Os veo, un…poco cansado. O solo me parece.- dijo Manu cerrando un poco los ojos en modo sospechoso.
-Solo un poco.
-Qué pasó, cuenta.
-Nada, me puse a trotar por la noche. Quería estar calentando desde ya.
-No, no.- dijo sonriendo y moviendo la cabeza. Tú habéis jodido a una chica. Yo lo sé. Se os nota en el rostro, Tavillo- dijo dándole una pequeña pero suave palmada en el rostro mientras lo decía con un tono de picardía.
Gustavo se hizo el que no sabía nada. Si decía que realmente se cogió a una persona ayer por la noche, y peor aún a su profesor varón, lo más probable es que el Manu corriera la noticia de que había un marica en el equipo y lo tendría peor que nunca durante el partido. Sólo atinó a reír.
-Déjate de pavadas, en serio. Solo quise ponerme en forma. Tu sabes, mira cómo estoy subiendo de peso- le dijo en un tono más de mofa. Empezaron a caminar hacia el edificio de la facultad.
-Nunca como Martín. Tú estáis mejor que esa bola de cebo con patas, aunque hay que admitir que el gordinflas está poniéndose en talla, eh- dijo recordando a Martín, un chico de la edad de Gustavo que, siendo robusto, llevaba con el peso de ser “el más subido de peso” del equipo.
-Pobre, deberías dejar de joderlo. Siento que algún día le llegará todo y nos matará después de un entrenamiento.
-Nada, él sabe bien que lo queremos. De paso, hablé con el entrenador y me dijo que es más probable que entres en el primer cuarto del partido. Eres importante, chaval.
-Ni me lo hagas recordar.
-¿Tan nervioso estáis, pato ?
-Estamos en los cuartos de final, si perdemos es el fin.
Lo agarró del hombro.
-¿Y si perdemos qué? La cosa es pasarla bien, hermano. Es como estar con una chica que acabáis de conocer en una noche. Si la tía se entera de que estáis en planes con otra chica, pues sabes que os lo habéis pasado bien con ella y que follaste de putamadre, ¿eh? Son oportunidades, y hay que pasarlas de forma divertida.
-Es extraño, sabes. A veces pienso que las mejores oportunidades se presentan de manera casual, de manera inoportuna. Como si no estuviesen en la agenda. Pero esto esta programado desde hace unas dos semanas. No sé si lo disfrute.
- Hoy la pasarás bien- hizo una pausa-, por algo hemos entrenado hasta que se nos salga el aire por las orejas. Además tenemos al crío de Sebast…- Gustavo interrumpió.
-¿En serio se confían en Sebastián? Es la 3era vez que escucho eso comenzando por Ra…- “ mierda no sueltes su nombre, no lo hagas”. … fael.
-Es una jirafa, junto contigo. Los altos en baloncesto jugamos bien.
-Y sí que jugamos bien- dijo Gustavo mirando hacia otro lado, recordando lo de la mañana.
Se escuchó un silbido a lejos.
“¡Oye Manu, ven para acá sopenco!”- gritaba un tipo junto con un grupo de muchachos en risas. Eran sus amigos de la carrera.
-Me llama el deber de joder a estos que se pasan de pendejos, pato . Os veo más tarde.
Le dio una nalgada y se alejó trotando hacia el grupo, estaba apurado..
-Ad…- lo dejó con la palabra en los labios. Bajó la mirada las nalgas de Manuel.
-…dios-.
" Va a ser un día agitado...por lo visto ", pensó.
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Si es que llegaste hasta este punto, gracias por leer! Aunque no hubo nada explicito esta vez, solo quise agregar un poco más de trama a esta historia que trato de que salga bien. Sería genial ver algunos comentarios de crítica y recomendaciones, se los agradecería un montón. Les prometo que la 3era parte estará mejor. De paso, alguna idea, sugerencia? Solo sueltenla con confianza.
PD: aquí el blog! -> http://relatosdesdelaazotea.blogspot.com/