Deseos no cumplidos, cuernos no consentidos.
Es innegable que deseo ver a Alberto con otra mujer, a la vez que ardo en deseos de que él me observe mientras otro hombre me penetra vigorosamente. Una vez le insinué este tipo de juegos eróticos y su respuesta fue tajante: eso es para degenerados. Ese fue el comienzo de mi vida como novia infiel
Empezaré mi primer relato en este foro de una forma poco habitual: reconociendo que no está basado en hechos reales. Las siguientes líneas forman parte de mis sueños eróticos más inconfesables, y plasmarlos en este texto forma parte de las propias fantasías. De hecho, mientras escribo, ya empiezo a notar como pequeñas mariposas corretean hacia mi vulva. Redactar y publicar este relato me pone muy, muy caliente.
Desde hace varios años, fantaseo con todo lo relacionado con las infidelidades consentidas, los intercambios de pareja, los tríos, etc. Desafortunadamente, mi chico es reacio a este tipo de experiencias, lo que genera en mí una constante frustración a la hora de encontrar nuevos alicientes en nuestras prácticas sexuales. No obstante, respeto profundamente a mi pareja, de manera que todo lo que aquí relato sirve únicamente para alimentar mis, cada vez más, frecuentes masturbaciones.
Y es que soy una mujer sexualmente muy activa. Mi nombre es Rebeca y tengo 32 años. Se podría decir que tengo una complexión delgada, pero tampoco soy la típica chica a la que se queden mirando los hombres cuando paseo por la calle. Mi mayor arma es ser pelirroja, algo que desde joven me ha granjeado intensos polvos en cualquier momento que lo he deseado. Mis ojos, claros, ayudaron a que mi juventud fuese un continuo ir y venir de orgasmos con chicos de toda clase. A pesar de ser de tipo fino, tengo unos pechos generosos y puntiagudos, a la vez que un culito firme y redondito. ¡Bendito BodyPump!
De ese festival de orgasmos juveniles recuerdo con especial intensidad a Mauro, un brasileño, negro, con 24 increíbles centímetros, cuya imagen mental todavía humedece mis partes íntimas. Jamás olvidaré la noche que pasamos en Sanxenxo, escondidos en unas casetas de obra prefabricadas, disfrutando incesantemente del sexo y de nuestra juventud. Era verano, habíamos estado todo el día en la playa y los dos llevábamos un calentón importante. Yo había estado haciendo topless durante todo el día, paseándome con un precioso tanga blanco brasileño por el arenal, mientras que Mauro llevaba un descarado bañador ajustado; su impresionante paquete era el centro de las miradas femeninas que pasaban a su lado, lo que terminó por ponerme como una moto.
Terminamos tantas ganas de darnos un revolcón que en cuanto calló la noche follamos como dos perros en celo. Su experimentada lengua lamió mi clítoris con profundas incursiones en mi vagina, mientras sus largos dedos acariciaban mi perla hasta hacerme estallar de placer. Sentir su rosado y húmedo capullo en mi boca, seguido por su polla, negra, larga, dura y llena de venas hinchadas, terminó por confirmar mi predilección por los hombres bien dotados. Cosas de la vida, jamás volví a disfrutar de un miembro así. Con 28 años senté la cabeza y entré en la fase que algunos denominan: “madurez sexual”.
Mucho antes de eso, en plena adolescencia, perdí la virginidad con Jon, un chico de mi misma edad con el que tonteaba en el instituto y con el que todo fue un desastre. Mi primera experiencia fue dolorosa e insatisfactoria, pero no cejé en el intento. A las pocas semanas, otro chico, Andrés, consiguió hacerme sentir mujer por primera vez, y en cuanto toqué el cielo con los dedos supe que toda mi vida iba a disfrutar con total libertad de mi rajita. Criada en una familia con ideas muy abiertas, entendí desde pequeña que el sexo forma parte de nuestras vidas, y que ha de ser tratado con absoluta naturalidad.
Pero, como decía al principio, mi pareja, Alberto, entiende la vida de una manera más tradicional. Él sabe y acepta mi amplio historial de novios y ligues juveniles, aunque yo jamás he entrado en detalles a la hora de hablar de mi pasado. Cuando sale la conversación, él se pone un tanto nervioso y la zanja diciendo: “menuda tuviste que ser”. Él sabe perfectamente que es el hombre de mi vida, y que juntos estaremos mientras sigamos sintiendo este amor mutuo que nos procesamos. Lo pasado, pasado está.
Cuando salen estos temas, fantaseo con Alberto y sus años de universidad. De manera irremediable lo imagino revolcándose con su primera novia en los baños de la facultad. Visualizo su miembro, de apenas 14 centímetros, dentro del coño caliente de alguna rubia tetona, mientras juguetea con sus duros y firmes pezones entre sus dientes. Me encanta imaginar como la rubia se corre en la boca de Alberto y le lanza un ardiente chorro de fluido vaginal tras su orgasmo. Pero, una vez más, todo vuelve a estar en mi cabeza y termino en el baño con mi juguete preferido. Me encanta autocomplacerme, pero no es lo mismo.
Es innegable que deseo ver a Alberto con otra mujer, a la vez que ardo en deseos de que él me observe mientras otro hombre me penetra vigorosamente. Una vez le insinué este tipo de juegos eróticos y su respuesta fue absolutamente tajante: “eso es para degenerados”. Tal respuesta supuso un portazo a mis fantasías y el comienzo de un “irremediable” viaje de ida a la insatisfacción.
Por contextualizar mi relato, deberé empezar diciendo que Alberto trabaja como fotógrafo profesional para una importante publicación española. Lejos del cliché de fotógrafo salido, sus sesiones de moda son tediosas tardes en las que al volver a casa se desahoga contándome lo pijas y presumidas que son algunas modelos. Dentro de su inocencia, es incapaz de suponer las veces que me he masturbado mientras lo imaginaba follando con una mulata despampanante. Rara vez le toca hace “desnudos”, pero cuando sucede regresa a casa como quien estuvo sirviendo cervezas.
Hace algo más de medio mes, en diciembre, la revista organizó una importante fiesta para celebrar su 25 aniversario. El evento se presentó como una de las reuniones más importantes que se iban a celebrar en Madrid en 2017. Con invitados de todo tipo, destacaba la presencia de importantes modelos internacionales con las que Alberto había tenido la oportunidad de trabajar. También estaban invitados los directivos de la publicación, redactores y otros fotógrafos compañeros de Alberto. A regañadientes, ya que siempre trata de huir de eventos así, Alberto aceptó acudir a la fiesta, a la que también estábamos invitadas las parejas de los trabajadores de la revista.
La misma tarde que supe que íbamos a acudir al evento noté temblar mis piernas de placer. Imaginé una escena en la que nos dábamos el lote con otra pareja de la fiesta, mientras el mundo seguía girando ajeno a nuestra orgía privada. Entre tanto, en el mundo real, Alberto terminaba de procesar unas fotos en su ordenador y yo, recién llegada del gimnasio, me encerré en el baño con el pretexto de depilarme.
Para ser sinceros, es absolutamente cierto que tenía pendiente rasurar mi pubis como suelo hacer de manera ritual. Aunque no sea verano, siempre disfruto teniendo mi sexo libre de pelos y preparado para cualquier “batalla”; es una de las fantasías de Alberto. Pero, al margen de la depilación, y tras imaginar mil situaciones excitantes en la celebración de la revista, no es menos cierto que necesitaba urgentemente tener un vis a vis con mi coñito.
Encerrada en el baño, apoyé mi espalda contra la pared mientras subía una pierna sobre el bidé. Apresurada y nerviosa bajé mis mayas y mis braguitas deportivas has las rodillas, y sin llegar a quitármelas comencé a juguetear con mi sexo. Mis dedos empezaron a acariciar mis labios, húmedos y listos para el envite. Las yemas de mis dedos quedaron inmediatamente pringadas con mis flujos vaginales, mientras hacían suaves y lentos movimientos circulares en mi perlita. Con mi mano izquierda subí mi top y mi sujetador para acompañar mi masturbación con unos comedidos pellizcos en mi pezón. Mi temperatura se había disparado y a duras penas lograba ahogar los gemidos de placer.
En medio de “mi momento”, Alberto se acercó hasta el baño, golpeo con los nudillos en la puerta y me preguntó por la dichosa factura del móvil. Como buenamente pude me recompuse, le contesté que ya estaba pagada y me dispuse para finalizar mi tarea. Pero aquello había cortado toda mi inspiración. Fastidiada y decidida a rematar mi orgasmo a lo largo de la tarde, procedí a depilare y a dejar mi cochito como el de una colegiala.
Pero aquella noche Alberto se levantó guerrero de su ordenador. Antes de cenar me agarro por el culo, refrotó su pene por mis piernas y me dijo al oído cuantas ganas tenía de hacerme el amor. Fue un polvo memorable, espectacular, intenso… en el que yo terminé pensando en que estaba siendo follada por algún compañero de Alberto. Aquello no funcionaba y yo quería remediar la situación.
A la mañana siguiente tomé la decisión de contarle Alberto mis pensamientos. Planee una cena romántica, con velas, sushi y un albariño de esos que nublan el sentido. Cuando el llegase, cenaríamos, nos pondríamos cachondos y nos iríamos directos a la cama. En medio del calentón, y aprovechando la tesitura, estaba decidida a expresar mis ganas de ver como ambos disfrutábamos del sexo con otras personas.
Fue un verdadero desastre. Aunque hasta el momento de follar todo salió a pedir de boca, el instante en el que le propuse el intercambió se convirtió en la espera más larga de mi vida. Fueron escasos segundos en los que Alberto me miró, respiró y estalló en carcajadas. No fue capaz de tomar en serio mi petición. Avergonzada y llena de tristeza, follé con él como quien hace una labor rutinaria. No hace falta decir que estuve muy lejos de correrme.
Tras esa noche, los días fueron largos, fríos y pesados. Había perdido el apetito sexual y apenas tenía ganas de verme guapa frente al espejo. Hacía varios días que no me masturbaba y la llegada de la fiesta fue más un castigo que un motivo de ilusión. Lejos quedaba aquella orgía que mi creativa mente había imaginado.
La tarde previa a la fiesta pasó sin mayores consecuencias. Alberto previó salir con retraso de trabajar y me mandó un Whatsapp para decirme que me esperaría en el céntrico hotel para el evento. En consecuencia, yo iba a acudir sola hasta allí, no sin antes prepararme para la ocasión un tanto desganada. Tras una ducha caliente, esta vez sin juegos de manos, sequé mi suave piel y me apliqué mi body milk. Con mi pelo enrollado en una toalla me dirigí a nuestro dormitorio y empecé con el ritual de vestirme.
A pesar de la mala racha, y casi por inercia, saqué de mis cajones un conjunto negro que siempre detonaba el paquete de Alberto. El conjunto comenzaba con unas medías tupidas que deslice cuidadosamente dentro de mis piernas. A continuación, llegó el momento del atrevidísimo tanga, con la parte frontal transparente y un fino hilo dental como parte trasera. Esta mal que lo diga yo, pero con ese conjunto ganaba muchísimos enteros. Las tardes de gimnasio daban buenos frutos, y mis glúteos estaban firmes y libres de celulitis. El diminuto trozo de tela se introducía por la rajita de mi culo y a duras penas conseguía tapar mi sexo, relajado, aunque absolutamente depilado.
La parte de arriba era un sujetador a juego. Al igual que el tanga, era transparente en su parte frontal, de modo que mis pezones quedaban bien insinuados tras la fina tela negra. Si se ponían duros iban a alegrar la noche a más de uno. Un generoso escote, aumentado por el ligero relleno del sujetador, era el broche final con el que, casi sin quererlo, me vi tremendamente sexy frente al espejo. Algo en mi ardía, y volví a sentir ese calor húmedo en mi coñito que tanto había echado de menos.
El outfit se remataba con un vestido negro corto, ajustado y que dejaba muy poquito espacio para la imaginación. Tras las labores de maquillaje y peluquería me puse unos tacones altos, espigados y salí a la calle consciente de que no iba a pasar desapercibida.
Y así fue. Durante el trayecto, el taxista que me llevó al hotel no dejó de mirar disimuladamente mi entrepierna. En un gesto que jamás había hecho, y que llegó a sorprenderme a mi misma, descrucé discretamente mis piernas para poner la polla del taxista dura como una roca. La parte delantera de mi tanguita quedo a la vista durante unos segundos, suficientes para que la cara del maduro conductor diera un cambio radical.
Bajé del taxi con la autoestima crecida, dispuesta a dejar atrás los malos pensamientos y a reencontrarme con Alberto para pasar una agradable noche. El tonto e inocente coqueteo con el taxista había sido un espolón.
Al entrar en el hotel quedé deslumbrada ante la magnitud del evento. Al estar junto a mi chico volví a sentirme contenta, alegre y satisfecha con la vida que llevaba. Alberto estuvo un buen rato presentándome a una gran cantidad de personas, desde modelos hasta directivos pasando por el personal de recursos humanos. Lejos de ser la chica más guapa y despampanante de la fiesta, tampoco negaré que más de uno miró mis curvas con más descaro del que esperaba.
Tras varias copas, mediado el evento, Alberto me llevó hasta una animada charla en la que varías personas hablaban de objetivos, cámaras, flashes y no se qué más cosas. Estaba claro: era el grupo de los fotógrafos. Tras una rápida presentación, mis ojos quedaron clavados en José, un fotógrafo valenciano recién llegado a la publicación. Él era diferente a todos los demás, incluido Alberto.
Vestía un pantalón pitillo muy ajustado que realzaba su culito y su paquete. Sin duda, estaba lejos del descomunal mango de Mauro, pero no es menos cierto que su entrepierna tenía muy buena pinta. José se cuidaba en el gimnasio y saltaba a la vista. Llevaba una camisa de lino, de manga larga, muy ajustada y con la que muy pocos chicos podrían atreverse. Marcaba bíceps, pectorales y le hacía una figura tremendamente atractiva. Su pelo era claro, aunque no rubio, y sus ojos tenían un tono azul que le conferían un aspecto casi nórdico. Era, sin duda, un polvazo con patas.
Mi torpeza hizo que él se diera perfecta cuenta de la profunda inspección que le había realizado. Vulgarmente, se podría decir que lo había desnudado con la mirada. Roja, avergonzada y suplicando que nadie más se hubiera dado cuenta, solo pude decir, ¿de qué parte de Valencia?
Cortésmente contestó que, de Gandía, dando pie a una conversación que hizo que me relajara tras mi primer resbalón. Alberto siguió hablando con sus compañeros, mientras José y yo cruzábamos una intrascendente conversación sobre exposiciones fotográficas en Madrid. Buenorro y culto: era un chico 10. Lo cierto es que yo ardía por dentro, estaba experimentando un brutal calentón y notaba sensaciones que hacía mucho tiempo creía olvidadas.
Mi vagina estaba empezando a lubricar, mi tanga se estaba humedeciendo y el calor empezaba a ser difícil de asumir. Temía que mis pezones se pusieran erectos, y que de la vergüenza tuviera que volver a casa fingiendo cualquier contratiempo. José tenía una conversación culta, interesante, y parecía un tipo con una cultura fotográfica tremenda. Por fin llegaba el lógico momento de decirnos adiós, sintiendo en mi cabeza y en mi coño un tremendo alivio. Tras quedarme a solas con Alberto, decidí salir al baño, recomponer mi ropa interior, lavarme la cara con agua fría y regresar a la fiesta como si nada hubiera pasado.
Olvidado, o eso creía, el subidón de hablar con José, volví con mi chico y nos dirigimos a la barra en busca de una copa. Era la cuarta de la noche, y de verás que la necesitaba. Con el cubata recién estrenado, un compañero de maquetación vino hasta nosotros y me dijo que se tenía que llevar a Alberto para cerrar una sesión con una modelo. Los disculpé y me quedé sola esperando que la noche siguiera su curso natural.
Pero José seguía en mi cabeza. En mi imaginación había estado desnudo, atado a mi cama y con su pene duro hasta reventar. Lo vi bajarme con mucha sutileza mi ropa interior, mientras el aroma sexo brotaba de mi vulva en busca de un amante que extrajera su jugo. Casi note sus labios contra mi clítoris, y su lengua arrebatando de mi garganta incontrolables gritos de placer.
Una vez más pensé en ir al baño, esta vez para masturbarme, pero la noche dio un giro brutal. En mi espera, y mientras mi tanga seguí humedeciéndose por segundos, José se acerco hasta mi para recomendarme una exposición que olvidó mencionar en nuestra anterior conversación. En sus manos llevaba el móvil, en cuya pantalla figuraba la información sobre la muestra. En un acto involuntario, mis manos fueron a parar junto a las suyas, con la inocente intención de sujetar el Smartphone.
La conexión fue instantánea. Absoluta. Irrefrenable. Mis pezones estaban duros y ya no disimulaban su emoción ante el encuentro con José, mientras que por mi vientre empezaba a surgir un hormigueo delicioso. Él dio el primer paso y acercó sus labios a mis orejas: “me gustaría subir contigo a mi habitación y follarte con las mismas ganas que si fuese mi primera vez”
Desarmada, cachonda, adulada y con el recuerdo vivo del desplante de Alberto, no pude hacer más que susurrar al oído de José: “quiero que me folles tan fuerte que se oiga hasta aquí abajo” Mire hacia Alberto, absorto en su conversación y ajeno a mi encuentro con José. Era el día, era el momento: iba a cumplir una de mis fantasías.
Las seis plantas que recorrió el ascensor fueron perfectas para que nuestras bocas chocasen violentamente en busca de nuestras lenguas. Sus manos estaban en mi culo, mientras que con las mías no dejaba de recorrer su impresionante pecho.
El ding del ascensor nos sacó del trance y torpemente fuimos dando pasos hasta su habitación. Abrió la puerta con su tarjeta y el portazo que siguió fue el punto final a mi vida como novia fiel. Iba a follar con José hasta saciar mis deseos, iba a volver a meterme una buena polla en la boca e iba a volver a sentirme libre de nuevo.
Sin tiempo para servirnos una copa de cava o buscar otros complementos, José me volvió a abrazar mientras su boca devoraba la mía. Con rapidez, saqué su camisa del interior de su pantalón y la fui desabrochando botón a botón. El último lo arranqué, y es que los abdominales de mi nuevo amante y su pecho depilado casi me provocan un orgasmo inmediato.
Mi boca se fue en busca de su pezón derecho, mientras con mis manos le provocaba pequeños pellizcos en su otro pezón. Su cara era de absoluto placer, y yo estaba a punto de entrar en ebullición. Sin pausa, llevé sus manos debajo de mi vestido, con la única intención de que comprobase lo mojado que estaba mi tanga. Con un gesto rápido, José dejó la tira a un lado e introdujo sus dedos en los labios superiores. Inmediatamente sentí una descarga eléctrica que me obligó a detener mi labor. Todo lo que pude hacer fue apoyar mi cabeza en el hombro de José, ya que mis piernas flaqueaban y creí que iba a caer directamente al suelo. Sin dejar de realizar suaves movimientos circulares en mi clítoris, José llevó su brazo libre hasta mis nalgas, deslizando la mano hasta la parte inferior de mi coño. Dos manos a la vez fue mucho más de lo que pude soportar.
El orgasmo fue brutal, indescriptible, y por unos segundos mis ojos quedaron en blanco y yo fuera de mi misma. Tras la sacudida, me quité el vestido, saqué mi sujetador y le di un empujón a José para tirarlo sobre la cama. Con la camisa todavía a medio quitar, José recibió mi lengua es su pecho, que húmeda y caliente tenía absolutamente claro cuál era su meta. Mientras mi lengua jugueteaba con sus pezones desabroché su pantalón, introduje mis manos en sus calzoncillos y busqué la polla que tanto ansiaba mamar.
Mis cálculos habían sido correctos, y el miembro de José no debía andar muy lejos de los 20 centímetros. Estaba duró, perfectamente listo para ser introducido en mi vagina, pero antes les esperaba una buena y generosa felación.
En un gestó cotidiano bajé los pantalones y los calzoncillos de José, y una nueva chispa de excitación recorrió mi espalda. Estaba totalmente depilado y tenía un tatuaje tremendamente sexy en la zona de su vientre bajo. Luego llegaría el turno para mi siguiente orgasmo, pero primero quería volver a sentir el calor de un buen glande en mi boca.
El líquido preseminal se juntó con mi saliva y de inmediato José empezó a dar muestras de placer. Acostumbrada a la tímida polla de Alberto, aquel miembro era una maravillosa novedad que excitaba todos mis sentidos. A medida que subía la temperatura, puso sus manos en mi cabeza para acompañar los movimientos de mi mamada. El ritmo era rápido y frenético, consiguiendo que José no pudiera hacer otra cosa que rendirse y cerrar sus dedos sobre mi pelo alborotado, en clara muestra de placer.
Tras cinco minutos de mamada, bajó la velocidad de sus manos pidiendo una tregua, y llevando mi boca a su boca para darnos un sucio y caliente beso. Aquello no era un polvo entre dos amantes, ni sexo entre dos personas que se quieren, sino una forma animal de follar hasta calmar los picores más elementales.
José me tumbó sobre la cama y deslizó sus manos en las tiras laterales de mi tanga, que a esas alturas de la noche era ya una húmeda sombra de lo que fue. Con mi tanga ya en el suelo, José estrello su boca en mi coño y de nuevo sentí que mis sentidos quedaban nublados. Su lengua subía y bajaba, a la vez que ejercía la presión perfecta sobre mi perla. Una de sus manos llegó directamente al interior de mi vagina, mientras que con la otra realizaba suaves caricias sobre mi piel. El contraste entre la potencia de su mamada y la suavidad de sus caricias era demoledor.
No pasaron dos minutos antes de que me volviera a correr, siendo consciente en esta ocasión de que José había logrado que mi corrida fuese exterior. Las sábanas estaban mojadas, pringosas y el aroma a sexo en la habitación ya era palpable. Los espasmos fueron incontrolables y de verdad temí que alguien viniese preocupado por la potencia de mis gemidos. Quién sabe si Alberto, tal vez en buscándome, había pasado por el pasillo y había alucinado con los gritos que salían de la habitación. Este pensamiento lograba excitarme más, si es que eso era posible.
Mi segundo orgasmo había sido tan potente o más que el primero. La polla de José ya se preparaba para explorar mis partes más íntimas, y por fin había llegado el momento de volver a sentir un buen miembro llenando todo mi coño. Tumbado sobre mi sudoroso y ardiente cuerpo, abrió mis piernas y se preparo para follarme con la pasión que había prometido en el hall del hotel.
A pesar de lo ultralubricada que estaba mi vagina, el poyón de José no entró totalmente en su primera embestida. Para lograr follarme completamente, mi nuevo amante siguió masajeando mi clítoris con sus dedos, a la vez que los movimientos de su pelvis iban acompasando la penetración; en apenas dos minutos pude sentir toda su verga en mí.
José era un amante perfecto y experimentado. En un gesto provocativo, sacaba su polla totalmente de mi chocho y la volvía a meter, incitando en mi una mezcla de rabia y placer. Repetía este gesto cuatro veces y luego me penetraba con la misma pasión que había comido mi clítoris.
El ritmo no bajaba y cada vez nos encontrábamos más y más calientes. Sin sacar su polla de mi sexo, me cogió en brazos y me sujeto sobre sus fuertes manos, de modo que su potente miembro taladró violentamente mi vagina. El placer y el dolor fueron una mezcla perfecta, y tras varios minutos en esta posición, José me puso a cuatro patas sobre el suelo de la habitación.
Con su pene acarició suavemente mi clítoris, para después volver a penetrarme, esta vez más pausadamente. En un gesto muy sensual, José se volcó sobre mí, acarició mis pechos y levanto mi torso. Con una mano acariciaba mis tetas y con la otra mis labios, mientras su rabo no dejaba de sacudir mi coño.
Aquello fue más que suficiente, y en apenas unos segundos revente en un tercer y definitivo orgasmo. José parecía llegar a su momento final, y yo estaba dispuesta a recibir su leche como de verdad merecía. Quité el condón, metí la polla en mi boca y me decidí a mamar hasta que su semen fuera absolutamente mío. Jamás, nunca, había llegado a tragarme la corrida de Alberto, pero esto era muy diferente. José me había regalado tres orgasmos inolvidables, me había hecho mujer y quería que su leche se quedara en mi boca.
Unos violentos espasmos anunciaron su orgasmo. Cerré mi boca sobre su polla y recibí la espesa y caliente corrida. Más de treinta segundos fueron los que José disfruto de su eyaculación, mientras yo tragaba su lefa sin mayor remordimiento.
Cuando acabó, nos fundimos en un corto abrazo, conscientes de que aquello había empezado y terminado en esa habitación de hotel. Apresuradamente me metí en el baño, lavé mi boca y mi coño como buenamente pude y me vestí presta para inventar la mentira más dolorosa de mi vida. La culpa quería asomar, pero al volver a notar la humedad de mi tanga recordé los tres orgasmos que José me había ofrecido.
Para evitar suspicacias, él se quedó en la habitación mientras yo volví a la reunión. Habían pasado casi 50 minutos, y, como no podía ser de otra manera, José estaba muy preocupado. Inventé una mentira sobre una vieja amiga que me había encontrado y con la que me había ido a charlar a una cafetería cercana. José sospechó, aunque seguro que jamás imaginó lo que había sucedido en la fiesta de su revista.
Nunca más volveré a saber nada de José, porque, como dije al principio, José es fruto de mi imaginación. La fiesta ha sido esta misma noche, pero mi amante imaginario no me ha susurrado cosas al oído ni se ha corrido en mi boca. Al volver de la fiesta hemos echado un polvo, uno más, en el que Alberto se ha corrido en apenas 6 minutos y se ha quedado dormido nada más terminar. Caliente y dolida, me he levantado de la cama, he inventado esta historia y la he escrito para dar salida a mis fantasías. A la vez, he logrado acrecentar mi calentón y sé que he logrado aumentar el placer que me va a provocar masturbarme, tan pronto como escriba esta última frase. Quien sabe si tal vez mañana pueda cumplir mis sueños. Mientras tanto, optaré por contarlos en este foro. Hasta la próxima.