Deseos de sumisión
A veces más allá del miedo, el deseo y la curiosidad son mucho más fuertes...
- ¿Que quieres qué? pregunté sorprendida.
Mi mente dio mil vueltas en una fracción de segundo. No daba crédito a lo que escuchaba.
Me miraste sonriente y contestaste:
Lo que has oído.
¿Estás segura?, ¿desde cuándo lo sientes? pregunté confusa.
Desde que nos conocimos, tú lo sabes, siempre lo has sabido, ¿no?
Esas palabras provocaron en mí una risa traviesa.
Sí, pero también pensé que era un juego, que no te interesaba, no -dije mirándote fijamente a los ojos.
No. La verdad es que poco a poco me ha ido atrayendo, lo deseo y quiero experimentarlo; y qué mejor que contigo, somos pareja dijiste con una voz visiblemente nerviosa mientras tratabas tener una posición relajada en el sofá.
Te miré fijamente sin saber qué decir, seguía sin dar crédito a tus palabras, estaba totalmente desconcertada.
Sí, es cierto que lo intuía, sabía que esa curiosidad estaba surgiendo en ti. En más de una ocasión habíamos hablado de mis gustos sexuales y en particular, mi gusto por la sumisión, y en algunas de esas conversaciones podía ver, en tu expresión, tu interés al oírme hablar de lo que sentía, de lo que experimentaba. Siempre te mantenías atenta a lo que decía, yo percibía que lo que te contaba no te era indiferente, te atraía, sentías curiosidad. Por eso he ido alimentando esa curiosidad, poco a poco ¿Con qué intención? no lo tenía muy claro en aquellos momentos, pero ahora tenía la oportunidad de averiguarlo.
Conocías perfectamente mis gustos sexuales desde el principio de nuestra relación, pero lo nuestro siempre fue una relación "normal", lejos de ese mundo oscuro y secreto. Claro que había habido algún que otro juego, alguna insinuación, pero más de palabra que de acción. Muy distinto de lo que vivía con Eva, mi Ama, relación que no te ocultaba.
Lo que me acababas de confesar ya lo veía venir, sólo era cuestión de tiempo que lo exteriorizaras. De todas formas, me había sorprendido tu petición.
En aquel instante fue inevitable pensar que Eva sí lo había intuído. Ella lo vio primero que yo Eva no conocía a Maily ¿cómo no lo vi y ella sí?
Sé que no lo esperabas dijiste interrumpiendo mis pensamientos.
No -conseguí decir finalmente.- ¿Estás segura de lo que sientes?
Sí dijiste casi en un susurro.
Note tu nerviosismo.
¿Estás nerviosa?
No contestaste al tiempo que negabas con la cabeza.
Parece que sí dije.
Podía ver cierta duda en tus ojos, tenías una mirada completamente transparente para mí, eso me gustaba mucho ya que era como mirar los ojos de una niña, había inocencia, ternura en ellos. Ese era uno de los rasgos que más me gustaba de ti. Y sabía muy bien que para ti todo aquello no era nada sencillo. Yo tenía que estar segura de tus sentimientos, que entendía muy bien el paso que pretendías dar, pero también necesitaba estar segura de los míos, de si aceptaba aquello.
- ¿Te sientes sumisa?
Me miraste unos instantes antes de contestar.
Sí. Ante ti sí, siento que dominas mis instintos, mis deseos, mis pasiones. Es algo que no puedo evitar, y todo eso sólo aflora contigo.
¿Estás segura de que quieres ser dominada; dominada por mí? - volví a preguntarte aún sorprendida.
Sí, me sentía todavía sorprendida pero, escuchándote, comencé a sentirme excitada, a experimentar una extraña sensación de . No sé como describirlo. Mi novia me estaba confesando sus sentimientos de sumisión y además me estaba pidiendo que la dominara, que me convirtiera en su Ama
- Sí. Lo vengo pensando desde hace tiempo. Quiero saber, sentirme sumisa, entregarme, entregarte toda mi voluntad, pero sobre todo ser Tuya, darte todo, mi vida, mi cuerpo, mi mente, todo Patricia.
Te escuchaba atenta, examinando cada una de tus expresiones corporales, tus nervios, tu miraba baja, tu voz suave, el temblor en tu cuerpo, tu respiración un tanto ansiosa, el rubor en tu rostro, la decisión en tus palabras; palabras que me excitaban.
Yo sabía muy bien como te sentías, conocía todo lo que tu cuerpo y mente estaban experimentando en ese instante, los temores, las dudas que inundaban tu cabeza, la sensación indefinible que invadía todo los sentidos, la piel, el alma Podía percibir hasta la humedad entre tus piernas.
- Estas excitada, ¿verdad?
No pudiste evitar reír, es parte de tu personalidad cuando estas nerviosa o excitada.
Sinceramente, sí, cada vez que pienso en esto me caliento y mis pulsaciones se disparan. Y ahora más. -contestaste sonrojada.
¿Y te gusta lo que sientes?
Sí. tu voz se rompió de vergüenza al responder.
No era fácil reconocer en una esos sentimientos, y menos aún reconocerlos ante quien es tu pareja. Por eso me acerqué en silencio junto a ti en el sofá y te tomé entre mis brazos, quería que sintieras mi apoyo, que yo te entendía más que ninguna otra persona porque yo también vivía y sentía así, y porque te quería.
Poco a poco te fuiste relajando en mis brazos y tu voz, en un murmullo, rompió el silencio.
Nunca había sentido este deseo ni conocido nada de este mundo, nunca hasta ahora, contigo. Tú has despertado ese deseo por experimentar. Oír lo que sientes, cómo lo sientes, leer los relatos que escribes, fantasear con ellos, han hecho que ese deseo se vaya enraizando en mi interior día a día, y sé que sólo lo podría hacer contigo. Sólo contigo quiero experimentarlo.
Es una decisión que tienes que pensar mucho, después ya no hay vuelta atrás, esto cambiara nuestra relación dije.
Ya lo he pensado Patricia. Lo deseo y quiero que tú me guíes, claro, si estás dispuesta. -dijiste mirándome a los ojos con determinación.- Quiero conocer este mundo de tu mano. Ya compartimos nuestras vidas, yo ya soy tuya. Este simplemente sería un paso más que daríamos en nuestra relación, confió en ti. Te tengo el amor necesario como para saber que es la decisión correcta.
Comprendí que más allá de tu miedo, tu curiosidad era mayor y que estabas preparada para entregarte. Pero ¿y yo? ¿Estaba yo dispuesta a convertirme en Ama?
Después de todo esto necesitaba pensar. Y lo hice. Lo hice toda la noche, en mi cama junto a ti, con tu cuerpo entre mis brazos. Repasé una y otra vez en mi cabeza toda nuestra conversación tratando de tomar conciencia de sus palabras, repetí en mi mente tus palabras, expresiones, miradas. Tu petición me daba vueltas y más vueltas, pero siempre llegaba a las mismas preguntas: ¿podría iniciarte yo en la sumisión? ¿Estaba yo dispuesta a convertirme en Ama?... Así estuve toda la noche, sin conciliar el sueño.
Por la mañana me levanté con una extraña sensación que aún no sabía muy bien cómo definir. Por un lado, me sentía triunfante porque había logrado que tú me dejaras ver tus sentimientos más profundos, tu sumisión. Pero por otro, de contradicción entre tu petición y mi capacidad.
Aunque sí, sí sabía qué hacer.
- Desde hoy te convertirás en sumisa te dije.
Te quedaste allí, mirándome, en medio del dormitorio, recién bañada y aun desnuda.
- ¿O has cambiado de opinión?
Desconcertada, tardaste unos segundos en responder:
No, pero así, tan rápido, ¿qué tengo que hacer? preguntaste nerviosa.
Obedecer dije.- Presta atención. Has decidido dar este paso por tu propia voluntad y deseo. Has de tener presente que al entregarte lo haces completamente, ofreces tu cuerpo y mente a tu Ama, ya no te perteneces.
Volviste a mostrar cierta duda.
Has decidido servir, someterte a los deseos de tu Ama, cuándo y cómo tu Ama quiera, y tu único objetivo será satisfacer las necesidades de tu Ama ¿Estás entendiendo? pregunté.
Sí.
¿Tienes miedo de lo que va a pasar?
No. Un poco contestó con una risa nerviosa.
¿Confías en mí?
Claro que sí.
Entonces no tienes nada que temer. Vas a seguir cada una de las instrucciones que te daré -en ese momento me interrumpiste
Instrucciones ¿Qué instrucciones? preguntaste tímida.
Nunca interrumpas cuando se te habla ¿está claro? Lo único que tienes que hacer es obedecer lo que se te manda.
Afirmaste con la cabeza.
Bien. Arregla la habitación, mantén una iluminación baja, y me esperarás aquí, de pie, desnuda, en silencio, no hablarás, no te moverás a menos que yo te lo pida, aguardarás con la puerta entreabierta, de espaldas a ella, la mirada baja y en ningún momento la levantarás ni intentarás mirarme. Volveré cuando quiera ¿Aún quieres seguir? pregunté viendo la duda en tus ojos.
Sí. contestaste en un tono de voz más sumiso.
Podía ver una mezcla de nervios, tensión y miedo en tus ojos, pero también de deseo, expectación. Yo ya sabía lo que era sentirse así.
- Te dejo. Estáte lista para cuando yo vuelva, que será cuando a mí me apetezca volver. dije mientras me iba.
Salí del cuarto con la duda de que mi inexperiencia me fuera a sobrepasar, me sentía excitada, los nervios y el morbo sacudían mi cuerpo, pero también tenía miedo a que todo saliera mal y terminara siendo todo un error, un enorme error. Pero ya no había marcha atrás. Tu camino a la sumisión había empezado, era un camino que había que transitar con cuidado, tenía que correr el riesgo, pero sabía qué debía de hacer.
Sólo una corta llamada telefónica y el tiempo parecía correr desbocado. Perdí la noción de su paso. Pero el momento había llegado, tu momento había llegado, no había vuelta atrás. El éxito de tu iniciación dependía de tu fiel cumplimiento de mis disposiciones. ¿Serías capaz?
Abrí la puerta principal del apartamento y me fui a nuestra habitación, donde tú me esperabas. La puerta estaba entreabierta como ordené, y allí estabas tú, de pie, de espaldas a la puerta, con el cuerpo erguido, la mirada fija en el suelo, sin mirar a los lados, las manos a los costados del cuerpo, alerta, obediente, ofrecida.
Desde la puerta te admiré por unos segundos, veía cómo tratabas de mantener la postura. El ritmo de tu respiración, un tanto acelerada, me indicaba que estabas nerviosa mientras yo te miraba maravillada.
Tu visión era como un espejo frente a mí, como si me estuviera viendo a mí misma desde afuera. Sabía todo lo que sentías. Yo había pasado por lo mismo.
Empezaste a agitarte al intuir movimientos cerca e inmediatamente reaccionaste al sonido de los tacones moviéndose por la habitación poniéndote alerta, pero sin perder la postura que habías mantenido hasta entonces, de espaldas a la puerta. El silencio era absoluto y sólo era roto por los tacones. Te sentías indefensa, eras observada sin poder mirar, sólo adivinando el movimiento por el sonido de unos tacones, por el sonido de una respiración. Empezaste a saber lo que es sentirse expuesta, indefensa, confiada.
Sentiste la punta de unos dedos posarse en tu espalda, acariciándote despacio a lo largo de la columna. Temblaste pero obedeciste y no te giraste, no buscaste compartir la caricia, sólo disfrutarla como se te había mandado.
Los dedos recorrieron tu espalda, tus costados, iban dejando un camino de piel erizada a su paso. Tus ojos y tu boca se cerraron, querías evitar una mirada, una palabra que diera al traste con todo. En ese momento una venda cubrió tus ojos y eso te sorprendió y te asustó. Tu cuerpo empezó a temblar y la sombra de la duda se hizo presente. ¿Realmente lo deseabas?, ¿podrías seguir? Dudé si debía pararlo todo. Sin embargo, no dijiste nada, el temblor y la tensión desaparecieron, la sombra pasó. Ya lo habías decidido, tu entrega no tenía alternativa posible en tu mente.
El silencio volvió ser completo, y de nuevo sólo fue roto por los tacones moviéndose a tu alrededor. Movías la cabeza de un lado a otro tratando de ver, de escuchar. Y el tiempo pasaba y perdiste la noción del mismo. Un mar de sensaciones se había apoderado de tu cuerpo y sólo el firme taconeo te recordaba que no estabas sola.
Tenías miedo, yo lo sabía, pero allí permanecías, tu deseo y curiosidad eran más fuertes que tu miedo. Cómo reconocía aquella sensación dentro de mí.
Los músculos de tu cuerpo se tensaron al sentir de nuevo las manos acariciándote, deslizándose por tu cara, por tu cuello, buscando lentamente el camino de tus hombros, bajando lentamente, muy lentamente hasta tus senos, apoderándose de tus pezones. Te estremeciste arqueando tu cuerpo y un fuerte gemido salió de su garganta inundando el ambiente de excitación.
Sonreí triunfante.
Me excitaba ver tus gestos, tus enmudecidos gemidos, tu inquietud intentando adivinar qué ocurría a tu alrededor.
Volviste a sentir las manos sobre tu cuerpo, como si fueran capaces de leer tus pensamientos. Las sentías deslizándose a su antojo por tu piel y tú te dejabas hacer. Sentías la caricia de las uñas sobre tus pechos, delineando su generoso contorno y produciéndote ligeras cosquillas que tenían reflejo en la expresión de placer de tu rostro. Sentiste cómo las manos se apoderaron completamente de ellos, de su redondez, sentiste cómo eran amasados, apretados fuertemente, cómo tus pezones eran presionados, presionados con suficiente fuerza como para producirte un ligero dolor, un dolor que, al contrario de lo que siempre habías imaginado, te excitaba. Tus gemidos se agudizaron más al sentir la punta de la lengua deslizándose por tus pezones lamiendo, pellizcando, chupando, mordisqueándolos con los dientes, lubricándolos con saliva. Tu respiración era cada vez más acelerada, excitada, tratando de mantener a duras penas la postura que se te había ordenado, mientras la boca seguida comiendo de tus pechos. Tus gemidos llenaban la habitación, tu cuerpo era incapaz de dejar de temblar, de sostenerse por mucho más tiempo en aquel estado de excitación que jamás pensaste llegar a sentir, sintiéndote entregada, usada.
La boca abandonó tus tetas para avanzar por todo tu cuerpo por el camino marcado por las manos, que iban, como si de exploradoras se tratara, palpando, conociendo, descubriendo centímetro a centímetro tu piel, descendiendo por tu cuello, tus hombros, tu abdomen, paseándose por tus piernas, tus muslos, haciéndote sentir cada vez más y más impaciente, más excitada. Sentiste cómo las manos te obligaron a girarte, a separar tus piernas, haciéndote arquear el torso hacia adelante, pero manteniéndote firme en tus caderas, dejando tu culo completamente expuesto. Gemiste al notar la piel de tus glúteos acariciada, al notar como las nalgas eran separadas, y eso te costó un fuerte azote en ellas. Vi como, pese a tu desconcierto ante el azote, tu excitación creció aún más. No habíamos hablado del dolor, pero estabas preparada para recibirlo, aunque fuera de poca intensidad, tus gemidos lo decían por ti, sin necesidad de palabras. Varios azotes más y la humedad que los dedos encontraron al presionar tu sexo refrendaron mis pensamientos, te gustaba.
Volví a sonreír. Estaba descubriendo en ti lo que antes había descubierto en mí y era fabuloso. Pese a tus deseos, pese a tu excitación, seguías allí, en medio de la habitación, en el mismo sitio que te había ordenado, quieta. Estabas entregada a las manos que no podías ver, pero que te poseían más y más intensamente, en medio de un silencio que sólo era profanado por el sonido de tus gemidos amordazados por el pudor.
El ambiente estaba cargado de tal sensualidad, de tal morbo, que en algunos momentos tenía la sensación de que mi cuerpo iba a detonar, incapaz de resistir tanta excitación.
Las manos volvieron a tomar posesión de ti, volvieron a deslizarse por tu cuerpo, bajando y obligándote a abrir un poco más las piernas para facilitar el acceso a tu sexo. Entendiste que sólo estabas para servir, que tu voluntad carecía de valor, lo único importante era la voluntad de aquellas manos, de aquellos dedos. Dedos que empezaron a deslizarse firmemente sobre los labios de tu vagina, notando su humedad, dedos que habían tomado posesión de tu sexo, moviéndose por él en completa libertad, frotando tu clítoris, dedos que abandonaban el calor de tu sexo para experimentar en la entrada de tu culo, dedos que se introdujeron en ti, que penetraron tu cuerpo sin tener que pedir permiso, dedos que sabían que les pertenecías, dedos que empezaron a entrar y salir de ti, entrando con fuerza y retirándose con delicadeza, en movimientos cada vez más rápidos. Tú también sentías que les pertenecías, que habían reclamado su premio y tú se lo estabas dando. Tus gemidos, las contorsiones de todo tu cuerpo que temblaba sin poder contenerse, eran la redacción de tu rendición, rendición que fue firmada por ti en el momento en el que tu pecho, tu pelvis, todo tu cuerpo, se estremeció por la llegada de un orgasmo. El movimiento de tus caderas y el volumen de tus gemidos abandonaron todo pudor mientras los espasmos te recorrían y tu cuerpo no dejaba de temblar de placer.
Poco a poco te fuiste relajando mientras permanecías contenida, quieta, abandonada a las manos y dedos que te acariciaban, te poseían, te usaban, trasformando tus sensaciones de miedo en gestos de puro placer al sentirte suya. Aquellos dedos que habían buceado en tus sentimientos y en tu cuerpo, húmedos de ti, se introdujeron en tu boca para que los lamieras y probaras tu propio sabor. Inmediatamente, tu boca atrapó lo que se te ofrecía dejando vagar tu lengua por ellos, degustándolos con apetito y con sed.
No veías, tus ojos seguían vendados, pero tu cuerpo era capaz de captar la electricidad que había cargado el ambiente de aquella habitación.
En un instante, sin darte tiempo a reaccionar, cuando aún tu pensamiento estaba ocupado con el sabor de tu sexo, sentiste como tus manos eran atadas a tu espalda y un empujón te obligaba a arrodillarte.
El miedo volvió a aparecer, te asustaste, tu cuerpo tembló. Estabas inmovilizada, indefensa, ciega, sometida, humillada. El sonido de los tacones volvió a ser el único sonido. Los tacones y el ruido de una silla al ser arrastrada por el suelo.
Las manos a las que te habías entregado, las manos que te habían proporcionado un placer que no habías conocido antes, se apoderaron de tu cabeza y la empujaron hacia adelante. Tu miedo se desvaneció al olor del sexo, un olor inconfundible. Las manos acercaron tu cara y tu boca a la entrepierna, y descubriste ante ti el calor de un coño perfectamente depilado, empapado y abierto en espera de tu boca. Obedeciste sin titubear, tu boca y tu lengua comenzaron a besar y a lamer con dulzura, con suaves roces. Poco a poco tu boca fue avivando la velocidad de sus movimientos y tus labios chupaban el coño con hambre. Mientras, tu lengua no paraba de hurgar en cada pliegue, deslizándose profundamente por la raja, fuerte, rápida, voraz. Entraba, penetraba, salía, mamaba sin parar al ritmo de las caderas que se movían contra tu cara, restregándose contra ella, mojándola, mientras tu boca sumisa seguía comiendo hambrienta.
La escena era todo lascivia, sensualidad. La mezcla de saliva y jugos, los ahogados gemidos, mientras permanecías con tu cabeza entre las piernas, tratando de mantener la postura... Verte así, sumisa, ciega, atada, indefensa, humillada me resultaba tremendamente excitante ¡Estaba hipnotizada!
Toda tu boca chupaba el clítoris que palpitaba entre tus labios, mientras crecía con cada latido. Seguías succionando a cada embestida, cada vez más rápida, cada vez más fuerte, hasta que un orgasmo se vació en tu boca y cara, empapándote de fluidos, mientras las manos se aferraban a tu cabeza queriendo evitar que abandonaras aquel sitio, queriendo que bebieras todo el néctar que se te ofrecía.
Tu cuerpo sudoroso, aún en el suelo, de rodillas, también se convulsionaba de placer, pero no placer recibido, sino placer dado, placer que habías entregado porque se te había exigido.
Aturdida te ayudé a incorporarte, las piernas te temblaban, tu cuerpo todavía se convulsionaba bañado en sudor. Me coloqué a tu espalda y mientras desataba tus manos te susurré al oído:
- Estoy feliz, me has complacido, lo has hecho muy bien, ya no tienes nada que temer ahora.
Destape tus ojos y allí, frente a ti, la descubriste, aún sentada en la silla, aún agitada por el recuerdo de tu lengua en su coño, sonriéndote.
Te ruborizaste. La vergüenza se apoderó de ti, te sentiste humillada. Pero eso es una parte más de la sumisión.
Te había entregado a Ella, a mi Ama, a Eva. Ella había tomado posesión de tu cuerpo, de tu mente, ella te había hecho sentir lo que sentiste.
Yo había asistido, desde el quicio de la puerta, a tu entrega, a tu iniciación, me había reconocido en ti, me había sentido tú.
- Cuando una se inicia en el camino de la sumisión y se entrega a alguien, no hay vuelta atrás, todo gira en torno a tu Ama, en servirla. Cuando me pediste que te iniciara en la sumisión, sí me sentí capaz, acabo de hacerlo, pero cuando me pediste que fuera tu Ama ya no. Soy sumisa, y soy feliz siendo sumisa, soy feliz satisfaciendo los deseos de mi Ama. No te he traicionado. Te entregaste a mí y yo he dispuesto de ti. Yo soy suya, pertenezco a Eva completamente, no hay nada mío que no le pertenezca, y tú eres mía, completamente mía. Verte en sus brazos, dócil a sus pies, dándole placer, escucharte gemir entregada ha sido una experiencia sublime.
Sonreíste. Te acercaste a mí y tus labios se posaron en los míos con más dulzura que nunca antes.
Eva nos miró y sonrió. Se acercó a ti y te susurró:
- Alégrate, estás en el camino correcto para convertirte en una buena sumisa.