Deseos Cumplidos I

Ana, la esposa de Sam, quiere complacerlo en una noche llena de pasión.

Deseos Cumplidos I

-Hoy quiero serte fiel-dijo Ana mientras se arrodillaba ante el sofá en el cual Sam veía la televisión. El recién casado bajó la vista a su esposa y se relamió. Ana iba ataviada con un corsé blanco decorado con hilos dorados que cruzaban de un lado a otro la tela. La prenda conseguía hacer parecer a las redondeces de Ana más abultadas de lo que eran. Cubriéndole la cintura, una minifalda del mismo color que el corsé le cubría la parte que menos debía tapar.

-¿Quieres saborearlas?-inquirió Ana posando las manos sobre sus pechos. Los dedos aprisionaron la piel bronceada y convirtieron la carne en una onda turgente.

-Primero quiero que me des un beso-respondió Sam. Ana no perdió el tiempo y se levantó del suelo contoneándose. Sin mediar palabra acarició la nuca de Sam atrayéndolo hacía sus labios. Se sentó sobre el sillón acercándose cuanto pudo a la entrepierna de su marido. Ana notó con satisfacción que un bulto pugnaba por salir del pantalón de Sam.

Cruzaron las lenguas catando la saliva por más de dos minutos. Ana prosiguió con su plan de excitar a Sam. A la menor oportunidad pasaba rápidamente la punta de su lengua sobre la de Sam, imitando los movimientos felatorios.

Sam contempló de frente las puertas del cielo. Jamás se le había puesto tan dura como en aquel momento. No pudo decidirse cuál sería el próximo paso a dar. Por el momento se decidió por recorrer la espalda de Ana hasta llegar al fin de su columna. Bajó un los dedos por la falda y comprobó la textura del tanga de hilo que cubría el trasero de su esposa. Sam no se entretuvo en preliminares. Ana había dicho que quería serle fiel. Esa palabra era la que utilizaba para enmascarar sus verdaderas intenciones. Ana quería que la utilizase para colmar todos sus caprichos. Esa noche no se negaría a nada.

Sam pasó al ataque. Levantó el hilo de la ropa interior,  y dejó que el dedo índice ahondase entre los labios vaginales de Ana. Notó como las yemas se le embadurnaban, haciendo de la penetración un juego de niños.

-Quiero que me la chupes-dijo Sam sin pensar. Las mamadas le encantaban. Notar como los  labios de Ana le aprisionaban el miembro viril, al mismo tiempo que la lengua jugueteaba sobre el glande, le hacía correrse como un chaval que acabara de descubrir el sexo manual.

Ana no dijo nada. Se levantó dejando a la presa por un momento sin vigilancia. Con las manos apoyadas sobre los hombros de Sam, lo empujó recostándolo sobre el sofá. Volvió a arrodillarse y desabrochó el corsé para dejar que la imaginación de su compañero navegase por tierras sin fin. Miró a los ojos de Sam, intentando averiguar por donde iba su mente. Después recorrió con los ojos el cerebro escondido entre los calzoncillos..

-¿Quieres que me la metaen la boca?-dijo mientras toqueteaba por encima del pantalón.

-Quiero que me hagas la mamada del siglo.

Ana desabrochó la cremallera del pantalón sin contenerse. Algo en su interior la impulsaba a notar cuanto antes el semen de Sam en su lengua. El pene saltó como un resorte al verse liberado de la tela. Ana acabó de desnudar las piernas de Sam con salvajismo. Acto seguido acercó los labios a la carne que pendía en el punto al que todo hombre mima. Olfateó el miembro viril; paladeo el olor a deseo incontenido, a pajas mal hechas y a ganas de clavársela entra las piernas.

Sam notó como Ana se introducía el pene poco a poco, sin prisa pero sin pausa. El calor aumentó notablemente sobre la piel. Con rapidez la saliva recorrió los centímetros más calientes del cuerpo de Sam.

Ana movió la cabeza de arriba abajo, rozando con la lengua la punta cada vez que bajaba. Viendo que la carne no se deslizaba como era debido, se la sacó de la boca y escupió sobre ella.

-Así me la comeré con gusto-afirmó.

-Hazlo todo lo duro que puedas-suplicó Sam.

Ana volvió a desafiarle clavando la mirada en sus ojos.

-No me avises cuando te corras-dijo un segundo antes de regresar a la tarea. El sube y bajo era como el trajinar de una montaña rusa. Cada nueva arremetida era más emocionante que la anterior; al acabar un ciclo y al proseguir con el siguiente, Ana estaba más cerca de llegar al final de la atracción. La incertidumbre de no saber cuándo explotaría la bomba, la excitaba de tal manera, que notó un creciente deseo por tener otro pene metido en su caliente vagina, y un tercero machacándole el recto. Nada la haría más feliz que el notar como tres hombres se corrían al mismo tiempo en su cuerpo. Debido a que Sam se negaba a compartirla con sus amigos, ambos disponían de un buen surtido de vibradores grandes, pequeños y juguetones guardados para las ocasiones especiales. Cuanto le habría gustado a Ana ir al armario y follárselo mientras mantenía el pene de Sam entre sus labios. Le daría cobijo hasta que no quedase nada fuera de ella.

Pero no podía ir a por un tercer elemento. Ya tenía a su hombre con los pantalones bajados, con algo tan importante como su fuerza vital penetrándole la boca. Ana fue lo más rápido que pudo. Incluso se olvidó por un momento de lo que estaba haciendo. Tener un pene en la boca le daba la seguridad de hacer cualquier cosa. Se sabía poderosa. Con solo pedirlo, Sam haría lo que ella ordenara. Pensando en que era la dueña de la situación, Sam llegó al orgasmo. El invitado blancuzco irrumpió tal como Ana lo había pedido: sin avisar. Los jugos de su marido le llenaron los labios, completando su capacidad de absorción y tuvo que abrir la boca para dejar escapar el semen que no pudo tragar.

Mientras Sam gritaba como un descosido, Ana no paró de chupársela hasta dos minutos después de que se corriera. Cuando creyó que ya era suficiente, tras dejar bien limpio el pene, se escuchó junto al sofá el sonido que se produce al separarse una ventosa.

-¿Ahora qué quieres hacer?-preguntó Ana.

-Quiero probar tu culo-dijo Sam con el pene otra vez duro como una piedra.

Desastres

Espero haberte divertido :)