Deseo y calentura
Como dos chicas en un autobús tienen su primera experiencia y una de ellas empieza a darse cuenta que es lesbiana.
DESEO Y CALENTURA
Para Raquel aquella jornada de comienzos de septiembre se anunciaba anodina. Un tanto desganada por el madrugón, el primero tras las vacaciones, esperaba en la parada al autobús que le llevaría a la universidad para tramitar la matrícula de cuarto de Empresariales. Todos los años había sido el mismo coñazo: soportar varias horas de colas y salir pitando para pillar un autobús antes de las dos de la tarde. Así que esta vez decidió hacerlo bien: cogería el primero de ida (a las siete de la mañana), se plantaría en la uni a las ocho y ocuparía un buen puesto ante la secretaría, media hora antes de que abriese. Este era también el primer día hábil para matrículas, así que no esperaba grandes aglomeraciones. Ciertamente, ahora una podía matricularse por internet, pero no le animaba la idea de enfrentarse a los vericuetos telemáticos.
En la parada no había muchas personas, por lo que no se ocuparon ni la mitad de los asientos. Eligió uno cualquiera, junto a la ventanilla. Antes de abandonar la ciudad el chófer recogió a algunas más en la última parada. Miraba distraídamente a través del cristal cuando alguien se le sentó al lado. Raquel percibió un intenso perfume femenino cuya marca, perita en la materia, identificó al instante como de las caras. Dirigió una rápida mirada a aquella chica que usaba uno de sus aromas favoritos. Era una morena esbelta de abundante cabellera rizada -se veía a la legua que ese negro azabache era teñido- y sugerentemente maquillada, a la que ya conocía de vista por coincidir en las paradas y en los trayectos, si bien no sabía su nombre ni se habían hablado nunca.
Indudablemente, era más joven que ella, andaría en el segundo o tercer año de carrera. De hecho, esta chica siempre le había llamado la atención por su estilo sofisticado y andares estirados sobre zapatos entaconados, que le hacían más alta de lo que era. Por el look que gastaba, un vistazo superficial apuntaba sin más a la típica niña-bien de universidad privada. Con curiosidad, Raquel siguió las exquisitas aunque un tanto aparatosas evoluciones de su compañera de viaje. Tras volver a levantarse para rebuscar algo en el bolso que había depositado en el portaequipajes, se quitó la chaquetilla y la colocó cuidadosamente en el reposacabezas del asiento (la mañana, pese a lo temprano, era veraniega). Comprobando que no había nadie detrás, reclinó el respaldo y se acomodó con la aparente intención de echar un sueño ligero. Aún volvió a incorporarse para colgarse las gafas de sol en el cuello de la camisa, blanca y de manga larga, que desabrochó a tal fin en dos botones. Tras carraspear un par de ves, por fin se estuvo quieta.
Como Raquel no tenía la butaca abatida, la chica sólo le era visible de medio tronco para abajo. Con el rabillo del ojo se fijó en sus piernas. Eran unas piernas realmente estupendas, de armoniosas proporciones y bien torneadas. Evidentemente, su propietaria estaba satisfecha de ellas, pues las lucía esplendorosas sin los habituales panties o medias. No había defectos que ocultar y los atributos eran realzados por un intenso bronceado playero. Raquel sintió una sana envidia: "Claro, si yo tuviera unas piernas como esas también tiraría de mini todo el día, no te digo". La falda que llevaba, de un color gris verdoso y con dibujo de rayas formando escocias, que ya se la había visto llevar otras veces, le cubriría de pie justo por encima de las rodilla, pero al estar así sentada se le quedaba subida hasta la parte superior del muslo. Le gustaba esa prenda, se le antojaba muy sexy.
"Dónde la habrá comprado ?".
Algunos asientos más atrás, tres pares de ojos masculinos se hallaban clavados en el mismo punto. Lo cierto es que, por mucho que sus toscas y calenturientas mentes elucubrasen, ignoraban que tal despliegue de encantos no estaba dirigido a ellos en la presente circunstancia.
Al cabo de unos minutos, cuando el autobús enfilaba la autopista, la chica hizo un desplazamiento casi imperceptible de la pierna izquierda en esa dirección. Pasado otro tanto, un nuevo y milimétrico deslizamiento, presuntamente provocado por el meneo del vehículo (atravesaban una zona de curvas), situó la desnuda rodilla en posición de contacto con el bajo muslo de Raquel A través del pantalón vaquero sintió el calorcillo de aquella extremidad y de una manera semi-inconsciente alejó la suya un par de centímetros. Pasados unos cinco minutos, la otra volvió a colocar su pierna de tal modo que los vaivenes del vehículo decidían si se producía el rozamiento o el contacto pleno.
Al prolongarse la incidencia en el siguiente cuarto de hora, pese a sus repetidos apartamientos, Raquel empezó a sospechar que aquello excedía lo meramente anecdótico, pero era tan ambiguo, tan sutil...
"Bueno, pues ahora yo tampoco la muevo. De qué va esta tía ?", pensó.
Raquel sentía verdadero interés y encontraba hasta graciosa la cosa. Sin despegarse ni un solo momento, la morena, como calculando minuciosamente el siguiente lance, fue progresivamente sustituyendo los momentos de rozamiento intermitente por los de yuxtaposición pura y simple. Raquel, quieta.
"Perfecto -maquinó Marta, que es como se llamaba la anónima incitadora-, parece que no se molesta ni se inquieta. Veamos como reacciona ante esto". Sin preocuparse de fingir alguna razón objetiva que explicase semejante ademán, abrió atrevidamente los muslos en un abanico de casi ochenta grados. La pierna inquieta invadió abruptamente el espacio de Raquel y se pegó por completo a la suya, desde la rodilla hasta la cadera. Raquel se quedó cortada. Ya no podía creer que no fuera algo intencionado.
"Esta tía, o busca algo o quiere reírse de mí".
La descarada no cejaba en su insinuación. Incluso parecía regodearse, tal como sugería el nervioso y rítmico balanceo de su pierna derecha. Una expresión entre malévola y divertida, que Raquel no podía ver, se dibujo en su boca.
Decididamente, a Raquel le estaba gustando la escenita. No, gustando no era el término exacto: le estaba excitando. Ella no era en absoluto una salida que destinara un tiempo anormal a pensar en el sexo, pero sabía por experiencia que si la estimulaban eficazmente podía pasar de la apatía al deseo en segundos. Esto es lo que ahora sucedía, pero la novedad estribaba en que la que le estaba calentando la entrepierna era una chica!. La situación era insólita, una locura, pero, ya que caía en la cuenta, nunca había considerado con aversión la posibilidad de experimentar con un cuerpo femenino. Todo sea dicho, desde niña se recreaba en observar la linda anatomía femenina, bien en la vida real, bien, si era menester (inconfesable afición !), en revistas de moda. En su piadosa coartada mental se aseguraba a sí misma que tal inclinación obedecía a criterios "estéticos". "Cómo ?, inclinaciones artísticas, tú ?, ya !. No cabe termino medio; si no te repugna, querida, es que te gusta. Y si te gusta, ya te imaginas qué es lo que debe hacerse...". Esta revelación de su naturaleza, largamente adormecida, emergió espectacularmente gracias a los estímulos de aquella sorprendente chica. No era el momento ni el lugar de reflexionar sobre ello. Ahora sólo quería saber cómo acababa aquello y punto. Ya tendría tiempo de censurarse y, llegado el caso, de jamarse el tarro con crisis de personalidad y autorepresiones.
Para entonces Marta estaba muy caliente y contentísima de que la rubia le siguiera el juego... juego que venía practicando desde hacía dos años en estos mismos autobuses.
Consistía realmente en una sagacísima -y probablemente infalible- técnica de búsqueda e identificación de lesbis, que sólo podía proceder de un cerebro refinado y un tanto retorcido como el suyo. En el último año lo había aplicado en contadas ocasiones, pues ni con mucho todas las chicas con un atractivo desde el meramente aceptable merecían una estratagema no exenta de riesgos. En total, había echado el ojo a una docena de "candidatas", a las que antes estudiaba con detenimiento. Desgraciadamente, todavía no había podido sentarse con cuatro de ellas (a más de una le había perdido la pista hacía tiempo). Con tres no se reunieron las debidas condiciones "ambientales". Puso en práctica la argucia con cinco. Dos, o no se enteraron o, más seguro, fingieron no enterarse, mientras que otra reaccionó con patente rechazo (luego advirtió que en la parada le miraba con asco, lo que, naturalmente, no lo importaba lo más mínimo). Una cuarta pareció receptiva, pero quedó en falsa alarma, ya que si no se inmutaba fue porque... se quedó dormida. Con la última consiguíó llegar a un grado de insinuación tan avanzado como el de ahora con esta beldad rubia. Fue en vano. Tras una prometedora media hora, la chica se echó atrás y se inhibió por completo. Una lástima, en verdad, pues todas estaban para mojar pan. Sobre todo lo estaba aquella heterosexual recalcitrante que se cabreó: tenía un cuerpazo de necesitar mapa para no perderse.
Marta no necesitaba ligar de esta manera tan aviesa (ya estaba bien provista en ese sentido), pero encontraba superexcitante el asunto y no perdía la esperanza de que, a fuerza de intentarlo, alguna se enrollase. Había sido insistente y ahora estaba a punto de recoger el premio. Ya era un chollo el haberse encontrado a punto de caramelo a aquella nenita al que no le sacan los vaqueros ni a tiros. Bien hecho, pues realzan su fenomenal culo, redondo, cimbreante y bien tieso, como a ella le gustaban. Señor, señor, cómo había espiado este culo desde todos los ángulos, apreciando toda la riqueza de sus matices. Compitiendo en primor, su busto dibujaba una deliciosa sinuosidad cuando se le miraba de perfil. Le había calentado observar cómo atraía las miradas del respetable masculino, cómo los compañeros de clase se afanaban en hablar con ella de cualquier gilipollez en la parada, cómo la cortejaban descaradamente en los autobuses... nada había escapado a sus ojos inquisitivos.
O eran imaginaciones suyas o la chica proyectaba una imagen de saber mucho y de contar con una dilatada experiencia en asuntos de sexo. A santo de qué, si no, venía ese sempiterno rictus de satisfacción, ese asomo de sonrisa ?. Ahora ella estaba respondiendo a las mil maravillas a su seducción preparatoria. La cosa era muy emocionante y el pensar en ello le estremecía. Como siempre en estos casos, por la fértil mente de Marta desfilaron caóticas un tropel de fantasías, que poco tenían de románticas aunque muchas veces se dejaran alumbrar por un romanticismo tiernamente femenino.
Con morbosidad febril se complacía en imaginar que empezaban a meterse mano y se hacían un jugoso bollo, allí mismo, ante la mirada atónita de todos. Deseaba imperiosamente a aquella ninfa, quería besarla, saborearla, comerla toda... lo que daría por llevársela a la cama, sentirla bien dentro. De momento firmaba ya mismo por un penco para junio tan sólo a cambio de un beso, de un abrazo... Las expectativas volvieron a dispararse: "Esta cae, esta tiene que caer..."
Estaban entrando en Bilbao y la tía cachonda seguía dale que te pego. No contenta con pegarse a su pierna, había empezado a darle golpecitos y a acariciarla con sensuales frotamientos crecientemente audaces. A Raquel le pareció que aquello, más que una estimulación, era una suerte de masturbación, pierna contra pierna, además, por supuesto, de una invitación de lo más explícita. No osaba girar la cabeza para mirar a los ojos de aquella divina desvergonzada que le estaba erizando hasta la pelusilla de la nuca. Le sobrevino un abrumador deseo de posar, qué menos, su mano sobre aquella hermosa pierna cálida y palpitante que pedía a gritos ser acariciada, aunque por el mismo precio se la metería por debajo de la falda. Intentó adivinar qué aspecto tendría su chichi, a qué olería, a qué (impúdico pensamiento!) sabría. Gustarían sus jugos como los suyos, deliciosos, que nunca desperdiciaba probar durante sus masturbaciones ?. Raquel no se conocía con tanto pensamiento obsceno. Asumía que tales desvaríos eran inimaginables, pero no podía evitar el plantearse:
"Qué demonios, y si lo hago ?, acaso no me está provocando ?. No, no puedes, con toda esta gente... olvídalo, es imposible".
Los pasajeros sirvieron aquí la disculpa para la contención, pero decidió sorprender a su acosadora con alguna iniciativa.
Armándose de valor, le dio un ligero achuchoncillo de cadera. Marta respondió de inmediato con un voluptuoso rozamiento, desde el medio muslo al dobladillo de la rodilla, al tiempo que emitía un suspiro de lo más onomatopéyico. De repente, flexionó la pierna izquierda e infantilmente la irguió sobre el asiento apoyándola en el pie, haciendo que el muslo se adosara al antebrazo desnudo de Raquel, que a la sazón vestía un ceñido niki naranja. Piel sobre piel, el tacto señoreó ahora sobre los otros sentidos. Un calorcillo vibratorio, palpitante, narcotizó ambas extremidades. Marta y Raquel se habrían quedado así pegadas horas y horas.
Absolutamente salida, a Marta le sobrevino un súbito ataque de carraspeos y gemidos guturales, como si estuviera canturreando una rara melodía atonal. Su cintura empezó a contonearse. Tres asientos más atrás, un mirón impenitente sospechó que algo inusual estaba pasando en aquel par de butacas. Pero estaban llegando. Marta se recompuso (quizá se había abandonado a unas posturas un tanto vulgares) y siguió deleitándose en la visión de la nuca de Raquel y en su rubia melena recogida. Le regocijó el contraste entre su cuerpo petrificado sobre el asiento y la disposición sexual que irradiaba.
El autobús se disponía a aparcar. Marta se puso en pie. Durante un par de segundos se mostró bien de frente, en actitud como triunfal, ante una Raquel que permaneció impertérrita sin atreverse a mirarla, y a continuación sacó del bolso una libreta y un bolígrafo. Volvió a sentarse, subió un poco el respaldo, escribió algo y arrancó la cuartilla. El autobús abrió las puertas, la gente empezó a bajarse y Marta, tras recoger sin prisa y con afectación sus efectos personales, se apeó a su vez. Raquel esperó a que lo hiciesen los últimos. Cuando se levantó, observó un pedazo de papel que la chica había dejado en el asiento. La nota decía:
"Me gustas. Nos vemos en el autobús de vuelta de las tres. No me falles !".
"Increíble !!, hay que ver, menuda movida !!. Bien, voy a ir sin falta, ya lo creo que sí.
Igual quiere que quedemos para salir o algo así. Pues yo me apunto, me apunto a lo que sea".
Excitada y bastante aturdida por tan inesperado desenlace, salió del vehículo y se encaminó hacia la universidad. La morena debió haber caminado a paso ligero, pues no se la veía allá delante, entre los grupitos de estudiantes que accedían al campus. Raquel se encaminó rauda a la secretaría. Quería matrícularse pero ya, hacer tiempo en cualquier sitio (aprovecharía para pasearse por las facultades, a ver si la localizaba) y presentarse en la parada con puntualidad militar.
"Dios, qué nervios !!".
Superando sus más optimistas previsiones, Raquel se encontró con que para las nueve ya tenía hecha la matrícula. "Y ahora, qué hago hasta la tarde ?". Sacó la nota que había recogido del asiento del autobús y la volvió a leer:
"Me gustas. Nos vemos en el autobús de vuelta de las tres. No me falles !".
Sentada en un banco de su facultad, se quedó observando la mágica hoja de bloc, releyendo el mensaje una y otra vez. Aquel objeto nimio le parecía la cosa más excitante del mundo, el más poderoso talismán erótico. Pensó intensamente en lo que había pasado en el bus hacía apenas dos horas. Con su insólito ritual aquella chica le había preguntado, sin compromisos, si se le apetecía ser seducida y de si quería hacer algo al respecto. Pensó en ella, pero de cuerpo entero, como la recordaba de haberla visto otros días en la parada. Esta mañana prácticamente sólo le había observado las piernas (que no era poco !). Sí, le gustaba ella, le gustaba lo que le había hecho y la deseaba.
Definitivamente ya, era una bisexual, que es como decir lo innombrable: era una lesbiana. Se maravilló a si misma por su reacción de normalidad ante aquella certeza: sí, lo era, y qué ?. Era pragmática por naturaleza, pero nunca hubiera imaginado tanta tolerancia para sí misma.
Durante un buen rato se quedó allí, sentada, pensando, entre anhelante y un tanto nerviosa, en lo que habría de suceder.
Se pasó la mañana paseándose por los pasillos, los aularios y las bibliotecas, queriendo y no queriendo encontrarla. Le sobrevino un pensamiento desalentador: "Y si es una bromista ?, y si me presento a la hora convenida y me da plantón o, aún peor, se me ríe a la cara ?". Pero se autoconvenció de lo contrario: aquella chica no habría montado semejante pitote para nada. Mientras erraba cavilante se encontró con varios compañeros y compañeras de clase. Fingió interés por lo que decían y rehusó con cualquier excusa regresar juntos en los autobuses de la mañana. Ya era el mediodía. Ni en el comedor ni en el bar había rastro de ella. No sabía si sentir alivio o frustración por ello.
Llegaron las dos y media. Moderadamente cardíaca, se presentó en la parada. No había nadie aún. Se puso a esperar. A menos veinte aparecieron las primeras personas. Nada indicaba que fuera a reunirse el mogollón habitual, pues seguramente la práctica totalidad de la gente había cogido los autobuses anteriores. Menos diez. Ella seguía sin aparecer. Llegó el autobús:
"Es el de dos pisos !!. Claro, ahora caigo porqué me ha hecho quedar a esta hora !!".
Abandonada a lo calenturiento, Raquel estaba segura de que la chica apostaba por montar algo subidito en el mismo bus. El último del mediodía solía ser uno de dos pisos. Si el pasaje era escaso podrían sentarse juntas en un lugar discreto y gozar de una cierta libertad de acción para realizar lo que la otra hubiese planeado. Raquel miraba con avidez en todas direcciones.
A menos cinco el chófer abrió las puertas para quien quisiese ir subiendo. Fue en ese instante cuando, como salida de la nada, apareció Marta. Confirmó la presencia de Raquel y, radiante de satisfacción más la alegría adicional de verificar lo escasísimo del personal (diez personas, contando ellas !), le atravesó con la mirada como diciéndole: "gracias". Raquel, cabizbaja y renqueante, dejó que se montara primero para seguirle los pasos. Marta subió al piso superior, se fue directamente al fondo y se sentó en la última fila antes del gallinero. Segundos después apareció Raquel. Conteniendo la respiración y torciendo la mirada, se encaminó donde estaba Marta y tomó asiento a su lado.
Fueron unos instantes extremadamente violentos. Raquel, con el corazón oprimiéndole el pecho, no sabía que decir y Marta tampoco acertaba a encontrar las palabras de introducción adecuadas. El momento, lo sabía bien, era absolutamente crucial, de él dependía todo. Rompió el hielo:
"Hola, cómo te llamas ?; yo soy Marta".
"Yo, Raquel. Perdona, la verdad es que no sé qué decir... bueno, que sepas que lo de esta mañana... en fin, que nunca me había pasado nada igual... es la primera vez que haces esto ?".
Marta advirtió que Raquel, aunque decidida, estaba bastante tensa. Lo delataba el rubor de sus mejillas. Así que adoptó un tono exclusivamente coloquial y amistoso. Poniendo énfasis en gestos desenfadados y tratando de sonreir constantemente, le contó que estudiaba segundo de Derecho, que no era la primera chica con la que lo había intentado, aunque sí la primera con la que había llegado hasta este punto, que se había excitado muchísimo y que hacía tiempo que le había echado el ojo. Raquel, sorprendida y halagada, confesó que ella también le era familiar.
"Oye, espero que no te hayas molestado por nada de lo que ha pasado. Yo sólo quiero tener una relación en plan bien contigo, un ligue si lo prefieres llamar así. Además, podemos ser amigas si quieres. Tú me gustas mucho, y creo yo a ti también. Perdona que sea tan franca, pero te lo preguntó directamente: te apetece que nos hagamos algo, aquí y ahora, aprovechando que el bus está vacío ?. Sin problemas. Sin preguntas. Ya hablaremos de nosotras luego."
Raquel asistía con una sensación de irrealidad al desarrollo de aquel extraño affaire, pero ahora se sentía mucho más relajada y gratamente impresionada por la simpatía y el buen rollo de Marta, cuya franqueza y naturalidad eran desarmantes. Esforzándose en sacar todo el aplomo del que era capaz, esbozó una sonrisa y, por primera vez, le miró directamente a los ojos:
"Yo, Marta... sí, estoy dispuesta, en serio".
Unos minutos de conversación habían bastado para que surgiera la química entre ellas. Se gustaban, se habían caído estupendamente, a las primeras de cambio. Como si fueran amigas de toda la vida. Todavía no eran plenamente conscientes, pero aquella era una de esas ocasiones extraordinariamente raras en las que, sin miedo al rechazo, sin recelos ni temores, dos personas que acaban de conocerse y que comprueban su mutua atracción se miran a los ojos y deciden pasar a la acción ya mismo, sin zarandajas, por las bravas. Analizándolo objetivamente, cabe actitud más natural y lógica ?.
Marta, sacando la punta de la lengua en un gesto de determinación, alzó la cabeza y exploró el panorama. No estaban solas. En el morro del vehículo, en la fila contigua al parabrisas, se había sentado un animado grupo de dos chicos y una chica. Muy bien. Estaban lo suficientemente lejos como para que ellas pudieran hacer unas cuantas cosillas. Además, el conductor había puesto una película de acción, Speed 2, para ser precisos.
"Estupendo, mientras esos sigan a lo suyo y la peli meta ruido tenemos el bollo montado", meditó.
Corrió las cortinas. Con un rictus de lo mas pícaro y al tiempo que se echaba la melena con la mano aparatosamente a un lado, se volvió a Raquel:
"Mira, estamos prácticamente solas. Qué te parece ?, por mí... empezamos, no ?.
Abatió la butaca al máximo y Raquel la imitó. Como obedeciendo a una misma orden, se giraron un poco sobre el respaldo para ponerse cara a cara y juntar sus bocas. El primer beso. Marta, tanteando siempre el terreno, no le metió de momento la lengua, cual era, lógicamente, su ardiente deseo. Raquel entrecerró los ojos y se dejó hacer el piquito. Era sencillamente delicioso. La morena le cogió por la nuca con la mano izquierda mientras con la derecha le agarraba la cadera, para arrimarla mejor.. Raquel no se cortó y a su vez metió la mano por entre las piernas de Marta (que ganas tenía !), para acariciar los muslos por delante y por detrás, con la parsimonia que merecían.
Admiró la tersa piel, que al tacto con sus dedos deslizándose sonaba como si friccionara una prenda de satén, y le sorprendió el intenso calor que despedía. Encontró todo maravillosamente placentero, pero hizo una demora en el dobladillo, donde se unen la pantorrilla y el muslo, justo detrás de la rodilla. La textura era allí puro terciopelo.
Una descarga química sacudió sus cuerpos.
Marta terminó de rodear la cabeza de Raquel con el brazo y dejó colgando la mano, que así puesta amagaba con posarse sobre su tentador pecho izquierdo. Se le antojaba que el busto de Raquel había aumentado de volumen, mientras sendos abultamientos en el niki delataban la erección de los pezones. La visión era electrizante. Marta abrió entonces la boca y la besó con ganas redobladas. Esta había empezado a extender su trabajito manual a las caderas y, pero ahora por encima de la minifalda, al culo. Empezaron a respirar agitadamente, sus bocas entreabiertas para tomar aire.
A fuerza de meterle mano entre las piernas, Raquel le estaba poniendo a cien. Sin parar de mesarse el dichoso pelo y de hacer sortijas con sus ondas, Marta musitó:
"Mmmmmmm, por favor, qué gusto, Raqueeel..."
Se percató de que aún no había probado la entrepierna de su amiga. Entre respingos de estremecimiento, pues a Raquel le había dado por lamerle el cuello, hundió su mano derecha allí donde convergían las perneras del pantalón. Tratando de abarcar el máximo de tan apetitosa zona, pasó a frotarla enérgicamente, desde el ano hasta el pubis, sin olvidarse, naturalmente, del trasero de sus amores. Raquel, pillada por sorpresa, echó la cabeza atrás con la boca bastante abierta y las mejillas encendidas, componiendo un gesto de gozo. Aunque Marta se lo ponía a tiro, le dio como cosa el incluir en sus tocamientos la vulva, pues literalmente estaba en bragas, con la mini impúdicamente levantada. Así que su mano siguió enfrascada en las suculentas piernas. Tratando de olvidar las palpitaciones agónicas de su almeja, Marta susurró:
"Cómo me gustas, querida, eres fenomenal. No te han dicho nunca que eres una mujer preciosa ?. Me apuesto a que un montón de veces."
Raquel, que seguía siendo estimulada en su sexo, se mordió el labio y frunciendo graciosamente las cejas asintió:
"En la forma en que lo tú lo has expresado, no. Sí, vale, ya sé que no estoy mal, pero anda que tú...quieres saber que es lo que atrajo de ti desde el primer momento ?. Tus piernas. Tus piernas me traen de cabeza".
"Gracias, es que las cuido mucho. No veas lo que sufro con las depilaciones. Pero supongo que lo que hay entre ellas te gustará más, no ?".
Empezaron a reírse, pero el intentar ahogar sus risitas les hacía más gracia y era peor. El bullicio de aquel rincón no pasaba desapercibido. Uno de los del grupo de cabeza se volvió para mirar. No las veía desde esa perspectiva, pero no había duda que allí estaban sentadas dos chicas. Ya se sabe, estarán entregadas al tema de conversación que monopoliza todo corrillo de tías: confeccionar un ránking con los tíos buenos y los tíos vomitivos de clase, con la inevitable profusión de adjetivos a cada cual más procaz.
Ahora estaban ya besándose como Dios manda. Raquel, embalada, le daba a Marta unos muerdos de tal intensidad (le besaba como besaba a un tío), sin cesar en ningún momento el repaso de sus muslos, que esta quiso compensarlo sobándole los pechos frontalmente, a través del niki. A Raquel le frustró algo el cambio, pero no porque la otra le diera por sus pechos, que le venía muy bien, sino por haber cesado de repente en la masturbación de su entrepierna, cuando estaba alcanzando un humedecimiento muy prometedor. De hecho, no le habría importado correrse allí mismo. Suspendió la idea de bajarse la cremallera de la bragueta y se concentró en la sabrosa boquita de Marta.
"Mmmm, qué bien sabes...y me encanta tu perfume."
Despegando la boca para tomar resuello, a la morena se le ocurrió preguntar:
"Oye, por qué no me las enseñas?. No, no te pido que te quites la ropa (ya sólo faltaría !); es que tengo una curiosidad, parecen tan bonitas..."
Raquel se sacó del todo el niki del pantalón, abrió un hueco y alzó el busto sobre la cabeza de Marta. Desde esa perspectiva, pese al sujetador (o precisamente por ello), sus senos ofrecían un aspecto arrebatador. Por fin veía lo que ocultaban aquellos suéters abultados. Nunca hubo revelación más emocionante. Marta estuvo a punto de sugerir a Raquel que se sacara el sujetador y se quedara con las tetas al aire bajo el niki, para poder palparlas a placer, pero no lo consideró oportuno. También pasó de meter la mano por debajo de la prenda y aplacar su ansia personalmente. Igual eso era pasarse del todo. No tanto por Raquel como por el escenario: a fin de cuentas, sólo estaban en un jodido autobús y en pleno viaje !. Se empieza tocando las tetas y se termina chupándolas. Eso podría hacer que una o las dos se descontrolasen:
"Mierda; no, si al final nos quedaremos con más ganas que antes de empezar".
Fingiendo estar satisfecha en su intriga mamaria, prosiguió el manoseo exterior de los objetos de su deseo, con tan buena maña que a Raquel se le aflojó el fular que recogía su melena y el pelo se le desparramó por la cara, brillante por la excitación. Marta la encontró radiante de belleza y se lo susurró a los labios. La besó por enésima vez, ahora con dulce lentitud.
Raquel había adoptado un papel de lo más activo. Estaba relajada y llevaba bien el control. Se acordó de aquella vez que ligó con un tío en Mallorca que estaba superbueno: fue muy parecido, aunque allí sucedió en las butacas de un disco-bar. Le parecía, incluso, que estaba más excitada que en sus recientes polvos con Mikel (que manda narices !). Aparte sus propias sensaciones, se sentía feliz por descubrir que el sexo con una chica no exigía, al parecer, conocimientos adicionales, "secretos de tortilleras", o cosas por el estilo. Por lo menos no con Marta. Es más, se diría que, puesto que conocía a fondo las zonas erógenas del cuerpo femenino -el suyo propio-, su ubicación y como estimularlas, se le antojaba más fácil dar y recibir placer en una relación homosexual. Pero es que además era como otro rollo, diferente, como más profundo, más intenso. Igual era prematuro asegurarlo, pero todo sugería que hacerlo con otra chica podía y debía ser más placentero que hacerlo con un hombre.
Marta, atómica con tanto besuqueo y toqueteo, no se lo pensó dos veces. Había esperado que partiese de la otra, pero Raquel no se decidía. Así que, mandado a paseo el compromiso de autocontrol que el sentido común le dictaba, tomó la mano de aquella y, con brusquedad, la colocó sobre su braga.
"Raquel, querida, méteme, méteme el dedo ya, por favor. No te cortes".
"Quieres que te haga una paja, estás segura ?".
Marta le miró suplicante:
"Una paja o lo que quieras. Anda, querida, di que sí, por favor... no ves cómo me has puesto ?. Venga, si estoy ya a punto de correrme..." Otra vez se desternillaron de risa. La situación era irresistiblemente cómica. Como Raquel apuntó acertadamente, dónde se ha visto que una chica le proponga a otra en un autobús una "metidita rápida" ?. Pero era el hecho de que hubiesen alcanzado tan rápido semejante grado de confianza y complicidad lo más asombroso.
"Jo, parecemos un par de crías. Qué poca formalidad. Vale, Marta, pero como empieces a gritar nos vas a meter en una buena. No sé, no sé lo que voy a poderte hacer..."
Raquel fue desplazando muy lentamente la mano desde el muslo izquierdo, que aprovechó para acariciar una vez más, hasta la ingle. Allí se detuvo para juguetear con el borde de la braguita -toda cubierta de diminutos topos verdes e irresistiblemente sexy-con el dedo corazón, para luego ir recorriendo la cinta elástica hasta la altura del pubis. Vio que la prenda, justo encima de la vagina, tenía una mancha acuosa. Se preguntó cuando habría empezado a formarse. El vientre de Marta, crepitante bajo la ropa, se ondulaba impulsado por el leve movimiento vertical, como recorriendo un óvalo imaginario, que generaban la caderas. En ningún momento dejó de mirarla Raquel, escrutando en su cara las sensaciones que traslucía. Marta, con el rostro cubierto por la típica erubescencia sexual, jadeaba entrecortadamente mientras no se perdía detalle de las evoluciones magistrales de aquella mano sobre su triángulo del amor.
"Aaaaaahhh... ss-sigue, Raquel... aaah, sigue, ah, ah...!"
La rubia empezó a meter los dedos. Notó la humedad imperante y se topó con el felpudo. Era tupido y estaba recortado con esmero, como el césped de un campo de golf. Quiso guiar la maniobra de descenso de su dedo índice con la bien delimitada frontera entre la piel y el vello. Raquel se estaba empleando con la minuciosidad de una fetichista y eso era mucho más de lo que Marta podía aguantar. Sintió como el orgasmo le venía imparable. Pasmada, Raquel se dio cuenta también ("ya ?, pero si no he empezado !") y, en un movimiento reflejo, tapó fuertemente la boca de su amiga con la mano izquierda. Presa de una repentina aprensión, retiró rápidamente la derecha de su sexo (muy mal hecho), con no se sabe qué absurda intención de abortar lo irremediable, aquello que conscientemente, con sus estimulaciones, había buscado, y se la pasó por el hombro en actitud de sujetarla. Marta se estaba corriendo. Muy agitada, metió velozmente sus dos manos por debajo de la braga y estimuló frenéticamente con los dedos toda la zona del clítoris.
-"Mmmmmmm, mmmmmm, mmmmmm. mmmmmmmmmm !!!".
Los gemidos de Marta morían en su boca gracias al sellado hermético de las manos de Raquel. En ese preciso momento, un frenazo del autobús le hizo alzar la cabeza: habían parado ante un semáforo en rojo.
"Cómo, ya hemos llegado ?, se me han pasado los tres cuartos de hora volando !". En su ensimismamiento habían olvidado el tiempo limitado del que disponían y al resto de los pasajeros, aunque el subconsciente no había bajado la guardia, como esa mano disparada a la boca de Marta atestiguaba.
"Agh !!, estoy segura que hemos alzado la voz más de una vez. Nos habrán oído ?".
Subrepticiamente, levantó el cuello para mirar delante. El trío de estudiantes estaba callado. Fue cuando aparecieron los brazos de Marta para recuperar a Raquel y conducirla a su boca. La besó mórbidamente y con una enorme sonrisa se echó el pelo hacia atrás con la mano para despejarse la cara.
"Buah, qué, qué pasada, tía, pero qué pasada. Mmmnn... dime, dónde has aprendido a hacerlo así ?. Menuda virguería !".
"Pues me he limitado a hacerte lo que me hago a mí misma y lo que gusta que me hagan. Es fácil. Oye, por cierto, perdona por haberte dejado sola justo cuando te venía. Si me lo hubieran hecho a mí, no me habría gustado nada. Me entró miedo de que gritaras"..
"Pero, por favor, qué dices ?. Si ha sido una gozada. Venga, olvídalo, esto es un autobús... o lo era antes de que empezaras a tocarme. Y menos mal que me tapaste la boca. A saber los gemidos que habría podido meter.
Guiñándole un ojo, selló su agradecimiento con un besazo y Raquel, contenta de que la otra no le guardara rencor, hizo lo propio. Ella, privada de su orgasmo, sentía su excitación intacta, aunque no le dijo nada. Se impuso el autocontrol más estricto, la escenita había acabado.
Ya circulaban por las calles de su ciudad. Levantaron los asientos y se arreglaron el pelo. Marta se puso bien las bragas y la falda y, al saber por Raquel que se le había corrido bastante el carmín de los labios, mostró el primer gesto de nerviosismo de la mañana para afanarse en una limpieza rápida de los mismos con unos clinex que le facilitó su amiga. Luego fue Raquel la asistida. Excepto aquellas manchas encarnadas en las comisuras de su boca, parecía extrañamente fresca, como una rosa. Se recogió el pelo con el lazo, que tuvo que recuperar de debajo del asiento. Marta, como pegaba fuerte junto a la ventanilla, se puso sus gafas de sol.
Bajaron en la misma parada y, apartándose un poco del camino de sus respectivas casas, se sentaron en un banco a la sombra, en un tranquilo jardín. La tarde era espléndida, lucía solitario el sol en el cielo y una agradable brisa evitaba que el calor fuera excesivo. Raquel cogió a Marta de la mano.
"Ha sido maravilloso, lo mejor que me ha pasado desde hace no sé cuanto. Oye, quiero que seamos amigas y quiero que nos volvamos a ver, pero no en un autobús, sino en un sitio decente, no te parece ?".
Marta escuchaba a Raquel con expresión socarrona pero con el máximo interés. Al simular esta con un ademán que se sorprendía, Raquel aclaró:
"Tenemos que terminar lo que nos ha quedado sin hacer. Me muero de ganas por verte desnuda. Fíjate que no sé cómo son tu vagina, tus pechos... y mira que pude habértelos tocado... aparte de que me debes una paja".
Marta le interrumpió:
"Cómo ?, que yo recuerde la paja te la hice primero yo, aunque, vaya !, lo reconozco, se me quedó a medio hacer. Eso sí, tú me has hecho correr prácticamente sin llegar a tocarmela. Ya te digo, una auténtica pasada".
Raquel asintió:
"Tienes razón. Pero además tú te has quedado con las ganas de vérmelas".
"No te olvides del culo", añadió Marta, complacida de que Raquel tuviera en la agenda aquel su capricho pendiente.
"El culo ?, no me digas que te gusta también !".
"Con locura".
"De lo que se entera una".
Se pusieron más serias y durante un buen rato estuvieron hablando de su vida, sus gustos, sus experiencias. Para absoluta sorpresa de Marta, que nunca lo hubiera creído por lo fenomenal de su actuación, Raquel reveló que había sido su primera experiencia lésbica y que si había salido tan bien es porque había improvisado como si hubiera sido con un hombre, aunque, naturalmente, sacando partido de su conocimiento del cuerpo femenino. Si a eso se añadía que le gustaba el sexo y que no se cortaba una vez metida en faena, el resultado lo tenían a la vista. Confesó que ni ella misma lo hubiera creído y que debía aceptarse, a todos los efectos, como bisexual. Si no había indicios de crisis de identidad o de arrepentimiento tal vez era debido a que se había estrenado con una chica especial, con ella. Por todo ello no tenía palabras para agradecerle por haberla escogido para aquella fascinante seducción iniciática.
Marta se sintió obligada a explicarse también: había sido bisexual probablemente desde siempre, pero cada vez le gustaban más las prácticas sáficas, tal que sus contactos heterosexuales se habían reducido drásticamente en los últimos tiempos. Era posible que estuviera evolucionando hacia el lesbianismo puro.
Esta conversación íntima no fue menos estimulante que sus escarceos en el autobús, y reforzó su convicción de que se habían caído rematadamente bien y de que se gustaban en todos los aspectos.
"Oye Marta, quieres que quedemos el viernes, sólo tú y yo ?. Mi idea es que tomemos unas copas y luego podamos estar tranquilas en algún sitio, ya pensaremos dónde. Pero si puedes, claro, porque seguramente ya habrás quedado..."
"Qué cosas tienes, mujer. No me perdería el salir contigo por nada del mundo, el viernes, el sábado, el domingo o cualquier día".
Se dieron los teléfonos y Marta le prometió llamarla el viernes para decidir dónde ir de marcha. Por lo que se contaron, en sus copeos habituales básicamente frecuentaban las mismas zonas.
"Raquel, mira, te prometo una cosa: el viernes por la noche nos agenciamos un sitio discreto para estar a nuestras anchas. Tú déjalo de mi cuenta. Claro, que dependerá de la hora a la que te dejen volver a casa de noche. En la mía están acostumbrados a que me presente de día, siempre que les avise que voy a ir de cena o por el estilo y que haré empalmada".
"En realidad no tengo problema de horarios, porque en casa ahora estamos solas mi hermana y yo. Mis padres se pasan desde abril a octubre en el piso de Benidorm".
"Jo, qué chollo !".
"Además tengo mucha confianza con mi hermana. En los meses que vive con nosotros, cuando alguna tiene plan con un tío no tiene más que decirlo y la otra se abre para no molestar. Lo hemos hecho bastante, aunque ella mucho más. No veas las veces que he tenido que irme a fiestas de pueblos y cosas así para pasarme toda la noche fuera y dejar que mi hermanita se los tire a gusto".
"Vaya, vaya, qué bien montado os lo tenéis", se admiró Marta. "Tu hermana, es mayor que tú ?".
"Marimar ?, sí, tiene 28 tacos.
"Venga, pues en eso quedamos. Te llamó el viernes por la tarde. Vas a ver, lo vamos a pasar fenomenal, quiero que sea nuestra noche. Vamos, que estoy ya que me muero de las ganas de que llegue el viernes.".
Marta lo había dicho con un tono muy insinuante. Se pusieron en pie y unidas de manos, juntaron sus cinturas para darse unos besos de despedida, aprovechando aquella para propinarle a Raquel unos cachetes en las nalgas, cogerla por la cintura y decirle unos últimos cariñitos al oído, lo que les indujo a besarse de nuevo, hasta que hubieron que parar, ya que no era cuestión de empezar otra vez, y menos en la calle. Volviéndose dos veces para decirse de nuevo adiós y enviarse sendos muac por el aire, se separaron cada una en su dirección.