Deseo satisfecho
Una mujer insatisfecha, un hombre que la ama, un amante consentido
Es la primera vez que escribo un relato, por motivos fáciles de entender no daré nombres de personas ni lugares. Tengo 54 años, nací en la capital de España donde viví hasta que me casé con el hombre al que amo. Él tiene 67 años y llevamos juntos algo más de 30, hemos y seguimos siendo muy felices, tenemos dos hijos, chico y chica, que ya han formado su propio hogar aunque y a pesar de vivir en la capital de la provincia mantenemos contacto continuo ya que trabajan en una de las empresas familiares.
Desde que me casé resido en un pueblo en el que cuando llegué había una población cercana a los tres mil habitantes, ahora apenas somos más de mil quinientos y la mayoría viven de la agricultura, trabajan en alguna cooperativa o son jubilados que han regresado al pueblo después de años fuera de él.
Mi vida aquí es la vida que deseo llevar, me gustan los largos paseos por el campo, leer, cuidar el huerto, mimar las flores del jardín, hablar con los vecinos y pintar cuadros que suelo regalar, o vender si me lo piden. Soy una mujer afortunada en todos los sentidos, he amado y he sido amada, no sé qué es estar enferma y he visto crecer mis hijos y ahora mis nietos con la más absoluta felicidad. Por último a pesar de la edad mantengo un físico que muchas veces me dicen es increíble sobre todo cuando digo mi edad. Mido 1,68, peso 64 kilos, pelo color castaño, ojos claros y suelen confundirme con mi hija.
Esta es la historia que deseo contar, comienza hace unos meses y solo pretendo liberar la mente a través del ejercicio de la escritura
Eran los primeros días de Mayo, mi marido había ido de viaje por asuntos de negocios y estaría fuera una semana aproximadamente, le acompañaba mi hijo por lo cual yo me había quedado algo más tranquila ya que había sufrido un infarto dos años antes justo el día que cumplía 65 años. Aquel martes había sido un día precioso, el sol primaveral daba resplandor a las flores de los árboles frutales, los sembrados mostraban un verde brillante y el huerto se adornaba de los primeros tomates y calabacines de la temporada, por la mañana había dado un largo paseo y después de almorzar tuve tiempo de acabar de leer una novela y dar unas pinceladas en un lienzo recién comenzado. A media tarde cuando la asistenta se despedía decidí acompañarla un tramo del camino hasta el huerto que cuido para coger algún tomate maduro que sería mi cena.
Junto al huerto hay una casa llamada “la casa del médico” debido a que en ella vivió durante muchos años el medico del pueblo y cuando se jubiló hace unos meses fue ocupada por el nuevo doctor. De hecho el huerto forma parte de la misma finca pero los propietarios se negaron a vender la casa porque obtienen de ella una renta mensual y mi marido solo pudo comprar el huerto después de tramitar la correspondiente segregación. Me encontraba en medio de las crecidas tomateras cuando escuché un ruido que llamó mi atención, giré la vista y pude ver como un hombre hacía ejercicios de respiración y estiramientos, vestía un pantaloncito color negro y una camiseta ajustadísima del mismo color, al principio no le reconocí pero deduje que era el nuevo doctor al que todavía no me habían presentado a pesar de ser vecinos y de haberlo visto correr varias veces por los alrededores del pueblo, siempre de lejos.
Decidí esconderme tras las plantas y confirmar si era verdad el rumor de que era guapísimo y muy joven. No tardé en confirmarlo, a cada movimiento su musculatura se marcaba dejando entrever un cuerpo perfecto, los brazos y los hombros estaban perfectamente dibujados y las piernas a cada flexión tomaban formas que permitían ver cada uno de los músculo, por la piel morena resbalaban gotas de sudor que empapaba toda su vestimenta pegándose al cuerpo como una segunda piel, tuve una sensación como jamás antes había tenido, por un momento la mente se me quedó en blanco y dejando caer la cesta de mimbre llena de tomates y calabacines que sujetaba.
El ruido le distrajo de su ejercicio y me descubrió tras el escondite, cruzamos nuestras miradas y no tuve más remedio que dirigirle la palabra, eso sí sintiendo un rubor inmenso.
Yo: Perdón, estaba cogiendo tomates, se me ha enganchado la cesta y no he podido evitar que se cayera.
Doctor: No pasa nada, me he llevado un buen susto pero ya veo que no ha ocurrido ninguna desgracia,
Y: Lo siento de nuevo, ya acababa de coger algo para la cena……, dije muy nerviosa
D: No se preocupe, ¿usted debe ser la vecina de la casa de piedra de al lado, es preciosa…….la casa, ya tenía ganas de conocerla pues me han hablado mucho de su marido y de usted.
Yo seguía inmóvil hasta que decidí agacharme para recoger las verduras que todavía seguían en el suelo, cuando alcanzaba las primeras escuché claramente
D: La ayudo, entre los dos iremos más rápido
No tuve tiempo a reaccionar y al levantar la mirada lo tenía junto a mí recogiendo las verduras caídas colocándolas con cuidado en la cesta que yo sujetaba con las dos manos. Intenté ayudarle pero me pidió que yo simplemente sujetara la cesta. Cada vez que se agachaba y se levantaba yo disfrutaba de la visión de su culo cubierto por una fina ropa sudada. No volví a decir palabra durante toda la escena hasta que él me advirtió que estaba seguro que no quedaba nada por recoger, sentí que el espectáculo hubiera finalizado.
Y: Gracias, lo siento por haber interrumpido sus ejercicios
D: No hay de qué, ya le he dicho que buscaba un momento para conocerla y si ha sido en estas circunstancias mejor que no hubiera sido en el consultorio
Y: En eso tiene razón, es mejor aquí en el huerto que no en una cama o una camilla
Al escuchar este comentario, sonrió, alargó su mano mientras decía su nombre y le correspondí diciéndole el mío no pudiendo evitar estremecerme cuando noté el contacto con su piel.
D: Perdón, no he pensado que tenía las manos sudadas
Y: No por favor, no ha sido eso, yo las tengo sucias, bueno, me voy a casa porque estoy sola y todavía he de hacerme la cena, por cierto si desea le puedo dar unos tomates y algún calabacín ya que para mí tengo más que suficiente con un par de ellos,…..
D: Muchas gracias pero todavía no he utilizado la cocina la cocina, demasiados botones que no entiendo, mi cena es siempre a base de bocadillos y aunque sea médico y sé que está mal no me queda más remedio que reconocerlo.
Y: Bueno, adiós y ya sabe siempre que le apetezca un tomate y si los hay maduros solo tiene que cogerlos
D: Gracias por el ofrecimiento, y es verdad los tomates como casi todo son más sabrosos maduros
No contesté y di la conversación por terminada, pero cuando me distanciaba de él no pude evitar girar la cabeza y ver que continuaba sin moverse, de mi boca brotaron las siguientes palabras sin poder contenerme
Y: ¡doctor!, me gustaría que por una noche no cenara bocadillo, si no tiene inconveniente le invito a cenar y compartiremos una ensalada de tomate y una tortilla de calabacín, al fin y al cabo mi marido está de viaje y he cogido demasiado de todo.
D: Nada me gustaría más que cenar con usted y es un alago recibir su invitación pero no quisiera molestar
Y: Me ducho y preparo la cena, si lo desea en una hora puede venir a casa, ya sabe donde vivo
D: Hasta de aquí una hora, yo también tengo que ducharme.
Mientras regresaba a mi hogar podía sentir el palpitar del corazón, me estaba comportando como una chiquilla dando la sensación que era incapaz de controlar mi ansiedad, algo superior a mí se había adueñado de mi voluntad, entré en casa, fui directa a la cocina y de manera compulsiva cociné una tortilla de calabacín. Subí al piso superior, fui directamente al cuarto de baño, me desnudé y el agua fría de la ducha golpeó mi cuerpo como un latigazo. La sentía helada, cerré los ojos mientras temblaba por el frio y la dejé caer muchos minutos a la espera de tomar la decisión de desdecirme del compromiso que acababa de hacer con aquel casi desconocido. Me venció el deseo y la incógnita de saber hasta donde sería capaz de llegar. Salí de la ducha, me sequé el pelo y fui al dormitorio a elegir la ropa que llevaría en el reencuentro con el desconocido que me había absorbido el cerebro.
Busqué en el tocador y encontré un conjunto de ropa interior color gris perla que compré hacía años y nunca me había atrevido a ponerme por ser muy extremado, decidí estrenarlo pero cuando me vi ante el espejo sentí que lo que estaba haciendo no estaba bien, de repente tomé la decisión de que no quería cenar con aquel desconocido, miré el reloj y vi que faltaba menos de quince minutos para que llamara a la puerta, rápidamente cerré todas las persianas de las habitaciones de la planta de arriba y como una loca bajé a hacer lo mismo en la planta baja. Volví a subir, elegí ponerme una bata de estar por casa encima de la ropa interior que había elegido y me senté en la cama a esperar que pasara el tiempo.
Contaba los minutos repitiéndome una y otra vez que cuando sintiera el timbre no reaccionaría y esperaría a que el doctor se marchara, mañana ya encontraría una excusa para quedar bien, debía estar muy ausente maquinando la mentira que diría cuando el timbre sonó retumbando en mis oídos, después de unos segundos en estado de shock reaccioné y bajé las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta conteniendo la respiración
D: Hola, pensaba que ya no estabas, dijo mientras se tomaba el atrevimiento de acercarse y darme un beso en cada mejilla logrando ruborizarme.
Y: Perdone pero me he entretenido y estaba arriba buscando algo para ponerme, dije señalando mis pies descalzos, pase por favor.
D: Si vamos a seguir tratándonos de usted me veré obligado a rechazar la invitación y tendrás que comerte la tortilla tú sola
Sonreí y le invité a entrar, atravesamos el recibidor y fuimos directamente a la cocina mientras le decía que cenaríamos allí como tenía por costumbre con mi marido, inspeccionó la sala y no se estuvo en decir que era la cocina más grande que había visto en su vida, debo reconocer que como el resto de la casa es una cocina de medidas desproporcionadas, por tener una idea acoge una mesa de madera de nogal de más de tres metros de largo y un banco igual empotrado en la pared. Mientras yo ponía la mesa con dos manteles individuales pregunté que desearía para beber contestando que prefería vino. Le señalé un armario donde guardábamos lo guardábamos y propuse que eligiera el que más le gustara. Eligió un Ribera de Duero que descorchó y sirvió en las copas que presidian la mesa.
Durante la cena no paré de hablar mientras él escuchaba atentamente sentado en el banco frente a mí. Hablé del día que conocí a mi marido que fue el mismo que compartimos cama, del nacimiento de mis hijos, de sus estudios, de sus bodas, del infarto que tuvo mi marido que le había convertido en hipocondriaco y hasta hable que desde ese día nuestras relaciones sexuales no habían vuelto a ser tan satisfactorias como anteriormente. Cuando pensé lo que acababa de decir sentí tanta vergüenza que mantuve silencio durante unos minutos en los cuales tampoco él habló
La cena había durado más de una hora en que solamente había hablado yo y decidí preguntar si estaba casado o tenía novia, contestó que no y ente mi sorpresa propuso apagar alguna luz pues había demasiada iluminación, sin esperar mi respuesta se dirigió a una repisa en la que había dos candiles con velas y las encendió, después fue en busca del interruptor y la sala quedó en penumbra, creando en la sala una atmósfera romántica. Esperaba que volviera a sentarse cuando sentí sus dedos rozar mi cuello y como daba inicio a un suave masaje en la nuca, me quedé inmóvil sin saber reaccionar, el roce de sus dedos era tan agradable que la sensación de placer comenzó a recorrer mi cuerpo, para sentirlo más cerré los ojos dejándole hacer.
El calor que sentía creció al notar su aliento en mi hombro y sus dientes rozaron el lóbulo de uno de mis oídos, ahora el masaje era con una mano mientras con la otra iba desabrochando uno a uno los botones de mi vestido, ya no podía contenerme en demostrarle que me estaba haciendo sentir, cada mordisco, cada beso en el cuello hacían que me estremeciera y apretaba mi cabeza contra su rostro, ninguno de los dos hablábamos, simplemente vivíamos el momento con intensidad.
El vestido totalmente desabrochado había caído de mis hombros y sus manos jugaban con mis pechos cubiertos todavía por el sujetador, pasé una de mis manos por detrás de la silla intentando alcanzar su entrepierna pero la sujeto y la volvió a colocar sobre la mesa susurrando que aún no. Con cuidado introdujo las manos entre el sujetador y las tetas y noté el roce de las yemas de sus dedos en mis pezones, no había vuelta a atrás y sentí que no podía evitar entregarme a aquel joven engañando por primera vez a mi marido.
Todo transcurría lentamente, notaba que las bragas se iban humedeciendo y tenía la sensación que la vagina palpitaba, por un momento perdimos el contacto y me asusté cuando la oscuridad se adueñó de mi vista, por un momento me sentí en peligro pero oí su voz pidiéndome calma, adiviné que había puesto una venda en mis ojos quedando en medio de la oscuridad. A partir de ese momento el roce de sus labios y de sus dedos hizo despertar la libido en mí, yo no podía esperar más a responderle pero él cada vez que intentaba tocarlo separaba mis manos de su cuerpo. El primer roce de nuestros labios fue el primer orgasmo que sentí, durante unos segundos las lenguas se fundieron en una sola, mezclábamos las salivas clavándonos mutuamente los labios con rabia controlada.
Quizás porque yo continuaba a oscuras no advertí que mi amante se había desnudado pero comprobé cuando por fin él sujetó mis manos, me levantó de la silla y con un abrazo acercó mi cuerpo al suyo, nuestras bocas volvieron a juntarse y el beso duró lo que tardó en desabrocharme el sujetador. Me sujetó por la cintura, yo , me sentó sobre la mesa, hizo que tendiera mi espalda sobre la madera quedando con las piernas colgando, sus manos se posaron en el interior de mis muslos y no necesito esforzarse para que abriera las piernas, lo hice con impaciencia entregándole mi coño para que hiciera con él lo que deseara. Los primeros besos sobre la tela de la braguita ya mojada fueron tan suaves como si una pluma rozara mi entrepierna, lentamente comencé a sentir la lengua que intentaba atravesar la tela y parecía que en cualquier momento lo iba a conseguir, a ciegas encontré su cabeza, la sujeté con mis manos y la apreté contra mi
Y: Hazme sentir de una vez, quítame la bragas y hazme lo que deseés no me hagas esperar, dije histérica por el miedo a tener un arrebato y arrepentirme por lo que estaba a punto de hacer.
D: Ten paciencia, ya llegara lo que deseas, tenemos todo el tiempo del mundo y quiero que sea algo inolvidable para los dos dijo clavando su mirada en la mía
Impaciente porque no aguantaba más la espera solté su cabeza e intenté quitarme las bragas a lo que no opuso resistencia, ahora si, su lengua se había adueñado de mi vagina golpeando su interior mientras yo hundía su rostro en mis muslos. No paraba de gritar y jadear, le pedía o mejor le rogaba que siguiera hasta que la sensación de placer se hizo tal que sentí como el dolor corría por mis entrañas, me despojé de la venda y busqué con la mirada el rostro del amante que acababa de hacerme cruzar la línea roja entre el placer y el dolor, le miré con rabia y comprobé que su polla colgaba entre las piernas sin mostrar signos de dureza, le cogí de la mano y dije: Vamos arriba, quiero que nos amemos donde tantas veces he amado y donde he sentido el placer más inmenso, los dos completamente tomamos el camino del dormitorio que comparto con mi marido hace treinta años.
Los peldaños de madera aquella noche crujían bajo mis pies cuando los subía o quizás era mi conciencia advirtiendo que estaba a punto de echar por la borda tres décadas de fidelidad, hasta llegué a temer que en el dormitorio estuviera mi esposo sentado en su sillón esperando la llegada de los amantes lujuriosos ávidos de deseo carnal, yo abría el camino y un paso detrás aquel joven me seguía acariciándome los muslos y el sexo con la palma de sus manos.
El cuarto estaba oscuro, abrí la luz y se ilumino de tal manera que dio la sensación que la cama parecía un cuadrilátero donde dos cuerpos iban a luchar por alcanzar el éxtasis. Decidí tomar la iniciativa, al borde de la cama le abracé, era algo más alto que yo, y abrí su boca con mi lengua sin que pusiera resistencia, el morreo fue intenso y largo, le empuje contra la cama y quedó mirando el techo con los pies en el suelo, abrí sus piernas y su pene que colgaba totalmente flácido acabó entre mis manos que comenzaron a acariciarlo, disfruté notando como lentamente se erguía tomando la forma de un fibroso flo, no era excesivamente largo pero si grueso, la piel oscura que cubría el glande desapareció para dejar descubierto un majestuoso glande apetitoso como un fresón. Posé mi lengua en él y presioné el orificio de la orina rozando con mis dientes la carne color rosada , supe que le gustaba cuando el silencio se interrumpió con jadeos y susurros que salieron de la boca de mi contrincante.
Tenía intención de devolverle la mamada de la cocina y pedí que me advirtiera cuando estuviera a punto de correrse, definitivamente me volqué sobre su polla y las caricias y chupadas se hicieron intensas, renuncié a mi propio placer estando absolutamente pendiente de él. Con sus manos mesaba mi pelo suavemente , las venas de la polla habían crecido y mi lengua las lamía una y otra vez, pasaron minutos hasta que escuche el aviso de que estaba a punto de correrse, paré de golpe y apreté con mi puño la para contener la eyaculación. Durante unos largos segundos le miré fijamente los ojos intentando demostrarle que allí mandaba yo y que se correría cuando yo deseara que lo hiciese
Y: ¿estás casado o tienes novia?
D: No, pero que importa eso, tú si y ahora estas aquí follando conmigo
Y: En la cama donde hago el amor con mi marido y lo hago voluntariamente sabiendo que me arrepentiré pero quiero disfrutar y hacerte disfrutar a ti para que por lo menos cuando le explique que le he engañado me quede algún buen recuerdo de estos momentos
D: Y ¿ por qué tienes que decírselo?
Y: Porque le amo,
Ya estaba bien de charla, le pedí que se acostara en la cama, me senté sobre sus caderas, con una mano cogí su polla y la llevé entre mis muslos donde la esperaba un coño húmedo y necesitado de placer, me moví para facilitarle que acertara la penetración y sentí como la embestida de la polla gruesa y dura perforaba mi entrepierna por la raja húmeda necesitada de sensaciones casi olvidadas, era consciente que estaba entregando mi cuerpo a un hombre por el que no tenía sentimiento alguno y volví a recordar que traicionaba al compañero que amaba. No quise pensar si era motivo suficiente para dejar de hacerlo pues el deseo carnal que afloraba en mis instintos estaba desbocado.
Me movía lentamente, el suave balanceo de mi cuerpo subiendo y bajando encima de aquel guapísimo y joven hombre creaba una atmosfera llena de sensualidad, él con los brazos extendidos en cruz me miraba con aquellos ojos oscuros y brillantes que reflejaban mi silueta en continuo movimiento, él sonreía en demostración de que le estaba complaciendo y yo disfrutaba porque me sentía orgullosa de mi capacidad para hacerlo. No teníamos prisa, parecía como si ambos hubiéramos hecho la promesa de hacer durar el acto hasta la falta total de fuerzas
Fui consciente que a mi amante comenzaba a flojear cuando sus manos agarraron mi cintura acelerando el ritmo de la cabalgada, me complació su gesto por mi propia necesidad de comenzar a incrementar mi propio placer, los primeros gritos surgieron de nuestras gargantas al unísono, ambos nos exigíamos más y más, él levantaba su cadera cada vez que mis glúteos aplastaban su pelvis, sudábamos y jadeábamos como dos animales salvajes, estaba mojada, más bien inundada por los jugos que mi vagina desprendía por la excitación, comencé a tener sensación de estar al límite de cruzar la línea roja entre placer dolor, los ojos del hombre que montaban ahora estaban vidriosos, me abandoné dispuesta a disfrutar del momento culminante apretando los músculos de la vagina con toda la intensidad que fui capaz y fue justo cuando comenzaba a gritar ante la llegada del definitivo orgasmo cuando el potro que montaba me descabalgó haciendo que quedará acostada junto a él.
Sin darme tiempo a reponerme me sujeto poniéndome mirando al techo y se puso encima apretando su entrepierna contra mi pelvis, acercó lentamente su rostro al mío y sus labios rozaron los míos regalándome un suave beso. Sorprendida, me había quedado con las ganas de vivir en mis carnes el momento de la apoteosis final, sin embargo todo se detuvo habiéndose convertido en un simpe y suave roce de labios, se levantó lo suficiente para que nuestros rostros quedaran a un palmo de distancia, oí su voz
D: Eres preciosa, te juro que eres preciosa y jamás una mujer me ha dado lo que me estás dando, me pareció que era sincero, le miré agradecida por el comentario que venía de un hombre en plena juventud a una madura en la frontera de comenzar a perder la libido, mirándole fijamente a los ojos y quise agradecer sus palabras:
Y: Se lo debes decir a todas, es la primera vez que estoy con un hombre que no es mi marido haciendo el amor y he tenido la suerte que ese hombre hayas sido tú, hazme sentir por favor, hazme lo que quieras pero hazme sentir.
Se dejó caer y nuestros cuerpos se juntaron, abrí las piernas, él extendió mis brazos hasta ponerlos en cruz, entrelazó mis dedos con los suyos y hundió su sexo en el mío con tanto vigor que sentí un rayo de placer recorriendo todo mí cuerpo, el beso romántico de segundos antes se convirtió en una lucha casi violenta por entrar y salir del interior de mí cuerpo, no había tregua y cada penetración era más violenta que la anterior, soltó mis manos y puso las suyas apretando mi rostro mientras clavaba su mirada rabioso en la mía, comencé a gritar mientras me estremecía cada vez más, los dos sudábamos y me defendía de su violencia arañándole la espalda con mis uñas, éramos dos bestias en lucha encarnizada por alcanzar el máximo placer capaz de sentir, no pude aguantar y cedí a la ansiedad de disfrutar el rosario de orgasmos que noté estaba a punto de sentir, la vagina se convirtió en un manantial de jugos que resbalaban por mis muslos, él captó lo que me estaba ocurriendo y se dejó ir descargando chorros de semen que bañaron mi vagina. Tuve la sensación que un manantial de líquido caliente se vaciaba en el interior de mi coño, pareciendo que el vientre estaba a punto de comenzar a arder.
Aguantó dentro de hasta que hubo vaciado el néctar del éxtasis, los dos dábamos signos evidentes de agotamiento, su cuerpo aplastaba mis pechos pero el peso me era agradable, por unos minutos fuimos dos seres en uno. Nos abrazábamos esperando coger aire para poder articular alguna palabra, yo no quería ser la primera en hablar y ansiosa esperaba que él rompiera el silencio
D: Di algo
Y: No sé qué decir, me ha gustado si es lo que deseas que diga
D: Dios, no es eso, expresa un sentimiento, me refiero a eso, dijo con tono enfado, no sabía que contestar y tras un largo silencio de los dos me decidí a contestarle algo que no salió de mi mente sino que salió de mí corazón: Se lo voy a decir a mi esposo, tú no tienes la culpa de nada, yo soy la única culpable y así se lo haré ver y ahora por favor vete. Me has hecho feliz y no me arrepiento de nada, pero por favor vete.
Me miró un largo rato en completo silencio como si meditara que decirme para no ofenderme, hasta que se decidió a hablar
D: Creo que te equivocas, lo que ha pasado esta noche no es culpa tuya y puede haber una…. le interrumpí
Y: por favor, vete
Hizo un intento de acercarse pero repetí una vez más que quería estar a solas y dócilmente desapareció tras la puerta de la habitación escuché sus pasos bajando los escalones de madera y esperé mientras se vestía en la cocina para poco más tarde oír la puerta de la casa cerrarse con un golpe seco. Completamente desnuda bajé a la cocina, apagué las velas que seguían encendidas desde la cena, comprobé que la puerta de casa estaba bien cerrada y subí nuevamente al dormitorio, sobre las sabanas se podía apreciar manchas de humedad prueba de lo que minutos antes había ocurrido en aquella cama. Desnuda como estaba no me importó acostarme sobre ellas, el contacto de mi piel con la humedad me provocó un escalofrío.
Intentando coger el sueño recordé el día que conocí a mi esposo, yo tenía 24 años y unos meses antes había entrado a trabajar como secretaria en un importante despacho de Madrid, él había acudido en busca de asesoramiento para abrir una empresa, me lo presento mi jefe y estuve presente en una reunión durante la cual no dejó de mirarme, cuando nos despedimos comentó que estaba alojado en el Ritz ya que al día siguiente debía volver a recoger el informe de la reunión. La primera impresión que tuve de él fue que era guapo, elegante y educado pero con aires de prepotente. Por la tarde había quedado con mi novio de entonces para ir al cine pero puse una excusa y anulé la cita, a las ocho entraba en los salones del Ritz, a las nueve en el restaurante del hotel y a las once en la habitación 215 me entregaba rendida a los deseos del hombre que sería mi marido. Aquella noche aprendí el verdadero significado de las palabras: sexo, lujuria, dolor, placer, deseo y sobretodo amor.
Muchas otras noches habíamos rememorado aquella primera, mi marido jamás tenía suficiente y yo había aprendido a serlo más, entre nosotros no existían los límites, el sexo formaba parte de nuestras vidas, nos entregábamos durante horas darnos placer y siempre encontrábamos la forma de sorprendernos, ni la llegada de nuestros hijos hicieron que dejáramos de buscar nuevas sensaciones.
Solamente el susto que el corazón le dio a mi esposo precisamente unas horas después de haber estado haciendo en amor durante una noche casi entera fue capaz de poner fin a tanta pasión. Mi marido se convirtió en un hipocondriaco y la pasión se esfumó. De eso hacía tres años los mismos que yo no había tenido un orgasmo. CONTINUARA