Deseo, morbo y placer i: presencia en la oscuridad

Ya en la cama no dejaba de pensar en ese hombre que me había visto dándome placer. La sola idea que en un principio me había dado miedo ahora me daba cierto morbo, tanto que ya en la cama, solo llevando esas bragas que se me habían mojado y que había desistido de cambiármelas...

Creía que el confinamiento no me había afectado la cabeza, pensaba que era inmune a la desesperación, al hastío y hasta a la locura que pueden producir tantos días de encierro, pero veo que he sucumbido a la paranoia y al placer.

Desde hace unos días, me he sentido observada, he sentido que alguien me espía estando en mi propia casa. La casa donde estoy viviendo tiene la (des)ventaja de tener unos amplios ventanales de tipo francés, esas a dos puertas y de vidrio que van de piso a techo sin que ninguna reja u otro elemento interrumpa la visibilidad. La intimidad no se disimula demasiado si no se cierran las persianas exteriores.

Una noche estaba trabajando en mi estudio, con las ventanas totalmente abiertas, como de costumbre, y después de un largo día de estar sentada frente a la portátil, sentí la imperiosa necesidad de relajarme. La masturbación es una de las mejores fórmulas para ello, así fue como decidí darme placer.

Lo primero fue abrir las piernas, luego empecé acariciando mis pechos con la camisa puesta, sintiendo no solo el calor que estos emanaban, sino también la deliciosa textura que la camisa aportaba. Al rato de apretarlos, sentía que la ropa estorbaba, fue así como me subí la camisa por encima de mis pechos, sin quitarlas, y continúe no solo acariciándolos, sino pellizcándolos, llenándolos de saliva e incluso acercándolos a mi boca para lamerlos y morderlos. Ya con ello, mis pezones se pusieron duros y erectos. Poco a poco fui bajando de mis pechos a mi sexo recién depilado, abrí mis labios que se sentían calientes para de inmediato descubrir la humedad que provenía del interior. Fue allí cuando metí dos dedos rápidos y empecé a masturbarme con mucha más intensidad y rapidez, con pasión. A los minutos me fue imposible aguantar más y me dejé llevar, tuve un orgasmo profundo y mis gemidos quedaros tan expuestos que cualquier vecino podía haberme escuchado, aunque eso no me preocupaba demasiado. Mis bragas blancas de encaje que me gustaban tanto (y que gustaban) se mojaron completamente de mi corrida, fue en ese momento que sentí que desde el otro lado de la ventana alguien me había observado, un hombre que se ocultaba detrás de un árbol cercano del que solo se podía notar su silueta, podía ser desde un chico de mi edad, como uno maduro, no sabría decirlo. En ese instante me dio miedo, me puse la camisa y cerré la ventana.

Ya en la cama no dejaba de pensar en ese hombre que me había visto dándome placer. La sola idea que en un principio me había dado miedo ahora me daba cierto morbo, tanto que ya en la cama, solo llevando esas bragas que se me habían mojado y que había desistido de cambiármelas (por ese gustillo que da), me empecé a tocar de nuevo, de una manera casi animal, metiendo más de un dedo dentro y gimiendo como loca de éxtasis y volviéndome a correr de una forma deliciosa, dejándome con las piernas temblando.

Al día siguiente, ya en la tarde-noche, mientras tomaba una ducha, otra vez me sentí observada, está vez desde la ventanilla del baño desde donde solo se puede ver la parte superior de mi cuerpo si la abro del todo. Por la forma de su cuerpo, intuía que era el mismo que de la noche anterior. Esta vez, ya disipado el miedo, me sentí mucho más cachonda, y empecé a tocarme, quería que esta vez me viera y que supiera que sabía que me veía. Con el agua caliente recorriendo mi cuerpo, empecé a deslizar mis manos jabonosas desde mi cuello, pasando por mis tetas y bajando a mi coñito, muy lentamente, disfrutando del roce de mis dedos en mis labios gordos y rosaditos y de la presión que ejercía sobre mi clítoris. Así fue como me humedecí completamente, chorreaba. Decidí introducir mis dedos, dos para ser exacta y darme placer, no sin antes dirigir mi mirada directamente a mi espía sin rostro, del que no distinguí más que un rostro borroso. No paré de tocarme, incluso tuve la osadía de tomar un cepillo de dientes que tenía en el cajón e introducírmelo dentro, para follarme a mis misma, como si fuera un dildo. Así de cachonda y perra estaba. Me corrí, un grito estruendoso que acompaño un delicioso orgasmo.

Al acabar me di cuenta que el hombre se tocaba y eso me dio mucho morbo. Lo veía un poco encorvado, con algo que sostenía una de sus manos, mientras que la otra estaba apoyada en el tronco del árbol. No sabía como era su polla, pero me la imaginaba dura, más bien gorda más que larga, con una punta rosadita y húmeda que suplicaba ser lamida, chupada, succionada por mi boca. Se notaba que se movía con mucha intensidad y rapidez, y al acabar yo, el paró de manera intempestiva, se subió el cierre del pantalón y salió corriendo.

Así fue como pasaron varios días, desde entonces sigo tocándome como la primera vez en mi oficina y en la ducha, teniendo encima la mirada de ese desconocido, que sin conocerme y sin conocerlo, me produce un gran placer, que me hace sentir deseada, sucia y que mis ganas vayan en aumento y que no desaparezcan con una simple masturbada.

Me apetece follar con este desconocido, quiero saber que se siente ser follada por alguien que no conozco. Quizás uno de estos días tenga el valor de pedirle que deje de ocultarse y que suba a casa a… ¿Me estaré volviendo loca?