Deseo de conocer a mi madre

“Tu madre no murió en el parto cuando tú naciste…” Comenzó a decirme mi abuela.

“Recuérdame cuando lleguemos a casa, de que te desvele el secreto que tantos años llevo guardado”. Fueron las palabras que mi abuela me dijo estando en el cementerio, dando el último adiós a mi abuelo.

Era una mañana gris, a la que acompañaba una lluvia persistente que hacían imprescindible tener abiertos los paraguas. Era el único medio para evitar que saliésemos del cementerio calados hasta los huesos. Quizás por esta razón, poca gente nos acompañó en el sepelio, aunque a decir verdad el carácter de mi abuelo no era para muchas amistades.

¿Qué decir en la memoria de mi abuelo? Era un hombre recto, severo y serio, tal vez demasiado, pero por lo demás no tenía queja de él. El haberse volcado conmigo para que tuviera la educación y estudios adecuados, con los que pudiera enfrentarme al mundo que nos tocaba vivir, era de agradecer.

Un estado de furia y rabia se desató en mí sobre la figura de mi abuelo, cuando mi abuela me desveló el secreto que tenía guardado. No le había dado mucha importancia cuando mi abuela me dijo que me iba a desvelar un secreto, siempre que me lo decía, no revestía de mayor importancia. Mi querida abuela era el reverso de mi abuelo; una mujer dulce, agradable y bondadosa. Su único defecto, por llamarlo así, era aceptar verse sometida a las decisiones de mi abuelo, aunque no estuviera de acuerdo.

No tuve que recordar a mi abuela que debía desvelarme algo importante. Nada más entrar en casa y después de despojarnos de la ropa humedecida por la lluvia, me rogó que me sentara en el tresillo del salón y ella me acompañó sentándose a mi lado. Sus manos agarraron las mías fuertemente y de sus ojos se iban desprendiendo unas lagrimas que se transformaron en un autentico llanto. No pude por menos que desprenderme de sus manos y abrazarla, dejando que su cabeza se apoyara en mi hombro.

-Venga abuela, anímate, ya sabíamos que el abuelo no iba a recuperarse de su enfermedad y mejor que nos haya dejado sin sufrir.

Incorporó su rostro de mi hombro  e intentó, con el cuello de la bata que llevaba puesta, limpiarse las lágrimas que cubrían su cara. Me miró de nuevo y me dijo:

-Estas lágrimas no son por la muerte de tu abuelo, son por no haberme atrevido antes a decirte algo que deberías saber. Tu abuelo me había hecho jurar y perjurar que nunca te lo diría, pero él ya no está con nosotros y no te mereces que lo desconozcas.

Nuevamente unas lágrimas cubrían sus ojos y a mí se me partía el corazón de verla así, por muy importante que fuera lo que me iría a decir.

-Abuela, déjalo, ya me lo dirás en otro momento. Ahora interesa que estés tranquila y afrontemos la vida sin el abuelo.

-No, no. Estaré tranquila cuando sepas lo que desconoces –me dijo quitándose con la mano las lagrimas de los ojos.

No insistí más. Me quedé en silencio, esperando que me dijese eso tan trascendente.

-Tu madre no murió en el parto cuando tú naciste…

-¡Qué…! –más que una exclamación, fue un grito lo que salió de mi garganta.

No me podía creer lo que seguía oyendo por medio de los labios de mi abuela. En un momento el pedestal en el que tenía puesto a mi madre, se derrumbó por completo. A los quince años alguien la preñó y por mucho que se le hostigó para que confesase quien había sido el causante, nunca salió de su boca un nombre, ni ninguna particularidad que pudiera hacer descubrir el culpable del embarazo. Ni tampoco consiguieron que se prestase a un aborto.

Mi abuelo deshonrado y mancillado en sus principios morales, fue el que determinó que una vez se produjera el parto, el hijo pasaría a su cargo, obligando a mi madre a abandonar el domicilio de sus padres para siempre. No quería tener como hija a una puta. Lo único que se avino, a ruego de mi abuela, fue que la acogiesen los abuelos paternos, ya que los maternos habían fallecido. Accedió mi abuelo a esta petición y enviaron a mi madre a casa de sus abuelos, a sabiendas que éstos residían en otra localidad y eran tan severos como él. Estaba seguro que no serían muy condescendientes con ella.

Y  allí tuvo que marcharse sola, a pesar de rogar, suplicar e implorar para no desprenderse de su hijo. Su minoría de edad fue suficiente para que mi abuelo actuase a su antojo. “¡Cuando tenga dieciocho años volveré para llevarme a mi hijo!”. Fueron las palabras que mi madre pronunció al salir de casa.

-Pero no volvió –le dije a mi abuela con cierta amargura.

-Me consta que lo intentó –terció mi abuela-, pero le fue imposible dar con nosotros porque nos mudamos a esta ciudad donde estamos. El abuelo se las ingenió para que ningún conocido, ni sus propios padres, supieran donde nos encontrábamos. Con ellos solo tenía contacto por teléfono y a mí me hizo jurar y perjurar que de mi boca no saliese ninguna palabra de ese hecho. Sé también que tu madre abandonó la casa de sus abuelos, pero lo que no sé es donde fue a parar. Perdí una hija, pero ya sabes que tú lo has sido todo para nosotros.

Ciertamente era así. Los dos abuelos, de distinta manera, se habían comportado conmigo inmejorablemente. No tenía nada que reprocharles hasta ese momento. El saber que me habían privado del amor de una madre, no tenía ninguna justificación posible, aunque mi abuelo tuviera el concepto de que su hija era una  puta.

El hecho era que a lo largo de mi vida, había echado de menos una madre que me arropase y me diera cariño, aunque mi abuela intentara sustituirla. Muchas veces me la había imaginado a mi lado apoyándome y dándome ánimos, para salvar cualquier dificultad.

Antes de entrar en más detalles de cómo me afectó la noticia y que decisiones tomé, quizás debería presentarme y explicar algunos pormenores de mi vida: mi nombre es Jonás, nombre que coincide con el de mi difunto abuelo (no creo que sería el mismo que me hubiera puesto mi madre). Fue decisión de mi abuelo que me llamase así y punto.  Tengo veintitrés años, he terminado la carrera de Ingeniero Industrial y en los tiempos tan difíciles que corremos, ya estoy empleado en una empresa multinacional. En parte se lo debo a mi abuelo. No tenía muchos amigos, pero sí la suficiente influencia como para facilitar que me admitiesen en la empresa que trabajo.

En el aspecto físico, no se como definirme; sí puedo decir que soy alto, moreno, aparento algunos años más de los que tengo y de rostro no debo estar nada mal, por lo que llega a mis oídos. En cuanto a mi estado civil; soy soltero, no tengo relación seria con mujer alguna, pero puedo decir que no soy virgen. Sí decir, que no he encontrado todavía ninguna mujer que me atraiga lo suficiente. Mi gusto por las mujeres es algo extraño, siempre he mostrado interés por mujeres de edad superior a la mía. No sabía si esa inclinación inconsciente, era por ver en ellas a la mujer que me había traído a este mundo.

Lo cierto es que nunca me he detenido en buscar mujeres de mi misma edad o menor, a pesar de haber tenido oportunidades. Prueba de que mis relaciones sexuales se producen con mujeres que me superan en edad, les relato la última que he tenido. Fue con una mujer de unos cuarenta años, casada con dos hijos, pero que su marido no la satisfacía lo suficiente. Se trata de una vecina que con bastante asiduidad frecuenta la casa de mi abuela. Las dos mujeres son aficionadas a los trabajos de manualidades con la técnica del  patchwork. La vecina, de nombre Alba, aprovechaba sus visitas para adquirir conocimientos de mi abuela, que era una experta.

Algo más buscaba en sus visitas, porque estas no aflojaron a pesar de que mi abuela no la podía atender correctamente. Mi abuelo enfermo y postrado en la cama, la requería constantemente. Llamémosle casualidad, pero sonaba el timbre de casa cuando yo me encontraba y era el que salía a recibirla e invitarla a pasar. Comunicaba su llegada a mi abuela, ésta le enseñaba algunos trabajos realizados, la invitaba a que ella los ojeara detenidamente, para después dejarla sola y marcharse junto a mi abuelo. Bueno, sola no se quedaba. Mi mesa de escritorio estaba en la misma sala y yo no me marchaba. Mientras ella se dedicaba a inspeccionar las labores, yo seguía inmerso en el ordenador con mis ocupaciones, ajeno a ella. Pero un día sí y otro también, alguna pregunta me lanzaba a lo que seguíamos con una breve conversación. Por respeto o porque no me disgustaba, contestaba a sus preguntas y conversaba con ella, hasta que éramos interrumpidos por mi abuela cuando regresaba a la sala.

Un día Alba me dijo si estaba conectado a Internet y se lo confirmé.

-¿Te importaría buscarme una receta de tarta de chocolate?

No tardé en tener en la pantalla del ordenador, una gran cantidad de entradas con esa receta.

-Aquí en pantalla tengo muchas recetas de esa tarta –le contesté.

-Solo me interesa ver los ingredientes. Creo que los recuerdo, pero no estaría de más ver que pone en alguna de esas recetas –dijo acercándose a la mesa donde yo me encontraba.

Más que acercarse se colocó a mi lado, agachó la cabeza poniéndola a la altura de la mía y con un  dedo señaló una de las entradas para ver la receta. Nuestros rostros casi se rozaban y mientras veíamos los ingredientes de la receta, sentía su respiración agitada al mismo tiempo que notaba uno des sus pechos en mi espalda. Mi abuela podía aparecer en cualquier momento y no era de mi gusto que nos viese en esa posición. Rompí el encanto del momento al decirle si quería que anotase en una hoja los ingredientes. Alba reaccionó e inmediatamente se irguió diciéndome: “¿si no te importa?”.

Le entregué la nota y mientras la doblaba me dijo:

-Más que agradecerte este detalle ¿por qué no te pasas mañana a mi casa a tomar café y así pruebas como me ha quedado la tarta?

La situación vivida en esos instantes, más las breves conversaciones que manteníamos, me hacía llegar a suponer que esa mujer buscaba en mí algo más. Pensando en su invitación, bien estaría aceptar e intentar ver que pretendía.

-¿Qué hora te parece bien que vaya? –le pregunté.

-No sé, puedes venir a la hora que gustes, pero por decir una hora, ¿te va bien sobre las tres y media?

El día siguiente era sábado, así que no había problema en acudir a casa de Alba a la hora que me recomendó. En esa hora mi abuela estaba echándose la siesta en un sofá cama, que había colocado en la habitación de mi abuelo, por lo que no tendría que darle explicaciones de adonde iba. La pregunta de: “a donde vas”, era la acostumbrada cuando salía de casa y normalmente no acostumbraba a mentirle.

Compré un pequeño detalle para los chicos de Alba y sobre las tres y media llamaba a su puerta. Fue ella la que me abrió la puerta, invitándome a pasar.

-Esto es para tus hijos –dije entregándole el paquete que traía.

-¡Ay Jonás!, no tenias que haberte molestado en traer nada a mis chicos, además no están. Su padre se los ha llevado al cumpleaños del hijo de un amigo y no volverán hasta tarde.

Vaya, si no había alguna persona más en esa casa, quería decir que estábamos solos, y así era. Me hizo acompañarla al salón y mientras, no paraba de hablar y hablar. Sobre todo, intentaba disculpar la ausencia de su marido y sus hijos, diciendo que el amigo de su marido les había llamado esa misma mañana para que acudieran a la fiesta. No iba yo a valorar si era cierto lo que decía o no, lo que sí apreciaba es que estaba bastante nerviosa.

-¿Si te parece mejor que venga en otro momento? –se lo pregunté, para que no se sintiera obligada a cumplir la invitación que me había hecho el día anterior.

-No, no. Estás aquí y lo prometido es deuda. Siéntate en ese sofá que ahora traigo el café y la tarta.

No tardó en presentarse en el salón con una bandeja, en la que traía dos cafés, dos platos de postre y media tarta de chocolate. Al agacharse para colocar la bandeja en la mesita que estaba junto al sofá, pude apreciar la comisura de sus pechos que dejaba ver la vestimenta que llevaba Alba. Se trataba de una bata abierta sujetada a la cintura. No estaba mal la visión y sin duda lo que escondía la bata estaría mucho mejor. No cabía duda de que disponía de un buen cuerpo y para que andarnos con rodeos, también de una buena follada. No es que fuera una gran belleza, pero tenía la atracción que ejercían en mí las mujeres de mayor edad que la mía. Sí que era una mujer deseable, pero no era cuestión de precipitarme, la calma siempre había sido mi mejor aliada.

Se sentó a mi lado en el sofá. Cogió una cucharilla y llenándola de tarta, la dirigió a mi boca diciendo:

-Pruébala a ver que te parece.

Me pilló de sorpresa, pero abrí la boca para que Alba pusiera en ella la tarta. Mayor sorpresa me lleve, cuando sus dedos pasaron por la comisura de mis labios recogiendo algo de tarta que tenían. Riéndose, después se llevó los dedos a su boca. Me pareció oportuno acercar mi boca a la suya y friccionar mis labios con los suyos.

-¡Qué atrevido! –dijo sin perder la sonrisa.

-Creo que era la forma más directa de librarme del resto de tarta –le contesté.

-Vaya, ¿y qué te ha parecido? –me preguntó.

-¿La tarta o el sabor de tu boca? –respondí.

La sonrisa se le apagó y se quedó en silencio mirándome fijamente. Aprecié que sus pechos se movían ligeramente, al mismo tiempo que apreciaba el aumento de su respiración. Mi boca se acercó de nuevo a la suya para ser recibida sin repulsa. Nos abrazamos y nuestros labios  se abrieron para dejar que nuestras lenguas jugaran entre ellas. Dejamos de besarnos para poder respirar. Ni Alba ni yo hablábamos. Ella me miraba fijamente y sus manos se aferraban a las mías, hasta que rompió el silencio.

-Nunca me he entregado a ningún hombre, salvo mi marido. No sé como he sido capaz de dejarme llevar. Esto es una locura y no creo que esté bien.

-No voy a entrar si esto está bien o esta mal –le dije-. Solo quiero que me respondas con sinceridad: ¿has sentido placer en este beso?

-¡Sí que he sentido placer! ¡Y tú me gustas mucho!, pero soy una mujer casada.

-¿Y tu marido te satisface plenamente?

-No sé que decirte.

-Dime la verdad.

-La verdad es que nuestra relación no es igual que al principio. Ahora existe entre nosotros un pasotismo, por lo que mi marido no me satisface como yo quisiera.

-Pues está en tus manos. O haces cambiar a tu marido o buscas otra manera de satisfacerte.

Alba se quedó pensativa. Esperaba que su respuesta fuera otra, pero me dijo:

-¿A ti te gusto?

-Pues claro que me gustas. Eres una mujer muy apetecible y si no te molesta que lo diga, desearía algo más de ti.

-¿Qué desearías más de mí?

-Hasta lo que tú quieras entregarme.

Se acabó la conversación. Sus manos se apartaron de las mías y se aferraron a mi cuello para su boca unirse a la mía. Mientras nuestros labios se apretaban en un ardiente beso, mis manos se introdujeron por su bata hasta llegar a sus pechos escondidos bajo el sostén. Se notaba que querían ser liberados. Alba intuyó lo que quería y no tardó en desprenderse de la bata y del sostén, para exhibir unos fantasticos pechos dispuestos a ser mamados.

-Quiero también tenerte desnudo –me pidió.

Me hizo levantarme del sofá y me llevó a su habitación para una vez allí mostrarnos con la total desnudez. No me había equivocado. Alba no es que poseyera un cuerpo de infarto, pero sí lo suficientemente bello para disfrutar cada una de sus partes. Su cara, sus pechos, su vientre, fueron recorridos por mi boca hasta posarse en su zona genital. Mi lengua se perdía entre sus labios mayores y menores hasta detenerse en su clítoris. Sus gemidos y jadeos eran cada vez más audibles, hasta que un grito de placer salió de su garganta. Sus manos agarraban fuertemente mi cabello y sus nalgas aprisionaban mi rostro, para que mi boca absorbiera el flujo que desprendía su dilatada vagina. El orgasmo que tuvo Alba fue monumental.

-¡Me matas Jonás! ¡No puedo más! –fueron sus palabras cuando me puse a su altura para que nuestros labios se unieran y ella saboreara restos de su flujo que llevaba en mi boca.

-¿Hasta aquí llega tu entrega? –le pregunté.

-No, no. Quiero también que me folles, quiero tenerte dentro de mí y bañes mi cueva.

-No tengo preservativo –le dije por si ella me lo podía proporcionar.

-No te preocupes que no me vas a dejar embarazada, pero quiero que me dejes llena. Jonás, me tienes loca, quiero ser tuya, quiero que me poseas, quiero ser tu esclava.

Las palabras de Alba solo las tenía que tomar como palabras de una mujer insatisfecha, que encontraba en mí, consuelo y placer. Y se lo iba a dar. Lo que no sabía era el tiempo que disponía hasta la llegada de su marido y sus hijos, y se lo pregunté.

-Tenemos tiempo, mi amor. –respondió.

No hacía falta que dijese nada más. Mi pene hizo un recorrido por su zona genital para después con suavidad ir entrando en su conducto vaginal. Alba no esperó a que yo le iría suavemente penetrando, con un movimiento de nalgas se apoderó de todo mi miembro y lo clavó en lo más profundo de su ser. Los dos fuimos imprimiendo movimientos para que mi pene se desplazara a lo largo de su vagina. Fue Alba la primera que se detuvo clavando sus uñas en mi espalda y emitiendo un grito que más parecía un aullido. Mi miembro quiso hacer compañia a su tremendo orgasmo y un torrente de esperma, como quería ella, bañó su gruta. No voy a negar que los dos quedamos complacidos y satisfechos.

Sirva el relato de mi última experiencia sexual, solo para confirmar lo dicho anteriormente. Siento verdadero placer con mujeres que me superen en edad. Una vez dicho esto, volvamos al motivo fundamental de mi relato.

Tras escuchar a mi abuela todo lo que me dijo sobre mi madre, ardí en deseos de llegar a conocerla, a pesar que mi abuelo la consideraba una puta. Sabía que por mi cuenta y por mucho que me esforzara, sería imposible dar con ella. La única solución viable y con algunas posibilidades de éxito, era recurrir a una agencia de detectives. Y eso es lo que hice.

Pocos datos era lo que aportaba para que dieran con el paradero de mi madre, me dijeron en la agencia, pero aceptaron buscarla. Me leyeron las condiciones del contrato y una de ellas era: si en el plazo de un mes no la encontraban, se rescindía el contrato. Esperaba que ese tiempo fuera más que suficiente para localizarla.

Estaba a punto de acabar el mes y se estaban agotando mis esperanzas de que encontrasen a mi madre, cuando sonó mi móvil y una llamada no registrada, tenía en pantalla. Contesté, al otro lado del teléfono una voz femenina se identificó como secretaria de la agencia de detectives. Me notificó que tenía el informe del detective al que había contratado, y podía pasarme por la agencia para entregármelo. El corazón me latía a mil por hora. Al fin iba a saber dónde podía encontrar a mi madre.

No había comentado nada a mi abuela de que había contratado a unos detectives para encontrar a su hija, ni tampoco le iba a decir que la habían localizado. Antes quería saber en que situación se encontraba. ¿Estaba casada?; ¿tenía hijos?; ¿recordaría que yo también lo era?... Un sinfín de preguntas venían a mi mente, pero no las podía ir respondiendo hasta no conocer el informe que me estaba esperando.

Cuando llegué a la agencia, me entregaron una carpeta en la que figuraba en portada el nombre completo de mi madre. Me invitaron a que leyese tranquilamente el informe en una sala individual. El detective que había llevado la búsqueda no se encontraba en la agencia en esos momentos, pero manifestaron que si necesitaba alguna aclaración, se pondría en contacto conmigo lo antes posible.

Abrí la carpeta nervioso y comencé a leer:

Persona investigada: Elena R. S.

Edad: 38 años.

Estado civil: soltera.

Profesión: modelo.

El presente informe ha sido requerido por Jonás R. M. y solicitado a la agencia de detectives...

A medida que iba leyendo mi corazón se agitaba más y más. No llegaba a creerme el empleo o los empleos que desempeñaba mi madre. Por una parte ejercía de modelo fotográfico, y eso no revestía la menor importancia, pero sí que me sorprendió, desconcertó o aturdió, saber que el destino de las fotografías era para revistas eróticas. Al seguir leyendo y enterarme del otro empleo que desempeñaba, no sé como me sentí, pero puedo asegurar que si me pinchan, no sale de mí ni una gota de sangre. En el informe, esta ocupación, empleo o lo que se le quiera llamar, lo describían muy adornado y con bonitas palabras, pero en síntesis era ejercer de puta. Sí que no era, según estaba escrito, una puta vulgar, más bien era de súper lujo y lo practicaba esporádicamente con personas que le facilitaba  una agencia de contactos. El informe, no cabía duda, más completo no podía ser, Lo completaban direcciones que me podían interesar, así como el nombre artístico que utilizaba mi madre en ese mundillo. Se hacía llamar Malena, pero más se la conocía por “la frígida”  y esto en el informe no decía por qué.

Muy bien, ya tenía los datos que estaba buscando ¿y ahora qué, decepcionado? Había conseguido dar respuesta a las preguntas que rondaban en mi mente, pero no eran las que esperaba y menos tan disparatadas.

Pasé unos días preguntándome que iba a hacer y después de darle muchas vueltas, tomé una decisión. No sabía si se era la más acertada, pero tampoco quería presentarme ante esa mujer (usaba en mi pensamiento la palabra mujer, porque me negaba a pensar que fuera mi madre), y decirle: ¡hola!, ¿qué tal estas?, mira, soy tu hijo Jonás y he venido a conocerte a sabiendas que eres una puta.

Decidí llamar a la agencia de contactos para requerir los servicios de Malena. Era una forma de conocerla en su ambiente y ver su comportamiento. Me sorprendió el requisito que me pidió la agencia. La tal Malena, exigía ver una fotografía de la persona que quería pasar una noche con ella, antes de dar su consentimiento. Me parecía fuera de lugar y así se lo manifesté a la persona que me atendió por teléfono. Me dijo que ese era el condicionante de Malena, “la frígida”, si era la primera vez que solicitaba sus servicios. Si no me parecía bien, tenían a mi disposición otras mujeres hermosas para complacerme. Qué amables… No me quedaba otro remedio que aceptar esa condición y les envié una foto mía por correo electrónico. El único requisito que les pedí fue que sus servicios debían ser una noche de sábado. El lugar al que tenía que desplazarme estaba a seiscientos kilómetros de mi localidad y no tenía intención de perder ningún día de trabajo. Aprovecharía ir un fin de semana. Saldría con mi coche a primera hora del sábado y regresaría el domingo.

Al día siguiente recibí una llamada de la agencia de contactos y me comunicaron que Malena, “la frígida”, estaba dispuesta a pasar la noche del sábado conmigo. Lo chocante fue que estábamos a viernes y el sábado que me ofrecían era el del día siguiente. No cuadraba mucho con el informe, en el que ponía que ofrecía sus servicios esporádicamente. Lo que si cuadraba es que sus servicios eran a precio de súper lujo. Vaya tarifa tenía esa mujer. Tuve que pagar por adelantado, por lo que me facilitaron una cuenta bancaria para abonar el importe. Menudo negocio…

A la hora acordada estaba frente al número de habitación del hotel dónde me dijeron que me esperaba Malena.  El corazón se me iba a salir del pecho, pero no me iba a volver atrás. Llamé a la puerta y una voz femenina respondió: adelante, está abierta.

No podía ser. Imposible que la mujer que veían mis ojos pudiera ser mi madre. ¿Podría ser que el detective se hubiera equivocado de persona? Esa mujer parecía una diosa venida del Olimpo. Una bata de seda, corta, transparente, abierta y solo unida por un lazo a la altura de sus pechos, no impedía ver el cuerpo de escándalo que tenía ante mí. Detrás de esa bata se apreciaba con total nitidez unos pechos soberbios, tersos en el que sus dos pezones parecían que me señalaban. El resto del cuerpo era de infarto. Lo único que no era visible era su zona genital. Estaba cubierta por un tanga que hasta parecía tener su encanto en esa escultural figura. Impresionante la sensación que me causó nada más verla.

Aunque estaba absorto contemplándola, no me paso inadvertido que sus fascinantes y brillantes ojos verdes, me miraban fijamente, pero sus labios sensuales y hermosos no esbozaban ni siquiera una leve sonrisa de bienvenida. Aunque hubiera seguido horas contemplándola, su silencio y su mirada tan penetrante, me ponía más nervioso de lo que estaba. Tenía que romper ese silencio.

-¿Hay algo en mí que te desagrade? –le pregunté y ella reaccionó como si hubieran pinchado.

-No, no. Al revés, me sorprende que un joven tan atractivo requiera mis servicios. ¿Puedo saber tu nombre?

No me negué en dárselo, pero me sorprendió que me pidiese el nombre completo. No creí que fuese algo habitual el que una prostituta, aunque fuese de súper lujo, requiriese los apellidos de su cliente,  pero estaba como embobado ante su presencia y se los dije. Muy bien me podía haber inventado tanto el nombre como los apellidos, pero no fue así. El caso fue que después de que los oyera, se puso muy tensa y se fue rápidamente al baño.

De embobado pasé a desconcertado. No entendía la reacción de esa mujer y más cuando oí unos sollozos tras la puerta del baño. No sabía que hacer. ¿Era verdaderamente mi madre y se había dado cuenta al decirle mi nombre? Por lo que sabía, a mi madre no le dejaron opción de ponerme nombre y ni siquiera se lo hicieron saber. Mis apellidos eran los de mis abuelos y eran muy comunes. ¿Cómo entonces esa mujer podía deducir que yo fuera su hijo? Lo cierto era que esa mujer, aparte de deslumbrarme, había algo en ella que ejercía una atracción sobre mí, nunca experimentada.

Estaba intranquilo y no podía esperar a que saliera del baño. Llamé a la puerta y sin esperar a su aprobación entré. Tenía una toalla en sus manos y nada más verme, como avergonzada, puso la toalla a la altura de sus pechos.

-Me gustaría que me explicases que sucede –le dije al ver también esa nueva reacción.

Me miraba fijamente y unas lágrimas cubrían sus ojos, pero sus labios no se movían. No podía aguardar más. Decidí de una vez por todas, aclarar esa incertidumbre.

-¿Eres Elena R. S.?

-Sí –contestó agachando la cabeza-. Soy tu madre…

No la dejé seguir. ¿Cómo era posible que sabiendo que yo era su hijo, no se hubiera abalanzado sobre mí y abrazarme?

-¿Y te avergüenzas de serlo? –pregunté molesto.

-No, no por favor, solo que…

Sus manos agarradas a la toalla se juntaron como si pidiera perdón.

-Entonces, ¿por qué no has hecho como cualquier mujer que encuentra, después de muchos años, a su hijo?

Tiró la toalla, se abalanzó hacia mí, me abrazó y me llenó la cara a besos. “Hijo mío, hijo mío…”, decía sollozando. Me deshice de ella, le agarré sus manos y le dije:

-Ven, vayamos a la habitación. Este no es un lugar para que sigamos hablando.

-Sal tú, por favor, yo  ahora mismo voy. Déjame que me seque estas lágrimas.

La esperé sentado en uno de los sillones que había en la salita de la habitación y pronto la tuve a mi lado. Su cara estaba limpia de maquillaje y todavía su belleza se realzaba más.

-¿Estás bien? –le pregunté, invitándola a sentarse.

-Sí, sí, pero no me puedo creer que esté a tu lado. No sabes cuanto he deseado este momento.

-Pues aquí estoy. Y me gustaría saber como me has reconocido, o si alguien te ha comunicado que te estaba buscando.

-No, no, nadie me ha dicho que me buscabas, pero ha sido muy fácil reconocerte. Te he preguntado el nombre para confirmarlo, pero no hacía falta. He visto en ti su vivo retrato.

-¿A quién has visto en mí? -pregunté

-A tu padre, pero será mejor que te lo explique y después si quieres me juzgas.

-No te voy a juzgar. Solo quería conocerte, pero me he llevado una sorpresa mayúscula. Eres una mujer tremendamente hermosa y no me puedo creer que seas mi madre.

-Gracias por verme así, pero créelo que soy tu madre y déjame que te lo explique, pero por favor no me interrumpas, me cuesta y me duele mucho recordar el pasado.

No la interrumpí, pero esa mujer, que era MI MADRE, a medida que narraba su historia, mas embaucado me tenía. Solo quería llegar a besar esa boca de la que salían sus palabras. Y no era por amor de hijo.

Me explicó que cuando le enseñaron mi fotografía en la agencia de contactos, por poco se desmaya. Mis facciones eran idénticas al del hombre que la dejó embarazada. Se trataba del marido de la hermana menor de mi padre y no fue por violación. A los quince años mi madre estaba muy desarrollada en todos los aspectos y a pesar de ser su tío, se enamoró locamente de él y él al mismo tiempo la correspondía. Tenía pensado divorciarse de su mujer y cuando mi madre tuviese los dieciocho años casarse con ella. Preño a mi madre, pero no logró ver el desarrollo de su embarazo. Un accidente de automóvil le dejó sin vida. Mi madre, a pesar de las exigencias de mi abuelo para que abortase, se negó. Como también se negó a decir el nombre de la persona que la había dejado encinta. No deseaba otra cosa que tener ese hijo del hombre que nunca ha dejado de amar. Tener un recuerdo de él era lo más hermoso que le podía pasar. La hace falta volver a explicar de cómo le privaron de mi compañía. Por lo demás, me aclaró que el dedicarse a los empleos que ya conocía, fue por despecho. Si su padre la consideraba una puta indigna de criar a su hijo, lo sería de verdad. Empezó como modelo publicitario, hasta llegar a la situación que estaba, pero me aseguró que aunque había follado con muchos hombres, ninguno le había hecho sentir el más mínimo placer. Solo al que fue mi padre, se había entregado por amor y ningún otro hombre había ocupado su puesto. De hecho, era por su actitud fría con los hombres que se acostaban con ella, le habían puesto el apelativo de “la frígida”, pero el considerarla así, no le restaban clientes. Al parecer esto creaba morbo entre los hombres y por eso exigía a la agencia una foto de la persona que requería sus servicios. Quería conocer antes de aceptar, las caras de sus clientes.

Unas lágrimas aparecieron en sus ojos después de la narración y mi boca se permitió acercarse a sus ojos para absorber esas lágrimas. Una sonrisa apareció en su rostro, cuando mis manos también se acercaron a su cara para acariciarla. Era mi madre, pero ejercía sobre mi una atracción y un deseo que no era propio de un hijo.

-Estoy viendo a tu padre, eres igual que él hasta en las caricias –me confirmó.

-No quiero que veas en mí a mi padre –contesté-. El ya no está y si tú quieres, me gustaría sustituirlo en todo.

Sus manos bien cuidadas, se posaron sobre mis mejillas y obligó a mi cara ponerla frente a la suya. Sus ojos verdes me miraron fijamente y una amplia y bella sonrisa iluminó su rostro. Lentamente su cara se acercó a la mía para posar sus suaves labios sobre mi boca. Sí era lo que yo buscaba, lo había conseguido. Me uní a ese beso y mis brazos abarcaron su cuerpo estrechándolo con el mío. No imprimió ella mucha pasión en ese beso, y me sentí algo defraudado.

-¿Es verdad que me deseas? –me dijo con tono serio, al separarse nuestros labios.

Creí, que con ese beso sin pasión, el cambio de semblante y la pregunta, ella se negaba a admitir que yo sustituyera a mi padre y para disculparme le dije:

-Perdona por atreverme a decirte esto, ya sé que eres mi madre y lo que te he dicho no es propio de que un hijo se lo proponga a una madre.

-No respondes a mi pregunta –me increpó.

Si verdaderamente quería saber si la deseaba, no me iba a ir por las ramas.

-Sí, es verdad que te deseo. Eres mi madre sí, pero también eres la mujer que todos estos últimos años he perseguido y una vez que te he encontrado no quisiera perderte. Solo necesito que tú me aceptes y no solo como hijo.  Sé que es antinatural que un hijo pida proposiciones incestuosas a una madre, pero a pesar de ser tan anormal, es lo que anhelo.

Me agarró fuertemente las manos y sus ojos verdes me penetraban como queriendo leer en mi interior.

-¡Ay, hijo mío! No sabes lo feliz que me hace oírte, pero antes de que cometamos un error, déjame que te diga otras cosas que tienes que tener muy en cuenta, sin contar que somos madre e hijo. Soy una prostituta y no quiero, aunque deje de serlo, que con el tiempo te avergüences de que lo haya sido. Me llaman “la frígida”, por mi baja entrega sexual y no quisiera que te sintieras defraudado. Y por último nos separan quince años.

-Esperaba otras cosas a tener en cuenta –le atajé-, pero la edad que tienes y el oficio que desempeñas, no es nada nuevo para mí. En cuanto lo de frígida, es algo que corre de mi cuenta el conseguir que dejes de serlo.

No me respondió, sus labios de nuevo se unieron a los míos, pero como en el beso anterior, a pesar que fue más prolongado, no aprecié que mi madre ardiera de pasión. Tenía ganas locas de conseguir romper esa frigidez, pero como tenía por principio, las prisas no son buenas consejeras. “Sin prisas pero sin pausa” –me dije. Así que sin pensándolo dos veces, cogí a mi madre en brazos y la llevé hasta la cama. La tendí suavemente y su mirada no dejaba de seguir mis movimientos, pero estos no iban a ser los que ella esperaba. Mis manos fueron a sus zapatos de tacón alto y con delicadeza se los quité, dejando al descubierto sus bonitos pies. Comencé a masajearlos y me los hubiera comido a besos, pero la calma tenía que prevalecer. Suavemente procedí a besar la punta de sus dedos para después, tanto mi boca como mis manos, ir subiendo por sus pierna. Sus muslos eran tremendamente apetecibles, suaves, tersos y resplandecientes. Continué mi recorrido y si creía que había llegado a mi destino, estaba equivocada. Simplemente mi lengua rozó la parte del tanga que cubría su zona genital para ir subiendo. Noté un suave respingo de su cuerpo, como si fuera una señal para que me detuviera en esa zona, pero pasé de largo.

Seguí mis caricias bucales y manuales por su plano vientre y proseguí mi escalada. El lazo que ataba la bata a la altura de sus pechos impedía que mi boca se hiciera dueña de ellos, pero no mis manos. Se introdujeron por dentro de su bata hasta posarse en sus erguidos pechos, para con suavidad masajearlos. En esos momentos surgieron nuevas señales de que iba por buen camino. Los respingos de mi hermosa madre eran más continuados y su boca emitía unos intermitentes resoplidos. Desaté el cordón que unía la abertura de su bata y dos fantásticos, maravillosos y deslumbrantes pechos quedaron al descubierto.  Cuando mi boca se posó en ellos, enseguida se dirigió hacia sus pezones erguidos, que me pedían a gritos ser succionados. Increíble lo que escuche de labios de mi adorada madre: “mama de ellos hijo mío…, mama de ellos…, estas hechos para ti”. Alentado por esas palabras, mamé de sus pechos acaloradamente. Los jadeos de mi madre se escuchaban por toda la habitación y las manos de mi madre se aferraron a mi cabello tirando de él como si lo quisiera arrancar. Nuevas palabras entrecortadas asomaron en la boca de mi madre: “Eres mi hombre Jonás..., quiero que me poseas…, quiero ser tuya…,”. Era la primera vez que se dirigía a mí por mi nombre. No hacía falta que me dijese nada más, para saber que estaba empezando a ganar la batalla de su frigidez. Faltaba la culminación.

Me era difícil ya controlarme. Se me había acabado la serenidad. Si mi adorada madre estaba alterada, yo no podía decir que estaba menos. Deseaba con locura penetrarla y que mi miembro se escondiera en lo más recóndito de su ser, pero debería no precipitarme. Completamente desnudos los dos, los brazos de Luisa me abarcaron y su boca se apoderó de la mía. No tenía ya razón el pensar en ella como mi madre. Era Luisa.

Ese beso no tenía nada que ver con los dos anteriores. En ese beso, los pelos se me pusieron de punta. Luisa separó sus labios, abrió un poco su boca para que mi lengua entrase,  para después su lengua también hiciese lo propio en la mía. Nuestras lenguas se encontraron, se enzarzaron y jugaron entre ellas. Fue un beso apoteósico.

Estaba al límite, y mi pene no podía esperar más. Mi miembro se acercó a la vagina de Luisa y ésta no cabía duda que lo estaba esperando, toda ella estaba humedecida, pero todavía faltaba algo. Hice recorrer mi miembro por su monte de Venus y mi glande notaba un cosquilleo al rozar su fino vello púbico. También hice que mi pene se desplazase a lo largo de sus labios genitales y fue cuando oí las palabras: “¡Ya, ya…!  No me hagas sufrir más.  ¡Fóllame…! ¡Fóllame…¡”

Adiós a su frigidez. Mi pene buscó su orificio vaginal y con suavidad pudo adentrarse hasta lo más profundo de su cavidad. Jadeos y gemidos acompañaban al desplazamiento de mi pene, a lo largo de su conducto vaginal. Hasta que Luisa se detuvo inmovilizando mi cuerpo con sus nalgas. Un impresionante grito de placer salió de boca de Luisa, mientras un flujo vaginal empapaba mi pene. Tremendo su orgasmo. Ni segundos pasaron cuando intenté sacar mi pene de la vagina de Luisa. Me iba a correr de inmediato y así se lo anuncié, pero en lugar de liberar mi cuerpo de sus nalgas, atenazó con sus piernas mis glúteos, a la vez que decía: “lléname mi amor…, quiero sentir todo tu esperma dentro de mí…”. No pude contenerme. Al tremendo bufido que emití, le acompañó una fenomenal descarga de semen, que inundó toda su vagina.

El agotamiento y el ritmo acelerado de nuestras pulsaciones, no impidió que nos estrechásemos en un abrazo, y nuestros labios se unieran de nuevo para besarnos con pasión. Nuestras palpitaciones se fueron calmando y Luisa rompió el silencio.

-Jonás, amor mió, esto que está pasando es prodigioso e increíble. No podía imaginar que mi hijo se convirtiera en mi hombre. Has superado con creces lo que llegué a sentir cuando me folló tu padre.  Si no te arrepientes de lo que me has propuesto, seré solo tuya para siempre. Ya nadie me atribuirá el sobrenombre de “la frígida” ni tampoco existirá Malena. Quiero ser tu mujer, quiero ser tu Luisa y tú seas mi Jonás.

Mis deseos y pretensiones se cumplían, pero hubo algo más. Hubo un momento que Luisa bajó la mirada como si estuviera avergonzada y me dijo que la perdonase. Me confesó que de ningún cliente, ni de ningún otro hombre, aparte de mi padre, su vagina había recibido semen alguno. Todos los que la penetraban era con el consiguiente preservativo, y si no aceptaban, adiós. Me dijo que conmigo estaba como hechizada y no pudo, o no quiso evitar que mi esperma le inundara su vagina.

-¿Puede que te haya podido dejar embarazada? –pregunté.

  • Si fuera así, ¿seguirías aceptándome y aceptar el niño?

¿Como  no la iba a aceptar y aceptar un hijo mío engendrado en esa ya mi mujer? Le dije que solo sentiría que naciera con alguna malformación o trastorno mental. Me respondió que no me preocupara y añadió que disponía del dinero suficiente, para ir a los mejores especialistas para que determinasen, antes de nacer la criatura, si ésta pudiera tener alguna anomalía. Si era así, se sometería a un aborto.

Una vez expuesta su decisión y ver que en mí no había ningún cambio sobre lo que sentía hacia ella, me abrazó y continuó diciéndome: “soy tan dichosa que ahora quiero algo más de ti, quiero que tu esperma llene también otra parte de mi cuerpo”. Se unieron sus labios a los míos, pero éstos no se quedaron inmóviles, fueron desplazándose a lo largo de mi cuerpo, hasta que su boca se colocó a la altura de mi pene. Besó la punta y después sus labios  suavemente se deslizaron a lo largo…

Éramos Luisa para Jonás y Jonás para Luisa.