Deseo anónimo: segunda parte
Éramos dos amigos con unas ganas inmensas de devorarse y lo que acababa de suceder era solo el aperitivo. Nuestra tarde en el cine estaba llegando a su fin, y la verdad, no me imagino mejor final que ese.
Nota:Segunda parte de este relato. Espero que os guste, y que al igual que dije en el primero, se aceptan criticas!!!
Aun me costaba respirar, y que me siguieras mirando de esa forma tan penetrante, tan excitante no me ayudaba a recuperar las fuerzas. Pero tenía que hacerlo, ahora me tocaba a mí. Ahora era mi turno y desde luego que lo iba a disfrutar. Seguías sin quitarme los ojos de encima y fuiste testigo de cómo a medida que iba recuperando las fuerzas, una sonrisa maliciosa se dibujaba en mi cara. Aquella sonrisa te encantó, era señal de que podías esperarte cualquier cosa.
Sin apartar mis ojos de los tuyos y sin borrar esa sonrisa, mis manos, que hasta ese momento reposaban sobre los apoyabrazos de la butaca de aquel cine en el que nos encontrábamos, en un ágil movimiento, que por cierto no te esperabas, fueron directas a tu paquete. La acaricié sobre la gruesa tela de tus vaqueros tal y como había hecho con anterioridad, de arriba abajo y de nuevo hacia arriba, cayendo en la cuenta de la envergadura de lo que tenía entre mis manos y de su dureza. Con lo ocurrido momentos antes ya había despertado y de qué forma!.
Habías conseguido lo que nunca hubiera pensado, que llegase al límite, donde todo lo que te rodea, no importa, donde tú y yo somos un mundo de fusión, a ese punto donde dices “Qué salga el sol por donde quiera”. Me levanté de mi asiento (dando gracias porque hubieras escogido la última fila) bajo tu atenta mirada. No sabías que esperar de mí y el verme de pie, con la falda subida hasta la altura de mi cadera dejando ver mi culot negro, te hizo morderte el labio inferior. Al verte así, regalándome una mirada lasciva, me tuve que morder yo también mi labio. Aquella escena solo aumento más la fuerza con la que te mordías el labio. Y yo me reí.
Tras unos segundos, sin apartar mis ojos de los tuyos, me senté sobre tu regazo. Me incliné más hacia ti, y busqué tus manos. Jugué con tus dedos, entrelazándolos con los míos y te las llevé a mi trasero. Tus manos se adaptaron perfectamente a él y las mías se agarraron fuertemente detrás de tu cabeza, haciéndote leves cosquillas en tu nuca. Con un leve empujón de tus manos me acercaste totalmente hacia ti. Entonces tus labios se cayeron sobre los míos provocando un suave roce, tu lengua buscó mis labios y únicamente usando la punta los fue recorriendo lenta y suavemente, saboreándolos, paseándose por ellos de izquierda a derecha de arriba abajo, casi como queriendo aprender cada parte, cada rincón de ellos. Aquella sensación de cosquilleo, el sentir tu lengua sobre mis labios aceleró mi respiración y liberé un pequeño gemido. Mis labios se entreabrieron a causa del gemido, momento que aprovechaste para que tu lengua penetrase en mi boca. Esta vez fue mi lengua que buscó a la tuya, quien buscó provocar una lucha y quien, por supuesto, iba ganando.
Pero este era mi momento, era yo quien llevaba las riendas. Separé mi boca de la tuya y fui bajando a tu cuello, dándote pequeños besos siguiendo la línea de tu mandíbula. Mis manos desparecieron de tu nuca y fueron bajando lentamente por tu cuerpo hasta llegar a tu erección. Mis labios llegaron a tu cuello y lo besé, lo besé dulcemente intercalando esos suaves besos con pequeños mordisquitos que te hacía jadear. Al oírte no pude hacer otra cosa sino que repetir y repetir, quedándome unos minutos más saboreando tu cuello hasta llegar al lóbulo de tu oreja y besarlo para después susurrarte al oído.
- Este es mi momento. Aquí y ahora voy a saciarme de ti – y mordí con una ligera fuerza, tu lóbulo, mientras mis manos desabrochaban tus vaqueros y la recorrían ahora sobre la fina tela del bóxer – Mi turno, mis normas – y mis manos ejercieron una leve presión sobre tu ya crecido paquete - Déjate llevar por mí. Hay mucha noche de por medio para que yo, me deje llevar por ti.
Y dicho esto, me abalancé sobre tu cuello como si fuera un vampiro y el olor de tu sangre me llamase. Lo mordí fuertemente, estoy segura que si no hubieras estado tan caliente, vamos a decirlo así, te hubiera dolido. Ahora eras tú quien se controlaba y hacía un esfuerzo casi inhumano por ahogar los gemidos. Besé y mordí tu cuello más salvajemente que antes, provocándote gemidos más y más fuertes. Gracias a nuestras innumerables conversaciones sabíamos lo que más nos gustaba y yo, recordaba a la perfección, que tu punto débil era el cuello.
Mi boca se separó de tu cuello y te dediqué una mirada juguetona. Días después me dijiste que no supiste nunca como interpretar aquella sonrisa, pero que te había excitado. Mis manos apartaron la tela que impedía el contacto directo de mis manos con tu erección, para después subirlas hasta mi pecho, me los apreté con ganas y ahí se quedaron jugando con ellos a provocarte. Me acerqué más a ti, de modo que mi sexo quedó sobre el tuyo. Notaste el calor y la humedad que yo desprendía y me besaste. Pero te separé. Nos manteníamos las miradas y en esa posición donde mi rajita, tapada con la tela de mi ropa interior, situada sobre tu dureza, me fui moviendo, frotando mi sexo sobre el tuyo, en un movimiento circular bastante suave. Y te volví a oír gemir, gemido que se unió al que se me acababa de escapar a mí también. Me acerqué más a ti y notaste como mis pezones duros como piedras me marcaban aun llevando sujetador. Hiciste el amago de llevar tus manos hasta mis pechos, pero te di un ligero manotazo.
- Mi turno, mis normas – te dije acercándome a tu oreja – las manos donde estaban.
Y con un buen chico llevaste las manos de nuevo a mi trasero. Aumenté la velocidad del movimiento, me recosté más hacía ti hasta que casi en sollozos me suplicaste que parase.
Me alejé unos centímetros de ti, y mirándote fijamente bajé mis manos hasta tu miembro y la volvieron a recorrer. La agarré con mi mano fuertemente, ejerciendo la presión justa y, en aquel preciso instante volviste a gemir y mi sonrisa se atenuó y mis ojos brillaron más reflejando más las ganas de ti que tenía. Y la moví, movimientos suaves y rítmicos: arriba, abajo, arriba, abajo. Casi sin aliento atinaste a articular una frase que se ha grabado a fuego en mi memoria
- Dios, haces las pajas de puta madre, zorrilla.
Yo que te seguía mirando, y tú sosteniéndome la mirada, al oír aquella frase me excite más aún y apreté fuertemente los labios, para después pasar a morderme el inferior. Aumenté el ritmo de mis movimientos en tu entrepierna, movimientos que acompasabas con tus manos sobre mi culo y de un empujón me llevaste hacía ti y devoraste de nuevo mis labios. De nuevo me alejé.
Te sonreí y aparté mis manos de tu dureza. Me miraste extrañado, no sabías que vendría ahora. Coloqué mis manos al final de tu camiseta y las fui subiendo, arrastrando con ellas la camiseta hacía arriba, recorriendo tu cuerpo, acariciándolo con la yema de mis dedos. Volví a tus labios pero no te besé, esta vez, mi lengua recorrió los tuyos acariciándolos como la tuya acarició los míos. Bajé con besos pequeños y dulces hasta tu cuello y me entretuve mordiéndolo y lamiéndolo, ya no había espacio para besos tiernos y dulces, quería provocarte aquellos gemidos que tenían que ser ahogados. Mis manos que ya habían subido y bajado varias veces por tu torso, volvía a bajar, esta vez lo hicieron presionando tu piel. Volviste a gemir y yo sonreí en tu cuello. Te cogí de las manos, que como bien te había ordenado, seguían en mis nalgas acompañándome en cada movimiento que hacía y te las dejé sobre los apoyabrazos de la butaca.
- Estas quietecitas ahí – te dije divertida
Te volví a mirar y me agaché hasta estar enfrente de tu entrepierna. La besé y después te miré, tus ojos brillaban y me acerqué a ella, la aprisioné con mis manos por su parte baja. Primero un ligero lametón y te miré, me sonreíste. Otro lametón más y otra sonrisa. Tras otros dos o tres más ansiosos lametones, comencé a disfrutar del sabor de la cabeza, acariciándola con la lengua dibujando con la punta pequeños circulitos, mis manos se movían de arriba abajo masturbándote a la par. No te lo esperabas pero en un movimiento casi estudiado me la metí a la boca, al menos todo lo que pude y entonces mis manos se separaron de ella y buscaron tu cuerpo, jugaron con tu ombligo.
Apreté los labios y aprisioné tu erección, la mantuve así unos minutos mientras mi lengua jugaba con ella, recorriendo todo lo que podía abarcar de ella, sintiendo con tus venas se hinchaba, sintiéndola palpitar. Cuando consideré me fui moviendo hacia atrás, sacándola de mi boca y manteniendo los labios bien apretados, simulando una masturbación con las manos. Te volví oír gemir esta vez casi sin reparos. Cuando estuvo fuera, te miré y vi que te sujetabas fuertemente a la butaca, me reí y me la volví a meter en la boca y volví a hacértelo. Me encantaba volverte loco y con eso sabía que lo estaba consiguiendo.
Sabía que te quedaba poco, pero no me importaba. Bajé mis manos de nuevo a tu entrepierna y la volví a sujetar fuertemente por su base, mientras mi lengua jugaba con su cabeza. Sentí tu mano sobre mi nuca y tras unos breves segundos tiraste de mi hacía arriba.
Esto va a terminar – me dijiste casi sin aliento
Mis normas recuerdas? – y te mordí el labio inferior – las manos donde estaban – Y volví a mi tarea.
Mis manos no se habían separado de ella y te habían seguido masturbando. Mi boca se unión a ellas, me dejé de contemplaciones, nada de movimientos suaves, ya bastaba de tonterías. Mis manos se movían rápidas en su base, dirigiendo el movimiento de mi boca. La sentí palpitar, te sentí retorcerte en el asiento. Gemiste de nuevo. Tu cuerpo me avisaba. Me la volví a llevar a la boca todo lo que puede y apreté de nuevo mis labios contra ella, pero no aguantaste. Al notar aquella presión y mi lengua recorriéndola, gemiste y terminaste, allí, en mi boca.
Me miraste y sonreíste. Me hiciste un gesto para que me acercara y así lo hice, me acerqué hasta a ti y simplemente me besaste. Un largo y apasionado beso. Volví a mi butaca, no sin antes arreglarme un poco y medio colocarme la ropa, tú hiciste lo mismo. Y cuando nos quisimos centrar en la película, aparecieron los créditos y las luces se encendieron.
Nuestra tarde en el cine había llegado a su fin y la verdad, no me imagino un final mejor que el que tuvo y mira que mi cabeza ha repasado miles de veces esa tarde, pero no ha dado con un final alternativo mejor y dudo mucho que lo haga. Salimos del cine con nuestras manos unidas, riendo. Pareceríamos una pareja que acabasen de empezar su relación, pero nada más lejos de la realidad, éramos dos amigos con unas ganas inmensas de devorarse y lo que acababa de suceder en aquellas butacas solo era el aperitivo. Al salir era ya la hora de cenar.
- He reservado mesa en un restaurante – me dijiste.
Me guiaste entre las calles de tu ciudad, explicándome cada monumento o estatua que veíamos hasta llegar al restaurante. Es más de una ocasión, cuando en nuestras conversaciones dejábamos olvidado el tema sexual, te había comentado que me encantaba la comida americana. Allí es donde me llevaste: a un restaurante americano. He de reconocer que aquello no me lo esperaba pero me encantas cuando haces este tipo de cosas, cuando buscas sorprenderme y realmente se te da muy bien.
- Un McDonald’s?? – pregunté entre risas – Este es el restaurante americano donde has reservado mesa?? – Te dije al llegar
Tú me sonreíste y yo te devolví la sonrisa. Te adelantaste a mí unos pasos y me abriste la puerta haciéndome una reverencia al pasar. Me reí. Fuiste todo un caballero, me retiraste la silla para que pudiera sentarme, no me dejaste acompañarte a pedir y ni siquiera me dejaste pagar. Me trataste como a una reina, bueno, siempre me tratas así y a mí me encanta. Me encanta que aun estando en el sitio más cutre sepas crear ese ambiente romántico, que sabes que en el fondo me gusta.
Tras salir de aquel “restaurante” era ya de noche. Yo había avisado a mis padres de que no iría a dormir al hotel, que me quedaba en casa mi supuesta amiga, así que no teníamos prisas, y siendo consciente de ello decidimos dar un paseo nocturno por la ciudad hasta llegar al coche. Me rodeaste la cintura con tus manos y así, demasiado cerca el uno del otro comenzamos nuestro paseo. Fue agradable, me contabas los recuerdos de tu infancia y adolescencia que aquellas calles te traían a la memoria, y yo me reía con cada anécdota. Fue divertido conocer esa parte de ti.
En un momento se paraste en seco, ante nosotros se extendía una calle bastante larga, totalmente vacía y con farolas cada dos metros. Juro que nunca había visto una calle con tanta farola junta. Te dio por reír a carcajadas. Y yo no entendía muy bien a que venía eso. Estando enfrente de aquella calle, sin movernos y tú rodeando mi cintura con tus manos, me explicaste que solías jugar con tus amigos a subir y bajar aquella calle, bebiendo un chupito debajo de cada farola.
Giré sobre mi misma, sin que tus manos se movieran de mi cintura, quedando enfrente a ti, mirándote directamente a los ojos. No sé qué tienen tus ojos, de verdad que no lo sé, pero me vuelven loquita y aquella noche tenían ese brillo que tanto me provoca. Lenta y pausadamente me fui acercando a ti, me incliné un poco hacía arriba para llegar a tus labios y te besé. No fue un beso pasional, ni salvaje. Fue dulce, suave y sincero. Pero sirvió para volver a saborearnos y levantarnos ese gusanillo que teníamos. Duró unos breves minutos y al separarme viste en mis ojos ese mismo brillo que yo veía en los tuyos, el brillo de la pasión y el deseo.
- Nosotros también podemos jugar – te sugerí mordiéndome el labio inferior y poniendo la cara más angelical que podía – claro que, a nuestra forma.
De nuevo me incliné hacía tu boca y mis labios besaron los tuyos. Moví mis manos hacía mi cintura en busca de las tuyas, entrelacé mis dedos con los tuyos y tiré de ti hacía delatante. Metiéndote prisa para seguir con nuestro camino y llegar a la primera farola. Tú me mirabas fascinado, te sorprendía esa parte di mí. Yo seguí tirando de ti, dándome toda la prisa que podía para llegar a esa primera farola. Y llegamos. Me detuve debajo de la luz anaranjada que desprendía aquel foco, y tú, te detuviste justo enfrente de mí. Nos quedamos mirándonos en silencio, con nuestros cuerpos separados, con el único contacto de nuestras manos unidas en el medio de los dos. Pasamos así unos minutos que, al menos para mí, fueron con segundos. Tus manos subieron las mías a tu nuca y allí las dejaron para dirigirse a mi cintura, me abrazaste y me uniste, con un leve empujón, a tu cuerpo y entonces me besaste. Tu lengua, una vez más, recorría mis labios, investigaba el interior de mi boca y luchaba con mi lengua. Te alejaste de mí y nuestros ojos se volvieron a encontrar. Ahora eras tú quién tiraba de mi para instarme a continuar con nuestro paseo, parándonos debajo de cada farola, devorándonos debajo de cada foco.
De la nada apareció un remolino de aire, la noche empezó a refrescar, el cielo amenazaba tormenta. Nos dio igual. Quedaba únicamente una farola, y después de casi media hora subiendo por aquella calle, besándonos, devorándonos y sintiendo como el calor se apoderaba de nosotros, esa última parada la teníamos que disfrutar. Ahora, ninguno de los dos tenía prisas por llegar, queríamos alargar el momento, pero llegamos. No hubo caricias, ni miradas, ni esperas. Te adelantaste un poco a mí, con un tirón de mi brazo me acercaste a ti y rodeaste mi cintura con tus manos, pero yo te las cogí y te las llevé a mi trasero y, las mías, fueron al tuyo. Mis labios se entreabrieron dejando paso a tu lengua, que desesperada por saborear la mía, entró rápidamente en su busca. Se enredaban, se saboreaban y luchaban. Nuestras respiraciones empezaron a acelerarse, una de tus manos fue a mi cintura ejerciendo presión hacía ti para que mi cuerpo no se separase del tuyo. Tu otra mano se deslizó de mi trasero a mi vientre, jugaron unos segundos sobre la cintura de la falda, desabrocharon el botón y la cremallera. Yo abrí un poco las piernas para facilitarte el acceso. Y tu mano entró debajo de la tela. Notaste como la humedad había aparecido y me besaste con más deseo. Dos de tus dedos recorrieron mi rajita hasta la entrada de mi sexo. No hubo contemplaciones, los dos entraron sin esfuerzo alguno, estaba demasiado húmeda como para que te costara. Entraron y salieron, volvieron a entrar y a salir. Fuiste aumentando el ritmo, embistiéndome cada vez más fuerte, notando como me quedaba casi sin respiración. Mis manos empujaban de tu trasero hacía mí, intentando que tus dedos llegasen más dentro. El beso se volvió más salvaje.
El cielo se iluminó, no nos separábamos. El cielo crujió, no nos separábamos. Y comenzó a llover levemente y tampoco nos separamos. El cielo volvió a iluminarse y seguidamente un trueno nos sobresaltó. Empezó a llover con mucha más intensidad. Te separaste de mí, me cogiste de la mano y empezamos a correr para resguardarnos de la lluvia. Corrimos atravesando un parque cercano, hasta llegar a una caseta de estas donde antiguamente tocaban las bandas de música y allí nos resguardamos.
La lluvia nos había empapado, y también, por qué no decirlo, lo que no era la lluvia. Me senté en un pequeño banco que había en aquella caseta y te miré. Te miré de arriba abajo, me volvías loca. Estabas chorreando y la camiseta se ajustaba a tu cuerpo como un guante, no eres muy musculoso pero aquella camiseta empapada te marcaba lo suficiente como para hacer volar mi imaginación.
Te acercaste a mí, me cogiste de las manos y me levantaste. Las gotas de lluvia habían mojado mi pelo y se me había pegado a la cara, suavemente me lo apartaste, entonces sonreíste. Sonrisa que se debió q una gota de agua que resbalaba desde mi frente hasta la punta de la nariz donde amenazaba con caer al suelo, con tu dedo índice me diste un suave toque en la nariz haciendo que la gota callera al suelo y ambos sonreímos. Mis manos se abrazaron a tu cuello y las tuyas al mío y nos fundimos en otro largo y pasional beso. Tus piernas abrieron las mías y se colocaron entre ellas, pude notar tu erección creciendo sobre mi vientre. Gemí en un suspiro. Tus manos bajaban de mi cuello, recorriendo mis curvas por cada costado hasta llegar al final de mi camiseta, y, subían despacio recorriendo mi cintura, entreteniéndose en mi ombligo jugando a dibujar círculos alrededor de él y subiendo haciendo una leve presión hasta que llegaste a la costura de mi sujetador. Tu boca se separó de la mía permitiéndome volver a coger aire y bajaste a mi cuello, me mordías suavemente mientras tus manos jugaban a seguir la forma del aro del sujetador.
Una de mis manos se enganchó a tu pelo y tiró de ti para que te separaras de mi cuello. Te obligué a mirarme fijamente mientras mi otra mano bajó hasta tu entrepierna. Se había despertado totalmente. La acaricié suavemente, la recorrí sobre la basta tela del vaquero y jugué a desesperarte, igual que hacías tú conmigo. Sentí como una de tus manos bajaba de mis pechos, haciendo suaves caricias sobre mi ombligo y mi vientre, recorriendo mi cintura bajo la tela de la camiseta, para después bajar por mis caderas recorriéndolas sobre la falda hasta llegar al final de ella. Para después subir arrastrando la falda hacía arriba dejándola a la altura de mi cintura. Mientras tu otra mano ya había apartado el sujetador y jugaba con mis endurecidos pezones, jugabas a acariciarlos suavemente con tu pulgar, a apresarlos entre dos dedos y apretarlos suavemente, haciéndome jadear, gemir y gritar de placer.
En ese preciso instante tu boca volvió a atacar mi cuello, lo besabas, lo lamias, lo mordías. Mi cabeza cayó sobre tu hombro. En ese preciso momento, mi mano desabrochó tu vaquero y lo estiró hacía abajo llevándose también el bóxer, liberando tu paquete de la prisión de la que gritaba por escapar. La atrapé con mis manos fuertemente, tanto que te sobresalté y me respondiste con un fuerte mordisco sobre mi cuello.
La mano que había subido mi falda, nuevamente bajaba recorriendo mis caderas, ahora ya, sin tela que se interpusiera entre tus yemas de los dedos y mi piel. Bajaste y subiste varias veces, hasta que llegaste a la costura superior de mi culot y tiraste de él hacía abajo, bajándolo hasta la mitad de mis muslos. Recorriste la distancia que había hasta mi rajita presionando mi piel. Te sorprendiste al notar que la humedad ya había llegado un poco más debajo de mis inglés. Lo sé pues me volviste a morder fuertemente. Recorrías mis labios inferiores y superiores detenidamente, daba la impresión que querías memorizarlos. Pasabas tus dedos por mi clítoris pero sin detenerte en él y volvías a bajar por mis labios. Me estabas desesperando.
Por lo que más quieras, fóllame ya! – te supliqué entre suspiros.
Así que quieres que te folle, eh zorrita??. Pues tendrás que esperar – y colocaste tus dedos sobre mi botoncito del placer – mi turno, mis normas.
Me besaste como si la vida se te fuera en ello y tus dedos comenzaron a moverse lentamente y en círculos sobre mi clítoris. Yo movía la mano que tenía sobre tu erección al mismo ritmo que tus dedos. Tu otra mano seguía jugando con mis pechos apretándolos y acariciándolos. Tus movimientos fueron aumentando y por ende los míos.
Estás muy húmeda. – y te mordiste el labio
Hazlo ya! Fóllame ya!! – te grité muy desesperada – quiero tu polla dentro de mí, ya!!!!
Me encanta cuando te pones así de zorra
Apartaste tus manos de mi sexo y te sentaste en el banco que había. Yo me senté sobre tu regazo. Cogí tu miembro y lo dirigí hacía mi entrada y entonces, me dejé caer. Entró hasta el final y ambos liberamos un gemido que retumbó por toda la caseta. Te cabalgué, sacándola y metiéndola hasta el fondo una y otra vez. Hundiste la cabeza en mis pechos y le distes los cuidados que requerían; tu boca atrapaba a mis pezones y los mordía suavemente cada vez que bajaba y los soltaba cuando me levantaba. Tu lengua los lamía de izquierda a derecha y de arriba abajo. Poco a poco fui sintiendo que mis fuerzas me fallaban, me quedé sentada sobre ti, contigo en mi interior y fui moviendo mis caderas en círculos, momento que aprovechaste para bajar tu mano a mi botoncito del placer y estimularlo. Gemí y tu conmigo. No me dejabas tiempo para recuperar las fuerzas, pero volví a subir y bajar sobre tu erección aumentando el ritmo y la velocidad con la ayuda de tus manos, que estando en mi culo me ayudaban a mantenerlo empujándome. Entonces mis piernas empezaron a convulsionar, mis espalada se arqueó, las paredes de mi interior de contrajeron, lo notaste, notaste como mis paredes presionaban tu erección, y gemí, grité, chillé. Me corrí. Sentiste como el calor y la humedad envolvía a tu paquete que aún estaba dentro de mí.
- Dentro o fuera? – preguntaste al ver que te quedaba poco.
- Dentro, dentro – suspiré. Aquellas palabras te encendieron más.
A mí no me quedaban fuerzas para moverme, pero con la ayuda de tus manos empujando y haciendo presión desde mis nalgas, tres embestidas y te fuiste dentro de mí. Noté como tu calor recorría mi interior. Nos quedamos abrazados, con mi cabeza apoyada en tu hombro y contigo dentro de mí, unos minutos. Al levantarme mirabas mis muslos y sonreías, noté un calor que bajaba por mis muslo, cuando miré era tu semen que baja por mi cuerpo, y te devolví la sonrisa. Con los clínex que llevaba me ayudaste a limpiarme y me volviste a besar. Estábamos saciando nuestras ganas, pero aun teníamos hambre.