Deseo anónimo: Primera parte
Es divertido y excitante tener esas conversaciones.Nunca pensé que pudiera sentir algo así con una simple conversación,pero saber que la persona que está detrás de la pantalla siente un escalofrió y se le eriza la piel con tus palabras..Eso explica las ganas que tengo de ti y que por fin voy a sacia
Nota: Antes de dejaros con el relato, he de advertiros que es el primero que escribo, al menos, de esta temática. Así que tened piedad de mi y no seaís muy duros, aunque las criticas siempre son constructivas. Las espero con los brazos abierto para ver en que tengo que mejorar. Espero disfruteis.
Hacía tan solo dos meses que nos habíamos conocidos pero ya tenía la sensación de que te conocía de toda mi vida. Nos conocimos en un chat de esos en los que la gente se mete para buscar amistad o para, simplemente, intentar conseguir un polvo fácil. Ese no era mi caso, yo tan solo buscaba encontrar un desconocido con quien poder desahogarme y el destino me llevó hasta ti, me llevó hasta un chico dulce, sincero, simpático y pícaro.
Aún recuerdo esa primera conversación y no puedo evitar reírme, al pensar lo diferente que fue en comparación con las conversaciones que la siguieron. Empezamos por las típicas presentaciones, cómo te llamas, que edad tienes, de donde eres…y esa última pregunta marcó el punto de inflexión de la conversación. Al leer Salamanca, algo saltó en tu interior y me soltaste lo primero que te vino a la cabeza.
- "las chicas de allí calzáis buen escote, hace poco estuve y joder! Había una piba que no paraba de colocarse el escote delante de mí. Lo que os gusta provocar”.
Yo me limite a cerrar la conversación, ese no era mi objetivo, ahora simplemente me rio, porque hay q reconocer que las hemos tenido peores! Me volvió a saltar tu conversación.
- “¿Tú también te colocas el escote delante de los tíos?”- Dudé sin contestarte, pero pensé que el reírme un rato mientras buscaba a alguien idóneo con quien desahogarme, me vendría bien. Te conteste.
- “No, yo soy más recatada de lo que pudiera ser esa chica, si me tengo que colocar el escote me voy al baño”- vale, lo reconozco aquella respuesta fue con toda la intención del mundo, y lo conseguí. Conseguí que tu imaginación volase y me lo hiciste saber.
- “Eres una cabrona” – me dijiste – “indirectamente me has dicho que tienes unas buenas……escote, que tienes un buen escote” - Esas palabras me hicieron sonrojarme y, aún ahora cuando las recuerdo, aún me sonrojo. Creo que fue ese momento en el que me di cuenta que no solo tú eras el idóneo para desahogarme, sino que seríamos buenos amigos, pero por supuesto no te lo dije.
Acto y seguido, decidiste pasar a preguntas poco más personales, hasta que llegó la pregunta que esperaba.
- “¿Tienes pareja?”. Esa pregunta me hizo desahogarme contigo, y así es como te enteraste de mi vida sentimental, así es como te enteraste de mi frustración, del fracaso de mi relación de casi cinco años.
Aún no tengo muy claro que me llevó a agregarte al Messenger, pero creo que fue lo mucho que me hiciste reír y los ánimos que distes, eso, unido a la forma tan graciosa que tuviste de pedírmelo.
- “Ahora me tengo que ir, hay 3 opciones. La primera: me das dos besos, la segunda: me das tu Messenger, y la tercera: esperemos que mañana nos volvamos a encontrar por aquí”. - Decidí dártelo, y la verdad, no me arrepiento y nunca lo haré.
Esa fue nuestra primera conversación y la recordaba camino al parque donde habíamos quedado. Mi cabeza siguió haciendo memoria mientras caminaba con paso decido en dirección a nuestro encuentro, recordaba las demás conversaciones, como todas y cada una de ellas empezaban con temas banales y terminaban derivando en nuestro tema, tema del que nunca sabíamos salir, y es que no sé por qué pero siempre terminamos hablando de sexo. Y he de reconocer que me gusta, que busco sacar el tema. Y es raro, porque nunca he sido una chica de buscar excitar, pero contigo es diferente, me salen comentarios sugerentes de forma totalmente espontánea y te los digo sin pensar, siquiera, en lo que te digo, por suerte, eso te encanta. Me lo haces saber diciéndome “Eres superior a mis fuerzas”. Y eso me vuelve loca.
Es divertido tener esas conversaciones, y muy excitante. Nunca pensé que pudiera sentir algo así con una simple conversación, pero saber que la persona que está detrás de la pantalla, está tan caliente como tú, saber que esa persona siente un escalofrió y se le eriza la piel únicamente con tus palabras, hace que me recorra un enorme placer. Creo q eso explica las ganas que nos tenemos, y reconozcámoslo, nos tenemos aún más ganas debido a la distancia que nos separa, pues Salamanca de Bilbao, está a unas horillas. Y tanto tú como yo sabemos, que si no fuera por esa distancia, haría ya tiempo que nos hubiéramos devorado.
Ensimismada en todos estos pensamientos, me di cuenta que estaba llegando a nuestro punto de encuentro. Estaba subiendo la pequeña cuesta que había que recorrer para poder llegar hasta donde habíamos quedado, cuando me paré en seco. Un nudo se me formó en la boca del estómago y fue subiendo hasta la garganta, haciendo que me quedara sin respiración durante unos segundos. Abrí y cerré los ojos varias veces y sonreí divertida al verte, estabas ya esperándome (llegaba tarde…la puntualidad nunca fue lo mío) y estabas tan nervioso como yo, lo delataba los paseos en círculos que dabas, sin descanso, alrededor de los columpios de aquel parque.
Antes de armarme de valor y recorrer los pocos metros que me separaban de ti, mi cabeza recordó el momento el que te dije que iba a ir a Bilbao. Había sido hacía tres semanas, mis padres buscaban algún sitio del norte donde ir de vacaciones y enseguida pensé en ir a tu tierra, la verdad, no me costó convencerles. Así que ansiosa por decírtelo, corrí a llamarte. Sabía, que por las horas que eran, estarías metido en el ordenador, pero quería escuchar tu voz al decírtelo. Me acuerdo que cuando descolgaste el teléfono lo primero q te dije fue “En tres semanas te veo”. Solo me dijiste un tímido “¿cómo?” y a mí me dio por reírme. Te conté que me iba con mis padres, pero que les pondría de excusa que un día quedaría con una amiga de la universidad que hacía un año que se había trasladado a vivir a tu ciudad. Y en esas estábamos.
Sacudí la cabeza alejando de mí aquellos pensamientos, y con paso decidido caminé hasta que llegué a ti. Estabas sentado en un columpio dando la espalda al camino por donde yo llegaba, creo que ya habías perdido la esperanza de que apareciera.
- “Asier” – te dije a modo de pregunta, al notar que te habías sobresaltado, seguí diciéndote - “Siento el retraso”.
Tú te limitaste a darte la vuelta y te encontraste con mi más dulce sonrisa, sabía, que no podías resistirte a ella y jugaba con ello. Me miraste directamente a los ojos y me sonreíste, gesto, que ambos sabíamos que significaba que “era superior a tus fuerzas”. Eso simplemente me erizó la piel.
- “Estas muy guapa, Soraya” – me dijiste y te acercaste a mi suavemente para darme dos dulces besos en las mejillas.
Soy bajita, y eso unido al hecho de que tengo unas caderas pronunciadas, no muy exageradas, pero tengo caderas, hace que los pantalones no me terminen de sentar todo lo bien que desearía. Además sabía lo mucho que te provocaba una mini falda que dejara espacio para la imaginación, así que opté por ponerme una de tela fina y de color verde oscuro que me cubría hasta la mitad del muslo, dejando ver mis piernas ya morenas por los tantos días de piscina. Acompañando a la falda, me había puesto una camiseta negra básica, está mal que yo lo diga, pero siempre he pensado que me quedan geniales, se ciñen a mi cuerpo marcando las curvas que tengo, pues tengo un pecho bastante generoso y cintura estrecha y al tener caderas, me salen unas curvas muy evidentes. Y sabía, que ponerme algo que las marcase te volvería loco de deseo. Y para rematar, había escogido unas sandalias negras de cuña bastante alta, ya que en algunas de nuestras conversaciones, me habías dicho lo mucho que te ponía ese tipo de calzado.
Tardamos poco en romper el hielo, una vez perdida la vergüenza del primer momento, gracias a tus bromas. Así fue pasando la tarde, mientras paseábamos por la ciudad contándonos como nos había ido estos últimos días en los que no habíamos tenido mucho contacto. Ambos sabíamos cómo terminaría el día, el brillo de nuestros ojos al mirarnos nos lo dejaba entrever, pero ninguno nos atrevíamos a dar el primer paso, ninguno de los dos era capaz de decir en palabras lo que nuestros ojos se decían. Nuestro paseo terminó sentados en un banco cercano a un parque infantil hablando de cosas banales, y entre bromas, me retaste a tirarme por el tobogán, sabías que enseguida me picaba y te aprovechaste de ello.
- "Como cría que eres deberías estar subida en los columpios" – me decías al oído – "venga, sube al tobogán que yo te recojo cuando caigas, como a los niños".
Tus palabras lejos de picarme, me sonaron provocativas. En aquel momento, te miré a los ojos y te sostuve la mirada humedeciendo con la lengua mi labio superior, y tras unos segundos me levanté y salí corriendo hacía el tobogán. Tú me seguías con una pícara sonrisa, llevaba falda y sabías que al subir las escaleras del tobogán, algo verías. Y así fue, te colocaste detrás de mí y me observaste subir. Yo, que sabía lo que pretendías, me tomé mi tiempo en subir, contoneando mis caderas en un ligero vaivén cada vez que subía un escalón. Te miraba de reojo y veía como te mordías el labio inferior contenido, así, tus ganas de atraparme entre tus brazos. Cuando estuve arriba esperé a que te colocases al pie de la rampa, listo para recogerme cuando llegase al suelo. Y tal y como me habías dicho, cuando me deslicé por aquel tobogán llegando al final de él, me recogiste y me ayudaste a ponerme en pie.
En ese preciso instante, mientras extendías tus brazos para ayudarme a levantarme, nuestras miradas se volvieron a cruzar. Esta vez, se decían mucho más. Tus ojos tenían un brillo diferente, me mirabas con lascivia y eso me hizo estremecer, y como si de una escena a cámara lenta se tratase, sin dejar de mirarnos, nos fuimos acercando el uno al otro de forma pausada, hasta que nuestros cuerpos apenas quedaron separados por unos poco milímetros. Mis labios se abrieron, esperando a los tuyos que no tardaron en posarse sobre los míos. Mis manos se entrelazaron alrededor de tu cuello, y las tuyas lo hicieron en mi cintura empujándome más hacía ti, eliminado aquellos escasos milímetros que nos separaban. Tu lengua penetró en mi boca y buscó a la mía, y ambas se enredaron en un juego de placer, donde tu lengua jugaba a acariciar la punta de la mía, desesperándome. El beso, que en un primer momento fue tierno y dulce, pasó a ser salvaje y apasionado, tu lengua ya no acariciaba la mía, sino que la recorrían y jugaba con ella con un ansia voraz, se unieron un baile de pasión difícil de contener. Tus manos, poco a poco fueron deslizándose desde mi cintura hasta mis nalgas, donde se quedaron unos segundos apretándolas suavemente. Conforme el beso se iba haciendo más y más pasional, tus manos siguieron su recorrido hasta llegar al final de la falda, rozando mi piel, dibujando pequeños circulitos provocándome un escalofrío que recorrió toda mi espalda. Tus manos fueron subiendo por mi muslo, levantándome ligeramente la falda, hasta quedar en la zona donde comienzan a notarse ya la forma de las nalgas, apretándolas firmemente, alzándome levemente sobre el suelo, haciendo que me tuviera que poner de puntillas. Aquello me provocó un leve gemido que quedó silenciado por tus labios devorando los míos. La respiración empezaba a ser entrecortada y en un pequeño momento de lucidez, me aparté de ti. El beso empezaba a ser demasiado como para poder contenernos.
- "Estamos en un parque" – pude decir con un suspiro.
Entendiste lo que quise decir y te separaste más de mí. No sé muy bien el tiempo que pasamos besándonos, pero cuando nos separamos noté tus labios algo enrojecidos, los míos debían estar igual, pues al recorrerlos con la lengua los noté algo hinchados. Tú debiste de fijarte exactamente en lo mismo, pues me sonreíste al mirar mis labios. Y como si no hubiera pasado nada me propusiste ir al cine.
Me acercaste a ti y entrelazaste tu mano a la mía y así caminamos hasta el cine más cercano. Escogimos la película que empezaba antes para ahorrarnos el tener que esperar, por suerte, era una peli con buenas críticas. Al entrar la sala estaba bastante llena, así que decimos subir a la parte de arriba, donde apenas había alguien. Al entrar observamos la zona, enseguida te acercaste a la fila de más atrás y me miraste como buscando mi aprobación, yo simplemente asentí y allí nos sentamos. Tras unos minutos, las luces se apagaron y la película comenzó.
No sé decir el tiempo que había pasado cuando sentí, como una de tus manos terminó colocada en mi muslo, justo a la altura del final de la falda, entreteniéndose en jugar con la tela que ponía fin a la prenda. Al sentir el contacto de las yemas de tus dedos con mi piel, me sobrecogí, y un cosquilleo se apoderó de mí. Te miré sonriéndote y te sostuve la mirada durante unos segundos y volví a centrarme en la película, pero estaba resultando ser una pesadez. Lentamente me fui acercando a tu cuello, y lo besé. Mis manos cayeron sobre tu vientre jugando nerviosas sobre tu ombligo. Seguí besando tu cuello dulcemente dándote pequeños besos hasta alcanzar el lóbulo de tu oreja, donde te mordí suavemente para después susurrarte de forma más provocativa que puede.
- "Qué aburrimiento de película" – y te sonreí pícaramente.
Me miraste y me devolviste la sonrisa de forma traviesa. Había empezado el juego y ahora veíamos difícil poder ponerle fin. Te volví a morder el lóbulo, esta vez un poco más fuerte pero sin hacerte daño y como respuesta tu mano ascendió unos milímetros más, recorriendo mi muslo ejerciendo una pequeña presión conforme iba ascendiendo. Volví a susurrarte de forma sugerente.
- "Se me ocurre una forma más divertida de entretenernos".
Te miraba fijamente y vi que tú lo hacías con lujuria, con una lujuria que amenazaba con descontrolarte, el brillo que tenían tus ojos así me lo decía. Sin apartar la mirada de tus enormes y brillantes ojos, fui subiendo mis manos lentamente, recorriendo tu torso por encima de la camiseta, jugando con la tela a provocarte. Las subí hasta llegar a la altura de tus mejillas, deslicé una de mis manos hasta tu nuca, describiendo el recorrido con la yema del dedo índice haciéndote unas ligeras cosquillas. Entonces te atraje hacía mí, de tal forma que, la punta de tu nariz rozaba la punta de la mía, nuestros ojos quedaron alineados, ambos vimos en los ojos del otro como el fuego ardía. Mi otra mano deshizo el camino andado, bajando desde tu mejilla hasta llegar a tu entrepierna, donde enseguida percibí tu excitación y me dediqué a recorrerla por encima de la tela.
Notaba una mano en mi muslo y la otra iba subiendo desde mi vientre, atravesando en canalillo, recorriendo mi cuello de la misma forma que mi mano había hecho con el tuyo momento antes, llegando hasta mi mejilla. Entreabrimos las bocas y nuestros alientos se mezclaron. Entonces, la mano que tenía en tu nuca te empujó hacía mí y nuestros labios se unieron en un beso eterno, donde nuestras lenguas luchaban y bailaban al son de la pasión y del deseo del uno por el otro. La mano que tenías en mi mejilla terminó en mi nuca, jugando con mi pelo, ejerciendo presión hacía ti, en señal de que no querías que me separara ni un solo milímetro.
La mano que tenías sobre mi muslo, hacía ya rato que iba ascendiendo, lenta pero firmemente, por su cara interna, dibujando circulitos sobre mi piel con la yema de tus dedos provocándome unas cosquillas, que lejos de no gustarme (puesto que las cosquillas nunca me gustaron), me parecieron de lo más placenteras. Siguieron subiendo, arrastrando la falda con ellas, hasta toparse con mi ropa interior. Recorriste toda mi rajita por encima de la tela, desde los labios inferiores hasta los superiores, notando la humedad y el calor que desprendía, al llegar a la goma del culot negro que llevaba. Al advertir tus manos sobre mi sexo, me hizo liberar un pequeño gemido que fue casi imperceptible pues quedó ahogado en tus labios.
Entre la excitación y el largo y profundo beso, nos costaba respirar, aun así seguimos besándonos unos minutos más. Minutos en lo que aprovechaste para levantar la goma de mi ropa interior e introducir tu mano bajo ella. Bajó delicadamente por la piel suave de mi monte de Venus hasta llegar a mis labios superiores. Volviste a recorrer mi sexo de la misma forma que antes, pero esta vez no había tela alguna que se interpusiera entre tu piel y la mía. La sensación del contacto piel contra piel, me estremeció y otro gemido, esta vez algo más fuerte que el anterior, salió de mi garganta, pero el beso lo volvió ahogar. Tu mano deshizo lo andado, acariciando mis labios inferiores y superiores hasta llegar a mi clítoris, donde únicamente se apoyó. En ese momento tus labios se separaron de los míos y me miraste de nuevo a los ojos, la mano que mantenías jugando con mi pelo descendió hasta tu entrepierna y apartó la mano que jugaba con tu, ya más que notable, erección y la condujo hasta tu otra mano que descansaba sobre mi botón del placer y al entrelazar nuestros dedos empezaste a estimularme el clítoris con movimientos lentos.
Al mírame descubriste como mi otra mano apretaba con desesperación, sobre la tela, uno de mis pechos. Sabía que eso te encendía, que el ver a una mujer disfrutando de su cuerpo te volvía loco. Te mordiste el labio inferior, te abalanzaste sobre mi boca, devorándome salvajemente, atrapando mi labio inferior con tus dientes, una y otra vez, mientras tu mano acompañó a la mía acariciando mi otro pecho y el ritmo que llevaban nuestras manos sobre mi sexo aumentó. Tu boca fue bajando por la línea de mi mandíbula hasta mi cuello, me besabas, me lamias, me mordías y eso me encendía más y más. Intentaba ahogar mis gemidos por el sitio en el que nos encontrábamos, pero me costaba y tus disfrutabas de ello. Tu lengua llegó a mi lóbulo y jugó con él, lo besó, lo mordió y lo volvió a morder con más fuerza y me susurraste.
- "Eres superior a mis fuerzas"
Gemí de nuevo, esta vez fui incapaz de ahogarlo del todo, lo que provocó que la persona que más cerca estaba se girase, por suerte, estaba lo bastante alejado como para que se percatara de algo. La mano que te acompañaba en mi clítoris se escapó y fue a parar sobre tu erección, recorriéndola de arriba abajo tal y como hiciera antes. Y de nuevo aumentaste el ritmo de la mano que me estimulaban. Cogí aire y entre gemidos intenté hablarte.
- "Como sigas así vas a conseguir que me corra aquí mismo".
Aquellas palabras te provocaron una sonrisa y, aunque pensaba que no podías ir más rápido, lo hiciste, volviste a aumentar el ritmo de tu mano sobre mi clítoris. Me costaba respirar, mis piernas empezaban a temblar, y mi espalda empezaba a arquearse, era inminente, me iba a correr. Tu boca que seguía devorando mi cuello, volvió a susurrarme.
-"Quiero que te corras, zorra, pero no aquí, no de esta forma".
Tus manos se separaron de mi cuerpo y te quedaste mirándome, recreándote y sonriendo al ver lo que habías conseguido, al ver cómo me habías puesto.