Deseo

"Recuerda: somos dos patéticos tristes bebiendo solos en compañía."

La aguja del cuentakilómetros ya marcaba los 130Km/h, pero Clara no se había dado cuenta. Las lágrimas no dejaban de caer por su mejilla, y no veía más que la carretera, y casi ni eso. Lo justo y necesario para ir adelantando un camión tras otro, un coche tras otro. Hacía ya más de una hora que estaba conduciendo, pero no era consciente de ello. No había parado de llorar desde que salió. Y la aguja seguía subiendo, y ella no se daba cuenta.

Aquel día había salido de su trabajo antes de tiempo. Las horas extras acumuladas durante los últimos meses le habían proporcionado aquella tarde libre. Lo había estado planeando esa mañana cuando le informaron que se tomara la tarde libre. Así que, sin pensárselo dos veces, nada más salir de la oficina, se dirigió a su tienda de lencería favorita. Estuvo más de media hora recorriendo la tienda hasta que encontró un conjunto de encaje negro: un sujetador que realzaba su pecho y unas braguitas que marcaban su culo de una manera muy sugerente. Le costó una pequeña fortuna, pero se veía tan sexy con él que no le importó. A Juan le gustaría mucho. Aunque pensándolo bien, le duraría dos segundos puesto en cuanto la viera.

Aún tenía tiempo antes de que Juan llegara a casa, así que decidió aprovechar que le pillaba de camino el supermercado para hacer la compra. Pensaba pasarse toda la tarde en la cama, así que mejor hacerla antes. Recorrió con el carrito todas las secciones, hasta llegar a la sección de frutería. Compró un poco de cada cosa. Era temporada de fresas y allí, a su lado, tenían un expositor con botes de nata. “Qué típico”, pensó. Se iba a ir ya, pero en un último impulso echó al carrito un paquete de fresas y un bote de nata. “Será típico, pero me lo voy a pasar de puta madre”. La mente calenturienta de Clara ya estaba en marcha. A decir verdad, llevaba en marcha toda la mañana.

Pagó, metió las bolsas en su coche y salió del parking derecha a su casa, un modesto piso de dos habitaciones en un barrio residencial que había alquilado hacía tres meses con Juan, cuando, a sus 25 años y después de 5 años saliendo juntos, decidieron que ya era momento de irse a vivir juntos.

Subió en el ascensor y abrió la puerta de su casa. Normalmente nada más entrar por la puerta saludaba a su chico, que siempre llegaba antes que ella del trabajo. Pero aquel día no estaría en casa, y esa era la intención. Le iba a esperar tumbada en la cama, solo con su conjunto nuevo sobre su cuerpo. Nada más entrar por la puerta, oyó como una especie de zumbido. “Otra vez Juan se ha dejado encendido el aire acondicionado, qué desastre de hombre”. Pero según avanzaba por el pasillo, se dio cuenta de que no era un zumbido. La puerta del dormitorio estaba un poco entornada y de allí venía aquel ruido. Eran gemidos.

Al llegar a la altura del dormitorio, abrió la puerta. Y se quedó en shock. No era ningún zumbido del aire acondicionado. Eran gemidos. Sobre la cama, de espaldas a la puerta, Juan se estaba follando con fuerza a una rubia a cuatro patas. Por un segundo, no supo reaccionar. Veía cómo la polla de Juan entraba y salía del culo de la rubia a un ritmo endiablado, mientras, por entre sus piernas, veía cómo las tetas de la chica se bamboleaban adelante y atrás. Ellos aún no se habían dado cuenta.

Mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas, soltó de golpe las bolsas de la compra que aún sostenía en sus manos. El ruido de las bolsas sobre el suelo hizo que Juan volviera la cabeza, y de la sorpresa, su polla saliera del culo de la chica, justo en el momento en que se corría y llenaba de leche sus nalgas.

-       ¡Qué hijo de puta eres! – fue lo único que acertó a decir Clara, antes de darse la vuelta y salir por la puerta.

-       Clara, ¡espera! – gritaba Juan mientras salía corriendo tras ella por el pasillo – Puedo explicártelo.

Pero Clara no le oyó. O no quiso oírle. Se volvió a montar en el ascensor y pulsó el botón del parking de forma casi mecánica. Justo antes de cerrarse las puertas, pudo oir la voz de la rubia.

-       Déjala Juan, el daño ya está hecho. Vuelve aquí que te la ponga a tono de nuevo que yo aún no he terminado.

“Zorra asquerosa” pensó Clara. “Maldita zorra y puta asquerosa”.

Montó en su coche y salió del parking a toda velocidad. No quería dar tiempo a que Juan fuera tras ella. No quería verle. No quería oírle. Apagó su teléfono, porque sabía que la llamaría en breve. “En cuanto termine de correrse la zorra puta asquerosa” pensó.

Mecánicamente, sin pensar lo que hacía, y llorando, fue conduciendo hasta enfilar la autopista. Y ahí estaba. La aguja ya llegaba a los 150Km/h. Y ella, ya un poco más calmada y con los ojos rojos por las lágrimas, reaccionó cuando sonó el pitido del limitador de velocidad.  Redujo la velocidad hasta los 120Km/h. Lo que menos le apetecía ahora era tener que dar explicaciones a un agente de tráfico.

En su mente, seguía la imagen de Juan follándose por el culo a aquella rubia. Su polla entrando y saliendo, sus tetas bamboleándose, el sudor corriendo por la espalda de Juan, y aquel tatuaje en la nalga de la rubia. Hasta aquel momento no había caído en el detalle del tatuaje. ¿Dónde lo había visto? Una mariposa con las alas desplegadas posada sobre una flor.

Y de pronto cayó. El verano anterior, un fin de semana en un lago interior que había pasado con sus amigas, su chico, y los novios de algunas de ellas. Se lo había mostrado muy orgullosa: hacía un mes que se lo había hecho, y deseaba lucirlo. Y una conversación aquella misma noche mientras los chicos bajaban a por bebida y ellas dos se arreglaban en el baño.

-       Oye, Clara, estarás contenta, ¿no?

-       ¿Por qué lo dices?

-       Por Juan

-       Sí, la verdad es que estamos muy bien juntos.

-       No me refería a eso

-       No te entiendo

-       Oh, venga ya, Clarita. Tu chico está como un tren.  Y menuda herramienta gasta.

-       ¿Y tú que sabes?

-       Se le nota. Hoy al salir del agua se le ha pegado el bañador y se le ha marcado todo. Y aunque estaba “dormido”, no era pequeño precisamente.  Ni quiero pensar cómo será eso cuando despierte.

-       No seré yo quien diga nada…

-       Eso tiene que ser placer en estado puro. Tiene que llenarte toda cuando te la mete. Aunque para meterla por atrás tiene que doler un huevo. Pero también te tienes que correr a chorros.

-       ¡Pero qué guarra eres!

-       Vamos Clarita, no me vengas ahora con remilgos. ¿No me digas que nunca te la han metido por atrás?

-       ¿Pero tu te das cuenta de lo que me estás preguntando?

-       O sea, que no.

-       No, si así te quedas más agusto, tia cotilla.

-       Pues no sabes lo que te pierdes. Porque además, tienes un culito que cualquier tío soñaría con follarse.

-       Juan no es de esos.

-       Cariño, a todos los tíos les gusta petar un culo. Y a tu Juan también.

-       ¡Qué pesadita estás! ¿Eh?

-       Lo que tú quieras, Clarita – dijo mientras abría la puerta del baño – pero si Juan fuera mi chico, le pediría que me petara el culo todos los días.

-       ¡Guarra!

Marta. La guarra de Marta. La que creía su amiga. No su mejor amiga, pero sí una buena amiga. ¿Cuánto tiempo habría pasado desde aquella conversación hasta que se tiró a Juan? Porque seguro que la de hoy no era la primera vez.

Aunque en el fondo, tenía razón. Poco después de aquel fin de semana, mientras veían acurrucados en el sofá haciéndose carantoñas “El último tango en París”, en la famosa escena de la mantequilla, Juan se lo propuso como quien no quiere la cosa.

-       ¿Le está dando por el culo? – dijo Clara

-       Sí, eso parece.

-       Ahmm…

-       Sí, eso mismo está diciendo la chica

-       ¡Qué gracioso!

-       Es verdad, ha dicho eso

-       ¿Te estás poniendo cachondo? – dijo Clara al notar cómo la entrepierna de Juan crecía.

-       ¿Y qué quieres? Se la está follando

-       No sabía que te atraía el sexo anal.

-       Como a todos. ¿A ti no? ¿Nunca has pensado cómo sería?

-       ¿Me estás proponiendo darme por el culo?

-       Eso no estaría mal

-       Mira para la tele, anda – dijo Clara mientras le daba un pequeño puñetazo en el pecho.

Pero en su mente, pensaba “¿Y por qué no?”. Aquella misma noche, mientras hacían el amor fruto del calentón que tenían por la película, entre gemidos, se lo pidió:

-       Juan… quiero que me la metas por atrás…

-       Estás a cuatro patas nena, ¿qué crees que estoy haciendo?

-       Ahhh, no… pero por el culo… ahhhhh – dijo Clara entre gemidos.

A Juan le faltó tiempo para saltar corriendo de la cama a por el aceite de baño. Cuando volvió, se la metió de nuevo en el coñito, mientras comenzaba a embadurnar de aceite su ano. Juan comenzó a meter un dedo poco a poco, pero cuando ya casi estaba todo dentro, Clara se movió hacia delante dando un pequeño grito, haciendo que tanto el dedo como la polla de Juan salieran de sus correspondientes orificios.

-       ¿Te ha dolido?

-       No… pero es una sensación muy extraña. No me gusta

-       Tranquila cielo, no pasa nada.

Clara se tumbó de espaldas, y Juan se la volvió a meter de una estocada, haciendo que su espalda se arqueara al tiempo que él comenzaba a penetrarla a un ritmo rápido que hizo que se corriera dos veces antes de que Juan terminase en su interior y cayeran ambos rendidos. A Clara le quedó claro que tal énfasis de Juan era debido a la excitación de la sola idea de darle por el culo.

Era la única vez que lo habían intentado y el tema no había vuelto a salir, así que Clara ni se planteó volver a proponérselo.

Otro pitido la sacó de sus pensamientos y recuerdos. “Maldito cacharro nuevo, no hace más que pitar. ¿Qué te pasa ahora? Si he bajado el limitador a 120…”. El combustible, el coche había llegado a la reserva. Habían pasado dos horas de viaje y ni se había dado cuenta. Ya no lloraba, solo estaba triste.

Paró en una gasolinera, repostó y se dirigió a la cafetería. Pidió una tila y se sentó en una mesa mientras encendía de nuevo su teléfono. Tal y como esperaba, tenía no menos de 10 llamadas perdidas de Juan, así como otros tantos SMS. Los borró todos sin mirar nada y bloqueó su número en la agenda. Luego, llamó a su jefe para decirle que le había surgido un tema personal y tendría que ausentarse unos días del trabajo. Su jefe no puso problemas: era una buena trabajadora y tenía acumuladas vacaciones que tenía que gastar cuanto antes.

Conectó el GPS de su móvil, más que nada para saber dónde estaba. Con la rabia que había salido, ni se había dado cuenta dónde iba ni cuántos kilómetros había recorrido. Cuando se localizó en el mapa, una alerta le indicó que a poca distancia había una casa rural en un pequeño pueblecito. Accedió a la web, y pudo ver que el pueblo estaba enclavado en un valle, rodeado de vegetación, y que tenía un aspecto realmente encantador. Y la casa estaba disponible.

Marcó el número que aparecía en la web y en apenas 5 minutos ya tenía hecha la reserva. Toda una casa rural para ella sola. En realidad, no tenía más que dos habitaciones, salón, cocina y baño, pero contaba con una pequeña terraza en la que había un jacuzzi al aire libre. “Perfecto para olvidarme de todo” pensó.

Volvió a su coche y se puso en marcha de nuevo. Ya más relajada, volvió a ajustar el limitador de velocidad y condujo con calma. Ya no lloraba, la tila le había sentado bien, pero la imagen de Juan follándose a Marta seguía en su cabeza. “Y el muy hijo de puta se corrió en su culo al verme” pensó.

No se lo explicaba. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Había conocido a Juan en la universidad, el primer día de clase. Había llegado tarde a aquella clase, y el único sitio que quedaba libre era en la última fila, junto a Clara. Se había sentado atropelladamente y con ello, había tirado al suelo los apuntes de Clara. Disculpándose los había recogido y se los había entregado con una sonrisa. Al terminar la clase, la había invitado a un café, y se habían pasado toda la tarde charlando. Cuando se levantaron de la mesa de la cafetería, el café estaba frío.

Ambos tenían pareja por aquel entonces. No eran más que amigos, hasta dos años después, cuando Clara rompió con su pareja. La relación no iba bien, él se iba a otra ciudad y decidió cortar por lo sano. No se veía capaz de mantener una relación a distancia. No pasó una semana desde que se lo contó a Juan, cuando éste rompió con su novia. No tardaron ni dos días en acabar en la pequeña cama de Juan en su piso de estudiantes. Y hasta hoy.

¿Qué había salido mal? ¿Qué había pasado? Estaba claro que el físico no era. Clara era una chica guapa, aunque ella no se viera como tal. Alta, rondando el metro setenta y cinco, delgada, pelo moreno, piel clara y ojos verdes. Extraña combinación: ojos verdes en una chica morena natural, pero que le hacían tener un atractivo especial. Culito respingón, fruto de sus cuatro horas semanales de gimnasio, y, aunque no muy grandes, unas tetas bien puestas. Era lo que menos le gustaba de su cuerpo: sus tetas. Su talla 85 le parecía escasa, a veces le gustaría tener más. No obstante, cuando se veía desnuda delante del espejo, le parecía que todo estaba en su justa medida.

¿Se les habría acabado el amor, como decía la canción? No, no lo creía. Bueno, ahora sí. Pero hasta hoy, desde luego que no. Esas cosas se notan de un tiempo atrás, y ella no había notado nada extraño. Se querían, y se lo demostraban a diario. Y conocía muy bien a Juan: no era tan buen actor para demostrar su amor a diario si no lo sentía.

¿El sexo? No les iba mal en la cama. Habían probado de todo, fantaseado de mil maneras, hecho el amor en todos y cada uno de los rincones de la casa (de hecho, el mismo día de la mudanza no habían hecho otra cosa). No se aburrían. Follaban todos los días y hacían el amor, al menos una vez a la semana. Porque eso Clara lo tenía claro: una cosa es hacer el amor y otra follar. Y a ella le gustaban ambas. Juan la había complacido en todo y ella a él igual. Salvo en una cosa. No le había dejado follarle el culo. ¿Sería por eso? ¿Se lo habría contado a Marta y ella se ofreció muy voluntariosamente a dejarse petar el culo? Daba igual, se había follado a otra y punto. Daba igual por delante que por detrás, eso no se lo perdonaría nunca.

Acababa de llegar al pueblecito. Eran ya las nueve de la noche y comenzaba a oscurecer. Aún tenía tiempo de cenar algo, no había comido nada en todo el día y había quedado en presentarse en la casa rural a las diez. Paró en un pequeño bar que había a la entrada del pueblo, y pidió una cerveza y un pincho de tortilla. Cuando se lo sirvieron, se dio cuenta que para aquella gente un pincho no era algo para comerse de un bocado. Un cuarto de tortilla apareció en un plato ante sus ojos. Apenas comió la mitad, apuró la cerveza y se dirigió a la casa rural.

Una señora la esperaba a la puerta. Le entregó las llaves, y le indicó que si necesitaba cualquier cosa, solo tenía que acudir dos casas más arriba, que es donde ella vivía. Deseándole una feliz estancia, la mujer se alejó en dirección a su domicilio.

Clara volvió a su coche y abrió el maletero. “Mierda, no me había dado cuenta”. Con las prisas, no había hecho maleta ni nada. Allí solo estaban los triángulos de seguridad y la bolsa con el conjunto que se había comprado esa misma mañana. Se la debía haber olvidado al subir la compra. Cogió la bolsa y cerró su coche dirigiéndose a la casa.

Nada más entrar por la puerta, justo a la izquierda estaban los dormitorios. Al fondo, una cocina-salón y a la derecha el baño. De salón se accedía a la terraza en la que se encontraba el jacuzzi. Echó un vistazo a los dormitorios y decidió quedarse con el segundo. Además de ser más grande y tener cama de matrimonio, era más fresco y silencioso. Estaba amueblado de forma sencilla. Las paredes de piedra, sujetaban dos lámparas de forja. La cama, cuyo cabecero estaba hecho del mismo material, flanqueada por dos mesillas de roble. Detrás de la puerta, un armario para guardar la ropa.

Necesitaba una ducha. Tiró la bolsa con el conjunto encima de la cama y se desnudó, quedándose en ropa interior. Así, descalza, se dirigió al baño y reguló los mandos de la ducha. Mientras esperaba que se calentara el agua, se quitó las braguitas y el sostén, llenó el lavabo de agua y con un poco de jabón de manos los metió allí. Hasta el día siguiente por lo menos que no fuera a comprarse algo, se tendría que arreglar así. Luego, se metió bajo la ducha y se dejó empapar. El agua estaba buena, y sentía cómo se iba relajando poco a poco, mientras su pelo se mojaba y notaba caer el agua por sus hombros, sus pechos, hacía la curva de su culito y trataba de llegar a su entrepierna para luego caer por el sumidero.

Tras más de 15 minutos así, salió al dormitorio y se puso el conjunto de encaje que había comprado. No era su idea para estrenarlo, pero no tenía otra muda de ropa interior y, desde luego, Juan ya no lo iba a disfrutar. Pensó en meterse en la cama, pero la verdad es que no tenía sueño y no le apetecía acabar llorando de nuevo. Así que decidió vestirse y acercarse a un bar que había visto en la plaza. Una copa le sentaría bien.

En el bar había poca gente: cuatro señores jugando a las cartas, otros dos mirando y al fondo, en la barra, un chico elegantemente vestido. Demasiado elegante para estar en un pueblo. Nadie pareció reparar en ella.

Se pidió un gin-tonic (necesitaba algo fuerte) y, de forma inconsciente, sacó un paquete de tabaco de la máquina. Había dejado de fumar hacía 5 años cuando empezó con Juan, pero ahora, no sabía por qué, le apetecía. Con su copa y su tabaco, salió a la terraza y se sentó en la última mesa. Hacía buena noche. Encendió un cigarro y aspiró profundamente. “Dios, que bien sienta esto después de tanto tiempo” pensó. El cigarro no le duró ni cinco minutos. Se encendió otro y dio un trago a su copa. Ya con más calma, fumaba, bebía y miraba a la nada. Estaba relajada, y ya hacía un buen rato que no se acordaba de Juan.

A media copa, una voz habló a sus espaldas:

-       Da gusto sentarse en una terraza como ésta, disfrutar del silencio de un pueblo por la noche, mientras te tomas una copa, ¿verdad? Es casi… poético.

Clara se volvió y descubrió al chico que había visto antes en la barra. Estaba sentado en una mesa a su espalda. Fumaba distraídamente, dando largas caladas, y miraba al cielo oscuro. En la mesa, descansaba un vaso con hielos y whisky.

Le sonrió y volvió la cabeza. El chico se levantó de su mesa, tomó su copa y se acercó a la suya.

-       ¿Te importa si te hago compañía? No hay nada más triste que una chica bebiendo sola.

-       Ni nada más patético que un chico tratando de ligar con una chica que bebe sola. Adelante, siéntate. Seamos dos patéticos tristes bebiendo solos en compañía – dijo Clara.

-       Perdona si te he ofendido – dijo el chico sentándose -. No lo pretendía. Ni tampoco pretendo ligar contigo.

-       Tranquilo, discúlpame tú a mi, quizás he sonado borde. Un mal día.

-       En eso soy un experto.

-       ¿En qué?

-       En malos días.

Su respuesta le arrancó una sonrisa. La primera realmente sincera en todo el día.

-       Me llamo Clara

-       Yo Luis. Encantado.

-       Lo mismo digo.

Era un chico guapo, a decir verdad. Debía rondar los treinta, pelo moreno cortado a cepillo, pulcramente afeitado y, como ya había apreciado antes al verlo en la barra, elegantemente vestido: camisa blanca, pantalón vaquero negro y mocasines negros también. Todo de marca. Ese chico no se andaba con chiquitas, compraba lo mejor.

-       Y dime Clara, ¿cómo un mal día termina en un pueblo como éste?

-       ¿Y tú cómo sabes que he llegado hoy?

-       Me alojo en la casa rural enfrente a la tuya. Te he visto llegar hace una hora, cuando salía para el bar.

-       Chico observador.

-       Es difícil no fijarse en una chica como tú.

-       Y adulador además. ¿No decías que no querías ligar conmigo?

-       Eres guapa, eso salta a la vista. Otra cosa es que esté charlando contigo con intenciones libinidosas, que no es el caso. Si mis intenciones fueran otras que charlar contigo, créeme que ya te habrías dado cuenta. No se disimular.

-       Eso es cierto. A los tíos se os ve venir de lejos.

-       ¿Eso crees?

Clara lo miró a los ojos mientras daba un sorbo a su copa. Tenía una mirada penetrante. Pero no de esas que intentan desnudarte y quitarte la ropa con la vista. Su mirada iba más allá. Quería desnudarla, sí, pero no quería quitarle la ropa. Quería ver más allá. Pudo ver que el chico era sincero y no mentía. No pretendía ligar con ella. Pero había algo más. No sabía el qué, pero ella, que siempre cazaba a los chicos a la primera y sabía de que pie cojeaban, con Luis no consiguió ver nada.

-       Desde luego. Se os ve el plumero enseguida.

-       ¿Me lo has visto a mi? – dijo Luis sonriendo.

-       ¿El plumero o otra cosa? – dijo Clara sin pensar. Había salido a relucir su lado puteón, algo que solo ocurría cuando se encontraba agusto.

Luis estalló en una sonora carcajada, que hizo que Clara se contagiase de ella. Las copas se habían terminado, y Luis haciendo una seña al camarero a través de la ventana, encargó otras dos. Como si de dos autómatas se tratase, en silencio, encendieron un nuevo pitillo cada uno, y esperaron a que llegaran las copas. Sin saber qué la llevó a hacer eso, Clara levantó su copa invitando a Luis a brindar. Tomaron un sorbo y siguieron en silencio un rato más.

Fue Clara quien rompió ese silencio.

-       No, no te lo he visto.

-       ¿El qué?

-       El plumero. Normalmente calo a los chicos enseguida. Se ve si van con intención de echarte un polvo, darse un magreo o simplemente charlar. En ti no he visto nada de eso.

-       Simplemente charlar. Deberías mirarte esa vista.

-       No – dijo Clara riendo -. En ti hay algo más. Pero no se el qué. Es más, creo que ni tú lo sabes.

-       Es posible – dijo Luis dando la última calada y expulsando el humo hacia arriba con fuerza, y mirando a la nada pensativo.

Siguieron bebiendo y fumando en silencio. Clara se sentía agusto con Luis, no sabía por qué. Le inspiraba confianza.

El camarero se acercó para decirles que cerraban en 10 minutos, pero que la terraza no la recogía. Se podían quedar si querían. Clara encargó dos copas más al ver que se les estaban terminando.

Esta vez, fue Luis quien rompió el silencio una vez el camarero hubo cerrado el bar.

-       A las chicas también se os ve – dijo Luis

-       ¿El plumero?

-       No, el culo

Volvieron a estallar ambos en carcajadas. Clara ya no se sentía tensa, y la conversación estaba siendo entretenida.

-       No a todas – continuó Luis-. Pero sí a muchas.

-       ¿Y a mi?

-       A ti se te ve a la legua

-       Vaya, y yo que pensaba que era una chica introvertida y misteriosa.

-       Y probablemente lo seas. Pero los miradas hablan más que los labios. Y las tuyas gritan.

-       ¿Y qué dicen?

-       Que estás triste. Que te han decepcionado y que te han hecho daño. Que ahora mismo te encuentras sola y no me refiero en este pueblo sino en la vida. Que ahora mismo no confías en nadie. Que has llorado. Que quieres olvidar cuanto antes. Y que has salido deprisa y corriendo de donde quiera que vengas; tanto que no te ha dado tiempo ni siquiera a hacer una maleta con lo más básico.

-       ¿Eso último también te lo dice mi mirada? – dijo Clara muy sorprendida de que hubiera acertado en todo lo demás.

-       No, eso me lo dice que cuando te vi al llegar no había maleta en tu coche – dijo Luis con una sonrisa.

Clara sonrió y supo que podía confiar en Luis. Decidió en ese instante que quería contar a alguien todo lo que había pasado. En realidad lo había decidido hacía un buen rato, al inicio de la segunda copa más o menos.

-       Aún no he respondido a tu pregunta – dijo Clara.

Comenzó a hablar y le contó a Luis todo lo que había ocurrido aquel día. Sin omitir ningún detalle. No derramó ni una lágrima. Apenas habían pasado unas horas, pero ya sentía como si hubiera sucedido hace mucho tiempo, o como si le hubiera sucedido a otra persona. Luis la escuchó pacientemente, sin hacer ningún tipo de comentario, escuchando todo lo que ella decía, asintiendo de vez en cuando o instándola a continuar cuando Clara se detenía.

Cuando Clara terminó, las copas se habían terminado, y solo quedaban los hielos. Luis sacó una pequeña petaca del bolsillo trasero de su pantalón y sirvió dos copas de whisky sobre los hielos.

-       Chico precavido – dijo Clara

-       Dicen que vale por dos – respondió Luis.

Otra vez las risas. Y otra vez, mecánicamente, sacaron un pitillo cada uno, y al ir a coger el encendedor que estaba sobre la mesa, sus manos se rozaron. No se habían tocado en toda la noche, y Clara notó como una descarga eléctrica recorría su cuerpo. Cortada, retiró la mano y dejó que Luis le acercara el mechero. Encendió su cigarro y luego él el suyo.

Luis lo había notado. Sin duda. Clara tomó un trago de whisky, y fue cuando se dio cuenta. Luis se había distraído, y Clara, sin pensarlo, se movió a su lado y buscó su boca con ansia. Luis parecía sorprendido, pero correspondió enseguida. Se buscaron las lenguas con ímpetu, mientras ella le acariciaba los hombros y él la atraía hacia sí por la cintura. “Vaya, no se intenta propasar ni un pelo” pensó Clara.

Se separaron para tomar aire, y en ese momento Clara se sintió un poco cohibida.

-       Yo… perdona, lo siento… no se por qué… quizás tienes novia – dijo atropelladamente

-       Calla y ven aquí – dijo Luis volviendo a atraerla hacia él y posando sus labios sobre los de ella.

La puerta de la casa de Clara dio un sonoro golpe contra la pared cuando entraron besándose apasionadamente. Luis la empotró contra la puerta mientras su lengua jugaba dentro de la boca de Clara, y sus manos comenzaban a recorrer su espalda subiendo el top que llevaba. Ella, trataba sin éxito de quitarle la camisa a Luis. Harta, pegó un tirón rompiendo los botones y acariciando el torso desnudo de Luis. El chico se cuidaba, tenía unos abdominales bien marcados.

Cerraron la puerta, y antes de llegar al dormitorio, apenas a 3 metros, la camisa de Luis y el top de Clara yacían enredados en el suelo. Entraron al dormitorio sin separarse ni un milímetro. Los zapatos volaron Dios sabe dónde, a la par que los calcetines, que quedaron colgando como si tal cosa de uno de los barrotes de la cama.

Luis la empujó sobre la cama, pero antes de que pudiera tumbarse sobre ella y alcanzar sus labios, Clara lo empujó obligándolo a quedar de pie. Se puso de rodillas y le bajó los vaqueros y los bóxer, todo de una. Ante ella, la polla de Luis se erguía desafiante, perfectamente depilada, al igual que sus piernas. “Pues sí que se cuida bien, sí… menos mal que está empalmado, que sino pensaría que es gay” pensó Clara.

Clara agarró su polla y comenzó a pajearlo lentamente, mientras se mordía el labio inferior y miraba a la cara de Luis, que ya tenía un rictus de placer que le hacía cerrar los ojos. De vez en cuando, bajaba la mirada, y al encontrarse con esos ojos verdes, tenía que apartarla para no correrse en ese momento. En una de éstas, Luis vio como Clara hacía ademán de meterse la polla en la boca, y con dulzura la detuvo.

-       No tienes por qué hacer eso Clara… quiero que disfrutes…

-       Cállate tú ahora – dijo Clara mientras sus labios se posaban sobre el glande de Luis.

Comenzó poco a poco a chupar cada vez más, tratando de engullirlo entero. No es que Luis tuviera una polla excesivamente grande. Al agarrarla, su pequeña mano casi llegaba a cerrarse, y en longitud, casi la cubría con dos manos. El problema es que ella tenía una boca pequeña. Se la sacó de la boca, y comenzó a pajearle mientras con la lengua la recorría de arriba abajo. Volvió a metérsela en la boca y apoyando sus manos en los muslos de Luis, comenzó a chuparla con más ahínco. En un arrebato, no sabía por qué, Clara agarró la mano libre de Luis y se la puso sobre su cabeza. Quería que él le imprimiera el ritmo.

Con la primera arcada, Luis soltó su mano, y Clara se sacó la polla de la boca mientras su mano retomaba la tarea. Por la comisura de sus labios, se escapaba un poco de saliva mezclada con líquido preseminal. Luis bajó la mirada y se encontró de nuevo con esa mirada de Clara. Una mirada pervertida. Si seguía así se iba a correr enseguida.

La agarró por los brazos y la levantó del suelo, besándola nuevamente. La fue empujando poco a poco hasta que quedó tumbada en la cama. Se escapó de sus labios y fue recorriendo poco a poco su cuello, besando todos y cada uno de los  poros de su piel. Una mano de Clara se dirigió a la polla de Luis, la agarró y comenzó a pajearle de nuevo, pero Luis no la dejó. Le agarró ambas manos y se las puso por encima de la cabeza, mientras sus labios seguían bajando, rodeando el pecho aún cubierto por su sujetador de encaje hacia su canalillo.

Soltándole las manos, siguió bajando por su estómago, recreándose en el ombligo de Clara que lucía aquel piercing que aún no recordaba porqué se lo había hecho. Luis parecía haber acampado allí, pero no así sus manos. Ya habían desabrochado sus vaqueros, y estaban, poco a poco bajándolos hacia sus rodillas. Cuando su boca llegó a la altura del pubis de Clara, la besó por encima de las braguitas, alrededor del clítoris tapado por aquel fino encaje, pero sin llegar a él. Pudo notar la humedad que salía del coñito de Clara y traspasaba las braguitas. Dio unos lametazos sobre la zona húmeda y siguió bajando por las piernas de Clara.

Se puso de pie, y de un tirón, le arrancó los vaqueros. Se quedó así, mirándola, por un momento. Su polla seguía dura, pero ella, Clara, estaba hermosa. Su pelo negro y su conjunto de encaje destacaban sobre las sábanas blancas entre las que parecía camuflarse el resto de su cuerpo.

-       Precioso conjunto

-       ¿Y a qué esperas para quitármelo?

No necesitó más. Agarró las braguitas por los laterales y de un tirón salieron volando por las piernas de Clara, acabando colgadas de la lámpara. Acariciando sus piernas, llegó a su sexo e instintivamente, Clara separó sus piernas, descubriéndole a Luis un apetitoso coñito coronado por un pequeño triángulo de vello. Luis acercó su boca al coñito de Clara y antes de dar el primer lengüetazo, aspiró profundamente por su nariz el olor. El mejor perfume no tenía comparación con aquello.

Comenzó a chupar el clítoris de Clara, mientras dos dedos se perdían en la humedad de su coño. Clara se estaba retorciendo de placer, tanto que Luis tuvo que usar su mano libre para sujetarla por el estómago contra el colchón. Sus dedos seguían entrando y saliendo cada vez más rápido mientras la lengua se movía sobre su clítoris. Luis levantó la vista por un momento y pudo ver cómo Clara tampoco se había quedado quieta. Ya le había ahorrado el trabajo de quitar el sujetador y desde su perspectiva pudo apreciar como se erguían sus preciosos pechos, coronados por unos pezones duros como piedras que Clara pellizcaba sin cesar.

Luis volvió a bajar la vista, y pudo notar como Clara comenzaba a convulsionarse. Aceleró un poco más sus dedos entrando y saliendo del coñito, y justo cuando notó que Clara estaba a punto de llegar al orgasmo, los sacó de repente y dio un lametón de abajo a arriba a su coñito, terminando con una leve caricia de la punta de su lengua sobre su clítoris. Eso fue el culmen para Clara. Se corrió entre espasmos de sus piernas y un mar de flujos que salían de su coñito y resbalaban derechos a su culo y a las sábanas. Pegó un último grito y se estiró en la cama, rendida. Sus manos amasaban cada una de sus tetas, lentamente.

-       Ni te pienses que he terminado, Clarita

-       Eso espero… ummmmmm – dijo Clara mientras Luis comenzaba a comerse sus tetas.

Se las estaba comiendo como nunca se las había comido ninguna de sus parejas. Todos se iban tirados al pezón, pero Luis no. Con su lengua, fue pasando haciendo círculos desde la base del pecho hasta el pezón, al cual dio un chupetón y un pequeño mordisco al llegar. Repitió la misma operación con la otra teta, pero esta vez lo acompañó con una mano en el coñito de Clara, que volvía a estar húmedo como nunca.

Subió nuevamente por su cuello y terminó buscando su boca, mientras se iba colocando sobre Clara. Le dolía la polla horrores, quería follársela ya. En ese momento, cuando Clara notó la punta de su polla en la entrada de su coñito, le detuvo suavemente.

-       Espera Luis, un momento

-       ¿Qué pasa? ¿Quieres que pare?

-       Sí… o sea no… Ahhhhhh – Luis estaba pasando su glande arriba y abajo sobre su coñito.

-       ¿Entonces?

-       Quiero que tú… - no sabía cómo decirlo -. Quiero que seas… - su mano agarró la polla de Luis y le pajeaba suavemente-. Necesito…

-       ¿Qué? – dijo Luis apremiándola, pero con ternura y suavidad.

-       Quiero que me folles el culo – soltó por fin Clara.

-       Pero… si me has dicho que a ti no… - Luis estaba confundido.

-       Lo se… pero ahora quiero probarlo. Quiero que seas tú el primero que me la meta por atrás… Y quiero que la primera vez entre nosotros sea por atrás… Y no preguntes, que ya sabes por qué… Ahhhhh – la polla de Luis seguía rozando su coñito con la punta-. Eso no te lo ha dicho mi mirada ¿eh? – dijo Clara en tono juguetón.

Clara levantó un poco más las piernas, elevando así su culo. Siguió pajeando a Luis lentamente mientras extendía los flujos de su coñito hasta su culo. Luis estaba a reventar. Acercó su mano a la entrepierna de Clara y mojando sus dedos los acercó a su ano, extendiendo los flujos por allí. Cuando intentó meterle un dedo, Clara le detuvo nuevamente

-       No… la polla directamente…

-       Pero te va a doler mucho

-       No importa, será un momento… solo mójala bien…

Luis sabía que estaba en sus manos y que no le podía negar nada que ella le pidiera. Y menos en ese momento. Empapó su polla con los flujos de Clara tal y como ella le había dicho. La agarró con su mano derecha y la apuntó al ano de Clara, mientras ella le miraba con cara de vicio y se separaba los cachetes con las manos.

-       ¿Lista? – preguntó Luis con su polla justo en la entrada

-       ¡Métemela! – respondió Clara tras respirar hondo

Luis fue haciendo presión poco a poco sobre el ano de Clara. Poco a poco, su esfínter comenzaba a ceder y Luis notó como aprisionaba su glande. Se detuvo un momento, pero ante una indicación de Clara, continuó empujando. De repente, su glande se deslizó suavemente quedando entero dentro del culo de Clara. Ella le puso una mano en el estómago instándole a detenerse un momento, mientras respiraba entrecortadamente. Luis posó una mano sobre su pubis y comenzó a acariciar con el pulgar el clítoris de Clara.

Cuando Clara retiró la mano del estómago de Luis, éste volvió a empujar un poco. Un rictus de dolor se dibujó en la cara de Clara, así que Luis se detuvo nuevamente e incrementó el movimiento de su pulgar. Pero ella no estaba dispuesta a detenerse, así que en un arranque, agarró a Luis por los glúteos y lo atrajo de golpe hacia ella, haciendo que toda su polla entrara en su culo.

-       Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh – gritó Clara con una mezcla de dolor y placer

-       ¿Estás bien? ¿Quieres que la saque?

-       ¡Estoy en la gloria! ¡Como la saques te mato! Espera un momento.

La mano de Luis seguía torturando el clítoris de Clara, y ella se llevó las manos a las tetas y se pellizcó los pezones.  Luis viendo que se había relajado y notando que estaba disfrutando comenzó a bombear lentamente. Tras un par de minutos de lento bombeo, notó como Clara se convulsionaba nuevamente. Arqueó su espalda, soltó un profundo gemido y de su coño comenzaron a manar flujos como si de una fuente se tratara. Ante tal cantidad de flujo, la polla de Luis se resbaló del culo de Clara saliendo de él.

-       ¡Métemela otra vez! – dijo Clara entre jadeos-. Pero de golpe, quiero sentirla bien.

-       A sus órdenes, mademoiselle

Luis agarró su polla otra vez, y la apuntó al ano de Clara. Dio un golpe de caderas y su polla desapareció por completo en el culo de Clara, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco. Luis comenzó a moverse poco a poco aumentando el ritmo progresivamente. Estaba a punto de correrse, pero quería brindarle a Clara un nuevo orgasmo. Agarrando sus piernas y alzándolas, comenzó a mover rápidamente sus caderas. Clara, a pesar de haberse corrido hacía poco, seguía emanando flujos que caían sobre la polla de Luis, lo cual ayudaba a la lubricación.

Luis seguía a un ritmo verdaderamente rápido. Su polla aparecía y desaparecía del culo de Clara, dura y brillante por los flujos. Notó como Clara, con una mirada pícara, contraía los músculos del ano aprisionando así la polla de Luis, apretándola más. Luis comenzó a notar los espasmos de su orgasmo, y con voz entrecortada se lo dijo a Clara.

-       Me… voy… a correr…

-       Córrete dentro, por favor, ahhhhhhhhhhhh – dijo Clara entre gemidos de placer.

De repente, el ritmo que marcaba Luis se redujo bruscamente, y con un par de movimientos de cadera más, lentos pero fuertes, notó como a lo largo de su polla salía la leche dentro del culo de Clara. Ella también lo notó. Notaba cómo aquella polla estaba entera dentro de su culo, y como la leche caliente la inundaba por dentro. Pudo notar uno, dos, tres potentes chorros. Luis se retiró un poco, y sin sacarla del todo, dio un empujón más. Otro chorro de leche salía hacia el culo de Clara. Repitió esta operación otra vez más, y se quedó quieto un momento. Jadeaba. Clara estaba a punto, lo podía notar en su cara. Sacándola casi del todo, hasta ver aparecer su glande, dio un último empujón metiéndosela a Clara hasta el fondo. Justo en el momento en que notó como el último chorro de semen salía de su polla, cayó sobre ella, aprisionándola contra la cama, y notando como se contraía su culo. Sus piernas en el aire convulsionaban, y de su coño manaban más flujos.

Clara despertó a la mañana siguiente bastante tarde. No sabía qué hora era, pero el sol ya entraba a raudales por la ventana. Notó la suave tela de la sábana sobre su piel. Era agradable. Giró la cabeza y no encontró a Luis. Por un momento pensó que todo había sido un sueño, que Luis no existía y que se había quedado dormida nada más llegar a aquella casa rural. Sus braguitas de encaje colgadas de la lámpara de la pared y su sujetador en medio del suelo le confirmaron que no había sido un sueño. En la mesilla, había una nota escrita a mano:

“Hay una cosa que me decía tu mirada y que no te conté anoche. Algo que al final no hizo falta mencionar, porque se hizo realidad. Deseo. Un profundo y oculto deseo que se materializó en esta cama en la que estás ahora. Te dije que no pretendía ligar contigo y era cierto. No lo pretendía porque sabía que me deseabas. ¿Quizás sea eso lo que veías en mi y no sabías qué era? Es posible. En cualquier caso, sea o no, espero que vuelvas a verlo. Recuerda: somos dos patéticos tristes bebiendo solos en compañía.

Luis

P.D. No pienses que me he largado sin más. Aún tengo que darte lo tuyo. Otra vez. O las que haga falta. He ido a anular mi reserva enfrente para pasar la semana aquí contigo. Volveré con el desayuno. ¿Me esperarás?”

Sonrió como una colegiala. Tenía los músculos agarrotados. Se puso en pie y estiró nuevamente los brazos hacia arriba poniéndose de puntillas. Sus músculos se estiraron. Notó como un líquido recorría sus muslos en pequeños regueros saliendo de su culo. Se llevó la mano a tan noble parte y recogió con los dedos dicho líquido. Lo observó y constató que se trataba de la leche de Luis.

Una nueva sonrisa de satisfacción se dibujó en su cara. “La próxima vez no se va a desaprovechar así, eso seguro” pensó mientras se llevaba los dedos a los labios y lo saboreaba camino del baño. Necesitaba una ducha.