Desenfreno en la discoteca
Mi chico y yo, una noche, alcohol vestido y escote, desenfreno, sexo, y vicio... que mas se puede pedir? miradas lujuriosas y tocamientos? tambien hay...
Lo primero que voy a hacer es situaros en el lugar en el que me encontraba.
Era un pub de noche de una de las mejores zonas de Madrid, en el barrio de Salamanca, y esa, aunque no lo supiéramos, iba a ser nuestra noche.
Habíamos salido como pareja. Una pareja que aunque desde fuera podía dar la sensación de no serlo, llevaba 6 años saliendo.
Soy una chica de pelo castaño oscuro, rizado, y largo que contrasta con el azul claro de mis ojos. Mis facciones son dulces e inocentes, pero mi cuerpo es de mujer. Pecho grande, redondeado y natural, acompañado de unos brazos finos y firmes. Mi cintura se estrecha poco a poco desde el pecho hasta el ombligo, para ensanchar en la cadera y dar lugar a un cuerpo lleno de curvas.
Llevaba una camisola de verano que me tapaba únicamente hasta la parte superior de la pierna, y además, los botones que abrochaban la prenda con la finalidad de tapar el pecho, no cumplían del todo su función, con lo que el escote que asomaba entre la tela, no daba mucho lugar a la imaginación.
Las botas que cubrían mis pies eran planas, y los demás abalorios que llevase ese día, pasarían totalmente desapercibidos.
Comenzamos con una copa cada uno, caras por cierto, así que no tenía pinta de que fuéramos a consumir mucho mas, pero el calor de aquella pista de baile, hizo volar la consumición.
Estábamos al fondo del local, éste tenía forma rectangular y una columna en medio, y además, en dos de los lados, había una barra de pared a pared que podrían formar una L, si no fuera porque la puerta quedaba en medio de la misma.
El resto del rectángulo lo rellenaba la gente bailando y a medida que avanzaba la noche todos estábamos mucho más juntos.
El tiempo pasaba, el calor aparecía y la sed aumentaba, así que decidimos pedir otra copa. No somos una pareja acostumbrada a beber, y terminarnos el alcohol más o menos rápido, nos hace más efecto de lo normal.
Los chicos no pasaban por alto mi ropa. La camisa de escote pronunciado cumplía a la perfección el efecto deseado, y mi chico se daba cuenta perfectamente.
Yo bailaba, daba vueltas, y me movía queriendo atraer las miradas curiosas de aquellos que se atrevían a comerme con los ojos.
Al contrario de lo que podría parecer, él se sentía bien. Estaba acompañado por una de las chicas más atractivas del local aquella noche.
Cada grupo de chicos que bailaba alrededor tenía en la mirada el deseo de bailar conmigo, y él no se habría sentido tan bien, si el deseo de bailar no se hubiera convertido poco a poco en ganas por tenerme.
Aprovechaban todos aquellos espacios de los que se podían valer para pasar cerca de mi cuerpo y rozarlo de una manera descarada, dentro de la normalidad que la noche puede proporcionar. Pero él quería más.
Necesitaba ir al baño, y se lo dije, así que me pidió algo.
A medida que me acercaba a la entrada del baño, las miradas me seguían por donde iba. El recorrido que éstas hacían comenzaba siempre en el escote, donde se detenían más o menos en función del alcohol que llevaban en sangre aquellos de los que eran dueños los ojos.
Después descendían por la cintura y cadera que no se marcaba demasiado por la camisola que llevaba, así que eran las piernas lo que volvían a examinar con detenimiento. Exprimían los pocos segundos de los que disponían hasta que pasaba los grupos de gente que se interponían entre el servicio y yo.
Me desnudaban a cada paso, comentaban con sus amigos, e incluso se atrevían a pedirme un baile, una foto u ofrecerme una copa.
Pero no tenía tiempo para esas cosas. Tenía algo que hacer.
Por fin llegué al baño. Como todos los servicios de todos los locales del mundo, tenía más mujeres en la puerta de las que podía acoger, así que me puse a hacer cola a la entrada de las puertas de los servicios para los dos géneros.
Cada chico que pasaba me examinaba de una manera más o menos tímida, o más o menos agresiva, y aunque eran pocos los que se atrevían a hablar conmigo, alguno sí que lo hacía.
Recuerdo uno de ellos. Era alto, y bastante normal físicamente, ni mucho ni poco. Pero me ofreció de una manera poco común, la oportunidad de una velada agradable para disfrutar de su compañía, me imagino que acompañada de alguna copa. Yo me reí, y de una manera muy coqueta y provocativa le di las gracias y negué su invitación. Él pareció quedar decepcionado y quiso insistir justo en el momento en el que mi chico aparecía por allí con mi misma intención, así que aproveché para jugar un poco con sus celos y mi propia fantasía de sentirme deseada.
Coqueteaba sin ser suelta, le insinuaba partes de mi cuerpo sin que se diera cuanta de mis intenciones, era todo lo accesible y encantadora que podía ser sin dar pie a futuros próximos.
Mi chico me miraba desde el baño de caballeros. Estaba disfrutando con aquella escena. Se le veía poderoso. Su mirada describía una sensación de satisfacción plena al pensar que por muchos pensamientos lujuriosos que se le pasaran a aquel Don Juan por la cabeza o a mí misma, mis fantasías estaban todas dirigidas a él.
Me movía dibujando placer en aquel escenario. Mi forma de colocarme el pelo, parpadear, sonreír o hablar, era sensualidad y sexo. Mi chico lo sabía, yo lo sabía, y solo pensábamos en el después, en aquella habitación de hotel en la que nos alojábamos esa noche y el momento de perdernos en aquellas sábanas los dos desnudos y sedientos de orgasmos deseados desde el momento en el que entramos en aquel local y todas las miradas me atravesaron.
Aquel momento terminó cuando mi chico salió del baño y me miró indicándome que yo había ido allí a cumplir un mandato.
La cola que salía del cuarto de las chicas se había deshecho entre tanto coqueteo y me tocaba entrar. Excusa perfecta para decirle a aquel chico que no podía esperar mas.
Entré en el servicio y cumplí mi misión. Me subí la camisola y me relajé. Allí estaba yo, detrás de la puerta que separaba mi habitáculo del resto del baño y en el que tenía por fin intimidad. Me coloqué de pie, con las piernas entreabiertas y me masturbé entre conversaciones insulsas, retoques de maquillaje y tacones que entraban y salían. Me bajé del todo el tanga y conseguí quitármelo sin rozar una sola parte de mi cuerpo contra aquellas paredes que antes habían tapado a otras chicas. Lo guardé en el bolso y volví a tocarme de nuevo, lo suficiente para calentarme, pero sin llegar al orgasmo tan anhelado.
De pronto dejé de hacerlo porque pensaba que no aguantaría mucho más.
Salí del baño con las manos limpias dispuesta a entregar mi tanga en prueba del mandato que me habían encomendado.
Cuando se lo entregué a mi chico me miró con unos ojos que nunca olvidaré, me preguntó si lo había hecho y al contestar en afirmativo noté como la temperatura de su cuerpo se disparaba. Me cogió de la cintura y me apretó contra su cuerpo. Comenzamos a bailar como no lo habíamos hecho hasta ese momento, con todas las miradas que eso conllevaba. Es cierto que nadie bailaba como nosotros, pero también es cierto que ninguna chica dejaba entre ver tanto como yo, así que la razón de ser el centro de atención, eran más bien la abertura de mi escote y el largo de mi camisola.
Cuanto más me miraban mas se ponía él. Cuanto más me deseaban, más poderoso y excitado de sentía, y eso a mi no hacía otra cosa más que deducirme, así que todo era un circulo vicioso, en todos los sentidos.
De repente me dio la vuelta y empezamos a bailar apretados. Mientras resoplaba su aliento en mi nuca yo notaba perfectamente su sexo en mi culo, entre los que sólo se interponían una cremallera y una camisola, así que no nos pareció ropa suficiente como para dejar pasar esas ganas de placer que solo la penetración puede calmar.
Se bajó la cremallera del pantalón, y así lo hicimos.
Estábamos rodeados de mucha gente, nadie sería capaz de darse cuenta de aquella escena si no ponía mucha atención, así que decidimos seguir adelante.
El morbo del lugar lleno de gente, y las ganas que habíamos aguantado toda la noche, nos hacía fácil aquella reacción. Estábamos muy excitados, me estaba penetrando una y otra vez, me tocaba las piernas y la cadera durante aquel baile sexual, y me pellizcaba los pezones con disimulo cuando se aseguraba de no ser visto, cosa que era bastante complicada por estar a la altura de todos.
Pero de pronto empezó a ser demasiado, el ambiente y nosotros mismos desprendíamos cada vez más calor, entre caricias, besos en el cuello y apretones en la piel húmeda y sensible, así que decidimos terminar lo que habíamos empezado en la habitación de hotel.
Nos separamos, se colocó la cremallera en su sitio de forma disimulada, y nos fuimos hacia la puerta.
Mi cara de placer detectaba todos aquellos ojos que seguían mi cuerpo medio desnudo y les correspondía con los ojos llenos de sexo con los que miraba. Eso producía en ellos lujuria y tensión sexual, y mi chico creía estallar de placer.
Yo iba delante abriéndome paso entre la multitud y él me seguía con cierta distancia para poder captar a todos aquellos depredadores de mi cuerpo con los que me podía enfrentar en el camino hacia la puerta.
El pelo alborotado y la camisa fina que me tapaba, atraían también las manos de los más atrevidos que conseguían alcanzarme con rapidez las piernas, pero solo uno fue el que se coronó, el que con cara de asombro tocó aquello que nunca pensó conseguir.
Para cuando lo quiso comentar con sus amigos yo ya había pasado, pero fue mi pareja el que recibió de manera indirecta todos los comentarios sucios y bastos dirigidos hacia mi cuerpo y en particular mi culo.
Sólo consiguió llenarse de celos y pasión, y explotar en aquella habitación del hotel en brutalidad y sexo sin control del que disfrutamos durante toda la noche.