Desenfreno con mi hijo
Cuando las cosas llegan a un punto sin retorno es bueno saber decir basta.
Desenfreno con mi hijo.
Soy una mujer de 43 años y los que no han leído mis relatos anteriores deben saber que desde hace dos años mantengo relaciones incestuosas con Luis, mi hijo de 21 años. A quien le interese saber como empezó esto le recomiendo la lectura de mis dos relatos anteriores: "Mi hijo estudia bellas artes" y "Mi hijo estudia bellas artes (2)" que podrán encontrar en este mismo sitio. A quien no le interese el tema deje de leer y por favor no me califique mal el relato. Hay un lector que comenta que le enferman este tipo de relatos, pero se nota que no se pierde ninguno.
Cuando todo esto empezó yo me sentía muy sola y falta de cariño, lo que seguramente me llevó a entablar esta relación con mi hijo adolescente y no es que pretenda disculparme ante los lectores, pero es la pura verdad. Luego de aquella primera vez que ya relaté en mis escritos anteriores, comenzamos a hacerlo dos o tres veces por semana. Al principio con un poco de vergüenza, con ciertos recatos de mi parte, con mucho entusiasmo de parte de Luis y con mucho de culpas por parte de ambos, pero al cabo de un mes o dos, todo comenzó a ocurrir más naturalmente. Entonces caímos en una especie de desenfreno total que aún hoy me extraña, me excita y me avergüenza recordarlo.
Todo comenzó un día en que lo hicimos por la mañana y luego lo repetimos por la noche. A partir de ese día comenzaron los juegos y las perversiones. Yo me paseaba desnuda por la casa provocando a mi hijo y él me perseguía por todas las habitaciones con su pene erecto hasta que todo terminaba en la cama, en el piso, sobre la mesa, en el baño, con su cosa enorme en mi hambrienta vagina. Ya no medíamos recato ni vergüenza.
El se sentaba en una silla con su aparato apuntando al techo, me obligaba a sentarme sobre él y fornicándome me hacía hablar por teléfono con una amiga, con el director de mi escuela, con mi hermana y una vez hasta con mi propia madre. Le deleitaba besarme, manosearme y cogerme mientras yo trataba de hablar como si no pasara nada. Una amiga me dijo una vez:
- Se te nota agitada. ¿Estuviste subiendo las escaleras?
Una tarde se había vestido para salir. Estaba muy elegante ya que esa noche tenía que asistir al casamiento de su mejor amigo. Se despidió con un beso en la mejilla y en ese momento pienso que se excitó al verme con la bata entreabierta. Se sentó en el sillón del living y me dijo en un tono imperativo que hasta entonces no le conocía:
- Mastúrbate.
Yo pensé que estaba bromeando ya que se estaba yendo, así que sonreí sin hacer caso a lo que me estaba pidiendo. Ante mi indiferencia se levantó bruscamente, me arrancó la bata dejándome desnuda, parada frente a él y me empujó sobre el sillón, diciendo:
- Mastúrbate que quiero verte como lo haces. Hazlo para mí.
Debo decir que sus palabras y la situación me excitaron, así que comencé a hacer lo que me pedía, mientras él, en susurros, me daba indicaciones:
- Tócate los pezones. Moja tus dedos y mételos profundo. Tres dedos ahora. Cuatro. Hazlo más rápido. Piensa que tienes un pene dentro. El mío o el de cualquiera. Levanta las piernas y muéstrame como gozas. Ahora cierra las piernas y no te toques más. Ábrelas ahora. Sigue despacio. Ahora rápido de nuevo sobre tu clítoris. Así. ¿La quieres? Pues hoy no la tendrás. Goza, termina.
Debo decir que yo estaba como loca. Mi excitación ya estaba descontrolada y finalmente tuve un orgasmo seguido de otros dos más cortos, hasta que quedé exhausta, temblando, con mis cabellos sobre mi cara sudorosa y mojada sobre el sillón. En ese momento pensé que él se desnudaría y me cogería, pero se levantó sonriendo y dándome un dulce beso en los labios se fue sin decir palabra. Yo quedé con mis piernas abiertas y mi boca más aún por la sorpresa de lo que acababa de ocurrir. Debo decir que sentí como si me hubieran violado. A partir de ese momento se planteó entre nosotros una situación tácita de dominación sobre mí que ambos disfrutábamos.
Dos días después me propuso traer para el sábado a una noviecita que tenía y sin que ella advirtiera mi presencia en la casa hacerle el amor para que yo lo viera. Me pareció una locura pero luego, de a poco, fui aceptando la situación que me proponía y me encontré aportando ideas para hacerlo más excitante. Estábamos muy locos en esos días.
Finalmente llegó el sábado. Antes que llegaran me retiré a un departamento que tenemos al fondo de la casa y me puse a ver televisión comiéndome las uñas de impaciencia por ver que sucedería. La música sonaba fuerte desde el living Se oían risas y luego largos silencios. Habíamos acordado con Luis que cuando él la llevara a Violeta a la cama, así se llamaba la morenita preciosa de 18 años que noviaba con él, me haría sonar una vez el timbre del teléfono celular. La idea era que yo me acercara silenciosamente a la puerta de su habitación que estaría entreabierta para que pudiera apreciar el espectáculo. A cada rato yo miraba mi teléfono esperando ansiosa la llamada. Como a la una de la madrugada sonó una vez.
Descalza para no hacer ruido me dirigí a la casa y luego por el pasillo a la puerta del cuarto de mi hijo. El pasillo estaba a oscuras y la luz del cuarto estaba encendida así que no era posible que ellos me vieran. La pareja se encontraba parada al lado de la cama. Violeta, deslumbrante con sus dieciocho años, estaba en bombacha y Luis trataba de sacarle la remera. Los pechos morenos de Violeta aparecieron como queriendo escapar de su corpiño lo que me causó un poco de envidia. Se besaban apasionadamente y las manos de ambos exploraban sus cuerpos. Pronto estuvieron desnudos sobre la cama y podía escuchar claramente los gemidos de Violeta. También podía apreciar claramente el pene erecto de Luis y solo atinaba a pensar que yo también lo quería. El todavía no la había penetrado pero mi mano ya estaba sobre mi almeja húmeda y dilatada. De pronto él se levantó y le dijo:
- Espérame Violeta que he sentido un ruido en el patio. No te muevas de aquí.
Yo sin saber que hacer me metí silenciosa en mi habitación y al momento se apareció Luis. Estaba desnudo y su pene era un mástil en movimiento. Lo miré asombrada y me preguntó en un susurro al oído:
- ¿Estás caliente? Le respondí asintiendo con la cabeza.
Sin decir más me apartó la bombacha y me introdujo su miembro de un solo empujón. Emití un gemido sordo y lo dejé hacer. Estábamos parados así que la posición era incómoda y su pene no se introducía totalmente lo que nos excitaba más aún. Esto no duró más de treinta segundos. El la sacó, me sonrió y antes de retirarse a su habitación me dijo:
- Sigue mirando que ya volveré.
Yo lo seguí por el pasillo y lo vi arrojarse sobre Violeta. Ella no preguntó nada abrió sus piernas cedente y Luis le introdujo su miembro comenzando a cogerla suavemente mientras se ocupaba de sus pezones. Desde mi punto de vista podía ver cómo las nalgas musculosas de mi hijo subían y bajaban sobre Violeta que gemía de placer. Luego de un rato él le hizo dar la vuelta y la puso en posición del perrito. Ella tenía la cara hacia la pared por lo que Luis podía dar vuelta la suya hacia dónde yo estaba, para mostrarme su lengua con la que tantas veces me había dado placer. De pronto hizo nuevamente lo anterior. No sé qué le dijo a su novia, se levantó vino nuevamente hacia mí.
Esta vez yo lo esperé al lado de la puerta y cuando salió lo tomé de su pene y lo arrastré hacia mi cuarto. Quise recostarme sobre la cama para facilitar la penetración pero no me lo permitió y en posición de parados introdujo nuevamente su miembro en mí. Yo pude sentir los fluidos de Violeta en su pene que se deslizaba con gran facilidad pero no se introducía totalmente por la posición en la que estábamos. Yo inclinaba mi cuerpo hacia delante tratando de lograr una mayor penetración pero todo era en vano, su pene siempre quedó a medio camino lo que me desesperaba y seguramente esa era la intención de Luis mientras me murmuraba palabrotas al oído.
Sería largo de contar pero esto sucedió dos o tres veces más. La maratón sexual que veníamos teniendo en esos días me hace pensar que mi hijo podía contener su eyaculación cuanto quisiera. Claro lo habíamos hecho esa misma mañana. Y en cuanto a mí sucedía lo mismo, a pesar de mi calentura no estaba demasiado ansiosa por hacerlo terminar en mi interior. Al cabo de un rato pude ver que los chicos tenían su orgasmo. Sonreí y me alejé hacia el departamento del fondo. A la mañana siguiente Violeta se había ido.
El juego de la dominación continuó y lo que relataré a continuación fue lo que me hizo tomar cierta determinación respecto a esta relación con mi hijo.
Un viernes me propuso que el sábado por la noche saliéramos a una disco que inauguraban en una ciudad vecina a cuarenta kilómetros de la nuestra. Pero su propuesta fue que yo fuera disfrazada de prostituta y que actuara como tal. Como siempre yo me opuse al principio porque me pareció una locura, pero al cabo de unas horas de su insistencia ya estábamos pensando mi vestuario y ensayando como actuar. El sábado saqué del fondo del placard una minifalda blanca que hacía años que no usaba. Al probarla observé con sorpresa que ajustaba pero calzaba bien, dejando mis muslos morenos al descubierto. Bien ajustada también. Mi atuendo lo completé con unos zapatos negros de tacos aguja que destacaban mis pantorrillas y un "top" que cubría sólo mis pechos sin sujetador dejando mi vientre y parte de mi espalda desnudos. Cuando me miré en el espejo pensé: ¡Yo no puedo salir así! Pero luego tomé coraje recapacitando que iríamos a una ciudad extraña y nadie me conocería, además lograría que Luis se pusiera como loco. Completé el atuendo con alguna bijouterie y un maquillaje algo exagerado en mis ojos y boca. Así me presenté a Luis diciendo:
- ¿Qué te parece amor?
Su expresión fue para sacarle una fotografía. Se quedó mudo. Entonces pregunté con sorna y apuntándolo con mi cola:
¿No te gusta?
Ay mamacita. Hoy tendré que cuidarte más que de costumbre. Dijo mientras me acariciaba la cola.
Partimos riéndonos y cerca de las dos de la madrugada llegamos Bella Vista e ingresamos a la disco. El lugar estaba a media luz pero al pasar hacia la barra pude apreciar con disimulado placer que más de uno se dio vuelta para seguirme con la mirada. Allí el plan de Luis era dejarme sola en la barra para que se me acercaran hombres con los que yo debería bailar y hacerlos calentar para luego de un rato dejarlos. Así lo hicimos. Me senté en un banco alto, pedí un trago y tiré el anzuelo: Crucé mis piernas lo que produjo que la minifalda blanca se subiera mostrando generosamente mis piernas. Luis miraba desde un banco cercano.
Creo que no pasaron más de dos minutos cuando se me acercó un joven de unos treinta años. Preguntó alguna pavada y se sentó a mi lado. Luego de quince minutos de charla me pareció agradable y acepté su invitación a bailar ante la mirada vigilante de Luis. Bailamos un rato y cuando pusieron los lentos me pegué a él, tal como habíamos acordado con Luis. En cada giro yo podía ver la cara de mi hijo que me hacía señas de aprobación y de que fuera más adelante. Yo empecé a acariciarle el cuello y pronto pude sentir su reacción sobre mi vientre. Intenté apartar mi pelvis como siempre lo había hecho ante un extraño pero él me apretó más aún, mientras sentía sus manos bajar de mi cintura hacia el comienzo de mis nalgas. Luego de dos rondas de lentos creo que el pobre muchacho estaba por tener un orgasmo. Entonces preguntó en un susurro en mi oído:
¿Qué te parece si vamos a algún lugar donde podamos estar solos? Pero tal como habíamos acordado con Luis, respondí:
Debo decirte que estoy trabajando. Mi tarifa es de mil dólares por una noche. ¿Entiendes? Con Luis habíamos pensado que al pedir una cifra exorbitante el ocasional cliente se retiraría de inmediato, pero ocurrió algo extraño. El apartó su cara de mi cuello y me miró largamente como evaluando la situación. Sonrió y me respondió:
No tengo ese dinero. ¿Cuánto por hacerme terminar aquí en la pista?
¿Acá? ¿Ahora? Pregunté, buscando a Luis entre la multitud que danzaba a nuestro alrededor. Esto no estaba previsto. Los cuerpos se agolpaban en torno nuestro. Tuve miedo, pero esa otra mujer que vive en mí, dijo:
Cien dólares, por adelantado. No podía creer lo que decían mis labios.
El metió la mano en su bolsillo, extrajo un billete que yo acepté y sin mirar introduje en mi escote. El me apretó con furia. Pude sentir su erección a través de la fina tela de mi pollera. El lugar estaba oscuro y pude advertir que en la pista cada uno estaba en lo suyo. Luis no se veía por ninguna parte. Mi acompañante se movía al ritmo de la música. Cada tanto introducía un muslo entre los míos y yo lo apretaba. Ya no era yo. La cabeza me daba vueltas. El se fue poniendo frenético mientras besaba mi cuello. Cómo me hubiera gustado tener esa dureza que sentía en mi vientre, entre mis piernas. De pronto él se estremeció y me apretó más aún. Me hacía daño pero comprendí que tenía su orgasmo. Se quedó quieto un momento. Se apartó y pude ver la mancha en su pantalón.
Discúlpame un momento voy al baño. Me dijo. Me aparté sin decir palabra. Tenía una sensación de vergüenza y excitación. Busqué a Luis. Lo encontré al cabo de unos momentos y sin decirle palabra sobre lo que había sucedido le dije:
Huyamos ya, que ha ido al baño y enseguida vuelve.
Subimos al auto y emprendimos el regreso a casa. Mi hijo quería que le relatara lo que había sucedido. Le mentí, sólo le conté que le había pedido los mil dólares para pasar una noche con él como habíamos acordado y que me había respondido que no tenía esa suma de dinero. Mientras le contaba esto Luis aullaba de placer y había tomado mi mano para ponerla sobre su pene. Yo no aguanté más y abriendo su bragueta pude ver su glande a punto de explotar. Comencé a succionarle su miembro con fruición. El viaje fue veloz y cuando llegamos a casa me arrancó la ropa que fue quedando en el camino a mi habitación, mientras chupaba y apretaba mis pechos. Cuando metió su mano en mi entrepierna tuve mi primer orgasmo. El murmuraba todo tipo de palabras sucias, pero yo sólo quería sentir su dureza en mi interior. Nuestros genitales fueron una máquina perfecta. El coito duró como una hora. El terminó dos veces y yo no las conté. Fuimos como dos bestias en celo y ahora que pienso, los vecinos deben haber escuchado nuestros gritos.
Esa noche marcó un hito en mí que me llamó a la reflexión. Al día siguiente tuve una conversación con mi hijo y nos llamamos a la cordura. ¡Decidimos que no lo haríamos nunca más!
Pero de promesas se vive. Nuestra intención duró un mes. Ya les contaré cómo empezamos nuevamente.
Debo agregar que me compré un regio vestido con los cien dólares.