Desencanto

Tratando de arreglar la relación con su mejor amigo, una joven inicia una indagación sobre el dolor masculino

Desencanto

I

Llevaban ya mucho rato en el parque, pero era julio y las tardes parecen no acabar nunca. Lina estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, e Iván estaba a su lado. Su amiga Claudia les habían avisado de que algunos compañeros del insti habían quedado en el parque con otros amigos del barrio y decidieron ir para allá. Aquel era un verano muy especial, porque en octubre Lina empezaría la universidad. Quería estudiar magisterio de educación infantil y estaba muy entusiasmada por empezar. Se abría una nueva etapa, nueva gente, nuevos retos… pero sabía que seguiría teniendo a su lado a Iván. Lina era sociable y conocía a mucha gente, pero sentía que con la mayoría tenía un trato agradable, incluso divertido, pero algo superficial y que solo tenía confianza de verdad con él. Había sido su mejor amigo durante sus últimos años de instituto y habían compartido muchas experiencias juntos. Ya no solo por el hecho de que quedaban todos los fines de semana, solos o con más gente, sino también por la confianza que se tenían. Lina recurría a él para contarle todas sus alegrías y preocupaciones. Hablaban por el móvil constantemente, en los días buenos y en los malos.

También Iván tuvo con ella la confianza suficiente como para ser la primera persona con la que salió del armario y ella, por supuesto, le apoyó en todo momento. Además de con su amiga Claudia, no solían juntarse con más amigos de manera habitual, aunque si surgía, como en aquel momento, iban encantados. Lina era mucho más extrovertida que él. No es que fuera tímido, ni mucho menos, de hecho, era bastante bromista y atrevido, pero sobre todo cuando estaban solos o en grupos pequeños, con gente desconocida tendía a ser algo más cohibido que Lina, a quien parecía no darle vergüenza nada. El curso siguiente tenía pensado estudiar un módulo, pero aún no tenía claro cuál. Los estudios nunca le habían interesado mucho, sus verdaderas pasiones eran la moda y la música, llevaba tiempo aprendiendo a tocar la guitarra, pero todavía le quedaba mucho por mejorar, decía.

Iván era altísimo, sobre todo comparado con ella que, como le decía siempre su prima, era un retaco. Era también muy delgado, pero sin resultar flaco, con una complexión algo atlética, lo que le hacía parecer más alto todavía, con brazos y piernas largos y estilizados. Pese a ser un chico tan alto y delgado, no era en absoluto desgarbado, tenía mucha gracia al moverse, sabía bailar y en las fotos posaba siempre como un modelo profesional. Tenía la piel bastante clara, aunque sin resultar pálido. Su piel era perfecta, sin un solo grano ni imperfección y aunque apenas le salía barba, parecía algo mayor. Tenía los labios gruesos y rojos, los ojos marrón oscuros y las cejas espesas. Su sonrisa era quizá el único rasgo un poco feo de su cara. Cuando estaba serio, sus labios carnosos le daban un aspecto sensual, pero al sonreír, su boca revelaba unos dientes frontales tan pequeños que apenas se veían, lo cual contrastaba con unos colmillos que sobresalían demasiado. Lina siempre bromeaba diciendo que parecían de vampiro. Aquel último año se había dejado crecer más de lo habitual su pelo negrísimo y ondulado, que le caía con cuidada despreocupación a ambos lados de la frente, lo que junto a sus dos pequeños aros en las orejas y su forma de vestir le daban un aspecto bohemio que a Lina le encantaba. Solía llevar vaqueros muy ajustados y camisas de colores chillones siempre muy abiertas o a veces camisetas ajustadas. Lina, en cambio, era bastante despreocupada a la hora de vestir su ropa era anodina y solía preferir la comodidad al estilo, aunque admiraba a quien sabía vestir bien. Era una chica muy bajita y aunque no le sobraba peso, su cuerpo era poco estilizado. Tenía el pelo castaño claro y lo llevaba más bien corto y aunque su cara sufría algo de acné, tenía unos rasgos graciosos y con encanto, con la nariz pequeña y unos ojos grandes que le daban un aspecto de gato curioso.

A su alrededor habría al menos unas diez personas. Se habían juntado todos en un extremo apartado del parque, entre unos bancos y unos setos. Algunos estaban sentados en el respaldo de los dos bancos, mientras otros se sentaban en el suelo con las piernas cruzadas, como estaban en aquel momento Iván y Lina. El grupo estaba bromeando constantemente, algunos habían sido compañeros suyos del instituto, pero a otros apenas les conocía. La atención del grupo estaba dispersa y había varias conversaciones a la vez, Iván y Lina estaban un poco a lo suyo, hablando de sus cosas y en algún momento jugueteaban como de costumbre, ella le hacía cosquillas o él fingía morderla con sus colmillos en el cuello mientras ella gritaba exageradamente. Aquella confianza que tenían hizo que el resto del grupo empezase a fijar su atención en ellos, que durante el resto de la tarde habían pasado más bien desapercibidos. Uno de los chicos que estaban sentados en el banco, vestido con chándal, a quien Lina apenas conocía de vista, les empezó a hacer preguntas sobre ellos. Lina se puso de pie para poder acercarse un poco más al banco e Iván hizo lo mismo, situándose justo detrás de ella. Aunque al principio les preguntaba a los dos, acabó centrándose solo en Lina. Tenía esa gracia especial, mezcla de inocencia y espontaneidad, que hacía que respuestas a preguntas cotidianas sonasen cómicas, lo que atrajo por completo la atención del grupo.

El grupo que tenían frente a ellos era variopinto, con algunos chicos algo mayores que ellos y otros de algún curso algo inferior, chicos con gorra y camiseta sin mangas y otros más arreglados, como si fueran a salir de fiesta más tarde. Lina no conocía a ninguno de ellos. A quienes sí conocía era a alguna de las chicas, por supuesto a su excéntrica amiga Claudia, que era la persona con quien mejor se llevaba después de Iván. También estaban tres chicas argentinas que vivían en la misma urbanización, en un barrio de chalets cercano y que a Lina le caían un poco mal porque le parecían unas pijas. También había algunas chicas más vestidas con pantalones muy cortos, camisetas de tirantes, con largas melenas recogidas en moños altos y con aros en las orejas, que se habían pasado casi toda la tarde riendo a carcajadas entre ellas mientras comían pipas. En aquel momento, todos tenían la atención puesta en Lina, que respondía con su gracia habitual a las preguntas banales del chico con chándal. Que qué pensaba hacer el año que viene, que qué era lo que menos le había gustado del instituto, que si tenía novio. A nadie le interesaban realmente las respuestas, solo se divertían con la forma graciosa de hablar y gesticular de aquella chica bajita y pizpireta. Lina no era del todo consciente de ser tan graciosa, simplemente trataba de ser ella misma. Iván permanecía en general serio y callado mientras su amiga Lina deleitaba a aquella improvisada audiencia. Sonreía de vez en cuando y en algún momento intervenía apostillando algo a las palabras de su amiga, pero la atención de todos seguía fija en ella.

En un momento dado, cuando el chico del chándal le preguntó, divertido, qué planes tenía para el verano, Lina al responder hizo un exagerado gesto de entusiasmo, echando los brazos hacia atrás, que provocó que su codo derecho impactara directo en la entrepierna de su amigo. Iván reaccionó al instante emitiendo un grito ahogado y doblando su largo cuerpo hacia delante. Lo cierto es que más la sorpresa por el inesperado contacto en esa parte que por dolor, pues aunque el golpe fue realmente certero y lo sintió de verdad, el brazo de su amiga no llevaba, por suerte, tanta fuerza como para provocarle el daño que podría.

En cualquier caso, el efecto fue verdaderamente cómico. Aquella pequeña chica graciosa y despreocupada, golpeando de manera accidental pero precisa las partes más íntimas de aquel altísimo joven tan apuesto como amanerado. Y la reacción instintiva de él completó la escena que cerca de una decena de personas contemplaban. Aquel momento sorprendió a todos, que durante unos instantes pusieron caras de asombro sin creer del todo lo que acababa de pasar. El instante de incredulidad quedó suspendido en el tiempo durante poco más de unos segundos hasta que una de las chicas con moño y grandes pendientes de aro gritó con todas sus fuerzas.

—¡Le ha dado en todo el p…! —. Y no pudo terminar la última palabra porque se llevó la mano a la boca para contener la risa. Lina pensó luego que querría decir “paquete”.

Absolutamente todos los que estaban allí congregados estallaron en carcajadas. Algunos de los chicos se miraban entre ellos mientras ponían fingidas muecas de dolor y se ponían la mano entre las piernas. Las chicas de los pendientes de aro eran las que más fuerte reían, con carcajadas salvajes e incontrolables. Claudia, con su media melena de color rubio rojizo y sus grandes gafas de pasta, se reía con una risa contenida, inflando los mofletes y llevándose la mano a la cara.

A Lina le costó un instante darse cuenta de lo que había pasado, pero en cuanto se volvió y comprobó dónde había impactado su codo y vio al pobre Iván volviéndose a erguir, también rio con su risa alegre y aguda, pensando que su amigo reiría con ella, como siempre que les pasaba algo divertido. Sin embargo, Iván esa vez no se reía. Se quedó muy serio y fue a sentarse algo separado del resto del grupo, aunque no tanto como para llamar la atención. Sin embargo, Lina sí se dio cuenta, así que corrió a su lado y se disculpó al instante. Él asintió callado y a ella, en aquel momento, le pareció que con eso estaba arreglado. Al momento se sintió reclamada por el resto del grupo, para quienes Lina se había convertido en algo parecido a una estrella de la comedia. Todos hablaban a la vez con ella, que trataba de responderles atropelladamente. A juzgar por sus risas, parecía que cuanto más nerviosa se ponía, más divertida les parecía. Se intercambió el móvil con alguna de las chicas y se sacó algunas fotos con ellas. Luego se despidieron de parte del grupo y fueron a su casa, Claudia y las tres chicas argentinas quisieron acompañar a Lina hasta su casa y fue hablando con ellas todo el camino, sorprendida al comprobar que eran más simpáticas de lo que pensaba. Iván caminaba callado al lado de ellas, sin intervenir en ningún momento. En un punto del camino, Iván se desvió para ir a su casa, y Lina le despidió con un abrazo como siempre, antes de proseguir su charla con aquellas nuevas amigas, con quienes parecía compartir gustos en series y anime.

Lina se acostó esa noche pensando que había sido una tarde estupenda. Le gustaba relacionarse con la gente y aquel día lo había hecho perfectamente. Les había caído simpática a todos, el chico del chándal, aunque parecía algo más mayor y no era muy de su estilo, había resultado ser muy majo y había hecho nuevas amigas. Rio en su cama recordando el momento en que golpeó a Iván accidentalmente en sus partes. Fue un momento digno de alguna comedia de televisión. Sin embargo, le dio un poco de pena que Iván no se riera como el resto, había sido una anécdota divertida, al fin y al cabo. Y en cualquier caso se dio cuenta de que no le había podido hacer daño, que era lo importante, porque no le dio muy fuerte y él recuperó la compostura enseguida. En cualquier caso, ella había hecho bien en pedirle disculpas y con eso bastaba. Y con ese pensamiento, se quedó profundamente dormida.

II

A la mañana siguiente, le sorprendió no recibir ningún mensaje de Iván, así que le escribió ella para saludarle y preguntar qué tal lo pasó la tarde anterior. A lo largo de las horas siguientes, no hubo ninguna respuesta, lo cual le extraño mucho, así que le llamó para preguntar si todo iba bien, pero su amigo no contestó a la llamada. Lo intentó varias veces más y pensó pasar por su casa en un rato si seguía sin dar respuesta. Quizá le haya pasado algo a su abuela, pensó. Después de varios intentos, su amigo cogió el teléfono y Lina suspiró aliviada. Sin embargo, en cuanto empezaron a hablar ella se dio cuenta de que algo no estaba bien. Su amigo respondía prácticamente con monosílabos, ¿qué le pasaba? Respondió con un simple “no” cuando ella le preguntó si había habido algún problema con su abuela, con un escueto “no sé” a su pregunta de cómo se lo había pasado el día anterior o si le había caído bien aquella gente. Las mismas respuestas evasivas le dirigió al preguntarle si quedaban esta tarde, zanjando la propuesta diciendo sencillamente que no podía. A Lina no se le escaba que su amigo estaba molesto por algo, pero no se le ocurría qué. Si algo le preocupaba, en circunstancias normales la habría llamado él para contárselo. ¿O es que estaba molesto con ella? Aquello no tenía sentido, nunca discutían ni habían tenido ningún roce durante años de amistad. ¿Estaría molesto por lo del golpe del día anterior? Le pareció una tontería, pero le preguntó para asegurarse. Él se quedó callado y dijo que se tenía que ir. Estaba claro que algo de eso había, pero para ella no tenía ningún sentido, en cualquier caso, volvió a disculparse, esta vez con mayor pesar, y le reiteró que había sido sin querer, aunque estaba segura de que no le había podido hacer mucho daño, se lo preguntó y le rogó que no se molestara por un accidente tan tonto porque entonces ella se sentiría culpable. Él permaneció callado, respondió afirmativamente, como aceptando todo aquello que ella había dicho y tras despedirse fríamente, colgó.

III

Ella se quedó tumbada en la cama pensando en lo extraño que le parecía todo. ¿De verdad su mejor amigo estaba siendo tan distante con ella por un golpecito sin importancia? Le pareció extraño, pero intentó no darle demasiadas vueltas, estaba segura de que se le pasaría a lo largo del día, pero estaba deseando verle en persona para confirmar que todo volvía a la normalidad. No fue así, las horas fueron pasando e Iván no daba señales de vida, ni un mensaje, ni una llamada, nada. Ella mandó varios a lo largo de la tarde pidiéndole quedar, pero él no contestó a ninguno, así que al final de la tarde decidió ir a su casa. Llamó a la puerta y esperó, pero nadie le abrió la puerta. Oyó al perro ladrar así que dio por hecho que él no lo estaría paseando y su abuela apenas salía de casa, así que, si estaba de salud, debía encontrarse allí dentro. Después de varios intentos, desistió y se dio la vuelta. Atravesó el parque donde habían estado la tarde anterior, que en aquel momento estaba casi completamente vacío y a Lina le dio una gran sensación de tristeza. ¿Cómo un lugar podía parecer tan diferente con solo unas horas de diferencia? Entonces alguien se acercó a ella por detrás. Era el chico del chándal del día anterior, iba montado en una bicicleta y se puso a la altura de ella, haciendo leves zigzags. Tenía un físico de lo más anodino, con pelo muy corto y algo escaso para su edad, piel morena y algo de barba. Su aspecto era en general descuidado, con un cuerpo nada atlético y ese chándal barato que todavía llevaba, pero su forma de ser era agradable, con un punto algo pasota que resultaba simpático.

—¿No estás hoy con tu amigo? —, le preguntó sin más a modo de saludo. Aunque el chico le cayera bien, no tenía ninguna confianza con él y aquello era lo último de lo que le apetecía hablar en ese momento, así que se quedó callada e hizo como si no hubiera escuchado la pregunta. Él pilló al momento que algo había pasado entre ellos. Sonrió para sí, le gustaba darse cuenta de las cosas y calar rápido a la gente.

—No estará enfadado por el codazo, ¿no? —.  Ella sintió como si el chico fuera adivino, así que no pudo evitar mirarle con sorpresa, lo cual fue un rotundo sí para él.

—Dale tiempo, ya se le pasará. Es muy vergonzoso eso que le pasó— dijo mientras se alejaba en su bicicleta.

A Lina aquellas últimas palabras la dejaron helada. ¿De verdad era tan vergonzoso para su amigo aquello que había pasado? La actitud de él, que hasta ese momento era para ella tan incomprensible, quizás estuviese justificada. Acababa de hablar con un chico que lo presenció, que no era amigo de ninguno de los dos y que por tanto no tenía necesidad de posicionarse, y sin embargo parecía mostrarse comprensivo con Iván. Lina se sintió fatal, había avergonzado a su amigo… pero lo había hecho sin pretenderlo, eso también debía contar, ¿no?

El resto del camino a casa fue pensando por qué un golpe en aquella parte era tan vergonzoso para los chicos. Ella sabía de sobra que era una zona delicada y que por tanto no era nada agradable golpearse ahí, ¡pero como tantas otras en el cuerpo! También la garganta o el estómago eran partes delicadas y los golpes ahí dolían muchísimo, ¿quizá más? No podía saberlo. Y en cualquier caso, las chicas también tenían zonas sensibles, un golpe entre las piernas también le dolería a ella, igual que uno en el pecho. Pero no creía que se sintiese avergonzada si por accidente alguna amiga le golpeaba y, de hecho, si ni quiera le llegaba a hacer mucho daño, lo más probable sería que se lo tomase con humor.

Al llegar a casa comenzó a redactar un largo texto para enviar por mensaje a Iván. En él admitía que él tenía motivos para estar enfadado y quizá ella hubiera sido insensible al no darse cuenta de que podría haberle avergonzado. Omitió por completo el hecho de no ser capaz de entender aquella extraña vergüenza masculina, pero recalcó lo mucho que lo sentía, lo importante que era Iván en su vida y lo imperdonable que le resultaría que su amistad sufriera su primer y único bache por algo que había provocado ella, aunque fuera de manera totalmente accidental.

Los días pasaron e Iván no contestó a ese mensaje, como tampoco respondió a ninguna de sus llamadas. A Lina aquello ya le empezaba a parecer excesivo, pero recordó las palabras del chico del chándal y trató de tener paciencia. La semana transcurrió de forma algo triste, Lina se entretuvo viendo series y hablando por el móvil con Claudia y con sus nuevas amigas argentinas, pero a ninguna de ellas le dijo ni una sola palabra de lo ocurrido con Iván.

IV

El fin de semana, Lina se llevó una alegría cuando su prima Catalina fue a hacerles una visita. Cat y ella habían estado muy unidas desde niñas, era unos años mayor que Lina y ahora estudiaba en una universidad lejos de allí, estaba siempre muy ocupada con sus estudios, los artículos que publicaba en una revista y los congresos a los que asistía, además de los viajes que hacía con sus amigas en vacaciones, por lo que ya solo se veían de vez en cuando. Lina y Cat se abrazaron nada más verse, era la primera vez en meses. Cat era algo diferente a Lina, mucho más alta y con el pelo castaño oscuro muy rizado y largo, era algo corpulenta, pero tenía los mismos ojos grandes y curiosos que Lina.

Después de comer con sus padres y repartir regalos que había traído para los tres, las dos primas se fueron a pasar la tarde juntas. Cat le habló de un montón de cosas, del viaje que había hecho con sus amigas a Chipre, porque una de ellas es arqueóloga y estaban excavando allí un antiguo monasterio cristiano. Pero también de sus publicaciones en la universidad, trataban de temas muy complejos que Lina no estaba segura de entender. Estudiaba algo así como antropología y le interesaban las cuestiones de género y sexualidad en otras épocas o algo así. Lina era muy curiosa y le encantaba saber cómo funcionaba el mundo y por qué las personas se comportan como lo hacen. En el instituto su asignatura favorita era la biología, pero reconocía que las cosas demasiado abstractas le aburrían. Nunca entendió nada de filosofía y a eso era a lo que le recordaba todo lo que le estaba contando su prima.

La mente de Lina seguía detenida en su problema con Iván y Cat pareció empezar a darse cuenta de que algo la tenía preocupada. A excepción de aquel breve encuentro, durante el cual ella ni siquiera abrió la boca, con el chico del chándal, Lina todavía no había compartido con nadie su problema con Iván. Tampoco tenía a quién, por otra parte, a sus padres no se le hubiera pasado jamás por la cabeza, nunca les contaba nada relacionado con sus amistades, todo eso lo compartía siempre con Iván… una opción hubiera sido Claudia, pero de momento le daba vergüenza hablarlo con alguien que conocía a los dos. En cambio, Cat era perfecta, ella era tan lista y tan madura… Lina la veía como una hermana mayor.

Se sentaron en la terraza de un bar y Lina le contó a su prima con todo detalle todo lo que había pasado desde la tarde en el parque hasta ese momento. Cat la miró con mucha atención todo el tiempo, frunciendo el ceño y asintiendo, como si fuera una doctora pasando consulta. A Lina le hacía sentir muy cómoda ver la seriedad con la que su prima se tomaba los problemas, sin quitarle importancia o pensar que eran tonterías. Cuando terminó el relato, su prima quiso hacer algunas preguntas para terminar de tener la clara la situación.

—Después del codazo, ¿hubo bromas sobre sus genitales?, ¿duró mucho el cachondeo?, ¿participaste de las burlas?

—No, no, no— exclamó Lina espantada. —No hubo "burlas" como tal, y menos aún sobre sus…—Lina torció el gesto mientras señalaba hacia abajo con el dedo, no sabía con qué palabra referirse a las partes bajas de su amigo y le daba algo de grima usar la que había utilizado su prima, que sonaba demasiado médica. —Y si las hubiera habido claro que yo no hubiera participado, y les hubiera dicho que parasen. Lo que hubo fueron risas, sin más. Una de las chicas que estaban allí dijo algo en plan "le ha dado en todo el..." nosequé y todos se rieron. Yo también me reí, pero yo qué sé, era una cosa graciosa. De hecho, lo normal sería que mi amigo también se hubiera reído... El cachondeo duró lo normal, lo que es reírse en el momento y ya está.

Cat se quedó en silencio, pensativa, unos instantes. Apretó los labios y comenzó a hablar.

—Bueno, como dices vuestro comportamiento quizá no fuera el mejor, pero es normal en gente joven y en ningún caso llegó a ser abusivo hacia él. Lo más importante ahora es que tengas claro que no tienes que sentirte culpable. Fue un accidente, no fue tan terrible y te has disculpado incluso varias veces. El problema no lo tienes tú, Lina, lo tiene él—. Lina la escuchaba con suma atención, con sus grandes ojos abiertos como platos.

—Pero el chico con el que hablé en el parque me dijo que…—trató de interrumpir Lina.

—Lo sé, lo sé, ya lo has contado, ahí es dónde voy. No estoy diciendo que sea un problema exclusivo de tu amigo, es un problema de los hombres, Lina. Estamos ante un caso claro de angustia sexual masculina, lo que antes el psicoanálisis llamaba “complejo de castración” —. Lina frunció el ceño al escuchar aquello.

—Todos los hombres, Lina, sienten un miedo que a nosotras nos parece patológico a ser castrados. Obviamente nadie quiere perder una parte de su cuerpo si puede evitarlo, pero nosotras no estamos tan obsesionadas como ellos por preservar una parte del cuerpo en concreto. Ellos preferirían que les hicieran daño en literalmente cualquier otro sitio mientras conservasen sus genitales intactos. Y eso va mucho más allá del dolor que puedan sentir en esa zona o de la función concreta que tiene, asociada a la reproducción y el placer. Si sus genitales les importan tanto es por lo que representan. Es lo que les diferencia de nosotras y por tanto consideran que perderlos les acercaría más a ser una mujer, lo cual consideran claramente inferior.

—¡No es el caso de Iván! —exclamó Lina enérgicamente. — Me parece muy raro todo lo que dices, pero puedo entenderlo en algunos tíos que son unos brutos y van de machitos, ¡pero Iván no es así! ¿Cómo va a sentirse él superior a las mujeres? ¡Ya te dije que le gustan los chicos!

—¿Y qué, Lina? Sigue siendo un hombre… y parece que no te das cuenta de ello. Su mente funciona de manera totalmente diferente a la tuya y nunca conseguirás entenderlo.

—¿Pero por qué? —preguntó Lina con impaciencia. Cat resopló.

—Es muy complejo de explicar, Lina, se debe a una mezcla de factores biológicos, su cerebro funciona de manera distinta, pero también sociales y culturales, la masculinidad se les inculca desde que son pequeños sin que nos demos cuenta… el caso es que para él sus genitales son sagrados porque son un símbolo de su fuerza y su virilidad, y tú le golpeaste ahí—. En ese punto, Lina pensó que si lo que su prima le estaba diciendo era cierto, le parecía de lo más contradictorio que para los hombres el símbolo de su fuerza fuese el punto más débil de su cuerpo. —Como para ellos los genitales simbolizan su masculinidad, cualquier ataque a ese punto representa para ellos un ataque a su hombría, es como si la estuvieses rompiendo, como si se la estuvieses quitando… en otras palabras, como si le estuvieras castrando. Obviamente no en sentido literal, pero es que la castración también es simbólica, como en este caso. Además, en vuestro caso aquello ocurrió delante de un montón de gente, todos os estaban mirando en ese momento y todos se rieron. A nivel simbólico, tu amigo siente que tú lo castraste públicamente y que además su castración fue aplaudida. Es normal que su masculinidad esté ahora muy herida, pero insisto, Lina, no te sientas culpable porque no has hecho nada malo, el problema es suyo. Tú como mucho tienes la posibilidad de ayudarle y de hacerle ver lo irracional que en el fondo es esa mentalidad que le ha inculcado la sociedad patriarcal, ese miedo incontrolable a la castración que en ocasiones puede llevarle a arruinar vínculos emocionales, como os está pasando ahora. Pero al final, el único que puede darse cuenta e intentar cambiar su forma de pensar es él.

A Luna le costaba mucho trabajo aceptar todo aquello que le estaba contando su prima. Le sonaba más a teorías filosóficas raras que a algo real. Además, ella estaba segura de que no era el caso de su amigo. Los dos criticaban muchas veces la masculinidad tóxica de algunos chicos y a los novios machistas. Con Iván podía hablar de todo, podía contarle sus cosas… No tenía sentido todo eso que decía su prima y así se lo volvió a expresar.

—Mira, Lina, me parece normal que quieras defender a tu amigo y estoy segura de que tiene sus virtudes, pero eso no cambia nada de lo que te he dicho. Mi consejo es que intentes hablar con él y le hagas ver lo absurda que está siendo su actitud y lo dañina que es esa forma de pensar que tienen él y el resto de hombres. Solo cuando los varones pierdan el miedo de ser castrados, serán verdaderamente libres y se podrá construir relaciones sanas con ellos. Y precisamente por eso, también creo que deberías relacionarte más con chicas y tratar de tener una mejor amiga. No creo que sea imposible tener amigos varones, pero creo que es un error que tu “mejor” amigo sea un chico, porque son muy diferentes y luego pasan estas cosas. Si en algún momento se le pasa, genial, pero no pongas en él tantas confianzas. Y, por otra parte, creo que tienes también una visión distorsionada de tu amigo. ¡Es como si prácticamente negaras que es un hombre! Que compartáis aficiones y que le gusten los chicos no le hace menos hombre. Aunque no lo creas, él también tiene un par de pelotillas ahí colgando… aunque bueno, creo que de eso ya te diste cuenta—. En ese punto rieron las dos.

Lina quedó muy agradecida con Cat por la conversación, aunque no estaba segura de entender todo lo que le había dicho. Y en todo caso, ¿qué era eso de buscarse una mejor amiga? ¡Como si fuera tan fácil! Y a ella no le hacía falta, ya tenía a Iván y era insustituible, ¿por quién lo iba a reemplazar?, ¿por Claudia? Era maja, pero estaba medio loca y no creía que pudiera tener una confianza con ella como la que tenía con Iván. El resto de la tarde la pasaron paseando y hablando sobre lo que esperaban hacer en el futuro.

V

Esa noche, se puso a dar vueltas en la cama a toda la conversación con su prima, haciendo balance de las cosas que le encajaban y las que no. Por un lado, estaba aquella idea rara de que los hombres consideran sagrados sus genitales… bueno, eso lo harán algunos, pero no todos. Y no creía que Iván fuera así para nada. De hecho, era un chico al que no le importaba reírse de sí mismo cuando hacía falta y recordaba un par de ocasiones en las que él mismo había hecho bromas con sus genitales.

Recordó una vez que estaban los dos en casa de Claudia. En un momento en que ella fue a la cocina, a él se le ocurrió gastarle una broma escondiéndose detrás de una cortina para darle un susto. A Claudia se le cayó el vaso que llevaba del sobresalto y luego pisó uno de los cristales, que se le quedó clavado en la suela del zapato. Lanzó a Iván una mirada asesina y se fue. Cuando al poco rato volvió con unas tenazas para intentar sacar el cristal.

—Eso es para retorcerme los huevos, ¿a que sí? —preguntó el chico.

—En eso estaba pensando…—respondió ella. Lina se partía de risa cuando tenían aquellos piques.

También recordó la vez en que Iván le dejó una pulsera Lina, estaban luego los dos haciendo el tonto, él le estaba intentando hacer cosquillas a ella o algo así y ella le amenazó de broma.

—Para o te quedas sin pulsera.

—Mierda, me tienes agarrado por los huevos —dijo él con fingido dramatismo.

—Efectivamente —contestó Lina intentado poner cara de mala y se rieron los dos.

Aquellos dos ejemplos le demostraban a Lina que lo que decía su prima no era cierto. Iván no tenía problema en bromear sobre sus partes. Y es normal, era algo gracioso, por eso le seguía extrañando tanto que se hubiera tomado tan a mal lo del codazo. Ella hubiera esperado que él también se hubiese reído…

Lo que sí reconocía Lina que le pareció interesante fue todo aquello del miedo a la castración. El argumento de sentirse mejor que las mujeres por tener esos genitales le parecía de lo más extraño y no lo compartía, pero sí debía haber alguna explicación para que los chicos sintieran una ansiedad tan excesiva ante la idea de sufrir algún daño en sus partes. Recordó una vez más las palabras del chico del chándal sobre lo vergonzoso que era eso, pero también le vino a la memoria una desagradable anécdota con Iván que tenía casi olvidada. Fue haría unos dos años, Iván acababa de confesarle su orientación y estaban empezando el bachiller. Pronto empezó a vestir con ropas llamativas, los pantalones ajustas, las camisetas de tirantes… entre eso y estatura llamaba mucho la atención en el instituto y algún idiota se metía con él, pero eso no parecía nunca importarle. Les respondía o les devolvía el insulto, incluso alguna vez le tocó defenderse físicamente, pero al ser más alto que casi todos los chicos, no le costó demasiado. Pero Lina recordó una vez en concreto en que se cruzaron con un chaval bajito, puede que incluso algo menor que ellos, pero con mucha pinta de matón. Llevaba el pelo rapado por los lados y ropa de un equipo de fútbol. Empezó a insultar a Iván y nosotros pasamos como siempre, pero él siguió. Al final, Iván se volvió y se encaró con él, pero sin perder la calma.

—Tú eres un maricón, no me mientas, ¿a que sí? —dijo el chaval con tono desafiante.

—Y tú eres un homófobo, tampoco me mientas —dijo Iván con total tranquilidad y sonriendo. A ella le encantaba cuando se enfrentaba a los matones con tanto temple. Muchas veces esperaban que se les plantase cara y al responderles con calma y educación, se sentían confusos y se iban. Aquel fue uno de esos casos, se notaba que el chaval no esperaba esa respuesta, se quedó callado, con la boca entreabierta durante unos segundos, como buscando las palabras… hasta que las encontró.

—Pues sí, lo soy, y ojalá te corten los huevos por maricón— después dijo algunos insultos más, pero se acabó dando la vuelta y yéndose. A Lina le impactó la reacción de su amigo al escuchar el deseo de aquel matón. Notó cómo le cambiaba la cara, aunque intentase ocultarlo. Se puso blanco por un instante y vio cómo los labios le temblaban ligeramente. Había acabado olvidando aquello, pero recordó cómo en aquel momento le sorprendió que aquella frase tan vulgar y pueril le hiriese más que cualquier otro insulto recibido, a los que solía responder con una divertida burla o indiferencia. Además, también recuerda que le pareció un poco absurda. ¿Qué sentido tenía eso de cortarle los huevos a alguien por maricón? Sabía que eso de capar era algo habitual en los animales para que no preñasen a las hembras, pero ¿cuál es la lógica de castrar a gays? si no van preñar a nadie en principio... otro motivo era que los animales estuviesen más tranquilos y fueran menos agresivos y seguía siendo absurdo. Lina no conocía a más chicos gays aparte de Iván, pero su amigo era mucho más pacífico que cualquiera de esos brutos, a quienes igual sí les vendría bien que les hicieran eso. Lina prefirió ignorar aquel comentario tan tonto y desagradable hasta que lo acabó olvidando, pero después de la charla con su prima, se quedó pensando en ello y en el gesto de miedo que detectó en su amigo, definitivamente los chicos tenían un problema con eso… y también Iván.

Eso también le llevó a pensar en lo último que le había dicho Cat, quizá lo único en lo que puede que tuviese razón. Nunca había reflexionado sobre ello, pero era verdad que a Lina le costaba ver a Iván como a un chico. Aunque lógicamente era consciente de que lo era, de alguna manera lo veía como algo totalmente diferente a los chicos que conocía. Sí, quizá Cat sí tuviera razón en eso… ¿y quizá en algo más?

VI

Los días de verano pasaron y se volvieron especialmente aburridos después de que Cat se marchara. Hacía algo más de una semana que había ocurrido el incidente del parque y el problema con Iván estaba ya en punto muerto. Al día siguiente de la conversación con su prima, intentó hablar con él como ella le aconsejó. Estaba hecha un lío, el chico del parque le recomendó dejarlo pasar y Cat que lo hablara… ¿qué debía hacer? Desde luego le inspiraba más confianza su prima que un tipo al que casi no conocía, aunque Cat tenía todas esas ideas raras de su universidad mientras que el otro al fin y al cabo era también un chico… como Iván. El caso es que se armó de valor y volver a llamar. Una vez más, tuvo que insistir para que se lo cogiera y cuando lo hizo, por un momento, al oír su voz, le pareció estar con el Iván de siempre… ella comenzó a hablar de forma algo atropellada, le resumió a grandes rasgos algunos de los puntos que encontró más razonables de la conversación con su prima. Le dijo que no tenía que darle tanta importancia, que realmente no había sido para tanto y que aquella gente no se reía de él por querer humillarle ni nada parecido… hasta ahí iba bien, pero luego empezó a liarse y acabó hablando de las teorías que le contó su prima… ¡No!, ¿por qué tuvo que hacer eso? Él parecía más desconcertado que molesto, durante un momento parecía como si fuese a decir algo importante… pero al final se quedó callado y se despidió con la misma frialdad que la última vez.

Después de aquello, no hubo más intentos. Ya casi se estaba acostumbrando a la vida sin Iván, ¿duraría aquello para siempre? Lo que Lina comenzaba a sentir era que junto a los sentimientos de extrañeza, pena, culpabilidad e incomprensión se empezaba a formar poco a poco un poso de amargura. Más por aburrimiento que otra cosa, decidió quedar con Claudia. Desde luego no tenía pensado convertirla en su nueva mejor amiga, como sugirió Cat, pero tampoco podía quedarse en casa todo el día hasta que a Iván se le pasara su enfado.

Claudia la esperaba en la calle a pleno sol, cubierta con un paraguas a modo de sombrilla. Iba vestida toda de negro, como casi siempre, pero esta vez se había cambiado las gafas y llevaba unas con lentos completamente esféricas y de un tamaño todavía mayor que el habitual. La joven sonrió a Lina con la mano compulsivamente. Al parecer estaba más excitada de lo normal porque se acababa de enterar de que la habían dado una beca para estudiar en una prestigiosa institución para cursar sus estudios de arte. Claudia era de la edad de Lina, pero parecía algo mayor, aspiraba a ser artista y sus dibujos eran realmente buenos, había retratado a muchos de sus compañeros, promocionaba su trabajo en redes sociales y tenía muchos seguidores. Estuvo hablando a Lina sobre sus proyectos mientras ella permanecía más seria de lo normal.

—Oye, ¿pero a ti qué te pasa? —preguntó Claudia inquisitiva. Luna se quedó en silencio. —¿Y por qué no traes a tu pimpollo?

Lina sabía que se refería a Iván. Se solía referir a él con algún tipo de expresión sin llamarle por su nombre, a Lina normalmente le hacía gracia. Iván y Claudia solían picarse entre ellos y Lina no tenía claro nunca hasta qué punto estaban de broma o en serio. Los dos eran amigos de ella, pero sospechaba que entre sí no se caían del todo bien, por eso evitó contarle lo de Iván a Claudia durante aquel tiempo, pero ante la alusión Lina no aguató más y se echó a llorar. Era la primera vez que lloraba desde que todo aquello había empezado, suponía que porque al principio estaba convencida de que todo se arreglaría. Claudia pareció sorprendida por la reacción y rápidamente le ofreció pañuelos y se sentaron en un banco. Allí empezó Lina a relatarle toda la historia a su amiga, como hizo días antes con su prima, pero omitiendo el detonante porque Claudia lo había presenciado. Le contó también todas las cosas que le dijo su prima. Mientras escuchaba, Claudia hacía gestos de reprobación continuamente, chascaba la lengua, se mordía el labio o negaba con la cabeza.

—Mira… yo pasaría de él—sentenció —se está portando mal contigo, Lina, esto no se le hace a una amiga. Mírate, ¡estás llorando! ¿Los amigos hacen llorar? — Lina negó con la cabeza.

—He pensado que igual si voy a verle a su casa…—comenzó a decir Lina.

—¡No! —gritó Claudia con fuerza—todo eso se acabó. Ya has hecho todo lo que podías te has disculpado… ¿cuántas?, ¿tres o cuatro veces? Ya no está en tu mano lo que haga él, y no tienes porqué disculparte más ni ir detrás de nadie. La pelota está en su tejado ahora, Lina. Y haz lo que quieras, pero yo no me arrastraría más.

—Pero si está mal de ánimo por lo que pasó, quizá debería…

—No, no…—dijo sin dejar a Lina terminar—. Mira, no he querido decir nada, pero todo ese rollo de la masculinidad herida o lo que sea es una puta chorrada. A tu prima lo que le pasa es que con tantos congresos y tantos estudios de género se le ha secado un poco el seso, y que conste que lo digo con todo el respeto—puntualizó levantando teatralmente las manos.

Lina no se lo tomó a mal porque era la forma habitual de expresarse de Claudia. En parte estaba de acuerdo, pero también pensaba que había algunas cosas que sí eran verdad y lo del daño emocional que pudo causarle coincidía con lo que le dijo aquel chico… así se lo hizo ver a Claudia.

—Buah, los tíos a veces son unos dramas, no hagas ni caso—zanjó Claudia con rotundidad—. A diferencia de tu prima yo estuve en el parque, ¿vale? Vi lo que pasó y puedo decirte que no fue para tanto. Tu amiguito se está comportando de una forma totalmente infantil. Vamos, me parece inverosímil que alguien se enfade con su mejor amiga por algo como eso, simplemente no me cabe en la cabeza y ni tres mil teorías antropológicas de mierda me lo harán más comprensible. ¿No se te ha ocurrido pensar, Lina… que igual todo esto lo está haciendo simplemente para cortar la relación por algún motivo?

—¿A qué te refieres? —Lina miró a su amiga de reojo, como si tuviera miedo solo de pensar en lo que estaba sugiriendo.

—Bueno… yo lo veo muy claro. Es tu mejor amigo, pero a lo mejor tú no lo eres de él. El golpe en los cataplines ha podido ser una excusa para poner distancia contigo, igual deberías sencillamente… no sé, ¿respetárselo?

Esa era una opción que hasta ese momento Lina no se había planteado, pero le resultaba inadmisible. ¿Por qué iba a hacer Iván una cosa así?, ¿y por qué iba a cansarse de repente de ella? Habían estado bien hasta ese mismo día… no, no tenía ningún sentido. Después de que Lina le intentara hacer ver a Claudia lo inverosímil de esa posibilidad, su amiga torció el gesto.

—Hay… una posibilidad. Quizá haya conocido a otra persona… o a más de una. Mira, no me voy a andar con rodeos, gente que conozco le vio el otro día en un bar del centro y no estaba solo.

—¿A qué te refieres?, ¿y qué gente te contó eso?

—Ya me conoces, tengo amigos en todas partes, gente ve a alguien que conoces, te lo cuenta… así funcionan las cosas. Yo no le di ninguna importancia, me pareció bien por él, no tenía ni idea de que estuvierais así de mal. El caso es que estaba con un grupo de chicos y parece que se estaba dando el lote con uno de ellos así que… ahí lo tienes— concluyó Claudia encogiéndose de hombros.

Aquello no cogió por sorpresa a Lina, ella sabía de sobra que Iván había conocido a unos chicos en un bar meses antes y que se había juntado con ellos más de una vez. Por lo visto tenían una banda y tocaban en garitos. A Lina no se lo llegó a decir, pero sospechaba que alguno de ellos podía gustarle. No, aquella no podía haber sido la causa. Además, Lina podía entender que en algún momento uno de los dos tuviese otros amigos o pareja y que se vieran menos, pero eso no explicaba la actitud que estaba teniendo con ella.

VII

Claudia intentó animar a su amiga y le propuso ir a ver a las tres chicas argentinas, que al parecer se habían juntado en la casa de una de ellas y a Lina le pareció bien. Aquellas tres chicas se llamaban Mica, Ceci y Flor. Al parecer padres de las tres trabajaban en la misma empresa y vivían cerca uno de otro. El hecho de ser del mismo país les había hecho amigos y sus hijas se habían hecho inseparables, iban juntas a todas partes. Las tres vivían en casas grandes, pero la más impresionante con diferencia era la de Flor. Era un chalé con varias plantas y un jardín enorme con piscina privada. Al parecer se habían ido sus padres de viaje hacía unos días y las tres estaban pensando en organizar una fiesta la semana siguiente. Las dos amigas llegaron a casa de Flor y las tres chicas las saludaron efusivamente, en especial a Claudia. Tenía verdaderamente un don con la gente, pese a su aspecto excéntrico, Claudia era capaz de llevarse bien con todo tipo de gente. Era capaz de pasar la tarde en un chalé como aquel, luego charlar en el parque con gente del barrio y terminar el día en un recital de poesía o algo así. Hay que tener amigos hasta en el infierno, solía decir ella. Les acompañaron hasta el salón, donde Lina y Claudia se acomodaron en dos grandes butacas mientras las tres amigas se sentaban frente a ellas en un mismo sofá. No podían ser más diferentes entre sí. Mica era algo más gordita y tenía cara de buena persona, o eso le pareció a Lina, aunque hablaba poco. Ceci era bastante guapa, con pómulos muy marcados y ojos y pelo muy negros. Tenía una sonrisa que a Lina le parecía algo maliciosa y mirada inteligente. Flor era con diferencia la más guapa de las tres. Tenía el pelo largo y rubio, iba siempre muy maquillada y tenía una belleza algo misteriosa.

Las tres empezaron a contarles lo planes que tenían para la fiesta de la semana siguiente a la que, por supuesto, Claudia y Lina estaban invitadas. Lina seguía la conversación algo ausente, mientras que Claudia derrochaba simpatía con aquellas tres chicas. En un momento dado, sin que Lina lo esperase, Ceci se dirigió a ella.

—Por cierto, ¿qué tal están las bolas de tu amigo? —las tres amigas estallaron en sonoras carcajadas. A Lina le hubiera gustado poder reírse también o responder con alguna broma, pero dadas las circunstancias, no supo qué decir. Sin embargo, a Claudia le faltó tiempo para intervenir.

—¡Ey! ¿os podéis creer que no se hablan desde entonces? —Oh, no, Claudia… pensó Lina. Las tres amigas hicieron gestos de asombro y se miraron entre ellas.

—¿Tan mal se tomó el codazo? —preguntó Ceci sonriendo con incredulidad.

—Si yo os contara…—dijo Claudia con voz de paciencia —Y por cómo se está portando con la pobre Lina, yo creo que se quedó con ganas de más—. Las tres volvieron a reír de nuevo.

—¿Así que te está haciendo sufrir ese pibe, minita? —dijo Flor con un aire de condescendencia que incomodó a Lina.

—Ya le digo yo que no se permita, que se haga respetar—dijo Claudia con determinación.

—Un tiro en las bolas, total no le sirven para nada—respondió Ceci con total naturalidad. A Lina le horrorizó ese comentario, pero a sus dos amigas pareció divertirles mucho y también Claudia le rio la gracia.

—¡Me meo! —gritaba Claudia mientras se tapaba la boca como intentando contener la risa.

—¿Cómo no amar a mis amigas? —señaló Flor, divertida.

—Bueno, ese comentario es bastante homófobo, ¿no crees? —intervino Lina mirando directamente a Ceci.

—¡No es homofobia! —exclamó Ceci sorprendida—pero si las bolas de un gay no sirven de nada—añadió sonriendo como si señalase una obviedad.

—¡Oh, eso me recuerda a un chiste! —dijo Flor. Lina pensó que miedo le daba…—¿Saben en qué se parece un gay a un árbol de navidad? ¡En que solo tienen las bolas de adorno! —Risas histéricas de nuevo por parte de las tres y en esta ocasión Claudia no pudo contener también una sonora carcajada.

—¡Me da! —gritó mientras se quitaba las gafas para secarse las lágrimas de risa. Lina en aquel momento estaba ya visiblemente incómoda. Ceci, que había sido la que inició todo aquello, miró a Lina con su sonrisa maliciosa.

—¿Para qué le sirven las bolas a un gay? —le preguntó a Lina como si estuviera poniéndola a prueba, mientras las dos amigas sonreían esperando su reacción.

—¡Para que el novio se las toque! —se adelantó Mica, en su única intervención, con una risa que a Lina le pareció increíblemente estúpida.

—¿Para donar semen? —razonó Lina. Las tres amigas se quedaron calladas, como sorprendidas por la respuesta. Lina ya tuvo suficiente, puso los ojos en blanco, se levantó y se fue sin despedirse lo más rápido que pudo.

—¡Eh!, ¿pero qué te pasa? —preguntó Claudia, alzando las manos y encogiéndose de hombros, mientras Lina salía de la casa.

—No, ¿qué te pasa a ti? —dijo Lina volviéndose hacia ella, furiosa. —¿por qué has tenido que contarles eso? Es un problema personal mío, ¿vale?

—¡Solo intentaba ser simpática! Ya te dije que no tienes que vivir esto como un drama. Además, nos conviene encajar con estas… tienen piscina—susurró mientras ponía un gesto gracioso. Lina resopló con hartazgo.

—Esas tres tías están locas, Claudia. ¿Has visto qué clase de bromas a costa de mi amigo? Vale que ahora estemos mal. Y sí, no te lo voy a negar, empiezo a estar un poco enfadada con él, yo también tengo mi orgullo y ya estoy harta de disculparme constantemente mientras me ignora, pero esas taradas estaban bromeando con dispararle en los huevos, ¿te parece a ti eso normal? —Lina se derrumbó llorando y sentó en el suelo, mientras Claudia se agachó a consolarla.

—Ya no sé ni en quién creer, cada uno me dice una cosa, ya no sé ni si hago bien o si hago mal…—Claudia intentó abrazarla. Mientras, las tres amigas observaban la escena desde una ventana en la parte superior de la casa. En cuanto estuvo un poco mejor, se despidió con cierta frialdad de Claudia y se fue a su casa.

“No es mala chica del todo”, pensó Lina por el camino, “pero desde luego no es de fiar y nunca podría ocupar el lugar de Iván”.

VIII

Iván estaba en el pub con sus nuevos amigos. Esa noche tocaban con su banda y él les estaba acompañando. Le habían invitado ya a unirse al grupo, pero todavía necesitaba practicar más hasta que pudieran hacer la prueba, a ello estaba dedicando la mayor parte de las tardes durante la última semana. Hacía tiempo que no le dedicaba tanto esfuerza a la guitarra y se sentía bien. El pub estaba oscuro y fresco, aunque fuera pegaba fuerte el sol. No había apenas gente porque aún era pronto, pero había que hacer preparativos. En aquel momento estaban en un descanso, sentados al borde del escenario con un botellín de cerveza en la mano mientras reían entre bromas. Iván les conoció ya meses atrás y de vez en cuando quedaba con ellos, pero durante aquella última semana les veía casi a diario y se sentía ya uno más. El futuro cuarto miembro de la banda, pensó Iván. Los otros tres se llamaban entre sí siempre por apodos. Eran JH, Vini y Luv. Los tres eran altos y tenían cuerpos muy fibrados y llevaban siempre maquillaje en los ojos. Luv era quien tenía un físico más masculino, con la mandíbula cuadrada y un hoyuelo en la barbilla, tenía el pelo muy negro, como el de Iván, y le caía alborotado sobre la frente. En aquel momento llevaba unos vaqueros negros, a juego con el chaleco que llevaba sobre su ajustada camiseta blanca y apuraba un cigarrillo. Lo único que contrastaba con ese aspecto tan viril era la línea de rímel en sus ojos. Vini era el líder del grupo y posiblemente el más atractivo. Llevaba una camiseta ajustadísima sin mangas que revelaba un par de tatuajes en sus brazos tonificados. Su aspecto era algo más andrógino que el de Luv, con el pelo rubio y ondulado, más corto por los lados que por arriba, cara angulosa, labios muy gruesos, un collar con pinchos y un pendiente largo de mujer en una de sus orejas. Aquella mezcla de elementos rudos y femeninos a la vez fascinaba a Iván. Y luego estaba JH, que era quien tenía un aspecto más extraño y quien más le gustaba. Tenía unos rasgos dulces y femeninos, un rostro casi de mujer con ojos azules y boca pequeña, el único elemento que distorsionaba la dulzura de sus rasgos era una nariz grande y masculina. Sin embargo, la melena rubísima y con rizo artificial que le caía hasta los hombros reforzaba aún más el aspecto femenino de su cara, que sin embargo contrastaba con un cuerpo muy trabajado, con músculos muy definidos, seguramente más que ninguno de los tres, y unos brazos llenos de tatuajes. Iván y él ya se habían enrollado varias noches en el pub.

Cuando JH pasó por delante de él para ir a revisar el equipo de sonido, Iván le detuvo con la mano le palpó sus tonificados abdominales que casi se podían ver a través de la fina y ajustada camiseta de tirantes que llevaba. JH se volvió hacia Iván y le acarició la nuca con una mano mientras le sobaba el paquete con la otra. Iván sonrió. Después, fue al lavabo a beber aguar porque sentía la garganta seca por el humo de cigarro de sus tres amigos. Estando allí, frente al espejo, pensó un momento en Lina y en todo lo que había pasado desde aquella tarde en el parque. Intentó reprimir el pensamiento, pero no podía evitarlo. Recordó el momento en que volvió a casa después de aquello y todas las ideas que vinieron a su cabeza aquella noche. Por supuesto que sintió vergüenza al recibir aquel golpe bajo y ser objeto de risa, pero aquello fue solo la gota que colmó el vaso. Llevaba ya tiempo sintiendo esa sensación, pero intentaba ignorarla o reprimirla.

La adolescencia de Iván no había sido fácil. En realidad, ningún momento de su vida lo había sido. Apenas tenía recuerdos de sus padres, quienes le criaron fueron sus abuelos. Con su abuelo la relación siempre fue complicada, sobre todo en el momento en que Iván empezó a descubrir quién era y a vestir y comportarse como quería. Su abuelo había sido legionario, era un tipo serio y algo sombrío, con tatuajes en los brazos, algo nada habitual para un hombre de su edad. Lanzaba miradas de reprobación con algo de desprecio cuando veían entrar y salir de casa a su nieto con aquellos gestos amanerados y esa ropa chillona. Pero aquello ya terminó, su abuelo había muerto un año antes y ahora Iván estaba solo con su abuela, para quien seguía siendo como un niño y nunca le cuestionaba nada. Ya en el instituto, a Iván le resultó evidente que no podría encajar con los demás chicos. Recibía burlas constantes por vestirse como le gustaba y comportarse como quería, que sin embargo nunca le afectaron demasiado, pero sí le impidieron forjar amistades masculinas. Fue entonces cuando empezó su relación con Lina. Empezó a quedar constantemente con ella y sus amigas, como Claudia o alguna más que iba con ellos de vez en cuando, casi siempre amigas de Claudia. Pronto notó que para encajar en aquel mundo femenino tenía que adaptarse a algunos de sus gustos y forma de ser, desaprendiendo todo lo que le habían enseñado desde que era pequeño. Todas aquellas lecciones que le daba su abuelo sobre hombría y sobre lo que significaba ser un macho debía olvidarlas por completo para que aquellas chicas le aceptasen, tenía que ser una más. Al principio aceptó el pago encantado, si el precio por tener amigas era renunciar a aquella hombría que por otra parte los otros chicos le negaban, estaba dispuesto a hacerlo encantado. El problema fue que poco a poco tuvo la sensación de que las chicas le aceptaban, pero al mismo tiempo le perdían el respeto. Es como si ellas vieran que él nunca sería para ellas una más, pues nunca sería una chica, pero al mismo tiempo tampoco le veían como a un hombre del todo, sino como algo solamente parecido. Y era por eso que Iván sentía que a veces aquellas chicas se atrevían a decirle las cosas que no se atreverían a decir a alguno de esos chulos que quizá las trataban mal en el instituto. Es lo que pensaba cada vez que Claudia le lanzaba alguno de sus dardos, que casi siempre le parecían desproporcionados. Recordó aquella vez en que estaban bromeando y en tono de broma ella le preguntó si buscaba pelea.

—No, que me llegas por la rodilla—contestó él, continuando con la broma.

—Oh, qué gracioso eres, eh. Igual a los huevos sí que llego y dejas de hacer tanta gracia—respondió ella. Las otras chicas rieron y Lina también… y él rio con ellas.

Aquella clase de piques eran habituales con Claudia y a Lina siempre le hacían gracia, pero Iván sabía que no había maldad en ella. En realidad, si Iván aguantaba a Claudia y sus amigas era sobre todo por Lina. Sabía que el aprecio que sentía por él era sincero. Era una chica tan buena y tan inocente… él la conocía de sobra como para saber que no había nada maldad en ella. Durante aquellos últimos años de instituto, Lina había sido el centro de su mundo. Era alguien con quien podía hablar de cualquier cosa, podía compartir con ella sus inquietudes, todo aquello que podría hablar con nadie más. Había sido una parte importante de su vida en un momento es que no tenía a nadie y estaba agradecido por haberla tenido a su lado. Cuando Claudia o alguna otra chica hacía comentarios como aquel, Lina se reía con la ingenuidad de quien no ve mala intención, e Iván se había acostumbrado a reírse también… no le quedaba más remedio, por otra parte. El mundo masculino del instituto, con sus chulerías y bravuconadas le estaba totalmente vedado, así que se tenía que conformar con aquel mundo femenino en el que lo peor que le podía pasar era sufrir alguna broma de mal gusto de vez en cuando. Tampoco era tan terrible, podía adaptarse a ello, o eso pensaba.

Algunas veces, sin embargo, le entraban dudas. Recordó aquella vez, poco antes de que su abuelo muriera, en que volvió a casa por la noche después de quedar con Lina. Su abuelo estaba sentado en su sillón, medio dormido, con el periódico sobre sus rodillas. Iván pasó por delante de él con cuidado para no despertarle.

—Lo tienes crudo, chaval—dijo su abuelo sin apenas abrir los ojos.

—¿Cómo? —preguntó Iván desconcertado. No era muy habitual que su abuelo hablara con él.

—En ciertos ambientes y circunstancias lo tienes crudo. Por eso un toro capado y sin cuernos sólo sobrevive entre vacas.

Su abuelo últimamente deliraba con frecuencia, por eso Iván trató de no hacer ni caso, pero aquellas palabras se le quedaron grabadas y pensó en ellas durante algún tiempo. ¿Eso era él? Un toro capado y sin cuernos que tiene que juntarse con hembras para sobrevivir. Sintió un escalofrío al pensarlo. Él podía tener cuernos si hacía falta, ya lo había demostrado defendiéndose de algún que otro idiota en el instituto. Y desde luego, no estaba capado.

Por todo ello, fue para Iván toda una revelación conocer a aquellos chicos hacía ya meses. Se quedó fascinado nada más verles y cuanto más les conocía, más le gustaban. Podían ser amanerados, maquillarse y llevar pendientes femeninos, pero al mismo tiempo eran duros, rebosaban seguridad en sí mismo y una sexualidad orgullosa y desbordante. Ninguno de los tres tenía pareja estable ni creía en eso y aunque Iván y JH en ese momento se llevaran especialmente bien y se enrollasen, JH también se morreaba con sus otros amigos de vez en cuando. Era como si no les importase nada, fumaban, bebían, decían tacos y se retaban a pulsos. De ellos estaba aprendiendo una forma totalmente nueva de ver la vida, le fascinaba la facilidad con la que eran capaces de ser tan machos siendo maricas. Iván había experimentado por fin la sensación de la camaradería masculina que le había sido negada en el instituto. Se sentía fuerte con ellos. A veces pensaba que de haberles conocido un par de años antes nadie se hubiera atrevido a meterse con él. Aquellos chicos grandes, musculados y seguros de sí mismos imponían a cualquiera a pesar del rímel, la melena rizada y los pendientes de mujer.

Después de conocerlos, Iván siguió quedando como siempre con Lina. El vínculo que tenían era fuerte después de tanto tiempo y, además, cada vez se juntaban menos con Claudia y con las chicas que traía ella, con lo cual Iván se sentía cómodo. Habló alguna vez a Lina de sus nuevos amigos y a ellos en alguna ocasión les hizo alusión a su amistad con la chica, pero sin profundizar mucho en ello. Nunca se planteó presentarlos porque le gustaba mantener las dos relaciones como mundos separados. Con Lina tenía aquella confianza especial, aquellas bromas y confidencias, mientras que con ellos se divertía y se sentía más cómodo, más seguro, más viril.

Sin embargo, fue aquel día en el parque lo que lo cambió todo. El fino codo de Lina puede que le golpease entre sus piernas, pero el golpe de verdad lo sintió en su mente. Todos aquellos pensamientos que de vez en cuando afloraban pero que él intentaba contener, se desbordaron de golpe. No sabría decir qué fue exactamente, pero diría que no fue el golpe en sí ni las risas de toda aquella gente, sino la poca importancia que pareció darle Lina. Incluso después de aquello, en los días siguientes, Lina insistía en que no había sido para tanto. ¿Golpear a un tío en los huevos no es para tanto? Quizá no si no es un hombre del todo. Esa sensación que Iván había tenido alguna vez, se hizo totalmente presente para él. Para Lina, él era como un ser sin sexo. Alguien que estaba ahí para hablar con ella, apoyarla y para hacerla reír cuando hacía falta, como una especie de muñeco. Un muñeco Ken que vestía bien, era apuesto y encantador… pero era un hombre de mentira sin nada debajo de sus ajustados pantalones. Durante días estuvo evitándola. De repente se sentía incómodo con su compañía. Sabía que ya no sería capaz de entender su actitud y pensó muchas veces en hablar con ella, que se lo debía después de tanto tiempo, pero realmente no sabría qué decir. Así que optó por intentar olvidarse de ella, una forma de huir algo cobarde, pero que le hacía sentir bien. Comenzó a quedar más con los chicos, se juntaba prácticamente todos los días con ellos en el pub. Al fue difícil, uno de los primeros días su móvil sonó varias veces, porque Lina no dejaba de llamar y al final tuvo que irse aparte y descolgar, pero cortó en cuanto pudo. Los chicos le preguntaron intrigados quién le llamaba tanto y él dijo que Lina. Ellos bromeaban a menudo sobre la gran cantidad de chicas que iban detrás de ellos quedándose frustradas y le preguntaron si era su caso. Él no supo qué decir, le supo mal mentir sobre algo así pero desde luego no les pensaba contar el vergonzoso incidente del parque, así que dijo que sí. Los tres rieron violentamente y le dieron palmadas en la espalda. Hicieron bastantes bromas sobre ello, dijeron que se iba a quedar con las ganas o que tenía que decirle que lo sentía pero que le faltaban ciertas partes para poder gustarle. Él se sintió incómodo, pero rio también.

Durante días no tuvo claro qué hacer con Lina. Aunque hubiera descubierto que estaba mucho mejor con sus nuevos amigos, era esa una forma fea de terminar una amistad. Un día sonó el teléfono y lo cogió. Lina parecía muy alterada, habló mucho y muy deprisa. Al parecer había estado contándole su problema a su prima Cat, a quien él conocía mucho de oídas. Le soltó un desordenado sermón sobre por qué no debía sentirse mal por aquello que pasó, que era irracional… mencionó muchos términos técnicos que no eran propios de Lina y que claramente había escuchado a su prima, pero hubo uno que le golpeó como una piedra “miedo a la castración”. Se supone que debía perderlo. ¿Era eso lo que pensaba Lina? Que perdiera el miedo a ser capado, que pudieran córtale los huevos sin que se quejara. ¿Así era como le querían todos? Eso era lo que le dijo aquel chaval bajito haría un par de años. Iván no lo olvidaba. Deseó que le cortasen los huevos. Y así era como le querían también Lina y el resto de chicas, sin huevos, como un muñeco Ken. Una chica se ve que solo puede confiar en alguien sin huevos, o sea, en otra chica o en un capado. Y él nunca podría ser una chica, ni lo quería, así que tendría que ser un capado. Y así le querían también todas aquellas personas del parque, que rieron como hienas cuando un codo se clavó en sus huevos. Y Lina decía ahora que él no debía darle importancia, ¿le diría eso también a cualquier otro chico? Una parte de él, la que intentaba seguir aferrándose a lo que hasta ese momento había sido su vida, intentaba calmarle, pero la otra estaba harta y deseaba liberarse, sentir que era él mismo y no lo que otros, incluyendo a Lina esperaban de él. No era un toro capado y no necesitaba esconderse entre vacas. Tenía huevos y le encantaba que JH se los acariciara. Le encantaba cuando se metían detrás del escenario, ya de madrugada, poco antes de cerrar y allí se desnudaban y se amaban con furia y él se sentía como un toro con unos huevos muy grandes que JH a veces le chupaba y se metía en la boca.

Iván salió del lavabo y volvió al escenario encontrándose allí con una persona que no esperaba ver. Claudia estaba allí delante, hablando animadamente con sus amigos, a quienes parecía haber caído muy. “Claudia cae bien a todo el mundo…” pensó cierta sorna. Sintió algo de tensión, pues le preocupaba que supiera algo de su problema con Lina y que estuviera allí para hacer de intermediaria o algo así. No quería que sus amigos se enterasen de nada de aquello. Aquel era su mundo ahora. Aunque sintiese algo de pena por Lina, pensaba que ya era hora de pensar más en sí mismo y que al fin y al cabo Lina tenía a Claudia y a algunas chicas más. A lo que había venido Claudia era a invitarles a todos a una fiesta que iba a organizar en su casa uno de aquellas chicas argentinas que acompañaron a Lina a su casa aquel día.

—No conozco apenas a esas chicas, igual no es buena idea—intentó poner Iván como excusa. No le gustaba la idea, no quería juntar a sus amigos con aquella otra gente.

—¡Tranquilo! Es una casa enorme y con piscina, estamos invitando a todo el que podemos, muchos no se conocerán allí, pero hay espacio de sobra para todos y cada uno estará a lo suyo— dijo Claudia, muy persuasiva. Aquello pareció gustar a sus amigos. —Y a ver si consigues convencer a Lina para que venga, yo lo he intentado, pero no quiere, aunque supongo que a ti te hará más caso—. Eso tranquilizó a Iván, Claudia no sabía nada de sus problemas, eso era bueno.

Cuando Claudia se despidió y se fue, los cuatro chicos quedaron solos y los tres amigos de Iván parecían encantados con la idea de la fiesta, y sobre todo de la piscina. Iván no terminaba de estar convencido, pero suponía que no podía ir mal. Lo verdaderamente incómodo sería coincidir con Lina, pero al parecer no iba a ir… y por supuesto él no la iba a convencer.

IX

Lina se había resignado ya por completo a estar sola. Desde la visita a la casa de las argentinas, no había vuelta a hablar con nadie, ni por móvil ni en persona. No quería de momento saber nada de Claudia, ni de la gente que conocía… ni había vuelto tampoco a intentar hablar con Iván, ya lo daba por imposible. Aun así, esperaba que pasara algo, que se arreglara de alguna manera. Había sentido ganas varias veces de ir a su casa y esperar allí, pero una parte de ella le decía que no. Posiblemente lo único sensato que le dijo Claudia fue que no se arrastrase. Pero si hubiera alguna forma… si se le encontrase alguna vez por casualidad… Como ya no le quedaba nadie más con quien hablar, había empezado a hacer algo que le parecía bastante vergonzoso, entraba en foros de internet que conocía y abría hilos contando la historia, para ver qué consejos le daba la gente, pero dejó de hacerlo enseguida. Era más de lo mismo de lo que le habían dicho todos… unos que hablase con él, otros que le mandase a la porra y más de uno que sencillamente se reía o bromeaba preguntando si había dejado estéril a su amigo.

Lina se tumbó en la cama, miró al techo y empezó a imaginar lo diferente que hubiera sido ese verano si todo hubiera transcurrido de otra manera. Se imaginó tener Iván a su lado en aquel momento, en su habitación, como tantas veces, sin hacer nada en concreto y hablando de chorradas. Se imaginó a sí misma aquella tarde en el parque, frente a todas aquellas personas, haciendo el idiota. Se imaginó las risas de todos por algo que había pasado, a ella misma dándose la vuelta y viendo a su amigo reír a carcajadas mientras se llevaba las manos a la entrepierna, a ella abrazándole entre risas y los dos volviendo juntos a casa mientras recordaban la anécdota riéndose.

El teléfono la devolvió a la realidad. Era Claudia. Pensó no cogerlo, pero al final cedió. La voz de Claudia sonaba tan alegre como siempre.

—¡Hola! Oye, mira, me siento un poco mal por lo que pasó el otro día, siento ser tan bocazas, de verdad… y esas tres no se lo tengas en cuenta. No hace falta que me lo agradezcas, pero he pensado hacerte un favorcito para compensar… ¿te acuerdas que hoy es la fiesta en casa de Flor? Pues me dijo que como conozco a tanta gente, que me encargase yo de invitar… ¿y a que no sabes a quién invité? ¡Exacto, tu amiguito del alma! No te avisé antes porque no estaba segura de que fuera a venir, pero veo que acaba de llegar. Ya sé que Flor y las otras no te caen bien, pero no tienes ni que verlas si no quieres, aquí hay mucha gente… y por fin tendrás ocasión de hablar con ese a la cara y ver si lo puedes arreglar. Estaremos aquí hasta tarde, ¡pásate cuando quieras! ¡Y no olvides el bañador!

Lina no fue muy efusiva al darle las gracias a su amiga y despedirse, pero el corazón le latía a mil por hora. Eso era justo lo que estaba esperando. Por fin vería a Iván cara a cara… le daba un poco de miedo qué pasaría, pero creía que era algo muy bueno. Coincidirían aparentemente de casualidad, en un entorno relajado, en esa casa tan grande había un montón de rincones y podría hablar con calma. Por primera vez sintió una oleada de optimismo. “Todo iba a salir bien”, pensó, “por fin”.

De un salto, fue al armario a buscar su bañador, se puso encima de él unos vaqueros y una camiseta y fue para allá casi corriendo. Sentía la misma emoción que el día antes de Navidad cuando era pequeña. No tardó en llegar a la casa, la puerta estaba abierta y seguía entrando gente en ese momento. Se paró frente a ella, cogió aire y entró. Atravesó el enorme salón y salió hasta el jardín. La última vez no tuvo ocasión verlo, pero era cierto que era espectacularmente grande y daba la vuelta a toda la casa, la piscina era muy grande, pero había tanta gente allí que estaba casi llena. En previsión de eso, habían colocado alguna que otra piscina desmontable repartida por el inmenso jardín. No tenían mucha capacidad, pero cumplían su función y se formaban pequeños grupillos dentro de ellas.

Lina vio a Iván en una de esas piscinas, al fondo del jardín. El chico estaba fuera de la piscina, apoyado de espaldas sobre ella, con los brazos descansando sobre el borde, mientras tenía la cabeza girada para hablar con los otros tres chicos que estaban dentro. Lina comenzó a acercarse, recorriendo los aparentemente interminables metros que los separaban. Por la familiaridad con la que parecía estar hablando y riendo Iván con aquellos chicos, dio por hecho que serían sus nuevos amigos. “Vaya, eso no me lo dijo Claudia”, pensó Lina, que hubiera preferido encontrarlo solo. Iván vestía solo un pequeño bañador negro, lo que contrastaba con su piel blanca y lampiña, y muy ajustado, marcando claramente todo el contorno de sus genitales. Lina continuó avanzando hacia él, pero parecía tan entretenido en su conversación con uno de los chicos que no la veía venir. A Lina le pareció incongruente el aspecto del chico con el que Iván estaba hablando, que en ese momento se encontraba de pie dentro de la piscina, con rasgos femeninos y pelo rubio y rizado con permanente como el de una mujer, pero con músculos bien marcados y brazos tatuados. Los dos chicos reían, los otros dos parecían también decirles participar en la conversación, sentados en el interior de la piscina detrás del de los rizos. Iván tenía un aspecto relajado, mientras reía apoyado en la piscina desmontable, se tocaba el pelo distraídamente con la mano, revelando una axila con poblado vello negro como el de su cabeza, que destacaba sobre su piel clara.

Iván no vio a Lina hasta que la tuvo justo frente a él, su cara entonces se transformó, dejando de reír de inmediato. Sintió una punzada de pánico al tener delante de sí a su amiga, que intentó disimular con una sonrisa fingidamente despreocupada.

—Hola, Iván… ¿podemos hablar a solas? —dijo Lina con voz insegura.

Iván no sabía cómo reaccionar, lo último que esperaba era ver allí a Lina. Claudia le había asegurado que no iría. ¿Qué hacía allí? Sintió también un punto de rabia ante aquello que parecía una intrusión. No quería que se arruinara el buen ambiente que había con sus amigos, así que trató de hacer que se fuera.

—No hay nada de qué hablar, Lina… déjalo ya—dijo fingiendo tranquilidad mientras evitaba mirarla a la cara.

Aquellas palabras golpearon a Lina como una bofetada. Por teléfono era una cosa, pero en persona aquella frialdad, aquella indiferencia de su mejor amigo la hirieron como no esperaba. Durante unos segundos no supo ni cómo reaccionar, intentó mover los labios para decir algo, pero no le salían las palabras.

—Iván, yo… no sé ya qué hacer para que volvamos a estar bien, has estado siempre ahí y… eres muy importante para mí—acertó a decir entre balbuceos, sin apenas pensar en lo que decía, pero intentando conmoverle.

Los amigos de Iván se miraron entre sí en ese momento y comenzaron a sonreírse entre ellos. Los dos de atrás parecieron decirse algo al oído y reprimieron una risa, mientras el musculado del pelo con permanente se volvía para mirarles a ellos y sonreía también a Iván. Que no sabía ni dónde mirar. Lina miraba intermitente mente a su amigo y a los chicos, con el rostro cada vez más tenso por el dolor, la vergüenza y la rabia.

Mientras tanto, Claudia contemplaba la escena desde un lateral. Estaba recostada al sol en una tumbona, con un bikini de rayas blancas y negras, y unas gafas de sol tan grandes como las que llevaba normalmente. Había invitado a todo tipo de gente. Tumbadas en toallas en suelo, junto a ellas, estaban las mismas chicas de pendientes de aro que estuvieron en el parque la tarde que empezó aquel pequeño drama cuya conclusión estaba siguiendo con atención. Un rato antes, cuando Iván llegó con sus amigos, una de las chicas preguntó a Claudia sin disimulo:

—¡Hostia! ¿ese no es el de los huevos?

A lo que Claudia asintió sonriendo. Desde ese momento, las chicas no quitaron ojo de encima a Iván y sus amigos, entre cuchicheos y sonrisas, y ahora parecían especialmente intrigadas por la escena con Lina.

Claudia no perdía detalle. Desde su privilegiada posición, podía ver a la pareja de perfil justo frente a ella, analizando cada movimiento. Iván continuaba apoyado en la piscina, tratando de fingir naturalidad, aunque se le veía cada vez más tenso e incómodo. Evitaba a toda costa, “cobardemente”, pensó Claudia, el contacto visual directo con Lina, que parecía a punto de derrumbarse. Visto de perfil, el prominente bulto de su entrepierna resaltaba aún más en su cuerpo delgado y se notaba más la diferencia de altura. A Claudia se le ocurrió una posibilidad divertida y rio para sí.

Lina no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿A qué se debían aquellas miradas y sonrisas cómplices entre los chicos? Esos murmullos y risas contenidas… Iván miraba en todas direcciones menos a Lina. Fijaba sus ojos en el suelo, miraba a lo lejos o dirigía un rápido vistazo a sus amigos, devolviéndoles alguna sonrisa, no sin cierta incomodidad. El de la melena rizada miraba en ese momento a Lina como si estuviese viendo algo gracioso, con una amplia sonrisa que revelaba todos sus dientes, todos iguales, perfectos, pero algo grandes para aquella boca. Lina pensó que tenía sonrisa de caballo. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Aquellos chicos se estaban riendo de ella? ¿qué significaba aquello? ¿habría estado Iván hablándoles de ella? ¿criticándola? ¿qué pudo decirles? ¡Ella siempre se había portado tan bien con él! No podía tener quejas… ¿se habría inventado algo? Todas aquellas ideas estallaban violentamente en su mente, como si fuera una tormenta. Nunca se había sentido tan avergonzada. Iván estaba ignorándola, apenas la miraba… mientras sus amigos se reían y él les sonreía. Aquello le pareció tan inconcebible y humillante que no pudo soportarlo y rompió a llorar. Intentó reprimir el ruido del llanto, pero su cara se puso roja. Intentó taparse la cara por la vergüenza, pero eso solo hizo que llamara más la atención. Los pequeños grupos que había alrededor, se volvieron a mirar, lo que hizo que más gente se diera cuenta de la situación y mirase en esa dirección también.

Iván se quedó paralizado al ver el llorar a Lina. Las sonrisas de sus amigos comenzaron a apagarse a medida que el llanto de la chica se fue volviendo más y más desconsolad. Y, sobre todo, al ver que se empezaban a convertir en el centro de atención. Pronto, prácticamente todos los asistentes, miraban con curiosidad, unos con más disimulo y otros con menos, esa escena en la que aquella chica bajita lloraba desconsolada delante de aquel chico, que parecía fingir indiferencia. Se empezaron a producir murmullos de curiosidad entre los grupos de invitados. “¿Problemas de pareja?”, susurró alguno. “No creo, él se estaba dando el lote con uno de esos chicos hace un rato”, murmuraba otro. “Quizá haya sido ese el problema”, apostillaba un tercero. Lina tenía a toda aquella gente detrás y permanecía totalmente ajena a la curiosidad que estaba suscitando, pero Iván los tenía delante y supo que tenía que hacer. Aquella situación se había descontrolado mucho más de lo que hubiera querido. Tenía parar de alguna manera aquel numerito, aquello iba a arruinar la tarde con sus amigos… y también pensó que se lo debía a Lina. Hasta ese momento no había sido del todo consciente de lo que estaba sufriendo. Había buscado excusas para no pensar demasiado en ello, le había restado importancia, había pensado primero en sí mismo. Por primera vez, miró directamente a su amiga. La vio allí plantada, delante de él, parecía más pequeña y frágil de lo que él la hubiera visto nunca, se intentaba tapar su cara enrojecida por el llanto con la mano izquierda, mientras su otro brazo colgaba inerte en su costado, abriendo y cerrando el puño compulsivamente, como si estuviese sufriendo una crisis. Iván supo que debía hacer algo para consolarla, se lo debía. Dejó de apoyar su espalda en la piscina, se irguió y se acercó un paso a ella. Después de dudar un instante, le posó la mano en el hombro.

Claudia debió ser la única que vio venir lo que estaba a punto de pasar, llevaba ya un rato valorando la posibilidad y en ese momento lo vio claro, sintiendo un cosquilleo en el estómago como el de quien ve un tren a punto de descarrilar.

—Ahí va los huevos, ahí va los huevos…—susurró para sí.

Lina en ese momento no podía ni pensar. Tanto tiempo de amistad, tantas experiencias, tantos momentos, toda la confianza que tenía puesta en su amigo, rota en un instante. Se sintió humillada y ridiculizada. Todas las personas que le dijeron cosas que ella se negó a admitir durante los días anteriores, acabaron teniendo razón. Recordó a su prima diciéndole que debería buscarse otra nueva mejor amiga. Recordó a Claudia diciendo que quizá Iván fuera su mejor amigo, pero ella fuera lo mismo para él. Sintió una rabia incontrolable. En ese momento le hubiera gustado volatilizarse, desaparecer por completo de allí. Cuando notó la mano de Iván en su hombro, sintió como si un fuego fuese a quemarla por dentro. No quería volver a saber nada más de él nunca más y, a ser posible, tampoco de ninguno de los que estaban allí. Su mano derecha dejó de abrirse y cerrarse compulsivamente, se cerró con fuerza formando un puño y lanzó hacia arriba lleno de ira, sin apenas pensar, sin ninguna intención en particular. El puño pudo haber subido hasta golpear la mano que Iván acababa de colocar en su hombro, podría incluso haberse golpeado a sí misma o podría haber golpeado simplemente el aire… pero alcanzó de lleno el abultado paquete de Iván.

El puño venía en trayectoria ascendente con incontenible fuerza, Iván ni siquiera lo vio venir. Al golpear su entrepierna desde abajo, impactó directo en sus testículos, aplastándolos brutalmente contra la ingle. Iván aulló de dolor y cayó de rodillas al instante, agarrando sus doloridas partes viriles con ambas manos. Todos los asistentes estaban observando y se sobresaltaron al unísono. Los tres amigos de Iván, desde el interior de la pequeña piscina, pusieron una exagerada mueca de sorpresa y dolor. No tardaron en empezarse oír risas de algunos invitados. Flor y sus dos amigas, que habían contemplado la escena desde lejos, dentro de la piscina principal y apoyadas en el borde, se miraron entre sí mientras reían y fruncían el ceño. Las chicas de los enormes pendientes de aro, junto a Claudia, rieron con violentas carcajadas. Y la propia Claudia arrugó el gesto con desagrado. Lina permanecía ajena a todo aquello, ni siquiera era del todo consciente de lo que había pasado, solo quería desaparecer. Se dio la vuelta inmediatamente y salió de allí a grandes zancadas mientras la multitud observaba a Iván. Solo sentía dolor.