¿Desea algo más el Señor?
Los dos últimos meses habían sido malos. Un mal divorcio, mucho papeleo y demasiados problemas de dinero. Decidí abandonarlo todo por unos días e irme lejos. Recordé que mis abuelos vivían en un pueblo de la costa en Santander. Así que llamé a varios de los hoteles de la zona, hasta que encontré...
Los dos últimos meses habían sido malos. Un mal divorcio, mucho papeleo y demasiados problemas de dinero. Decidí abandonarlo todo por unos días e irme lejos. Recordé que mis abuelos vivían en un pueblo de la costa en Santander. Así que llamé a varios de los hoteles de la zona, hasta que encontré uno abierto y reservé una habitación para un fin de semana largo. Como casi todos los pueblos de por allí se dedicaban al turismo. Claro que eso es en primavera y verano. En noviembre no hay nadie, apenas unos pocos lugareños. ¡Normal! Hace un frío que pela, hay unas olas de seis metro o más y sopla un viento que te mete ese frío hasta en los huesos.
Llegué al hotel, que resultó ser una casa rural de unas 10 habitaciones. La casa estaba bien, rustica y acogedora. Por lo que pude ver habían dos empleados: madre e hijo. La madre me enseñó la habitación. Las vistas eran excelentes y parecía acogedora. Me informó que no había servicio de comedor, que en temporada baja lo derivaban al restaurante de al lado. Y que el servicio de noche lo cubría su hijo que se quedaba en recepción toda la noche. Le di las gracias, me duché y me acosté directamente. Estaba agotado del viaje.
De madrugada, sobre las 2 de la mañana, me desperté con un frío tremendo. Resulta que la puerta de la ventana se había abierto. Lo peor fue que estaba rota y era imposible cerrarla. Baje a recepción a ver si encontraba al hijo y ponía alguna solución. Vi al hijo en cuanto entre en la zona de recepción. Se había quedado dormido en su puesto, mientras miraba el ordenador. Era un poco gracioso. Al acercarme pare despertarlo me di cuenta de que estaba viendo vídeos porno de tíos. Hasta dónde yo sé siempre he sido hetero, pero también es verdad que nunca he tenido una experiencia gay. Hasta ese momento claro.
Decidí despertarlo suavemente. Tardó un poco en reaccionar, pero en cuanto vio el vídeo se espabiló de momento y apagó la pantalla del ordenador. Decidí hacerme el despistado, como si no lo hubiese visto. Le expliqué el asunto y decidió que era más fácil arreglar la ventana que acomodar una nueva habitación. Al salir de detrás del mostrados me di cuenta de que llevaba la polla fuera. Estaba flácida, pero era una buena tranca. Es extraño que pensase eso. Carlos, que así se llamaba el dueño de la tranca, era un joven rubio de unos 50 kg y casi 1,70 de alto. Sabía que tenía 18 porque lo había dicho su madre, pero pelos no tenía ni en la barba ni en la polla.
No se dio cuenta de que la llevaba fuera hasta que empezó a subir las escaleras. Se la metió rápidamente y subió rápido las escaleras. Le costó muy poco arreglar el pestillo. Seguro que algo que pasaba a menudo. Me pidió permiso para lavarse las manos en mi cuarto de baño y accedí. Como tardaba decidí entrar a ver que sucedía y lo encontré oliendo mis calzoncillos sucios que había dejado allí después de la ducha. Se puso rojo como un tomate y empezó a suplicar que no se lo dijese a su madre. Se puso de rodillas y me lo pedía con las manos juntas. No sé porque aquello me excitó. Estaba en bata y debajo solo llevaba los pantalones del pijama. Él seguía de rodillas suplicando y poco a poco fue acercándose. Se abrazó a mis pantorrillas, luego a mis muslos. Luego metió la cabeza en mi entrepierna.
Me apartó la bata y me sacó la polla y empezó a chupármela. La chupaba de miedo, se la metía hasta los huevos, y no la tengo pequeña. Cuando sentía arcadas la sacaba y seguía chupando. Como me estaba cansando de estar de píe, lo cogí de los pelos y lo llevé de rodillas por toda la habitación hasta la cama. Me senté y le obligué a seguir chupándomela. — ¡Uff! Mmummn ya pensaba que no le gustaba —me dijo mientras se la volvía a meter en la boca. Me recosté hacía atrás mientras él seguía. Con una mano me acariciaba el abdomen y los pezones. Con la otra me acariciaba los huevos o me pajeaba, pero mi polla no salía de su boca. En un momento dado empezó a imprimir un ritmo frenético y le dejé hacer. Tuve un fantástico orgasmo, largo e intenso. Eyaculé varias andanadas las cuales tragó sin inmutarse, hasta se relamía el cabrón.
Se levantó, se cuadró y dijo — Disculpe las molestias, Señor. Espero que termine de pasar una buena noche. Si tiene cualquier otro contratiempo solo tiene que descolgar el teléfono —se dio media y se fue.
Me quedé relajado y medio dormido como 1 hora. Pero seguía empalmado. Así que descolgué el teléfono y escuche su melodiosa y suave voz —Buenas noches Señor, ¿qué puedo hacer por usted?
— Sí, esto me preguntaba si sería posible conseguir una caja de condones a estas horas.
— Tenemos un dispensador, Señor. Ahora mismo se la subo.
— Gracias Carlos.
— ¿Desea algo más el Señor?
— Esto, ¡sí! Creo que nos hará falta algo de lubricante, pero eso lo dejo a tu criterio.
— ¡Muy bien Señor! Ahora en seguida se lo llevo todo.
No tardó ni 5 minutos en llamar a la puerta. Venía acalorado. Le hice pasar. Me entregó los condones y un lubricante a medio usar.
— ¿Desea algo más el señor?
— ¡Sí! Ya que estás porque no te quitas la ropa, toda la ropa, menos la pajarita que me mola —se quitó toda la ropa menos la pajarita roja que llevaba al cuello. Tenía un cuerpo perfecto, bien definido y una polla que empezaba a levantarse. Aquella tranca bien dura seguro que media cerca de 25 centímetros y apuntaba a que era gorda, gorda.
Me tumbé despacio en la cama, desnudo. Mientras él seguía allí tieso, de píe, desnudo y medio empalmado. Me molaba mucho hacerlo esperar.
— ¿Desea algo más el Señor?
Le indiqué que se tumbara. Empecé a acariciarle el pelo y luego a explorarlo con las manos. Cuanto más lo exploraba, más lo deseaba. Él se dejó hacer. Poco a poco empecé a besarlo. Su boca era deliciosa, mi polla ya lo había comprobado antes. Mis manos llegaron a su polla y el soltó un gemido de placer. Empecé a pajearlo y me encantaba aquella enorme polla. Empecé a mirarla y quedé hipnotizado por ese agujero de su polla. Sin saber cómo empecé a comerme ese enorme rabo. Él lo estaba disfrutando. Y yo también. Me puse un condón y le puse una almohada en la espalda para poder penetrarlo mientras le veía la cara.
Empecé a penetrarlo suavemente. Esto a él le excitó mucho. Resultó que si me arqueaba un poco podía meterme su glande en la boca. Tuve que dejarlo y seguir con la mano, pues su culo, profundo, cálido y estrecho reclamaba toda mi atención. Seguía pajeándolo. Cuando noté las sacudidas en su polla me la volví a meter en la boca y casi todo me lo trague. Estaba delicioso.
Me dijo que quería ser mi putita y se giró dejándome en pompa todo su culo. Era redondo, respingón, durito y con un agujero que me llamaba. Se la volví a meter. Y vaya si iba a ser mi putita. Empezó a mover las caderas y el culo de forma que yo casi no me tenía que mover. La sensación era increíble. Empecé a notar contracciones y rápidamente se giró y quitándome el condón se tragó toda mi leche.
Desde entonces frecuento habitualmente esta casa rural. Y Carlos suele venir todas las noches a comprobar que no se ha roto el cierre de la ventana. Y siempre dice lo mismo —Ya está aquí su putita Señor, ¿desea algo más?