Desde que te encontré (1)
Subiendo a habitaciones costrosas, donde de forma apresurada te encularía o lo que pudiese en función de tus tarifas.
Desde que te encontré (1)
Subiendo a habitaciones costrosas, donde de forma apresurada te encularía o lo que pudiese en función de tus tarifas.
Desde que te encontré, supe que quería tenerte, que fueras mía, lo malo es que no sabía como hacerlo, no quería que sintieras que te compraba.
Ibas por la carretera, un día caluroso, agobiante de esta primavera atacada por el cambio climático. Una mujer flaca, huesuda, de un rubio casi albino, no pintaba nada por los arcenes y cunetas de la estepa castellana.
Abrí la puerta del coche y te metiste casi sin pensar, era una tabla de salvación mi ofrecimiento anónimo y te aferraste a él.
Me hablabas en un ingles inconexo, de palabras sueltas, pero suficientemente expresivo. Huías de alguien, de alguien que te quería mal. La historia era sencilla y casi rutinaria, chica eslava, viene a España, engañada por mafia centroeuropea, viene para trabajar de camarera, o de actriz ingenua, y acaba de puta de club de carretera. Tú habías logrado huir y yo te recogía, no había mucho más que contar.
Te lleve a casa, una pequeña mansión, herencia familiar, cercada por altas tapias que te protegerían de tus perseguidores y de todo lo que te pudiera molestar.
Tu entrada en mi mundo fue muy natural, te indique donde estaba el baño, y te encerraste en él, cuando saliste, ibas envuelta en mi albornoz, y algo sacudió mi cuerpo, saber que debajo de esa prenda, rozando la ropa que mi piel tocaba cotidianamente, tu cuerpo denudo se escondía.
En un idioma medio de señas y de ingles chapurreado, te di a entender que me dejaras tus ropas, que te iba a comprar unas nuevas. Sin el más mínimo asomo de fetichismo por mi parte mire las etiquetas de tus prendas, seguro que olían a ti, pero tal vez un poco excesivamente, intente retener la talla de tus bragas y el jeroglífico que existía en el sostén, pues además estaba medio en chino, medio en cirílico.
Ni corto ni perezoso, confiando en tu miedo, te deje sola, al frente del frigorífico y del mando de la televisión. Me acerqué a la gran superficie más cercana, no era cuestión de ir a comprar a la mercería del pueblo, aquí todos nos conocemos. Entre llegar, comprar y volver casi tarde dos horas, y eso que no me gaste mucho dinero. Un par de bragas, un sujetador a ver si te venia bien, un poco de ropa deportiva, unas zapatillas, hasta compre unos preservativos por si venían bien dadas. Hay que reconocer que entre tanta braga, por cierto que caras son, algo excitado me sentía, pensando en los culos que se iban a encerrar allí dentro, algunos tan bonitos como el que yo tenia ahora mismo en casa.
Cuando llegue, efectivamente, te acordaras seguro, estabas allí arrebujada en el sofá, casi horrorizada, viendo un programa informativo, donde se reflejaba el horror de las pateras, de la guardia civil recogiendo cadáveres, y el posterior peregrinar hasta la repatriación a una patria que no era de nadie. No entendías las palabras pero las imágenes eran suficientemente elocuentes.
Te di las bolsas con la ropa, los condones me los había guardado, no quería darte una imagen equivocada. Cenamos y te fuiste a dormir a la habitación que yo te había indicado, una sencilla habitación de huéspedes, no muy lejana de mi cuarto pero que te daba cierta independencia.
Al día siguiente, ya apareciste con la ropa que yo te había comprado, el sujetador por lo visto no lo llevabas, no debía de ser de tu talla, pues a través de la amplia camiseta lo delataban tus senos, bueno ya iríamos a comprar juntos, eso es muy complicado.
Mientras desayunábamos tranquilamente, te estabas poniendo morada, por cierto, yo trate de explicarte que pasaba mucho tiempo en casa pues mi trabajo así me lo permitía. Tú a su vez me explicaste que te gustaba mucho el jardín, que serias mi jardinera, y que querías encargarte de la descuidadas plantas que rodeaban mi casa.. Parece mentira lo que dos personas son capaces de entenderse cuando hay buen rollo, aunque no sepan el idioma respectivo.
Pues nada yo a currar con mi ordenador y tu te pusiste a intentar poner orden en el caos que era la parcela que rodea mi casa.
A la hora de la comida, te acordaras, la televisión volvió a informarnos de los emigrantes, de las redes de tratas de blancas y de todos los males variopintos del mundo. Nada mas acabar de comer, mientras yo me tomaba un café, te fuiste al baño, y note el ruido de la maquina que uso para recortarme la barba.
No querías que nadie te reconociera, y creías que tu casi albina media melena era bastante llamativa en esta estepa celtiberica. Me quede algo perplejo, pero al ver que te estabas dejando algunos trasquilones, te ayude en la faena. Fue la primera vez que mis manos se apoyaron de una manera evidente en tu cuerpo, y debo reconocerlo, mientras te estaba dejando cual quinto el primer día de mili, estaba totalmente excitado, pasar mi mano por la superficie de tu cabeza, casi te la habías dejado rasurada del todo, sujetarte el cuello ligeramente, ver como el pelo se metía por debajo de tu camisa, camino de una espalda infinita, todo ello era sumamente sensual, aunque no se si tu opinarías lo mismo, pues lo de los pelitos incordiando, es toda una tortura.
Tu no parecías estar muy apenada de ver como los mechones de tu pelo caían, de hecho luego ya me entere, cuando aprendiste más de mi idioma, que ese no era el tono natural de tu pelo, que te lo habían teñido, para dar un toque más exótico, de rubia platino eslava, presa apetecible para gordos sudorosos y babosos en puticlubs de carretera. Querías renegar de esa etapa, no se si desarrollada por mucho tiempo, o felizmente truncada antes de ser embrutecida por deseos corruptos de hombres ansiosos de carnes jóvenes.
No es que me considerase mejor que esos individuos, pero no me imaginaba fantaseando y comprándote, mientras me bebía unos lingotazos de güisqui adulterado. Subiendo a habitaciones costrosas, donde de forma apresurada te encularía o lo que pudiese en función de tus tarifas.
Bueno, quedaste muy bien, ya los sabes, y sin muchas palabras me echaste sonriente del baño, pues querías ducharte para quitarte todos los restos del pelo, y por lo que pude escuchar, darle un poco más a la maquina, tal vez, rasurarte algunas vellosidades que aun debías tener por la superficie de tu cuerpo.
Te pasaste el resto de la tarde entre arbustos, cepellones, y hojarasca. Tu figura inclinada entresacando matojos, cubierta tu desnuda cabeza por un viejo y amplio sombreo de paja que habías encontrado, haciendo que tu culo se me ofreciese, no muy grande, pero que a mi me parecía a mi todo el mundo imaginable, no tenia ojos para otra visión, hicieron que no trabajase yo gran cosa en mis asuntos, y mi mente y no solo mi mente estuvieran bastante calenturientas.
Llego la noche, frugal cena, te fuiste a la cama, a tu habitación, me entretuve en la televisión y camino de mi cuarto, medio indigestado, medio sofocado, no pude resistir la tentación, era demasiado evidente.
Entre en el cuarto donde dormías, cubierta por una sencilla sabana, tu cuerpo, tus piernas, tu pubis, allí estaban, y yo sin saber como hacerlo, sin querer parecer un zafio. ¿Cuantas manos te habrían agarrado las tetas? O incluso ¿Cuántas pollas habrían acariciado tus dedos? Tus labios ¿Cuántos capullos habrían atrapado?
Eso no me daba derecho a nada, yo solo quería darte placer, y eso intente, me sente atu lado, descubrí tu cuerpo, vestido por una amplia camiseta y unas bragas, nuevas, por cierto. Mi mano empezó a rozar tu entrepierna, medio en sueños te estremeciste, una de mis manos pasaba por tu muslo y la otra se entretenía en el fino tacto de la braga sobre tu monte de Venus.
Abriste los ojos, bueno, te despertaste, pues tus ojos no se veían, supongo que todos los recuerdos y demonios recientes se te presentaron. Estuviste a punto de rechazarme, lo note por el súbito tono de tus piernas, pero debiste pensar que era mejor comportarte como lo que hasta ahora ibas a haber sido, una puta.
Tus manos se dirigieron hacia mi, hacia mi cuerpo, pero el que te rechazo fui yo, no quería que me tocara, solo yo podía tocarte, el que proporcionaba placer era solo yo. Tú comprendiste o al menos me dejaste hacer.
Mis dedos se colaron por debajo del algodón, encontraron tu vulva, delimitada por un pequeño ribete de pelo. El único pelo que quedaba en tu cuerpo. Casi me corro en ese momento, pero tus piernas se abrieron y mis dedos profundizaron en un mágico mundo calido y que poco a pocos se fue humedeciendo.
Tu espatarrada en la cama, con los brazos colgando, yo medio sentado a tu lado, masturbándote. Te corriste, claro que te corriste, no fueron tus sofocados gemidos, si no la humedad que impregno mis dedos, el temblor de toda tu vágina y la placidez con que luego te quedaste.
Te deje allí, dormida, o tu sabrás, tal vez pensando en esta nueva etapa, en que un individuo se iba de tu lecho, tras haberte hecho gozar, y con el rabo tieso.
Llegue a mi cuarto, me tumbe en mi cama, y me hice una paja, casi fugaz, pues no había mucho más que excitar, mi semen cayo pegajoso en mi cuerpo. Esa noche, la recuerdo como si fuera la noche pasada, y a ella aún recurro en momentos en que me quiero excitar. Luego han seguido más noches, hasta llegar el momento en que te escribo esta carta, pero aunque sea un poco largo, iremos contándolas poco a poco.