Desde pequeño sufrí dominación.

Un buen amigo nos pidió que publicáramos su relato, ya que no consiguió acceso a estas páginas. Nos pareció bueno su historia y se las queremos compartir.

Desde pequeño me dominaron.

Aunque muchos no lo admiten y prefieren el olvido, todos hemos pasado siendo chicos o adolescentes por experiencias más o menos homosexuales.  Como un juego de niños, más de una vez me ha surgido el impulso de bajarme los pantalones y apoyar mi pene entre las nalgas de un amigo y luego permitirle a él que lo hiciera, en lo que constituyeron mis primeros acercamientos a la vida sexual.

Recuerdo algunos momentos singulares de mi infancia, al menos tres, en los que me veo rodeado por un grupo de niños desconocidos, más grandes que yo, que ejercieron sobre mí actos humillantes, como burlarse, tocarme el culo o robarme golosinas.

Mi memoria evoca un hecho puntual ocurrido en el campo de una familia conocida de mi propia familia, en donde quedé a solas con tres muchachitos, hijos de los peones del campo.  Había un ambiente de bullying evidente en el que yo era la víctima y cuando uno de ellos empezó a cantar una canción que decía: "Putito de cabaret, cuanto te pagan a vos..." pude notar claramente en los jovencitos el deseo de tomarme como a una niña.  No pasó nada más en ese momento, pero yo quedé muy impresionado y nunca lo olvidé...

Acaso esos episodios traumáticos fueran el disparador de mis fantasías de niño, en las que yo era atrapado por una tribu de salvajes, desnudado y atado a un árbol, imágenes que me llevaban a bajarme los pantalones en la soledad de mi habitación y que provocaban potentes erecciones en mi pene infantil.

Me desperté cierta mañana de verano y noté que mi hermano, que dormía en la cama de al lado, tenía una tremenda erección.  Debo aclarar que Jorge es 5 años mayor que yo y por aquellos tiempos siempre mantuvo hacia mí una conducta de dominio, un placer morboso de regodearse en su superioridad física.  Esa manera era la que él había encontrado: hacerme sentir inferior para luchar contra sus propias inseguridades.

Ese día hacía calor, él estaba destapado y tenía un pantalón pijama de tela muy delgada y elástica, que no obstaculizaba su erección y la hacía más evidente.  El elástico de la cintura se separaba de su vientre por la potencia de su miembro erecto, lo que me permitió deslizar un dedo por el hueco, atrapar el elástico y dejar al descubierto ese pene palpitante, enorme y hermoso, mucho más grande que el mío.  En esos tiempos yo jugaba hockey y en los vestuarios era habitual el comentario sobre mi pequeño miembro, situación sumamente angustiante para mí.  No pude resistirme a tomar ese pene con una mano y masturbarlo.  Sentía el impulso de chuparlo y lo hubiera hecho si no fuera porque mi hermano despertó y yo me volví a mi cama lleno de vergüenza.  Nunca más hablamos de eso con Jorge, pero yo sentía que le había facilitado la posición dominante al colocarme en una situación vergonzante.  El conocer mi secreto le daba a mi hermano un enorme poder.

Los años pasaron y mi relación con las mujeres no fue fácil.  A los 26 años me sobrevino una crisis emocional muy grande que me llevó a la separación de mi pareja de entonces.  Me fui, con lo que quedaba de mí, a un pequeño apartamento cercano a mi casa natal.  Estaba devastado y muy angustiado porque había aparecido en mi un terror a la homosexualidad.  Era algo que en ese momento estaba presente permanentemente.  Recuerdo que, por esos tiempos, un día en el trabajo llamé a mi compañera Paula, con una entonación muy afeminada, para nada buscada.  No era que yo imitara a una mujer: sentí que una mujer habitaba en mí en ese momento.  Fue algo que me surgió espontáneamente sin que yo lo controlara y que provocó comentarios malintencionados y burlones por parte de mis compañeros de trabajo.

Poco después de ese episodio, estando en el apartamento al que me había mudado, requerí los servicios de un cerrajero, un joven moreno de pelo largo que me resultó muy atractivo, tanto por su físico, por la belleza de sus facciones y por el hecho de que en su pantalón ajustado se marcaba su pene que, volcado hacia el costado izquierdo, se extendía por la ingle.  Yo entré en pánico y él lo notó, así como había advertido la forma en la que lo miré de pies a cabeza, sin poder evitarlo.  Me preguntó qué me pasaba y le pedí que por favor no preguntara, pero el insistió, se acercó a la silla en donde yo estaba sentado en ese momento, apoyó su mano en mi hombro y me habló suavemente como quien de repente, descubre una superioridad sobre el otro y se aprovecha de la situación. Con su mano me atrajo hacia sí y mi cara quedó apoyada sobre su cintura.  Pude notar su erección sobre mi mejilla y mientras él me seguía susurrando (no recuerdo sus palabras, pero su entonación me hacía imposible resistirlo) se bajó la cremallera y dejó expuesta su verga.

No pude evitarlo y sin decir palabra comencé a chuparla, concretando, por fin, aquello que me hubiera gustado hacer con mi hermano.   La verga del joven era suave, tibia, proporcionada, con un aroma agradable.  Comencé a masturbarla mientras seguí chupando su cabeza.  Lo estaba haciendo bien, a juzgar por los gemidos que le arrancaba a ese muchacho.  Finalmente, llevé su suave piel bien hacia atrás y me soltó un chorro sobre la cara que parcialmente penetró en mi boca y me lo tragué.  Antes de irse el joven me dijo que para la próxima lo esperara bañado y depilado.  Yo quedé aturdido y no sabía de qué modo quería aliviar mi calentura mezclada con angustia.  No hubo próxima vez con el cerrajero.  Aunque pasado el tiempo fui llevado a reincidir, como ya te contaré...

Cuando en mi vida comenzó la era de las comunicaciones y contactos virtuales, con su carga de sinceridad (inadmisible en la vida real, diaria, cotidiana), fue que redescubrí mi costado sumiso y comencé a confesarme con distintas mujeres, lo que fue revelándome aspectos desconocidos de mi profundo ser.  Algunas de ellas dominantes, me obligaban a actos humillantes como los de comprar una tanga y usarla para ir a trabajar.  Todo un clásico, pero para mí toda una excitante novedad.  Otras sugerían un trío con el marido, siempre y cuando hubiera un 69 masculino.  Una encargada del edificio donde yo antes vivía me dijo sin vueltas que era muy evidente que yo era muy afeminado y que le encantaría verme con una chica trans. Nunca se llegaba con ellas a una instancia real pero mi cerebro ardía.

Hasta que llegó Mariela, una novia que no le temía a nada.  Descubrió mi yo sumiso y empezó a indagar sobre su yo dominante.  De ese modo ella fue a un encuentro BDSM donde conoció a un macho alfa, Federico, con el que se pasó toda la noche conversando, besándose y tocándose.  Le mostró mis fotos en bragas y él dijo que lo complacería que entre ambos me sometieran.  Al otro día me comentó todo lo sucedido y su especial interés en cumplir el deseo del macho alfa...  Comenzó una larga insistencia para que yo cediera y complaciera.  Mariela sostuvo que tarde o temprano eso iba a pasar y que Federico era la persona ideal: sería cuidadoso y me haría sentir bien.

Para quebrantar mis reparos Mariela, además, había comprado una jaulita para mi pene, con la cual me mantenía abstinente, estimulándome a la vez física y psíquicamente.   Un día me llevó al sex-shop y delante de la vendedora me hizo elegir el dildo que usaría conmigo.  Ya en casa me lo hizo chupar frente al espejo mientras me humillaba por puto y mariquita.

En poco tiempo yo estaba sobrepasado y para tener un premio o por lo menos un alivio, acepté una sesión conjunta con Federico y Mariela.  El día acordado mi novia me quitó la jaula y me ordenó que me depilara lo mejor posible.  Luego decidió que me hacía falta un enema y un baño.  Después me vistió con tanga, un body y medias de malla.  Me pintó las uñas y me puso lápiz labial y brillo.  Y así esperé a Federico, que enseguida de llegar halagó lo bien producida que yo estaba.  Mi novia le dijo que aún no me habían bautizado y así fue que me llamaron Karen.   Recuerdo que me hicieron poner en cuatro patas en la cama mientras miraba cómo ellos se besaban y abrazaban.    Luego de un rato Mariela me dijo que le quitara a ella la falda que tenía y que le abriera el cierre del pantalón de cuero de Federico, quedando así expuesta su importante verga semi-parada contra la que Mariela apoyó sus nalgas y a la que frotó hasta ponerla como un garrote.

Luego la acercó a mi cara y me miró imperativa y sonriente... Sin necesidad de más indicaciones comencé a chupar ese miembro mientras Federico manoseaba a Mariela sin ningún pudor.  Se reían tiernamente y comentaban cuan puta había resultado Karen finalmente.  Mariela se quitó su tanga y se acostó en la cama donde yo permanecía en cuatro patas.  Abriendo sus piernas me ordenó que le practicara un oral.  Obedecí.  Federico, parado, se masturbaba lentamente. Ella comenzó a gemir y de pronto sentí que mis bragas eran corridas a un costado dejando expuesto mi culo.  Enseguida sentí la verga de Federico contra mi ano.  Estaba muy lubricada, pero sólo la apoyó.

No hizo fuerza.  Empezó a ordenarme que me relajara, mientras me pasaba sus dedos suavemente por la espalda, me decía que no me hiciera la difícil porque ya había demostrado lo puta que en verdad yo era.  Eso, y unas buenas nalgadas, alternadas con caricias circulares llenas de lubricante en mis glúteos enrojecidos, rompieron toda resistencia.  Mariela empujó mis hombros y sentí la cabeza de la verga ingresar por mi ano.  Yo experimentaba cierta incomodidad por el derrumbe de mi masculinidad, pero por nada del mundo me arrepentía de lo que estaba ocurriendo.  Sentí cómo me relajaba más y más y como Federico me introducía su pene por completo...

Él, mientras tanto, me llamaba Karen, su putita sumisa, empleaba palabras muy tiernas, que me aflojaban y me hacían sentir femenina, perder el pudor y disfrutar de ese instrumento que entraba y salía de mí, deslizándose deliciosamente.  Federico tenía un enorme dominio de la situación, sabía manejarse y también controlarse: estuvo un buen rato penetrándome, reteniendo su orgasmo, hasta asegurarse que mi culo se abría sin resistencias. Retomé el sexo oral con Mariela. Luego de un rato me sobrevino un intenso e increíble orgasmo anal, el primero en mi vida.  Sentía como mi culo, relajado, abierto, rendido, se llenaba de un chorro de leche caliente y espesa.  Yo gemía contra la vagina de Mariela lo que a ella le provocó a su vez unos orgasmos a repetición maravillosos.

Luego de un rato me mandaron al baño a higienizarme.  Cuando volví a la habitación, Mariela cabalgaba sobre Federico.  Sin interrumpirlos me acosté sobre una alfombrita.  Luego de una intensa actividad sexual, consecuencia de su vital juventud, se quedaron adormecidos en la cama.  Yo, a pesar de la dureza y el frío del piso, también me quedé dormido.  Cuando desperté Federico ya no estaba y Mariela me dijo muy contenta: - Prepárame el desayuno.  Lo tomaremos en la cama mientras me cuentas qué se siente ser toda una mujercita....

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