Desde mi azotea VIII (final)
¿Es sólo sexo? Es fácil, placentero y sin compromiso. ¿Se puede pedir más? Pero a veces todo se complica y en la vida se ha de renunciar a cosas que nos apetecerían hacer.
Llegó el día del cumpleaños de Elena y Pablo se quedó en casa todo el día. Su cuñado David ya había vuelto en su viaje relámpago para la celebración con su mujer. Los dos salieron de casa un poco antes para preparar más cosas en el local, y Pablo pasó la tarde un poco inquieto.
Aquella mañana había escuchado a su hermana desde la puerta hablar con la vecina. Las dos mujeres hablaban distendidamente sobre la fiesta, pero al oír las palabras de Jara, se sintió soliviantado. Le estaba confirmando a Elena su propia asistencia y la de su marido, Martín.
En realidad, no comprendía por qué se sentía molesto ya que sabía que ese detalle entraba dentro de la normalidad. Una fiesta de cumpleaños, un evento social, congeniar con los nuevos vecinos y amigos… no había ningún motivo para que Jara no fuese acompañada de su marido.
Intentó no darle muchas vueltas al asunto, se dio una ducha, se puso una camisa nueva para estrenar en la fiesta y salió de casa. Recibió un mensaje de Raúl informándole de que él ya se encontraba en Burlesque , así que desistió de ir a su casa a buscarlo, cambió el rumbo y encaró el camino al pub.
Cuando se guardaba el teléfono, se percató de que tenía dos llamadas perdidas de Sonia.
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Burlesque vestía sus mejores galas. Después de una profunda reforma que lo había mantenido cerrado varios meses, volvió a abrir sus puertas durante el periodo estival, convirtiéndose de nuevo en uno de los locales de moda de la ciudad.
Los invitados iban llegando poco a poco, a la par que iban siendo recibidos por la anfitriona. Elena estaba francamente espectacular, radiante. No sólo por ser la protagonista de la fiesta sino que por fin, su amado David estaba junto a ella, aunque sólo fuesen unas horas.
Lean on , de Major Lazer sonaba de fondo cuando Pablo entró al local. Al echar un vistazo rápido, identificó a casi todos los amigos de Elena y al fondo, en una zona elevada, en la mesa del DJ , divisó a Raúl haciendo una de las cosas que más le gustaban en la vida, pinchar música.
Raúl lo saludó con dos dedos en la sien y guiñándole un ojo. Pablo sonrió al ver la felicidad que irradiaba su mejor amigo.
Buscó con la mirada a su hermana que se encontraba entretenida hablando con varias amigas, cuando David se plantó delante de él con una sonrisa de oreja a oreja. Su cuñado empezó a hacer una cómica coreografía de la canción que sonaba y al verlo, Pablo no pudo si no acompañarlo en aquella danza.
—¡Qué guapo te has puesto cuñao !
—Hombre David, la ocasión lo merece, ha quedado bonito esto.
—Ya te digo, es que Elena se merecía un fiestón, necesitaba compensarla de alguna forma. Hemos estado cenando y luego hemos venido para acá.
—No te preocupes, tómatelo como una inversión. Además seguro que al final mi hermana te lo compensa.
—Por cierto, ¿viste el correo que te envié?
—Lo estuve ojeando por encima. Parece interesante.
—¿Interesante? ¡Es la puta oportunidad de tu vida, Pablo! Tío, en serio, no te lo pienses. Con tu currículo y tu experiencia, pasas el proceso de selección seguro. Y luego eso viste mucho. Decir que has trabajado para la Comisión, siempre da caché.
—Lo sé David, pero no sé, me da palo irme a Bruselas, ahí a la aventura.
—No seas moña, en serio. ¿Qué tienes que perder?
Pablo se quedó unos segundos pensando en aquello. En realidad David tenía razón. No había nada que perder y sí mucho que ganar. Había mil razones para emprender una nueva aventura y darse una oportunidad así mismo. Sin embargo, había sólo una razón, bien guardada, que lo hacía dudar.
No era el momento de pensar en esas cosas. Después de un rato hablando con su hermana y alguna de sus amigas, Pablo se fijó que el ambiente era realmente bueno. La gente del cumpleaños, que ocupaba toda la extensión del reservado del local, disfrutaba con la barra libre y la excelente música que Raúl ofrecía, bailando en la pista y manteniendo distendidas conversaciones cerca de la terraza al aire libre.
Pablo se encontraba distraído conversando con las amigas de Elena, y no se dio cuenta de cuando Sonia llegó al local sola.
La eterna adolescente saludó a un par de personas mientras buscaba con la mirada algún rostro conocido. Vio a Raúl al fondo enfrascado en la mesa de mezclas y decidió dejarlo tal y como estaba, ocupado en sus menesteres musicales.
Un sencillo vestido azul oscuro ajustaba sus caderas y pronunciaba una figura que era observada con discreción por todas las mujeres allí presentes y con total descaro por todo el género masculino. Su pelo, pintado anteriormente con unas desfavorecedoras mechas rubias, había dado paso a un nuevo color pelirrojo oscuro, casi caoba, que dibujaba un rostro aún más bello, marcando unas facciones más maduras.
Se acercó a donde estaba Pablo, afuera en la terraza.
—A ti tu teléfono no te sirve para nada, ¿no?
—Madre mía, Sonia… ¡Qué guapa estás! —contestó Pablo observando la sencillez del vestido de la chica y lo bien que le sentaba.
—Sí, sí… muy guapa pero me ignoras completamente. Anda, mira tú móvil.
Pablo sacó su teléfono del bolsillo y observó las cuatro llamadas perdidas de Sonia. Intentando disimular un poco el bochorno por no haber escuchado ni atendido las llamadas, volvió a guardárselo.
—No pasa nada, capullo. Sólo que quería verte y hablar contigo. Llevas unas semanas bastante desparecido, no se te ve el pelo.
—Me disculpo ante tan bella dama. Además creí que habrías venido con Raúl.
—Bueno… el señorito DJ lleva toda la semana muy emocionado, creyéndose David Guetta y no nos hemos visto mucho, la verdad.
—Ups, eso suena a reproche.
Sonia arqueó una ceja y sonrió maliciosamente aunque no respondió. Pensó que ya tendría tiempo de contarle las novedades a su amigo y decidió mejor tomar una copa y saludar a Elena, que la recibió con agrado.
Unos minutos después. Pablo, Sonia, Elena y David, hablaban distendidamente en la terraza cuando Jara llegó a la fiesta de la mano de su marido. El matrimonio hizo los saludos de rigor y se acercó al grupo.
—¡Mi niña!, ¡por fin! Creí que ya no llegabas eh. Ya estaba yo cogiendo los datos para ponerte una multa —dijo Elena a modo de saludo, plantándole dos besos a Jara y Martín.
—¡Mujer!, ¿cómo me lo iba a perder? Las culpas al señorito, que ha tardado más que yo en arreglarse.
—¡Culpa mía! Es verdad, pero he llegado tarde y he tenido que vestirme rápido como un loco por aquí la jefa, metía prisa —añadió Martín con una desconocida simpatía.
Pablo observó a Jara de refilón y respiró profundamente. Enfundada en unos estrechísimos vaqueros y una generosa blusa escotada, no había soltado la mano de su marido desde que habían entrado al local. Tan sólo se habían dado el saludo de rigor y la conversación se centró en los dos matrimonios. Dio un largo sorbo a su gin-tonic de ginebra rosa y decidió darse una vuelta por el local.
Cuando se dirigía a la barra para pedir una nueva bebida, vio a Sonia hablar con Raúl, que había dejado momentáneamente su puesto de DJ. Aunque lejos, pudo notar que la conversación era de todo menos una amable charla de una recién estrenada pareja.
Observó el gesto contrariado de Sonia y tal como hizo él minutos antes, la chica bebió de un trago su copa, dejando a Raúl hablando sólo.
—¿Que qué te pongo, guapo?
La camarera reclamaba la atención de Pablo por segunda vez, que se había quedado observando la conversación de sus dos amigos.
—¿Eh?, sí… ¡perdona! Otro gin-tonic, por favor.
—Pues otro gin-tonic te pongo —contestó la camarera con media sonrisa—. Oye, ¿tú eres familia de Elena?
—Sí, soy su hermano, ¿por?
—Porque os parecéis un poquito. Os dais un aire.
—Bueno, ella es la guapa la de la familia. Así que gracias, supongo —añadió Pablo con otra media sonrisa.
—Habéis salido los dos muy bien parados. Vuestros padres hicieron un buen trabajo… Aquí tienes tu gin-tonic, del rosa, que aunque no me lo has pedido, veo que es el que te gusta.
Pablo se quedó observando a aquella atractiva camarera. Le resultaba familiar, aunque se entretuvo más en dar una ojeada al cuerpo que asomaba detrás de la barra que a las palabras que salían de su boca.
—¿Te pongo algo más? —La camarera sonrió al ver como Pablo la observaba descaradamente, pero lejos de ofenderse, prefirió seguirle el juego.
Este, al notar su propia indiscreción, pudo por fin descongelar su cerebro y reaccionar.
—¡Perdona! No quería ser tan descarado pero es que creo que te conozco de algo.
—Pues… no sé. Esta es mi primera semana trabajando aquí y me parece que tú por aquí no has venido.
—No, no. Hoy es la primera vez, desde la reapertura.
—Entonces será que me has visto en sueños —concluyó la camarera, desplazándose unos metros para atender a otra chica que reclamaba más bebida.
Sonia había visto a Pablo en la barra y se acercó a él.
—¿Qué pasa campeón? No sabía que conocías a Alba.
—¿Quién es Alba?
—La buenorra con la que estabas hablando —contestó Sonia, señalando con la mirada a la camarera.
—Eh… bueno, no la conozco pero es que su cara me suena un montón.
—Estás desconocido, Pablito. A ti te pasa algo eh…
—¿Por qué dices eso?
—Porque en circunstancias normales, Alba no se habría escapado de tu radar. Como no se le escapó del radar al mongolo de tu amigo. Alba es también camarera en el bar donde yo trabajo y esporádicamente, también trabaja aquí en la temporada de verano.
Sonia tenía razón, ciertamente. De eso le sonaba la cara de Alba. La había visto en el bar donde trabajaba Sonia, aunque no había reparado en ella. Y en realidad, aquella chica difícilmente pasaba desapercibida, morena, muy alta, ojos enormes, generosa delantera… Era el arquetipo de chica que, como muy bien había dicho Sonia, Pablo pondría en su radar.
—Ya decía yo que me sonaba de algo —Pablo intentó cambiar de tema—. Por cierto, ¿qué te pasa con Raúl? Antes os he visto discutir y ahora lo acabas de llamar capullo… Sí, vale, es un capullo, pero, ¿qué ha hecho esta vez?
Sonia se agarró del brazo de Pablo invitándolo a alejarse de la barra. Cruzaron el local que se encontraba bastante lleno, aunque sin muchos agobios, ya que la gente se dividía entre los que bailaban en la pista y los que hablaban en la terraza.
—Con Raúl más bien es lo que no pasa —Sonia hizo énfasis en el no —. A veces me descoloca mucho. Hay días en los que es una lapa y no se separa de mí y otras veces, como esta semana, que pasa totalmente y soy yo la que tiene que averiguar si sigue vivo o muerto.
—Es un espécimen raro, la verdad. Pero ya sabes que Raulito está colado por ti, sólo necesitas guiarlo por el buen camino.
—A mí me gustaría ser su novia, no su madre.
Pablo rio el comentario de Sonia.
Siguieron hablando un poco más y volvieron a pedir nuevas copas. Aquella noche parecía que los dos necesitaban un trago refrescante.
Mientras hablaban, Pablo buscaba discretamente a Jara con la mirada, que no se separaba del lado de Elena. Realmente no sabía si se encontraba inquieto, celoso, molesto o una mezcla de todo. Pero la actitud de Jara y el comportamiento amable y distendido de su marido, unido a que tan sólo lo había saludado fugazmente, hacían de aquella situación un momento incómodo para Pablo.
—Anda, vamos a bailar un poquito, a ver si aterrizas, que te veo despistado. Tú y yo tenemos que hablar, ¿eh?
Sonia le dio un ligero empujón a Pablo y lo cogió de la mano para llevarlo a la pista de baile.
Sonia era una chica bastante divertida y sabía sacarle partido a cualquier situación. Incluso sintiéndose ignorada por Raúl, hacía todo lo posible por divertirse y pasarlo bien.
Aquella actitud hizo que la noche aconteciera divertida y amena. Las copas se sucedían unas a otras y Raúl seguía pinchando una excelente música. Pablo y Sonia estuvieron bailando unas cuantas canciones más, entre risas y bromas.
—Oye, te sienta genial este nuevo color.
—Vaya, ¡por fin alguien me lo dice! Tenías que ser tú…
—Bueno, es que estás guapísima. A ver, que siempre lo estás, pero con este color, no se… estás como más mayor.
—Siempre me ha gustado lo detallista que eres. No dejas de sorprenderme.
—Bueno, sólo es un cambio de color de pelo, no es para tanto.
—No, no lo es, pero me llama la atención. Con ese rollito místico y misterioso que te gastas, siempre tienes una palabra amable o algún detallito bonito.
—Con las chicas guapas, siempre hay que tenerlos, porque si no, luego viene algún listo, y ¡pum! se la lleva —replicó Pablo divertido.
—A lo mejor, alguno que otro, tendría que haber sido más listo… o más pícaro.
Sonia se quedó observándolo unos instantes y dedicándole aquella amplia sonrisa de la que siempre hacía gala, se agarró a su cuello y empezó a contonear su cuerpo al ritmo de la música.
Pablo arqueó una ceja y sonrió, negando con la cabeza. Sonia era ese tipo de chicas que no dejaban de sorprender a todo el mundo. Con una personalidad fuerte. No te dejaba indiferente.
—Oye, ¿qué es eso de que alguien tendría que haber sido más pícaro?
Sonia no contestó. Seguía bailando pegada a Pablo y tan sólo le dedicaba furtivas miradas cargadas de intención.
—¿Hola? —insistió Pablo.
—Te gastas ese rollito de tipo duro, de detallista y a veces de tontito perdido… Es que eres una mezcla de tantas cosas…
—Pero si soy muy simple, Soni.
—Me encanta como eres.
Sonia dejó el contoneo, aunque seguía el ritmo de la música con sus caderas. Sus brazos rodeaban el cuello de Pablo, sin dejar de sonreír. Él la observaba divertido y desde luego, aquellos movimientos sensuales no le eran indiferentes, pues sentía como con el roce de aquel cuerpo, algo empezaba a despertarse entre sus pantalones.
La pista se había llenado casi por completo, con un montón de gente intentando marcarse un baile. Sonia y Pablo habían sido desplazados a una de las esquinas de la pista para ir dejando espacio a los que se iban incorporando.
En un momento dado, los cuerpos de ambos estaban completamente pegados. Pablo agarraba a Sonia por la cintura y ésta seguía agarrada a su cuello.
El roce, el calor, las copas… aquello estaba empezando a subir la temperatura y en un momento dado, Pablo estrechó aún más a Sonia por la cintura. Cuando se quisieron dar cuenta, los dos se estaban besando frenéticamente, comiéndose el uno al otro.
A pesar del goce del momento, Sonia tuvo un momento de lucidez y se dio cuenta de que aquel sitio no era el más indicado para lo que estaban haciendo, por lo que con un rápido movimiento, cogió de la mano a Pablo y como si de dos espías se tratase, giraron discretamente y se introdujeron en los servicios del local.
El aseo de las chicas estaba completamente vacío. Los dos entraron sin separar las bocas, como si deseasen devorarse en un segundo. Excitados, expectantes de que algo pasase.
Entraron en uno de los servicios empujando la puerta de un fuerte golpe, que no se oyó fuera, apagado por la música.
Las manos de Pablo habían llegado sin problemas al culo de Sonia que se amorraba en devorar la boca del chico.
Con sus manos, Pablo consiguió levantar el vestido y tocar directamente los glúteos de Sonia. Su minúsculo tanga dejaba aquel terso y firme trasero libre para ser manoseado.
Pablo consiguió sentarse en el inodoro con Sonia encima, a horcajadas. Ella le apretaba la cabeza y hundía los dedos entre sus cabellos, como si quisiera absorberlo.
Cuando la excitación estaba en su punto álgido, las lenguas de ambos se enfrascaban en una descomunal batalla y Pablo ya tenía bajo las manos los duros pechos de Sonia. Sin embargo, como si los dos estuvieran conectados mentalmente, pararon en seco.
Sonia tenía la carne de gallina, con los ojos entrecerrados. Apoyó su cabeza contra el pecho de Pablo.
Cuando consiguieron recuperar un poco el aliento, ambos alzaron la mirada y se quedaron así por unos segundos. Tras unos instantes de silencio, ambos empezaron a reírse.
—No podemos, ¿verdad? —Sonia seguía agarrada al cuello de Pablo.
—No podemos… Ya recuperamos el tiempo perdido y Raúl es mi amigo.
—Y mi novio.
—¿Entonces? Algo ha pasado hoy, Sonia.
La chica se sentó sobre las rodillas de Pablo, mirándolo de lado.
—Que tengo miedo, eso es lo que pasa.
—Pero, ¿miedo de qué?
—Raúl me ha demostrado que es un tío de puta madre. Es genial. Aunque siempre aparente ser un payaso veinticuatro horas, cuando estamos solos, es como un regalo del cielo.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Que no estoy acostumbrada. Me da vértigo por lo bien que estoy. Raúl ha sido el primer tío que no ha querido meterse entre mis piernas a los diez minutos de estar conmigo. Es el primero que me ha tratado con verdadero respeto, sin mirarme como si fuese una zorra.
—Raúl nunca ha sido de esos, ni tú eres eso que dices.
—Lo sé, por eso estoy descolocada. En realidad, toda esta semana la que se ha comportado como una niñata he sido yo. En vez de alegrarme por él porque iba a pinchar otra vez en la fiesta de tu hermana, con tantos amigos… Voy yo y me cabreo reclamándole más atención. He sido una egoísta de mierda.
—Vamos, no te castigues tanto. Seguro que no ha sido para tanto. Además Raúl es el tío más práctico que he conocido en la vida. Puede aparentar ser un cretino, pero es sólo eso, apariencia. Contigo está pletórico.
—Y yo con él.
—Pues ya está. Aquí no ha pasado nada —Pablo le dio un tierno beso en la mejilla y la abrazó.
—Bueno, yo sé por qué he hecho este amago de polvo discotequero, pero… ¿y tú? Hay alguien, ¿verdad?
Pablo soltó un suspiro con la mirada perdida.
—Ni yo mismo sé si hay alguien. Creo que me he metido en algo bastante complicado, pero a la vez, algo que me llena mucho. No sé cómo explicarlo. Hoy creo que tengo un mal día.
—Mira, ya no somos niños. Sea lo que sea y con quién estés, cúbrete las espaldas. No vayas a lo kamikaze, que las hostias de adultos duelen más. Piénsalo.
—Lo haré.
Sonia le dio otro beso en la mejilla y se recompuso como pudo el vestido en aquel estrecho habitáculo.
—Espérate un par de minutos para salir. Yo me voy a despedir de mi niño y me voy a casa —Sonia le guiñó un ojo y salió de los servicios de nuevo hacia la fiesta.
Un par de minutos después vio un coro de gente alrededor de Elena que se encontraba rodeaba de paquetes. Había llegado la hora de los regalos y David había organizado a los invitados para que pasasen a felicitar a Elena y darle su regalo. En una de las esquinas, Martín rodeaba con el brazo a su mujer mientras observaba como la anfitriona se emocionaba con tantas muestras de cariño.
Pablo observó cómo Sonia se despedía con un cariñoso beso de Raúl y salía del local. Cuando cruzó la mirada con su amigo, éste hizo el símbolo rockero de los cuernos y sacó la lengua a modo de saludo.
Cuando Elena divisó a Pablo, se levantó hacía donde estaba su hermana y le plantó un fuerte abrazo y sonoro beso en la mejilla.
—¡Bicho!, ¡me encanta tu regalo! Son preciosos. Me flipan esos pendientes. Gracias bichito.
—Sabía que te gustarían.
Jara, que había dejado a su marido hablando con David, se encontraba muy cerca de los hermanos y había escuchado perfectamente la conversación.
Elena por su parte había vuelto al grupo a seguir hablando y divertirse con la gente.
—Tienes muy buen gusto eligiendo regalos. Por cierto, vienes muy guapo hoy.
—Ah, ¿pero te habías fijado en que estoy en la fiesta?
—¿Por qué dices eso?
—Bueno, has estado muy ocupada. Y entretenida.
—Es lo normal, ¿no?
—Sí, sí. Yo no digo nada.
—Entonces a qué viene ese tono.
—No es ningún tono, simplemente que te veo muy bien con Martín, muy acaramelados. Pero según tú, es lo normal, así que todo bien.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que esté acaramelada contigo con mi marido delante, en la fiesta de tu hermana? A ti o se te ha ido la pinza, o llevas muchas copas de más.
—Tienes razón, se me ha ido la pinza. Diviértete con tu maridito en la fiesta.
Pablo se dio la vuelta y la dejó con la palabra en la boca, estupefacta. Jara no entendía a qué había venido aquella escena de celos absurdos que le había montado en apenas unos segundos.
Su primer impulso fue ir tras él a pedirle explicaciones, pero en seguida reaccionó frenando su instinto. Se dio la vuelta indignada, e intentando disimular, volvió a la fiesta.
Cuando se acercó a donde estaban Elena, David y Martín, los tres reían y hablaban animosamente, cuando su marido volvió a abrazarla y darle noticias.
—Jara, mira, que me ha dicho David que esta misma noche tiene que irse otra vez de viaje. Tiene que ir al aeropuerto y como yo tengo que ir también al pueblo, pues en vez de darme el madrugón mañana, pues yo lo llevo y me voy directamente.
—Vaya, pues, me parece bien. Lo malo es que nos dejan solas otra vez, Elena.
—¡Ay Jara! No me lo recuerdes. ¿Tú te crees? Viene esta mañana y ahora se va corriendo.
—Bueno cariño, pero el lunes ya estoy aquí definitivamente y además Martín pues me hace el favor.
—Y vosotras dos, de mientras, portaros bien, ¿eh? ¡Mira que se quedan de solteras y tienen peligro! —exclamó Martín con una risotada.
Todos rieron menos Jara. «Si tú supieras, infeliz».
Los dos hombres salieron juntos del local y Elena y Jara se quedaron conversando un rato más en el mismo sitio. Al rato, decidieron ir a la barra a pedir una copa.
Apoyado unos cuantos metros más allá, Pablo hablaba y bromeaba con Alba, que reía a carcajadas y le tocaba el brazo cada vez que le contestaba.
Pablo no mostraba ningún reparo en estar ligando con una de las camareras del Burlesque en pleno cumpleaños de su hermana. Además, Alba le seguía el juego, cosa que le estaba encantando a él, ya que ese toque picaresco y desinhibido de aquella espectacular chica, le estaba ayudando a no pensar en lo que había pasado durante la noche.
Al otro lado de la barra, Elena le explicaba al camarero cómo quería su nuevo combinado. Había perdido ya la cuenta de las copas que llevaba encima. Por su parte, Jara sólo prestaba atención al espectáculo que estaba dando Pablo, ligando descaradamente con aquella camarera.
Elena se la volvió a llevar a la terraza, mientras le hablaba d carrerilla de algún tema al que Jara no estaba prestando atención. A medida que iban saliendo, la indignación y el malestar se apoderaban de todo su cuerpo, aunque intentaba disimular delante de su amiga.
Un par de chicas más se unieron a Elena y Jara, empezando a bailar y a gritar al son de la música. La bebida y las horas de la noche, hacían más desinhibidos a los invitados y aquella noche, el ambiente acompañaba para pasarlo bien.
Jara, que no había dejado de lanzar miradas furtivas controlando lo que estaba haciendo Pablo, vio como la camarera salía de la barra y se metía en el almacén. Él, apoyado en la barra, apuró su copa y un par de minutos después siguió el mismo camino.
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Media hora después, al otro lado de la puerta del almacén, Pablo sujetaba una pierna de Alba, mientras su boca se fundía con la de la chica. Él tenía los pantalones medio bajados y la minifalda de ella se enrollaba en su cintura.
Pablo la penetraba frenéticamente, sin mirarla. Sólo con su boca pegada al cuello de la chica, mientras esta gemía fuerte y clavaba sus uñas en su espalda.
Los chillidos de la chica eran cada vez más agudos y profundos. Sabía dar en el clavo y Alba lo abrazaba cada vez más fuerte. Sus piernas le rodeaban las caderas, mientras un orgasmo intenso se aprisionaba de su coño, que se contraía alrededor de la polla de Pablo.
El preservativo que llevaba puesto, enseguida se llenó de semen, que Alba sentía caliente inundando su interior.
—Uff, tío. Le das duro. Me encanta. Ha sido tremendo —dijo besando y mordiendo los labios de Pablo.
Alba se recomponía la minifalda mientras Pablo hacía lo mismo con sus pantalones.
—Tú tampoco has estado nada mal.
—Bueno, yo tengo que irme que todavía hay que trabajar un poquito más. Por cierto, también sigo trabajando en el bar, así que cuando quieras tomarte un café, ya sabes por donde pasarte.
Alba le dio un beso en la mejilla y se dirigió de nuevo hacia la barra. Pablo volvió a esperar un par de minutos y también abandonó el almacén.
Cuando salió, vio que la gente comenzaba a marcharse, era tarde y todos habían bebido, reído y bailado en exceso. Intentó localizar a su hermana, pero no la vio, así que supuso que estaría en la terraza.
Se dirigía al exterior cuando en su camino se cruzó Jara. Seguía teniendo cara de pocos amigos pero ahora necesitaba a Pablo.
—Escúchame, necesito que me ayudes un momento ahí afuera.
—Jara, yo… quería disculparme…
—¡Que me escuches! —Jara cortó en seco a Pablo—. Mira, Elena ha bebido un montón y creo que es momento de que se vaya ya a casa, Martín se ha ido con tu cuñado y no tengo coche, así que llama un taxi y me ayudas a llevarla a casa.
—¿Está borracha?
—Sí, como una cuba, ¿es que no me oyes? —Aquellas palabras sonaron duras.
—Vale, dame un segundo.
Pablo sacó su móvil y cinco minutos después, con la ayuda de Jara sacaban a Elena del local. Agarrada al cuello de ambos, apenas se le entendía lo que decía porque a cada palabra acaba riéndose. Consiguieron meterla en el taxi y se dirigieron a casa.
—Tú sólo no vas a poder meterla en la cama, te ayudo.
Habían llegado a casa y de nuevo repitieron la misma maniobra. Elena caminaba apoyada en los dos, mientras que intentaban llevarla a su cuarto y a acostarla.
—¡Bicho!, ¡cómo te quiero, de verdad! Eres el mejor hermanito del mundo. Y esa novia tuya que te puso los cuernos es una hija de la gran puta que cuando la vea, la voy a arrastrar de los pelos y la voy a inflar a hostias a la muy perra.
Pablo intentó contener la carcajada al escuchar la injerencia de su hermana, mientras que Jara oía por primera vez que Pablo había dejado a su novia por una infidelidad.
Cuando por fin consiguieron sacarle los zapatos y el vestido, Elena cayó rendida en la cama y en segundos, dormía profundamente.
—Bueno, lo más importante ya está hecho. Va a dormir como un lirón. Yo me voy a mi casa.
—Jara, espera por favor, quiero hablar contigo.
—Yo no tengo nada que hablar contigo.
—Por favor, sé que estás enfadada, pero te ruego que subas conmigo un momento a la azotea y hablemos. Por favor.
Jara suspiró contrariada y aceptó subir. Luego saltaría el muro, como siempre hacía y se volvería a su casa.
—Mira, no sé por qué te he dicho eso antes. He sido un gilipollas, me he puesto celoso o yo que sé, de verdad, no sé qué coño me ha pasado.
Jara lo miraba indignada y tremendamente enfadada. Se quedó unos segundos observándolo antes de contestar.
—¿Que te has puesto celoso?, ¿te has comportado como un gilipollas dices? ¡Tú lo que eres es un hijo de puta!, ¿te enteras?, ¡un hijo de la gran puta!
—Pero que…
Jara sin dejar que terminara de hablar, se abalanzó sobre él y empezó a pegarle en el brazo. Pablo trataba de defenderse como podía, sorprendido por la situación.
Mientras intentaba zafarse de ella, de nuevo lo agarró, esta vez del pelo.
—¡Hijo de puta! Dime, cabrón, ¿tú me llamas a mí la atención por estar con mi marido? ¡Tú que te has follado a esa puta en el bar, en el cumpleaños de tu hermana! ¡Qué te la has follado en mis narices!, ¿vas a venir a pedirme explicaciones a mí?
—¡Joder, para! —exclamó Pablo evitando uno de las bofetadas que lanzaba Jara fuera de sí.
—¡Eres un puto mentiroso de mierda!, ¡eres escoria!
Pablo había conseguido sujetarla y con esa última frase, se sintió herido.
—¿Yo soy el mentiroso, Jara?, ¿estás segura que soy yo?
El gesto de indignación de Jara no pudo contener las lágrimas que empezaban a correr por sus mejillas. Sin embargo, en un nuevo brote de ira, le lanzó una bofetada que Pablo esta vez no pudo esquivar.
Giró sobre sus talones y se dirigió hacia el muro, con la intención de saltarlo.
—¿Qué coño estoy haciendo con mi vida? No puedo con esto. Me está matando —refunfuñaba para sí misma.
Pablo, que se había quedado noqueado no por la fuerza de la bofetada si no por la propia situación, consiguió reaccionar corriendo por la azotea tras Jara. Intentó sujetarla de nuevo mientras ella procuraba alcanzar el banco de madera para saltar.
Consiguió ponerla en el suelo de nuevo, no sin antes evitar otra lluvia de golpes. La agarró de los brazos y a pesar de la resistencia que oponía, consiguió retenerla.
Los ojos de Jara estaban inundados de lágrimas y Pablo al verlas, no pudo más que abrazarla fuerte e intentar besarla.
Jara se zafaba cada vez con menos fuerza, intentaba esquivar los besos, pero Pablo la tenía rodeada fuertemente por los brazos, intentando besar su boca.
—¡No!, ¡para! ¡Se acabó!
La voz de Jara era cada vez más débil, sentía en su cuello el aliento de Pablo. Sus manos trataban de desnudarla hasta que consiguió sacarle la blusa.
Pablo la besaba arrebatadamente. Consiguió anular la resistencia de Jara, besándola en la boca, haciendo presión contra su cuerpo. Ella por su parte, empezaba a buscar a la boca de Pablo y a la vez empujarlo.
—Te odio. Te odio —Jara intentaba articular palabra entre los furiosos besos de Pablo.
—Lo sé.
—Te odio…
Jara lo agarró del cuello con mucha fuerza, hundiendo su boca en la de él. Suspiraba, gemía. Una mano de Pablo apretaba sus pechos por encima del sujetador mientras que la otra desabrochaba rápidamente los ajustados vaqueros de la mujer.
Cerraba los ojos con cada caricia que las manos de Pablo le proporcionaban en los pechos. En un movimiento brusco, consiguió bajarle el sujetador y se agachó para comerle las tetas que bailaban entre su boca con tantas embestidas.
Fuera de sí, Pablo le dio la vuelta, consiguió bajarle del todo los pantalones y pegó un fuerte tirón del tanga blanco que Jara llevaba.
Ella gimió fuerte, dejándose hacer.
—¿Vas a follarme? —exclamó Jara entre suspiros.
—¿Eso quieres? —replicó Pablo desde atrás, con la boca hundida en su cuello.
—¡Sí, es lo que quiero!
—Dilo.
—Quiero que me folles —su voz se ahogaba entre jadeos.
—Quiero escuchártelo decir.
—Quiero que me folles. Quiero que me folles. Quiero que me folles —giró su cabeza buscando sus labios.
Pablo había desabrochado también su pantalón y con un gesto rápido, la penetró con fuerza. Notaba el coño de Jara hinchado, mojado. No obtuvo ninguna resistencia y su polla resbalaba sin oposición en su interior, sintiendo como las paredes de la vagina la aprisionaban.
Jara apretaba con sus manos las de Pablo, que amasaba sus tetas. La estaba follando duro, como jamás hasta ese momento la había follado. Incluso sentía una pizca de dolor por las fuertes embestidas que estaba recibiendo en plena azotea de su amante. Pero el placer que le estaba proporcionando con todo el cuerpo, suplía cualquier atisbo de dolor.
Ella misma sacaba el culo hacia atrás y arqueaba la espalda para facilitar la penetración. Su pantalón por las rodillas y el tanga bajado a mitad de las piernas se mezclaban con la imagen que proyectaba, con los ojos cerrados y con gemidos secos y profundos, con una voz ronca.
La besaba, acariciaba, penetraba. La estaba invadiendo de placer con todas las partes de su cuerpo. Su boca mordía y lamía su cuello, sus manos frotaban con fruición los pezones y una durísima polla atravesaba su coño, mojándose de sus propios flujos.
Era un polvo violento, desatado. Ahogado en gemidos al aire libre. Debido al ritmo y a la fuerza en que lo estaban haciendo, Pablo gimió fuerte mientras empezaba a descargar toda su esencia en aquel encharcado coño.
Jara notaba como las fuerzas la abandonaban, mientras sentía el caliente semen de Pablo inundando otra vez su vagina.
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Eran casi las nueve de la mañana y Elena empezaba a volver a la vida. Notaba un ligero dolor de cabeza. Era consciente que había bebido demasiado, sin embargo había acostumbrado bastante bien su propio cuerpo a la bebida, por lo que las resacas a penas la importunaban.
Se levantó de la cama mirando a su alrededor y dándose cuenta de que se encontraba en ropa interior. No recordaba cómo había llegado hasta allí y por qué no llevaba su enorme camiseta de dormir.
Por la hora que era, no estaba segura de sí su hermano seguiría durmiendo o por el contrario habría madrugado y salido de casa. Pablo era una incógnita.
Bajó al salón a echar un vistazo. Al no encontrar a nadie, volvió a su habitación, se puso una camiseta de tirantes y unos shorts deportivos y se decidió a subir a la azotea a ver si estaba o no su hermano.
Al llegar a la escalera, vio desde su posición que la puerta que daba acceso a la azotea estaba entre abierta. Dedujo entonces que no estaría, puesto que Pablo siempre cerraba la puerta cuando iba a dormir.
Subió unos cuantos peldaños más y abrió la puerta.
Sin embargo, segundos después, volvió a cerrarla tras de sí y se sentó en los últimos peldaños de la escalera, de espaldas a la puerta.
Llevó la mano a su boca, como si intentara obligarse así misma a guardar silencio. Sus ojos se abrían como platos, con la mirada perdida.
Giró la cabeza de nuevo hacia atrás, e intentando recomponerse, volvió a abrir la puerta con sigilo, sin levantarse del escalón.
Sus ojos no la engañaban. Desde su posición podía ver perfectamente la habitación de Pablo. La puerta que daba acceso a la estancia se encontraba medio cerrada, pero la ventana estaba totalmente abierta, con las cortinas descorridas y la persiana subida.
A escasos metros de Elena, Jara se encontraba sentada en la cama con el pene de Pablo en la boca. Él estaba parado de pie, frente a ella.
Los dos estaban desnudos. Apenas habían dormido aquella noche. Después del amago de pelea y la posterior reconciliación en plena azotea, habían continuado la sesión de sexo durante toda la noche. Le había insistido tantas veces a Jara que se quedara a dormir con él, que esta vez y ante la nueva ausencia de su marido, había aceptado.
Para celebrar el poder despertar por primera vez juntos, Jara le estaba proporcionando una delicada felación a Pablo. Lo hacía de forma pausada, saboreando la erección que su amante le ofrecía en plena mañana.
Absorbía y engullía la polla de Pablo con deleite, recreándose en el glande para luego ir introduciendo el resto del tronco en su boca, hasta llegar a la garganta.
Al otro lado, los ojos de Elena se habían apartado de aquella visión. Volvió de nuevo a cerrar la puerta y con gesto preocupado se quedó sentada en los escalones de la escalera por varios minutos.
Acababa de pillar a su vecina chupándole la polla a su hermano. Ni en un millón de años podría haber imaginado que Pablo, un hombre discreto, callado, no muy dado a entablar nuevas relaciones sociales, podría estar en aquellos momentos follando con la vecina.
¿Y Jara? Si anonadada se sentía por su hermano, no menor era la sorpresa que se llevó con la vecina. Aquella mujer de gestos sencillos, de trato fácil y abnegada esposa y madre, se encontraba en su propia casa con la polla de su hermano en la boca.
Bajó los escalones y se metió en su cuarto. Buscó una toalla y salió a la ducha. Permaneció allí por más de una hora.
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Cuando por fin decidió que la larga ducha había hecho su cometido, por fin salió de su cuarto. Mientras se vestía, oyó ruidos en la planta baja, por lo que supuso que su hermano ya habría terminado su sesión de sexo clandestino con la vecina.
Bajó hasta la cocina y observó a su hermano engullir con ansias unos bollos y beber un largo trago de zumo.
Se sentó en el sofá sin advertirle de su presencia y cuando calculó que ya habría terminado de desayunar, lo llamó.
—Pablo, ven.
Se sobresaltó un poco al oír de repente una voz llamándolo. Giró la cabeza y vio a su hermana sentada en el sofá con la mirada perdida.
—Coño, Elena. Qué susto me has dado…
Elena levantó la mirada para observarlo. No estaba segura de sí tenía cara de indignación o si por el contrario, se mostraba como siempre. De hecho, no estaba segura del todo si hablar con su hermano de lo que acababa de ver hacía un rato.
—Pablo, yo no sé si tengo que hablar contigo o no. O si quedarme callada… estoy un poquito confundida.
—¿De qué estás hablando? ¿Todavía te dura la curda de anoche? —preguntó Pablo, sonriendo.
—Me voy a tirar a la piscina, aún a riesgo de darme una hostia…
—Coño Elena, ¿se puede saber qué te pasa?
—Eso es algo que justamente te quería preguntar yo. ¿Se puede saber qué te pasa, Pablo?
Era la tercera vez en aquella mañana que lo llamaba por su nombre de pila y no bicho . Algo no iba bien. Antes de replicarle, adivinó la intención de Elena de volver a lanzar otra pregunta del mismo estilo.
—Tío, en serio… ¿te estás follando a Jara?
—¿Qué? Pero qué…
—Venga, coño, que acabo de pillaros hace un rato en la azotea, joder. ¡Que te estaba comiendo el pirulo ahí en tu cuarto, por dios!
Pablo que se encontraba en mitad del salón de pie, tuvo que apoyarse sobre la pared que separaba aquella estancia de la cocina.
—A ver, Elena…
—¿Qué me vas a decir? ¿Que no es lo que parece?
—Coño, no… a ver… —Las palabras se le atascaban en la boca, sin capacidad de reacción—. ¿Y qué quieres que te diga?
—Pero vamos a ver, niño. O niñato, porque no sé cómo llamarte, la verdad. ¿Qué me estás contando? Tío, que Jara está casada. Que tiene dos niños.
—Joder, Elena, lo estás diciendo como si la estuviera violando o maltratando.
—No, ya he visto que la muchacha forzada no estaba, se la veía feliz con tu rabo en la boca.
—Elena por dios…
—Tío, es que no me lo puedo creer. ¿Qué coño tenéis en la cabeza los dos? Y además ahí arriba, como si fueseis yo que se… Yo es que no sé lo que sois.
—A ver, que no es tan complicado como lo estás pintando.
—¿Qué no es complicado? Tú no tienes ni puñetera idea en el lío en que os estáis metiendo, de verdad que no la tenéis.
Pablo desistió de buscar excusas para ponérselas a Elena. Todo lo que le estaba diciendo, él ya lo sabía. Aun así, nunca, hasta ese momento, había decidido buscar una respuesta a todas aquellas interrogantes. Él mismo suponía que las eludía para evitar por todos los medios el tener que oír algo que no le iba a gustar en absoluto.
Sin embargo, Elena había cogido carrera y no iba a callarse tan fácilmente.
—¿Cuál es tu plan, Pablo? ¿Va a dejar Jara a su marido por ti? Tú por muy maduro que seas, eres un niñato comparado con ella. Y la otra opción, ¿cuál es?, ¿follártela sólo cuando tengas un ratito?, ¿hasta que te canses, no? O hasta que te pillen. Porque yo os he pillado esta mañana… capullo.
Pablo escuchaba sin alterar el gesto. Había sido imprudente. A pesar de que siempre habían procurado ser discretos, un ínfimo detalle como el no cerrar la puerta de la azotea, podría haber desencadenado una catástrofe mucho mayor que la que tenía delante en ese momento.
Elena sabía que Pablo no iba a contestar y que no iba a aceptar ningún consejo. Aquel muchacho con aires de místico y misterioso no iba a dejar que nadie le dijera lo que tiene que hacer, menos aún su hermana. Sin embargo, Pablo no era estúpido. Su silencio podía tener muchos significados.
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El fin de semana pasó rápido. Jara recibió una llamada del pueblo diciendo que José Miguel, su hijo pequeño había tenido un poco de fiebre, por lo que decidió inmediatamente trasladarse allí y estar con él.
Elena no apareció mucho en casa, más aún cuando la suya propia ya estaba casi lista para ser habitada de nuevo y su marido David estaría en la ciudad el lunes.
Raúl y Sonia habían desaparecido por completo. Tal vez afianzando su relación en una nueva etapa.
En ese escenario y con la moto de su mejor amigo a su disposición, Pablo decidió poner rumbo a ninguna parte. Se pasó un par de horas dando vueltas con la moto por una ciudad semi desierta.
No era Pablo un hombre de profundas reflexiones. Le gustaba ser práctico y actuar.
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Diez días después y con todo el mundo enfrascado en sus quehaceres y en sus rutinas diarias, Jara seguía en el pueblo y Pablo decidió tomar el camino a su rincón secreto.
Las dunas de la playa donde semanas antes había estado con Jara. Aquel rincón que jamás se había atrevido a revelar a nadie y que sólo se lo había mostrado a ella, ahora necesitaba que fuera sólo suyo de nuevo.
Sentado en la arena y mirando el mar, a muchos kilómetros de la ciudad, lejos de todos y de todo, sin trabajo pero con un proyecto de vida, Pablo tomó una decisión.
Se limpió la arena de los pantalones y encaró de nuevo con la moto la sinuosa carretera que se alzaba detrás de la playa y que empezaba a conectarlo con la humanidad.
Había aprendido una valiosa lección.
Una hora antes, estando en la playa, había recibido un mensaje de Jara. Se quedaría en el pueblo hasta el final del verano. Sus hijos estaban intratables y su marido podía llevar el negocio en la ciudad él solo. Así que pensó que sería más útil en su pueblo, cuidando de sus hijos y volverían cuando comenzasen las clases en el colegio.
Conduciendo la moto y surcando la carretera, echó un último vistazo a la playa.
Había una canción en su cabeza aunque no sabía ni quien la cantaba. Se la había escuchado a Jara una vez, que la tarareaba. Sonreía recordando.
Pablo sabía que no siempre había que mezclar sexo y amor. No había amor entre Jara y él. Y respiró aliviado de que así fuera.
Podía parecer extraño pero se sintió tranquilizado de que, a pesar de que no lo había dicho claramente, Jara le mostró cuales eran sus prioridades en la vida y él necesitaba marcarse unas nuevas.
Pensaba que todos hemos tenido en algún momento de nuestras vidas una relación o alguna historia en la que no se sabe si los implicados son amigos, amantes, novios o cualquier otro título que la sociedad imponía.
A Pablo no le gustaban las etiquetas. Esa bendita costumbre de los seres humanos de complicarse por todo. Porque en el fondo sabía que además de estar simplemente follando de lo lindo, también se estaban metiendo en un terreno pantanoso, no por ellos, si no por los actores externos, del cual difícilmente podrían salir.
Era mejor así. Ni tristezas, ni compromisos.
La línea divisoria entre el amor y el sexo es tan fina que más que confundir a los implicados, vuelve locos a los que están alrededor, poniendo sogas al cuello y juzgando.
Pablo había comprobado desde todos los bandos la hipocresía de las relaciones y el sexo. No creía en la fidelidad. Al menos no en esa que le venía impuesta desde fuera. La consideraba antinatural.
Pensaba que el deseo, el morbo y la tentación quizá no estaban en el mundo para ser evitados constantemente como sí hacía creer una hipócrita sociedad. Quizá era la gente la que había mandado al traste una opción de ser feliz de distinta manera.
14 de septiembre, 11.55 a.m.
Terminal de llegadas del aeropuerto internacional de Bruselas Zaventem.
Una chica delgada, rubia de ojos claros agita la mano buscando con la mirada a alguien.
—¡Hola! ¿Tú eres Pablo verdad? Yo soy Nathalie —su inglés era perfecto—. Mi vuelo a llegado media hora antes que el tuyo, creo vamos a ser compañeros. He visto tu ficha en el dossier que pasó la Comisión. Espero que seas un buen diseñador.
Pablo empujó su carro de equipaje y sonrió, dirigiéndose hacia aquella bonita rubia que lo saludaba.
Quizá Bruselas no estaría tan mal del todo.