Desde mi azotea VI
El sexo por WhatsApp también puede ser muy morboso y Jara y Pablo agudizan el ingenio cuando no es posible saltar el muro.
Jara y Pablo jugaban como adolescentes en el sofá, sintiéndose como fugitivos que hacían algo prohibido y a la vez, liberados para mostrarse el uno al otro tal y como eran.
Él no podía dejar sus manos quietas y a Jara le parecía increíble lo que había pasado en los últimos días. Sentía que había vivido más en un par de semanas que en dieciséis años de casada. «¡Qué puta locura!», pensaba.
Pero Pablo la volvía loca. El hecho de ser mayor que él, de que ella misma estuviera casada y además ser la vecina de sus padres… Todo eso provocaba que aquel hombre de primera apariencia reservada, fuera a la vez una persona llena de sensualidad, morbo y secretos.
Sentía que siempre tenía las palabras perfectas para hacerla reír sin parar, de sentirse deseada y dibujar constantemente aquella sonrisa vertical que le salía cuando estaba excitada.
Durante los juegos del sofá, Jara intentó hacerse la dura para que él dejara de meterle mano. Simplemente una pose para seguir con más interés lo que estaban haciendo. Además, la ropa que Pablo se había puesto minutos antes había vuelto a desaparecer, dejándolo de nuevo tan sólo con los boxers como única prenda encima.
Pablo, haciendo caso omiso al principio, se puso encima de ella y mirándola fijamente a los ojos le dijo:
—Si te sigues portando así de mal, no te voy a dejar tocarme más.
—¿Estás seguro? —Jara arqueó una ceja, enigmática—. ¿Crees que serías capaz de resistirte?
—Pues claro que estoy seguro.
—¿Podrías aguantar si yo estuviera desnuda delante de ti, tocándome y tú sólo mirando? Que yo estuviese muy cachonda y te pidiera desesperadamente que me la metieras en la boca pero… no puedes, porque tendrías que resistirte para ganar la apuesta.
—Eres perversa… Pero acepto.
Jara volvió a sonreír y se levantó del sofá dejando que Pablo la siguiera con la mirada, y de la forma en que se movía, supo que aquel reto iba a ser imposible. De repente se puso nervioso viendo como ella, de buenas a primeras, lo retaba.
Hizo el ademán de acercarse a ella, pero lo frenó levantando la palma de la mano.
—¡Quieto! Estamos en una apuesta… Ahora quiero ver qué tan machito eres. Quiero ver si es verdad que me deseas tanto —su voz era cada vez más sensual y misteriosa.
Jara se apoyó sobre la mesa que quedaba detrás, apenas a un metro de distancia de él. En aquella posición, su diminuto camisón celeste se hacía más sugerente, dibujando el contorno de sus pechos y dejando ver los suaves muslos.
Se quedó mirándolo en silencio, con una sonrisa perversa dibujada en sus labios mientras se mordía el pulgar. Ahora quería provocarlo, seducirlo aún más. Sabía que Pablo la deseaba, que quería poseerla y con esa ventaja quería jugar.
Dejó caer los tirantes del vestido que quedaron parados por debajo de los hombros y se quedó quieta, mordiéndose el labio y mirándolo fijamente. Avanzó un par de pasos y se colocó a horcajadas en uno de los brazos del sofá.
Pablo podía olerla, como si el calor que desprendía su piel pudiese traspasar la minúscula distancia que los separaba. Pensó que nadie hasta ese momento había conseguido ponérsela tan dura sin tocarlo.
Jara lo miraba de arriba abajo, como queriendo estudiar su cuerpo. Empezó a acariciarse los pechos con las manos por encima del camisón, pellizcándose los pezones que se marcaban en su totalidad a través de la prenda. Podía verle cómo su pene empezaba a moverse a través de los calzoncillos queriéndose liberar.
Con los movimientos de sus manos, el camisón, ya sin la ayuda de los tirantes, cayó un poco más hacia abajo, dejando salir uno de sus senos. Al verlo, Jara se llevó la mano a la boca y abrió los ojos, simulando aparentar inocencia ante tal accidente.
Pablo, sin dejar de mirarla, acariciaba su pene por encima de su ropa interior. Movía la mano despacio como si estuviese hipnotizado por los movimientos de ella.
Jara se sentó sobre el brazo del sofá y apoyando los pies en el asiento, abrió las piernas muy lentamente, dejando ver su minúsculo tanga negro. Inclinó el tronco hacia delante dejándole una generosa visión de sus pechos y empezó a acariciarse las piernas, desde los tobillos hasta llegar a los muslos. Lo hacía con una muy pausada y lenta caricia. Las yemas de sus dedos acariciaban toda su piel y ella misma empezaba a excitarse.
Sus manos llegaban hasta su sexo, que comenzaba a sentir húmedo. Dibujaba pequeños círculos sobre la tela e intentaba introducir un dedo por el elástico del tanga. Veía los ojos de Pablo queriéndola devorar, como si desprendieran fuego. Sabía que la deseaba y ella lo deseaba a él.
Entonces lo hizo, se acercó a él, excitada como estaba y con los pechos fuera, sacó la lengua, acercándose a su cara. Pablo al ver aquel gesto, intentó abalanzarse sobre ella, pero Jara lo contuvo con un dedo sobre su hombro. Volvió a sacar la lengua indicándole que sacara la suya y cuando lo hizo lanzó un lametón a sus labios. De arriba abajo. Encontró la lengua de Pablo y la acarició con la suya. Podía sentir como la respiración de él aumentaba el ritmo.
Bajó la mirada para ver la entrepierna de Pablo y pudo comprobar como su aprisionada polla se quedaba atrapada en los calzoncillos, buscando una salida. Con la mirada, le indicó que se los quitara y él no tardó ni un segundo en bajárselos y hacer que su endurecido pene diera un respingo.
Jara se volvió a retirar abriendo aún más sus piernas, mientras que con una mano acariciaba su sexo y con la otra se aprisionaba las tetas. Empezó una leve masturbación por encima de la tela.
Pablo la observaba mientras se acariciaba el pene, y en ese momento comprendió que había perdido aquella apuesta.
No podía ni quería resistirse más, necesitaba tocarla, sentirle la piel. Anhelaba también ser tocado por las suaves manos de Jara y sin más preámbulos, se puso de pie muy cerca de ella.
Sin necesidad de hablar, Jara no pudo evitar que se le escapara una ligera carcajada y mordiéndose el pulgar, acercó su otra mano para tocar con la punta de los dedos el enrojecido glande de su amante.
Había ganado la apuesta, pero ella misma se encontraba igual o más excitada que él. Su respiración estaba agitada y sus labios se entreabrían al ver aquel erecto pene delante de ella. Decidió que su victoria había sido suficiente y sin más miramientos, sus labios se acercaron lentamente y se la metió entera en la boca. De una sola vez.
Se acabaron los juegos, ardía en deseos de hacerlo de nuevo, aunque hubiese pasado apenas una hora desde que se corrieron juntos en la ducha. Necesitaba sentir aquella dura polla de nuevo en su boca, en su coño. Quería otra vez el cuerpo de Pablo sobre el suyo.
Dejó caer un poco de saliva sobre la punta para empezar a lamer el glande, intentando provocarle todo el placer posible, mientras él cerraba los ojos con la cabeza inclinada hacia detrás.
Volvió a metérsela de nuevo en la boca, empapándola en saliva, recorriendo todo el tronco y culminando su mamada con un lametón en la punta.
Para tener más control, se arrodilló ante él y mientras le apretaba las nalgas con una mano, con la otra le acariciaba los testículos y su boca engullía aquella deliciosa y enhiesta polla.
Pablo se dejaba hacer, preso de un placer que comenzaba a provocar que perdiese el control y estuviera a punto de correrse, pero aun así, aguantaba todavía un poco más porque aquella deliciosa mamada que le estaba haciendo, merecía alargarse.
Haciendo una pausa en la felación, Jara le indicó a Pablo que apoyase el pie en el sofá. Ahora todo su sexo quedaba totalmente expuesto ante ella y de nuevo mirándolo con aquella pícara sonrisa, le acercó su lengua al perineo y empezó a lamer hasta llegar a los testículos para metérselos en la boca, mientras lo pajeaba.
Pablo no podía aguantar más, notaba que iba a explotar de un momento a otro. Tomó a Jara de los hombros para incorporarla y sujetándole la cara, la besó con desesperación, lamiéndole los labios y la lengua. La sujetó en brazos y la sentó sobre la mesa. Le abrió las piernas y sin más miramientos le quitó el tanga.
Él sabía que ella también necesitaba un poco de acción, su entrepierna brillaba por los flujos que se escapaban de su vagina, resbalando por los muslos y lo pudo comprobar cuando, una vez sentada sobre la mesa, le pasó los dedos entre sus labios vaginales y notó el calor que emanaba aquel coño que empezaba a chorrear sin control.
Sin sacarle la lengua de la boca, Pablo seguía jugando con el sexo de Jara, notando como su clítoris se hinchaba a cada pasada de sus dedos. La notaba estremecerse y gemir dentro de su boca, mientras sus brazos le rodeaban el cuello.
El pene de Pablo se mantenía totalmente erguido y cuando retiró su boca de la de ella, se puso en posición y la penetró hasta el fondo, haciendo que ambos pubis quedaran totalmente pegados.
Jara no pudo más que gemir fuertemente cuando sintió la polla de Pablo atravesarle su interior. Sus labios se encontraban a escasos milímetros de los él, que dejaban escapar suspiros ahogados sobre su comisura.
Se movía despacio. Sus embestidas eran pausadas pero profundas y a cada una de ellas, notaba como las piernas de Jara temblaban y su boca dejaba escapar gemidos cada vez más fuertes.
No podría aguantar mucho más, así que decidió acelerar un poco el ritmo. Jara al notarlo, apretó sus piernas contra los glúteos de él, aprisionándolo y obligándolo a que estuviera más pegado aún.
Apenas un par de minutos después, Pablo explotó. Un gemido tosco salió de su boca al mismo tiempo que su semen inundaba con potencia desmedida la vagina de Jara.
Al terminar de correrse, le acarició la mejilla, que se encontraba roja de la excitación y recuperando el aliento, no pudo evitar que se le escapara una sonrisa diciéndole al oído:
—Vale, tú ganas…
Finalmente cayeron exhaustos sobre el sofá, dedicándose todas las tiernas y confidentes caricias que podían darse. En un momento dado, ambos quedaron en silencio. Los dos eran conscientes de que aquella locura había alcanzado dimensiones considerables y que no sería nada fácil mantener aquel «secreto». Pero aun así, a ninguno de los dos les apetecía romper aquel mágico día.
Pasado aquel rato de intimidad improvisada, ambos decidieron subir a la azotea a fumar el último cigarro del día. Cuando llegaron, Jara le enseñó su escondite secreto donde guardaba la cajetilla de cigarrillos que no podía usar en casa.
—Por si algún día necesitas robarme tabaco —Jara cogió un par de cigarrillos y devolvió la cajetilla a la parte trasera de una enorme maceta que hacía las veces de improvisado escondite.
Pablo, que para subir a la azotea se había vuelto a poner los pantalones, sujetaba la camisa que Jara le había devuelto, mientras que intentaba asomarse a su propia azotea para ver si escuchaba algún ruido y comprobar si Elena había vuelto.
—¿Crees que tu hermana ya está en casa?
—Me parece que no, pero voy a comprobarlo.
Acto seguido, Pablo saltó el muro y se adentró en su propia azotea. Se dirigió a la puerta de la escalera y al abrirla, pudo comprobar que todas las luces estaban apagadas en casa, por lo que Elena aún no había vuelto.
—Vamos, ven, ¿quieres que te ayude a saltar?
Jara negó con la cabeza. Acto seguido se vio así misma observando su diminuto camisón, pero al saber que ya era de noche y no habría nadie mirando, le dio igual si la prenda se le subía. En realidad, nunca había nadie mirando, aun así, su pudor siempre estaba latente.
Efectivamente, al saltar, el camisón se enrolló en su cintura, dejando a la vista de Pablo sus muslos y su minúsculo tanga. Una vez en aquel lado de la azotea, volvió a besar a su chico.
Entraron en la habitación sin separar sus bocas, sin quitarse las manos de encima para llegar a la cama de Pablo. Se tumbaron y de nuevo se comieron a besos. Volvieron a hacer el amor una vez más, y exhaustos, en la cama, se quedaron en silencio.
A pesar de no querer romper la magia de un día increíble, a Jara no se le quitaba de la cabeza que al día siguiente Martín, su marido, volvería a casa.
—¿Estás bien, te pasa algo? —Pablo observó cómo Jara se quedaba dubitativa por unos segundos.
—Dentro de pocas horas, la carroza se convertirá en calabaza otra vez y tendremos que volver a la realidad —respondió Jara con la mirada baja.
—¿A qué te refieres?
—Martín volverá por la mañana, así que…
Pablo, a pesar de obligarse así mismo a no pensar mucho en el día de mañana y a disfrutar el momento, sabía perfectamente que Jara se enfrentaba a un conflicto mucho mayor que el suyo. De hecho, según su parecer, él no tenía alguno. Pero el disimulado agobio de Jara le había hecho pensar. Al final, reaccionó.
—Bueno, mañana es mañana y hoy es hoy. Ya veremos que hacemos mañana y ya veremos qué pasa.
—Pasará que esto no deja de ser una locura y un lío súper gordo en el que me puedo meter. De hecho, ya estoy metida, a pesar de que es posiblemente lo mejor que me ha pasado en muchos años.
—Te entiendo, pero tampoco tienes que agobiarte. Quiero decir, supongo que sí, que te agobiarás y yo no puedo influir en ti ni cambiar lo que piensas, pero por lo poco que me has contado y lo que yo he observado, tu matrimonio es más como un trabajo que un lugar para el amor o la felicidad.
—Es un poco más complicado.
Jara se dio la vuelta dándole la espalda, le cogió el brazo para que la rodeara y se quedó pensando por unos instantes.
Pablo tenía razón, pero ella también, su situación era más complicada porque había sentimientos encontrados, y por primera vez desde que estaba con él, se había mencionado la palabra amor.
Giró la cabeza para seguir hablando con su chico.
—Ahora mismo, tú y yo, en este mismo instante, sólo deseamos estar el uno con el otro. Sería imposible pensar irnos con otra persona, incluso para mi es súper difícil pensar que en realidad, estoy casada con otro hombre.
A pesar de que lo miraba a él, su mirada se perdía mientras divagaba y a la vez intentaba hacerle entender a Pablo lo que estaba pasando por su cabeza.
—Pero cuando aparecen la falta de amor, la rutina, incluso las infidelidades –y no hablo de la mía-, hacen que todo se derrumbe y que deje de tener sentido —continuó Jara—. Pero al mismo tiempo, la presión del entorno, de la sociedad, te empuja a seguir con lo que tienes y no es sólo por los niños, sino que es mucho más complicado… Es mucho más complicado, Pablo.
Él la escuchaba atentamente, escrutando y analizando aquel discurso que más parecía una reflexión en voz alta que una conversación con él. Sin embargo, sabía que las palabras de Jara estaban llenas de verdad y que no podía hacerse una idea del conflicto interno por el que estaría pasando en ese momento.
Por un lado, la presión de mantener su familia, sus hijos, su casa, su trabajo, toda su vida entera. Y por el otro, la felicidad que había encontrado en tan sólo unos días, que habían suplido la ausencia de todo lo que había hecho falta en su vida.
Pablo se aproximó a ella y la abrazó más fuerte, rodeándole la cintura con sus brazos.
—Jara sé que tienes razón pero, tal vez, sólo tal vez, tendríamos que pensar un poco más allá.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo que estás haciendo, llámalo infidelidad, o como te dé la gana, es una opción tan válida como cualquier otra.
—¿Cómo va a ser igual de válida? Está mal.
—No, ¿por qué?, ¿quién marca las reglas? Ahora mismo el que nosotros podamos estar juntos, hace que seamos capaces de descargar adrenalina, sentirnos valorados. ¿Por qué deberíamos creer que eres una mala persona por estar conmigo? Lo que estás haciendo es luchar contra una sumisión, y tú lo has dicho, sirve para superar la vida monótona que llevas. Estás disfrutando de tu cuerpo, sé que te sientes deseada por mí, porque así es, te deseo.
Jara se había dado la vuelta para escuchar las palabras de Pablo, pero ahora lo miraba directamente a los ojos mientras él seguía hablando.
—Jara, tú no le perteneces a nadie, no eres propiedad de tu marido ni de nadie. Por mucho que lo diga un contrato firmado en una Iglesia. ¿Cuál es la diferencia entre vivir una vida insulsa y estar aquí conmigo? Ya te lo digo yo: En una eres infeliz, y en la otra no. ¿Acaso serías más feliz quedándote en casa, sabiendo que tu marido cada vez que puede se va de putas?, ¿que cada dos por tres estáis discutiendo por cualquier cosa?
A Jara aquellas palabras la habían hecho saltar algún resorte interior. Era consciente de sus propias convicciones sociales y morales. Sin embargo, el deseo y la liberación que había experimentado eran superiores a esas doctrinas que la aprisionaban y la señalaban con el dedo.
—No es tan fácil, Pablo, sé lo que quieres decir pero…
—No he dicho que sea fácil. Lo que digo es que no tiene por qué ser tan complicado.
A Pablo le gustaba observar a Jara cuando se quedaba pensando, pero sabía que si seguía por ese camino, ella empezaría a dar innumerables vueltas y sus miedos y tal vez sus complejos, vencerían aquella batalla. Así que decidió suavizar un poco la conversación y llevarla a su terreno.
—Además, dime que no te ha gustado el paseíto en moto, mi playa privada, mi ático en la ciudad… admítelo, soy un chollo —Pablo intentó poner cara de playboy, haciendo a Jara estallar en carcajadas.
A pesar de que se sentía un poco más relajada, Jara tenía demasiados frentes abiertos, no sólo en su propia casa, sino con el mismo Pablo.
—Eres un chollo, un regalito del cielo, pero eso no quita que seamos dos pervertidos. ¿Tú te has parado a pensar en la situación?, ¡me estoy acostando con el hijo de mis vecinos!, ¡con el hermano de una buena amiga! Y además… ¡soy mucho más mayor que tú!
—¡Ajá, así que es eso! Todo es porque soy más joven que tú… Pero, ¿qué más da?
—¿Cómo que qué más da? Pues que no es normal. A ver, que tengo treinta y siete años y tú veinticinco… ¡Es una pasada!
—¡Oh sí! ¡Perdona, ancestro fósil, testigo de los dinosaurios, hija de Tutankamón! —Pablo hacía aspavientos para exagerar sus palabras y a la vez, hacer reír a Jara.
—¡Oye! No seas capullo, tengo razón. Son doce años.
—¿Y qué si tienes doce años más que yo? ¿Acaso te sientes mal, soy un niñato o tu una abuelita en tacatá?
—A ver, chulito… piensa. Cuando tú naciste, yo ya empezaba a tener la regla. Cuando tú empezabas a ir al cole yo casi terminaba el instituto. Además cuando tú tenías ocho años y todavía tenías una pichita chiquitita —Jara, cogió suavemente con dos dedos el pene de Pablo y lo movió cómicamente—, ¡yo me estaba casando!, ¿te parece poco?
—¡Au! Vale, vale… Pero míralo por este lado, ahora no tengo la pichita chiquitita, y ya que vas de vieja decrépita, hazte cuenta que te estás tirando a un yogurín y yo a una madurita cachonda —Pablo se echó encima de Jara, y le dio repetidos besos por toda la cara—. Va, Jarita, no hay tanta diferencia, sólo eres un poco más mayor que yo, casi de la edad de mi hermana.
—Incluso soy mayor que tu hermana… Por cierto, todavía no ha llegado, pero yo me voy a tener que ir ya.
—¿Cómo que te vas? ¿No vas a dormir aquí conmigo?
—Cariñito, no puedo. Ya te he dicho que Martín llega por la mañana, vendrá temprano y bueno… no quiero correr riesgos.
En ese momento, en el silencio de la noche, escucharon ruido en la planta baja. Al parecer Elena acababa de llegar a casa. Pablo no se había preocupado al escuchar a su hermana llegar, ya que, como de costumbre, había cerrado la puerta de la escalera que daba acceso a la azotea.
Después de unos cuantos intentos de Pablo por retener a Jara, ésta le dio el beso más tierno de la noche y se despidió de su chico.
—Bueno, pues nada, ya te pasaré la factura… —dijo Pablo desde la cama, observando cómo ella se apoyaba en el marco de la puerta.
—¿Qué factura?
—Hombre, por los servicios prestados. El paseo en moto, el viaje a la playa y los servicios sexuales… El lujo hay que pagarlo. —Pablo guiñó un ojo a Jara de manera cómica intentando simular ser un gigoló.
Jara, se rio desde la puerta y le sacó la lengua de forma burlona a modo de despedida, y con una ligera carrera por la azotea, saltó el muro, y volvió a casa.
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Al día siguiente, Pablo se despertó con un mensaje de Raúl preguntándole por su «niña» y unas cuantas preguntas más sobre su misteriosa petición el día anterior. No era Pablo un consumado motero como lo era su amigo. Tampoco alguien que diera muchos detalles sobre su vida.
Bajó al salón y a pesar de que Elena volvió anoche, ahora no estaba en casa. Pensó en Jara y por la hora que era, supuso que ya estaría con su marido trabajando en la oficina de suministros. Cavilaba como habría sido el reencuentro, tal vez se habrían acostado o quizá habían discutido, o simplemente habían tenido un frío saludo y se marcharon a trabajar.
Miró su móvil y pensó si mensajearla o no. Al final desistió, no era el momento. Al fin y al cabo, aquella relación o lo que fuera que tuviesen, estaba condicionada a la disponibilidad e impulsos de ella. Era Jara quien marcaría los tiempos.
Decidió no pensar mucho más y abrió el ordenador portátil que había dejado el día anterior en el salón. Chequeó sus redes sociales y abrió la bandeja de entrada de su correo electrónico. Al inicio del todo, vio un mensaje que su cuñado David le había reenviado.
Se trataba de una convocatoria que cada cierto tiempo la Comisión Europea lanzaba para contratar expertos externos para servicios específicos no adscritos al personal funcionario. El texto en cuestión, era una especie de oferta por obras y servicios, que pretendía reclutar diseñadores para cambiar la identidad visual de todos los departamentos de la Comisión, agencias externas, páginas web, logotipos, papelería, etc.
La visualizó por encima y le pareció interesante, así que volvió a marcar el correo como no leído para volver a mirarlo después con más detenimiento.
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Elena acababa de hablar con su marido David. Finalmente, había podido adelantar la vuelta de su viaje un día y podría estar en la ciudad para celebrar el cumpleaños de su esposa. Aunque la alegría no era completa ya que debería volver a marcharse en un vuelo de madrugada. A pesar del enfado inicial, Elena comprendió que era época de hacer esfuerzos para recoger más tarde los frutos.
Y para celebrar su cumpleaños, qué mejor idea que celebrarlo en el club Burlesque , un mítico lugar donde varias generaciones de aquel concurrido barrio habían pasado su juventud. También Elena. También Pablo y Raúl.
Era a este último al que necesitaba ver Elena. Raúl, más allá de su pasión por las motos y su monótono empleo en la tienda de electricidad, solía hacer de DJ en Burlesque , aunque hacía ya bastante tiempo desde la última vez.
Necesitaba los contactos de Raúl para reservar el local y cuando fue a visitarlo a su tienda de electricidad, él, como no podía ser de otro modo, no dudó un segundo en ofrecerle toda su ayuda, asegurándole que no se tendría que preocupar de nada, tan sólo de disfrutar de su cumpleaños.
Cuando estaban en plena conversación, apareció Sonia en la tienda.
—Hola, ¿molesto? —Sonia se acercó al mostrador para unirse a aquella amena conversación.
Raúl mostraba una sonrisa de oreja a oreja al ver tanta belleza en su tienda, aunque se contuvo de hacer una de sus bromitas. Se lo había prometido a Pablo.
—¡Hombre, lo más bonito! Mira Soni, ¿te acuerdas de Elena?
Las dos se saludaron y Elena recordó que aquella imponente chica era una compañera de instituto de «esas dos amebas», como solía referirse a su hermano y su fiel escudero. Finalmente, tras unas cuantas risas con Raúl y Sonia, Elena los invitó a ambos a su fiesta, agradeciendo a Raúl su ayuda y emplazándolos al jueves siguiente en Burlesque .
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Pablo estaba inquieto en el sofá. Había recibido un WhatsApp de Elena diciéndole que no vendría a casa a comer. Se quedó un rato mirando el móvil y las conversaciones en la aplicación. Cada treinta segundos, miraba el perfil de Jara para comprobar su última conexión. Esperaba recibir algún mensaje de ella, pero desde que se fue la noche anterior, no había tenido noticias. Sabía que estaría en el trabajo con su marido, pero aun así albergaba esperanzas de que se acordara de él.
Finalmente, a pesar de que podría incomodarla, se decidió a mandarle un mensaje.
“Buenas. ¿Mucho curro hoy?”
La última hora de conexión de Jara no cambiaba. Esperó un minuto. Dos. Cinco. Diez. Nada.
Pensó que estaría muy ocupada trabajando. Pero también muchas estupideces se le pasaron por la cabeza. «A lo mejor el idiota de Martín, ha venido en plan cariñoso y se la está follando en los baños de la oficina». Se revolvió en el sofá y se puso a dar pequeños paseos por el salón. Aunque tenía totalmente prohibido, tanto él como Elena fumar dentro de casa, aprovechó la ausencia de toda la familia para encender un cigarrillo en el salón.
«No, no. Seguro que ha venido del pueblo tan capullo como siempre y está en plan borde y discutiendo, como si los viera».
En el décimo paseo, su móvil vibró y en la pantalla apareció el nombre de Jara. Saltó sobre el sofá para coger el teléfono.
“¡Hola!, perdona bichito, me había dejado el teléfono en el despacho de dentro. Hoy hay mucho movimiento por aquí y no paro, además Martín lleva toda la mañana aquí”.
Pablo sonrió al ver como Jara se unía a la costumbre de su hermana de llamarlo «bicho» o «bichito».
“No te preocupes, era sólo para saber cómo estabas”.
Respiró aliviado. El móvil vibró de nuevo.
“¿Tú que estás haciendo? ¿Estás en casa?”
“Sí. Sigo aquí. Me ha dado mucha pena no despertarme contigo hoy.L”
“A mí también, bichito, pero ya sabes lo que hay…Cuando me fui, no conseguí dormirme y al final, por la mañana llegó éste, me vestí y nos vinimos a trabajar”.
“Te vestiste… pues, ¿sabes qué? Yo sigo en pelotas :P”.
Pablo se rio de su propio mensaje ya que no estaba desnudo.
“Anda, serás cochino… pues yo si estoy vestida, que soy una mujer decente. Jajaja”.
“¿Ah, sí? A ver, que llevas puesto”.
“Un vestido corto negro. Es muy fresquito, menos mal, porque hoy hace un calor ¡qué buff!”
“¿El que llevabas el día que te vi en la terraza del bar?”.
“Jajaja. Vaya, que buena memoria tienes. Sí, ese”.
“Me encanta como te queda. Estás muy rica así. Se te ven unas piernas preciosas”.
“Jajaja. Qué tontito eres… XD”.
“¿Y qué braguitas llevas hoy?, ¿o no llevas? :D”
“Serás capullo… Si llevo, tonto”.
“Dime cuales”.
“¿Y qué más te da las bragas que yo lleve? Estás muy cochinote esta mañana”.
“Vaaaa, porfa, porfa, porfa, porfa.Me hace ilusión, vamos, qué te cuesta”.
“Por dios bichito… Jajajaja. Estás como una cabra eh. Llevo unas blancas normales. ¿Contento?”
“Hombre… estaría más contento si pudiera vértelas. O mejor, quitártelas. :D”
“Jajajaja. Pues lo vas a tener difícil”.
“Porque tú quieres. Aunque al menos podrías enseñármelas”.
“Pues no sé cómo te las voy a enseñar. Tú estás en casa y yo en el trabajo”.
“Mándame una foto”.
“Te voy a mandar una leche”.
“Joder, eres mala, eh. Encima que me abandonas, que te vas por ahí… ni una fotito de tus bragas me mandas… Eres cruel.L”
“Pero bichito, estás tonto o qué te pasa… ¡Que estoy en el trabajo!”
“Nadie se iba a dar cuenta”
“Qué no te puedo mandar una foto de mis bragas ahora, tontito”.
“¿Estás sentada en tu mesa del despacho?”.
“Sí, claro”.
“Pues entonces ya me dirás quién te va a ver… Solo tienes que bajar el móvil, abrir un poquito las piernas, y… ¡clic!” :D
“Tú estás fatal”.
“No, es que te echo de menos. Echo de menos tus muslos, tu boca, tus tetitas, tu coñito mojado… Te echo de menos a ti. Me encantaría que estuvieras aquí ahora, conmigo, que subiéramos arriba, o meternos en la ducha como anoche, o en la playa otra vez… ¿No te gustaría?”
Jara al ver este último mensaje, sonrió al ver todo lo que le escribía Pablo. Sabía que lo decía de verdad y se sintió deseada, viva.
“Claro que me gustaría estar ahora contigo, bichito”.
“¿Te gustaría hacer el amor ahora conmigo?
“Mucho. Pero no podemos mi niño.L”
“Por eso necesito tus braguitas, porque si no te puedo tener ahora… pues, algo que tengo por aquí, va a explotar”.
Jara contuvo una carcajada al imaginarse aquella situación.
“Pero, ¿qué estás haciendo, degenerado? XD”
“Todavía nada, pero pienso en ti y me empalmo. No puedo evitarlo. Te deseo. Ahora. Ya”.
Sopesó por unos segundos cometer la locura que le estaba pidiendo Pablo. Sin embargo, el miedo a que Martín entrara en la oficina y la pillara, la paralizaba. Incluso aunque nadie entrase, sentía pudor, pero al mismo tiempo se imaginaba a su chico en casa, con su pene duro, pensando en ella y de una manera imperceptible se sintió excitada.
Se mordió el labio inferior y con un ligero vistazo a la puerta de su oficina, comprobó que estaba cerrada. Corrió la silla unos centímetros hacia atrás y abrió ligeramente las piernas. Movió un poco el trasero hacia el borde de la silla y volviendo a contener una risa que le salía sola, colocó el móvil entre sus piernas y sin pensarlo demasiado, hizo una foto.
Cuando subió de nuevo el móvil a la mesa para comprobar cómo había salido la foto, se llevó involuntariamente la mano a la boca. Allí aparecían sus muslos y la fina tela de su prenda íntima ligeramente apartada mostrando parte de su vulva. Se quedó observando unos segundos y bajó la otra mano hacia su entrepierna, acariciándose rápidamente por encima de la braga.
“¿Jara, estás ahí?”
Pablo todavía seguía esperando la contestación, ya que hacía casi un minuto que le había mandado el último. Al cabo de unos segundos más de espera, apareció de nuevo en su pantalla que Jara estaba escribiendo.
“Sí, perdona, es que había sonado el teléfono de la oficina”.
Jara mintió para no revelarle aún que había accedido a sus deseos. Ahora era ella la que quería jugar con él y su excitación.
“Bueno cariño, no te preocupes, tu escríbeme cuando puedas, si quieres. Va, dejo de hacer el capullo y me portaré bien. Hablamos cuando tú puedas”.
Volvió a sonreír al ver el nuevo mensaje de Pablo.
“ Vale bichito. Luego hablamos, que tengo mucho lío. : Besito”.*
Pablo le devolvió los besos con emoticonos. Y cuando iba a dejar de nuevo el móvil sobre la mesita del salón, este volvió a vibrar al recibir un nuevo mensaje.
“Por cierto bichito, que se me olvidaba una cosa”.
Segundos después de ese último mensaje, apareció en su pantalla una foto de la entrepierna de ella, mostrando unas inmaculadas bragas blancas y el brillante sexo de Jara, acompañada de varios emoticonos lanzando besos y un escueto «para que te ayude a evitar explosiones».
Después de la conversación por WhatsApp , Pablo pasó el resto de la tarde intercambiando emails con posibles clientes y mandando solicitudes de empleo a todas las agencias de publicidad de la ciudad.
A pesar de que intentaba mantenerse ocupado, su mente seguía mostrándole flashes con la imagen de Jara. No la había visto en todo el día, no había vuelto a hablar con ella después del intercambio de mensajes, y a pesar de que sabía que aquella sería la tónica habitual mientras Jara estuviera con su marido, ya fuera trabajando o en casa, seguía sintiendo la necesidad imperiosa de saber de ella. Ni siquiera se atrevía a pensar en cómo sería la situación si los hijos de la pareja también estuvieran en casa.
Se sentía un poco agobiado por no tener el control de la situación. Por su carácter y su forma de ser, Pablo siempre se mostraba frío y calculador. Sin embargo en esta ocasión, no controlaba ninguno de los factores a su alrededor, por lo que le sería completamente imposible despejar la incógnita.
Cuando el aburrimiento hacía mella en un día extremadamente monótono, casi a medianoche, su teléfono volvió a vibrar.
“¿Estás despierto bichito?”
Al ver el mensaje en su móvil, Pablo pensó que tal vez su día no acabaría tan mal como esperaba.
“¿Hola, nos conocemos?”
“Anda, tontito… que he tenido un día muy largo, no seas malo”.
“Yo soy un trozo de pan, tú eres mala…”.
“Yo soy tonta, que no es lo mismo”.
“Anda, no será para tanto… te invito a un cigarro arriba y me lo cuentas”.
“Martín se acaba de subir ahora mismo a la habitación y no creo que esté dormido todavía…”.
“Bueno, pero no creo que nos escuche fumar, ¿no?”.
“Bichito… ya sabes lo que pienso, riesgos cero”.
“Qué seria te pones, anda, sonríe un poco, que si no te salen arrugas XD”.
“¡Oye tú!, ¿qué es eso de las arrugas?”.
“Jajajaja, bien, bien. Ya tengo tu atención… Dime, si Martín está en tu cuarto, ¿tú dónde estás?
“Estoy en la habitación de Candela. Desde aquí te robo mejor el wifi. XD”.
“Así que eres tú la ladrona…Ya decía yo que me iba muy lenta la conexión”.
“Jajaja. No se lo digas a Elena”.
Pablo observaba por unos instantes su móvil, recostado sobre la cama, pensando que Jara se encontraba a tan sólo unos metros de distancia y que a pesar de su deseo de estar con ella, aquel muro que separaba las azoteas aquella noche era demasiado grande.
“¿En qué piensas bichito?”.
“¿Sabes que nunca hemos desayunado juntos? Hemos tomado el aperitivo, hemos almorzado, hemos cenado, pero nunca hemos desayunado”.
“Tienes razón, pero bueno, no nos podemos quejar”.
“Bueno, yo si me puedo quejar, siempre sales corriendo y me abandonas sólo en la cama.L”.
“¿Y qué puedo hacer? No es mi culpa, sino tuya. Haber nacido antes. XD”.
“Mira que graciosilla, oye”. Por cierto, ¿sigues llevando esas braguitas blancas tan sexys?”.
“No. Después de la ducha, ya no las llevo”.
“A ver, a ver, a ver… ¿estás sin bragas? :O”.
“…”.
“¡Buah! ¡Estás sin bragas! Me encanta hmmm”.
“Yo no he dicho nada…”.
“No llevas bragas”.
“…”.
“Pues, ¿sabes qué? Que me gusta. Pero, no estarás desnuda, supongo”.
“Supones bien. Llevo una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos”.
En ese momento, Pablo recordó el ajustado pantalón deportivo que vestía Jara unas cuantas noches atrás, cómo marcaban sus delicados muslos y le realzaban un culo que lo volvía loco.
“Tardaría muy poquito en quitártelo todo. Aunque con esa ropa me pones mucho”.
“¿En serio? Pues es ropa cómoda para estar en casa. ¿Por qué te gusta tanto?”.
“Porque es tu cuerpo, y me gusta. Me gustarías hasta con un saco de patatas”.
“Gracias mi niño guapo, siempre me subes la moral”.
“Tú me subes otra cosa”.
“Me vas a poner nerviosita…”.
“Lo que quiero es ponerte cachonda, ¿no se nota?”.
“Ya te veo las intenciones… pervertido”.
“Es tu culpa, por estar tan buena”.
“No más que tú, yogurín. XD”.
“¿Sabes qué te haría ahora? Jugaría con tu cuerpo, mordería tu cuello y tus orejas, me entretendría en tus rincones secretos, aspirando tu olor, y después te acariciaría el resto de tu cuerpo con mis labios”.
“Hmmm, suena tentador. Me estás poniendo muy nerviosita”.
“Si estuvieras aquí en mi cama, te pondría bocabajo, y te soplaría por el cuello y la espalda, aunque no me podría contener y te mordería el culo”.
“¿Quieres morderme el culito?”.
“Mucho, muchísimo”.
“Me imagino tus labios ahora mismo… te los mordería durante horas”.
“Tú puedes hacer conmigo lo que quieras”.
A pesar de que no estaba acostumbrada al sexting , a Jara le encantaba aquella situación. Se excitaba al leer las cosas que ponía Pablo, tan directo, tan fresco, tan descarado. El morbo era una constante desde que estaba con él.
Empezaba a sentir la humedad de su sexo, que al estar liberado de ropa interior, mojaba delicadamente sus muslos y su entrepierna. De manera imperceptible, su mano se abría paso a través del elástico de sus shorts y uno de sus dedos alcanzaba a acariciar de forma sutil su clítoris, que empezaba a hincharse.
Por su parte, Pablo observaba como su pene aprisionado marcaba una considerable erección en su pantalón corto, como si verdaderamente Jara estuviera allí, recorriendo el tronco tan delicadamente, que conseguía erigir firme con tan solo un par de caricias.
“Echo de menos el sabor de tus pezones. Quiero tenerlos en mi boca”.
“Los has puesto duritos, pervertido”.
“Tú eres la que me has puesto durita otra cosa”.
“Hmmm, ¿te las estás tocando ahora?”.
“¿Quieres que lo haga?”.
“Sí, tócate esa pollita preciosa para mí”.
“¿Y qué me das a cambio?”.
“Pide… y ya veremos. :P”.
“Deseo tus manos en mi polla”.
“Cierra los ojos y piensa cómo te abrazo por detrás, pego mi cuerpo a tu espalda y mis manos te alcanzan la polla. Durita, firme, como a mí me gusta”.
“Me la estoy empezando a menear un poquito más rápido… ¿me acompañas?”.
“Te estoy escribiendo con una mano, porque estoy muy tontita, nene. Escribir con una mano es difícil, porque la izquierda la tengo haciendo círculos sobre mi coñito, que se ha mojado”.
“Me encanta tenerte así, mojada, excitada. Tengo la polla a reventar”.
“Qué ganas de comérmela”.
“Buff, más ganas tengo yo de que me la comas”.
“Metérmela en la boca, despacito… saboreando tu capullo… morderla con mis labios e ir metiéndomela del todo en mi boca, hasta que rozara mi garganta”.
“Joder, que ganas tengo de estar contigo”.
“Me la sacaría y lamería tus huevitos, sin dejar de mirarte a la cara”.
“Si sigo a este ritmo, me voy a correr… y me voy a correr mucho”.
“Eso quiero. Que te corras. Para mí”.
“¿Cómo está tu coñito?”.
“Ardiendo. Me estoy acariciando el clítoris y me estoy metiendo un par de dedos. Entran y salen muy bien, porque estoy muy mojada. Estoy pensando que es tu polla la que me está follando”.
“Adoro esa sensación, mi polla entrando y saliendo de tu coño, cómo me la aprisionas y siento tu interior caliente y mojado”.
“Sí mi niño, está mojadísimo. Por ti, por tu polla. Quiero que me folles”.
“Yo también quiero follarte. Abrirte las piernas y sujetártelas mientras te abro el coño”.
“Buff, estoy empapada, me estoy metiendo dos dedos, pensando en tu polla que me está follando rico”.
“Sí cariño, te estoy follando muy rico, sujetando tus piernas y colocándolas sobre mis hombros, para que te entre mejor”.
“Buff, me encanta, luego quiero que me pongas a cuatro patas y que me folles así, mi niño. ¡Vamos, que no aguanto, me he puesto muy cachonda!”.
“Te follo cómo tú me pidas. Te pongo a cuatro patas sobre la cama y al tener el coño tan mojado, te entra fácilmente, mientras que con mis manos acaricio tu culo y tus tetas”.
“¡Sí, me encanta eso! Hasta te dejo que me des un azote”.
“Te doy dos, por ponerme tan cachondo. Me inclino sobre ti y pego mi pecho a tu espalda, sin parar de follarte. Te suelto mi aliento sobre el cuello y lamo tus orejas”.
“Joder, me estoy corriendo, bichito, ¡me voy a correr!”.
“Eso es nena, córrete, córrete para mí. Córrete mientras te follo a cuatro patas, cómo te la meto con fuerza y penetro tu coño, mientras mis manos aprisionan tus tetas”.
Jara había soltado el teléfono porque su excitación estaba pasando todos los límites. Su mano se movía frenéticamente sobre su encharcado sexo. En el silencio de su casa, tan sólo se oía el chapotear de sus dedos entrando y saliendo de su vagina. Se encontraba estirada en la cama de su hija, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas.
Mientras con una mano se masturbaba, con la otra aprisionaba y amasaba sus pechos por debajo de la camiseta.
“Estoy pensando en ti, masturbándote ahora mismo. Con tu coño empapado y tus dedos dándote gusto. Me va a explotar la polla cariño, ¡yo también me corro!”.
Jara, sin parar de masturbarse, veía el mensaje de Pablo en el teléfono, que se encontraba sobre la cama, mientras apuraba los últimos movimientos de su mano hasta llegar a un orgasmo silencioso y ahogado. Pero su instinto la impulsaba a gritar y convulsionarse por el placer que una simple conversación por mensajes le había producido.
Al intentar ahogar sus gemidos para no hacer ruido, sentía como el corazón le latía a mil por hora. Sudaba abundantemente, mientras procuraba recuperar la calma.
Al otro lado, Pablo aprisionaba su pene con la mano, mientras que con la otra sujetaba el teléfono. Procuraba alargar la masturbación hasta saber si Jara había conseguido correrse.
“Bichito, me he corrido como una loca. ¡Por dios, voy a tener que ducharme otra vez!”.
A duras penas, Pablo pudo escribir con una sola mano su contestación.
“Me encanta cariño, me encanta que te corras conmigo. Mi polla está a punto de estallar, no puedo contener más la leche dentro”.
“Dale mi niño, córrete para mí. Imagina que me sigues follando duro, dándome caña, cómo tú sabes. Y cuando sientas que se te va a salir la leche, me arrodillo frente a ti, y te masturbo. Te masturbo hasta que empieza a salirte tu leche caliente, que cae sobre mi boca. Quiero que te corras en mi boca”.
Al leer la última frase, su pene empezó a soltar borbotones de leche sin control. Él también hacía esfuerzos para no hacer ruido y veía cómo el espeso líquido se derramaba sobre el pubis y la mano. Se limpió como pudo y enseguida contestó.
“¡Madre mía! Jamás una paja me había sabido tan placentera. Me he corrido como si te hubiera follado de verdad”.
“Hmmm, que rico mi niño. A mí me ha pasado igual, jamás me había masturbado así, voy a tener que ducharme otra vez, porque me he quedado bien pringada”.
“Pues si esto es sólo por WhatsApp, imagínate cómo te voy a follar la próxima vez”.
“Lo estoy deseando bichito, más de lo que crees. <3”.