Desde mi azotea V

No solo en la azotea se puede disfrutar de nuevas experiencias. A veces, su pueden cambiar los escenarios y disfrutar del morbo de los secretos que ahora comparten Jara y Pablo.

Los primeros rayos de sol entraron tímidamente por la ventana, posándose en los parpados de Jara y haciéndola despertar. En un primer instante se sintió inquieta al no reconocer el lugar, aunque segundos después asimiló que todo lo que había pasado no había sido un sueño, sino algo real, muy real.

Estaba desnuda, con la cabeza sobre el pecho de Pablo, que la rodeaba con el brazo. Se incorporó intentando no despertarlo y se sentó en el borde de la cama, echando la vista atrás y se quedó observándolo. «Guapo».

Lo miraba como dormía profundamente con la sábana apenas tapándole las rodillas y pensó en sí misma. Lo normal sería sentirse una vulgar fulana, una cualquiera y castigarse por lo que había hecho, sin embargo, y para su asombro, jamás había sentido tanta tranquilad como en aquel momento.

Sintió un deseo repentino de besarlo y morderle la piel como hizo unas horas antes pero se contuvo. A pesar de la calma y el silencio del momento, Jara sabía perfectamente que aquello era comprometido. Estaba en una casa ajena, en la cama con un hombre más joven que además era su nuevo vecino.

Repasó mentalmente todos los riesgos que conllevaban aquello que acababan de hacer, podía poner en peligro demasiados pilares en su vida y a pesar de eso, una sonrisa se escapaba sin control de sus labios.

Descartó despertarlo y se dispuso presta a buscar su ropa. Encontró en el suelo su camiseta, rasgada por uno de los tirones que recibió de Pablo cuando buscaba con desesperación besarle los pechos. Se puso las bragas y la falda y vio sobre el escritorio una camisa arrugada de cuadros que jamás le había visto puesta a Pablo, aunque supuso que sería suya. Se decidió a tomarla prestada y ponérsela, habida cuenta de que además de su camiseta rota, no encontró el sujetador por ninguna parte.

Se inclinó sobre la cama y le acarició el pelo, y dándole un fugaz beso en los labios, salió de aquella habitación, cruzó la azotea y sintiéndose una peculiar fugitiva, saltó el muro y se fue a casa.

Una vez allí, en el silencio de la mañana y la soledad de su casa, se sentó en el sofá del salón, mirando fijamente a través de la ventana. Sus pensamientos la transportaron hasta unas horas antes, agolpándose en ella un sinfín de imágenes y sensaciones de todo lo que había hecho. Era como si la golpearan en el rostro, transformando su gesto, pasando de una sonrisa avergonzada a un imperceptible sentimiento de culpa, pero sobre todo, confusión.

Sin embargo, como si fuera una película, ante ella aparecían las imágenes de Pablo desnudándola, devorándola, penetrándola, lamiendo su piel, como si quisiera absorberla. Se sintió deseada, viva, como si de repente esa sensación de que había sido invisible durante tanto tiempo, se hubiera desvanecido completamente.

Recordaba la fuerza de Pablo sujetándola en brazos, como le pasaba la lengua por todos los rincones de su piel, pero sobre todo, el deseo con el que la miraban los ojos de aquel hombre.

«Deseo, morbo». Palabras que repetía mentalmente, apareciendo en su cara una sonrisa vertical que le daba el control sobre sí misma, algo que había perdido hacía mucho. Y de repente, no pudo parar de reír.

Estaba feliz, se sentía llena y sin sentimiento de culpabilidad. Concluyó que le daban igual las convicciones morales y sociales, tan sólo pensaba en ella, en cómo había disfrutado de algo que jamás hubiese imaginado hacer y se sentía libre.

Se quitó la falda de nuevo y moviendo las caderas la prenda fue resbalando por sus piernas, le dio una patada y cayó sobre la mesa.

Observó su reflejo en el espejo del salón con la camisa de Pablo por encima, sin abotonar, tan sólo con un ligero nudo en la parte inferior. Se palpó las bragas y las notó algo rígidas. La noche anterior las había empapado.

Se dirigía al baño de la planta baja cuando en el pasillo vio la radio mp3 que por lo visto su hija Candela se había olvidado en casa. El aparato estaba conectado a unos mini altavoces y decidió encenderlo.

Al instante una estridente música estallaba a través de los pequeños altavoces, dio un brinco porque no esperaba una canción tan horrible, y tras hacerse con el control del aparato, consiguió entrar en el menú y buscar algo diferente.

Se quedó mirando la pantalla, sonrió y se fue hasta el salón. Se situó en frente del gran espejo que presidía la sala, soltó el aparato y cogió el mando a distancia de la tele.

»I live my day as if it was the last

Live my day as if there was no past

Doin' it all night, all summer

Doin' it the way I wanna.

Zara Larsson sonaba en el aparato de música y su LushLife inundó el salón. Jara estaba frente al espejo, sujetando el mando a distancia a modo de micrófono y encajando un más que aceptable playback y una improvisada y sexi coreografía.

Ahora era una adolescente cantando su canción favorita y se sintió como Tom Cruise en RiskyBusiness .

» Now I've found another crush

The lush life's given me a rush

Had one chance to make me blush

Second time is one too late!

Y así con su animado baile, recorrió el salón al ritmo de la canción y pensó que Zara Larsson tenía razón. Viviría cada día como si fuera el último, como si no existiera el pasado, y lo haría todo el verano, y además lo haría haciéndolo como a ella le gustaba.

Unos cuantos metros más allá, Elena abría la puerta de la calle en casa de sus padres, apareciendo Raúl ante ella con aquella sonrisita que la sacaba de quicio.

—Monstruito… ¿Qué haces aquí? —soltó Elena a modo de saludo sin mover un músculo de la cara, mirándolo de arriba a abajo. Conocía a Raúl de toda la vida, sabía que era el mejor amigo de su hermano, pero ella seguía pensando que era el mayor capullo del mundo. Aun así, sabía que era un buen chico y aunque jamás lo reconocería en público, le caía bien.

—Que te echaba de menos y no puedo vivir sin ti, maciza mía… —respondió Raúl con su sonrisita socarrona.

—Pues coge la escoba y ponte a barrer —Elena con gesto indiferente, lo invitó a pasar—. ¡Ah! Y sube y llama a tu amante bandido y despiértalo ya, que no son horas.

Elena se metió en la cocina sin echarle más cuenta a Raúl, que subió las escaleras en busca de Pablo. Cuando llegó arriba, intentó abrir la puerta, pero esta tenía el pestillo echado.

—¡Afflelou! ¡Vamos abre! ¡Que está aquí tu cari! ¡Afflelou! —Raúl no paraba de aporrear la puerta de la azotea. Sabía que podía resultar ser muy cansino, y le encantaba.

Pablo dio un respigo en la cama al oír las voces, se incorporó y se vio asimismo desnudo y espabilándose totalmente, miró a su alrededor buscando a Jara. Supuso que se había ido antes de que se despertara sin hacer ningún ruido. Sabía que no había sido un sueño ya que no solía dormir desnudo.

No obstante, le preocupaba Jara. No sabía lo que estaría pensando, cómo se sentiría, si estaría molesta, contenta o quizá no quisiera hablarle ni verlo nunca más.

Para que Raúl dejara de aporrear la puerta, le gritó que enseguida le abría. Buscó sus calzoncillos y se los puso apresuradamente para salir a abrir la puerta de la azotea. Cuando giró la llave, la figura de Raúl apareció detrás del cristal de la puerta con una expresión recriminatoria por tardar tanto en abrir.

—Pero bueno Afflelou, ¿a ti que te pasa? Llevas muchos días en modo marmota, siempre durmiendo hasta tarde, sin darme cariñitos ni nada… la verdad me estoy replanteando nuestra relación —Raúl pasó a la azotea incomodando a Pablo mientras le daba un beso en la frente.

—¿Está Elena abajo? Joder me he quedado dormido y ni siquiera me he despedido de mis padres.

—Sí, claro. Me ha abierto ella. ¿Dónde están los viejos?

—Se han ido a Canarias a celebrar su aniversario. Supongo que Elena los habrá llevado al aeropuerto y ahora cuando baje me echará la bronca del siglo.

—Si mi Elenita te vacila, tú te callas y lo asimilas —respondió Raúl chasqueando sus dedos, poniendo una voz histriónica y haciendo el estereotipado gesto de las chicas afroamericanas.

Cuando Raúl pasó al cuarto y le cogió del escritorio el paquete de tabaco, a Pablo casi le da un infarto. Asomado entre las sabanas que caían en el suelo, un sujetador negro se escondía detrás de la pata de la cama. Para disimular, Pablo hizo como que se estiraba y sentándose en el borde, empujó con el pie las sabanas hacia dentro, rezando para que el sujetador se quedara oculto. No podía imaginar el tener que darle explicaciones a Raúl sobre quien era la dueña del sujetador y qué hacía allí.

—Pero bueno, atontado, ¿te vas a vestir o te vas a quedar así? —Raúl enfiló las escaleras para bajar al salón— Venga, te espero abajo, espabílate ya por dios.

—Voy en seguida, no tardo.

Pablo se apresuró a guardar en un cajón el sujetador perdido y se puso la primera camiseta que encontró y a trompicones, consiguió ponerse el pantalón. Sin embargo, su premura no era por bajar al salón sino por intentar saber algo de Jara. Salió a la azotea apresuradamente para asomarse al muro y ver si conseguía verla.

Pero allí no se veía nada y ni se escuchaba nada. Supuso que habría salido y no estaba en casa. Descartó llamarla por teléfono o enviarle un mensaje, así que volvió de nuevo adentro y bajó.

—¡Vaya hombre! ¿Cómo es que apareces tan pronto? Yo en tu lugar me subiría un ratito más, que se ve que has dormido poco… —Elena soltó todo el sarcasmo posible al ver a Pablo bajar las escaleras y llegar al salón.

—Vale, vale. Acepto el castigo, no tengo defensa ninguna.

—Al menos podrías haber bajado a despedir a papá y mamá. Te has librado porque mamá saltó en seguida con «¡Ay! Mi niño… déjalo, no lo despiertes» —replicaba Elena, intentado imitar la voz de su madre.

—Si es que es un niño mimado, ¿qué vamos a hacer con él, Elenita? —añadió Raúl mientras picaba de una bolsa de snacks, sentando en el sofá y contemplando la escena.

—No me tocara la lotería y os perdiera de vista a los dos… ¡Cansinos! —sentenció Pablo, tumbándose en el sofá al lado de Raúl.

—Oye tú, no te acomodes tanto y ayúdame, que tenemos invitados —dijo Elena.

—Hombre, llamar a Raúl invitado… no sé yo si es pasarse, Elena.

—Con el monstruito ya contaba, pero no me refería a él. Anoche invité a Jara a comer con nosotros. Total, como está sola y nosotros más o menos también…

Pablo sintió un vuelco en el corazón al oír las palabras de su hermana. Empezó a pensar a la velocidad de la luz como estaría ella, qué pensaría, qué cara traería. ¿Se mostraría fría?, ¿distante?, ¿cortada?, ¿haría como si nada? Y sobre todo, después de lo que pasó anoche, ¿aceptaría a venir a comer a casa?

—Oye, familia, ¿quién es Jara? —preguntó Raúl sin apartar la vista de la tele.

—La vecina nueva, la…la que se mudó a la casa de al lado… —contestó Pablo un poco atolondrado, intentando volver a la realidad.

—¡Coño! No me jodas, ¿la jamona?, ¿la del bar? —preguntó Raúl emocionado.

—Oye tú, monstruito, ¿qué es eso de jamona? ¿A qué te llevas una hostia? —dijo Elena mientras empezaba a poner la mesa—. Y tú, venga bicho, por favor, ayúdame.

Pablo se levantó a ayudar a Elena a colocar la mesa y disponerlo todo, reprimiéndole con la mirada a Raúl lo vulgar de su comentario delante de su hermana.

Cuando ya todo estaba dispuesto, Elena cogió su teléfono móvil y vio que tenía un mensaje de su marido. Pablo, al verla enseguida le preguntó:

—¿Es Jara? ¿Ya viene?

—No, no. Es David, que no he podido hablar con él en toda la mañana.

—¡Elenita! Le vas a decir ya que te divorcias porque no puedes seguir negando tu amor verdadero por mí, ¿verdad? —Raúl hablaba a grito pelado.

—Sí, ahora mismo se lo estoy diciendo. Ya tengo la maleta hecha para escaparnos, ve metiéndola en el maletero de la limusina y arranca, que ahora salgo yo… —Elena estaba acostumbrada a aquellas bromas de Raúl, puesto que llevaba toda la vida haciéndoselas. Y por su parte, sus contestaciones no tenían más repercusión en Raúl que arrancarle una sonrisa.

En ese instante, sonó el timbre de la puerta y en su sobresalto por ir corriendo a abrir, Pablo tropezó con la mesita del salón, desplazándola y él casi cayendo al suelo. A pesar de su torpeza, aceleró el paso por el pasillo hasta alcanzar la puerta y abrir.

Jara, a pesar de su alegría por la mañana, había estado pensando largo y tendido sobre la conveniencia o no de aceptar finalmente la invitación de Elena. Lo que había pasado la noche antes no lo consideraba un simple maratón de chistes, sino algo que cruzaba demasiadas líneas. Sin embargo, pensó que sería más extraño el no acudir, sobre todo no teniendo un motivo de peso, ya que tanto Elena como el propio Pablo, sabían que estaría sola todo el fin de semana. Al final, decidió estrenar sus leggins estampados nuevos y su blusa negra sin mangas.

Cuando abrió la puerta, Pablo la miró en silencio por unos segundos, observando lo guapa que se había puesto. Ella, con su sempiterna mirada vergonzosa y sus labios apretados, escrutó una disimulada sonrisa de complicidad al mirarlo.

—Hola… Hola, Jara. Hola.

—Hola…

—Qué bien que… que ya estás aquí. Eso… eso está bien. Qué bien…

Jara, al parecer conservaba mejor la calma y llevaba el disimulo mejor que Pablo. Al escucharlo ahí, franqueando la entrada, arqueó una ceja a modo de pregunta de si la dejaría entrar o no.

—¡Pasa, pasa! Pasa… estás en tu casa. Ya están aquí Elena y Raúl —Pablo elevó la voz al decir los nombres de los otros, como si estuviera avisando a alguien de su presencia. Al escucharse asimismo, se sintió absolutamente estúpido.

Pablo tuvo que obligar a Raúl con un gesto rápido de su mano a que se levantara y saludara a Jara como es debido. Mientras tanto, Elena salía de la cocina con una bandeja de aperitivos.

—¡Hola guapísima! Mira, mira qué bandejita de delicias acabo de preparar ¡yo sola! —dijo Elena mirando inquisitoriamente a Pablo por no haberla ayudado a preparar la comida.

—Oye muchísimas gracias por invitarme, de verdad.

—Déjate ya de gracias y prueba el jamoncito que está de muerte, porque como te duermas, estos dos comen como lobos. Bueno este come como un cerdo —Elena señaló con la cabeza a Raúl mientras se abalanzaba sobre la bandeja de comida.

—Eso sería canibalismo, amorcito mío —respondió Raúl con la boca llena de jamón.

—Como me vuelvas a llamar amorcito mío, te meto una patada en los huevecitos tuyos —las batallas dialécticas con Raúl sacaban el lado más ácido y sarcástico de Elena—. Jara cariño, aquí esta cosa, es el amigo de mi hermano, para desgracia de mi familia.

—Sí, ya nos hemos presentado y me parece que lo he visto por aquí por el barrio.

—Un placer conocerte, Jara. Yo tengo una tienda de electricidad, si se te estropea el enchufe, ¡piensa en mí! —Raúl no podía dejar pasar más de dos minutos sin hacer sus chascarrillos.

Mientras tanto, Pablo, un poco más calmado, observaba la escena y se mantenía callado como si sintiera que alguna frase suya pudiese desvelar lo que había pasado la noche anterior. Al cabo de un rato de amena charla entre Elena y Jara, los cuatros se sentaron a la mesa, que esta vez sí, había terminado de preparar el propio Pablo para evitar las broncas de su hermana, pero sobre todo, para evitar hablar demasiado.

—Bueno Jara, ¿al final has dormido bien? —Elena, que estaba sentada al lado de Jara, era la más charlatana de aquella reunión, junto con las ocurrencias de Raúl, que sabía guardar las formas de vez en cuando.

—Pues al principio, me costó un poco, pero al final… dormí estupendamente, como hacía muchísimo tiempo que no lo hacía —Jara hablaba contestando a Elena pero miraba fugazmente a Pablo que se encontraba justo enfrente de ella.

—Puf, yo caí rendida y eso que no bebí tanto, será que me estoy haciendo mayor.

—Noches de chicas, eh…—Raúl guiñó un ojo a Elena mientras Jara sonreía tímidamente.

—Bueno, yo también bebí, pero me ayudó bastante a pasar mejor noche, ya te digo, caí en la cama como hacía mucho que no lo hacía —Esta vez Jara miró fijamente a Pablo durante unos segundos más—. Además fíjate si dormí bien, que anoche no sé dónde solté el móvil que esta mañana al despertarme, no lo he encontrado por ningún sitio.

—Pues si quieres luego vamos a tu casa y te llamo desde el mío y así lo localizas —respondió Elena ajena a los mensajes subliminales de Jara.

—Qué va… si anoche cuando llegué estuve hablando muchísimo rato, y seguramente lo dejé sin batería.

Pablo estaba siguiendo la conversación y a la vez captaba muy lentamente los mensajes. Y por fin reaccionó.

—A mí… a mí me pasó igual anoche. Se me perdió el móvil —Pablo miró a Elena intentando simular integrarse en la conversación—. Pero esta mañana, así de casualidad, lo encontré debajo de la cama… ¿sabes? Debajo de la cama… Sí… Miré debajo de la cama y allí estaba el móvil… que se me había perdido, pero… pero lo encontré. Y entonces me dije… «Para que no se me pierda lo voy a guardar, porque imagínate que lo encuentra alguien»… y pensé… pues lo voy a guardar… y… y guardado lo tengo. Arriba.

Elena se quedó mirando a Pablo fijamente, intentando descifrar por qué su hermano hablaba como si fuera imbécil. Al final, se dio por vencida.

—Jara, cariño, disculpa a mi hermano. No es que sea muy listo el pobre, pero por lo visto, cuando se junta con el monstruito este —señalando a Raúl—, se ve que se le pega la tontería…

Jara rio el comentario de Elena y captó el mensaje encriptado de Pablo, haciendo referencia al sujetador que en la mañana no pudo encontrar.

—Pues menos mal que lo has encontrado, perder el móvil es… muy incómodo, sobre todo si lo coge alguien y mira todas tus llamadas… —En el rostro de Jara se dibujó una sonrisa que sólo Pablo supo captar.

El almuerzo continuó con toda la naturalidad que Pablo y Jara podían llevar, siguiendo las conversaciones que lideraban Elena y sus batallas con Raúl.

Al terminar, Elena subió a su cuarto para cambiarse puesto que tenía que ir a su casa a echar un vistazo al primer día de trabajo de los fontaneros y a hacer un par de recados. Raúl se marchó a buscar Sonia y esperar a que terminara su turno para salir con ella, por lo que tuvo que aguantar las bromitas de Elena y Pablo a ese respecto. Jara por su parte, se despidió de los chicos y volvió a casa.

Pablo, aprovechando que Elena estaría en su cuarto y que Raúl ya se había marchado, subió apresuradamente las escaleras hasta la azotea para poder hablar con Jara. Ésta, como si hubiese leído la mente del chico, lo esperaba como la otra noche, asomada al muro.

—Algo me decía que te encontraría por aquí —Jara, levantando sus dedos a modo de saludo, observaba como Pablo terminaba de subir las escaleras y se aproximaba.

—Bueno, tenía que subir. Quiero decir, tenía que verte. Tenía que verte —Aún le duraba el tartamudeo.

Los dos se quedaron mirándose unos instantes como si apenas unos minutos antes no hubiesen compartido mesa. Jara se encontraba más calmada, su mirada y su sonrisa la habían acompañado durante toda la mañana, todo lo contrario de Pablo, que apenas había tenido tiempo de asimilar todo lo ocurrido debido a la inesperada forma de despertarse con Raúl de fondo y menos aún con la improvisada comida en casa.

—-Jara yo… —realmente no sabía que decir. Dudaba si decirle lo mucho que había deseado estar con ella desde el primer momento que la vio y que anoche fue absolutamente feliz o por el contrario dejar que ella fuera la que abriera el fuego.

—Estamos locos. Absolutamente locos. Somos unos imprudentes. Sobre todo yo.

Pablo sintió aquel reproche como un puñal en el pecho, aquella lapidaria frase lo había de vuelto de golpe a una realidad que no quería mirar. Sin embargo, Jara no había terminado de hablar.

—Pero es la mejor locura que he hecho en mi vida, una locura que llevo toda la mañana pensando y que no me quito de la cabeza. Pensando si ha pasado de verdad o lo he soñado. Yo ya no sé si estoy loca, pero me encanta… —Continuó Jara.

El puñal en el pecho se desvaneció como por arte de magia mientras la veía disfrutar diciendo lo que acaba de decir.

—Esta mañana, Raúl me despertó de sopetón y no he tenido mucho tiempo de asimilar lo que pasó y bueno… no sabía cómo te sentirías.

—Me siento de maravilla… Estoy loca, ¿verdad?

—No, no estás loca y si lo estás, me da igual.

Pablo, que hasta ese momento había mantenido una distancia prudente subió al taburete, se acercó más a Jara y se inclinó para besarla. Ella por su parte, que esperaba un beso fugaz y rápido, sintió como los labios de él abrían los suyos y sentía de nuevo aquel dulzor que la noche anterior la hizo perder la cabeza. Sin embargo, reaccionó y se apartó.

—¡Pablo!, aquí no, por dios. Estamos a la luz del día y nos puede ver alguien.

—¿Quién nos va ver, si estamos en la azotea? Los demás vecinos nunca suben a sus azoteas.

—Aun así. No quiero arriesgarme.

—Pues entonces salta, vamos dentro.

—No. Elena todavía está en casa y me muero si me viera aquí contigo. De hecho, anoche fue una locura total pasar la noche contigo, pero se me olvidó por completo que ella también dormía en tu casa.

—A mí se me olvidó hasta mi nombre —Pablo se inclinó de nuevo y le robó esta vez un beso rápido.

—¡Pablo!

—Bueno, bueno, vale. Entonces sal conmigo.

—Que salga contigo…

—Sí, vamos a dar una vuelta, salgamos a tomar algo los dos.

—Pero…

—Ni peros ni peras —Pablo rio su propio comentario, había sonado igual que su madre—. No hacemos nada malo yendo a tomar un café o lo que sea. Podemos irnos a la otra punta de la ciudad si quieres.

—Bueno vale, pero no aquí, no en el barrio. Algún sitio lejos —Jara se quedó pensando unos segundos—. Pero yo no tengo coche, mi marido se lo ha llevado al pueblo y que yo sepa tu tampoco tienes. ¿Qué vamos, en autobús?

—Tú déjamelo a mí. A las cuatro, te recojo. En el parque de San Luis, el que está allí —Pablo se giró e indicó el inmenso parque que se podía ver desde la azotea, a apenas trescientos metros.

—Qué misterioso…

—A las cuatro.

Pablo se fue dejando a Jara asomada al muro y bajó rápidamente las escaleras, encontrándose con Elena en el salón, que estaba preparándose para salir.

—Bicho, me voy, luego vengo. ¿Tú te vas también?

—Sí, tengo que hacer unos recados. Luego nos vemos hermanita.

Pablo le dio un rápido beso a Elena y salió corriendo por la puerta.

A las cuatro en punto Jara llegaba al parque donde la había citado Pablo, un poco inquieta por si alguna mirada indiscreta los veía. En realidad no sabía porque estaba tan nerviosa, puesto que aparte de la familia de Pablo, no había conocido a nadie más en el barrio. Pero temía que alguien lo reconociese a él, que lo vieran con ella, que luego la identificaran como la de los suministros de fontanería, que se enterasen que estaba casada y que los cotilleos llegaran a difundir que se veía con aquel chico del barrio y entonces descubrieran que era una infiel sin escrúpulos que estaba destruyendo su propia familia y arruinándole la vida a un inocente joven.

Mientras se enfrascaba en esa maraña de conjeturas y pensamientos absurdos, una moto negra de gran cilindrada se paró junto a ella. El motorista apagó el motor y se quitó el casco.

—¿La llevo a alguna parte señorita?

—¿Pablo? Pero, ¿qué haces con esa moto? —Jara lo miró incrédula, pues no se esperaba verlo aparecer con una moto así.

—Un préstamo. Raúl siempre está disponible para ayudar a un amigo.

—¿Raúl? Pero esta moto… no es la que os vi el otro día en el bar.

—Ya. Raúl es un loco de las motos. En realidad le iba a pedir el scooter, pero dice que a Sonia le da miedo esta moto tan grande, así que me dio las llaves y fui a su casa a recogerla. ¿Subes o a ti también te da miedo?

—¿Es una Harley-Davidson ?

—¡Uhh! No, no. Es una GuzziCalifornia Classic, una joya.

—Ah, claro, claro… —Jara no tenía ni idea de lo que acababa de decir Pablo.

Se acercó dudosa y miro la bonita moto, pensando si se arrepentiría, pero cuando estaba con Pablo, no tenía miedo de nada y subió.

—Por cierto, a ti te toca usar el casco ridículo —le dijo Pablo dándole un casco blanco con forma de seta. Ella carcajeó al verlo e intentó colocárselo.

Cuando Jara ya estaba subida y tenía el casco ridículo puesto, Pablo se volvió para mirarla, mientras ella lo abrazaba por la cintura.

—¿Me queda muy muy ridículo? —preguntó Jara frunciendo los labios, intentado parecer sexy.

—Te queda genial. Así que, ¿preparada para un paseo en moto?

—¿Sabes manejar una moto grande, verdad?

—No soy tan bueno como Raúl, pero me defiendo.

—Así que Raúl es mejor… —replicó Jara con un falso tono enigmático.

—Oye que si quieres hacemos un cambio. Que te lleve Raúl a dar una vuelta con la moto y yo me quedo con Sonia…

—«Y yi mi quidi kin sinii» ... Anda, ¡arranca!

Cruzaron la ciudad sorteando filas de coches. Hacía un día precioso, el principio del verano estaba siendo benevolente y todavía no hacía demasiado calor.

Cuando llegaron a la zona de bares donde siempre iba y donde estuvo con Sonia por última vez, Pablo apagó el motor y se levantó la visera del casco.

—Nunca había estado en este sitio, ¿aquí es donde sueles venir de copas? —Jara mantenía el casco puesto y asomaba su cabeza por encima del hombro de Pablo para hablar con él.

—Aquí vengo de vez en cuando, si… —Pablo observaba todas aquellas terrazas atestadas de jóvenes que tomaban esa zona como punto de partida del fin de semana. Pero no se bajaba de la moto, seguía allí, pensativo, escrutando con la mirada el lugar. Cuando reaccionó de nuevo, se giró para mirar a Jara.

—¿Vamos? —preguntó Jara expectante.

—Vámonos a la playa.

—¿A la playa? ¿Qué dices?

—Sí, vámonos a playa, estamos a cuarenta minutos en moto de la costa. Conozco un sitio con un paisaje mucho más bonito que este. Vamos a ver el mar.

—Pero…

—Confía en mí.

Pablo acercó sus labios a los de Jara intentando no chocar los cascos, sin conseguirlo, arrancándole a ella una risa que era la más contagiosa que jamás había visto. La miró esperando su aprobación, y ella contestándole con otro beso, le dio su contestación.

La potente moto corría tranquila por una sinuosa carretera que bordeaba la costa. Desde allí a lo alto podían ver una desierta e idílica playa, casi inmaculada y salvaje. Un poco más lejos, una preciosa duna de casi veinte metros de altura cortaba la visión de unas aguas azules y cristalinas que parecían sacadas del objetivo del mejor fotógrafo.

Al inicio de la desértica playa, donde no había ni un alma, Pablo aparcó la moto y se bajó junto a Jara, que miraba embobada aquel rincón secreto. Los dos se quedaron unos instantes parados, asimilando que aquel paraíso era sólo para ellos dos.

Pablo abrió el sillín de la moto para guardar los cascos, y vio una gigantesca bandera doblada de un equipo de futbol y la sacó de allí.

Echaron a caminar despacio, disfrutando del momento. Ahora era Pablo el que se sentía más calmado, el que tenía el control, sentía que aquel rincón secreto era su territorio y él era el anfitrión. Cogió a Jara de la mano y la guio hasta la orilla y empezaron a caminar sorteando las olas que llegaban. Ella, al ver que una de las olas casi la moja, saltó tratando de escapar, chocando con Pablo que no paraba de reír, mirándola divertido.

—Me encanta este sitio —Jara se agarró al brazo de Pablo mientras apoyaba la cabeza sobre su hombro.

Siguiendo su paseo, se apartaron de la orilla y se dirigieron hacia las dunas. Cerca, había una parte donde crecía un poco de hierba y allí extendieron la bandera a modo de manta y se tumbaron. Pablo observaba a Jara, como respiraba, relajada. Notaba que se sentía a gusto con él. La estrechó entre sus brazos y la besó.

Ella disfrutaba de nuevo aquellos labios suaves que tanto le gustaban, mientras metía sus dedos entre el ensortijado cabello de él. Cuando paraba de besarlo, lo miraba y se le dibujaba una sonrisa infinita que la obligaba a darle otro beso.

Le gustaba que Pablo la hubiese llevado a aquel rincón, porque para él era su escondite secreto, donde se escapaba y se ocultaba. Le encantaba saber que ahora lo había compartido con ella, así, de improviso. Sin planes. Se incorporó y tiró de Pablo, incorporándolo también. Quería colocarse entre sus piernas. Apoyo la espalda en el pecho de él y estiró la cabeza hacia atrás.

A Pablo le encantaban aquellos detalles de Jara y la miraba en silencio, robándole de vez en cuando algunos besos en el cuello, mientras ella fijaba su mirada perdida en el mar.

—¿Hola? Tierra llamando a Jara, cambio. ¿En qué estás pensando? Que te quedas embobada…

Jara se giró hacia él, mirándolo por el rabillo del ojo.

—La verdad es que no lo sé. Ni siquiera sé si estoy pensando.

—Entonces, cuando eso pasa, lo mejor es apagar el cerebro y echar el cierre —Le dio otro beso en el cuello.

—¿Sabes que es la primera vez que vengo a una playa simplemente a estar?

—¿A estar?

—Sí, siempre he venido  a la playa en familia, o con amigas, cuando estaba soltera. Pero siempre con más de dos personas, a pasar el día en la playa, en plan domingueros.

—Bueno, hoy es sábado, así que no podemos ser domingueros. No traemos comida, no traemos sombrilla, no traemos nevera, crema bronceadora, toallas… No, definitivamente, no somos domingueros.

—Ha sido una idea fabulosa. Me encanta este sitio, me quedaría aquí para siempre.

Pablo la estrechó con fuerza mientras hundía sus labios en la cara de Jara y con sus manos, empezaba a hacerle cosquillas en uno de los costados. Ella trataba de huir y apartarlo, sin ningún éxito. En realidad, fingía que quería escapar, porque le encantaba sentir de nuevo las manos de Pablo en sus costados, como la primera noche. Las cosquillas la habían obligado a tumbarse de nuevo, mientras las carcajadas salían de su boca sin control.

También sin control eran ya los besos de Pablo, aunque suaves. Buscaba su boca, su lengua y bajaba intermitente a su cuello. Jara recibía los besos y los buscaba, intentando darle pequeños mordiscos en aquellos labios que la enloquecían.

Las manos de él pasaron sin ningún reparo de las caderas a los pechos, acariciándolos por encima de la fina tela de la blusa. A Pablo le encantaba el olor del cuello de Jara, lo absorbía, como si quisiera arrebatárselo y ella suspiraba de placer al sentir su aliento en la piel.

Pablo, que mostraba ya una palpable erección que Jara podía sentir, intentaba acomodarse entre las piernas de ella, que se encontraba tumbada bocarriba disfrutando de las caricias.

Cuando él quiso meter una mano entre los leggins de Jara para ir un poco más allá, la mano de ella lo paró, intentando incorporarse. Sin embargo, no se dio por vencido y su mano se metió por debajo de la blusa, alcanzando la base del pecho escondido por el fino sujetador.

—Estás loco, que estamos en medio de la playa, nos pueden ver —Jara a pesar de sus reticencias, seguía recibiendo con placer los besos de Pablo, que recorría con la lengua su cuello.

—Sí, es verdad, aquel pescador en la barca que está allí a lo lejos, nos puede ver con sus prismáticos. O tal vez tiene un catalejo, como los piratas…

—Estás loco, muy loco —Jara cerró los ojos al no poder resistir el placer de los labios y las manos sobre su piel.

Pablo comenzó a descender hasta su abdomen, besándola por encima de la blusa, deslizando las manos por sus pechos y oyendo la honda respiración de Jara mientras sus dedos los masajeaban suavemente. Ella, al sentir las caricias, arqueó su cuerpo de manera instintiva, lo que hizo que le apretara con más ansias los pechos contra las manos.

Él jugaba con sus besos todavía más y Jara sentía los pezones sensibles al recibir los labios de Pablo sobre ellos a pesar de la tela. A él empezó a molestarle la blusa y sin más miramientos, se la quitó, elevándole los brazos para sacársela sin problemas. Ahora su boca recorría los finos encajes del delicado sujetador y deslizaba las manos hasta el nervioso vientre de Jara, que temblaba como anoche, mientras su corazón se aceleraba.

Jara sentía la erección de él contra su cuerpo y le excitaba aún más sentirla así por ella. Mientras tanto, y entre jadeos, Pablo apoyaba las manos en la parte interna de sus muslos, apretándolos y subiendo hasta su entrepierna. Ella contenía la respiración mientras sentía los hábiles dedos del chico trazar círculos sobre su vagina.

Ahora los dedos de él se escapaban hacia el elástico del pantalón, tirando hacia abajo y perdiéndose entre sus bragas. La estimulaba lenta y continuamente, haciendo que ella inclinara su cabeza hacia atrás y dejara los ojos en blanco por las sensaciones que le provocaban aquellas dulces caricias en su ya mojado coño.

Pablo seguía con su presión entre las piernas de Jara, mientras que su boca le recorría el cuello y la cara, llegando a sus orejas para mordisquearle los lóbulos. Sentía los escalofríos de ella al sentir su boca en aquella zona.

—Te deseo, te deseo mucho. —Pablo susurraba al oído para que Jara se estremeciera aún más por el contacto.

Sus piernas inmovilizaban ahora las de ella, y sin ningún miramiento, tiró de los leggins hacia abajo, arrastrando consigo las mojadas bragas.

—Oh, dios… —Jara apenas podía articular palabra.

Pablo liberó su pene de la prisión de sus pantalones y se colocó entre las piernas de ella, a la que le había bajado los leggins hasta los tobillos hasta sacárselos del todo. Notaba el sexo de Jara totalmente lubricado y la penetró sin apenas esfuerzo. Los brazos de ella se aferraron a su cuello, acariciándole la cara y el pelo.

Jara gimió suavemente al sentir el pene de Pablo totalmente dentro, notando como la llenaba por completo mientras salía y entraba de su encharcado coño. El ritmo de él era pausado, se acomodaba al calor de la vagina que aprisionaba su pene y lo llenaba de flujos. Poco a poco empezaba a subir el ritmo, mientras su mirada se clavaba en los oscuros ojos de Jara.

Ella recibía de nuevo su aliento cerca mientras la penetraba, le gustaba recibirlo sobre su boca, sobre su piel. Le gustaba mirarlo como disfrutaba al estar dentro de ella, haciéndola notar que era la mejor sensación que podía existir en ese momento. Ahora sus piernas rodeaban las de él y sus manos le apretaban el trasero, haciéndole saber que quería más presión.

Le clavó las uñas suavemente en el culo, y él al notarlo sonrió y le mordisqueó los pezones. Se movían rítmicamente sobre la bandera que utilizaban como manta, que se hundía un poco más sobre la arena.

Pablo la envistió más fuerte aun, haciéndola gritar, mientras sentía que aquella dura polla la atravesaba hasta las entrañas. Ella intentó zafarse de él sin dejar que se saliera de dentro y dándose la vuelta, rodó y se colocó encima.

Ahora era ella la que manejaba el ritmo, apretaba fuerte sus muslos y cogía las manos de Pablo para que le acariciase los pechos, subiéndole el sujetador y liberándolos, sin perder aquel movimiento pélvico que la estaba llevando a la gloria.

Cambiaba el ritmo del polvo a su gusto, a ratos lento y profundo y a otros cortos y rápidos. Se estaba corriendo pero no quería parar, quería que fuese continuo y sin descanso, porque la polla de Pablo seguía dura, abriéndole el coño.

Se inclinó sobre él y lamió sus labios, su cuello, su cara. Ambos sudaban y se movían alargando el placer. Cuando Jara empezaba a correrse, Pablo lo notó y le apretó el culo con fuerza, abriéndole los glúteos. Ella emitió un grito ahogado al sentir cómo le separaba los cachetes del culo y cómo se estiraba el orificio de su ano.

—Uff, me…corro…Jara… —Pablo exhalaba su voz entrecortada sin poder abrir los ojos.

—¡Oh! Espera mi niño… un poquito más… un poquito más.

Pablo sentía que los testículos le iban a explotar de un momento a otro, mientras Jara, que ya había disfrutado de su primer orgasmo, mantenía el ritmo, moviendo su coño que subía y bajaba sobre la polla de Pablo, concentrándose para correrse de nuevo.

—Dame un poquito más… mi cielo…ya casi —La voz de Jara se ahogaba al sentir que se correría de nuevo y esta vez, quería que lo hiciesen juntos.

Pablo aguantaba a duras penas el ritmo incesante de Jara, viendo como ella lo estaba controlando absolutamente todo. Cuando no pudo contenerse más, la apretó fuerte contra su cuerpo, comprimiéndole aún más el culo, haciéndola chillar y correrse otra vez.

Ahora Jara sentía el semen esparcirse por su interior y cómo el calor de aquel liquido calentaba su vagina por completo, mezclándose con los flujos que inundaban la entrada de su coño. Intentó sentir un poco más la polla de Pablo dentro, mientras terminaba de descargarle toda su esencia. Lo observaba intentando apaciguar sus propios gemidos, mientras él ahogaba los suyos poniéndole la boca en la clavícula.

Ambos se tumbaron exhaustos sobre la arrugada bandera en la arena, uno junto al otro. Jara, que sentía aún flojear sus piernas, acariciaba dulcemente el pene de Pablo que empezaba a bajar su dureza. Lo sujetaba delicadamente con sus dedos, invitándolo a descansar, mientras miraba sus ojos cerrados. Se acomodó en su pecho y Pablo la rodeó con sus brazos. Y así como estaban, se quedaron dormidos.

Pablo sintió una leve brisa que arrastraba diminutos granos de arena sobre su cara, haciéndolo despertar. Estaba de lado y estiró su brazo para alcanzar a Jara, sin embargo, al darse la vuelta, vio que estaba solo. Se incorporó extrañado mirando por todos lados sin encontrarla, pero al fijar la vista al frente, Jara caminaba hacia donde se encontraba, dejando atrás el mar y un sol gigante que empezaba a esconderse.

—¿Dónde estabas? —Pablo la sentó y la abrazó como estaban antes, apoyando la espalda de ella sobre el pecho de él.

—Mojándome un poquito —Se giró dándole un fugaz beso en los labios mientras apretaba los brazos de él para que la abrazara más fuerte.

—¿Más todavía? Hmmm, ¿No has tenido suficiente? —Estiró su mano y le acarició un pecho, haciendo que ella se girase, dándole otro beso.

—Tonto… ¿Sabes que nos hemos quedado dormidos un buen rato?

—Ni idea, no uso reloj —Pablo le enseñó su muñeca vacía.

—En este sitio, es como si el tiempo se parara o simplemente, como si fuera más lento.

Jara tenía una pregunta dentro que le daba reparo sacar. Aquella playa era hipnótica, un lugar ideal para escaparse y hacer el amor al aire libre, rodeados de naturaleza, sin nadie para molestar. Sin embargo, pensaba que Pablo se llevaba allí a todos sus ligues y que ella entraba ahora en esa lista. A pesar de todo no quiso preguntárselo, ya que la noche anterior, en la azotea, también le preguntó si allí llevaba a más chicas, y a pesar de que él no se molestó, no quería romper ese preciso momento que estaba viviendo por primera vez en su vida.

Por su parte, Pablo, al escuchar cómo ella describía aquel sitio como un lugar apartado del tiempo, parecía haber leído la mente y los pensamientos de Jara y adelantándose a su pregunta, le ofreció una sutil respuesta.

—Eres la primera persona que viene aquí conmigo. Siempre que necesito escapar de la ciudad, me vengo aquí, solo. Es como un ritual… ¿Sabes? No sé cómo lo consigo, pero casi siempre que vengo, la playa está vacía. Aunque claro, nunca vengo en verano en temporada alta, porque esto estaría atestado de domingueros.

—Entonces, ¿por qué me has traído a mí? Ahora conozco tu secreto…

—Quería compartir mi secreto contigo. Ahora es nuestro. Nuestro secreto.

Jara cerró los ojos al escuchar esas palabras. Todo estaba yendo demasiado rápido, casi sin tiempo para pensar o reflexionar sobre aquella locura que estaba cometiendo. Pero no quería despertar. Se sentía como si fuera reina por un día, sabía que aquello se asemejaba más a una fantasía que a la realidad, sin embargo, se encontraba tan llena que no quería despertar. Aquel chico siempre despeinado y con aire distante, había entrado en su vida de una manera tan profunda, que parecía que llevaban juntos muchos años.

«Tenemos que guardar muchos secretos», pensó Jara.

Se tumbaron de nuevo sobre la bandera con los dedos entrelazados y viendo como el sol se apagaba. Jara se giró sobre su costado apoyando la cabeza sobre el brazo y se quedó observando a Pablo, sonriendo.

—Oye… ¿te puedo hacer una pregunta? —Jara se mordía el labio inferior.

—Claro.

—¿Por qué tu hermana te llama bicho?

—Porque es una exagerada, me lo dice desde siempre, desde pequeños —Pablo seguía con su mirada al cielo, con las manos detrás de la cabeza—. Muy exagerada.

—¿Eras muy malillo, como un bichito?

—Según Elena, yo era la reencarnación del mal —contestó Pablo girando la cabeza para mirar a Jara que se partía de risa al escucharlo.

—Pero, ¿qué le hacías?

—Pues nada fuera de lo común, cosas normales de niños. Le quemaba el pelo, mutilaba sus muñecas… Le escondía pescado detrás de la cama para que al cabo de los días apestaran su cuarto, cogía las tijeras de mi madre y le cortaba la ropa… En fin, lo normal.

—¡Lo normal dice! ¡Eras un demonio! —Jara se retorcía de risa oyendo la naturalidad de Pablo relatando sus propias trastadas.

Cuando la luz de la tarde ya casi se apagaba por completo, decidieron recoger todo y volver a casa.

Pablo arrancó la moto y Jara subió tras él. Mientras metía la primera marcha, ella echó la vista atrás observando aquel paraíso que ahora compartían los dos.

Cuando la moto se alejaba y aumentaba un poco más la velocidad, ella extendió los brazos en cruz, dejando que el viento la golpease en la cara, sintiéndose totalmente libre, mientras empezaba a tararear.

Yeah I'mma dance my heart out 'til the dawn, but I won't be done when morning comes. Doin' it all night, all summer.Gonnaspend it like no other…

—¿Qué cantas? —Pablo giraba su cabeza por encima del hombro, sin apartar la vista de la carretera.

—Canto como me siento hoy.

Las luces de la ciudad iluminaban una noche muy animada por la zona de bares por donde habían pasado por la tarde. Ahora, las terrazas estaban llenas de jóvenes que se agolpaban en grupos entre litros de alcohol. La moto rugía constante al cruzar las calles mientras Jara apoyaba su cara sobre la espalda de Pablo.

Al llegar al puente, se pararon en un semáforo. Ya casi estaban en casa.

—¿Tienes que ir a devolverle la moto a Raúl?

—No, seguramente ahora estará ocupado en otros menesteres. Ya se la devolveré mañana, o el lunes o cuando me apetezca. Él no la echará de menos, tiene a sus dos chicas favoritas.

—¿Dos chicas?

—Sí, su scooter y Sonia. Para él las motos han sido sus chicas, sus grandes amores. Así que a esta la llevamos a casa.

—Pero Pablo, no quiero que lleguemos a nuestra calle en la moto. No quiero que nos vean.

—¿Y qué quieres que hagamos? No puedo dejar la moto por ahí aparcada, la tengo que aparcar en nuestra calle.

—Pues déjame que yo me baje antes y vaya a casa andando.

—Pero si no pasa nada, no tienes por qué preocuparte.

—Lo digo en serio, Pablo. Para y déjame ir caminando. —La voz de Jara sonaba muy seria, casi preocupada. Pablo avanzó un par de calles más y paró la moto sin apagar el motor.

Ahora la expresión de Jara era un poco más seria, terminó de quitarse el casco y se lo entregó a él, que la miraba en silencio y con gesto preocupado.

—Mi niño, entiéndelo, me da mucho miedo que cualquier persona pueda vernos. Ya sé que sólo es llegar en moto, pero por favor… ponte en mi lugar. —Le acarició suavemente la cara, intentando encontrar compasión en su mirada.

—Lo entiendo, no te preocupes. Yo me quedo aquí unos minutos y luego entraré en la calle.

—¿Tienes hambre?

—La verdad es que sí, un poco.

—En casa tengo unas deliciosas pizzas congeladas de oferta, si quieres te invito.

Ahora Pablo sonreía de nuevo. Entendía que no podía jugar a los novios con Jara. Él no tenía nada que perder, pero la preocupación de ella, aunque algo exagerada, estaba justificada.

—Con que pizza congelada de oferta… Es un planazo al que no me puedo negar.

—Pues te invito. Además, toda tu familia ha visto mi casa, excepto tú.

—Acepto encantado.

Jara se acercó a él y le dio un rápido beso, giró sobre sus talones y con paso decidido emprendió el camino a su calle, que no distaba más de un par de minutos caminando. Pablo se quedó en la moto, con el casco ridículo en las manos y observando como aquella mujer que había puesto patas arriba su vida de golpe, se alejaba.

Se rio para sí mismo al darse cuenta que de nuevo, se había quedado contemplando el trasero de Jara, tal y como hizo la primera vez que se vieron en la azotea.  Sacó un cigarro y lo encendió mientras esperaba un par de minutos más para que ella se quedase tranquila. Cuando lo hubo terminado, dio gas a la moto y en cuestión de segundos entró por la calle buscando un sitio para aparcar a «la niña» de Raúl.

Dudaba si pasar primero por su casa para comprobar si estaba Elena, pero al no ver luces desde la calle, supuso que no estaría allí y que habría salido, o quizá ni siquiera habría vuelto, por lo que llamó al timbre en la puerta de al lado.

—Has tardado mucho —dijo Jara abriendo la puerta.

—Es que me he perdido, no me has dado bien las señas de tu casa y no conozco el barrio —contestó Pablo bromeando, aceptando la invitación de Jara para pasar dentro.

A mitad del pasillo y cerrando la puerta tras él, agarró a Jara por la cintura y la atrajo hacia él, besándola en los labios. Ella, recibía el beso gustosa, aupándose en cuclillas para llegar a su boca, ya que al entrar en casa se había descalzado.

Después del tour guiado por la planta inferior, los dos entraron en la cocina, donde Jara sacó un par de pizzas del congelador y disponía el horno.

—Oye, estaba pensando si debería llamar a Elena, a lo mejor le gustaría cenar con nosotros, porque si está sola… —Jara se mordía el pulgar, pensativa— Aunque ahora estás tú aquí en mi casa y se preguntará qué haces de repente aquí, entonces a lo mejor empieza a pensar que…

Pablo, que la observaba con gesto divertido, posó suavemente la mano sobre su boca haciéndola callar y no dejándola terminar aquella retahíla de conspiraciones incongruentes que estaba diciendo.

—Elena no está en casa. Después de comer, se fue a la suya a ver cómo iba la obra y conociéndola, ahora mismo estará cenando en algún restaurante «fashion» con alguna amiga pija. Nunca ha sabido estar sola, de hecho, se habrá pegado al teléfono hablando con David, su marido, al menos dos horas antes de salir.

Jara suspiraba tranquila. No podía evitar ponerse nerviosa al pensar que alguien cercano pudiese ni tan siquiera sospechar lo que estaba pasando entre los dos.

—Bueno, entonces pizza para dos —Al final Jara pudo esbozar de nuevo su sonrisa—. Pero, ¿sabes qué?, antes de cenar necesito una ducha, porque siento que todavía tengo arena en el culo…

Pablo rio el comentario y aceptó esperarla e ir preparando él mismo la cena. Jara le dio otro beso más y salió derecha al baño a darse una ducha rápida. Él la vio alejarse por el pasillo y mirando hacia la cocina, sobre la marcha, cambió de planes.

Jara no había cerrado del todo la puerta del baño, por lo que la estaba oyendo desnudarse y abrir el grifo, dejando el agua correr. Esperó a oír cómo se metía en la ducha y pasado apenas un minuto, se dirigió también al baño.

Abrió la puerta con cuidado y vio la mampara translúcida de la ducha y su silueta desnuda.

Jara no había escuchado a Pablo entrar al cuarto de baño debido al ruido de la ducha y cuando notó que se abría la puerta de la mampara, pegó un grito asustada.

—Tranquila, tranquila, que soy yo —Pablo esbozaba una risa burlona.

—¡Estás tonto! ¡Qué susto me has dado! —Jara, inconscientemente y de manera natural, se tapaba los pechos y el pubis mientras Pablo la observaba con aquel gesto socarrón.

—Es que… he estado pensando que… creo que yo también tengo arena en el culo y me preguntaba si… —La miraba con deseo, veía su cuerpo mojado bajo la ducha y cómo seguía cubriéndose los pechos con los brazos.

Ahora más calmada, Jara examinaba aquella sonrisa guasona de Pablo y entendiendo su insinuación, relajó los brazos, mostrando completamente su cuerpo desnudo y dio un par de pasos atrás, invitándolo a pasar.

Él por su parte, al ver aquel gesto, se apresuró a quitarse la camiseta y los pantalones casi a la vez, quedando desnudo en apenas unos segundos. Jara seguía mirándolo mientras se mordía el pulgar, viendo que el pene de Pablo no necesitaba demasiado tiempo para estar en condiciones de ponerse a trabajar inmediatamente.

Entró en la ducha recibiendo los primeros chorros de agua que sentía refrescante por todo el cuerpo. Se acercó a Jara lentamente, sin dejar de mirar aquel cuerpo que lo fascinaba tanto, ahora totalmente empapado, con los pezones duros por el contacto con el agua y su fino y recortado vello púbico que brillaba entre sus piernas.

Jara extendió los brazos y le rodeo el cuello buscando de nuevo su boca, que la esperaba ansioso para enroscar su lengua con la suya.

El pene de Pablo apuntaba amenazante e hinchado y al sentirlo rozar sobre su vientre, Jara lo agarró con sus manos y empezó a moverlas mientras lo apretaba con delicadeza. Las manos resbalaban con facilidad por todo el tronco mientras Pablo suspiraba y por momentos, aparecían en su mente flashbacks de su polvo en la ducha con Sonia unos días atrás.

Jara, que lo miraba a los ojos mientras meneaba su pene, se agachó para darle repetidos besos en la punta, sin dejar de estirar la piel con las manos. Él sentía que un torrente de sangre se acumulaba en su polla, que se hinchaba con las caricias que recibía. Ella notó que estaba haciendo un buen trabajo y decidida, se la metió en la boca, engulléndola poco a poco.

Pablo  se sostenía a duras penas mientras Jara de cuclillas, continuaba la mamada, chupando desde la base hasta la punta. Se la sacaba de la boca y la golpeaba contra su lengua, volviendo a dar pequeñas chupadas al glande. Sus manos le acariciaban los testículos de forma muy suave, acompañando el ritmo de su boca.

Las rodillas de Pablo apenas podían sostener su cuerpo porque el placer que le estaba proporcionando la boca de Jara le hacía perder fuerza. Acariciaba su pelo mojado, intentando guiarla en la felación, sin embargo, ella se encontraba muy enfrascada degustando su polla, por lo que la dejó hacer.

Jara, como si hubiese aprendido a saber cuándo Pablo estaba a punto de correrse, se la sacó de la boca y sin soltarla, se alzó de nuevo para que la besara y la abrazara como antes. Él al verla, sonrió sintiéndose satisfecho de no haberse corrido aún, pues estaba disfrutando aquel momento y quería alargarlo.

Jara se dio la vuelta para buscar una esponja y alargándosela a Pablo, lo invitó para que comenzara a enjabonarla. Él la abrazó por detrás con una mano mientras con la otra le pasaba la esponja por los hombros y bajaba por la espalda. Sin embargo, su pene se mantenía muy duro y chocaba cómicamente contra las nalgas de Jara, haciéndola reír.

—Parece que me estas pintando el culo con una brocha —Jara reía, volviéndose para mirarlo por el rabillo del ojo.

Pablo, mirándose asimismo, no pudo sino reírse por la situación, así que encontró una solución de lo más placentera.

—A ver si así está mejor —Se agarró el pene y lo introdujo entre las nalgas de Jara, quedando comprimido por los mojados glúteos.

—Hmm, sí…mucho mejor.

Una vez solucionado el problema, él continuó con su labor, pasándole la esponja por toda la espalda de manera muy delicada, dejando que el gel se escurriera por su piel. Veía como ella cerraba los ojos al sentir las caricias y siguió recorriendo su cuerpo, pasando ahora las manos por delante, aprisionándole los pechos con una mano y enjabonando su vientre con la otra. Cada vez estaba más pegado a ella, y sentía los mullidos glúteos chocar contra su pelvis, lo que hacía que se moviese de atrás hacia delante, llegando a tocarle con su pene los labios del coño.

Jara suspiraba con aquel delicioso roce, así que posó sus manos sobre las de Pablo y las guio hasta bajar a su pubis. El seguía frotando con la esponja, pero al llegar a ese punto, decidió que sería mejor idea continuar con la mano, pasándosela por encima y abarcando toda su vagina con la palma.

Acariciaba su coño dibujando pequeños círculos alrededor de los labios y del clítoris, provocando suspiros más fuertes de ella, que se dejaba hacer. Sus dedos se perdían entre los labios, entrando y saliendo con suma facilidad, pues los flujos salían sin control.

Ella se inclinó un poco hacia atrás, hasta que su culo se pegó totalmente a las ingles de Pablo, haciendo que el endurecido pene hiciera más fricción en su entrepierna. En ese punto, Jara cerró el grifo y se retiró un poco, haciendo que el diera un paso atrás, extendió los brazos en la pared de la ducha y con una mirada lasciva por encima del hombro, lo invitaba a que pasase al siguiente nivel.

Pablo volvió a acercarse a ella por detrás, sujetándola por la cintura. Se agarró el pene y lo dirigió al coño que asomaba empapado entre las piernas de Jara. Una sensación de calor inundó el cuerpo de ella al sentir como Pablo le clavaba de una sola la vez su dura polla. Lo había hecho sin brusquedad, muy suave, dejando que el pene resbalara hasta dentro de su coño. Empezó a moverse ligeramente, marcando un ritmo fuerte, mientras que Jara movía su culo adelante y atrás.

En esa posición, Pablo alargó sus manos para aprisionar las tetas de Jara, que se movían con cada embestida. Pellizcaba sus pezones que se mantenían duros y excitados, mientras gemía con los ojos cerrados.

Al sentir las sacudidas, como si una corriente eléctrica le atravesase el cuerpo, Jara comenzó a correrse mientras Pablo seguía follándola. Éste, al escucharla gemir y sentir el calor de su corrida alrededor de su polla, incrementó el ritmo y medio minuto después, empezó a correrse pegando su pecho a la espalda de Jara, que lo miraba por encima del hombro apagando sus gemidos.

—Me encanta…la manera que te corres dentro de mí…como me llenas —dijo Jara en voz baja, entre suspiros.

Abrieron de nuevo la ducha para terminar de lavarse, volviéndose a pasar la esponja el uno al otro, aunque esta vez de forma más directa. Al salir del baño, Pablo volvió a vestirse con la ropa que había dejado tirada encima del mueble del cuarto de baño, mientras Jara subía rápidamente a su dormitorio.

Al cabo de unos instantes, volvió a bajar con un diminuto camisón de color celeste. En la mano, traía la camisa que tomó prestada del cuarto de Pablo la noche anterior.

—Te la devuelvo, póntela. Te acabas de duchar, no te puedes poner otra vez la ropa que llevabas, aunque creo que tú tienes algo mío… —concluyó con una sonrisa.

Pablo cogió la camisa pero la arrojó sobre la mesa del salón, y tirando de la mano de Jara, ambos cayeron sobre el sofá, riendo y besándose.