Desde mi azotea III

Pablo y Jara van estrechando su amistad y cada vez se sienten más cercanos el uno con el otro. Hay atracción, pero todavía quedan muchas cosas por pasar en la azotea.

Aquella mañana Sonia se había despertado antes que Pablo después de pasar una intensa noche de sexo. El seguía en la cama, bocabajo y acercándose a él, le susurró al oído.

—Venga bello durmiente, arriba. Vamos.

Pablo se desperezó y vio a Sonia ya vestida y arreglada así que sintió la «obligación» de levantarse también, a pesar de que le hubiera gustado dormir un par de horas más, cualquiera que fuese la hora en aquel momento.

—¿Dónde vas? ¿No tenías la mañana libre hoy?

—Tú lo has dicho, la tenía pero esta mañana tempranito me ha llamado mi jefe diciendo que una de las niñas se ha puesto mala y que está sólo en el bar y que tenía que llevar papeles a la gestoría, pero le he dicho que un carajo, que yo no me quedo en el bar, que si quiere voy yo a la gestoría o si no que le den por donde amargan los pepinos.

Pablo dibujó una sonrisa en su cara porque sabía que Sonia había dicho exactamente esas palabras y en ese tono a su jefe, tan descarada y desinhibida como siempre. Justo en ese instante, también sonaba su teléfono.

Mientras él estaba hablando, Sonia recogió los últimos enseres que meter en su bolso, echando un último vistazo al chico antes de salir.

—¿Buenas noticias, guapo?

—Pues mira, un cliente con el que trabajaba en la agencia, que me ha llamado para a ver si podemos vernos porque le gustaría consultarme algo y quizá hacerme un encargo.

—Entonces guay, ¿no? Ya no te quejarás de que estás parado —dijo Sonia mientras colgaba su bolso del hombro y veía como Pablo se ponía la camiseta y terminaba de abrocharse los vaqueros.

—Bueno, hasta que no encuentre un curro de verdad, me seguiré quejando.

—Di que sí, tu quéjate todo lo que quieras, que te lo has ganado —exclamó Sonia desde la puerta mientras le guiñaba un ojo—. Oye nene, que en la cocina hay café y leche y no sé qué más, tú, a tu rollo, yo es que tengo prisa. Ya hablamos ¿vale?

—Ok, gracias —respondió él, esbozando una sonrisa en su aún adormilado rostro.

«Ya hablamos». Aquella frase de Sonia tenía mucho sentido para él. Sin duda, a pesar de que lo había pasado francamente bien con ella, aún resonaba en su cabeza una voz acusadora por haberse acostado con la chica que le gustaba a Raúl. De todas formas, Sonia, despidiéndose así, le dejaba claro que aquello sólo había sido lo que había sido, como ella lo llamó «un polvo pendiente», y eso de alguna manera, lo aliviaba. Ya no se sentía tan culpable por acostarse con Sonia a espaldas de su amigo, ya que tal como dijo ella misma la noche anterior, Raúl jamás había hecho ningún movimiento serio para salir con ella, por lo que técnicamente, no había hecho nada malo.

Pero había algo más, y es que había disfrutado muchísimo. No fue una aventura planeada y eso le gustaba, había sido espontáneo. Él le gustaba a Sonia y había respondido. Se había metido en algo que antes no había sentido. A pesar de que le había sido infiel a su ex novia en varias ocasiones, siempre lo hizo con mujeres fuera de su entorno, ni siquiera sus amigos, ni siquiera Raúl, sabían de aquellos escarceos.

No tenía la sensación de haber cruzado una línea infranqueable. La noche anterior había habido pasión, deseo y una profunda mutua atracción. «Morbo». Esa era la palabra que estaba buscando. Algo que no había sentido jamás. Le daba mucho morbo haberse acostado con una antigua compañera de instituto y lo más importante, le daba morbo haberlo hecho con la chica que le gustaba a su amigo.

Pablo pensaba que se le haría tarde si iba a casa a cambiarse, así que decidió ir directamente desde el apartamento de Sonia hasta el lugar de la entrevista que estaba bastante alejado y se dirigió a la parada de autobús y ver si aquella entrevista cambiaba su suerte.

Apenas una hora después salía de aquel edificio de oficinas en la otra punta de la ciudad. La entrevista no había ido mal, simplemente era un encargo de un cliente que él llevaba en la agencia y como en las anteriores ocasiones que habían trabajado quedó satisfecho, ahora querían contar de nuevo con él para unos diseños.

Al volver a la parada de autobús y sentarse para esperar la línea que lo había traído, oyó el sonido de un claxon tras él y una voz que lo llamaba.

—¡Pablo! ¡Pablo! Aquí detrás.

Se volvió para mirar quien lo llamaba y al quitarse las gafas de sol, la vio. Era Jara. «Otra vez la vecina», pensó. Se levantó del banco de la parada y se aproximó hacia aquel coche azul que estacionaba a unos metros de donde se encontraba.

Jara salió del coche y quitándose también las gafas de sol, se dirigió hacia él.

—¡Hola Jara! ¿Qué haces tú por aquí tan lejos de nuestros dominios?

—Ya ves, aquí haciendo recados por la zona y cuando me he metido en el coche te he visto ir hasta la parada del autobús, ¿vas para casa?

—Sí, ahora mismo he acabado yo también por aquí y me iba ya.

—Si quieres te llevo, yo también voy para allá.

—Pues estaría genial, así me ahorro estar casi una hora en autobús porque esto está en el culo del mundo.

—Venga pues sube.

Pablo volvió a ponerse sus gafas de sol y al acercarse al coche, se fijó discretamente en el vestuario de Jara. Hoy vestía más informal, con una blusa ajustada de mangas cortas, unos jeans y unas botas deportivas. Aquella blusa marcaba las redondeces de sus pechos, que Pablo evitó mirar. Cuando iba a abrir la puerta del coche, se paró un instante y levantó la mirada de nuevo hacia Jara, que estaba abriendo su puerta.

—Oye Jara, me has dicho que tú ya has terminado por aquí, ¿no?

—Sí, acabo de ver a un proveedor y ya he terminado, apenas he tardado unos quince minutos.

—Pues si quieres, todavía es temprano —mirando fugazmente su reloj—, y bueno, por si te apetece tomar algo antes de volver al barrio, vamos si quieres claro —dijo Pablo titubeando.

Jara lo observó un par de segundos antes de contestar.

—Claro, ¿por qué no? Es pronto aún y yo ya lo tengo todo organizado, pero ¿tú conoces algún sitio por aquí? Porque esto está un poquito muerto —añadió mirando a ambos lados.

—Sí, sí, aunque no lo parezca, justo en esta calle de detrás hay un par de bares a donde viene a desayunar la gente que trabaja por esta zona, que como puedes ver, no tiene mucha vida.

—Estupendo, pues tú me guías —dijo Jara dibujando una media sonrisa.

Después de caminar unos cien metros, se sentaron en una mesa en la calle de uno de esos bares a los que Pablo hacía referencia y que a aquella hora estaba completamente vacío. Pidieron un par de refrescos, y se acomodaron.

—Bueno, y ¿tenéis proveedores por aquí?

—Sí, más o menos, aquí tienen las oficinas pero trabajan en uno polígono industrial a las afueras. Nosotros tenemos un negocio de suministros de fontanería, ya sabes, sistemas de riego, depuración de agua y la distribución y comercialización de material de fontanería y agricultura.

—Vaya, suena interesante —contestó Pablo arqueando una ceja.

—Bueno, no es un negocio muy emocionante, pero es lo que hacemos —mientras se reía sabiendo que su trabajo era de todo menos interesante—, yo llevo la parte comercial y administrativa y Martín, mi marido, pues lleva todo lo demás.

—Mi madre me había comentado algo, ella siempre está al tanto de todo lo que pasa en el barrio.

—Bueno, tu madre es un encanto, ¿eh? Cuando vinimos por primera vez, estábamos súper perdidos porque entre encontrar el local adecuado para el trabajo, la casa, pues imagínate, mucho lío de ir y venir del pueblo a la ciudad. Y tu madre siempre nos ofrecía quedarnos en su casa para comer o para que comieran los niños, de verdad un cielo de mujer.

Pablo observaba a Jara atentamente mientras la escuchaba extenderse en su conversación. Tenía la sensación de que ella todavía no había tenido mucho tiempo de poder congeniar con la gente que ahora serían sus vecinos y potenciales clientes y se le notaba que necesitaba hablar con alguien.

—Sí, mi madre siempre ha sido así. Ella disfruta con la gente, le encanta este barrio, llevan años aquí, prácticamente toda la vida, así que conoce a todo el mundo y todo el mundo la conoce a ella.

—También conocí a tu hermana durante la mudanza, que viene de vez en cuando a ver  a tus padres, pero a ti no te había visto hasta el día del «accidente» —añadió apretando sus labios, trazando una sonrisa.

—Pues ahora seguramente me verás mucho por allí.

Al decir aquellas palabras, Pablo notó que se estaba abriendo con una persona aún desconocida, ya que de algún modo se sentía avergonzado de volver a casa de sus padres, o simplemente por haber sido siempre reacio a hablar de sus cosas íntimas. Pero en presencia de Jara en aquel momento no se sentía incómodo, sino todo lo contrario.

—La parte de arriba que tienen mis padres en la azotea la he convertido en digamos mi cuarto —prosiguió Pablo—, porque voy a pasar un tiempo aquí en esta casa de nuevo.

Jara notó la timidez de aquel hombre que tenía en frente y a pesar de que le apetecía preguntarle qué hacía de nuevo en casa de sus padres, prefirió no presionarlo ni hacer alguna pregunta indiscreta para no hacerle sentir incómodo.

—Sí, el otro día cuando hablamos por lo del helicóptero —replicó Jara—, noté que vuestra azotea es exactamente igual de grande que la nuestra, pero que allí al fondo tenéis algo construido, cosa que nosotros no tenemos.

—Exacto, era una especie de trastero multiusos y bueno, ahora… es un cómodo estudio amueblado y recién reformado en una zona tranquila y bien comunidad con el centro —finalizó divertido Pablo intentando poner una voz interesante de vendedor.

—Además seguro que tiene un precio de alquiler súper bueno y los caseros son muy amables —replicó riéndose por el comentario.

—Hmmm bueno más o menos, la casera como te pongas tonto te pone de patitas en la calle, ¿eh? —continuó Pablo riendo.

—¡Anda ya! Te quejarás tú de la casera, con lo bien que te tiene que tratar.

La conversación era animada y Jara observaba como Pablo no era tan frío o despegado como se había imagino en un primer momento, a pesar de que fue muy amable con ella el primer día que se conocieron.

—Bueno y dime, ¿Qué tal está siendo el cambio? Supongo que no será muy fácil dejar el pueblo, meterlo todo en el coche y venirse a la gran ciudad, ¿no?

—La verdad es que a mí me ha costado mucho trabajo, porque he estado allí toda la vida, teniendo cerca a mis padres, mis amigas y mi vida en general —respondía Jara, esta vez con un tono un poco más serio—, pero Martín se empeñó en ampliar el negocio y decía que lo mejor era que nos mudásemos a la ciudad.

—Seguro que os va genial y enseguida te adaptas —contestaba Pablo dando un sorbo a su bebida y volviéndola a dejar sobre la mesa—. Por cierto, ayer conocí a Martín en la terraza del bar donde estábamos.

Jara, de manera imperceptible, torció el gesto al recordar el conato de escena que su marido montó en el bar, puesto que desde la mesa donde ella estaba sentada, pudo escuchar las quejas injustificadas de su marido, haciendo gala de aquel malhumor que era su característica principal desde hacía tanto tiempo y que tantos problemas les había ocasionado.

—Sí… ayer fuimos a tomarnos un respiro aprovechando que hacía tan buen día —contestó queriendo aparentar normalidad, pero sintiéndose casi avergonzada.

Intentado escurrir el bulto y desviar un poco aquella situación que la hacía sentir incomoda, Jara prosiguió con su habitual candidez y amabilidad.

—Y bueno, tú también ¿no? Te vi muy bien acompañado con aquella chica tan guapa.

Deseaba preguntarle si era su novia, pero por alguna razón decidió esperar a la reacción de Pablo.

—Sí, sí, Raúl, el otro chico, Sonia y yo somos amigos desde el instituto y ayer quedamos los tres y  aprovechamos para vernos un rato, que hacía mucho que no nos veíamos.

Mintió descaradamente sin saber por qué. Pero en cualquier caso no quería que ella pensase que Sonia era su novia o algo parecido.

Jara por su parte captó la discreción de Pablo al no confirmar que aquella chica era su novia. «Quizá no es su novia. A lo mejor sólo es una amiga… Pero bueno, ¿y a ti que te importa?» Pensó para sí misma.

Siguieron charlando sobre cosas banales, sobre el trabajo de él o más bien sobre la búsqueda de un nuevo empleo, del pueblo de Jara que Pablo jamás había oído escuchar, pero sobre todo, ambos evitaron hablar de Martín.

No es que ella se avergonzara de su marido ni mucho menos, de hecho lo quería mucho, llevaban casados quince años y prácticamente habían sido novios toda su vida, desde que iban al instituto. Había sido una tradicional pareja de pueblo que jamás había salido de allí, no más allá de las necesarias visitas a la capital.

La típica boda en la iglesia del pueblo; la típica casa situada entre las casas de sus respectivos padres y el típico guion establecido para una pareja modelo de aquel sitio. Ella, embarazada apenas un año después de la boda; él, trabajando en el almacén de su padre, pero llegó el momento en que ambos decidieron dar un paso más allá, ampliar su negocio, dejar atrás el pueblo y empezar algo nuevo en la ciudad.

Pero aquel cambio en la vida de Jara y su marido no sólo se debía al espíritu emprendedor de ambos, si bien Martín deseaba vivir en la ciudad y tener su negocio propio y no depender más de su familia, ella deseaba sacar a sus hijos de aquel pueblo que se había quedado estancado en el tiempo.

A pesar de que era feliz allí y tenía a su familia y sus amigas de toda la vida cerca, pensaba en su hija mayor, Candela, que era ya casi una adolescente y el pequeño José Miguel y no quería que sus pasos por la vida fueran igual de frustrantes que los que había tenido ella, aunque jamás lo hiciera público.

Por otra parte, aunque su relación con Martín era buena, en los últimos tiempos había empeorado debido al mal carácter de su marido. Aquel hombre frustrado a la sombra de su padre había empezado a beber un poco más de la cuenta, a frecuentar el puticlub a las afueras del pueblo, y que ella al final siempre se enteraba, pero sobre todo, a discutir demasiado.

Martín era irascible y furioso y su manía de levantar la voz en exceso aumentaba cada vez que salía cualquier conflicto domestico con su mujer, con los niños o con cualquier cosa relacionada con el día a día de su casa.

Un rato después, cuando ya los dos se sentían más cómodos con su nueva amistad, decidieron volver a casa.

Al acercarse el coche a la calle donde vivían, Pablo le agradeció a Jara el gesto de haberlo llevado, que ella evitó diciendo que no había sido nada, que para eso estaban los vecinos. Antes de bajarse, Pablo se dirigió de nuevo a ella.

—Pues lo dicho, muchísimas gracias de verdad, y bueno ya sabes, si necesitas cualquier cosa es fácil encontrarnos a mi o a mis padres e incluso a mi hermana. Aunque si me quieres encontrar a mí, sólo tienes que asomarte al muro, que yo estaré en mi estudio —concluyó esbozando una sonrisa.

—Sí, sí, ese estudio recién reformado y amueblado y muy cerca del centro —respondió Jara devolviéndole una sincera risa.

Ambos se bajaron, se despidieron y entraron en sus respectivas casas.

Al retirar la llave de la puerta y adentrarse en el pasillo, Pablo oyó los pasos de su madre salir de la cocina.

—¡Pero bueno niño! ¿¡Se puede saber dónde te metes!?

—Ya, lo siento mamá, es que esta mañana me llamaron para una entrevista y fui para allá directamente.

—¡Pero qué entrevista ni que leches, es que ni siquiera viniste a cenar ni a dormir anoche! ¿Tanto trabajo te cuesta avisar?

—No cuesta nada ser un poquito más responsable, Pablo —añadió su padre desde el fondo del salón con voz grave.

El tono irascible de su madre y la condescendencia de su padre era algo que prácticamente había olvidado, sobre todo por haber estado viviendo fuera de casa tanto tiempo. Sin embargo, aunque ahora estaba allí de nuevo, no consideraba que tuviese que estar dando explicaciones de sus idas y venidas y mucho menos justificarse.

—Ya, ya, de verdad que lo siento —respondió bajando la mirada y evitando aumentar el conflicto.

—¡Toda la noche preocupada por culpa del niño este, a ver que se ha creído! —dijo la madre retirándose de nuevo hacia la cocina y murmurando entre dientes—. ¡Encima con el móvil siempre ha apagado!

Pablo no había contado con aquella variable llamada «padres». Recordaba ahora su tan añorada independencia y aunque quería a sus padres sobre todas las cosas, aquella bronca de su madre le parecía excesiva.

Jamás, desde que se había independizado, había dado explicaciones sobre nada y a nadie, ni siquiera a su ex novia y mucho menos a sus padres. Ahora es como si hubiese retrocedido de nuevo unos años atrás y se encontrase frente a aquel tan manido lema de «mi casa, mis reglas».

No le quiso dar más importancia al tema, se dio una ducha, subió a la azotea, se cambió de ropa y bajo a comer con sus padres totalmente desganado, aunque hizo el esfuerzo para no volver a dar otro disgusto.

La tarde pasó sin más novedades y Pablo se quedó en su habitación durante horas intentando esbozar el primer borrador del proyecto que le habían encargado. No le entusiasmaba demasiado, pero necesitaba hacer algo y pensaba que aquello podía abrirle algunas puertas.

Mientras trabajaba en su ordenador portátil, no escuchó abrirse la puerta de la escalera por donde apareció su hermana.

—Mira el bicho, qué novedad, jugando con su ordenador —dijo Elena quedándose apoyada en el marco de la puerta.

—No estoy jugando Elena, estoy trabajando —respondió secamente sin apenas levantar la mirada.

—« No ostoi jogondo Oleno, estoy trobojondo » —replicó Elena imitando de forma burlona la frase de su hermano, intentado poner una cara muy seria—. Venga bichito, no te enfades, que ya sé que has tenido bronca con mamá —añadió soltando una tímida risa.

—Ha sido un rapapolvo de los que hacía años que no escuchaba —contestó a su hermana con el mismo semblante serio.

Pablo respiró hondo, dejó su trabajo y se levantó aproximándose a su hermana.

—Pero, ¿no sabes ya cómo es? Ella necesita tenerlo todo bajo control, incluso a ti, porque ahora estás viviendo otra vez aquí —prosiguió Elena.

—Intentaré irme lo antes posible.

—Como si te vas el año que viene, bicho. Para ella siempre vas a ser el pequeño, el enano, y aunque tengas cincuenta años, ella te va a seguir echando broncas por cualquier cosa que no le parezca bien, siempre ha sido así —respondió Elena saliendo hacia la azotea—, así que no te mosquees anda, si tú sabes que se le pasa enseguida.

Pablo salió detrás de su hermana, que sin él darse cuenta, le había cogido el paquete de tabaco de la mesa.

—Anda, dame uno ladrona —dijo dirigiéndose a Elena con mejor humor.

—Esto en realidad, es como si fuera un ático, el cuarto es una mierda de chico, pero es que tienes toda la azotea para ti sin que nadie te moleste, porque desde que le regalamos la secadora a mamá, ella no sube aquí ni para darle de comer a las palomas.

Elena observaba a su alrededor todo lo que acaba de describir y dándose la vuelta, se aproximó un poco había la balaustrada que daba a la calle.

—Yo es que ponía aquí una mesa, unas cuantas sillitas y estaría más a gusto que en brazos, bicho —añadió asintiendo a sus propias palabras.

Pablo sonreía oyendo las palabras de Elena que le habían hecho recordar la conversación con Jara cuando bromeaba sobre aquel «estudio» en el que vivía ahora.

—Pues tienes razón, las cosas como son, me voy a agenciar unas mesas y unas sillitas del Ikea y además voy a montar ahí una barra de bar ahora para el verano —dijo Pablo señalando el muro.

Apenas unos instantes después, Pablo y Elena empezaron a escuchar unos gritos que venían de la casa de los vecinos.

—¡Uy bicho! ¿Eso qué es? ¿Y esas voces? —dijo Elena aproximándose a su hermano e intentando averiguar desde donde venían.

—Me temo que es nuestro adorable nuevo vecino —contestó Pablo torciendo el gesto.

Elena se aproximó discretamente al muro, casi intentando no ser oída, a pesar de que la altura sobrepasaba su cabeza. Intentó pegar la oreja a la pared para ver si podía escuchar algo más, mientras que su hermano se cruzaba de brazos.

—Creo que a veces se dejan la puerta abierta de la azotea y se escucha casi todo, porque uno de los dormitorios tiene que estar al lado de la escalera —añadió Pablo.

Al decir aquello, Pablo recordó los mismos ruidos que escuchó unas cuantas noches atrás, también con los vecinos como protagonistas, aunque aquella vez parecía que se lo estaban pasando mejor que ahora, que estaban discutiendo.

—Para mí que este tío tiene que ser un sieso de cuidado. Yo lo he visto un par de veces y el tío saluda casi por obligación, siempre muy seco y con esa cara de curruco cateto que no puede con ella, vamos —replicaba Elena medio indignada.

—Sí, tiene toda la pinta de ser un poco desagradable, no sé qué le pasará, la verdad.

—Bicho es que es todo lo contrario que Jara, vamos. Ella que es un encanto de mujer y los chiquillos también muy salados, pero el nota ese que parece que todo el mundo le debe dinero... Un capullo, lo que yo te diga —añadía Elena, bajando el tono de voz, como si hiciera una confesión.

En aquel momento, aquel gesto de Elena, a Pablo le recordó a su propia madre. Parecía que estaba haciendo méritos para sucederla como cotilla del barrio.

—Vamos, vamos, es que se escucha al tío chillar como un verraco, ¿será gilipollas? Estoy por ir y darle dos sopapos —continuaba Elena indignada.

—Bueno que te emocionas, Elenita, deja los rollos domésticos de los vecinos y vamos a seguir con el proyecto de terracita de verano —contestó Pablo intentando quitarle hierro a la incómoda situación.

—Pues a la terraza de verano, este mongolo no viene —dijo Elena retirándose de la pared y señalando hacia la casa de los vecinos.

—Ni tu tampoco, como sigas igual de cotilla.

—Qué dices de cotilla niñato… Además con lo que me voy a aburrir ahora sin David.

David, el marido de Elena, había conseguido trabajo en uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de la ciudad y su nuevo puesto lo obligaba a viajar fuera continuamente, o como lo llamaba Elena, «a cumplir la novatada con el nuevo».

—¿Qué le pasa a David?

—Pues que con el trabajo nuevo tiene que estar viajando muchos días, y mañana se va una semana, además yo cogí las vacaciones para estar más días juntos y ahora voy a estar más sola que la una y súper aburrida.

—¿Aburrirte tú? Con tu piscinita de la urbanización y todo… te estas volviendo una blandengue, hermanita.

—Pues no, bicho. Sólo que voy a echar mucho de menos a mi marido y quiero irme de vacaciones a la playa con él.

—Tu ten cuidado que en esos congresos de abogados, las pilinguis están por allí todo el rato, eh —dijo Pablo para fastidiar a su hermana.

—Una buena hostia, así con la mano abierta no te han dado nunca, ¿verdad? —replicó Elena entornando los ojos aunque captando la broma de su hermano.

—Anda, déjate de hostias… entonces, que, ¿sustituimos esos dos banquitos tan viejos y ponemos unas mesas? —dijo Pablo señalando a dos desvencijados bancos de madera que se encontraban pegados a la pared.

—Eso es lo que le hacía falta a mamá, que montásemos los dos un chiringuito aquí en la azotea…

En ese instante, sonó el móvil de Pablo avisándole de la llegada de un mensaje de Raúl. Mientras él lo leía, Elena comenzó a caminar hasta la puerta.

—¿Qué pasa bicho? ¿Una cita con alguna tía buena?

—Si consideramos a Raúl como una tía buena, entonces sí, la tengo, y ahora mismo —respondió Pablo.

—Uys, quita, quita. Se me baja de golpe la lívido con el capullo de tu amigo —replicó Elena haciendo un gesto divertido de asco mientras comenzaba a bajar la escalera.

Pablo siguió a su hermana bajando la escalera para salir a la calle.

Una vez allí, los dos hermanos salieron juntos de casa.

—Entonces ni siquiera te pregunto si te quieres venir a tomar algo, ¿no?

—No gracias, bicho. Además David se va mañana.

—¡Ah! Ya entiendo, ya entiendo —contestó Pablo levantando su mirada hacia arriba y dibujando una sonrisa en su cara, haciéndole ver a Elena su sarcasmo y la insinuación de algo más.

—¡Anda! Tira, prenda, y que te lo pases muy bien con tu ligue —dijo Elena haciéndole un gesto con el brazo a su hermano, como si lo estuviera echando.

Ambos se encaminaron en direcciones distintas, y diez minutos después, Pablo llegaba al bar donde lo esperaba Raúl, aquel donde trabajaba Sonia. Al entrar, vio a su amigo sentado en un taburete a la barra del bar y se aproximó a él.

—¡Pero hombre Afflelou! ¡Que te pierdes! ¿Dónde coño te metes todo el día, que ni me llamas ni me escribes ni nada? Ya no me amas como antes —dijo Raúl a modo de saludo, indignándose falsamente como una pareja despechada.

Raúl no paraba de usar motes con todo el mundo, siendo su favorito « Afflelou » con su amigo, desde que Pablo se compró unas gafas de sol en esa tienda e intentó ligar con la dependienta sin ningún éxito.

—¡Con lo que yo te quiero a ti churri! —respondía Pablo cogiendo a Raúl de la cara y dándole un beso, incomodando a su amigo.

—¡Bueno, bueno! No me quieras tanto. ¡Quita coño!

—¿Se puede saber dónde llevas metido todo el puto día? Desde que me tuve que ir a currar ayer al quinto coño, no has dado señales de vida —prosiguió Raúl.

En ese mismo instante, desde la cocina del bar que daba a la barra, se asomó Sonia mirando a los chicos y le lanzó un discreto beso a Pablo a modo de saludo. Él al verla, sonrió comedido devolviéndole el saludo.

Sonia secaba unos vasos en la cocina, pero se quedó allí parada para seguir en un segundo plano la conversación que aquellos dos iban a comenzar.

—Pues nada, nos fuimos Sonia y yo a tomar algo por el río y recordamos las batallitas del instituto, todo normal, ya sabes.

Pablo intentaba simular normalidad ya que sabía que Raúl le iba a pedir más detalles.

—Además me voy a tener que creer que eres un gentleman porque estuvimos hablando de ti casi todo el tiempo —continuó.

Sonia, que estaba escuchando todo desde la cocina, sonrió para sí.

—No jodas nene, ¿en serio? —respondió Raúl inclinándose hacia Pablo y bajando el tono de su voz para ser más discreto.

—Que sí, tío. Si además con lo payaso que eras en el instituto, es normal que todo el mundo te recuerde, incluso Sonia.

Raúl, al estar de espaldas a la puerta de la cocina, no podía ver a Sonia, en cambio Pablo vio como ella después de saludarlo, se quedó allí para escucharlos, por lo que sabía que la chica estaba siguiendo la conversación.

—Vamos, ¿Qué tú crees que está receptiva? —volvió a preguntar Raúl.

—Ya lo creo, tío. Además se quedó súper triste de que no pudieras venir ayer. Me dijo que se alegró mucho de vernos, porque hacía mil años que no salíamos por ahí y que a ver si repetimos, pero la próxima vez, todos incluido tú.

Sonia asomó la cabeza por el dintel de la puerta de la cocina mirando a Pablo y abriendo mucho los ojos con una sonrisa de oreja a oreja, haciéndole saber que sabía que estaba mintiendo descaradamente.

—Además —prosiguió Pablo—, si es que con esta tía como no te pongas serio, no te vas a comer nada, ¿eh? Sonia no es de las que se acuestan con un tío en la primera cita así porque sí, por lo que aplícate el cuento y si quieres algo con ella, cúrratelo pero bien, no haciendo el mono.

Sonia volvió a abrir más sus ojos mirando a Pablo, soltando una muda carcajada al aire.

—Coño Pablete, me has subido la moral. En serio. Lo mismo te hago caso y sigo tu consejo —respondió Raúl con una palmada en la espalda.

—Deberías hacerlo, tío. Además, por mucho que vayas de tipo duro, se te cae la baba con la niña, sino ¿a qué coño has venido a este bar que no hemos venido nunca, sino es porque está ella aquí trabajando?

—Tienes razón, cojones. Para qué negarlo. Pídete otras dos, que yo voy a mear para celebrarlo.

Cuando Raúl se levantó de su asiento y se dirigió a los servicios, Sonia salió de la cocina con un gesto entre sorpresa y fingida indignación y dándole un suave golpe en el brazo a Pablo, se inclinó sobre la barra para hablar con él.

—¡Pero bueno trolero! ¿Tú esto lo tenías ensayado o te ha salido así de espontáneo?

—¡No me digas que no me ha salido bien! Además no he mentido en nada, simplemente… no he contado toda la verdad —respondió Pablo justificándose y haciéndose el inocente, mientras no paraba de reír.

—¡Yo me voy a cagar en la madre que te parió, liante! En los rollos que me metes…

—Pero no me digas que no le vas a dar una oportunidad, Soni. Además si a ti también te gusta Raúl, no me lo niegues. Sólo le he dado un empujoncito para que se anime y mueva ficha.

—Ya tío, pero es raro. Sobre todo después de haber echado un polvo brutal anoche, cabronazo. Dame al menos un par de días que se me quite «el cuelgue» por ti —replicó Sonia intentando ser irónica y divertida al mismo tiempo.

—Más bien al contrario, ¿no? Porque un «ligue» como tú, no se consigue todas las noches, y encima te vas a liar con mi mejor amigo, pues me dejas destrozado, Soni.

—Tu madre en patinete, niño —dijo Sonia dándole de nuevo otro suave tortazo en el brazo—. No en serio, ya veremos qué pasa con este monstruito, a ver si ha madurado o no. Pero por lo menos, ayer cerramos algo que teníamos pendiente, ¿no?

—Yo creo que más que cerrar algo pendiente, celebramos una gala por todo lo alto —contestó Pablo sonriendo a Sonia.

Ésta al escucharlo, dibujó una sonrisa similar, y agarrando con una mano a Pablo por la cara, hizo el amago de darle un rápido beso, pero paró a tiempo porque Raúl ya volvía con ellos.

—¡Hombre reina mora! Por fin sales, que nos tienes abandonaditos —dijo Raúl a modo de «saludo» para Sonia.

—Ya, guapo, si es que estoy muy liada ahí adentro, pero a mis niños no los abandono yo, vamos, ni por todo el oro del mundo —contestó Sonia.

—Pues eso Soni, que siento mucho haberme tenido que ir ayer, pero ya sabes, el curro es el curro, y ¡hasta en domingo, el día del Señor, me tienen martirizado!

—¡Qué lástima de mi niño, de verdad! Mira, os voy a traer unas cervezas para que se te pase el disgusto, rey.

Sonia trajo un par de cervezas y volvió a sus quehaceres, mientras que los chicos cambiaron la barra por una mesa.

Durante el resto del tiempo, Raúl se sentía de nuevo como un adolescente en el instituto hablando de la chica más guapa de la clase y haciendo preguntas y Pablo, que desde su nueva posición seguía viendo como Sonia de vez en cuando asomaba discretamente la cabeza por la puerta, continuaba dándole más detalles de la supuesta «cordial» noche entre viejos amigos que había pasado con Sonia, obviando que estuvieron toda la noche follando como animales.

Al caer la noche y abandonado el bar, los dos chicos salieron a la calle, no sin antes de despedirse de Sonia y subieron a la moto de Raúl. Éste llevó a Pablo hasta su casa y prosiguió su camino.

Al entrar en casa, Pablo saludó a sus padres que estaban en el salón viendo un programa de televisión y subió directamente a su habitación, rechazando la propuesta de su madre de prepararle algo de cena, aunque ya no fuesen horas.

Le apetecía seguir trabajando un poco más en el nuevo proyecto para el que lo habían llamado pero al entrar en la habitación, un calor soporífero salía desde dentro de aquel cuarto.

Cuando por la tarde salió con Elena, olvidó dejar la pequeña ventana abierta para que pudiera refrescar un poco, y el sol de la tarde recalentó la habitación en exceso.

A pesar de estar más de una hora trabajando e intentando ignorar el calor que hacía, se sintió agobiado y salió hacia la azotea para refrescarse un rato. Recordaba la conversación con su hermana, y se imaginaba toda aquella zona decorada como un pub chillout.

Se acercó a la balaustrada para asomarse a la calle y cuando miraba hacia uno de los lados, observó unas manos que salían de la balaustrada de la casa contigua.

Intento inclinarse un poco más para poder ver mejor, y adivinó que eran las manos de Jara.

Sacando la cabeza un poco más, pudo ver parte del cuerpo de ella, vestido con una camiseta de tirantes roja.

—Buenas noches vecina.

Jara había subido a su azotea a respirar un poco de aire fresco. Hacía demasiado calor esa noche, aunque lo que sentía era agobio. Aquella tarde había vuelto a discutir por enésima vez con su marido por culpa de los niños, que no paraban de protestar por lo mucho que se aburrían en aquella casa nueva.

Al identificar la voz que sonaba, volvió la cabeza y automáticamente se trazó una sincera sonrisa en su rostro.

—¿Pablo? Buenas noches, vecino —contestó intentando sacar también un poco la cabeza hacia fuera para verlo bien.

—¿Qué tal, no puedes dormir? —preguntó Pablo.

—Que va, hace demasiado calor y he subido a respirar un poquito —mintió.

—Pues más o menos igual que yo. El estudio es más bien un horno esta noche.

—Mi casa está igual —contestó Jara riendo—, por eso me subí, aunque realidad, lo he hecho para fumar un cigarrito, creyendo que había dejado un paquete por aquí, pero por lo visto, lo he perdido.

—¡Ah! Pues eso tiene solución, no sabía que fumaras —contestó Pablo agitando el paquete de tabaco que llevaba en la mano y enseñándoselo a Jara—, asómate al muro y te doy uno.

Pablo se dirigió al muro y usando uno de los bancos de madera que tenía allí, se subió para ofrecerle un cigarro.

Del lado de su azotea, Jara, al ser más baja, sólo podía ver a Pablo si este se subía al banco, por lo que se quedó allí mirando hacia arriba.

—¡Ays! Muchas gracias, de verdad. Aunque me siento ahora mismo una enana contigo ahí asomado —contestó riéndose de sí misma.

—A ver, espera un segundo.

Pablo se bajó y cogiendo el otro banco que se encontraba justo al lado, volvió a subir asomándose al muro e intentó pasar el banco al otro lado donde se encontraba Jara.

—¡Oye que buena idea! —contestó Jara riéndose y cogiendo el pequeño banco que le ofrecía Pablo.

Lo situó pegado a su muro y subió a él, quedando su cabeza y su cuello por encima del muro, pudiendo hablar ahora con su vecino en igualdad de condiciones.

Pablo le ofreció el mechero y vio como de sus labios salía la primera bocanada de humo. Con Jara subida al banco y asomada al muro, pudo ver que además de aquella camiseta roja sin nada más debajo, su vestuario se completaba con un pequeño pantalón corto de deporte a modo de uniforme de estar por casa.

—Yo apenas fumo, Martín es de la liga antitabaco y le molesta muchísimo el humo y el olor, así que de vez en cuando me escapo para fumar uno y no molestar a nadie.

—Más o menos como yo, aquí en casa con los jefes no se puede fumar y cuando vivíamos aquí, Elena y yo teníamos que subir a la azotea para poder fumar.

—Oye ¿y Elena, que tal está?

—Ha estado aquí esta tarde un rato y después se marchó a casa.

—Es súper amable tu hermana, se parece mucho a tu madre.

—Sí, sobre todo en lo charlatanas que son las dos —replicó Pablo de forma burlona.

Mientras hablaban no podía evitar mirar discretamente el cuerpo de Jara. A pesar de su baja estatura, sus pechos resaltaban bajo la camiseta de tirantes, además de observar aquellas piernas suaves que acababan en un respingón trasero que se marcaba dentro del ajustado short.

—Pues a mí me encanta que la gente sea así de charlatana —contestó Jara mientras daba otra calada al cigarro—, aquí en la ciudad, la gente apenas se mira a la cara y del resto de vecinos, ni te digo, la mayoría no saben ni que existimos.

—Bueno, ya sabes, la gente aquí va a lo suyo y no miran más allá de sus narices.

—Desde luego que sí. A mí me llama mucho la atención porque vengo de un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce, desde el panadero hasta el cartero y todo el mundo habla con todos y todos saben de la vida de los demás.

Pablo se estaba dando cuenta que estaba fijando su mirada más de la cuenta en las tetas de Jara, así que se autoimpuso mirar a otro lado.

—Lo echas de menos… —preguntó, casi afirmando.

—Un poco si, la verdad, pero bueno, al menos aquí tengo muy buenos vecinos —contestó Jara sonriendo a Pablo y mirándole a los ojos.

—Para eso estamos, ya sabes, lo que necesites.

Jara, intentó ponerse igual que Pablo, se puso de puntillas y apoyando sus codos en el borde del muro, echó un vistazo hacia la azotea de los vecinos y pudo observar con más claridad la habitación de Pablo al fondo.

—Oye, ¿así que ese es tu pequeño estudio? Tiene pinta de ser súper coqueto.

—Me ha quedado bien la reforma, ¿verdad?

—Eso parece.

Pablo se quedó observando a Jara unos instantes. Le parecía tremendamente atractiva aquella madre de familia y simpática mujer que se había convertido en su nueva amiga.

—¿Te apetece verlo?

—Bueno, pero ahora no, que seguramente tus padres ya estén durmiendo y se vayan a despertar por escuchar la puerta de la calle —contestó Jara tímidamente.

—¿Y quién ha dicho que hay que entrar por la calle? —Pablo, sintiéndose confiado y enigmático, miró a Jara con una ceja arqueada—. Tenemos un muro no muy alto...

—¡Estás loco! ¿Cómo me voy a saltar el muro? —rio Jara muy sorprendida.

—Bueno, no es un allanamiento de morada —guiñando un ojo.

Jara, que apoyaba sus manos en el muro, aceptó la invitación e inclinó su cuerpo hacia delante sopesando como podría saltar aquella pared hacia el otro lado sin caerse, sobre todo debido a su escasa agilidad, su corta estatura y sobre todo, a no hacer mucho el ridículo.

Decidida, impulsó el cuerpo hacia delante, intentando subir una pierna al borde del muro. Le pareció más fácil de lo que había pensado en un primer momento, sobre todo subida al pequeño banco de madera que Pablo le había prestado.

Cogió más fuerza con sus brazos apoyados en el borde e inició el salto.

Pablo la observaba atentamente ya bajado al suelo, esperando que Jara entendiera que una vez salvado el muro, debía apoyarse en aquel banco de su lado para descender más cómodamente.

Sin embargo, Jara, al impulsarse y pasar las piernas por encima del borde, quiso bajar a la otra azotea directamente hasta la superficie, por lo que, debido a su corta estatura, hizo que perdiera la referencia y casi cayera al suelo.

Con un movimiento rápido, Pablo dio una zancada hacia ella, intentando que no cayera y se lastimase. Antes de que tocase el suelo, la sujetó por las caderas e instintivamente, Jara se agarró al cuello de él.

Una vez en el suelo, Pablo siguió sujetándola por unos instantes más por las caderas y debido al movimiento, la camiseta de Jara se había subido unos centímetros y sus manos tocaban directamente la piel de la mujer.

Por su parte, después del amago de susto, Jara suspiró hondo y una vez que había tocado el suelo miró fijamente a Pablo, manteniendo sus brazos alrededor del cuello.

Se había sentido segura por el gesto de él y de alguna forma, le había gustado que la sujetase de aquella manera, sintiendo las cálidas manos del chico sobre la piel de sus costados, aunque por pudor intentó que su cerebro reaccionara de nuevo.

—¡Uff! ¡Dios mío! Soy lo más torpe del mundo, muchas gracias por sujetarme, si no es por ti, me estampo contra el suelo —dijo Jara quitando sus brazos del cuello de Pablo e intentando recobrar la compostura.

—Bueno no te preocupes, estás bien. Y por lo de saltar el muro, eso se arregla con la práctica —contestó Pablo mientras mostraba una amplia sonrisa.

Al escuchar las palabras de Pablo, Jara se quedó unas décimas de segundo bloqueada. «¿Eso se arregla con la práctica?, ¿qué ha querido decir con eso?, ¿quiere que salte el muro todas las noches?» pensó Jara.

—Mira ven, bienvenida a mis dominios —Instintivamente y sin saber por qué, agarró suavemente la mano de Jara para conducirla al final de la azotea.

Ella miró su mano sujetada con delicadeza por la de Pablo y sin darse cuenta, caminó tras él, esbozando una discreta sonrisa. «Es súper mono».

—Que bien te lo has montado. Aquí tienes privacidad absoluta.

Pablo, que no había soltado la mano de Jara, llegó hasta la entrada de la habitación, aunque no sabía muy bien si invitarla a pasar para echar un vistazo, por lo que se apartó a un lado y dejó que ella viera por sí misma.

—Todo está súper bonito —repitió Jara.

—Pues aunque no lo parezca, lo he arreglado yo.

—Estás hecho un «manitas».

Jara se giró de nuevo hacia la terraza observando la amplitud del sitio y alzando la vista al cielo, aspiró profundamente, sintiendo el calor de aquella noche que empezó muy amarga pero que se estaba convirtiendo en algo muy agradable.

—Además, ¿sabes qué? Elena dice que a esto sólo le faltan algunas sillas y una mesa para convertir el estudio en un «coqueto ático» —añadió Pablo dándose un aire entre cómico e interesante.

—Pues ¿sabes que es una idea súper buena? Quedaría bien y no se vería todo este espacio tan diáfano y vacío, además por las noches se estaría aquí muy a gusto, tomándonos algo.

Al decir aquella última frase, Jara se sorprendió así misma auto invitándose a la terraza del vecino. «Mierda, he dicho eso en voz alta. Tu eres gilipollas Jara».

Por su parte, Pablo no sabía si había entendido muy bien aquello que acababa de decir Jara, sí lo había dicho intencionadamente incluyéndose a sí misma, o tan sólo era una frase hecha sin la menor intención de querer decir otra cosa.  «No te embales, Pablito, templa».

Para intentar salir de aquel incómodo silencio, se separó un poco de Jara y simulando imaginar el espacio que ocuparían algunos muebles de exterior allí, la miró y preguntó.

—¿Tú crees que aquí quedaría bien un par de sillas o sillones de esos, ya sabes —movía sus manos torpemente intentando dibujar en el aire una silla—, ¿Cómo se llaman? Esos sillones que hay en las terrazas en los pubs de verano con los cojines...

—¿De mimbre? —respondió Jara girando su cabeza y arqueando las cejas.

—¡Eso!

—Quedarían estupendos, no te lo pienses —volvió a decir, mientras miraba con los ojos medio entornados a Pablo mientras este seguía intentando dibujar y colocar en el espacio la forma de aquellos imaginarios sillones.

Jara había notado que Pablo se había puesto un poco nervioso, seguramente por aquella frase que se le había escapado, pero lejos de hacerla sentir incómoda, se sintió muy cercana a aquel chico que desde el primer momento, había sido un encanto, amable, educado, simpático y hablador.

Ella había dejado todo atrás a muchos quilómetros de distancia y su matrimonio se encontraba en un punto muy amargo. Sola, frustrada y aburrida, aquel chico había aparecido en el mejor momento, justo cuando más necesitaba compañía.

Estuvieron en la terraza fumando otro cigarro más, hablando de cosas un poco más neutras, con Pablo haciendo reír a Jara como hacía tiempo que no se reía.

Unos minutos después, a pesar de lo agradable del momento, Jara pensaba que no era muy prudente quedarse allí más tiempo, sabiendo que su marido y sus hijos dormían a un muro de distancia.

—Bueno vecino, se hace tarde y ya va siendo hora de irse a dormir, pero muchas gracias por este ratito —se acercó a Pablo, e inconscientemente cogió la mano del chico al igual que lo había hecho él antes.

Esta vez se sentía más segura, más calmada, por lo que no prestó mucha atención a su propio gesto, porque simplemente no lo controlaba.

Pablo se quedó perplejo y sus labios se entreabrieron para intentar articular alguna palabra, pero en décimas de segundo, notó que se le había puesto una cara de auténtico imbécil y sin saber reaccionar.

«Es que es mono hasta para ruborizarse», pensó Jara captando el sonrojo de Pablo, que incomprensiblemente, la llenó de satisfacción.

—Gracias a ti por venir —contestó Pablo atolondradamente.

—¡A ver si ahora no la lío parda otra vez para saltar el muro! —dijo Jara aproximándose a la pared y subiéndose al banco.

Pablo salió de su colapso mental y de manera mecánica se aproximó a Jara para ayudarla a subir. Ella, que estaba repitiendo el mismo movimiento que hizo antes, vio como Pablo subía de un potente salto en el banco y ayudándose de los brazos, se inclinó y se sentó en el borde del muro.

Cogió las manos de Jara para ayudarla a impulsarse y cuando su cuerpo ya sobrepasaba el muro, la sujetó de las caderas para que pasara las piernas por encima del borde.

Cuando ya tenía las piernas en el otro lado del muro y sentada en posición contraria a la de Pablo, impulsó su cuerpo hacia delante, sintiendo de nuevo las manos del chico esta vez sujetándole ambas manos para asegurarse que esta vez no se resbalaría.

A Jara le volvió a encantar aquella manera tan tierna de Pablo ayudándola de nuevo y esta vez sin mirarlo, sonrió ampliamente para sí misma.

Una vez en su propia terraza y aún subida en el banco, se dio la vuelta para mirarlo por última vez aquella noche.

Por su parte, Pablo había aprovechado el pequeño salto de Jara para volver a admirar sus sugerentes muslos que se aprisionaban dentro de los ajustados shorts, que a su vez se habían bajado ligeramente por el movimiento, dejando asomar apenas unos milímetros de las bragas celestes de Jara.

—Bueno, pues a ver si el calor nos deja dormir esta noche —añadió Pablo mientras se bajaba del borde del muro y se posaba sobre su banco.

—Yo creo que sí, las noches que acaban bien, te dejan dormir más tranquila.

—Entonces, hasta mañana.

Pablo le dedicó una última sonrisa y bajándose del banco se encaminaba hacia su habitación, sin embargo la voz de Jara llamándolo, hizo que se volviera de nuevo.

—¡Oye, espera! Que te devuelvo tu banco —dijo Jara mientras hacía el amago de agacharse para devolvérselo.

—Quédatelo en tu lado —contestó mirándola fijamente y con una fina sonrisa en los labios.