Desde mi azotea II

Pablo se va adaptando a la nueva vida en casa de sus padres y con la ayuda de algunos amigos, recuerda gratos recuerdos del pasado que le traerán al presente nuevas sensaciones

Pablo volvió a su cama después de haber escuchado el homenaje que se estaban dando los vecinos y se sintió turbado. Tal vez era esa nueva sensación de soledad a la que no estaba acostumbrado, aunque era más bien una soledad física.

¿Por qué pensaba en la vecina? «Jara». Le gustaba ese nombre, aunque se sentía confundido. La vecina no era lo que él quería, además no encajaba en el perfil de mujer que a él gustaba. Realmente no tenía un tipo de mujer específico, pero estaba seguro que una mujer casada, catorce años mayor que él, no era exactamente a lo que estaba acostumbrado.

Intentó dormirse aunque sin conseguir quitarse de la cabeza aquella escena que había intentado visualizar y que sólo había conseguido escuchar. Al final, el sueño venció.

Eran las doce de la mañana del domingo, y el sonido de su teléfono móvil vibrando encima de la mesa lo despertó. «Joder quien coño es ahora». A Pablo le gustaba dormir hasta tarde los fines de semana y todavía era temprano para él. Al coger el teléfono vio el nombre en la pantalla y maldijo levemente a Raúl.

—Pero tío, ¿tú te crees que estas son horas de llamar? Hay que joderse contigo…

—¿¡Serás mamón!? ¡Si son las doce de la mañana! Levántate ya que voy a casa de tus padres.

—¿Que vienes para qué? Tío déjame por Dios —replicó hundiendo la cara en la almohada.

—En media hora estoy allí, pringao.

Sabía que no podía escapar de Raúl. Era su mejor amigo pero desde el colegio no había cambiado en nada, seguía siendo inmaduro, infantil y molesto. Sin embargo, jamás lo había dejado solo en los malos momentos y habían compartido miles de buenos. En el fondo le vendría bien despejarse y salir a tomar un poco de aire, aunque con Raúl más que aire, serían cervezas.

El claxon de la moto de Raúl sonó dos veces como siempre hacía para anunciar su llegada. Apenas cinco minutos antes, Pablo había llegado al salón todavía medio dormido y enfilaba el pasillo hacia la calle.

—Eres un capullo, que llevo aquí media hora esperando.

—Hace media hora estaba yo tan ricamente durmiendo tío, eres desesperante.

—Anda no te quejes que hoy va a ser tu día, que te voy a llevar a la terracita nueva que han abierto ahí detrás a tomar unas birras y sólo hay camareras tetonas. Te va a encantar.

—Raúl tío ¿Cuándo van a dejar de gustarte las chonis?

—¡Nunca! Son las que tienen las tetas más gordas.

Pablo subió a la moto no sin antes soltar un suspiro de resignación, sabiendo que su amigo no tenía remedio.

El bar al que se dirigían se encontraba a escasas cuatro calles de distancia, aparcaron la moto en la acera y se sentaron en la terraza del bar. Tal y como había dicho Raúl, allí solo había camareras y el bar estaba lleno de gente tomando el aperitivo. A pesar del bullicio del domingo al mediodía, una de las camareras se dirigió hacia la mesa para tomarles nota. Al aproximarse, la chica se paró un instante observando a los dos chicos e inclinando la cabeza.

—¡No me lo puedo creer! ¡Si son mis niños!

—¡Hostia Soni! —respondió Raúl levantándose de golpe de la silla para saludar a la camarera.

Sonia había sido una compañera del instituto de Pablo y Raúl y aunque seguía viviendo por el mismo barrio, apenas la habían visto unas cuantas veces desde que terminaron el último curso.

—¿Qué haces tú por aquí? —añadió Pablo levantándose también para saludarla.

—Pues ya veis nenes, ganándome la vida de una manera de mierda, sin encontrar nada de trabajo, así que cogiendo lo que sale y esta vez ha sido de camarera y aquí estamos. ¿Y tú qué, guapo? —dirigiéndose a Pablo— no hay quien te vea por el barrio.

—Sí, bueno, aquí de vuelta, de vacaciones para ver a los viejos.

Pablo no tenía muchas ganas de dar explicaciones sobre su vida privada y se limitaba a salir del paso como podía y en aquella situación no iba a hacer una excepción.

—Me alegro mucho de verte, aquí a Raulito lo he visto alguna que otra vez, pero tú te vendes más caro…

—¡Oye, oye! Que yo estoy muy cotizado en el barrio, eh —replicó enseguida Raúl haciendo uso de la única técnica que le servía para interactuar con las mujeres, el humor.

—Anda, anda, que estáis hechos los dos unos golfos. Bueno, ¿Qué os traigo? Que el jefe parece que no, pero no nos quita ojo de encima.

—No me extraña Soni, si eres como el vino, mejoras con los años. Tráenos dos cervecitas de mientras.

Sonia volvió a entrar en el bar y tanto Raúl como Pablo la observaron alejarse no sin antes echarle un buen vistazo al bonito cuerpo que tenía. La chica, de la misma edad que ellos, tenía una figura realmente atractiva, delgada y estilizada con el pelo teñido con mechas rubias recogido en una coleta alta, dejando ver dos grandes aros a modo de pendientes que hacían destacar las facciones de su cara donde resaltaba un exceso en la sombra de ojos. El delantal que llevaba acentuaba sus caderas haciendo que su trasero resaltase más aún y cerraba su look con la camisa blanca del uniforme que, estratégicamente el dueño del bar, les pedía que llevasen con un botón de más desabrochado.

—Joder Pablete, esta tía sigue estando igual de buena que cuando íbamos a clase.

—La verdad es que se conserva bastante bien.

—¿Qué se conserva bien? ¡Está para ponerle un piso en el centro y pasarle una manutención! —replicó divertido Raúl.

—Pues tío, ya sabes éntrale. Se ve que la chica está receptiva.

—Una leche le voy a entrar, tío. Ya no te acuerdas de las calabazas que me dio en el instituto o qué. Al final se enrolló con el capullo del Santi y a mí me dejó a dos velas.

Raúl se había enamorado de Sonia en su época del instituto, y a pesar de que había salido con otra chica, Sonia era su espinita clavada y a excepción de Pablo, no lo sabía nadie. Siempre mantuvo en secreto aquellas «calabazas» que le dio. A él le gustaba enmascarar sus frustraciones haciendo bromas sobre todo, y a pesar de no conseguir su objetivo, su calculada frialdad y pasotismo encubierto de bromitas pesadas y humor sarcástico, lo ayudaron a pasar el mal trago. Lo que Raúl no sabía, era que Sonia también había tenido un «rollete» con Pablo, que no pasó más de unos besos y unos cuantos magreos en una fiesta de adolescentes hace muchos veranos.

Al cabo de un par de minutos, Sonia salía del bar portando una bandeja con dos cervezas y dirigiéndose hacia donde se encontraban los chicos.

—Oye guapetones míos, salgo a las dos, ayer me hice el turno completo de mañana y tarde y estoy muy harta ya. ¿Por qué no vamos luego a algún sitio, aunque sea a un banco al parque con un paquete de pipas?

—¡Eso está hecho reina mora! —replicó enseguida Raúl—, aquí estaremos de guardianes esperándote.

—Sois los mejores —concluyó Sonia guiñando un ojo discretamente a Pablo y volviendo de nuevo al bar.

Pablo se sintió un poco incómodo porque parecía que Sonia estaba más interesada en pasar más rato con él que con Raúl, sabiendo que a su amigo, aunque él lo negaba, le seguía gustando esa chica que parecía que se había quedado atrapada en el tiempo. Mismo look, misma forma de hablar, misma forma de ser y por lo visto, sin muchas expectativas de futuro, aunque el del propio Pablo no fuese mucho más alentador.

—Oye Pablete, que te iba a decir, si nos vamos con la niña a tomarnos algo, empezamos con los cubatitas ya, eh. Además le podemos decir que se traiga otra de esas camareras buenorras ¿no? —Raúl soltó una carcajada de cercanía con su amigo.

—Bueno Raúl no te embales, que la chica sólo ha dicho que le apetece salir un poco de aquí, que lleva desde ayer trabajando. No te empieces a hacer películas que tú eres muy de soñar y luego ligas menos que el Fary en First Dates.

—¿Pero qué dices flipao? Sabes que soy un gentleman.

—Un capullo es lo que eres —replicó Pablo de forma burlona.

Justo detrás de ellos, Jara y su marido llegaban al bar y se sentaban en uno de los veladores de aquella concurrida terraza. Llegaban solos, sin niños quizá para empezar a conocer un poco más el barrio al que se acababan de mudar.

—Pablete, a ver si ves por donde está Sonia, que se traiga algo para acompañar estas cervecitas, ¿no?

—No seas señorito tío, que la chica está trabajando y ya ves el lío que hay hoy. Ya voy yo a por algo, no te vayas a levantar tú, no sea que te hernies.

—Esa es la actitud de los campeones —sonrió Raúl dándole un sorbo a su cerveza.

Justo entrando al bar y apoyándose en la barra esperando al camarero, Pablo observó cómo Martín, el marido de Jara, entraba al bar con cara de malas pulgas. Al parecer la paciencia no era una de las virtudes de aquél hombre de aspecto rudo y semblante malhumorado que se estaba desesperando porque nadie había ido aún a atender la mesa donde se encontraba con su esposa.

Pablo, previendo que aquel hombre hiciera gala de su mal carácter en su primer día en el barrio se acercó a él para saludarlo.

—Hola buenas tardes, ¿usted es el vecino nuevo, no? Soy Pablo, vivo en la casa de al lado.

—Hola —respondió de manera fría Martín mirando a aquel chico fugazmente.

Captó el mensaje y bajó discretamente la mano que le iba a extender. Se dio cuenta de que aquel hombre no iba a ser su íntimo amigo, pero aun así quiso hacer un último esfuerzo.

—¿Qué, conociendo los lugares clave del barrio?

—Yo no sé si este es un lugar clave, lo que es un sitio de mierda que llevo media hora esperando y aquí no sale nadie a atender, tanta niña dando vueltas por aquí y no te echan cuenta —contestó sin mirar a Pablo, alzando la voz y haciéndose notar para que el camarero que atendía en la barra se diese por aludido.

—Bueno, pues que pase buen día —concluyó saliendo del bar con un pequeño plato de almendras y riéndose para adentro de aquél cretino que estaba ganándose el premio al imbécil de año en su primer día allí.

—Adiós buenas tardes.

Al salir, Pablo echó un vistazo para ver donde estaban sentados y vio a Jara sola esperando, quizá con gesto de apuro por si su marido hacía gala de su «don de gentes».

Pasó cerca y buscó con la mirada a Jara, que vio al chico mirarla y alzando tímidamente la mano y dibujando una leve sonrisa, lo saludó.

Pablo devolvió la sonrisa quedándose mirándola un par de segundos de más, justo cuando el marido salía con dos cervezas en la mano y se dirigía a la mesa de su esposa.

—Oye Afflelou, ¿quién es la jamona del fondo? —preguntó en tono bajo Raúl, que había observado aquél tímido saludo entre los dos.

—¿Jamona? Tío en serio, a ver si sales de los noventa y renuevas el repertorio, eh.

—Sí, sí, lo que tú digas, pero ¿quién es?

—Son los vecinos nuevos que se acaban de mudar a la casa de al lado de mis padres —Pablo resaltó con su voz el «son».

—Ostia, pues la vecinita tiene su encanto, nene. A mí me gustan así, jamonas, prietas y veteranas —añadió Raúl en una mala imitación de Torrente que sólo le hacía gracia a él.

—A ti, si le ponemos una falda a un contenedor de basura, también te gusta, atontao.

Pablo, aunque odiase admitirlo, sabía que en el fondo Raúl tenía un poco de razón a su manera. Jara era una mujer atractiva y aunque su forma seria de vestir le confería un aspecto de más edad, su cara angulada y su cuerpo bien cuidado, no pasaba inadvertido aunque no fuera para competir con chicas más jóvenes.

Sin embargo, Pablo pensaba rápido, y tanto los comentarios de su hermana el día anterior haciendo bromas sobre los «secretos» entre él y la vecina, y ahora Raúl haciendo vulgares comentarios sobre las virtudes de Jara, le habían puesto en alerta. La vecina nueva era como si apareciera por todas partes, y él fuera el nexo de unión.

Al cabo de poco más de una hora, cuando se acercaba el final del turno de Sonia, la chica lanzó una mirada a los chicos diciéndole que estaría lista en unos minutos y se podrían marchar, pero en ese momento, el teléfono de Raúl sonó.

«Joder, mi puta vida». Raúl había recibido una llamada de su padre. Ambos eran electricistas y ofrecían un servicio veinticuatro horas para averías, y aquel domingo no era una excepción. Su padre lo necesitaba para una avería general en una urbanización a las afueras de la ciudad y debía acudir con él. Maldiciendo su mala suerte, Raúl resoplaba resignado viendo que sus planes de pasar una entretenida tarde con sus amigos se había ido al traste, y sus posibilidades de estar un rato con Sonia, al menos por aquel día, se habían esfumado.

Se levantó despidiéndose de Pablo y Sonia, que ya estaba lista y subiéndose a la moto, marchó en dirección a la tienda donde recogería el material necesario para ir a trabajar con su padre.

Sonia se quedó mirando a Pablo que se sentía mal por su amigo y un poco incómodo de quedarse sólo con aquella espectacular chica que, por el modo en que lo miraba, no le era del todo indiferente. Sin embargo, Sonia era una chica agradable, y aunque un poco simple en su forma de ser, le apetecía seguir en la calle disfrutando del día.

Sonia se sentó despacio en la silla que había dejado Raúl y se quedó mirándolo.

—Bueno, nos hemos quedado sin los chistes de Raulito. Pero aun así, a una copa sí que te invito. Si sigue en pie la propuesta, claro —dijo Sonia sin dejar de mirarlo y dedicándole una tierna sonrisa.

—No soy tan bueno como Raúl haciendo chistes malos, pero una invitación a una copa no se rechaza así porque sí. Así que cuando quieras, yo estoy listo.

—Pues no se hable más. En marcha.

La chica tenía su coche aparcado a escasos metros de la puerta del bar, y mientras ambos se dirigían hacia él, desde el fondo, Jara los observaba discretamente siguiéndolos con la mirada, sin dejar de asentir al mismo tiempo sin escuchar ni una palabra del intenso monólogo que su marido mantenía.

Sonia y Pablo habían ido a un local cerca del río, aprovechando la buena tarde de sol y buen tiempo que inundaba la ciudad. Bebían sus copas entre risas y carcajadas recordando los tiempos del instituto y Pablo se sentía cada vez más cómodo con Sonia, como si de repente se hubiera olvidado que su vida había cambiado a peor muy de repente.

—Tío, lo que no se me olvidará en la vida es el pedo que pillamos en la semana cultural con la profesora de matemáticas. ¿Tú te acuerdas de lo súper ciega que iba la cabrona?

—¡Jajá! Como para olvidarlo. Aquel día fue mítico, jamás me hubiera imaginado ni en mis mejores sueños, emborrachar como lo hicimos a una profesora.

—Bueno es que a la tía le iba la marcha, acuérdate las falditas de guarrona que me traía a clase y estabais todos babeando mirándole las cachas —sentenció Sonia entre indignada y divertida.

—No, no, tampoco era para tanto, además la mujer no era una siesa como el resto de los profesores, hacía esfuerzos por agradar y llevarse bien con los alumnos.

—¡Un carajo de goma! A la tía le iba la marcha y sabía perfectamente que calentaba al personal.

A Pablo, a pesar de los años le seguía llamando la atención ese aire «choni» que aún conservaba Sonia desde el instituto. En realidad, nunca lo había perdido, formaba parte de su personalidad, de su educación, de su entorno y de algún modo, ya no se la imaginaba de otra forma aunque pasasen diez años más.

—Qué cruel eres, Soni. Si en realidad éramos un poco capullos todos.

—Puf, pero aquél día fue mítico. Me acuerdo que cuando salíamos de los talleres y nos íbamos a la puerta del instituto y siempre había alguno de vosotros liándose un porro. Y llega la profe y ni corta ni perezosa se une al grupito y piden que se lo pasen.

Las carcajadas de Sonia se mezclaban con las de Pablo.

—Eso es currarse la integración, no me digas que no —añadió con una risotada Pablo.

—Además aquel día es como si hubiésemos perdido la vergüenza, seguramente por los porros y por tantos litros de cerveza —prosiguió Pablo—. Luego cuando nos fuimos todos a los aparcamientos de aquella discoteca, nos montamos nuestra propia fiesta con los altavoces del coche del padre de Raúl a todo trapo, ¿te acuerdas?

—Es imposible olvidarse, sobre todo lo que vino después —dijo Sonia bajando la voz y entornando su mirada un poco más de lo que ya la tenía.

El cerebro de Pablo enseguida captó el significado de aquella frase de Sonia. Y como si de un flashback se tratase, visualizó mentalmente ese preciso momento de aquel día de fiesta.

Raúl se había emborrachado muchísimo y bailaba y hacía bromas sin parar con los demás chicos de la pandilla aunque momentos antes había intentado algún acercamiento con Sonia, esta lo rechazó con mucha gracia, ya que también había bebido de más.

En el bullicio de aquel grupo, entre la música, los gritos y los coros de bailes, Sonia se alejó de allí buscando con la mirada a Pablo, que se encontraba a escasos pasos hablando con otra chica. En aquella época, a ella le gustaba, pero él nunca se interesó por ella y había estado saliendo con aquella chica con la que hablaba, de la cual no recordaba su nombre, puesto que Sonia la consideraba del grupo de las «mojigatas», aunque admitía que la chica estaba muy bien, y era muy del estilo de Pablo.

Se acercó a ellos dos con su particular labia y gracia, buscando un cigarro. Sonia podía ser muy «choni» y tener modales reprobables de vez en cuando, pero su simpatía, su cercanía y su carácter jovial y simpático, hacía que se llevase bien con todo el mundo.

Pablo, al tocar el bolsillo del pantalón notó que no llevaba la cajetilla encima, y dijo a las chicas que iría a uno de los puestos cercanos a comprar. Al oír eso, la chica que estaba con él, volvió al grupo donde había más chicas bailando y riendo, y en ese instante, Sonia aprovechó su oportunidad para acercarse un poco más a él y se ofreció a acompañarle a comprar tabaco.

Apenas cinco minutos después, Sonia se encontraba medio recostada encima del capó de un coche que había cerca de donde se encontraba el grupo aunque más apartado, con Pablo encima de ella, con los labios pegados en su cuello y sus manos acariciando y apretando sus muslos, mientras aproximaba su cabeza hacia la suya y mordía los labios de la chica, mientras los dedos de Sonia se perdían entre los cabellos de él.

La cosa podía haber ido a mucho más aquella noche, ya que el alcohol corría como la pólvora en aquel día de fiesta, sin embargo, algunas chicas del grupo se aproximaban y Pablo reaccionó al instante. A pesar de que Sonia era una chica muy apetecible, sabía que a su amigo del alma, le sentaría fatal si se enterase de que se había liado con la chica que le gustaba.

Sonia captó el mensaje y a pesar de que hubiese preferido ignorar las miradas indiscretas de las «mojigatas», no opuso demasiada resistencia a la voluntad de su medio «ligue» y su jovial carácter le hizo no pensar demasiado en eso.

Pablo volvió a la realidad y su mirada se clavó en la de Sonia y le devolvió la sonrisa. Seguía igual de dicharachera y guapa que hacía años. Se sentía como en aquel flashback, desinhibido y cómodo.

—Pensé que el alcohol te borraría la memoria y ya no te acordarías de eso —dijo Pablo rompiendo el silencio que se había hecho entre los dos.

—Las cosas interesantes no se olvidan, deberías saberlo —continuó Sonia con voz melosa.

—Ahí tienes razón, pero bueno… ya sabes…

—No. No sé —añadió la chica con una actitud expectante, aunque sabía perfectamente de lo que le estaba hablando—. Tendrás que explicármelo tú.

—Vamos Sonia, no te hagas la tonta, tu siempre le has gustado a Raúl, y aquel día… habíamos bebido mucho.

—Aquel día habíamos bebido mucho. Todos, tú, yo, Raúl. Todos. Y pasó lo que pasó, tampoco hicimos nada malo ni nos obligó nadie, ¿no?

—Por supuesto.

—Además, que yo recuerde Raúl estaba en otros menesteres aquel día. Y que yo sepa —prosiguió—, Raúl no está ahora. Raúl jamás ha hecho el más mínimo movimiento de acercarse a mí. Le doy miedo y si a un hombre le doy miedo, entonces es que, quizá, sólo quizá, no está preparado para salir conmigo.

—¿Miedo? No creo que Raúl te tenga miedo.

—El oculta su miedo con sus bromitas estúpidas y esa actitud de «cuñado», de enterado, de sobrado. Pero nunca ha tenido huevos de ponerse en frente de mí y plantarme un buen morreo como Dios manda.

La seguridad en las palabras de Sonia abrumó a Pablo. No se esperaba que Sonia estuviese al tanto de los sentimientos de Raúl y mucho menos que quizá estuviese dispuesta a darle una oportunidad a ese bufón si se lanzara, o al menos, así lo estaba entendiendo él.

—Pero además —reanudó de nuevo Sonia—, yo no estoy diciendo nada del otro mundo, solo estamos recordando viejos tiempos, ¿no? —Sonia volvió a tomar un sorbo de su bebida mientras seguía observando divertida como desconcertaba a Pablo.

Pablo miraba como Sonia se levantaba de la mesa y cogiendo su bolso, se puso de pie frente a él.

—Me parece que este lugar ya está perdiendo el encanto y hoy es un día con mucho encanto, ¿Nos vamos a otro sitio? —dijo mirando fijamente los ojos de Pablo y dibujando una estratégica sonrisa en su rostro.

—¿A dónde quieres ir?

—Se me ocurre un sitio que nos viene que ni pintado para el día de hoy.

Ambos se levantaron y dejaron aquel lugar. Sonia condujo el coche unos diez minutos llegando a una zona de bares que se encontraban en la otra orilla del río. En aquella época, donde el verano estaba a punto de comenzar, la zona estaba llena de « food trucks », cerca de un par de discotecas donde los adolescentes se amontonaban en las puertas con lotes de bebida barata y refrescos para hacer botellón.

A Pablo le extrañó bastante que Sonia eligiera aquella zona para seguir con la velada, ya que no iba por allí desde hacía años, aunque pensaba que, conociendo a Sonia, ella no habría perdido la costumbre de seguir yendo a los mismos sitios de cuando eran adolescentes y manteniendo los mismos hábitos.

Sin embargo, Sonia siguió conduciendo unos metros más hasta una zona un poco más apartada de aquel bullicio y apagando el motor, salió del coche.

—Soni, ¿Qué hacemos aquí? ¿Quieres hacer botellón? —preguntó entre divertido y extrañado, mientras salía y cerraba la puerta.

Sonia no le contestó y caminó hasta uno de los puestos, compró algo rápidamente y se volvió en seguida hacia donde se había quedado Pablo a medio camino, pensando entre esperarla o seguirla.

Al llegar donde estaba él, se sacó del bolsillo lo que había comprado en aquel puesto. Un paquete de tabaco, y rompiendo el plástico y sacando un cigarro, miró divertida a Pablo.

—¿Quieres un cigarrito? —le preguntó con voz melosa y burlona.

Pablo dibujó una sonrisa de oreja a oreja entendiendo lo que acababa de hacer Sonia. Lo había llevado de nuevo a aquel sitio que minutos antes estaban recordando, el sitio donde continuaron la fiesta de aquella semana cultural en el instituto y donde se enrolló con Sonia, justo allí, en aquel mismo lugar donde se encontraban los dos ahora, esta vez sin miradas indiscretas ni «mojigatas» que viniesen a molestar.

Sonia caminó los cuatro pasos que la separaban de Pablo, con el cigarro en la mano y sin dejar de mirarlo.

Él seguía con sus manos en los bolsillos viendo como Sonia se le acercaba y cuando apenas les separaban unos centímetros, ella extendió sus brazos y le rodeó el cuello. Lo observó unos segundos y acercó sus labios a los de él.

Tardó en reaccionar apenas un instante, sacó sus manos de los bolsillos mientras Sonia lo besaba e instintivamente rodeó la cintura de aquella preciosa chica atrayéndola aún más hacia él.

Sonia era una mujer espectacular, su cuerpo, su rostro, sus ojos. Todo en ella le gustaba y se estaba dejando llevar por aquella chica que lo buscaba y lo excitaba. De nuevo, como hacía unos años, Pablo estaba besando a Sonia, esta vez con mucha más intensidad y sus reticencias sobre los sentimientos de Raúl, parecían haberse esfumado en un instante.

—¿Te acuerdas que al final no compramos el tabaco? —murmuró Sonia sin despegarse de su boca.

—No me acuerdo, pero ahora mismo me da igual el tabaco, es malo para la salud —añadió acariciándole la barbilla.

La excitación de Pablo iba en aumento al igual que la de Sonia, que se dejaba hacer. Empezó a introducir la mano por debajo de la camiseta de la chica, sintiendo la suavidad de su piel y su terso estómago. Notó el piercing que ella llevaba en el ombligo y dibujando pequeños círculos, fue subiendo su mano mientras que seguía con su lengua enroscada en la de Sonia, bajando a la mandíbula y la barbilla y las comisuras de la boca.

Había llegado hasta el aro del sujetador y con su dedo dibujaba la forma de su encaje, sintiendo el pecho de Sonia bajo la palma de su mano.

Ella empezaba a respirar agitadamente mientras metía sus manos entre los cabellos de Pablo y sujetaba su cabeza.

—Me parece que vamos a tener que seguir en otro sitio —murmuró.

El intenso beso de Pablo era exigente y sus manos firmes acariciaban sin descanso el cuerpo de ella así como los muslos, que apretaba con fuerza contra los suyos.

—Vámonos a casa —volvió a murmurar Sonia.

Pablo reaccionó abriendo los ojos e intentando calmar su agitada respiración, mirándola fijamente a los ojos y con su boca a escasos milímetros de la suya. Se volvieron a incorporar y Sonia intentando poner el sujetador de nuevo en su sitio se dirigió hacia la puerta del coche.

Ella vivía con  tres compañeras de piso, estudiantes universitarias y trabajadoras de tercera categoría que compartían un piso alquilado no lejos de la casa de los padres de Pablo. Sonia, que desde que cumplió los dieciocho se había independizado de un padre autoritario y una madre amargada. Aquel domingo, sus compañeras no estarían en casa. Una había ido a ver a sus padres a otra ciudad, otra pasaba un fin de semana con su novio en la sierra y la otra era demasiado independiente para compartir lo que hacía, así que tendría su casa para disfrutar de un día que terminaría mejor de lo que había empezado para ella.

Al abrir la puerta del piso, Sonia se disculpó por el desorden de la casa, alegando que todas ellas o estudiaban o trabajan y se pasaban casi todo el día fuera, por lo que apenas quedaban los fines de semana para poner un poco de orden en aquel piso de chicas.

Cogiendo a Pablo de la mano y dedicándole una lasciva sonrisa, lo condujo hasta su habitación, dejando atrás aquel angosto y desordenado salón.

Llegaron a la cama y enseguida Pablo se arrodilló sujetando las caderas de ella y subiendo la camiseta de la chica, pasó la lengua por su estómago, rodeando el piercing del ombligo, dándole pequeños mordiscos y tirando de los pantalones hasta abajo, sin desabrocharlos.

Apretó fuerte el trasero de Sonia hundiendo su cara en las diminutas bragas rosas y sin dejar de sujetarla, la tumbó lentamente en la cama.

Ella se había quitado la camiseta y respiraba rítmicamente sujetando la cabeza de Pablo. Este se incorporó, quitándose también su camiseta, desabrochándose los vaqueros y quitándoselos de forma torpe. Volvió a inclinarse sobre ella, besando la cara interior de los muslos, subiendo lentamente hasta el borde de sus bragas e intentando introducir su lengua por las costuras.

Al mismo tiempo Sonia, había liberado sus pechos desabrochando el sujetador y lanzándolo al suelo, cogió las manos de Pablo y las llevó hacia sus pechos.

Con los ojos medio cerrados, suspiraba por las caricias que recibía en sus ya endurecidos pezones y los besos en su entrepierna.

—Llevamos años de retraso, tenemos que recuperar el tiempo perdido —susurró entre suspiros.

Pablo seguía perdido entre las piernas de ella, lamiendo cada centímetro de sus muslos. Ella levantó las caderas y en un segundo le quitó las bragas, casi desgarrando el elástico. La respiración de Sonia se tornaba irregular mientras que él introducía sus dedos por toda aquella zona depilada, dibujando suaves círculos. Notaba la humedad de su coño y el deseo de ambos aumentaba por momentos. A medida que aceleraba la intensidad de sus caricias, Pablo empezó a acomodar sus dedos, metiéndolos y sacándolos cada vez con más frecuencia. Se inclinó sobre ella sin sacar sus dedos y empezó a lamer sus pechos, que se encontraban hinchados y húmedos por las pasadas de la lengua alrededor de los pezones.

—Deseaba mucho tener estas tetas en mi boca —murmuró, mirándola fugazmente a los ojos.

Sonia suspiró al sentir un suave mordisco en su pezón.

De repente Pablo se incorporó, quitándose de un tirón los calzoncillos y liberando por fin su erecto pene, hincó una rodilla sobre la cama, y agarrando la pierna de Sonia por detrás de la rodilla, ajustó su miembro para penetrarla de una sola vez, sin brusquedad pero de una sola firme embestida, debido a la humedad que resbalaba por sus muslos.

Volvió a inclinarse sobre ella y sin dejar de mirarla empezó a pasar su lengua por los labios entreabiertos, dando repetidas lamidas, abriéndole la boca e introduciendo su lengua, buscando la suya.

Sentía el aliento de Sonia dentro de su propia boca, retrocedió lentamente y la volvió a penetrar esta vez un poco más duro, manteniendo un ritmo constante, sintiendo como el calor de la vagina envolvía su pene, aprisionándolo, y de mientras continuaba sujetando una de las piernas de ella con una mano, cogió la otra pierna con la otra mano e hincó sus rodillas con seguridad en la cama.

Las caderas de Sonia estaban más elevadas debido a la postura y su coño quedaba totalmente expuesto a las embestidas de Pablo que seguía penetrándola con ritmo sin soltar sus piernas. Volvió a inclinarse hacia atrás y esta vez pasó las piernas de ella sobre sus hombros, liberando sus manos, que pellizcaban con fruición aquellos duros pezones  que resbalaban por los restos de su saliva.

Sonia empezaba a gemir, su cuerpo estaba cada vez más entregado al ritmo que le había impuesto Pablo, sin preguntar. Pero le gustaba aquella sensación, él tomaba el mando y la hacía disfrutar. Se dejaba hacer pero deseaba jugar un poco más.

Sin aviso, quitó sus piernas que descansaban sobre los hombros de Pablo y con un ligero movimiento se retiró el pene de dentro y se levantó de la cama. Se dirigió hacia el tocador que estaba justo en frente y situándose de espaldas a él, giró su cabeza invitándolo a ir donde estaba ella.

Pablo aceptó la invitación y situándose justo detrás, deslizó su mano hacia el cuello de ella, subiendo hacia el mentón atrayendo su cabeza hacia él, mientras que su endurecido pene se quedaba incrustado entre las redondas nalgas de Sonia. Inclinó su cabeza hacia la de ella lamiendo su barbilla y su cuello. Bajó su mano desde el cuello hasta el pecho, apretándolo y pellizcándolo, mientras que con su otra mano, bajó hasta el sexo de ella que estaba pegado al tocador. Sonia retiró un poco las caderas hacia atrás, y la mano de él pudo colocarse justo entre sus piernas, abarcándolo con toda la palma.

Siguió masturbándola de forma constante, mientras que su pene rozaba cada vez más el culo de la chica, su lengua se perdía en el cuello y su otra mano aprisionaba el abultado pecho.

Empezó a sentir el primer orgasmo casi de inmediato. Los dedos de Pablo se movían frenéticamente entrando y saliendo de su coño, alargando la caricia hasta rozar ligeramente su clítoris, y con cada pasada, los escalofríos retorcían su cuerpo.

Aumentó el ritmo de su respiración mientras empezaba a correrse. Lo estaba gozando de una manera brutal, sin descanso, de inmediato, mientras disfrutaba sintiendo como la erección de Pablo rozaba su culo.

Sacando lentamente sus dedos de la húmeda vagina y dándole un respiro del orgasmo que acaba de tener, Pablo llevó sus dedos a la boca de Sonia, que aceptó la invitación y lamió los dedos que hacía escasos segundos estaban dentro de ella. Empezó chupando despacio y poco a poco aumentando el ritmo, sintiendo su propio sabor.

—Me gusta, pero ahora quiero chupar algo más rico —susurró Sonia.

Se giró y se puso frente a él, sacó su lengua y dio un lametazo rápido a sus labios. Ahora era ella la que acariciaba el trasero de él y agachándose lentamente, se puso de rodillas sobre el suelo sin apartar las manos del culo de Pablo.

Abrió la boca de forma lujuriosa mirándolo a los ojos y colocó sus labios sobre el miembro y lo sorbió un par de veces, deslizando la lengua por la punta. Él había cerrado los ojos al sentir la lengua de Sonia, que repetía aquellos movimientos suaves.

Lo introdujo totalmente en su boca chupando cada vez más fuerte aquel pene que estaba a punto de explotar por la erección, mientras él respiraba agitadamente por la boca. «Qué polla más rica». Abrió más su boca introduciéndolo hasta la entrada de su garganta jugando con la lengua alrededor de la punta.

Cuando sintió los primeros espasmos de Pablo, sabía que se iba a correr y apretó un poco sus labios durante unos segundos más, haciendo que él suspirara con mucha más intensidad, apartó su boca del pene y con su mano, lo apretó con firmeza masturbándolo rítmicamente y viendo como el líquido caliente caía sobre sus pechos, decelerando el ritmo de su muñeca. Se incorporó despacio y observó el rostro de Pablo con una mirada complaciente mientras el abría los ojos y la miraba de la misma forma, intentando recuperar el aliento.

—Nena, eres una fiera, ¿lo sabías? —arqueó una ceja—. Absolutamente, una fiera.

Sonia incorporándose se abrazó a él, apoyando su cabeza sobre los hombros de Pablo e inclinando su cabeza para mirarlo.

—Sólo es un aperitivo, guapo. Hay más.

Posando sus labios sobre los de él, bajó su mano hacia el pene que había perdido ya parte de su erección y con una cara divertida, lo cogió y tiró de él como si lo cogiera de la mano, para llevarlo al baño.

Entraron juntos a aquel pequeño cuarto de baño metiéndose en la ducha y Pablo, que necesitaba recuperarse de nuevo, cogió un bote de gel y lleno sus manos, acercándolas a los pechos de ella, que se mojaban bajo la cortina de agua que empezaba a caer sobre ellos.

Los frotó con suavidad y vio que de nuevo aquellos rosados pezones se endurecían por el contacto de sus manos y el agua. Se acercó más a ella y sin dejar de masajearle los pechos, la besó lentamente.

Volvía a estar excitada, tenía ganas de más. Necesitaba más sexo y cogiendo de nuevo el pene de Pablo, empezó a moverlo con delicadeza, estirando la piel hacia atrás, comenzando una suave masturbación. Unos instantes después, aquel pene que minutos antes había disfrutado en su boca, estaba duro de nuevo.

—Que rápido te empalmas debajo del agüita, ¿no? —dijo Sonia mirándolo a los ojos.

Aquel tono de voz, entre lascivo y provocador excitaba a Pablo en sobremanera. Tenía a una diosa bajo la ducha, agarrando su pene y quería follarla de nuevo.

—Ven, mira lo que hago debajo del agüita.

—Fóllame debajo del agüita —respondió lasciva Sonia.

Agarró su pene y lo llevó entre las piernas de ella que lo abraza rodeando su cuello. Pese a la posición y la incomodidad de la ducha, Pablo la sujetó a horcajadas, haciendo que las piernas de la chica, rodeasen sus caderas. En aquella posición, sus cuerpos estaban súper pegados uno contra el otro y con la excitación que provocaba aquella suave piel mojada sobre la suya, introdujo su pene de nuevo en aquel coño que sentía caliente y se mantenía abierto.

Sonia abrió la boca e inclinó su cabeza hacia atrás al sentir de nuevo a Pablo dentro de ella, la sentía muy adentro y de nuevo su coño se encontraba totalmente expuesto ante él, más abierto aún si cabe ya que sus piernas alrededor de las caderas facilitaban en gran medida la penetración.

Él la aguantaba en aquella posición aumentando el ritmo de sus caderas, penetrándola duro. El agua resbala por sus cuerpos y a cada embestida, los pechos de ella se movían al compás.

El aliento de los dos se quedaba suspendido entre sus bocas que se encontraban a un milímetro la una de la otra, rozándose pero sin tocarse del todo, con los ojos clavados en el otro y sin dejar decaer aquella frenética penetración.

De nuevo Sonia volvió a notar esa expresión en la cara de Pablo que indicaba que estaba a punto de llegar al orgasmo y apretando más sus piernas, inclinó sus caderas hacia él, haciendo que la penetración fuera más profunda. «Joder que buena polla, me corro». Al sentir el pene cada vez más adentro de sus entrañas, los escalofríos hacían que sus brazos se agarraran con más firmeza al cuello de Pablo, corriéndose de nuevo entre suspiros intensos y gemidos que se escapaban de su boca y se encontraban con los que salían de la boca de él.

Segundos después de su orgasmo, Sonia empezó a sentir como el semen de Pablo inundaba su vagina, aumentando el calor de su interior. Esta vez no le importaba que se hubiera corrido dentro, lo deseaba, lo necesitaba. Quería sentir la esencia de aquel chico desde hacía mucho tiempo y aquella noche, por fin, era suya.

Cuando acabaron se volvieron a besar enroscando sus lenguas y sintiendo el semen caer por los muslos de Sonia y las ingles de él. Acabaron de limpiarse y de ducharse, y volvieron a la habitación, desnudos, calmados.

Sin hablar, Sonia se recostó sobre el pecho de Pablo yaciendo ambos en la cama, en silencio, acariciando sus cuerpos y preparándolos para el siguiente asalto.