Desde la ventana. Primera parte
Todo empieza cuando miras y te miran desde la ventana
Los separaba un patio de luces. Pocos metros, tres o cuatro. Pero todo un mundo. No sabía su nombre casi, solo por haberlo visto en el buzón. Y sólo lo hizo cuando empezó a ver que ella estaba pendiente de él.
Todos los días hacía lo mismo. Se levantaba, pasaba por la ducha y se iba a medio vestir al lado de la ventana. Casi a la misma hora exacta, minuto arriba o a abajo. Se quitaba la toalla, se ponía su ropa interior limpia y algo más para desayunar. Luego acababa de vestirse, hacer la cama y al trabajo. Era muy metódico en ese aspecto.
Pero un día observó algo que le llamo la atención. Entre las ventanas de enfrente, en una se movió la cortina. No hubiera movido su curiosidad si no se hubiera quedado un poco entreabierta, en una habitación sin luz. Y, así, quedó la cortina un rato, en una posición casi imposible, abierta un poco por el medio, mientras él, sin prisa, se empezaba a vestir.
Al día siguiente volvió a hacer lo mismo, pero mirando de reojo a esa ventana. Lo mismo, un ligero movimiento de cortina, una pequeña abertura, una habitación sin luz... Estaba casi seguro. Le observaban. Terminó de vestirse, se retiró y apagó la luz. Con cuidado, se acercó a la ventana y había desaparecido esa abertura.
¿Quién era?. No conseguía ubicar a nadie en ese piso. No se había fijado nunca, tampoco. Bueno, solo llevaba unos meses. Lo intentaría averiguar, por curiosidad, por saber quién se fijaba en él, a quien le alegraba las mañanas.
Pasó un tiempo y ya hacía calor. Solo con pantalón corto se asomó desde otra ventana. No tenía un físico espectacular, pero no tenía grasas. Y ahí la vió, plegando unas camisetas que tenía encima de la cama. Iba ella con una especie de camiseta larga para dormir. Y sí, la conocía de vista. Había coincidido con ella en el patio. No era un bellezón, pero era atractiva. No tenía un cuerpo escultural pero estaba bien. Un poco callada pero agradable. Siempre saludaba con una medio sonrisa...
Siguió asomado, haciendo que miraba a otro lado, pero viéndola. Viendo como recogía la ropa, como se asomaba a la ventana, como miraba hacia su derecha... Sin querer cruzaron sus miradas. Un segundo solo. Pero no podían ignorar que se miraban de reojo mutuamente. Unos minutos más mirando a la calle y ella entra en el cuarto. Unos minutos con la luz apagada, hasta que enciende una lámpara de la mesilla, abre la cama y se sienta. Es, entonces cuando, tras unos segundos de espaldas a la ventana quieta, decide quitarse la camiseta y se queda de espaldas a él, con solo unas braguillas puestas. Un par de segundos así y se mete en la cama. No ha podido ver mas que la espalda desnuda y sus bragas. Pero es seguro que lo ha hecho por él. Ha esperado a apagar la luz a estar tapada con la sábana.
A partir de ese momento llega la curiosidad. Como se llama, si está casada o no... Le ha cautivado verla así, un cuerpo deseable sin ser una maravilla, con un rostro agradable sin que se pueda decir que es una belleza..
Ella lo ha visto desnudo. Él ha visto como se mostraba ella para que le viera algo más de lo normal.
Una mañana más que él se viste frente a la ventana, sabiendo que es observado. Deseando que ella lo vea. Deseando que llegue la noche. Y la noche llega. El ve luz en otra habitación y ve la figura de un hombre, que se mete en la cama. Vive con un hombre, pero no comparten habitación. Luego, al ver el buzón, vería que no es familiar. Una relación que ya no funciona.
Un rato después se asoma ella. Esta vez va con un camisón corto, que deja adivinar sus formas. Mirándose uno al otro de reojo, sin hacer nada que los delate claramente. Un segundo, solo un segundo, se cruzan las miradas. Se están mirando, no pueden ignorarlo. El juego dura un poco más. Ella se deja ver en el balcón con su camisón que deja adivinar sus formas. Él, con su pantalón ceñido y corto. Ella es la que rompe la escena. Entra en la habitación, enciende la luz y, desde el otro lado de la cama, se pone de frente. Duda un par de segundos y, con un gesto rápido, se quita el camisón. Le regala una vista de su cuerpo casi desnudo, solo con una braga blanca -ni pequeña ni grande-, sus dos pechos al aire, frente a él. Un par de segundos más así, para que la vea y empieza a plegar la prenda. Se mueve por la habitación, dejándose observar, mostrando unos pechos bonitos, libres, que se saben observados casi furtivamente. Ya no tiene más excusa para moverse por la habitación. Tiene que disimular. Pero sabe que se ha dejado ver. Va hacia la cama, la abre y entra en ella. Esta vez, de frente, sin ocultarse. Sin taparse, tumbada y volviendo la cabeza hacia la ventana. ¿Cuanto tiempo pasa? No lo sabe. Pero llega el momento en que vuelve la mirada hacia la mesilla y apaga la luz. Él sigue con esa sensación extraña, agradable y de sorpresa. Nunca lo habría imaginado; ella siempre vestía de manera discreta, con pantalón o falda poco más corta de la rodilla... Incluso, un día, coincidiendo en el supermercado, al saludarse, ella se arregló la blusa, por si un botón hacía de las suyas. Y, ahora, comenzaba un juego entre los dos, deleitando el uno al otro con la exhibición del cuerpo desnudo.
Un juego que duró un tiempo. Él se mostraba sin nada de ropa, ella enseñaba sus pechos. Incluso, un día, ella fue mas allá. Cuando estaba él asomado a la ventana, apareció enrrollada en una toalla, cogió unas braguillas de un cajón y se fue a poner del lado de la cama cercano al balcón. Se soltó la toalla y se mostró totalmente desnuda. Con parsimonia, poco a poco, dejando que él pudiera observar todo su cuerpo desnudo, plegó la toalla, cogió las bragas y se las fue poniendo. Ella, incluso, se había dado la vuelta antes, para dejar la toalla en la cama, para que pudiera él verla desnuda también por detrás, para que no desconociera nada de su cuerpo. Para crearle una gran erección. No, no lo había hecho sin más. Quería, ese día, ir un poco más allá. Inclusive dió dos pasos, se asomó por la ventana y echó una fugaz mirada hacia donde estaba él. Para que él no tuviera duda de la intención. Me gusta que me veas desnuda.
Y lo demostró. Se tumbó en la cama, dejando que una luz de otra habitación iluminara, cuando apagó la de su mesilla, levemente donde ella estaba. Cerró los ojos y empezó a mostrarse excitada. Primero, sin tocarse. Luego se acariciaba todo su cuerpo, luego se empezó a convulsionar, cada vez más. Hasta que, sus propias caricias y el morbo de la situación le llevaron al orgasmo. ¿Cuanto tiempo hacía que no tenía un orgasmo? Solo ella lo sabía, pero debía de ser desde hace mucho.
Pasaron más días. Incluso se cruzaron en el portal, saludándose sabedores de ser participantes de un juego intimo. Un juego que el protagonizaba por las mañanas y ella por las noches.
Durante un tiempo así fue. Hasta que un día vió que las persianas estaban bajadas. Todo cerrado. No supo que podía pasar. Estuvo en su trabajo un tanto desconcertado. Hasta que volvió a casa y abrió el buzón. Vió una cuartilla "Me he cambiado de casa por el divorcio. Querría conocerte... Aún más. Por favor, llámame." Y un número de teléfono.