Desde la adolescencia
En mi adolescencia, me enamoré
En algún momento de mi adolescencia fui consciente de que me había enamorado, no como otras veces, no como de otros chicos con los que salí, ahora era más intenso, más profundo… en ese momento supe que él sería el hombre de mi vida.
No fue de un día para otro naturalmente, fue algo paulatino, poco a poco, nada de flechazos ni amor a primera vista. Pero… Una vez asimilado, convencida de lo que sentía, mi desesperación vino al no ser correspondida, Carlos no me hacía ni caso; no pasaba totalmente de mí, sabía que me tenía mucho aprecio y cariño pero no se fijaba en mis coqueteos, en mis insinuaciones veladas, siempre había otra que se adelantaba y le conseguía; yo, por más que hacía, nunca lograba mi objetivo.
Éramos de la misma pandilla y salíamos juntos, estudiábamos en el mismo instituto, compartíamos casi todo… A pesar de que la gente decía que yo era la chica más mona de todas y, modestia aparte, creo que estaba bastante bien, él no se fijaba en mí. Era (y soy) deportista, decentemente alta, con buen tipo y una cara resultona. Dicen que tengo unos ojos preciosos, de color turquesa, que llaman mucho la atención.
Para mí, él era guapísimo, bastante alto, delgado pero fuerte… Y también tenía unos ojazos que me derretían con la mirada. Tenía un carácter que me tenía loquita, muy abierto, simpático y amable… Cierto aire de timidez le hacía irresistible (para mí, claro). Sólo tenía un defectillo, era año y medio más pequeño que yo, aunque no me parecía un gran problema.
Al ser consciente de lo que me gustaba, mi primera prioridad fue intentar estar con él, o cerca, el mayor tiempo posible. Fue un trago algo duro porque me obligué a repetir curso para poder estar en su clase. Siempre había tenido unas notas normales y el hecho de suspender el último año de la ESO me supuso un broncazo de escándalo en casa y estar castigada casi todo el verano.
Lo pasé bastante mal, precisamente en verano era cuando más libertad teníamos y yo sólo podía salir la mitad del tiempo, me tenía que quedar en casa estudiando antes de ir a la playa, tenía que volver a las diez por las noches… Hubo momentos en los que estuve a punto de tirar la toalla, pero aguanté como una campeona. Cada vez que estaba a su lado me afianzaba más en mi decisión. Había hecho lo que debía.
Al empezar el bachiller coincidimos en la misma clase y no por casualidad, me enteré de la rama que quería estudiar y elegí la misma para estar con él. La verdad es que fue estupendo, pasábamos el día juntos, me convertí en su consejera particular y, aun no siendo su novia, tenía mucha más confianza conmigo que con cualquier otra chica, incluso con las que se enrollaba. Yo vivía en una nube, de momento tenía claro que no podía conseguir más y no me quejaba, todo lo contrario. Ya llegaría el momento.
Pasada la selectividad, tocó el turno de elegir universidad, la carrera en sí me daba igual, iba a escoger lo que él eligiera y, como todavía estaba indeciso, intenté que se inclinara por algo que también me gustara a mí. Muchos folletos, itinerarios, salidas profesionales… Juntos discutíamos de todo aquello y eso me acercaba aún más a él.
Elegimos estudiar ciencias económicas en Madrid a pesar de que mucha gente nos dijera que, en la capital, era más caro vivir que en otros sitios. No teníamos muchos problemas de dinero, aunque tampoco para derrochar. Empezamos por buscar alojamiento y, aquí sí, encontramos serias dificultades. Nuestra primera idea, elegir un Colegio Mayor o una residencia de estudiantes, hubo que desecharla desde el principio… Nos quedamos pasmados por los precios, era como vivir en un hotel.
Tras la primera decepción, lo siguiente era buscar un piso de alquiler para ambos, a esas alturas ya habíamos decidido que iríamos juntos. En aquel momento no se había desatado la actual crisis que nos asola y era bastante caro alquilar una casa para nosotros solos, había que buscar más gente que se apuntara y compartiera gastos. No conseguimos a nadie, por h o por b, casualidades de la vida, todo el mundo que iba a ir a estudiar a Madrid tenía resuelto el problema.
Nos enteramos, por amigos que ya estaban en la universidad, que era muy frecuente encontrar anuncios, en los tablones de las facultades e incluso en las paradas de autobús, en los que se ofrecían habitaciones en pisos compartidos con otros estudiantes.
Aprovechando el viaje para formalizar la matrícula, etc. cogimos el teléfono de varios de estos anuncios y nos dedicamos a buscar algo “bueno, bonito y barato”. Hicimos muchas gestiones, pero a Carlos no parecía convencerle nada y yo veía desesperada como, seguramente, nos tendríamos que separar. Era lo último que quería, mis planes se vendrían abajo, después de todo mi esfuerzo, antes de haber conseguido nada.
Fui yo la que se decidió por un piso, más o menos bien situado y muy bien de precio en el que sólo convivían un chico y una chica. Era perfecto para nosotros, no habría problemas de sexos (una chica entre todo chicos o viceversa), así que decidimos visitarlo. Al llegar tuvimos la primera sorpresa y estuvimos a punto de rajarnos, sólo tenía tres habitaciones, dos ya ocupadas y la tercera, más grande, a compartir.
Para ser sincera, para mí era lo mejor que me podía pasar pero Carlos, como era lógico, no tenía intención de compartir habitación conmigo. Le tuve que camelar mucho tiempo, incluso durante el viaje de vuelta al pueblo… Que si el dinero, la situación, la confianza que nos teníamos… Llegué a decirle claramente que yo estaría más a gusto con él, aun teniendo que compartir habitación, que separada en otra casa. Con no muy buena cara y para alivio mío, se avino al trato; tampoco les hizo demasiada gracia a mis padres pero les pude convencer.
Un par de semanas después, desembarcábamos en aquel piso a compartir habitación durante un año, por lo menos. El chico y la chica que ya estaban, Fernando y Olga, resultaron ser de lo más simpático y agradable y, aunque ninguno quiso cambiar de habitación con uno de nosotros, congeniamos enseguida, mostrándose encantados de que fuéramos a vivir allí.
Tras los primeros días, un poco cortados por la convivencia en la misma habitación, enseguida le fuimos cogiendo el tranquillo al asunto y, un par de semanas después, ya ni nos dábamos cuenta de que nuestro compañero de cuarto era del otro sexo. Íbamos juntos a clase, la mayoría de las veces comíamos juntos también y, sobre todo, dormíamos juntos. También, siguiendo mi estrategia, en todo momento estuve pendiente de tener las mismas amistades en clase, salir juntos de marcha…
Lo bueno era que Carlos lo tomaba con naturalidad, era lógico que hiciéramos todo juntos, llevábamos años de esta forma y él no se extrañaba ni intentaba nada diferente. Lo que no sabía es que yo era la que orquestaba que fuera así, incluso la que se apartaba de vez en cuando para no darle la sensación de agobio.
Naturalmente, en mi mente iba calculando los siguientes pasos, había que pasar de ser su amiga y confidente a algo más, pero tenía que ser él el que diera el paso y yo hacerme un poquito la difícil. Suponía que me resultaría muy sencillo ir excitándole poco a poco al irnos a la cama; sin ser exagerada me lucía delante de él en ropa interior, usaba camisetas ombligueras y braguitas para dormir… Me daba cuenta de cómo me miraba y sabía que le gustaba lo que enseñaba, sin embargo, nunca daba muestras de querer avanzar siquiera un pasito en la dirección que yo esperaba, acostumbrándose cada vez más a verme ligerita de ropa. La misma Olga se comportaba igual que yo delante de los demás. Mi gozo en un pozo.
Pasados un par de meses no había conseguido absolutamente nada, sólo tener que dormir una vez en el sofá, tras muchos ruegos por parte de Carlos, cuando se trajo a una amiguita a casa. No le monté ningún follón, aunque estaba que me llevaban los demonios, pero llegamos al acuerdo de no repetirlo por lo menos durante una noche entera. Supongo que no le hizo ninguna gracia imaginarse pasar por lo mismo si yo aparecía con algún chico.
En fin, suceso aparte, Carlos no parecía por la labor de llegar a nada conmigo. Cuando me miraba en el espejo, me veía bastante mona, incluso Fernando, nuestro compañero de piso, me lo decía continuamente. Olga, aunque bastante guapa, no lo era tanto como yo (modestia aparte). Ambos tenían pareja que solían aparecer a menudo por el piso, pero era raro que se quedaran a dormir, formábamos un grupo muy bien avenido en el que, curiosamente, imperaba el respeto a los demás.
Seguía pasando el tiempo y empezaron a llegar los primeros exámenes, todo el mundo se encerraba en sus habitaciones a estudiar o pasábamos la mayor parte del tiempo en la biblioteca. En estas circunstancias, ya ni en los momentos de irnos a la cama podía hacer nada para conseguir mi objetivo. Incluso yo misma me vi tragando apuntes y libros como una posesa ¡Quién me lo iba a decir!
Pasaron los exámenes, las fiestas navideñas en el pueblo… Y todo seguía igual, una relación totalmente estancada para mí, es más, creo que cada vez era más amiga y confidente que nunca.
Volvimos justo después de Reyes y yo, totalmente desesperada, no sabía qué más hacer. Hubo una vez en la que tuve un rollo y dormí fuera; a pesar de estar cada vez más enamorada de Carlos, tampoco era una monja y llevaba demasiado tiempo a dos velas. En mi fuero interno esperaba haberle dado celos, que se enfadara conmigo por no estar en casa… ¡Qué va! Ni caso.
Debía ser finales de enero, cada día más agobiada y su desinterés hacia mí me hacía desearle más. No sabía qué hacer para que se fijara en mí y se me estaban quitando las ganas de todo, se me empezaba a notar que algo me pasaba y hasta nuestros compañeros de piso se daban cuenta, pero Carlos, aparte de la preocupación normal preguntándome si tenía algún problema, no demostraba nada especial ¿Cómo le decía que el problema era él?
Era un viernes por la noche, bastante tarde, los demás habían salido de marcha pero yo, encontrándome un poco mal anímicamente, me había quedado en casa. Ni me creía yo misma que hubiera dejado a Carlos solo un fin de semana, pero ya no podía más, incluso me estaba planteando la posibilidad de dejar de estudiar, no soportaba dormir en la cama de al lado, tenerle tan cerca y a la vez tan lejos.
Ya me había acostado hacía un rato pero seguía despierta, dando vueltas a qué hacer con él. Estaba muy sensible, las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, pequeños espasmos sacudían mis hombros… ¿Por qué me había enamorado de él? ¿Qué había desatado en mí esta pasión? ¿Por qué no conseguía nada? ¡No era lógico!
Sin embargo, no podía evitar sentir lo que sentía… Debía de haberme dado cuenta, cuando fui consciente de que le quería, de que nunca le podría tener, nunca me había visto como a una mujer, ser su amiga y confidente era lo máximo a lo que podía aspirar…
Enterré la cara en la almohada, quería gritar… ¿Por qué, Dios mío, por qué? Pensaba en él, le quería tanto… Una mano se perdió en mi intimidad intentando aplacar mi ánimo, imaginando que Carlos me tocaba y acariciaba… Estaba tan ida en mi fantasía, tan a punto de caramelo que, cuando se abrió la puerta de la habitación iuminándose con la luz del pasillo, fui incapaz de reaccionar. Me quedé pasmada y parada, con las piernas abiertas, el pantalón del pijama y las bragas a medio muslo, una mano perdida en mi interior mientras la otra acariciaba mis pechos.
Carlos me miró con cara de asombro, se quedó quieto un segundo en el umbral de la puerta y, pidiendo perdón, cerró rápidamente. Me quedé de piedra, tan alucinada y descolocada que la especie de orgasmo que me vino a continuación, me pilló totalmente por sorpresa. Apreté los dientes y enterré la cara en la almohada con un sentimiento de culpa que estuvo a punto de ahogarme.
Salí de la habitación con más miedo que vergüenza, no podía dejar a Carlos fuera y no sabía cómo explicarme, ahora agradecía llevar un pijama de invierno y no las camisetillas del verano, hasta me temblaban las rodillas…
-Oye Carlos… - Dije apareciendo en el cuarto de estar, con la cara como una amapola.
Él estaba como un tomate, estaba sentado en el sofá mirando a la nada con una lata de cerveza delante.
-Perdona Lidia, perdona. No tenía que haber entrado sin llamar. Perdona pero, como era tan tarde, creí que estarías dormida… Perdona… - Me dijo todo apurado.
¡Bueno! ¡Él me pedía perdón, menos mal! Supuse entonces que si hubiera sido al contrario, si yo le encontrara a él con su cosa en la mano, también me habría sentido violenta y sería la que ahora estaría pidiendo disculpas.
-Perdona tú, Carlos. No tendría que haber estado así, pero es que… -Le dije toda cortada, sin saber cómo continuar.
-Si lo entiendo, es normal… Es lo que hay… No me tienes que dar explicaciones por eso, tía, es lógico desahogarse a veces…
-Ya, pero que me veas… No sé tú, pero a mí me ha dado mucho palo… - Seguía muerta de vergüenza.
-No creas, si no he visto nada, tía. Estaba oscuro y…
Bien, él estaba casi más cortado que yo pero no quería que se sintiera violento conmigo, podía ser un retroceso en los, ya de por sí, nulos avances… Sólo quise ser cariñosa, demostrarle que no habíamos perdido confianza... Me acerqué a él, apoyé las manos en sus hombros y, sin pensarlo muy bien, le besé en la boca.
Abrió los ojos como platos, igual que yo cuando comprendí lo que estaba haciendo… Pero los cerré al recrearme en sus labios, al sentarme en su regazo y abandonarme a la sensación que durante tanto tiempo había estado esperando.
Cuando noté sus manos en mi espalda y el sabor de su lengua, cuando noté su colaboración, me di cuenta de que había ido demasiado lejos. Me levanté de un salto, roja como la grana, balbuceando como una idiota.
-Yo… ¡Lo siento! ¡Por Dios! No sé qué me ha pasado…Yo… Carlos… ¡Lo siento!
Y salí disparada hacia nuestra habitación. Siempre había tenido muy claro que yo nunca daría el primer paso, tenía que ser él o nadie. Y ahora había metido la pata hasta el fondo… ¿Qué iba a pensar de mí?
Enterré la cara en la almohada llorando a lágrima viva, me había pasado del todo, sentía cómo mis planes de tanto tiempo se venían abajo…
Un peso en la cama, una mano en mi nuca acariciándome y enredándose en mi pelo me sacó de mi abstracción. Me quedé quieta, rígida… ¿Qué coño hacía?
-Lidia…
No contesté. Siguió acariciándome la nuca durante un rato más mientras los suspiros sacudían mi cuerpo. Aunque, para mí, es de las cosas más agradables, no quería darme la vuelta, no podía mirarle a la cara… ¿Qué le iba a decir? ¿Qué me iba a decir él? ¿Qué me quería mucho? Ya, ya sé que me quería mucho, pero… ¡No como yo!
Otra mano se me empezó a acariciar la espalda sobre el pijama, los costados… Me puse más rígida aún ¿Qué pretendía ahora?
La mano bajó hacia la nalgas sin tocarlas, estuvo un rato cerca del elástico del pantalón, lo pasó como también el elástico de mis bragas… Di un respingo y me tensé aún más, si eso era posible, a pesar de desearle como ninguna otra cosa iba a rebelarme, yo no era una golfa, una que se dejara manosear sólo por el hecho de haber dado un beso, y menos así, y menos él…
Se tumbó casi sobre mí mordiéndome la nuca, el cuello… Esa mano osada que había pasado todas mis barreras bajó entre mis nalgas hasta mi tesoro escondido… Todavía estaba húmeda, no le hizo falta nada para entrar en mi interior… Quise gritar, quitármelo de encima, pero… ¡Casi me muero de gusto! Me metía un dedo, lo sacaba, me frotaba mi botón… Me mordía, me aplastaba… Mi cabeza era un auténtico torbellino.
Me abandonó un momento sólo para bajarme el pijama junto con la ropa interior, estaba medio desnuda cuando volvió con sus caricias… Muchas caricias, mucho rato… Me giró la cara hacia él y me besó en los labios, suave, tierno…Giré mi cuerpo, su mano pasó a acariciar mi intimidad por delante… Y sus labios me derretían, y su lengua me llevaba al cielo, y sus dedos… Junté mucho las piernas atrapando su mano entre ellas cuando me corrí, estaba tan excitada, le quería tanto…
No podía ni hablar, mejor dicho, no quería ¿Qué iba a decir? ¿Y por qué él no decía nada? Me moría por saber por qué me estaba haciendo esto ahora, por saber si me quería o sólo se estaba aprovechando de mí… Me sentí una puta y, a la vez, no quería que parara.
Debatiéndome entre el deseo y la razón, con sus labios explorando los míos, mi cuello, mis orejas… Con su mano acariciando suavemente mis senos por debajo de la camiseta del pijama, su otra mano acariciándome la nuca… Me estaba dejando medio ida, ahogándome en un amor que me desbordaba, que no quería acabar, que me nublaba la mente…
Acaricié su espalda, sus nalgas, le apreté contra mí… Me asombró que estuviera desnudo, dirigí mi mano hacia su cosa… Antes de poder siquiera tocarla, él bajaba por mi cuerpo, besando y amasando mis pechos, succionando mis pezones con la camiseta en la garganta, jugueteando con mi ombligo… Me tumbó totalmente boca arriba, se fue girando y metió la cabeza entre mis piernas.
Me estuvo besando y dando mordisquitos en la parte interna de los muslos durante mucho tiempo, me encantaba… Pero quería más, necesitaba más… Ya no pensaba más que en el deseo. Tiré de él hacia arriba y… Tuve que volver a tirar, abrir más mis piernas… Jamás creí posible sentir la excitación que experimenté cuando apenas había posado sus labios en mi pubis, su lengua en mi entrada, en mi botón…
No era mi primera vez, ya había pasado por esto, lo había experimentado varias veces… Pero ni se parecía, no me lo podía creer… Sabía que se debía a que era él el que estaba ahí, el que me besaba, me comía, aunque no era muy hábil… ¡Por Dios! ¡Hasta me había metido un dedo!
No creo que tardara ni dos minutos en volver a tener otro orgasmo, fuerte, divino… Un orgasmo provocado por él… Me dejó exhausta.
Se incorporó sobre mí volviéndome a besar la boca, noté su cosa rígida en mi bajo vientre, aplastada contra mí… Metí la mano entre nosotros intentando tocarla, necesitaba sentirla, cogerla, quería que él supiera lo que significaba para mí…
Antes de poder hacerlo, había levantado un poco sus caderas y, ayudándose de una mano, estaba intentando entrar en mi interior, se resbalaba, se le iba hacia los lados… La cogí yo misma para guiarla con suavidad, sin violencia alguna… Entró un poco fuerte, pero…
-AAAHHHHHHH - ¡Qué gusto!
Sentí cómo avanzaba cada centímetro, cómo me llenó, cómo me pareció del tamaño perfecto para mí.
Después de un mete saca un poco desordenado, quise tomar parte más activa en todo esto, así me hacía un poco de daño… Giramos poniéndome encima sin romper nuestra unión, la luz del pasillo nos iluminaba, intenté descubrir algo en su cara, en su mirada… Estaba como congestionado…
Me saqué el pijama por la cabeza mostrándome totalmente desnuda, Carlos se quedó prendado de mis senos, los cogió con ambas manos… Yo movía mis caderas con suavidad, de delante a atrás, frotándome contra él… De vez en cuando botaba un poco metiendo y sacando su virilidad de mi interior…
No sé si eran las ganas que yo tenía de que fuera así o si realmente su cara lo expresaba pero me pareció ver amor, deseo… me incliné a besarle y me recibió con pasión, aceleré un poco mis movimientos, sentía que volvía a estar a punto y parecía que él también, intenté sincronizarme, yo botaba, el deliraba…
Enterrada la cabeza en su hombro mordiéndole con saña, la suya en mi cuello devolviéndome el mordisco, moviéndome tan rápido y fuerte como podía, noté como su pene se inflaba a golpes dentro de mí soltando su esencia, cómo me llenaba… Y me fundí con él en un éxtasis tan maravilloso como jamás llegué a soñar, me sentí una con él, el cariño me invadía con cada oleada que nacía de mi interior…
No sé el tiempo que duró aquello, estaba en otro mundo, en uno del que no quería volver. Carlos, mi amor de tantos años era mío y yo era de él, no quería romper esto por nada del mundo, le necesitaba como el respirar… Cuando, recuperando el aliento conmigo encima de él y su cosa aún en mi interior, me lo dijo, casi no me lo podía ni creer.
-Te quiero, Lidia. Te quiero…
Volvió la congoja, se me hizo un nudo en la garganta.
-Y yo a ti. No sabes cuánto. – Respondí entre lágrimas de felicidad con un beso apasionado.
Me bajé de encima y me tendí a su lado, sin embargo él se levantó de la cama y cerró la puerta de la habitación.
-Imagínate que Fernando y Olga llegan y nos ven…
-Sí, qué vergüenza...
Y al volver a tumbarse a mi lado, volvimos a unir nuestros labios en un beso tan dulce como mi amor por él.
-¿Por qué me quieres? – Pregunté - Nunca has dicho nada, nunca te has insinuado, el amor no aparece de la noche a la mañana…
-¿Y tú, tía? Te podría decir lo mismo.
-Pero yo he estado enamorada de ti desde hace años, no ha sido de repente...
-¿Y quién te dice que yo no lo he estado?
-Porque a los tíos se os nota, nosotras lo notamos.
-Pues tú no te has dado cuenta de nada, así que… Habrá tíos y tíos.
Me quedé pensando apoyada en su pecho, se me hacía muy difícil creer que él llevara enamorado de mí algún tiempo, hubiera notado algo, una mirada, algo…
Me volvió a besar con dulzura, besos tiernos, sólo en los labios… Una de sus manos ascendió por mi lateral, me fue girando boca arriba, agasajó mis senos con calma y suavidad aunque algo torpe… En el momento en que sus besos se hicieron más apasionados, se situó entre mis piernas y volvió a mi interior, ahora sin mi ayuda, llenándome por completo. Le hice ir despacio, suave, recreándonos…
Tras un rato de caricias, de su miembro dentro de mí, le giré boca arriba para poder disfrutar de él a mis anchas. Besé y acaricié su pecho, sus tetillas… Lamí su ombligo, agarré su herramienta con verdadera ansia… La lamí de la base a la punta, descubrí su glande con la mano para agasajarlo con mi lengua, mis labios… ¡Qué bien me supo!
Me acariciaba el pelo, me llevaba la mano a la nuca intentando marcar el ritmo; le dejé hacer, si era así como le gustaba… Quería darle todo el placer posible. Jugueteando con sus testículos, haciendo un mete saca con la boca cada vez más rápido, tensó las piernas y abdominales y me llenó de su semilla, no dejé escapar nada. Seguí lamiendo y succionando hasta que quedó vacío, hasta que su cosa fue perdiendo rigidez… Me acerqué a su altura besándole con suavidad y pasándole su propio sabor.
Se quedó quieto, relajado, me acariciaba la espalda y me daba piquitos de vez en cuando. Esta vez yo no había llegado, pero no me hacía ninguna falta; quiso acariciarme mi intimidad con la mano, incluso hizo un intento de incorporarse para devolverme el favor… No le dejé, no quería moverme, sólo sus caricias eran suficientes.
-Pero tú no has llegado, te has quedado a medias…
-Calla – Y volví a besarle.
Nos tapamos con el edredón y, poco a poco, en silencio, nos fuimos quedando dormidos.
Un tiempo después, cerca ya del amanecer, desperté un poco desorientada. Carlos seguía a mi lado, ni se había movido, mi Carlos… En la casi total oscuridad distinguía vagamente sus facciones, pero fue suficiente para emborracharme de ellas ¡Dios, cómo le quería! ¡Cuánto había pasado por él! Bajé una mano hasta sus genitales, acaricié, magreé… Cuando estuvo dispuesto, me incorporé encima y me introduje su miembro con toda suavidad.
Me movía despacio mientras él iba recuperando la consciencia, mientras despertaba y sonreía al encontrarme en esta posición. Ahora fue él el que me bajó y me puso boca arriba, el que besó todo mi cuerpo desde el pecho al ombligo siguiendo su recorrido hacia mi tesoro… Estuvo mucho tiempo pero fue muy dulce, todo lo hizo despacio, haciéndose desear… No era especialmente hábil pero me llevó a un grado de excitación que ni imaginaba…
Creo que se dio cuenta de cuando estuve a punto porque, de repente, cambió, lo hizo diferente, pasó de la suavidad a la pasión, aumentó un montón la velocidad de sus caricias con los labios y la lengua, me succionó el clítoris hasta hacerme casi daño, metió unos dedos en mi interior que frotó con intensidad…
Casi desfallezco cuando alcancé un clímax desconocido hasta entonces, más fuerte, más largo… Creo que grité y gemí como una loca, hubo un momento en que quería que acabara, por muy divino que fuera, aquello me estaba dejando agotada… Cuando se separó de mi intimidad, estaba atacada, nunca me había corrido de esa forma y al incorporarse sobre mí, le di, con mis últimas fuerzas, el abrazo y beso más apasionados de mi vida.
Estuvimos otro rato de besos y caricias, tardé un poco pero, gracias a Dios, me iba relajando de ese orgasmo tan brutal… Me la metió de golpe, sin pausa… Casi me muero de la crispación, en ese momento era lo que menos deseaba, que volviera a mi interior y menos así… Pero también pensé que necesitaría descargarse así que, haciendo un esfuerzo, dejé que siguiera y siguiera, me volví a correr, esta vez no tan placentero… Hasta que se vació en mi interior con la cara metida en mi cuello, resoplando como un oso.
Se quedó tanto tiempo encima de mí que hubo un momento en que no podía ni respirar. Si no fuera por eso, me estaba encantando sentir todo su cuerpo sobre el mío, su peso…
-Carlos, me asfixio…
-Perdona – Y se bajó de encima, tumbándose a mi lado como un fardo, totalmente agotado – Eres increíble, Lidia. Te quiero, no sabes cuánto te quiero.
-Y yo, yo también te quiero, más que tú a mí.
-¿Más? ¿Y cómo lo mides? Eso no se puede saber, tía.
-Yo sí lo sé.
Sonreí abrazada a él. Todavía seguía con muchas dudas, no me hacía a la idea de que me quisiera como yo a él, pero también me había demostrado mucho cariño haciendo el amor, no me parecía que sólo hubiéramos follado, había habido más, mucho más… Pero también me di cuenta de que no era muy experto, no parecía haberse acostado con muchas chicas… Mejor, mejor para mí.
Volví a dormirme abrazada a él sintiendo una alegría inmensa y una congoja del mismo tamaño.
Despertamos tarde, yo satisfecha y saciada. Volvimos a hacer el amor, con más pausa, recreándonos el uno en el otro, con menos urgencia pero la misma pasión. Me confesó que yo era la segunda chica con la que se acostaba y, no sé por qué, me hizo mucha ilusión. Nos duchamos juntos enjabonándonos la una al otro entre sonrisas cómplices y besos, también nos secamos entre ambos y hasta nos ayudamos a vestir, entre risas y más besos.
Aparecimos en la cocina a desayunar; Olga, en pijama, tomaba una taza de café. Nos miró y escrutó de forma especulativa, debió de llegar a la evidente conclusión.
-No he visto salir a nadie de casa, así que, supongo, los suspiros y gemidos eran vuestros ¿Ya lo habéis hecho, no? – Nos dijo con bastante sorna.
-Mira Olga, no sé si nos vas a creer o no pero… Estamos enamorados, anoche nos lo dijimos, nos declaramos ¡No se lo digas a nadie! – Le dijo Carlos.
-No sé, tíos ¿A quién quieres que se lo diga? Pero estaba cantado, viendo cómo te miraba Lidia, me extraña que hayáis tardado tanto… Y a Fernando habrá que contárselo, no se puede enterar de repente, a lo mejor lo flipa.
-Bueno, Olga –Seguí yo – Supongo que a vosotros os da igual, no tiene que cambiar nada en casa. Es cosa nuestra….
-Bueno… Tenéis razón, es cosa vuestra y si estáis enamorados… Pues enhorabuena, tortolitos. Desde luego, es de lo mejor. Ja, ja, ja ¡Es buenísimo!
Se levantó dejándonos solos en la cocina. Me senté mirando a Carlos, ni yo misma me creía lo que había pasado, si hubiera salido esa noche como todos… Si no me hubiera visto así… Mi único objetivo había sido conseguirle y, ahora que lo había logrado, tenía que pensar en nuestro futuro, ya veríamos. De todas formas, me seguía quedando la duda de su amor, seguía pensando en que no se enamora una de la noche a la mañana y que yo nunca había notado nada… Me quedé mirándole fijamente…
-Sé lo que piensas, tía, pero te juro que es verdad. Yo no hubiera dicho que estaba enamorado, si alguien hubiera preguntado habría contestado que te quería mucho, que eras mi mejor amiga, mi mejor apoyo… Pero después de que me besaras… ¡Joder, tía, no sé! Se me encendió una bombilla, me puso mazo notar tus labios ¡Fue la hostia y no me pude aguantar!… Y al hacer el amor contigo… Ya no me quedó ninguna duda, tía, fue definitivo.
Carlos estaba de pie y yo me incorporé de la banqueta en la que estaba sentada para apoyar la cabeza en su pecho. Era una explicación bastante buena, me quería pero no se había dado cuenta de cómo o cuánto. Y tenía razón, habernos acostado juntos había sido definitivo, saltar la última barrera. Meses o años de tensión desaparecían en un momento dejándome agotada, lágrimas de cariño y felicidad se perdían en la comisura de mi boca mientras me acariciaba la nuca con ternura.
-Por cierto, vamos a tener que ir a una farmacia – Le dije - No me cuido y te has corrido dentro todo el tiempo ¡Ni has preguntado, cabronazo! ¡Imagínate que me quedara embarazada! ¡Nos matan!
Me levantó la cara y me besó las lágrimas con más ternura aún ¡Qué mono era! En ese momento estuve segura de no haberme equivocado.
-No te preocupes, luego vamos ¿Y ahora qué hacemos, tía?
Aunque sabía que se refería a otra cosa, a nuestro porvenir, le contesté con cachondeo.
-Irnos a la cama. Tengo que recuperar mucho tiempo contigo…
-Eres una cabrona ¿No has tenido suficiente?
-De ti, nunca tendré suficiente – Le contesté con más sentimiento del que pretendía.
Los meses siguientes fueron los mejores de mi vida. Nuestros compañeros de piso, Olga y Fernando, aceptaron nuestra condición de pareja mejor de lo que esperábamos, ahora sus respectivos novios venían más a menudo a casa y era normal pasar los fines de semana todos juntos.
Carlos, la verdad, me iba convenciendo cada vez más de su amor hacia mí, decía que no sabía cómo no se había dado cuenta hasta ahora, aunque yo lo veía lógico, aseguraba que no me dejaría nunca, que nadie nos iba a separar jamás, que hacer el amor conmigo era lo mejor del mundo y que, incluso, sería capaz de estar conmigo toda su vida sin ponerme una mano encima, de tanto que me quería (esto era un poco broma).
Después de pensarlo mucho, decidimos que nadie tenía que saber lo nuestro en el pueblo, así que, cuando volvimos en Semana Santa, nos comportamos como siempre, nadie sospechó nada, nadie supo de nuestra relación. Naturalmente, fueron días difíciles, mantener durante toda una semana la compostura fue más complicado de lo que, en un principio, había supuesto.
Al volver después, Estuvimos casi dos días sin salir de la habitación intentando recuperar el tiempo perdido y aplacando el ansia que teníamos el uno del otro. Fernando y Olga se reían de nosotros, repitiéndonos continuamente que éramos unos bobos enamorados.
Fueron pasando los meses, Carlos era mejor estudiante que yo y me ayudó muchísimo a pasar los exámenes finales. Teníamos por delante todo el verano y lo pasamos de camping solos por varios sitios de la costa, para luego ir al pueblo, donde volvimos a guardar la compostura delante de todo el mundo; todavía no queríamos desvelar nuestra relación, no queríamos ni pensar en lo que nos dirían en casa si se enteraban de que nos acostábamos juntos. Si en Semana Santa se hizo difícil, durante todo un mes fue mil veces peor, aunque tuvimos escapadas esporádicas para aplacar los ánimos y dar rienda suelta a nuestro amor.
Creo que ya lo he dicho demasiadas veces, pero no me canso de repetirlo, le quería con locura, me resultaba difícil imaginar a otra chica más enamorada que yo y, aunque le decía muchas veces que yo le quería más que él a mí, su comportamiento lo desmentía.
La vuelta a nuestro piso compartido el curso siguiente, fue el mejor bálsamo que pudimos tener, estuvimos una semana resarciéndonos antes de empezar las clases. El reencuentro con Fernando y Olga fue fenomenal y nos preguntaron hasta la saciedad si ya habíamos hecho pública nuestra relación. Se reían sólo imaginándolo.
¡Qué año llegamos a pasar! Nunca hubiera imaginado que, con el devenir del tiempo, las cosas mejoraran; la convivencia con Carlos era maravillosa, por un lado nos teníamos un amor que se demostró a prueba de bomba y por otro, supimos darnos una libertad que afianzó aún más, si era posible, nuestra relación ¡Jamás podría vivir sin él!
Fueron pasando los años, años maravillosos en los que únicamente, cuando íbamos al pueblo, guardábamos la compostura. Supongo que la gente se preguntaría algo, nuestros padres también andaban un poco con la mosca detrás de la oreja, pero nunca dimos motivo para que sospecharan nada.
Empezó nuestro último año de universidad, nuestra relación era más profunda de lo que nunca hubiera supuesto; sabíamos, porque nos lo habíamos demostrado de sobra, que nos queríamos con locura y no nos separaríamos nunca, Carlos era mío tanto como yo era de él, así era y así tenía que seguir siendo.
Pero, a punto de terminar la carrera y volver definitivamente al pueblo, pensábamos que íbamos a tener que dar la cara definitivamente y no sabíamos cómo, nos estaba produciendo una ansiedad que nos amenazaba con no superar el curso. Gracias a Dios, la cosa no llegó a tanto, Carlos fue muy responsable, más que yo que vivía atacada y consiguió que aprobáramos y nos licenciáramos.
Recogiendo nuestras cosas por última vez, tenía una congoja impresionante, lloraba viendo el que había sido nuestro cuarto durante cinco años, nuestra casa, nuestro auténtico nido de amor… Hasta Carlos permanecía callado y con los ojos acuosos, no sabíamos qué nos iba a deparar el futuro, sobre todo, cómo íbamos a afrontarlo. Tendríamos que decirlo por fin, costara lo que costara, no sabíamos cómo podrían reaccionar nuestros padres pero pensábamos que tenían que aceptarlo. O no.
Si no lo asumían, preferíamos irnos del pueblo, buscarnos la vida en otro sitio… Ya veríamos.
Es increíble la cantidad de cosas que se llegan a acumular a lo largo de los años. Hemos tenido que hacer dos viajes sólo para traernos todo lo que teníamos en nuestra casa, ha sido como una auténtica mudanza. Ahora, todo recogido y enviado de vuelta, vamos en el tren camino al pueblo. Veo a Carlos muy serio y apenas habla, yo llevo un nudo en la garganta y aún me come la indecisión ¿Podremos hacerlo?
¿Qué dirán nuestros padres al saber que sus hijos se han enamorado? ¿Cómo van a admitir que amo a mi hermano y él me ama a mí? ¿Podrán soportar que nos acostemos juntos?
No creo que todo el mundo sea como Fernando y Olga, que siempre nos han apoyado. Es demasiado fuerte y quizás lo mejor sea seguir callados… Aunque estudiamos economía agraria para ayudar los dos en la finca de nuestro padre, me doy cuenta de que no va a poder ser.
Aparte de nuestros padres, está el resto de la gente del pueblo, en eso no había pensado. Creo que tendremos que buscar trabajo en otro sitio, en el mismo Madrid por ejemplo, y vivir juntos, amándonos como nos amamos, ocultando que somos hermanos a los ojos de los demás.