Desde el portal, viendo la vida pasar

— ¡Oh Teo, creo que esto no ha sido una buena idea! Me has puesto muy cachonda —dijo sin abrir los ojos...

Capítulo 1

Hubo un tiempo en el que las preocupaciones eran pocas, las tardes largas y el tiempo corría más despacio. Un tiempo en el que nos podíamos permitir no hacer nada, simplemente dejarlo pasar, esperando algún acontecimiento que mereciese la pena nuestra atención. Un tiempo en el que el placer era un inmenso mar sin explorar, en el que nos adentrábamos tímidamente en cálidos momentos de intimidad.

Teófilo, que así se llamaba nuestro protagonista, y no es que sus padres no lo quisieran, es que su abuelo materno se llamaba así, al igual que su padre y por aquello de guardar las tradiciones, así fue como le pusieron al hijo. Aunque por suerte finalmente le llamaban Teo, que sonaba mejor, más familiar y más guay para los amigos.

Teo gustaba de sentarse en el portal de su bloque con su amigo más íntimo, Nicanor, nombre también peculiar, que finalmente se contrajo en Nica para los amigos.

Pues bien, Teo y Nica, pasaban las mañanas y las tardes de aquel caluroso verano en el portal, viendo la vida pasar. Vestidos con camisetas gastadas y bermudas igualmente desteñidas, con zapatillas de lona sin calcetines, veían a los caminantes deambular por la transitada callejuela del centro de una típica ciudad de los años ochenta, pues nuestra historia, forma parte de un pasado mejor, donde todo era más sencillo, menos acelerado, donde aún pervivía el añejo encanto de un país más inocente, tanto por sus gentes como por sus vidas en general.

A su edad, ambos disfrutaban del sexo en solitario, explorando el secreto e inhóspito, hasta a veces prohibido en su sociedad puritana, terreno del placer. Ambos gustaban de acariciar sus apéndices, los trataban con mimo mientras sus calenturientas imaginaciones los llevaban al campo de lo teórico aún, de lo incógnito, de las relaciones humanas con hembras, a ser posible mayores, más experimentadas, que les enseñaren el arte del sexo.

Con tanta afición lo hacían, que no había día que la cuenta bajase de cinco o seis: una por la mañana, en la duermevela, otra cuando ya se iban a levantar, luego salida a ver al amigo, almuerzo y sobremesa íntima, siesta con otra se estrenaba la tarde, para luego volver a salir en busca del amigo. Y una más por la noche, por aquello de que hacía calor y no se podía dormir. Y un nuevo ciclo empezaba por la mañana. Incluso había días de locura, donde el vicio se confundía con la obsesión, obsesión de placer y sexo desmedidas.

Bendita juventud, donde todo era más fácil y la más leve brisa, que movía una falda a media pierna inspiraban deseos e historias de coitos fugaces y lascivos, desatando la más febril imaginación y repitiendo una y otra vez las fantasías, tan ansiadas como anheladas, terminando en una pequeña implosión de estremecimiento personal y onanístico al revivir ese preciso momento.

Todo comenzó aquella mañana en la que vieron llegar. Cargada con bolsas con un lento caminar, iluminada por los rallos del Sol a su espalda, su rubia melena encendida como el oro centelleante, con sus caderas contoneándose a cada paso y su vestido trasluciéndose a causa de la contraluz, dibujando una sensual silueta, con caderas anchas y piernas fuertes.

Ya más cerca Teo la reconoció, era Florinda, su vecina, más concretamente su embarazadísima vecina, luciendo su enorme tripa, algo que no despertaba su emoción, pero aquellos grandes pechos, eso eran palabras mayores. Sin duda el niño o niña no tendría falta de alimento al nacer.

Tan alelados quedaron, contemplando aquella figura femenina, que no repararon en que la mujer esperaba que la dejaran pasar. De forma que cuando se dieron cuenta, Teo se levantó y pidió disculpas su vecina.

— ¡Oh Florinda perdone! Ya me aparto —dijo el joven levantándose como movido por un secreto resorte que lo hizo erguirse con gracia y rapidez.

— ¡Gracias Teo! —dijo su vecina mostrándole una encantadora sonrisa.

— ¿Quiere que la ayude con las bolsas? —dijo Teo servicialmente.

Teo, ante su imponente presencia, olió su perfume y se deleitó con la delicadeza del mismo, ¡estaba para comérsela!

— ¡Gracias, por el ofrecimiento! Ya me duelen los brazos —dijo su vecina y le entregó las dos pesadas bolsas al joven.

— ¡Vale, se las subiré! —dijo Teo, sintiéndose enormemente feliz, pues así tendría oportunidad de acompañarla.

— A cambio os invitaré a tomar algo fresco, ¿os apetece? —dijo Florinda pasando delante de ellos.

— ¡Oh, ya es tarde! Me tengo que ir —dijo Nica de repente.

— Vale tío, nos vemos esta tarde, ¿no?

— ¡Claro colega! —dijo Nica disparándole con un improvisado revolver formado con sus dedos y su mano.

De modo que Teo quedó con ambas bolsas y su amigo se marchó. Así subieron, las escaleras, primero la dama y luego el muchacho. La casualidad puso delante de sus ojos su hermoso culo y sus anchas caderas, moviéndose graciosos por aquellas escaleras, cubiertos por su vestido como de gasa color beige. Cuyos suntuosos movimientos lo hipnotizaban a cada paso.

No había ascensor en aquel bloque y eran muchos los peldaños hasta coronar la cuarta planta, así que la contemplación de sus caderas se convirtió en un deleite sin par, que poco duró para lo que él hubiese querido. Tiempo habría de recordar cada detalle y aumentarlo mil veces si hacía falta pensando en toda clase de guarrerías con su vecina que, aunque embarazada, ¡la tía estaba realmente buena!

Por fin llegaron a su puerta, ella con la respiración acelerada dado su avanzado estado de gestación, y él también, dado por su avanzado estado de excitación.

Introdujo la llave en la cerradura con soltura, y dando dos giros de muñeca a la izquierda, la abrió, invitándolo a pasar tras ella. Teo la siguió hasta la cocina y allí le dejó las bolsas en sobre la encimera.

—    Pasa al salón mientras guardo la compra, ¿vale? —dijo su vecina invitándole a pasar.

Tímidamente Teo se adentró en la penumbra del pasillo, ya que, para evitar el calor, las persianas se mantenían bajadas y sólo se subían por la tarde, cuando se levantaba el viento fresco de poniente.

Mientras tanto, Florinda tenía una urgencia que atender, la de su castigada vejiga. De modo que entró al baño que había entre antes de llegar al salón e hizo un ansiado pis.

Tal vez por costumbre de vivir sola, no cerró la puerta y el estruendo provocado por su potente chorro al caer, llegó hasta los oídos de Teo, desatando su febril imaginación, que visualizó su vagina desnuda, soltando su carga sobre el agua del inodoro. E intentó imaginarse cómo sería esta, lo que le provocó una erección al instante, por lo que deseó no tener que levantarse ahora, pues su anfitriona se percataría de tamaña osadía.

Entonces Teo la vio pasar, camino del dormitorio y ésta se limitó a sonreírle, ajena a sus calenturientos pensamientos.

—    ¡Voy a ponerme algo más fresco! —dijo sin detenerse.

En el dormitorio marital cambió su vestido por un camisón casero de tela manida, pero sin duda más fresca para estar en casa.

Finalmente volvió al salón y sonriendo al poco relajado muchacho caminó hasta la cocina y le sirvió y se sirvió ella misma un refresco de cola ‘on the rock’.

Finalmente tomó asiento en el tresillo donde Teo se había sentado en la parte más próxima al balcón junto al salón. Ubicado frente a una coqueta mesita de madera con cristal en el centro, que dejaba ver un mar de figurillas bajo él.

—    ¡Qué calor verdad! —dijo ella mientras se sentaba y dejaba la bandeja en la mesilla.

—    ¡Oh si, hace ya mucho calor! —dijo Teo sintiéndose estúpido nada más terminar aquella absurda frase según él.

Teo tomó el vaso y dio un largo trago dejándolo medio. Por su parte Florinda tomó unos cuantos sorbos cortos y le hizo gracia el largo trago que Teo dio.

— Tenías sed, ¿eh? —dijo su vecina sonriéndole.

— ¡Oh bueno si! —le devolvió la sonrisa.

Tomando un abanico estratégicamente colocado entre los cojines del tresillo, para tenerlo a mano, comenzó a abanicarse con fuerza.

— ¡No aguanto este calor en mi estado! —exclamó.

Entonces Teo vio como aleteaba parte de camisón y sintió que su entrepierna palpitaba allí abajo. E inmediatamente cruzó las piernas para evitar que su interlocutora notase su incipiente erección.

¿Te ha gustado mi culo subiendo las escaleras? —se imaginó que le preguntaba Teo en ese momento, aunque todo fue fruto de su imaginación. Pero tal cosa no ocurrió más allá de su mente calenturienta. ¡Qué más le hubiese gustado!

— Y tu madre, ¿cómo está? —dijo Florinda.

— ¡Oh bien, bien! En el trabajo, siempre vuelve a eso de las cuatro, pues tarda en cruzar la ciudad en el autobús.

— ¿Quieres quedarte a comer? —le interpeló.

— ¡Oh no, gracias! —dijo Teo acelerado—. ¡La esperaré! —lo último que deseaba es prolongar aquella tensa situación con su vecina y él empalmado allí abajo.

— ¡Bueno como quieras! Prometo no morderte —dijo Florinda cogiéndose graciosamente la inmensa barriga, demostrando una fina ironía.

Aunque Teo no entendió el mensaje, sumergido en un mar de inseguridades en ese momento.

— ¡Gracias por subirme las bolsas!

— ¡No ha de qué! —dijo Teo con una sonrisa nerviosa.

Un silencio algo incómodo se hizo entre ambos, mientras ella lo observaba y él le rehuía la mirada.

— ¿Pareces un poco nervioso, Teo? ¿Te incomodo?

— ¡Oh no! —dijo Teo mientras que en realidad lo que pensaba era un: ¡Oh si!

— No pasa nada, soy tu vecina Flori, Te conozco desde que llegaste de pequeño al bloque.

— ¡Si, claro! Flori rio de nuevo de forma que a él le pareció estúpida.

— ¿Te puedo preguntar si tienes novia? —dijo Florinda divertida con el nerviosismo de su vecino.

— ¿Novia, yo? ¡No! —exclamó Teo como si fuese un chiste.

— Bueno, aún eres joven —sonrió Florinda.

— Y, ¿cuándo va a tenerlo? —le preguntó Teo intentando salir de la incómoda pregunta, con otra incómoda pregunta para ella.

— ¡Ah, pues aún me quedan unas 8 semanas espero, ¡ojalá fuese mañana! —exclamó divertida acariciándose la barriga—. Pero no, aún tengo que esperar.

— ¿Y es niño o niña?

— Niño, sonrió ella feliz. ¡Oh, me ha dado una patada! —exclamó tocándose un costado. Ven, ¿quieres poner la mano?

Ni corta ni perezosa Flori, tomó su mano y la colocó sobre su abultada barriga.

Teo sintió escalofríos al tocar su curvado abdomen aunque no sintió nada moverse bajo su mano.

— ¿No lo notas?

— Pues no, no noto nada —dijo tímidamente.

— ¡Si, mira por aquí! —exclamó ella moviéndola más abajo, cerca de sus ingles.

Ahora Teo si sintió algo vagamente, aunque lo cierto era que estaba más pendiente de la posición en que se encontraba su mano que de si el niño daba pataditas o no.

— Parece que le gustas

Florinda dejando ya su mano libre, lo que permitió a Teo retirarla rápidamente por la vergüenza que le provocaba la situación.

— ¿Y el padre, no lo veo últimamente? —dijo Teo.

— No, ahora hace viajes más largos, sube a Francia, Bélgica y pasa muchos días fuera últimamente. Cualquier día me pongo de parto y él está a mil kilómetros —sonrió ella.

— ¡Ah! —asintió Teo —sin nada más que añadir.

De nuevo otro silencio, mientras el refresco ya se había terminado en su vaso.

— ¿Quieres más, sírvete tú mismo, la nevera está en la botella? ¡Vamos, no tengas miedo! —dijo para animarlo.

Teo se levantó despacio, preocupado por si ella notaría su erección, y disimuladamente metió su mano en el bolsillo, un truco que ya le había salvado de alguna incómoda situación en el pasado.

Allí se sirvió un nuevo vaso y volvió al salón y tomó asiento en el otro extremo del sofa.

— ¿Los pies me están matando? ¿Te importa que me tumbe y coloque los pies sobre tus piernas?

El joven no supo qué decir y ante todo no iba a decir que no. Así que se dejó hacer y su vecina terminó con sus tobillos apoyados sobre los muslos de él.

El joven no sabía bien qué hacer y se le veía nervioso, Flori lo notaba y trataba de que se relajase.

— Con el embarazo tengo la circulación muy mal. ¿Me darías un masaje en las pantorrilas? — dijo Flori para más inri.

— ¡No sé si sabré! —dijo Teo nevioso.

— ¡Claro que sí, tú sólo pon tus manos sobre los tobillos y muévelas hasta la rodilla, eso ayuda a circular la sangre! ¡Adelante no seas tímido! —dijo a modo de arenga.

Así que mientras posaba sus manos en aquellas piernas blancas y suaves, rezaba para que ella no se diese cuenta de su erección. Pues acariciar aquellas piernas implicaba un subidón sin igual para el joven e inexperto muchacho.

Con las manos casi temblando, comenzó sus caricias, primero por arriba y luego por abajo, por las pantorrillas, mientras Florinda mantenía los tobillos sobre sus muslos.

— ¡Qué bien, que gustito!

— ¿Lo hago bien? — dijo Teo nervioso

— ¡Muy bien, ya te dije que era fácil! ¿No te interesaría un trabajo de masajista particular?

Florinda rio, mientras que a Teo únicamente le salió una mueca en al comisura de sus labios.

Siguió con el masaje, mientras ésta se relajaba cada vez más. Abriendo sus muslos inadvertidamente para ella, pero no para el chaval que la masajeaba y que secretamente miraba entre sus columnas de carne, esperando ver entre ellas unas braguitas blancas al final.

Y lo mejor de todo es que, ¡las vio! Y tan pasmado quedó que su vecina advirtió su descuido y cerró el espectáculo visual para el joven.

— ¡Uy, creo que me descuidé! —sonrió sin darle mayor importancia.

El chico se sonrojó y apartó la vista mientras su erección instantánea fue patente para él, aunque no es que ella lo advirtiera en el momento.

— Perdona, pero es que tu masaje me está gustando mucho y me he descuidado un momento. ¡No quería incomodarte!

— ¡Oh, no pasa nada! —dijo nervioso Teo con risita nerviosa incluida.

De repente Florinda fue consciente de la erección del muchacho y lejos de escandalizarse, esto la divirtió y decidió picarlo un poquito más.

— ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Flori.

Teo asintió con la cabeza mientras continuaba con el masaje, ahora por iniciativa propia.

— Si no quieres no la contestes, ¿vale? —añadió Flori dándole más intriga con su retardo.

Teo asintió de nuevo.

— ¿Tú te masturbas ya no? —dijo Flori a bocajarro al joven.

— ¿Masturbarme?

Teo carraspeó intentando mantener la calma.

— ¡Perdona, no tenía que haberte preguntado eso! —dijo Flori antes de que el chico rectificara—. ¿Qué edad tienes ya?

— ¡Ah pues! Dieciocho —dijo un Teo que para nada aparentaba tal edad.

— ¿Entonces ya pensarás en chicas, no?

— Bueno si, a veces —dijo Teo sin ser más específico.

— ¿Y no hay ninguna que te guste especialmente?

— Pues bueno, alguna hay —volvió a responder Teo sin ser muy específico.

— Y no piensas en ellas cuando estás solo en la cama, ya me entiendes —le insinuó Flori.

Teo dudó, pero finalmente decidió entrar en la pícara conversación.

— Si, soy un chico mayor y pienso en esas cosas, ¿sabe?

— ¡Oh claro Teo, es muy normal! Las mujeres también lo hacemos y yo también lo hago, ¿sabes?

El joven no sabía muy bien donde llevaría aquella íntima conversación y se mostraba cauteloso.

— ¿Antes me has visto las bragas, verdad?

— Si —dijo Teo tras pensarlo unos segundos y darle cierta emoción a su respuesta sin sospecharlo.

— ¿Te masturbarás pensando en mi hoy? Recordando tal vez mis bragas, ¿eh?

— Es que, ¡me da vergüenza! —sonrió Teo.

Flori le sonrió, en el fondo le gustaba la inocencia que demostraba aquel jovencito con ella. Y disfrutaba de la conversación.

— ¿Sabes una cosa? Es un secreto, ¿vale? Yo también lo hago y hoy pensaré en ti mirándome las bragas —le confesó de repente.

Teo no supo qué decir ante tal confesión así que no dijo nada.

— ¡Me has puesto cachonda con el masaje y con el descuido! No debería decírtelo pero me caes bien, te ves tan inocente —dijo Florinda poniéndose de pie.

— ¿En serio? —preguntó Teo muy sorprendido por la íntima confesión de su vecina.

— ¡Si! —dijo en un susurro, como si las paredes estuviesen oyendo—. Pero creo que es mejor que no sigamos esta conversación, soy una mujer casada y tengo una reputación, de modo que te tengo que pedir amablemente que te marches.

Entonces Florinda retiró sus piernas del sofá y puso los pies en el suelo y levantándose terminó la conversación.

Teo se levantó también y en lo último que pensó fue en su patente erección, aunque Florinda sí que reparó en ella.

— ¡Oh Teo! Veo que también te gusto —exclamó Florinda viendo su erección.

— ¡Yo, no he podido! ¡No he podido evitarlo! —balbuceó Teo que pensaba que Flori se sentiría ofendida por el hecho.

— ¡No pasa nada Teo! Era de esperar, ha sido culpa mía por provocarte.

— Entonces, ¿no te has enfadado?

— ¡No que va Teo, todo lo contrario, me ha encantado conversar contigo! Sólo te pido que te marches, porque si te quedas, puede que hagamos algo de lo que luego nos arrepentiremos—dijo Flori mirándole su erección con descaro mientras discretamente se mordía la uña del dedo índice.

El pasó delante y ella lo acompañó detrás por el pasillo hasta la puerta. Entonces, cuando este fue a abrir, ella se abrazó por detrás y mientras con un brazo rodeaba su pecho, con el otro le metía la mano en el elástico de las bermudas y deslizándola con rapidez le cogía su vástago erecto, sintiéndolo palpitar en su mano.

— ¡No te muevas! — le ordenó con un susurro en la oreja.

La meneó con fuerza y empujó al chico desde atrás, hasta que éste se apoyó en la puerta cerrada.

Cuando él quedó a su merced, ella tiró de sus bermudas y sus calzoncillos y volvió a empuñar de nuevo su verga erecta desde atrás. Masturbándole con rapidez a su espalda, pegándole su barriga, mientras le abrazaba con la otra mano y le acariciaba su pecho barbilampiño y luego sus glúteos desnudos, Jadeándole desde atrás, muy sensualmente, con su boca muy cerca de su oreja. En un frenesí delicioso, que no duraría más allá de treinta o cuarenta segundos.

Unos segundos inenarrables para Teo. Confundido y aturdido por la violenta pero placentera explosión del deseo de su vecina que, cuán mantis religiosa, abrazó al macho y lo estrujó hasta sacar de él la última gota de su semen.

El chico explotó y su leche regó la puerta cerrada, cada andanada salió con gran potencia de su punta y fue a impactar en ella y luego comenzó a caer chorreando al suelo.

Mientras aún estaba en el éxtasis del orgasmo, Florinda lo giró y lo besó metiéndole la lengua en la boca, al tiempo que ella se tocaba bajo las bragas y un emocionado Teo era testigo de su calentura. Pero en un impulso, abrió la puerta y lo empujó fuera.

— ¡Vete, esto no ha estado bien!

Y con esta críptica frase, cerró la puerta tras ella y dejó allí a Teo con las bermudas y los calzoncillos aún bajados.

Capítulo 2

Un aturdido Teo mareaba la comida con la cuchara cuando su madre reparó en su actitud distraída.

— ¿Te pasa algo cariño?

Preguntó su madre preocupada por su actitud y su silencio.

— ¿Qué? —dijo Teo sorprendido por su pregunta. ¡No nada! —añadió tratando de tranquilizarla y que no siguiese indagando.

— Claro, por eso lo pagas mareando a ese pobre guisante en el plato, ¿verdad? —dijo su madre riéndose.

Y es que no hay nada que se le escape a una madre atenta.

“¡Verás mamá es que me han metido mano y ha sido delicioso!” —pensó en su imaginación, pero como siempre, este locuaz pensamiento permaneció acallado en su mente.

— Sólo estoy cansado —dijo en un segundo intento por parar el incómodo interrogatorio.

— Bueno, no preguntaré más —dijo su madre—. ¿Esta tarde saldrás por ahí no?

— Si, luego saldré con Nica, ¿por qué?

— No, por nada, vendrán una amiga a tomar café —dijo ella distraída comenzando a quitar la mesa.

Teo asintió y se fue a su cuarto a echar la siesta.

Él sabía que cuando su madre preguntaba era porque quería estar a solas con sus amigas, que de tarde en tarde la visitaban. A veces una, a veces dos, él sabía que no deseaba ser molestada y que quería intimidad. Demasiado bien lo sabía, era su secreto familiar y tenían un pacto no escrito, él callaba y a cambio ella tampoco el preguntaba a dónde iba o de dónde venía.

En la siesta tuvo sueños húmedos, sueños que lo envolvieron en las sábanas y sudoroso se entregó al placer y rememoró una segunda vez la escena de la masturbación, cada instante, cada segundo, cada cálido detalle, su aliento en la oreja, el olor de su boca al besar, sus manos en su glande, su leche salpicando la puerta y resbalando por ésta. ¡Qué delicioso recuerdo!

Una ristra de preguntas asaltaba su mente, una tras otra: ¿Por qué? ¿Por qué con él? Y luego, ¿por qué lo echó? ¿Por qué no quiso más? ¿Por qué no follaron? Tantas preguntas y ni una sola respuesta, pero: ¡Qué delicioso recuerdo!

Por la tarde al frescor del parque, a ver a las niñas y las no tan niñas, con sus faldas cortas, sus piernas al aire y alguna que otra insinuación. Tonteando con algunas y comiéndose la cabeza con que si le hacían caso o se reían de ellos.

Pero aquella tarde era distinta, Nica notaba que su amigo estaba ausente. Y cuando le interpeló por su ausencia, éste solo asintió que estaba cansado, sí, cansado de comerse la cabeza con tantas preguntas y tan pocas respuestas. Y como eran amigos, respetó su intimidad y no insistió más, tal vez esperando que con el tiempo se sincerase, al igual que su madre, pues sólo un buen amigo, sabe cuando el otro está preocupado por algo.

Pasó la panadera comiendo pipas, con una amiga rubia y esbelta que era como su antítesis. Ella oronda y con curvas generosas y la amiga delgada sin pechos ni nada. Se pararon a hablar un rato mientras escupían las cáscaras, insolentes como siempre y ellos intentando pasar de ellas como de la mierda, jugando al eterno juego sexual, como el gato y el ratón.

— ¡Qué pasa chicos! ¿Ya os habéis matado a pajas hoy? —dijo y soltó una carcajada la poco respetuosa panadera.

— ¿De qué vas niña? ¿Quieres que te meta mi nabo en tu bollo caliente? —preguntó Nica.

— ¡Mi bollo es mucho bollo para tan poco relleno, niño!  —le espetó ella soltando otra risotada altisonante.

— ¡Tu bollo no aguantaría mis embestidas panadera! —saltó Teo saliendo de su silencio.

— Qué pasa, ¿te duele ya la mano de darle a la manivela? —dijo la panadera, que tenía para todos.

— Lo bueno es que con ella nunca discuto y siempre está a mis órdenes —rio Teo y chocó las palmas con Nica en señal de complicidad.

— Anda niña que en tu bollo nunca ha entrado un relleno, salvo los Bollycaos que te metes entre teta y teta —le espetó Nica despertando las carcajadas, no sólo de su amigo, sino de la amiga muda que llevaba la panadera de comparsa.

— ¡Pues tú no lo probarás niñato! —dijo la panadera mostrando una mirada asesina que provocó que su amiga cortara la risita al momento.

— Bueno Nica, tal vez el bollo de Lea sea más más dulce y complaciente que el de la panadera, ¿qué me dices Leandra? ¡Dame un besito! —dijo Teo para sorpresa de Nica.

— ¡Qué tontos sois! —dijo Leandra.

— ¡Mírala, pero si también habla, ya pensábamos que eras la muñeca de aquí “doña me los follo a todos” —espetó Nica saliendo al quite y ambos chocaron las palmas de nuevo!

— Venga vámonos Lea, que estos dos ya tienen para un calentón esta tarde y matarse a pajas esta noche pensando es nuestros cuerpecitos mientras nos alejamos, ¡pringaos!

— ¡Venga Sensi! No te enfades mujer, te vienes el sábado al cine —le dijo Teo intentando apaciguarla.

Sensi era el diminutivo de Ascensión, casto nombre que no hacía justicia a la fama de Sensi, bien conocida en su instituto por su descaro. Y decían las malas lenguas que era un putón verbenero y que se tiraba a muchos chicos, ¡incluso que lo había hecho con hombres mayores!

— ¡Ni de coña! —le espetó ella con desdén.

— Bueno, entonces tal vez Leandra se venga conmigo, ¿vale Lea? —dijo Teo guiñándole un ojo.

— ¡Me lo pensaré! —le sonrió Lea mientras miraba a su amiga esperando una señal de aprobación que ya sabía que no llegaría.

Ambos se relajaron de nuevo en el banco mientras las chicas se alejaban.

— ¡Qué buen rato! ¿No? —dijo Teo.

— Si, Sensi está de vicio, un poco rellenita, pero, ¡esas testas descomunales no hay quien se canse de chuparlas! —gritó Nica.

— ¡Si, te entiendo perfectamente! —se jactó Teo—. Yo creo que le gusto a Lea, ¿has visto como me ha sonreído? —afirmó.

— Pero esa está, ¡chapá! —dijo Nica en relación a su poco busto—. Yo prefiero las enormes tetas de Sensi, ¿tú crees que será cierto que ha follado?

— No sé, muchos fardan de lo que no tienen, aunque con el descaro que tiene no me extrañaría que lo hubiese hecho también con hombres mayores.

— Pues yo le comía las tetas y luego se la ponía entre ambas para que me hiciera una cubana —dijo Nicanor en un esfuerzo de imaginación libidinosa.

— ¡Eso estaría bien! —dijo Teo y ambos rieron de nuevo.

Entonces quedaron en silencio, como si el rollo se les hubiese acabado aquella tarde.

— ¿Oye, y qué tal fue esta mañana con la embarazada? —le preguntó Nica de repente.

— ¡Tío si te lo contase no te lo creerías!

— ¡Que no, cuenta so mamón! ¡No te lo guardes para ti! —dijo Nica dándole con el codo en las costillas.

Entonces Teo le contó todo, sin escatimar en detalles, sabiendo muy a su pesar que el amigo no le iba a creer ni una palabra.

— ¡Tú te lo estás inventado todo! Seguramente que te invitó a una mirinda y te mandó pa casa, ¡vamos confiesa!

— Que no tío, ¡te lo juro! —dijo solemnemente Teo.

— Pero si está embarazada, las embarazadas no follan, eso lo sabe todo el mundo —dijo Nica con certeza absoluta en sus palabras.

— Justo por eso sólo me la ha casacado y no ha querido que siguiera en su casa. ¡Va tío, sabía que no me creerías!

— ¿Es que piensas que soy tonto verdad? Admito que de pasarte algo así serías el tío con más suerte del barrio, a esa le comía yo hasta el culo, ¡embarazada y todo! —dijo Nica con descaro y ambos rieron.

Y sin dar mayor importancia al incidente, pasaron a otro tema, pues una mamá con su carrito pasó delante de ellos y les calentó haciendo que sus imaginaciones volaran sobre la gran raja que la mamá debía tener bajo su falda.

Capítulo 3

A la mañana siguiente ambos estaban en el portal cuando Flori salió a la compra como cada día. Esta los saludó afablemente pero no dijo nada especial que hiciera pensar a Nica que el día anterior pasó lo que Teo afirmaba que pasó.

— ¡Vaya, qué manera tan efusiva de saludar a su amante! ¿No crees? —le dijo Nica nada más alejarse su vecina—. Yo casi he visto su lengua entrando en tu garganta, ¿se nota que la tienes en el bote?

Y así estuvo toda la mañana mofándose de su amigo y sus locas historias con embarazadas tan buenas como Flori.

De tal modo que para cuando la susodicha volvía del mercado allí seguían ambos, observando a unas y a otras, sobre todo, pues en eso eran unos expertos. En seguida Teo se levantó y le ofreció subirle las bolsas, pero Florinda se las retiró y el corte fue tajante.

— No te molestes, ¡ya las subo yo! —dijo Flori y le se las retiró de la mano literalmente.

Esto le hundió en la miseria y tan hecho polvo quedó que ni se inmutó cuando su amigo cargó con todo su arsenal de sátiras y ridiculizaciones tras su increíble historia.

— ¿Qué esa casi te folla ayer? Pues debes tenerla minúscula, porque no quedó muy complacida —decía mientras reía a carcajadas.

— Tío cuando te pones en plan gilipollas no hay quien te aguante, pues nada, ¡ahí te quedas! —dijo Teo visiblemente molesto y se metió para dentro.

Mientras subía la escalera, escalón tras escalón, sólo pensaba en su decepción al ver a Florinda y cómo esta había pasado de él literalmente.

Ascendió hasta el cuarto piso, justo en frente de la puerta de ella, donde él vivía, miró a su puerta y nada, así que se giró y sacó sus llaves del bolsillo, la introdujo en la cerradura y quitó una vuelta a la cerradura.

En ese momento la puerta de Florinda se abrió y esta asomó la cabeza y siseando lo llamó haciéndole señas.

Teo se acercó temerosamente y cuando estuvo muy cerca ella le susurró.ç

— Pasa y hablemos.

— ¡No tenemos nada de qué hablar! —dijo Teo molesto.

— Vamos Teo, quiero disculparme por lo del portal —dijo ella mientras extendía la mano y le invitaba a cogerla para meterlo dentro de casa.

El muchacho dudó, la mano tendida, el objeto de su deseo tentándole y aunque se resistió quedándose inmóvil, ella dio un paso y saliendo de su puerta tomó su mano y lo metió dentro.

— ¿Se lo has contado a tu amigo? —le susurró tras la puerta.

Teo negó con la cabeza pero su mirada decía que metía.

— Bueno no importa, después de lo que ha visto no te habrá creído, ven vamos al salón.

Flori lo sentó en el sofá y le ofreció tomar una bebida, aunque Teo estaba tan apesadumbrado que apenas asintió con la cabeza.

Apenas tardó unos segundos en aparecer de nuevo con los refrescos y sentarse junto a él en el sofá.

— Sé que te he tratado muy mal delante de tu amigo, pero así quería evitar que él creyese lo imagino que le has contado, ¿es así, vamos dime la verdad?

Las palabras de ella pesaron como una losa sobre su conciencia, pues había sido como ella había dicho. Así que desarmado confesó.

— Se lo conté, es mi mejor amigo, pero no me creyó, ahora después de lo que ha visto menos aún. Puedes estar tranquila.

— ¡Así es mejor! No seas tonto, él lo contaría a las primeras de cambio, te traicionaría y yo quedaría como un putón en el barrio. ¿Lo entiendes?

Teo era joven y sus pensamientos nobles, así que él no podía concebir que aquello que ella aseguraba ocurriese, pero sabía que estaba en lo cierto, no en vano su madre también era objeto de las habladurías y él lo sabía.

— ¡Está bien, probablemente tengas razón! No pretendía hacerte daño —confesó finalmente con la mirada fija en los cientos de motitas negras del suelo de terrazo del piso.

— Claro que sí querido, no te sientas mal por ello. Después de todo estás aquí de nuevo conmigo, ¿no?

Flori le sonrió con sus dientes blancos y perfectos y cerca de él como estaba se acercó y le besó en la mejilla.

Esto le reconfortó, aunque Teo ya tenía una buena erección en su entre pierna, pues el sólo roce de su mano tomando las suyas mientras hablaban, le producía un inmenso deseo de echársele encima.

— Ahora quiero que hablemos de lo de ayer, confieso que fui débil y pequé. No debí hacer lo que hice, lo sé, pues te he creado unas expectativas que no podemos cumplir, ¿lo entiendes?

Teo no contestó, aquellas palabras contradecían sus más secretos pensamientos en aquel momento.

— No te pongas triste Teo, tú eres muy noble y seguro que esto te haría mucho daño, ahora no lo entiendes, pero con el tiempo lo harás, yo sé de la vida y creo que es lo mejor para ti.

De nuevo sus palabras pesaron como una losa en su conciencia, eran como bofetadas a sus esperanzas oscuras y libidinosas con ella. Allí, cogidos de la mano en aquel sofá, en silencio, en intimidad, sólo podía desear una cosa y justo esa esperanza es la que Florinda trataba de quitar de su cabeza.

— Bueno, entonces para qué me has traído a tu casa, ¿sólo para cortar conmigo? —dijo el joven mostrando su enfado.

— No digas eso, entre nosotros no ha habido nada, Ahora entiendo mi error, te puse la zanahoria delante de la nariz y ahora te la estoy quitando, pero compréndelo, ¿lo nuestro sería una relación furtiva y prohibida? Además, ¿cómo podría fiarme de ti sabiendo que no has tardado ni veinticuatro horas en contarlo a tu amigo?

Aquello sonó como una bofetada, pero era la pura verdad y Teo se resintió del golpe.

— Ya te he dicho que lo siento, ¿vale? No quería hacerte daño —dijo Teo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

— Vamos Teo, me parte el corazón verte triste. Eres joven e impetuoso, sé que me deseas y yo te confieso que también te deseo a ti, ¡créeme! Pero debemos ser fuertes, pues esto nos haría daño a los dos.

Pero él no comprendía nada. Había ascendido al cielo para caer de repente al infierno.

— No quiero hacerte daño, de verdad Teo. Mira si quieres me tumbaré aquí en el sofá, y te dejaré majearme las piernas como ayer, ¿vale?

Teo no respondió, aunque Flori se tumbó y, como ya hiciera ayer, puso sus tobillos desnudos en sus muslos.

— Vamos, dame un masaje como ayer. Yo cerraré los ojos y si quieres puedes mirarme mientras lo haces, ¿vale?

Y mientras ella mantenía los ojos cerrados, Teo comenzó a acariciar sus piernas, primero por las espinillas, luego por las pantorrillas y fue subiendo hasta sus rodillas. Más allá sus muslos y una frontera invisible, ¿qué pasaría si subía más?

Pero Flori abrió levemente sus muslos y entonces sus bragas blancas aparecieron a la vista del aturdido joven. Con sus piernas sobre los muslos y su verga erecta bajo su calzoncillo maldijo su suerte, pero menos era nada, así que siguió acarició su piel blanca, sin pasar de las rodillas y mirando sus bragas ansió tocarlas, pero se contuvo.

Entonces tubo una loca idea y aunque temió la puesta en práctica pensó en arriesgarse. Sacó su verga y tomó sus pies para rozar sus plantas con ella suavemente.

Trataba de excitarla, y Flori, con los ojos cerrados, fue testigo del suave contacto con la piel de su glande y le divirtió la loca idea que tuvo aquel joven y comenzó a juguetear con sus pies entorno a la verga desnuda del joven.

Pasados unos minutos, con el juego ya comenzado, Teo reunió el suficiente valor para superar la barrera de sus rodillas y acariciar sus muslos desnudos por su cara interior, muy cerca de sus ingles.

Florinda, que no era de piedra se estremeció. Movía sus pies y en torno a su verga y le masturbaba juntando sus plantas. Teo se dejó masturbar por sus pies y esta se permitió meter sus manos bajo las bragas y acariciarse aquello que prohibía al muchacho.

— ¡Oh Teo, creo que esto no ha sido una buena idea! Me has puesto muy cachonda —dijo sin abrir los ojos.

— ¿Si? ¿Y por qué no follamos? —le preguntó sin tapujos.

— ¡Calla, canalla! Seguro que eso te gustaría, ¿eh? Esa proposición a una embarazada como yo es muy indecente, anda mastúrbate y yo haré lo mismo, así al menos compartiremos paja…

Volvieron a las caricias íntimas y Teo volvió a tocar sus muslos, tan suaves y blancos, tan cálidos cuando se acercaba a sus ingles. Tomó sus pies y sin tocar su verga, se masturbó con ellos. Esto pareció gustar a Flori que también se masturbaba a los ojos del muchacho, pero ocultando su sexo detrás de sus bragas de algodón.

— ¡Qué gorda la tienes! —dijo Flori entre suspiros.

— Enséñame tu chocho, ¡vamos! —rogó Teo.

— ¡No, eso está prohibido! —dijo ella mientras su mano frotaba con frenesí sus gruesos labios vaginales, ocultos a los ojos de Teo e hinchados de lujuria.

Teo se impacientaba, pero no quería violentarla, así que seguía sus juegos. Y mientras sus pensamientos lascivos le martirizaban, sintió como sus piernas se ponían rígidas y Florinda se estremecía comenzando a temblar, todo su cuerpo temblaba, incluidas sus piernas rígidas. Era como si la electricidad atravesara su cuerpo, pero no, ¡aquello era un auténtico orgasmo! ¡Un orgasmo femenino en directo! Era la primera vez que Teo veía tal cosa y esto le emocionó profundamente.

— ¿Te has corrido? —preguntó atónito cuando esta pareció serenarse.

Flori asintió con la cabeza y sin abrir los ojos sonrió, mientras su mano aún frotaba suavemente su sexo bajo las bragas.

El joven quedó maravillado ante el espectáculo y casi se olvidó de sí mismo y de sus propios deseos.

— ¿Tú no te corres? —dijo Flori abriendo los ojos y fijándose en su verga erecta entre sus pies.

— ¡Házmelo tú! —le ordenó Teo.

— No, yo no, quiero ver cómo tú te masturbas y cómo te corres —dijo Flori siendo especialmente tajante en sus palabras.

Así que el intento estuvo bien, pero tuvo que desistir frente a la implacable Florinda. El joven se concentró, agarró su verga y mientras acariciaba sus muslos se masturbó, concentrándose en su objetivo.

— ¡Espera tienes algo para limpiarme, no quiero mancharte el tresillo! —dijo Teo.

— Ten mi pañuelo para limpiarte después, pero no te tapes con él, ¡quiero ver cómo te corres! —dijo ella sacándolo de uno de los bolsillos de su camisón.

— Pero te lo pondré perdido —le advirtió Teo.

— No me importa, quiero ver cómo te corres, y el pañuelo será mi trofeo —dijo Flori sin que Teo pudiese entender para qué lo quería ella.

De modo que el joven aceleró su ritmo masturbatorio y en apenas unos segundos su corrida sorprendió a la atónita observadora, que ya había bajado los pies y lo miraba desde cerca. Un chorro potente salió disparado al aire y luego otros más hasta mezclarse con los dedos de la mano que empuñaba el falo erecto. El espectáculo fue sublime para su observadora, aunque él hubiese preferido otras cosas, aquello era el premio de consolación y tampoco estuvo mal.

— ¡Fantástico! —gritó ella casi aplaudiendo.

— ¿Sí? Pues me he puesto perdido y no sé si he salpicado el sofá —admitió el sonrojado.

— No te preocupes, anda dame el pañuelo y yo misma te limpiaré —dijo Flori cambiando de opinión.

Con delicadeza limpió su vientre manchado de semen, luego sus ingles y testículos y terminó limpiando su glande sonrojado, sintiendo que el más mínimo roce incomodaba a Teo, así que puso especial cuidado en esta parte tan delicada.

Mientras tanto Teo jugueteaba con sus tetas, algo que no había hecho antes y disfrutó enormemente de sus grandes melones.

— ¡Oh Teo, esto no está bien! Definitivamente es muy inapropiado.

— ¿Pero por qué, tú me estás tocando lo más íntimo y yo sólo a ti los pechos? —replicó Teo con lógica aplastante.

Entonces Teo se atrevió a subir la mano por sus muslos y rozó ligeramente sus bragas bajo su sexo.

— ¡Oye no te pases! —exclamó ella apartado sus manos—. Tienes una polla tan bonita —admitió finalmente tras terminar de limpiarla.

— ¿En serio te gusta? Pues es toda tuya —dijo él sonriente.

— Lo sé, pero ésta será mi condena al infierno. Anda vístete y ve a casa, tu madre habrá llegado ya.

Teo se subió los calzoncillos y las bermudas y Flori esperó a que lo hiciera y lo acompañó hasta la puerta. Allí lo besó en las mejillas para despedirse y ante los ojitos de pena que puso Teo, finalmente posó sus labios en su boca y lo besó un par de veces.

— Anda márchate ya —le suplicó.

— ¿Cuándo volveremos a vernos? —dijo Teo con mirada triste.

— Cuando se me olvide esta guarrada que acabamos de cometer, anda márchate

Y cuando Teo cruzó la puerta Flori le hizo una insinuación.

— ¿Pensarás en mi cuando estés en tu cama esta noche?

—  No podría pensar en otra mujer —admitió Teo sonriente.

—  Yo también pensaré en ti esta noche, ¡nos encontraremos en nuestros sueños!

Y tras esto cerró la puerta suavemente para que no hiciera ningún ruido y no la oyeran los vecinos y Teo esperó hasta que ésta estuvo completamente cerrada, añorando volver a entrar, añorando el reencuentro desde ese momento.


Desde el portal, viendo la vida pasar sinopsis:

Teo y Nica son dos amigos del alma. Se conocen desde que eran pequeños e iban a párbulos, hace ya tanto tiempo que ni recuerdan, aunque aún son jóvenes, jóvenes que pasan las tardes y las mañanas en el portal de su bloque, sentados, viendo la vida pasar.

Así, un buen día se fijan en Flori, una vecina de Teo a la que éste ya conoce, pero ese día es especial, su andar decidido, con el Sol a su espalda, sus cabellos rubios resplandeciendo, movidos por la leve brisa mientras camina en dirección al portal, cargada de bolsas y embarazadísima...

Teo queda prendado de ella y aquí empieza su aventura....