Descubrimiento
Una amiga vuelve a aparecer en mi vida y es una mujer diferente ahora.
Después de muchos meses, la volví a ver. Estaba parada bajo el arco de la puerta número 48 sometida a la distorsión de las luces rojas del pasadizo. Nancy estaba allí, esperando, buscando entre la multitud a un nuevo cliente, sonriendo forzadamente, igual de hermosa que siempre. Al principio o supe qué hacer, no sabía si debía siquiera pasar por ahí, no por temor a que me reconocieses, sino a yo avergonzarla al reconocerla. Por un tiempo fue la secretaria personal de mi madre en la oficina que dirige en el Centro. Dos años estuvo ella ahí, atrás del escritorio de caoba, trabajando servil y eficientemente para la empresa. Siempre recatada, siempre tímida. Me gustó desde el comienzo, pero nunca me atreví a hacer nada, principalmente porque en esos días (mejor dicho, en esos años) me encontraba comprometido. Supongo que no era exactamente un impedimento, pero el hecho de ser ella una trabajadora de la empresa y, peor aún, dependienta directa de mi madre, ponía más trabas de las necesarias al asunto. Creo que yo también le gustaba, o al menos me daba esa impresión cada vez que estaba cerca de ella pues se ponía nerviosa, agachaba la cabeza, jugaba con su cabello o se reía tontamente. Era divertido. Y luego se paraba de su asiento y dejaba a vista de todo el mundo el espectáculo impresionante de su cuerpo. Cuerpo de guitarra, dice la canción. Senos pequeños, pero una cadera endemoniada capaz de llevarse a mil hombres directo al abismo de la locura y un trasero redondo y carnoso del que pronto se abastecieron mis sueños más demenciales. Bastaba solo verla para sucumbir al escándalo de su carne, de su figura tallada con un cincel sobre mármol oscuro. Era sensual y hermosa, pero a la vez inobtenible debido al desafortunado contexto en el que me encontraba. Así que desistí de realizar algo al respecto y preferí enfocarme en mi relación, una larga carrera que eventualmente desemboco en una nada infinita. Nancy también dejo el trabajo, según mi madre por motivos personales que no se atrevió a divulgar. Pensé que nunca más la volvería a ver, pero el mundo, aunque ancho y ajeno, se convierte a veces en una pequeña máquina de realizar milagros, y vaya que fue uno grande con el que me encontré.
Me detuve en seco cuando la vi; primero no dando crédito a lo que se mostraba frente a mis ojos, luego asombrado por la certeza del descubrimiento. Nancy era una puta. ¿Lo habría sido ya cuando la conocí? Sabía que tenía una hermana pequeña a quien cuidaba. ¿Lo haría por eso? ¿O quizás había algún otro motivo? No me parecía tan descabellado el ser puta, al menos desde un punto de vista estrictamente económico. Los hombres nos desvivimos por nuestra ansia de sexo y el dinero no significa nunca algún impedimento. ¿Debería acercarme a ella? No era exactamente un lugar donde se pudiese entablar una conversación amical… “¿Cómo has estado?” “¿Cómo va el negocio?” “¿A quién te cogiste ayer?” Absurdo…
Detenido en el pasadizo, veía como algunos se le acercaban y posaban disimuladamente sus manos sobre su cuerpo. Era bastante bizarro lo que sentía al ver aquella escena tan surrealista proveniente de mi voyerismo improvisado. Pronto alguien ingresó con ella al cuarto. El tipo estaba como loco, ¿y cómo no estarlo? Decidí ir a tomar una cerveza con los demás. Una cerveza que durase 20 minutos, por favor, pues eso era lo que duraba cada sesión. Todos me veían algo consternado, pero me resistí a decir nada. Hubiera sido, como mínimo, bochornoso tener a Ron y a Frank arengándome desde el pasadizo unas puertas más abajo mientras trataba de convencer a mi amiga recién descubierta como puta de echar un polvo por los viejos tiempos. O bueno, aun no estaba seguro de ese polvo. Había putas mucho mejores que ella, muchos pasadizos por los cuales aun no recorría, mucha noche por delante. Probablemente para ella sería solo trabajo ¿o quizás no? No soy exactamente un putero, pero estoy seguro que el motivo de acudir a estos santos lugares es para coger como si no hubiera mañana, liberarse de heridas y penurias en un cuerpo sinuoso y una cara hermosa a la que nunca mas volverías a ver, circunstancia que proveía de incluso más energía de la que creías estar guardando. Somos animales y el sexo en su forma más primitiva no es más que un instinto de supervivencia, instinto dañado luego por nosotros en nuestra búsqueda perenne e infructuosa del amor. Yo conocía a esta chica, me gustaba, quería cogérmela, sí, pero en los días en que trabajaba para nosotros me había parecido mucho más que solo un cuerpo voluptuoso: me parecía una mujer valiosa. No sabía si era por la cerveza que empecé a divagar tanto, pero decidí que fuera ella misma quien me guiase a la decisión correcta. Así que bebí una más. 10 minutos. Y una más. Y la última. No sabía que pasaría, pero debía ir. 20 minutos. Tiempo.
La puerta de la habitación 48 aun permanecía cerrada. Cabía la posibilidad de que el tipo hubiera comprado un segundo turno, pero eso sería un incidente rarísimo. La mayoría de los asistentes del aquelarre venían con un apetito dispuesto a probar diferentes tipos de carne, a repartir el dinero entre diferentes musas y no dilapidarlo todo en una sola mujer. Tenía que esperar. Di una vuelta por el lugar, ojeando a algunas de las otras candidatas. El recuerdo de Nancy me había nublado de todo lo demás, pero la verdad era que en aquel recinto había suficientes mujeres como para saciarme hasta el día de mi muerte. A merced de las luces carmesíes, los cuerpos de todas ellas parecían haber sido producidas por alguna malsana combinación de alcohol, drogas y los deseos de todos los hombres de la historia. Filas aparentemente interminables de cuerpos jóvenes se presentaban en todos los pasadizos, todas acompañadas de pobres diablos atraídos como moscas a la miel entre sus muslos. Risas, palabras, promesas y billetes iban de lado a lado en aquel pequeño Edén. Y al centro, una gigantesca plataforma multicolor donde dos chicas se lamían los coños una a otra, ambas a la espera de una nueva orden del próximo suertudo dentro del respetable público que se ganase la oportunidad. Alcohol a raudales recorría las mesas también. Humo coloreado por las luces de la noche. Gente diluyendo sus sentidos entre la explosión de sentidos y espíritus. Nirvana a solo unos billetes de distancia. El dinero puede que no compre la felicidad, pero al menos te deja alquilarla por unas horas, quizás también formar una imagen que se le asemeje a la añoranza más profunda de tu mente. Digo, ¿han oído ustedes de un lugar mejor que este? Delusiones propias de un desdichado, puede que sí. Quien sabe que pasaría por mi cabeza si esta visita no fuese algo tan esporádico, tan fugaz. Probablemente mi mirada imbuida de vanidad terminaría viajando a nuevos terrenos, áreas inmensas prohibidas para el hombre común, pero no para aquella nueva versión de mí.
Volví cerca de donde estaba el cuarto de Nancy. La puerta seguía cerrada, pero los nuevos 20 minutos ya estaban a punto de cumplirse. Las putas son puntuales, al menos las buenas. Son honestas, también; no te dan sino lo que estipulan en el contrato verbal sellado por unos papeles con números inscritos en ellos. Y las rematadamente buenas son las que saben cómo disfrutar, como entregarse por completo a su hacer. Uno de los mejores trabajos ese, si me permiten. El trabajo en el que no debes ya mentir para seguir en él un día más, ese es el mejor trapajo. Todo lo que necesitamos como clientes es ver una sonrisa de aprobación sincera para poder continuar con la faena dando lo mejor de nosotros. Y les conviene eso a las putas buenas, así acabamos más rápido ¿a qué no? Si solo todas entendieran eso…
20 minutos más y la puerta se abrió. El tipo salió con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba renovado, vuelto al mundo con todos los huesos reacomodados, preso de una nueva fascinación por la vida. Nancy regresó a su sonrisa de plástico, se paro sensualmente apoyándose en el borde de la puerta y volvió a esperar. Para mi suerte, miraba en dirección contraria a donde yo estaba, no creo haber podido acercármele si su mirada hubiese estado sobre mí todo el tiempo.
- Hola
Nancy volteó a verme, pero no dijo palabra. Abrió mucho los ojos y su boca tomó una expresión de sincera sorpresa. Estaba perpleja.
- Hola Nan…
Me tomó de la camisa y me empujó vehementemente dentro del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
- ¿Qué haces aquí? ¡Ni se te ocurra decir ese nombre!
Lo había olvidado. Probablemente ni el nombre ni la persona “Nancy” existían en este mundo.
- Lo siento, solo que me sorprendí mucho al verte. No sabía cómo acercarme…
- ¿No sabías? – estaba extrañada - ¿Me habías visto hace rato?
- Bueno, te vi hace como 40 minutos…
Estaba aterrada.
- Por favor, dime que no le has dicho a nadie mi nombre real. Has venido con amigos, supongo… Dime que no has dicho nada – suplicó.
- Tranquila. Solo se yo tu secreto – dije, y sonreí tratando de aliviar la tensión en el ambiente, pero a ella no pareció hacerle efecto. Empecé a ver a mí alrededor. Más luces rojas inundaban el ambiente. No había más que una cama, una mesita de noche y una puerta más además de la que daba al pasadizo que suponía era la del baño. Todo olía a sexo. Ella estaba parada bajo el arco de la puerta principal, asustada, mirándome como si tratara de descifrarme.
¿Qué es exactamente lo que quieres de mí? – me preguntó – ¿Quieres tirar? ¿Acaso no hay otras putas disponibles en todo el local?
Oye…
- ¿Me estás bromeando o qué?
- No, para nada – le aseguré.
- Pues entonces debiste haber buscado a otra y no a mí.
- Oye, yo solo venía a hablar. Fuiste tú quién me metió a este cuarto.
- ¡Ibas a decir mi nombre!
- ¡Y ya pedí disculpas por eso!
Si no bajábamos la voz pronto, uno de los guardias vendría a fastidiar.
- Está bien – dijo al fin. Nancy parecía estar librando una lucha interna – Disculpa, pero es la primera vez que me pasa algo así. Nunca pensé que me encontraría con alguien conocido en medio de este trabajo, mucho menos contigo – Y sonrió. Levemente, pero ya era algo.
- Yo tampoco pensaba encontrarme contigo aquí. ¿Cómo debo llamarte?
- Melanie. Aunque supongo que ya no importan los nombres y eso.
Melanie se sentó en la cama al lado mío y empezó a reírse otra vez con esa risita tonta que tanto me gustaba. Vaya escena surrealista en la que nos encontrábamos.
- Acabo de darme cuenta de que estoy con las tetas al aire… Hablando como si nada contigo. Ja, ja.
- Bueno… – no tenía nada que refutar a eso.
- Espérame un segundo – me dijo – saldré y le diré a Carlos que tomaré un descanso, sino me cobrarán por estos minutos.
- Vale.
Tal y como estaba salió al pasadizo, no sin antes asegurar la puerta. En verdad esperaba que no se demorase mucho. Una cosa era estar con ella en el cuarto, otra totalmente diferente era estar solo en este tugurio maloliente y a punto de derrumbarse. Entré al baño. El tacho de basura estaba a medio llenar de condones usados, papel higiénico y algunos empaques de lubricante. Abrí la pequeña alacena bajo el espejo: condones empaquetados, más lubricante, alcohol en gel, algunas pastillas. ¿Era en verdad esta mujer la Nancy que había conocido por tanto tiempo?
Cuando salí del baño ella ya estaba nuevamente sentada en la cama, luz roja cobijándonos a ambos.
- Me han dado cuarenta minutos, o sea que tendré que quedarme hasta un poco más tarde.
- Lo siento – dije, aunque era mentira. Desvié mi mirada hacia sus piernas cruzadas, un par de maravillas, nada más.
- Vamos, pregúntame lo que quieras. Haz buen uso de estos cuarenta minutos – me retó.
- Bueno – tenía en verdad muchas preguntas en la cabeza – lo primero que se me viene a la mente es ¡¿Qué demonios haces aquí?!
- ¿Ah? – parecía contrariada – ¿No es obvio? Trabajar, nada más que eso.
- Claro, lo entiendo, ¡pero eras secretaria de mi madre hasta hace unos meses! ¡Y estudiabas contabilidad por las noches!
- Bueno, sí. Aún estudio, de hecho. Pero dejé el otro trabajo para dedicarme completamente a este. El dinero no es nada despreciable, ¿sabes? Lo de tu madre era solo una fachada para parecer que conseguía sustentarme con un trabajo “honesto”, si es que eso significa algo. Hace unos meses me harté de fingir como secretaria, un trabajo que me exigía mucho tiempo para la paga que conseguía (no me malinterpretes, solo que aquí gano más del triple de lo que ganaba allí) y que ya se me hacía rutinario. Con lo que me llevo aquí alcanza para mí y mi hermana, además de que me sobra para darme algún que otro lujo. Me ha brindado independencia, ¿sabes?
- Haces que suene maravilloso.
- Y lo es, la mayoría de las veces. Nunca falta algún estúpido que quiere salirse del menú. Pero todos pagan efectivo al menos.
Mientras hablaba, una mujer completamente diferente a la que conocía se mostraba ante mí. Y esta me gustaba aún más.
- Te ves completamente diferente a como eras en la oficina.
- ¿Ah sí? – podía jurar que, a pesar de la luz roja, sus mejillas se habían encendido – ¿Por qué?
- Porque allí eras muy tímida. Llegué a pensar que te daba miedo o algo.
- ¿Miedo? Ja, deberías ver a los hombres que me buscan aquí… No, lo que pasaba era que me gustabas… Lo sabías, ¿no? – parecía expectante.
- Sí. Bueno, lo sospechaba.
- Tiendo a ponerme así cuando me pasa, jaja – una risita tonta más – no puedo cambiar. Pensaba que algún día me invitarías a salir, pero solo esperé y esperé.
- Quise hacerlo, de veras, pero recuerda que tenía novia en esos días.
- ¿En esos días? – buscó mi mirada – ¿Eso quiere decir que ya no estás con ella?
- No – le aseguré – se acabó todo.
- Oh, qué lástima – si se había entristecido no se le notaba en absoluto.
- No funcionó simplemente – continué – Pensé en buscarte, pero ya habías dejado el trabajo.
- Vamos – parecía incrédula – Eso solo lo dices para que coja contigo en este instante – lo que de hecho no era una mala idea.
- Lo digo en serio. Quise hacerlo incluso antes, cuando estaba con ella. Supongo que sabía que aquello no tenía futuro, aunque tomé la decisión demasiado tarde.
- Sí…
Nos quedamos callados unos segundos. Mi mirada se desviaba hacia su cuerpo mientras tanto. Me moría de ganas por tocarlo, por recorrerlo con mis manos, con mi boca. Verlo en todo su esplendor, completamente desnuda. ¿No era acaso eso por lo que entraban todos esos hombres a este cuarto? Estábamos, después de todo, en el lugar que ella llamaba trabajo. Me daba cuenta que habían algunos sentimientos encontrados, sí, pero aquel cuerpo me atraía demasiado.
- Melanie… ¿Cuánto… cuánto cobras?
- ¿Qué?
- Que cuánto cobras…
Melanie me miraba sin saber que responder. Se volvió a hacer silencio en el cuarto.
- Ah, eso… ¿Quieres hacerlo?
- No – me apresuré a decir – Digo, no lo sé. Cuánto ganas hubiera sido una mejor pregunta creo.
- Gano bien. Y si quieres algo más no podría cobrarte simplemente. Siempre pensé en hacer esto contigo gratuitamente.
Estaba en el cuarto de un burdel con la mujer más sexy de todas con las que había estado alguna vez en mi vida y esta acababa de decirme que quería tener sexo conmigo. Un puto sueño, sí, un dulce y puto sueño provisto por una sublime puta a la que tuve la suerte de conocer unos años tras. Yo era algo así como un cliente más, pero ella era toda una fantasía para mí, diosa puta entre las mujeres de esta realidad bajada a la tierra a caminar por un minuto unida a un ángel caído, ángel a su disposición, al menos por 20 minutos.
- Voy a hacer que te sientas muy bien, lindo. Te voy a dar el trato más especial.
- No diré que no
Me dio un pico y luego se dirigió a la mesita de noche en el otro extremo de la cama caminando despacio, sacando culo, iniciando el espectáculo.
- Papi, puedes tocar y besar todo lo que quieras – me dijo estando de espaldas – serás el único en toda la noche con ese privilegio.
En otras palabras, su cuerpo era todo mío por el tiempo que nos quedaba. En otras palabras, podía acercarme a ella en aquel instante en que se había inclinado en un ángulo de noventa grados solo para sacar un paquete de condones de la mesita de noche más fácilmente alcanzable del mundo, podía palpar el lugar más recóndito de todo su valle sin temor a represalias, eso quería decir. La vista era sublime: un culo perfecto cubierto por una fina capa de tela a unos segundos de ser mío. Mientras se acercaba veía también sus tetas, su largo y delgado cuello, sus labios carnosos llenos de jugo enloquecedor. Tiró el condón a un lado y se colocó frente a mí. Todo su cuerpo era de ensueño, pero lo que quería ver era su culo. La volteé mientras ella sonreía, quedando frente a mi solo aquellas cima gloriosa. Con mis manos tomé la delgada prenda que lo cubría y la bajé muy despacio, atento a cada detalle que se me iba desvelando, cada nuevo centímetro de su piel tersa y café. Pronto la obra de arte quedó expuesta. Grande, redondo, liso, sin imperfección alguna… Acerqué mi boca instintivamente a él y lo lamí y mordí como quise.
- ¿Te gusta mi culo, papi?
- Sí… Es perfecto.
Y lo mejor era que ella sabía usarlo. Se hizo hacia atrás, dejándome hundir mi cara en él, embriagándome con el olor de su ansia.
Se alejó de mí después de unos segundos. Me miraba divertida, me entregaba toda su sonrisa.
- Deberías ver tu rostro en este momento
No había manera de controlar cualquiera que fuese la expresión de mi cara en medio del mar de placer
- Es tu culpa, Mel.
Asintió complacida.
- Quítate la ropa, papi. Comencemos a jugar.
Me quité la camisa, los jeans y los zapatos en un abrir y cerrar de ojos. Solo me quedé con el bóxer encima, donde se dibujaba ya una prominente erección.
- Esto también es tu culpa – dije, señalando mi entrepierna.
- Lo sé
Caí boca arriba sobre la pequeña cama del cuarto. Sentía el calor de su cuerpo volcarse sobre mí como una marea de fuego, como un gas venenoso y dulce, una droga dulce. Su cabello rozaba contra mi torso desnudo mientras acercaba su cara a la mía. “Te haré sentir muy bien”, me susurró al oído. El control recaía completamente sobre ella y no tenía la menor intención de cambiar eso.
Otro pequeño beso y luego vi perderse su rostro calle abajo. Su lengua extendida lamía mi pecho y mi abdomen mientras ella alzaba la vista tratando de encontrar mis ojos, seres extraños perdidos en la luna.
- Déjame ver que hay aquí…
Mi verga erecta como un asta se vio al fin libre luego de que ella me quitase los interiores. Estaba completamente dura y palpitante, ansiosa de probar el cuerpo de aquella mujer.
- Vaya…
- ¿Te gusta?
- Me encanta.
Una mano tomó el tronco de mi miembro y empezó a pajearme mientras con la otra buscaba el condón que estaba en la cama. Melanie estaba deleitada por el placer que sabía me estaba otorgando. El poder puede ser a veces el afrodisiaco más poderoso en existencia.
Agarró por fin el condón y me lo enseñó antes de tratar de abrirlo.
- ¿Me la chuparás con el forro puesto? – traté de sonar lo más decepcionado que podía, algo casi imposible.
- Son las reglas, bebé. En otro lugar lo haría sin esto, pero…
- No soy exactamente tu cliente, Nancy – dije su nombre en el tono más grave que pude darle. Quería ver hasta dónde podía ceder.
- Sabes que podría hacer que te echasen a la calle, ¿verdad?
Me levanté y le di un beso de verdad, no un simple pico. Mis manos saborearon su cintura y sus nalgas y todo su cuerpo desnudo estaba en contacto con el mío, pero lo que le daba fuerza a mis intenciones era el beso: delicado y violento a la vez, tratando de convencerla a través del movimiento de mis labios y mi lengua, de hacerle recordar el pasado una vez más.
- Vamos, Nancy. Házmelo
Asintió. Sus ojos brillaban. Lo había logrado.
Mi verga enhiesta fue devorada como nunca lo había sido en mi vida. Melanie se la metía hasta el fondo de la garganta, probando cada centímetro mientras me magreaba los huevos con su mano izquierda. Con la derecha acariciaba mi abdomen o me pajeaba cuando se la sacaba de la boca para dar suaves mordiscos a mi glande hinchado como una gran fresa.
- Que delicia, papi – me dijo, para luego volver a engullirla en su totalidad.
- Eres increíble.
Empecé a cogerme su boca. Primero despacio, luego más fuerte y rápido. Ella no parecía tener límites, pues cada vez que se la sacaba para tomar un respiro solo atinaba a decir “más…” mientras posaba sus ojos rojos y llorosos en los míos. “Más, Manu, más”. Jamás había hecho algo así, ni siquiera en todos los años de relación que había tenido, ni con ninguna otra puta que me hubiese cogido. ¿Era esta chica simplemente otra puta más? Quizás los sentimientos que había tenido por mi eran los que propiciaban su liberación. Quizás.
- Ah… – suspiró al tenerla fuera de la boca. Un hilo de líquido se dibujaba en su cara. Mi verga estaba completamente humedecida por su saliva. Brillaba como con luz propia, como una estaca roja en medio del cuarto. Melanie comenzó a lamerla, tratando de dejarla pulcra y sin impurezas, como una sirviente sumisa.
- Debo dejártela lista para ponerte el condón, papi.
- Sí…
Ya sin tantos líquidos adornando mi pene, Melanie colocó el condón sobre la punta de este y con la misma destreza que antes se lo metió dentro de la boca, cubriéndolo completamente con la barrera de látex.
- Bien – dijo, ensimismada – ¿Cómo quieres que me ponga pa…?
¡TOC, TOC!
- ¡¿Quién es?! – preguntamos, casi al unísono, aterrados.
- ¡Mel, ya te pasaste 10 minutos! ¡¿Qué estás…?
- ¡Descuida Carlos! – exclamó la mujer en cuclillas – ¡Ya estoy atendiendo!
- ¡Sabías que debías ir a verme hace quince minutos!
- ¡Sí! – mi verga había disminuido su volumen por la sorpresa. Nancy parecía preocuparse también luego de echarle una ojeada – ¡Disculpa, termino y hablamos!
- ¡Coño tía! ¡Te espero en el despacho!
Y volvió la calma. O algo así.
- ¡Dios! Él tiene una llave también, ¿sabes? Si entraba hace 5 minutos y veía que te la estaba chupando sin protección ya estaría sin trabajo…
- Sí, linda… Pero ya pasó todo… Volvamos.
- Dios… – parecía demasiado consternada.
Me incliné y le di un nuevo beso. Teníamos que volver al round.
- Estuvo muy cerca...
- Sí. Tranquila. Disfrutemos.
- Tienes razón. Y aún no respondes lo que te pregunté hace un ratito.
- ¿El qué? – pregunté, perplejo.
- ¿Cómo quieres que me ponga para ti, papi? – su mano comenzó a pajearme nuevamente y mi verga fue creciendo otra vez. No tenía que pensar mucho mi respuesta.
- Quiero que te pongas en cuatro, linda. Quiero cogerte por el culo.
Melanie no parecía sorprendida.
- Eres igual que todos – sonrisa tonta.
- ¿Por qué lo dices?
- Todos quieren cogerme por el culo y no sé por qué – claramente estaba jugando – lo peor de todo es que me gusta demasiado.
- Me alegra saberlo – dije, mientras mis manos tomaban sus deliciosas nalgas.
- Hay lubricante en la alacena del baño. ¿Lo traes porfa?
Encontré rápidamente el paquetito pues ya sabía dónde se encontraba. Cuando volteé, un monumento a la locura esperaba por mí: Melanie estaba a cuatro patas sobre la cama, tratando de sacar todo el culo que podía. Su concha dejaba manar unos pequeños filamentos de sus jugos y su pequeño agujero esperaba más arriba, encerrando la gloria.
- Hazlo ya, papi – Nancy me miraba con la cabeza inclinada a un lado – Hazlo, cógeme por el culo.
Coloqué un poco de lubricante sobre mi pene firme y otro poco sobre su ano.
- Uff. Está frio…
Con mi mano dirigí mi miembro hacia el agujero que tenía enfrente. Mi glande presionaba contra su ano, abriéndolo de a pocos, ingresando a la cavidad apenas.
- Sigue, sigue…
Eché un poco más de lubricante en el agujero y volví a intentarlo. Esta vez se dilató más y pude ingresar toda la cabeza de mi pinga. La dejé allí unos segundos más esperando a que su culo se adoptase a aquel pedazo de carne. Melanie separaba sus nalgas con sus manos tratando de hacer más fácil mi trabajo, aunque la verdad es que su culo ofrecía una resistencia mínima.
- Ya estoy lista, bebé… Entra más…
- Bien…
La saqué para iniciar el recorrido nuevamente, a lo que Melanie respondió con un sonoro bufido. Me adelanté otra vez y en esta ocasión su culo devoró mi pinga entera. Su recto apretaba mi carne, era una sensación maravillosa. Aquel culo era el mejor de cuantos me había cogido.
- Ah… Qué rica verga… – Nancy se rindió y apoyó sobre la cama la parte superior de su cuerpo, dejando erguido solo a su tremendo trasero, que se soportaba además por mis dos manos.
- Nunca me había cogido un culo como el tuyo, Nancy. Eres perfecta. Me vas a volver loco.
- Ah…
Empecé a moverme. Sus voluminosas nalgas aminoraban mi vaivén. El roce de nuestros cuerpos me excitaba demasiado. Verla así, cogida por el culo por mi pinga, era una imagen imborrable.
Me movía despacio, pero cuando sentí que su recto se acomodaba a mi anatomía empecé a taladrarla más furiosamente. Mis gemidos entonces empezaron a mezclarse con los de ella.
- Ah…
- Ah… Me vas a romper… Manu… Mi culo… Ah…
Estaba a punto de venirme; cogérmela así era demasiado excitante.
- Nan… Nancy – musité. Cambiemos… Ven, párate…
Parecía acalambrada pues no podía caminar del todo bien. Me satisfacía verla así. La abracé por detrás y me así de sus pequeñas y firmes tetas. Su culo presionaba contra mi verga, sensación que se incrementaba pues ella lo movía de arriba hacia abajo, aumentando el contacto entre nuestra carne.
- Me encanta tu verga… Me encanta como coges…
- A mí también me encantas, Nancy… Debí haberla dejado por ti cuando debí, hace tiempo… – mi boca besaba su cuello y mis manos la masturbaban.
- Aún podemos… Podemos seguir luego de esto…
- Sí…
Me senté al borde de la cama y la atraje hacia mí. La hice sentarse sobre mí, con mi polla completamente oculta en su recto.
- Ah…
Ella era quien ahora se movía de arriba hacia abajo mientras yo le apretaba las tetas.
- Ah… Mi culo… Ah…
- Sigue, mami, sigue, me vas a hacer venir.
- Ah… Ah…
Nancy empezó a moverse más rápido. Era la puta más entregada que había conocido.
- Quiero… Ah… Quiero… probar tu leche, papi…
Si se hubiera seguido moviendo por un segundo más me hubiera venido en ese instante, pero se zafó y en un movimiento rápido mi pene ya no se encontraba cubierto por el condón y su boca engullía mi verga a punto de explotar. No podía aguantar más. Iba a enloquecer si no me venía.
- Ah…
Chorros de lefa caliente salieron de mi verga directamente dentro de su boca. Uno, dos, tres. Fue el orgasmo más fuerte que había sentido nunca. Cuatro, cinco. Mi verga escupía sus últimos chorros ya fuera de la boca de Nancy, impregnando áreas alrededor de su nariz y sus labios, zonas que ella limpió con su lengua y sus dedos.
- Ha sido increíble, bebé…
- Por un segundo pensé que moriría de tanto placer. Eres una diosa…
Siguió chupándomela hasta que el tamaño de mi miembro se redujo a su posición de descanso. Era sumamente improbable que volviese a despertar luego de tremenda batalla.
Me lavé con un poco de agua del caño y me vestí como pude. Mi cuerpo estaba algo atolondrado, aunque no era el único. Nancy tenía ya puesto nuevamente su uniforme de trabajo. Nos besamos nuevamente, abrazados, casi como novios.
- Esto no se terminará aquí, ¿verdad?
- Por supuesto que no.
Tomó el celular de mi bolsillo y escribió algo en él, supongo que su número.
- Salgo a las tres y faltan solo tres horas para eso. ¿Me esperas?
- ¿Aquí? – mi mano recorría la curvatura de su espalda y el inicio de su trasero – ¿No sería raro si te viesen saliendo con un “cliente”?
- No, jaja, aquí no – me dio un buen beso y me nalgueó – en la dirección que acabo de escribir en tu teléfono.
Vi el aparatito. El mensaje decía: “Avenida Los Laureles 258, segundo piso <3”.
- Mi hermana está hasta mañana con mis abuelos…
- Ya veo… Pues entonces…
- Sí… – su expresión era de felicidad.
- ¿Nos vemos allá?
- Por supuesto – le di un nuevo beso – trata de no trabajar mucho, ¿sí?
- ¡Por supuesto!
Le di un último beso y caminé hacia la puerta.
- Dile a Carlos que disculpe las molestias…
- ¡Ja! Lo haré.
Cerré la puerta. Nuevamente vi las luces rojas.