Descubriendome

No te follare, hoy no princesita. Hoy solo quiero que sepas lo puta que eres...

Trabajaba en una inmobiliaria a tiempo parcial cuando sucedió lo que os voy a contar.

Llevo tres años casada con Carlos un buen hombre que me complace en todo, es tranquilo, cariñoso, amable, trabajador y me quiere.

Carlos trabaja en la empresa familiar, le conocí cuando empecé a trabajar para él, si habéis acertado el típico caso de la secretaria y el jefe, todo un estereotipo.

Aunque olvidaros de las tórridas sesiones de sexo en la oficina, porque no las hubo.

Me enamoré profundamente del hombre; en esos tiempos pasaba una mala racha en lo personal y poco a poco fue confiando en mí, contándome experiencias que me hicieron enamorarme de la persona.

Siempre antes de mi matrimonio fui un poco cabra loca, me gustaban los hombres y yo a ellos, con lo que disfrute de una buena vida sexual antes de casarme; pero todo quedó atrás.

Siempre he sido fiel a mi marido y a pesar de tener otras apetencias, siempre me he conformado con lo que él me ha dado y he intentado no añorar más de lo que él podía darme.

No es que no sintiera placer con Carlos, simplemente esperaba un poco más del sexo con él.

En el sexo era como en la vida real, pausado, cariñoso, serio… y a veces, una sueña con algo más… salvaje.

Le daba vueltas a todo eso cuando iba hacia las afueras para enseñar un chaletito, precisamente a un amigo de Carlos y su mujer.

Los vi en el coche, me coloque la falda recta hasta las rodillas que llevaba, mientras me acercaba a ellos.

-Buenos días, ¿sois Marta y Luis verdad?

-Sí, ¿tú debes ser la mujer de Carlos no?

-Por supuesto, soy Marina. Encantada –dije haciéndoles una seña para que me siguieran-

Abrí la barrera y entramos los tres, esta vez ellos andaban delante, mientras yo me retuve buscando la carpeta en mi maxi bolso.

Les miré unos segundos antes de unirme a ellos.

Luis tendría unos cincuenta y muy pocos como Carlos más o menos; tenía unas facciones duras y un cuerpo más bien regio aunque intentara disimular con un traje caro se veía un hombre acostumbrado a trabajar y moverse.

Ella era harina de otro costal, le calculé unos cuarenta y seis o siete, era más bien delgadita, algo anodina, aunque se sabía sacar provecho e iba arregladísima en todo, pelo, ropa, zapatos; vamos impoluta.

-Bueno ¿qué os parece el exterior?

-Perfecto –dijo Luis sin ocultar que le agradaba-

Cuando estábamos en una de las habitaciones ella me dijo sin maldad alguna

-Nunca te hubiera imaginado así, conociendo a Carlos.

-¿Así como?

-Pareces tan…

-¿Alocada? –dije poniéndoselo fácil-

-No quería ofenderte, de hecho no es una ofensa

La entendí perfectamente, a pesar de solo ser algo más joven que ellos tres, me gustaba demasiado ir cómoda, llevar el pelo suelto y sin apenas maquillaje; todo ello me hacía parecer más joven, más vivaz.

Todo ello contrastaba enormemente con Carlos, el parecía más mayor de lo que era, aumentando la apariencia de la diferencia entre los dos.

Nos faltó por ver un tramo de la casa que estaba cerrado.

-Lo siento mucho, no se quien habrá cerrado esto

-No te preocupes total se nos ha hecho tarde, ¿podríamos verla de nuevo en un par de días? -Pregunto ella.

-Por supuesto.

La empresa de él hacia trabajos para Carlos y se veían casi a diario, quedamos en que me llamarían antes al menos para tomar algo los cuatro.

Dos tardes después en una céntrica cafetería tomaba un café con Marta, esperando a Luis para ir de nuevo a ver el resto de la casa.

Al final de esa semana cerré la compra de la casa y salimos los cuatro a cenar. Ellos hablaron de su trabajo y nosotras de la decoración de la casa.

-¿Podrías encargarte tu Marina?

-¿De verdad? Me encantaría

Siempre me había entusiasmado la decoración y entre las dos podíamos hacer un buen trabajo, salí contentísima de la cena y al llegar a casa estábamos tomando una copa cuando me senté sobre Carlos y quitándole su copa, puse sus manos en mi trasero.

El lo apretó un poco mientras yo desabrochaba el pantalón y movía mi sexo sobre el suyo ya desnudo. separé sus piernas e instalándome de rodillas entre sus muslos baje mi cabeza para mamarle lentamente como le gustaba, succionando y lamiendo hasta que se puso durísima; entonces me quite las bragas y subí de nuevo, agarré su polla y llevándola a mi sexo empecé a bajar despacio clavando mi cuerpo en su estaca, el jadeando me agarró del culo y sus dedos largos acariciaron mi trasero, sentía el calor invadir mi cuerpo y miré sus ojos empequeñecerse ante el placer, entonces dejo mi culo y saco mis tetas del sujetador, estrujándolas y lamiéndolas hizo que deseara más, empecé a incrementar la rotación de mis caderas y con uno de mis pezones entre sus dientes sus dedos volvieron a mi culo. Ambos nos mirábamos sin hablar.

Así con lenta pasión me llevó al orgasmo y con el mío llegó el suyo.

Ambos gemíamos y jadeábamos abrazados en su sillón. Me encantaba hacerlo ahí, me ponía a cien que me follara en su sillón… su pequeño santuario, porque allí le sentía más.

A veces le sentía tan triste y lejano…  necesitaba estos momentos en que por fin le sentía cerca.

Dos semanas después y con la decoración de la casa a medias Marta tuvo que salir de viaje.

-Nena me voy unos días, ¿podrías ayudar a Luis? Ya solo queda esperar que nos traigan lo pedido.

-Vale, vete tranquila yo me encargo, es cierto además que no hay que tomar decisiones, solo recibir e ir colocando.

Fui casi a diario a recibir las cosas y colocaba lo que podía. Veía a Luis casi todos los días, incluso ceno en casa uno de ellos.

-Marina, ¿puedes ir mañana a casa? Es que vienen a montar el salón y a mi me es imposible escaparme.

-Claro, no te preocupes.

Me levanté temprano y me puse unos pantalones finos y anchos con una camiseta con escote palabra de honor y unas sandalias planas.

Llegue temprano y media hora después llegaron los señores, descargaron todo y empezaron con el montaje. Eran dos hombres de unos cuarenta y algo, que no dejaron de mirarme y comerme con los ojos.

Al mediodía pararon para comer y Luis apareció por allí, fuimos a comer algo con Carlos y luego me llevaría a casa antes de irse a una reunión.

Se quedó un rato hablando por teléfono, mientras llegaron los montadores.

Como yo se dio cuenta de cómo me miraban y me sonrió un par de veces riéndose al ver como esos dos me desnudaban con la mirada poniéndome muy  nerviosa.

-No sé si dejarte sola con esos lobos. – dijo mirándome de arriba abajo-

Al momento oí como anulaba la reunión y la pasaba para el día siguiente, me alegré de que se quedara y contenta con no quedarme a solas con esos dos, pasamos la tarde de charla, colocando cuatro cosas que faltaban en la habitación que ya estaba completa.

Desmonte una de las cajas que él había traído, dentro había una cajita muy mona y me sorprendió ver que estaba llena de juguetes eróticos, había consoladores de varios tamaños, esposas forradas y demás. Estaba por cerrarla cuando entro Luis.

-Llego demasiado tarde; venía a decirte que ya iba yo a colocar eso.

-Lo siento pensé que en la caja habría cojines y ropa de cama.

Se sentó a mi lado en la cama, yo aún tenía las esposas en la mano.

-¿Te gustan los juguetes eróticos?

-Qué vergüenza Luis.

-No te avergüences, somos amigos. Puedes mirar esta todo sin estrenar aun. Los usados aún están en casa.

No pude evitar la curiosidad y tocaba la suave piel de las esposas, mientras el sacó uno de los consoladores de la caja.

Me lo pasó y lo cogí distraídamente sorprendiéndome su tacto, parecía de verdad.

-Como entraran esos dos ahora, fliparían al verte con un consolador en una mano y unas esposas en la otra.

Lo solté avergonzada nuevamente y el cogiendo las esposas me dijo.

-Dame la mano, solo siéntelas un momento.

Sin darme casi cuenta le di la mano y el me apretó la muñeca, no pude evitar excitarme al sentir las esposas en mi muñeca.

-¿Ahora ves por qué el cabecero tenía que tener barrotes o postes?

-Y como la atas? –Pregunte ya presa de la curiosidad-

-Siéntate en la cama apoyada en el cabecero y estira las manos, quiero solo que esperimentes lo que se siente.

En un momento me esposó a la cama y se quedó mirándome con deseo. Enseguida moví las manos arrepintiéndome por haber consentido ir tan lejos y no pude soltarme.

-Quítamelas Luis

-Un poquito más me encanta verte así, ahora no puedes ir a ninguna parte.

-Luis no juegues con esto, suéltame ahora mismo. No creo que a Carlos le hiciera gracia.

-Supongo que no, pero a mí me pone a cien y te aseguro que esos dos no se conformarían con mirarte.

-¿Y tu mujer?

-Ella también se pondría cachonda.

-Si no me sueltas gritaré

-Si gritas vendrás esos dos; ¿es lo que quieres?

-Sabes que no

-Entonces deja que te miré un poco y luego te suelto ¿vale?  Tú a cambio me guardas el secreto.

Bajé la cabeza y el sentándose a mi lado acarició mis pechos sobre la camiseta, para mi desgracia los pezones se pusieron duros y él con una sonrisa bajó la mano y con descaro la metió dentro del pantalón, dentro de las bragas, entonces sentí sus dedos entre los pliegues de mi carne.

-Puedes negarte, pero estas tan cachonda como yo. Si no te diera morbo créeme no estarías así de mojadita.

Mientras sus dedos frotaban mi vulva notaba como involuntariamente iba mojándome más y más.

Dos de sus dedos buscaron la entrada y me penetró con ellos mientras con la otra mano tiró de mi camiseta y sacó una de mis tetas del sujetador. Bajó la cabeza y lamio el duro pezón, lo mordisqueo hasta que se me escapó un gemido.

Fuera se oían a esos dos reír por algo y saber que estaban a solo unos metros me puso aún más cachonda.

-Te guste o no voy hacer que te corras princesa.

Se puso de rodillas y me quito el pantalón junto con mis braguitas, intente zafarme y no pude.

-Separa las piernas, quiero ver tu coño.

Las separé y él estirándose cogió el consolador más pequeño y lo apoyó en mi sexo. Por una parte quería que parara, pero otra parte de mi disfrutaba de la absurda situación, de sentirme inmovilizada y usada por el amigo de mi marido.

-¿Lo quieres dentro puta?

Me negaba a contestar, pero casi como fuera de mi cuerpo vi como separaba más las piernas y de un empujón me lo metió hasta el fondo una sola vez; lance un grito ahogado.

-Off ha sido como clavar un cuchillo en la mantequilla, tienes un coño de lujo, no me extraña que le tengas loco.

-Por favor…

-¿Por favor te dejo o por favor hago que te corras?

-No me folles Luis.

-Yo no te follare, hoy no princesita. Hoy solo quiero que sepas lo puta que eres.

Entonces empezó a mover el juguete dentro de mi vagina, suavemente salía, para entrar con brutalidad. Empecé a jadear incapaz de frenar el orgasmo que crecía en mi interior, poco a poco el calor invadía mi cuerpo y se concentraba todo entre mis piernas.

-Me encanta ver como luchas, pero no podrás frenarlo. Tu cuerpo pide a gritos satisfacción. Pero no te daré ese orgasmo hasta que me lo supliques.

Diez minutos de su agonizante penetración y supliqué entre lágrimas que no parara.

-Por favor haz que me corra fóllame bien con eso, necesito correrme cabronazo

-Así me gusta zorra, toma…

Y estallé en un orgasmo tan fuerte que tuve que morder su mano para no chillar. Cuando los espasmos aflojaron, lo sacó y pensé que todo había acabado pero no. Sacó el consolador mediano y me lo metió de un solo empujón, entro y salió con dureza, sentía como mi vagina se contraía y el calor volvía a concentrarse hasta estallar de nuevo.

Cuando acabé, el  salió de la habitación dejándome atada mientras oía como hablaba a los trabajadores.

Pensé en Carlos y lloré en silencio, pensando que estaba en manos de ese hombre al que no reconocía, oí sus pasos firmes en el pasillo, la puerta se abrió y levanté la cabeza para suplicar que me dejara en paz, que ya había conseguido su propósito.

Pero para mi sorpresa  no era el quien entro en la habitación… al ver quien era empecé a temblar y lloriquear, quería salir corriendo pero las esposas me lo impedían.