Descubriendo mi verdadero género
Creía que era solo un chico pasivo, pero Lucía, a fuerza de orgasmos, me hizo darme cuenta de que en realidad yo era una chica.
Me encontraba camino a Madrid. En solo unas semanas comenzaría mi primer año en la universidad y mis padres me habían comprado un pequeño departamento cerca de esta ya que vivíamos en un pueblo bastante alejado. Con apenas 18 años estaba ansioso por vivir solo y en una ciudad nueva donde sería totalmente independiente.
El viaje en tren duraba un día, pero decidí tomar un camino largo y visitar una zona turística por un par de días. También serían mis primeras vacaciones solo, pero solo sería una noche en una posada al borde de un lago.
Ya instalado en la posada bajé al comedor a almorzar. Hacía horas que había desayunado y me moría de hambre. En el comedor había once personas contándome a mí, y éramos casi todos los huéspedes de la posada. Era pequeña, poco concurrida y la temporada estaba terminando. Me senté en una mesa y mientras miraba el menú noté la presencia de una mujer que se estaba sentando en la mesa opuesta.
Era alta, 1,80 mts aproximadamente. Robusta de hombros anchos. Era delgada, pero se notaba que era una persona fuerte, sin llegar a verse musculosa. Senos grandes, aunque no enormes; eran proporcionales a su contextura. De piel morena y cabello bien negro, recogido en un rodete ajustado. Llevaba puesto un vestido veraniego, pues hacía mucho calor. Este era de un color rojo vivo que combinaba muy bien con su color de piel semi oscura.
Cuando observé su rostro con detenimiento me quedé hipnotizado. Era hermosa y femenina, pero no cabía duda de que era transexual. Y si podía haber alguna duda sobre si era trans o no, su contextura física terminaría de disipar esa duda. No me quedé embobado viéndola porque sí. Si no porque tenía fantasías con mujeres trans. Pero nunca había conocido una en persona. De pronto volteó su mirada hacia mí y vio que la observaba. En seguida bajé la mirada avergonzado.
En mis fantasías con trans yo hacía de pasivo. También fantaseaba con hombres, pero más que nada porque me encantaba la idea de que me penetrasen; la apariencia masculina no me atraía mucho realmente. En cambio, una mujer trans era perfecta para mí. Más una como la que estaba frente a mí. Yo era pequeño. 1,65 mts de altura, delgado, 54kg y de rasgos finos y delicados; un poco femeninos. Mi apariencia exterior iban en concordancia como mi ser interior: delicado, femenino, pasivo, carente de masculinidad.
Estaba seguro que yo no era la clase de chico en la ella se pudiese interesar. A no ser que quisiese ser activa, pues nadie que me viese pensaría que yo pudiese satisfacer plenamente a una mujer en la cama, al menos no una mujer como ella. Además ella tendría unos treinta años, y yo apenas dieciocho; la diferencia de experiencia sexual era abismal. Aunque por mi parte era inexistente. Nunca había estado con nadie, pero si había experimentado el placer anal por medio de la masturbación. No podía tener un dildo en casa, por más que lo escondiese bien alguien podría encontrarlo y me moriría de vergüenza. Así que me masturbaba con pepinos, los usaba una vez y los descartaba. Así que habiendo probado los placeres de la penetración anal, no tenía duda alguna de cual era mi rol en la cama.
Durante todo el almuerzo no me atreví a levantar la mirada. Comí tan rápido como pude y me retiré. Unas horas más tarde me encontraba sentado en una banca a orillas del lago, observando el paisaje. Para mi sorpresa ella venía caminando por la orilla. Con el mismo vestido pero con el cabello suelto. Le llegaba hasta la mitad de la espalda. De vuelta me quedé viéndola. Hasta que ella miró hacia mi lado y me vio. Otra vez me invadió la vergüenza de que me haya descubierto observándola y giré la vista hacia otro lado.
Aunque no la estaba mirando directamente, noté que había cambiado su rumbo y que se me acercaba. Cuando estuvo a solo un metro me habló:
— ¿Sucede algo?
—Nno…. no…— tragué saliva. Estaba muy nervioso.
— Es la segunda vez que te descubro mirándome fijamente. ¿Hay algo que me quieras decir?— Su tono de voz era calmo.
La pregunta era sincera. Yo no sabía que decir. Me preocupaba que hubiese interpretado mis miradas de otra forma. Como ofensivas. Como si la mirase por ser un bicho raro. Me invadió el miedo de que se enojase conmigo, y yo no quería tener problemas.
— Te miraba porque me pareces muy atractiva.— Estaba tan nervioso que fue capaz de inventar alguna mentira, así que terminé diciendo la verdad.
— Gracias! Tú también eres muy lindo! — dijo y me sonrió. No sabía si lo decía en serio o solo para corresponder mi cumplido. — Me llamo Lucía, ¿y tú?.
—Julián.
—Un gusto conocerte Julián.
—Lo mismo digo.
Parecía que es estaba a punto de irse pero tome coraje y le pregunte hasta cuando estaría allí. Se iba a la mañana siguiente, al igual que yo. Y además íbamos hacia el mismo lado. Lucía volvía sola de un viaje de trabajo, pero vivía cerca de donde yo viviría. Era secretaria y tenía 31 años. Eso fue todo lo que me dijo de ella y yo le conté que me estaba mudando para estudiar; que viviría solo primera vez y que estaría solo en una ciudad desconocida. Tras comentarle esto último me dijo:
— No te preocupes. Yo te guiaré por la ciudad si lo deseas— dijo y me mostró una sonrisa muy sensual.
Ella se fue caminando y yo me quedé sentado. Fantaseando con Lucía. Tener un encuentro en nuestras habitaciones era difícil. Las habitaciones eran pequeñas y estaban todas pegadas. Alguien podría vernos cruzándonos de habitación. Era un riesgo que no me animaba a correr. De todas formas, un eventual encuentro solo ocurriría en mi imaginación. En ningún momento Lucia me había dado algún indicio explícito de que estaba interesada en mí.
Luego de cenar salí al patio a observar el cielo nocturno. Me quedé hasta tarde, ya todos los huéspedes se habían ido a dormir y solo el conserje estaría despierto durante la noche. Aunque el patio donde me encontraba estaba oscuro, los pasillos de la posada estaban iluminados. Y por las ventanas vi pasar a Lucia, parecía que iba hacia el lavadero. Había un pequeño lavadero en la posada. Un cuartito con un solo lavarropas por si algún huésped necesitaba lavar algo con urgencia.
Algo surgió en mi interior. Una valentía que nunca antes había sentido. Era una oportunidad única de cumplir una fantasía, una oportunidad que no se volvería a presentar. Si fracasaba moriría de vergüenza, pero solo ella y yo lo sabríamos; nadie más.
Fui hasta el lavadero. La puerta estaba entornada. Entré y la cerré tras de mí. Allí estaba ella, a centímetros de distancia. Pues el cuartito en el que nos encontrábamos era de apenas un metro cuadrado. Estaba terminando de cerrar una bolsa en la que parecía haber solo un par de prendas. Tomé valor y dije:
— Estamos solos y ya todos se fueron a dormir. Es nuestra oportunidad. — Estaba muerto de miedo.
Pensé que se echaría a reír a carcajadas haciéndome quedar como un tonto, pero se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme. Yo estaba lleno de emociones cruzadas. Primero que nada sentía alivio de que Lucia no me hubiese rechazado; también sentía temor, pues era mi primera vez, hasta era mi primer beso. Estaba muy nervioso y también excitado. Ya tenía una erección.
Lucia me había abrazado con fuerza y enseguida dirigió sus manos a mi cola. En cambio yo, con mis manos la sujetaba tímidamente de la cintura. Ya no llevaba ese vestido rojo. Tenía una musculosa blanca y un pantalón de tela fina color rosa claro, casi blanco, y unas chanclas. Era ropa como para irse a dormir. Pues seguramente se iba a acostar luego de recoger la ropa del lavadero. No importaban sus ropas. Su figura era sexualmente imponente.
Me envolvía por completo con sus brazos y con su cuerpo, pues era mucho más corpulenta que yo. Tras unos minutos de beso apasionado me volteo y me puso de cara la pared. Como dije, el cuarto era de apenas un metro cuadrado y había un lavarropas dentro, así que estábamos apretados. Me quitó la remera lentamente y tiro a un lado. Luego, también lentamente me bajó los pantalones junto con el calzón. Se trabaron en mi erección, pero tiro con fuerza, el pantalón bajó y mi erección quedo rebotando unos segundos. Tuve que levantar las piernas para que lo pudiese quitar del todo ya que no había lugar para que ella se agachase. Me quito el pantalón y las zapatillas también. Quedé totalmente desnudo, con mi cola, toda depilada, expuesta y entregada a la voluntad de Lucia.
En un movimiento fugaz, Lucia apago la luz. Me puse más nervioso aun. Yo estaba de espaldas a ella, así que con o sin luz, no la vería por ahora. Por otro lado, la falta de luz hacia que mi atención se concentrase en otros sentidos en lugar de la vista, como el tacto.
Unos segundos después de que apagase la luz sentí su mano meterse entre mis nalgas hasta tocar mi ano. Estaba húmeda su mano. Me estaba poniendo saliva. Un cosquilleo intenso me recorrió la espalda desde el ano hasta la nuca. Y sentía un cosquilleo igual de intense que iba y volvía de mi ano a la punta del pene.
Finalmente sentí su pene posicionarse en mi cola. Lucia no se había desnudado del todo. Estaba tan ansiosa por penetrarme que no quería perder tiempo, así que solo se bajó el pantalón un poco. Yo estaba apoyado contra la pared con mis codos y mis antebrazos, y recostaba la frente sobre mis manos, pues me encontraba muy pegado a la pared por falta de espacio.
Lucia, que me tomaba de la cintura con ambas manos, comenzó a empujar con su polla. Era gruesa. Mi cola estaba acostumbrada a lo grueso, no así a lo largo. No es que no hubiese encontrado pepinos largos con los que masturbarme, sino que no era capaz de meterme a mí mismo más de 13cm. Sentía que era mi límite anatómico para la penetración.
No bien metió la cabeza gemí con fuerza y rápidamente llevo su mano a mi boca para callar, o al menos apaciguar, cualquier ruido que pudiese hacer. Me tapo la boca con la mano y me tiro la cabeza hacia su pecho. Era tal la diferencia de altura que ella recostaba su mentón sobre mi cabeza. Me hacía sentir diminuto. Me apretaba con fuerza hacia su pecho para ahogar lo más posible mis gemidos, pues cuanto más me la metía más gemía. No podía contenerme, trataba de no hacer ruido pero no podía, el placer era abrumador.
Me siguió penetrando hasta que sentí que no entraba más. Había llegado a ese límite que mencioné. Pero Lucia empujo con fuerza y entró aún más, pero entro todo lo que faltaba entrar de golpe, por inercia, pues había tenido que empujar con fuerza. Grité y grité, pero su mano calló gran parte del ruido. Luego acercó su boca a mi oído y dijo en tu tono lascivo y sensual:
— Tranquila… tranquila… Ya entró toda. No entrará más que eso. Tienes 18 cm de hierro dentro de tí.
Yo estaba en puntitas de pie. Por la diferencia de altura su pelvis estaba mucho más arriba que mi cola y eso hacía que su polla se clavase aún más dentro de mí. Quise pararme sobre sus pies para recortar esa diferencia de altura y así aliviar un poco la intensidad del placer, pues era demasiado para mi cuerpo virgen. Pero Lucia no me dejó. No solo corrió sus pues sino que separo mis piernas más de los que ya estaban, haciendo que baje mi cintura y por lo tanto que su polla se clave todavía más dentro de mí. Separó mis piernas hasta que chocaron con las paredes del cuartito en el que estábamos. Eso me ayudó a no tener que hacer ningún esfuerzo por mantenerme de pie, ya que cada pierna estaba trabada contra la pared. Además Lucia me sostenía con un brazo envolviéndome el abdomen y con la otra mano me apretaba contra su pecho.
Comenzó a follarme. Retiraba media polla para luego volverla a meter. Se movía a ritmo parejo, rápido (pero no mucho) y constante. Mientras me follaba me susurraba cosas al oído: “ Así te gusta verdad? Te gusta sentirte una chica”; “dejala salir! deja salir a la nena que llevas dentro! que esa nena deje de ser un alter ego reprimido para volverse tu verdadero yo!”; “de esto no vuelves! Ni pienses que será una fantasía cumplida por una vez y listo! Luego de esta noche quedarás marcada de por vida! y querrás volver a sentirte mujer cada noche que pase”.
Yo sentía mi cuerpo al límite. Sentía que mi polla estaba por estallar a chorros. El más mínimo estimulo sobre mi pene y me correría, pero Lucia ni acercaba su mano a esa zona. Bien dentro de mis entrañas sentía el placer moverse en oleadas que se originaban en mi ano y a lo largo de mi recto. También sentía como una especie de electricidad que iba desde mis pies hasta mi cuero cabelludo y que me erizaba toda la piel.
Los minutos pasaban y yo estaba al borde del clímax pero no conseguía correrme. Parecía que la penetración sola no sería suficiente. De hecho, nunca me había corrido sin acariciarme la polla. Pero Lucia había hecho tanto hincapié en que yo era en realidad una chica que estaba reprimiendo su verdadero género que no me animaba a tocarme mis genitales masculinos.
Finalmente, luego de unos minutos de silencio, Lucia dijo algo que hizo un click en mi cabeza.
— ¿Sabes? Yo me inicié como tú. Con una mujer trans a los 18 años. Quería satisfacer mi curiosidad, nada más. Sería cosa de una sola vez y listo. Y aquí estoy 13 años después. No es que todos los pasivos sean chicas por dentro, pero reconozco a una cuando la veo. No te sientas putito ni maricón, eso es para varones. Si creías tener una pizca de masculinidad, hoy la has perdido toda.
Al decirme eso confirmo un miedo que me había invadido en los últimos minutos. El de que no iba a poder volver a mi vida de varón como la que había llevado hasta ese día.Creo que no me había corrido por culpa de un bloqueo psicológico de mi parte. Si llegaba al clímax siendo sodomizado de esa manera, entonces sí, mi psiquis quedaría afectada para siempre, haciéndome sentir que cualquier atisbo de masculinidad que pudiera tener se iba a ir por completo con esa eyaculación.
Finalmente, todos los músculos de mi pelvis, ano, nalgas y pene se contrajeron y endurecieron más allá de mi voluntad. Lucía aumento la fuerza de la penetración y comenzó besarme la oreja. Me la acariciaba con la lengua y me chupaba el lóbulo. Hasta ese entonces no sabía que la oreja fuese una zona tan erógena. Comencé a correrme a chorros. Esa noche toda la masculinidad que pudiese tener, por poca que fuese, se había acumulado en mis testículos. Con cada chorro de semen se iba un poco de mi masculinidad; podía sentirlo, era real!!, no era solo mi imaginación influenciada por las últimas palabras de Lucia. Ella se aseguró de sacarme hasta la última gota.
Las oleadas de placer que recorrían mi cuerpo comenzaron a disminuir hasta que desaparecieron por completo. Su polla seguía toda dentro de mí pero yo ya estaba insensibilizada, como suele pasar luego del clímax, así que ya no sentía más esa punzada de placer incesante.
Lucia me liberó. Saco la mano de mi boca y soltó mi abdomen. Lentamente sacó su polla. Yo quedé parada, sostenida por las paredes donde apoyaba mis pies y mi cabeza. Sentí sus manos acariciarme los hombros, me masajeaba suavemente.
— ¿Cómo te sientes?— me preguntó con dulzura.
— Confundida— respondí.
Sentí algo húmedo que salía de mi cola. No me había dado cuenta que se había corrido dentro. Su semen comenzó a brotar de mi ano, formado un hilo delgado a lo largo de toda mi pierna y que logró llegar con lo justo hasta el piso.
Lucia encendió la luz. Esperó a que nuestros ojos se acostumbraran a la luz y me volteo. Se veía igual de hermosa e imponente que cuando entre al cuarto hacía ya varios minutos. Seguía teniéndola dura. Me daba pena no habérsela mamado. Yo en cambio estaba agotada, partida al medio. Había sido sometida, dominada, manipulada, transformada contra mi voluntad; pero me sentía agradecida por todo eso.
Se encorvó para buscar mi pantalón, pero solo levanto mi calzón y lo usó para limpiar su semen de mi cola, y luego limpio mi semen de la pared con él. Ciertamente no teníamos con que limpiar todo ese semen. Pensé que me lo iba a dar así todo empapado en semen, pero lo puso junto a su bolsa de ropa, la cual abrió y saco de adentro una braga blanca, era simple, sin detalles, pero sexy.
— Toma! es tuya, quédatela!— Me dio un poco de vergüenza, a pesar de lo que acaba de suceder entre nosotros, pero me puse la braga y luego el pantalón. — Esto me lo quedaré como un recuerdo tuyo. Luego me encargaré de lavarlo— dijo sosteniendo mi calzón.
Ya quería estar en mi cama. No podía seguir parada. Tenía las piernas entumecidas y la cola dolorida. Lucia me dijo que intercambiáramos números para seguir en contacto.
– ¿Es cierto lo que dijiste? Eso de que te iniciaste como yo y ahora eres una mujer trans— Lucía esbozó una sonrisa pícara.
— Sí, lo es. Pero no te asustes. No tiene que ser así contigo. No necesariamente tienes que llegar al punto de tomar hormonas, ponerte senos y vivir como mujer la 24hs. Pero créeme cuando te digo que quedaste marcada. No me digas que no estás pensando ya en armarte un ropero lleno de ropa de mujer y maquillaje y en llevar una vida sexual pura y exclusivamente como mujer??
Bajé la vista pues me daba un poco de vergüenza como había adivinado mis pensamientos tan a la perfección.
— Tranquila. No estarás sola. Te acompañaré en esta transición y te ayudaré a que debutes con un hombre. — La miré sorprendida cuando dijo eso.— Como te conté soy secretaria. Y con mi jefe somos amantes. Te aseguro que le encantará que le presente a una jovencita crossdresser inexperta como tú. Quizás hasta te de trabajo para tenerte cerca, como hizo conmigo.
Estaba boquiabierta. De golpe se me abría un mundo de posibilidades, se me abría la puerta a una vida totalmente distinta a la que había imaginado hasta el momento, una llena de placeres.
— Vamos a domir! Necesitas descansar. Por cierto, este viernes podrías venir a cenar a mi casa. Lo invitaré a mi jefe para que se conozcan. No te preocupes por la ropa y el maquillaje, yo te prestaré todo, incluso una peluca.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿ya? ¿esta misma semana?
—Pues sí! ¿A qué quieres esperar? Hay un mundo de placeres esperando que los descubras. Cuando antes empieces mejor para tí.
Ya en mi cuarto me deje caer sobre la cama. Estaba tan exhausta que me dormí con la braga de Lucia puesta. Mis sueños de eso noche fueron influenciados por mi experiencia con Lucia, pues soñé que era la secretaria de un empresario muy masculino que me follaba salvajemente sobre el escritorio de su oficina.