Descubriendo mi verdad (2)

Me acababas de decir una hora y un lugar, pero ¿para descubrir que? ¿Que tus ojos me hipnotizaban? ¿Que seria capaz de hacer cualquier cosa que me pidieras con solo un gesto? Eso ya lo sabía… pero la gran duda era: ¿me atreveré a ir?

Me dejaste sola allí sentada, sumergida en mis pensamientos, los cuales no tenían orden alguno. Me acababas de decir una hora y un lugar, pero ¿para descubrir que? ¿Que tus ojos me hipnotizaban? ¿Que seria capaz de hacer cualquier cosa que me pidieras con solo un gesto? Eso ya lo sabía… pero la gran duda era: ¿me atreveré a ir?

Y allí estaba yo, desde las 7, dos horas antes de tu hora indicada, sentada en un banco, con la mirada fija en la puerta del despacho 417, que estaba delante de mí. Mi mente era un mar de dudas: ¿por que me has elegido a mí? ¿Que tengo yo para interesarte? Y si me atrevo a pasar, ¿que me espera al otro lado de esa puerta?

Pasé el tiempo mirando a ambos lados por si te veía aparecer, cada vez estaba más y más nerviosa, no dejaba de mirar mi reloj. Las 8. No había señal alguna de ti, lo que de alguna manera me tranquilizaba. Las 8 y media. Nada. Ni rastro tuyo. Mi corazón latía cada vez más aprisa adelantando a los mismos segundos que no dejaban de sonar en mis sienes. Las 9 menos cuarto. No sabia ya ni hacia donde mirar, no soportaría tu mirada en esos instantes… Las 9 menos cinco. Nerviosa le pedí un cigarro a un chico que pasaba por allí, aun cuando hacia meses que no fumaba… ni sentarme sabia ya…! LAS 9. Ya eran las 9!!

Eran las 9 y 20 minutos y aun no habías aparecido

Me sentí ridícula e idiota…y de alguna forma que no llegaba a comprender también algo decepcionada. Había estado durante dos horas esperándote y con los nervios a flor de piel y ni siquiera te habías dignado a aparecer… me enfadé. ¡Tenía la sensación de que me habías tomado el pelo! Resurgió mi carácter… la sangre me hervía… Me levanté de un brinco dispuesta a desaparecer de esta ridícula escena, pero en ese momento se abrió la puerta y apareciste frente a mí.

Pasa – me dijiste con total calma, ignorando mi estado

Y atravesé esa puerta como un relámpago.

¿¿Quien te crees que eres?? He pasado dos horas espantosas!! Estoy segura de que sabías que pasaría la tarde así y sin embargo aun me haces pasar los 20 minutos más horribles de mi vida!!!

Una bofetada cruzó mi cara. Con la mano en mi adolorida mejilla giré mis ojos hacia ti, perpleja por lo que acababa de suceder. Te vi tan sereno como siempre

Siéntate – dijiste sin inmutarte si quiera….

Tu voz era suave pero firme, tanto que hasta me hizo dudar si me habías abofeteado de verdad, duda que el hormigueo de mi mejilla disipaba. Me senté ante la imposibilidad de articular palabra. Te miraba de reojo mientras caminabas por el despacho observándome con la tranquilidad que ya había aprendido que te caracterizaba y tomaste asiento. Estabas a menos de un metro sentado ante mí y no me atrevía siquiera a mirarte.

Te dije que te daría una explicación y eso voy a hacer. Te he estado observando, aun más de lo que te imaginas. El primer día que te vi fue casi hace un año, cuando viniste a buscar información a cerca de la matriculación. Eres hermosa, pero también modesta, me gustan las mujeres modestas. Cuando ya te ibas me crucé contigo y tal y como viste mis ojos bajaste la mirada y continuaste tu camino. Fue una buena señal… La siguiente vez que te vi fue en la charla explicativa de la carrera, un mes antes de empezar las clases a la que por supuesto, como alumno, yo también acudí. En aquella ocasión ya supe con certeza que te vería a menudo. Fue ahí cuando decidí que serías mía

Durante toda tu explicación parecías absorto en tus recuerdos, pero en esta última frase recalcaste cada una de las palabras, lo que provocó que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza.

Intentaba asimilar cada palabra tuya, pero no me hacía creces de que aquello estuviera sucediendo de verdad, era propio de una película, pero esto en el mundo real no pasaba, o al menos jamás me había pasado a mí. Comprendí que te pudieras fijar en mí, no era tan descabellado… no me considero en absoluto fea, de hecho aquel día comenzaba a acostumbrarme ya a los intentos de acercamiento por parte de mis compañeros, pero tú no eras como ellos… no entendía muy bien lo que intentabas decirme con todo esto y lo debiste notar en mi cara asombrada, por lo que sin que yo te lo pidiera continuaste hablando:

Gracias a Dios, el destino me ha brindado una oportunidad de oro cuando el profesor me puso encargado de su materia durante un tiempo, por lo que de alguna manera tengo tu aprobado en mis manos. Pero no te preocupes por eso, no lo voy a utilizar como chantaje, quiero que te entregues a mí… pero por voluntad propia. Eres mía desde el primer día de las clases, aunque aún no entiendas lo que eso significa ni lo que supone.

Estaba absorta en tus palabras y en mis propios pensamientos, mientras te miraba con cara interrogativa. No lograba asimilar todo esto. ¿cómo que era tuya? Sí me llamabas la atención, tenías un atractivo que nunca había visto y tus ojos parecían los de un brujo de la Edad Media y se notaba que tu cuerpo había sido bien trabajado en un gimnasio. Quizá con el tiempo habría podido liarme contigo en alguna fiesta universitaria, pues para nada me desagradabas, pero creía entender que tú no querías ese tipo de relación. No lograba poner en orden mis pensamientos por lo que tampoco lograba articular palabra.

Te levantaste despacio y con paso seguro te acercaste a mi silla, te agachaste, cogiste mi cara con tus manos y me diste un beso al que yo respondí sin saber aun por qué. No fue un beso apasionado, ni tampoco cauto, parecía más bien un beso de enamorados. Sin entender por qué noté amor en ese beso. Fue largo, suave y dulce, de esos besos que no te hacen pensar en nada más mientras están ocurriendo y te dejan flotando en una nube. Cuando te separaste lentamente pudiste ver mis ojos cerrados y como una sonrisa aparecía en mis labios saboreando aun el momento

No me equivoqué. Serás una buena puta.