Descubriendo mi cuerpo

Yo me tocaba como ella me había enseñado separando los labios con los dedos índice y anular y rozando suavemente el pequeño bultito que se advertía en la comisura de mi sexo...

Tuve mi primer contacto con la actividad sexual cuando, un día,  jugando con una de mis pequeñas amigas en su casa ella me contó que una compañerita que iba a la escuela con nosotras, le había enseñado a tocarse el sexo y que eso le proporcionaba mucho placer.

Me preguntó si yo lo hacía y como le dije que no,  me invitó a que lo hiciéramos juntas.

Acepté por curiosidad y, encerradas en su habitación, me enseñó cómo hacerlo y estuvimos largo rato dedicadas a ese juego, acariciando cada una su propia vulva.

Yo me  tocaba como ella me había enseñado  -separando los labios con los dedos índice y anular y rozando suavemente el pequeño bultito que se advertía en la comisura de mi sexo con el dedo medio-  proporcionándome a mí misma una sensación que me resultaba sumamente agradable, aunque mirándola a ella notaba que debía estar experimentando cosas muy distintas a las que sentía yo, dado que por momentos se estremecía de una manera tan vigorosa, que hasta llegué a pensar que le estaba ocurriendo algo malo; algo que le provocaba algún tipo de dolor  que la hacía cerrar los ojos con fuerza y gemir entrecortadamente.

Ella se encargó, mas tarde, de hacerme saber que lo que sentía no era sufrimiento sino placer y me instaba a que continuáramos haciéndolo hasta que yo lograra obtener la misma sensación.

Ese juego lo repetimos varias veces y siempre ocurría lo mismo; a mí no me desagradaba, pero nunca me sucedía lo que ella me contaba que le pasaba cuando se acariciaba y  me explicaba que era algo maravilloso.

Con el tiempo perdí el interés en tocarme y dejé de hacerlo, y cuando iba a su casa jugábamos a otras cosas.

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No puedo precisar con exactitud en que momento, pero cuando tenía trece años  -casi catorce-  se produjo mi desarrollo físico, con todos los cambios que eso trae aparejado.

Este hecho no me causó ningún inconveniente ni me ocasionó miedo alguno, pues mi madre ya me había hablado acerca del acontecimiento, por lo que estaba perfectamente preparada.

Simultáneamente con esos cambios, comenzaron a invadirme sensaciones de inquietud y desasosiego que no podía comprender a que se debían,  pero que me mantenían en un estado de vigilia desconocido hasta entonces,  y que presentía estaban relacionadas con el despertar sexual.

A partir de allí los cambios en mi cuerpo fueron notorios y el primero de ellos fue que mis pezoncitos de pusieron mas hinchados transformándose en dos pequeñas protuberancias  que por momentos se endurecían sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.

Estos cambios crearon la necesidad en mí de contemplarme desnuda frente al espejo y maravillarme día a día viendo que mi cuerpo comenzaba a redondearse y mi monte de venus se poblaba de un vello incipiente que invitaba a ser acariciado por mis dedos.

Supongo que fue solo por curiosidad que, estando acostada en la cama, comencé a tocar mis pezones y descubrí que el roce de las yemas de mis dedos sobre ellos me producía una sensación muy placentera  y hacía que se erizaran y que recorriera mi cuerpo una vibración hasta entonces desconocida,  pero tan agradable, que provocó que todas las noches antes de dormirme repitiera las acaricias largamente .

Fue en una de esas noches que, tal vez instintivamente, mientras mi mano izquierda acariciaba mis pezones y mi mano derecha jugaba con mis vellos púbicos, deslicé el dedo medio entre los labios de mi vulva  -tal como me había enseñado mi compañerita años antes-  encontrando mi clítoris, el que reaccionó inmediatamente.

Entonces ocurrió algo maravilloso.

Mi vulva comenzó a lubricarse con un líquido cálido y viscoso que surgía de mi interior y mi cuerpo se estremeció como si estuviera atravesado por una extraña descarga eléctrica.

Se produjo una conexión hasta entonces desconocida por mí, entre mis pezones y mi sexo.

Fue de tal intensidad esa descarga y tan maravillosamente agradable la sensación que me produjo, que quise continuar deslizando mi dedo entre los labios de mi vulva, pero no lograba hacerlo porque sentía que si proseguía estimulando mi botoncito iba a perder la vida.

Realmente no sabía que era lo que me estaba sucediendo, lo que si tenía claro era que me gustaba mucho y que era un secreto que no podía compartir con nadie.

Repetí las caricias noche tras noche al acostarme y mientras  las repetía mi mente se inundaba de imágenes eróticas, algunas vistas en alguna foto prohibida mirada a escondida y otras creadas por mi propia imaginación,

Tan potente era lo que sentía, y tan grande el descontrol que se apoderaba de mi cuerpo, que me invadía el temor a lo desconocido y prometía a mí misma no volver a tocarme.

Algunas veces pasaba uno o dos días sin hacerlo, pero con el transcurrir del tiempo el deseo se apoderaba de mi cuerpo y mis dedos parecían cobrar vida propia, y casi sin que yo pudiera evitarlo, comenzaban a explorar mis pezones y mi vulva.

Presentía que si lograba transponer ese momento en que el cuerpo me exigía que abandonara mis tocamientos, descubriría algo nuevo y maravilloso para mí.

Y  sucedió.

No se como fue, pero casi sin darme cuenta atravesé esa barrera invisible que me separaba del placer total.

Una noche, en el mas maravilloso instante, y a la vez el mas temido por mí, en el que nunca podía proseguir rozando mi clítoris, una fuerza misteriosa me alentó a continuar.

Los franceses describen ese instante como  "la pequeña muerte".

Para mí lo fue.

Por un momento sentí que la vida se escapaba de mi cuerpo mientras éste  se agitaba en forma convulsiva totalmente fuera del control de mi voluntad.

Todo mi ser pareció estallar en la mas extraordinaria de las sensaciones.

De mi garganta escapó un gemido sin que yo pudiera evitarlo.

Me sentí  flotar en el espacio mientras mientras mi sexo  se  convertía en el centro del universo.

Fue un orgasmo portentoso, sobrenatural.

Mi primer orgasmo.

Pasada la tormenta, mis dedos continuaron  acariciando con suavidad mi clítoris y los labios de mi vulva.

Luego, lentamente el  sueño se  fue apoderando de mí.

Antes de quedar dormida llevé a mi boca los dedos que momentos antes invadieron mi sexo y probé el sabor de mis jugos.

Tenían un gusto delicioso.