Descubriendo el placer de viajar - 20
Túnez - Excursión por el desierto. Una espantosa excursión sobre un camello para pasar un día en una jaima, donde me vende mi marido a un jeque y me desnudan para que sirva en su harén como concubina.
Túnez – Excursión por el desierto
Nos habíamos apuntado a alguna excursión, ver una ciudad romana, Túnez y Cartago y otra que yo no me quería perder a pesar de la desgana de mi marido de un día en el desierto con los beduinos, viviendo un poco su vida.
El guía tunecino nos lo puso por las nubes, pero el español que nos acompañaba en todo el viaje ya nos advirtió que era menos de lo que imaginábamos, que si, eran habitantes del desierto, pero muy modernizados, con todas las comodidades actuales que escondían cuando tenían visita de turistas y que era más una actuación, bastante buena eso sí, de la vida en el desierto. Si íbamos concienciados, nos podía gustar.
Solo nos apuntamos tres parejas, las otras dos algo mayores, y partimos del hotel una mañana temprano para vivir un día de aventura en el desierto, en mitad de un oasis, viviendo en tiendas de campaña y comiendo carne de camello y dátiles.
Salimos en un todoterreno por una carretera que se iba estrechando según nos alejábamos de la ciudad hasta llegar al cabo de algo más de dos horas a una especie de casona de barro, donde podíamos elegir entre seguir por las dunas con el vehículo o continuar en camello hasta el destino.
Nosotros elegimos esto último, yo ya iba preparada con un pantalón ligero y amplio, para que no se me quemaran las piernas y una cazadora de tela que me cubriera algo más que la cortita camiseta de tirantes que llevaba puesta.
Era una pasada, cruzar el desierto en camello, como aquellos bandidos de las películas, y el animal era dócil, aunque el meneo a los lados resultaba un poco incomodo. A la media hora me dolía todo el cuerpo y no sabía cómo sentarme, el pantalón se me pegaba a la manta que estaba bajo la silla de montar, y me notaba sudando las pantorrillas que pegaban con el lomo del bicho. Un rato después estaba deseando bajarme y seguir andando, y justo en ese momento aparecieron las palmeras y se empezaron a ver las tiendas de campaña enormes alrededor.
Cuando conseguí descender de la montura tenía el cuerpo anquilosado, un dolor por todo el cuerpo y la sensación de que tenia las bragas clavadas en mi cuerpo. Lo primero que hice cuando nos asignaron una jaima enorme con todas las comodidades modernas, fue desnudarme y mirarme si tenía rojas las piernas de tanto roce, que no parecía, pero desde luego las molestias en mi coñito eran reales, las bragas se habían ido introduciendo por la rajita, y subiendo hacia arriba estaban incrustadas dentro de mí.
Mi marido acudió en mi auxilio, sacando con cuidado la tela de mi interior, y diciéndome palabras cariñosas para consolarme, lo tenía todo escocido, y fue por eso que no oímos llamar ni nos dimos cuenta de que el guía tunecino estaña a la puerta hasta que carraspeo ligeramente para indicarnos su presencia.
- Perdonen, solo venia para indicarles el horario de hoy. Pero que le ha pasado a la señora? No se encuentra bien?
Mi marido le explico por encima los efectos de la cabalgada en camello mientras yo me tapaba como podía con el ancho pantalón.
- Ahhh, sí, suele ocurrir, pero se le pasará enseguida. Esperen aquí, no se cubra la zona, voy a por un remedio milagroso.
Volvió en unos segundos, con un tarro en las manos y se arrodilló delante de mí, echando el pantalón a un lado, cogió una cantidad generosa con los dedos y me lo fue aplicando por las partes más escocidas, donde se veía más colorado y lastimado. Empezó por atrás, cubrió todo el culo con crema meticulosamente, era muy cuidadoso, apenas sentía el roce de sus manos, aunque si veía que me estaba dando un buen repaso, por toda la zona ya que después se encargó de la parte interna de los muslos para terminar en el vientre, al que dedicó más crema y atención.
Con los dedos llenos de crema me preguntó si por dentro también estaba dolida. Tuve que confesar que si, después de todo había llegado justo en el momento que había empezado a bajarme las bragas. Metió los dos dedos en mi interior y masajeó concienzudamente las paredes vaginales, hasta el punto que casi me provoca un orgasmo a pesar de lo mal que me encontraba.
Se limpió con un trapo y me recomendó que estuviese así un par de horas, que entonces me duchase para quitarme todo y me vistiese normalmente, pero que la crema del interior de la vagina la dejase ahí toda la noche si era posible. Me explicaba esto mientras yo estaba desnuda excepto la ligera camiseta de tirantes, de pie a su lado mientras indicaba y señalaba con la mano lo que debía de hacer, y yo solo podía asentir y hacer como si todo aquello fuese la más normal del mundo.
Debió de ir propagando la noticia por todo el campamento, porque unos minutos después llegó el chico con el equipaje, que simuló no ver nada raro, pero que entró las maletas, e incluso el bolso de uno en uno, luego vino el gerente para lamentar lo ocurrido y prometernos que el remedio era excepcional, después llegó un camarero que igualmente se acercó a mí, como si estuviera todo bien, colocó la mesita, las tazas, sirvió el té colocó una bandeja con pastelitos y dátiles y se fue casi andando hacia atrás para no perderse nada del espectáculo.
En fin, cuando regresó el guía había encontrado al fin en mi bolso un chal que me coloqué en la cintura y por lo menos me tapé sin que pudiera decirse que me había vestido. Le pareció muy buena solución, y a continuación nos comunicó a que venía. Esa noche, en la cena, iríamos vestidos al estilo árabe, para lo que nos habían dejado ropa en un armarito allí mismo, en la jaima, no era obligatorio, pero daba más sensación de realidad si todos nos lo poníamos, habría un poco de espectáculo y luego, el que hacía de jeque y anfitrión intentaría comprar a una de las mujeres para su harén, todo esto simulado y sin molestarnos y la elegida podía negarse, pero tenía más gracia contribuir a la fiesta, que después de todo era para lo que habíamos ido.
Y efectivamente, cuando después de asearnos y vestirnos como nos indicó el guía para ir a comer, de las otras dos parejas solo una se había vestido como nosotros para la ocasión, así que ya sabíamos quienes estábamos dispuestos a participar y pasarlo bien. Yo particularmente había elegido entre los dos o tres vestidos que pusieron a nuestra disposición uno que tal vez fuera un poco atrevido pero que me venía de perlas por la situación de desastre físico que tenía en la parte de mi cuerpo que había estado toda una hora dando botes en la silla con una indumentaria tan ligera.
En primer lugar me había quedado con solo la camiseta en cuanto vi que ya nadie más iba a aparecer por la puerta de la tienda, que lamentablemente no tenia timbre para llamar y solo avisaban, si lo hacían, dando unos golpecitos en el poste de entrada, que si estabas ocupada en algo no se oía apenas.
Luego me había duchado con tranquilidad, intentando quitarme toda la crema que me había echado un rato antes, y que efectivamente era casi milagrosa, porque me había desaparecido el ardor, no se veían rojeces en la piel por ningún lado, y cuando le pedí a mi marido que tocase a ver, solo sentí un ligero escozor, pero ninguna molestia.
Y lo malo fue cuando me puse las bragas, porque haciendo caso al curandero-guía, me dejé ahí dentro la crema que me había metido hábilmente, y nada mas colocarlas, sentí que mojaban el rizo interior, dando una sensación pastosa y desagradable, como si me las hubiera puesto justo al acabar de hacer… bueno, eso, ya se puede imaginar qué, y la tela se me pegaba al culo de manera desagradable.
Entonces opté por una solución intermedia: me puse un salva slip y un tanga, dejé de notar cosas raras en mi entrepierna, ni humedades, y ya no me molestaba la tela en el trasero y podía incluso sentarme en los cojines que hacían de sillas sin que me rozase la tela contra la piel. Y todo este preámbulo es para poderse imaginar cómo me quedaba el traje que escogí para la ocasión y para estar el resto del día en las actividades que tenían programadas.
Era de una gasa casi totalmente trasparente, de un precioso color azul morado, que hacia como un pantalón pero abierto por los lados desde la cintura hasta los tobillos. Por arriba la tela cubría un poco por delante y otro por detrás, sujeto con una cinturilla elástica del mismo color y adornado con colgantes dorados, como monedas a los lados, que mas que tapar lo que hacían era llamar la atención hacia esa parte por la que seguro se vería gran parte del culito según me moviera, pero que con el meneo de las caderas eran como un cascabel anunciando mi paso.
Por arriba no llevaba prácticamente nada, un sujetador casi solido, lleno de adornos, lentejuelas y brillantes sujeto por detrás del cuello y atado a la espalda por unas cintas doradas. Tenía el inconveniente de ser un poco grande, las moras que utilizaran de modelo debían ser mas pechugonas y si me lo apretaba a la espalda las tiras casi metálicas se me clavaban y las copas me dejaban marcas en la piel, por lo que decidí dejarlo un poco suelto, con el problema de que el pecho quedaba a la vista en cuanto me agachaba un poco.
Bueno, después de todo eso era lo menos importante, me miraba en el espejo y me veía espectacular, casi desnuda, pero con el calor que hacía por allí casi era preferible.
La comida transcurrió sin novedad, los seis huéspedes solos y un camarero por persona, no faltaba de nada, incluso pusieron vino, creo que sin alcohol, o por lo menos no pegaba casi, y desde luego todos pudieron ver mis tetas a placer, porque la mesa era baja, los cojines también, y para alcanzar la comida había que agacharse un poco, el sujetador de separaba del cuerpo y el pecho quedaba desnudo y al aire sin su protección.
Yo creo que mi marido era el que más disfrutaba viéndome observada y admirada por tanta gente, porque además cada vez que me giraba para hablar con uno o con otro, el culo quedaba fuera del pantalón, todo redondito y liso, y además con el tanga parecía que no llevase nada debajo.
En fin, que nos lo pasamos muy bien en la comida, la pareja que iba también a lo moro dijo que ellos iban a disfrutar de todo lo que nos ofreciesen, y a participar en todo, igual que nosotros. La mujer iba bastante mas recatada, pero se la veía un cuerpo rellenito, no tan firme, pero muy gracioso y redondito por todos lados, y a ella desde luego el sujetador le sentaba perfecto, al revés que a mí, su pecho sobresalía por los lados en abundancia.
La otra pareja, se empezaba a animar, sobre todo él, al vernos a las dos odaliscas a su lado, y su mujer muy sería apenas acompañaba y desde luego proclamó bien claro que ella nunca se disfrazaría como nosotras. Bueno, era un desperdicio de excursión si te lo planteabas de esa manera, pero…
Después de dejarnos un rato para descansar empezaron varias actividades, una especie de acometidas o guerrillas con los beduinos a camello, música con tambores, bailes típicos, paseo por el oasis, merienda típica, otro rato de descanso y nos dejaron libres hasta la hora de cenar.
Yo ya estaba mucho mejor, apenas sentía molestias y después de asearnos me volví a poner el mismo vestido, con un tanga casi invisible y aparecimos a la hora exacta en la jaima del jefe de la tribu, increíblemente adornada y tapizada de todos los colores posibles.
La cena fue la típica desde que llegamos al país, muy característica de la zona, demasiado especiada y exquisitamente servida. El jeque nos hablaba indistintamente en árabe y en una mezcla de francés y español, estábamos solos con él y los dos guías, y el ambiente era casi perfecto.
Cuando estábamos en los postres empezó una de las representaciones mas curiosas que había nunca presenciado. El jefe le pidió al marido a la gordita comprársela por un camello. La gordita abrió los ojos espantada, el marido negó, y dijo que él no vendía a su mujer. El jefe le dijo que necesitaba mujeres para su harén y que le gustaba, que le daría el mejor camello de su rebaño, pero el hombre se negó casi enfadado mientras la mujer se apretaba contra él como si le fuera la vida.
Yo no me esperaba esto, la verdad, porque el jefe muy serio ponía cara de contradicción y pensé que nos iba a arruinar la noche, pero lo peor fue cuando se volvió a mi sonriente marido y le ofreció lo mismo por mí, un camello si accedía a entrar en su harén.
un camello? Pero tú has visto lo que vale esta mujer?
camello, uno. Tu elegir, mi mejor camello
No, eso es poco, mi mujer vale mucho más
dos camellos, rufián del desierto, dos es mi última palabra.
Mi marido me hizo levantar avergonzada y furiosa: me estaba vendiendo al jeque como si fuera una vaca, y él seguía sonriendo, el guía se escondía para que no se le viera la risa y los demás estaban con la boca abierta. Tuve que girar para que me viera bien por detrás, incluso me acercó a él para que se percatase mejor del genero, le invito a tocarme para que viera que estaba bien fuerte y la carne era firme y dura, y por supuesto lo hizo, incluso metió la mano por el culo hasta llegar al tanga y luego me indicó que me pusiera de rodillas delante y ahí quedó de nuevo mi pecho casi libre ante su vista.
Mi marido quiso aprovechar su ventaja y le retó:
dos camellos y una cabra y también es mi última palabra.
tú difícil, eres como un chacal, pero eres mi huésped y no acabaré con tu vida. Está bien, dos camellos y una cabra.
Dio unas palmadas y aparecieron dos chicas jovencitas, ataviadas más o menos como yo, que me agarraron de los brazos y me condujeron a otra tienda anexa. No dijeron ni media palabra, me desnudaron mientras yo seguía ofuscada y aturdida por lo que había pasado, me bañaron con unas toallas húmedas y perfumadas, me sentaron a esperar en unos cojines y se pusieron a rebuscar en los cajones qué ropa ponerme, mientras yo esperaba apenas cubierta con una toalla.
Entonces reparé en un tío enorme de pie vigilando desde la puerta con un turbante emperifollado y un espadón ancho y grandísimo, apenas a un metro de mi; quería taparme pero las idas y venidas de las chicas para ver que tal me sentaba la ropa que iban eligiendo no me lo permitían, así que en un de esas agarré a la primera que se acercó, le señalé al individuo y ella riéndose me dijo algo así como que era el eunuco, el guardián del harén.
Bueno, muy eunuco no parecía o el bulto de su ancho pantalón era de mentira y se estaba poniendo las botas con tanta mujer escasa de ropa o desnuda, como era mi caso. Como no estaba muy segura de que todo aquello fuera verdad, me acerqué a él y con gesto voluptuoso pero decidido le agarré el paquete con una mano, para comprobar si era de cartón piedra o carne autentica.
Era todo real, y bastante grande, duro como una piedra en cuanto lo sujeté con un poco de fuerza y le hice resaltar por debajo del pantalón, mientras las chicas se reían a carcajadas, dejando todo a un lado para ver el espectáculo y el pobre hombre se arrugaba y sudaba intentando representar su ya poco creíble papel de eunuco.
En fin, al rato acabé medio vestida, maquillada y pintada, perfumada de arriba abajo y lista para ser conducida ante la presencia del sultán. Y digo medio vestida porque esta vez el traje era lo más reducido que habían podido encontrar en todo aquel extenso vestuario.
Por abajo era simple y llanamente un tanga negro y por arriba un sujetador igualmente negro, pero esta vez de mi talla exacta y las dos prendas delicadamente adornadas con pedrerías y aderezos de plata, formando figuras y para que no pareciera un simple bikini, un buen numero de colgantes alrededor de la cintura y cayendo del sujetador, y el resto del cuerpo con pulseras y collares de un trabajo exquisito.
Ya estaba lista, en menos de diez minutos regresaba de nuevo a la jaima del jefe, que en cuanto me vio aparecer ordenó servir el té de nuevo y los dulces especiales, tremendamente dulces y especiados, como casi toda la comida allí, me hizo una seña y me senté en un taburete a su lado, probando de casi todo lo que me iba ofreciendo, los mejores bocados como a su favorita del serrallo.
A todo esto yo no las tenía todas conmigo pero estaba lo suficientemente convencida de que todo aquello de la puja, los vestidos y tal, era solo parte del espectáculo, en el que participábamos los clientes, o invitados como ellos decían, y que al acabar la cena y la diversión, cada uno volveríamos a nuestro lugar, no quería formar parte del harén de nadie por muy bien que estuviera el sultán, jeque o lo que fuera, y sus eunucos.
Me distrajo de estas cavilaciones el movimiento sensual de las bailarinas que al son de los tambores movían el cuerpo de una forma voluptuosa y rápida, haciendo sonar los adornos que como los míos, llevaban colgando de la cintura y el busto. El jefe dijo algo al oído de la gordita que estaba un poco mas separada a su otro lado, y ella sonreía y negaba con la cabeza, hasta que algo la debió convencer y salió al escenario intentando emular a las chicas nativas que se habían retirado a un lado.
Los hombres reían y aplaudían, porque la verdad es que lo estaba haciendo bastante bien, con mucha gracia y era una lástima que no llevase colgantes metálicos para que sonaran como las otras, su marido entusiasmado con las dotes de la mujer, el mío empezó a mirarla más que a mí, y eso que desde que hice mi entrada no me había quitado ojo, y la mujer sería aprovechó la distracción de todos para retirarse, supongo que para que no la hicieran bailar a ella también. Su marido negó algo con la cabeza y siguió en la juerga con los demás.
- ahora toca a ti, supongo que tu también quieres premio.
Me daba igual el premio o lo que fuera, yo solo quería que me mirasen a mi también y admirasen mi tipo y mi gracia moviendo el cuerpo, de modo que salí junto a la otra mujer, que me agradeció con una sonrisa que la acompañase y le quitara un poco de la atención de los hombres, que parecía que ya empezaban a babear, incluido el mío.
He de reconocer que mi compañera tenía mejor estilo que yo, sus pechos se movían a ambos lados como flanes, yo intentaba mover las caderas a su misma velocidad y era incapaz de seguirla, y lo único que casi la igualaba era el movimiento del pecho a los lados y hacia adelante, pero al ser más pequeños el efecto no era ni de de lejos el mismo.
Y cuando más entusiasmadas estábamos ocurrió algo terrible: las chicas no debieron abrocharme bien el sujetador o lo hicieron aposta, porque en un movimiento de esos bruscos salió volando hacia delante y despareció entre los cojines que poblaban el salón. Me quede cortada unos segundos, con las tetas al aire, pero al ver que todos seguían igual jaleando y aplaudiendo, parece que ahora con más euforia, seguí con mi baile aunque hubiera perdido la mitad de mis cascabeles y ya no sonase igual.
Cuando pararon los músicos y nostras nos dirigíamos de nuevo a nuestros asientos me quedé un poco parada, con las manos intentando ocultar el pecho desnudo y buscando entre el mobiliario donde podría haber caído la dichosa prenda. Pero mi marido hizo algo entonces: se levantó, me tomó de la mano y me llevó junto a él a nuestro lugar. Me sentí protegida a su lado y dejaron de importarme las miradas de los hombres sobre mis pechos, me abrazó por la espalda y pensé que todo estaba bien.
Pero no todo estaba tan bien, las bragas demasiado ajustadas y el meneo del baile habían vuelto a provocar un poco de escozor en la parte del culo que necesitaba para estar cómoda sentada, y me revolvía inquieta en el, a pesar de todo, confortable cojín. Los hombres habían dejado al fin de mirar continuamente mis pechos, atentos a la conversación con el jefe y las explicaciones del guía y la otra mujer y yo nos contábamos cosas, como si nos conociéramos de siempre.
Me removía inquieta, y en una de esas ocasiones en que alguno recordaba que había allí una mujer a quien mirar de vez en cuando las tetas desnudas, le tocó al guía fijar su mirada y aproveché para hacerle una seña disimulada. Se acercó inmediatamente, siempre servicial, eso sí, mirando donde había empezado a mirar unos segundos antes, y se agachó a mi lado para que no nos oyera nadie más.
- no se preocupe por su venta, el jeque les entregará mañana mismo los dos camellos y la cabra.
Vaya, ya se me había olvidado que ahora era una esclava del harén, tendría que hablarlo seriamente con mi marido. Pero algo en su mirada y el tono que lo dijo me insinuaba que se estaba riendo de mi, o siguiendo con la broma, o haciéndome recapacitar en mi vida futura en el desierto, no tenía muy claro cuál de todas estas posibilidades podía ser, pero decidí ir a lo mío, y seguir mas tarde en serio o en broma con el tema.
no, no es eso, es algo más serio. Verás… es que con esta ropa, o mejor dicho, estas bragas tan ajustadas, y el baile, y el camello, y la crema, y… bueno, eso otra vez.
te escuece el culo?
hombre, dicho así… me cuesta sentarme bien.
espera que voy a por la crema y te echo un poco más, esto ya se está acabando, luego tenemos que salir afuera.
afuera? A donde?
luego os lo explico a todos, ahora vamos a lo más urgente, espérame en la sala donde te cambiaron antes de ropa, ahí debe estar la tuya además.
Esperé un rato allí sola, mientras retiraba la cinturilla del bikini para ver si se veía rojo o solo eran figuraciones mías. Se oía al guía detrás de la cortina hablando con la gente sobre la puesta de sol próxima, y al rato entró seguido de mi marido y el otro hombre que se había quedado solo al retirarse su mujer y que parecía que se habían hecho amigos desde entonces.
El guía me dijo que debía echarme la crema de nuevo, un poco menos esta vez, y bien repartida, que se metiera por la piel. Yo creo que me estaba preparando para la sesión de magreo que iba a darme, aunque la presencia de mi marido antes no le importó mucho, ahora se le veía algo mas cortado. Y este también se dio cuenta de la intención del morito, porque le comentó algo de que le dejase la crema, que ya lo haría él.
Entonces vino un momento de mucha vergüenza, porque al preguntar el amigo que pasaba, mi marido le contó con detalle lo de la piel escocida y el remedio árabe que tenía que aplicarme. Este se percató rápidamente de que allí podía avergonzarme y nos dijo que esperaría fuera, lo cual me pareció un buen detalle, ya estaba viéndome las tetas desde hace un rato. rodeada de tres hombres a un palmo de mi, ya casi me parecía lo más habitual andar medio desnuda por ahí, y la verdad es que no me veía molesta, a lo mejor por el ambiente folklórico del escenario, o por la vestimenta general, o por el calor, pero era casi tan natural como hacer topless en la playa.
Pero mi marido para asombro mío, le pidió que se quedase, que sería solo un momento y luego nos iríamos los tres a ver la puesta de sol. Bueno, entonces el guía al ver todo el panorama y que su rollo se había cortado, me bajó las bragas con cuidado, miró todo con detenimiento, casi más bien olió, por lo cerca que se ponía de mi, y al fin dejándome allí desnuda ante los otros dos, se retiró con resignación pasándole el tarro de crema a mi marido.
Y me volvió a dejar estupefacta cuando abrió el tarro, le ofreció un poco a su nuevo amigo diciéndole que me lo fuera aplicando por detrás mientras él lo hacía por delante, para así ir ganando tiempo y no perdernos el hermoso atardecer de las dunas, así mismo se lo dijo, con estas exactas palabras.
Ni que decir tiene que el amigo, todo serio, le hizo caso, y en pequeños círculos fue esparciendo crema por todo el culo, y el guía detrás le indicaba que masajease un poco para que se impregnase bien por la piel, como deseándole arrebatar un poco de crema para demostrarle como hacerlo. Pero el otro no se dejó aconsejar, y le respondió que sabía muy bien como masajear un culo, que no se preocupase.
Por delante el ejercicio iba igual de minucioso y formal, con las piernas abiertas para ponerme en la parte interna de los muslos, por todo el pubis, impregnando el recortado pelillo, y dando círculos con los dedos por acá y por allá.
En ese punto el guía no pudo contenerse, se acercó a toda velocidad y sin que yo pudiera opinar ni decir ni pio, se puso delante de mi marido, de rodillas, y abrió un poco los bordes de la vagina, otra vez casi con la nariz dentro y le indicó que pusiera un poco por ahí, y que si no sabía hacerlo, el se ofrecía para efectuar tan difícil misión.
Bueno, con tantos ayudantes y colaboradores entusiastas, acabaron muy rápido, la verdad, o eso me pareció cuando al fin dejaron de manosearme para retirarse un poco a contemplar su obra.
Pero así no puedo salir afuera, objeté yo al verme desnuda del todo, ya ni las joyas y adornos me habían dejado, y viendo que la luz iba cayendo y que nos quedaba poco tiempo.
El guía empezó a rebuscar entre los cajones de la estancia, sacando otra vez bikinis, corpiños, chaquetillas, velos… eso es lo que el buscaba: un velo de tul blanco, una gasa fina que colocó sobre mi cabeza y me llegaba algo por debajo de la rodilla pero que debía sujetar por delante para que no se abriese y se me viera todo. Pero en vez de buscar un cinturón, agarró una especie de collar con piedras y me lo colocó sobre la cabeza, sujetando el velo para que no cayese indicando que debería taparme la cara con una esquina para que ningún infiel me viera el rostro ni el pelo.
Bueno, al tapar el rostro y subir la tela, quedaba un pecho fuera, pero supongo que no importaba con tal de que no se supiera a quien pertenecía, lo importante era que no se me viera el rostro, y ya, después de todo, creo que me había visto desnuda todo el campamento, de modo que salí resueltamente afuera, siguiendo al guía que después de indicarnos algunos de los mejores sitios para ver el ocaso, al fin se retiró.
Nos sentamos los tres en lo alto de una duna, el suelo estaba calentito y blando, era cómodo para unos pocos minutos que duraría el espectáculo. Mi marido me pasó el brazo por los hombros y el amigo por la cintura y así juntitos y cariñosos los tres, con el ruido de fondo de las flautas y los tamborcillos, esta vez apenas audibles, como acompañamiento crepuscular, el sol fue volviendo rojizo todo el cielo, hasta que desapareció y la música cesó.
Me tumbé boca arriba, con la cabeza sobre el vientre de mi marido y las piernas sobre los muslos del acompañante, y le miré a la cara con gesto serio.
de verdad me has vendido al jeque por dos camellos y una cabra?
sí, pero al final no hubo trato
y eso?
no tenía la cabra para pagarme.
Imagino que sería una broma, a pesar de lo serio que lo soltó, pero yo soy muy inocente, no se me ocurre percibir ciertas bromas, o ver maldad en la gente, pero me dio igual cual fuera la verdad, era libre del harén, estaba otra vez con mi marido y mañana regresábamos. Eso sí, esta vez en el coche.
Y me quedé dormida en el lecho de arena, sintiendo el frescor de la noche en el desierto, y una mano que acariciaba mi pecho y otra sobre mi pubis, muy quietecita, dándome tranquilidad.