Descubriendo el placer de viajar - 19

Túnez - De compras en la Medina. Tenía ganas de comprar algo de ropa de cuero, que dicen que es muy buena y barata allí, pero las pruebas de un pantalón me convierten en la atracción de todos en la tienda, y hasta de los curiosos que transitaban por la calle.

Túnez – De compras en la Medina

Un día decidimos acercarnos a la ciudad de Hammamet a tan solo diez kilómetros del hotel y ver un sitio típico, la medina, las calles, los puestos de mercadillo que san tan curiosos y pintorescos, y salir un poco de la rutina de excursiones en grupo, que estaba bien para ver sitios más lejos y que se necesitase un guía, pero aquí se podía llegar casi andando.

El taxi era muy barato y nos indicó que podía recogernos a la vuelta, algo muy útil cuando no se conocen las costumbres de un sitio, y en menos de un cuarto de hora estábamos paseando por las calles.

Yo quería comprar algo de cuero, especialmente un pantalón, allí trabajaban muy bien y no era nada caro, así que empezamos a ver sitios mientras hacíamos fotos de todo, hasta llegar a la medina, donde las calles estrechas y oscuras nos asustaron un poco y los precios eran más altos porque todos los turistas eran llevados allí por sus guías.

Encontré una tienda que me gustaba, después de cansar a mi marido viendo cosas por ahí y mirando todo, y entramos al ver que la ropa que ofrecían en la calle parecía de calidad, y sí, allí estaban colgados varios modelos, exactamente como yo quería, de varios colores y tallas. Mi marido se sentó a esperar que me decidiese por algo, mientras el dependiente me seguía por toda la tienda, hablando sin parar en un castellano sencillo pero aceptable, y mostraba uno tras otro todos los pantalones que a mí me parecían horribles.

Pero al fin, allí en un rincón encontré lo que buscaba y parecían de mi talla.

  • donde me lo puedo probar?

No había ningún sitio apartado o reservado, y me indicó un rincón que unas telas y un montón de almohadones tapaban un poco la vista de la entrada y por lo menos no se me veía desde la calle. Me subí como pude la falda y a base de tirones conseguí que pasara por las caderas. Era perfecto, estrecho por arriba, algo más ancho por abajo y bien ajustado al culo.

Miré donde estaba mi marido sentado, y vi al vendedor que junto con un chico al que unos momentos antes había dicho algo en árabe, servir el té para los dos en una mesita baja que habían colocado ante él. Le hice una seña para que viese como me quedaba, siempre me gusta saber su opinión, aparte de que es él quien lo iba a pagar, y me indicó que me lo abrochase. Era un follón, el vestido arrebujado en la cintura no me dejaban hacerlo bien, se trababa, y el vendedor dijo algo en árabe de nuevo al chico, que se dirigió como una flecha hacia mí y colocándose a mi espalda sujetó la falda para que no tapase la vista del pantalón.

Yo daba vueltas para que viese bien el efecto, y el chico me seguía con el vestido sujeto por un lado, siguiendo mis evoluciones, y siempre intentando no ocultar la vista de los dos expertos que sentados ante el té daban o no su aprobación.

  • pruébate el negro a ver.

El vendedor corrió, agarró el pantalón gemelo pero de color negro y me lo ofreció. Bueno sujetar el pantalón nuevo era complicadísimo, el vestido que se caía y al mismo tiempo bajarme el anterior bien pegado a mis caderas, por lo que el morito joven, tuvo una feliz ocurrencia y soltando el vestido, se agarró a la cintura  y empezó a tirar hacia abajo.

El pantalón no cedía, necesitó la ayuda pronta del vendedor que dejando la otra prenda por ahí, agarró la otra parte de la cintura y tiró también hacia abajo por su lado. Al fin el pantalón fue cediendo, paso la barrera de las caderas y siguió hacia abajo con más facilidad, eso sí, seguido por mis bragas que hicieron causa común y descendían la tiempo, sin que yo me diese cuenta intentando sujetar el vestido y atenta a no caerme con los tirones de uno y otro, perdiendo el equilibrio varias veces y sin poder saber que pasaba por ahí abajo.

Mi marido no se levantaba para ayudar, pero desde luego no se perdía nada de lo que ocurría ante sus ojos, bien sentadazo, con su té en la mano y media sonrisa dejando bien claro lo que le divertía ver mis apuros.

Al fin el pantalón cedió, me lo pude sacar por los pies y entonces es cuando descubrí el otro tema: tenía las bragas por las rodillas y el pubis y el redondo culito bien expuesto ante los dos moros, chico y grande que miraban sin perder detalle, mientras uno de ellos me ofrecía en silencio el pantalón negro.

Me subí las bragas a toda prisa, tapando el pelillo principalmente, aunque me pareció que por atrás quedaban todavía remangadas, hechas un barullo, pero ya habían mirado bastante, quería ponérmelo cuanto antes y dejar de estar desnuda ante los tres, y acaso ante los que ocasionalmente pasasen por la calle y tuvieren la idea de ver qué pasaba dentro de ese establecimiento que había tanto jaleo.

Este me quedaba mejor, también bien ajustado por las caderas, pero no tan pegado, no me hacia arrugas y la pierna bajaba lisa hasta el suelo, sin dobleces ni malos efectos. Me gustaba y volví a mirarme por un lado y por otro, mientras el chico, muy en su papel, repetía mis gestos sujetando el vestido bastante por encima de la cintura, casi dejando ver mi precioso sujetador negro, mientras esperaba a que mi marido diese su aprobación.

Un gesto raro en su cara me decía que algo no le gustaba y quedé desolada porque era realmente bonito y me sentaba como un guante, intercambió unas palabras con el vendedor y este pareció extrañarse, hasta que de repente se le iluminó la cara, se levantó de golpe y acercándose a mí, bajó la cremallera delantera y sin ningún reparo, metió la mano por dentro del pantalón, llegó a mi chochito escandalizado por ese atrevimiento, rebuscó por ahí, tocando por todos lados hasta que encontró el elástico de las bragas que seguían recogidas entre los muslos, tiró  hacia arriba y casi me levanta en vilo, mientras la parte de abajo se introducía en mi rajita y seguía subiendo inexorable.

Lancé un grito y su mano paró de inmediato. Mirándome como si fuera una loca que no apreciase lo que estaba haciendo por mí, se me quedó mirando, mientras yo me bajaba el pantalón, esta vez sin ayuda y dejé ver el estropicio que estaba efectuando en mis partes pudendas que estaban totalmente a la vista, y separadas entre sí los labios por una fina tira de tela roja arrugada y casi totalmente introducida en mi interior.

Inmediatamente me bajó las bragas, pero estas no querían abandonar la zona donde se habían incrustado, al tener los muslos cerrados por el pantalón aun en mis caderas, por lo que hubo de meter un par de dedos para ir sacando la tela poquito a poco de su escondite, y cuando lo consiguió, la colocó despacio, sin prisas, meticulosamente, hasta que le pareció que estaban perfectas y después hizo una cosa extraña: agarró la parte de atrás y la introdujo bien por la raja del culo dejándolo libre de bragas y estorbos, subió el pantalón de nuevo, cerró la cremallera y se me quedó mirando a mí y a mi marido, alternativamente, como esperando nuestra aprobación.

Mi marido hizo una seña de perfecto, y el vendedor sonrió de oreja a oreja, rebuscó algo entre los montones de tela y encontró un espejo que fue colocando a mi vista, por todos lados para que viese el efecto del pantalón al fin como dios manda.

Y era cierto, mi culo estaba perfectamente forrado por el cuero brillante, y aparecía como un globo redondo y liso, ni una arruga estropeaba o afeaba el conjunto, la cintura alta, resaltaba mas la redondez al estrecharse en la cintura, por encima de la cual asomaba el ombligo apenas visible. Un poco de barriguita apenas abultada y la tela del sujetador rellena por mi pecho. O sea, que el chico no solo seguía recogiendo mi vestido, sino que lo había subido aun más para que únicamente se viera el pantalón, aunque estaba claro que si lo recogía un poco más arriba dejaría al aire todo el pecho.

Bueno, hay que decir en su descargo que posiblemente se estaba pasando en eso de sujetarlo, incluso sus manos ya estaban sobre mi espalda, supongo que cansado de sujetarlas arriba y apretar la tela, pero también su trabajo facilitaba que se viera perfectamente el efecto de la prenda sobre mi cuerpo y la maravillosa que se me veía así embutida en el cuero.

Vino en su ayuda el amable dependiente, siempre atento este y todos los detalles, para intentar conseguir una buena venta, que se lo quito de las manos para sujetarlo él y aprovechar para esta vez subirlo bien del todo mientras el chico colocaba el espejo alrededor y yo veía bien el conjunto.

De pronto, como hacía casi todas las cosas, lo soltó de golpe y salió disparado hacia otro rincón de la tienda, rebuscó y al fin se le iluminó la cara al encontrar una cazadora a juego que me entregó inmediatamente, diciéndome que era el complemento ideal, el conjunto perfecto.

Pero yo no quería ir toda de cuero, solo pretendía comprar el pantalón, se lo rechacé, me lo entregó de nuevo, se lo volví a rechazar, y al fin me dijo que solo me lo pusiese, me diese cuenta como me quedaba y si no me parecía bien, lo dejara, pero ya sabía para otro día si me encaprichaba de ella, como me vería con las dos prendas puestas.

El problema era que no podía probármelo realmente para ver que tal con el pantalón, porque si me lo colocaba encima del vestido, este bajaría y taparía el pantalón, y si me lo recogía, se vería el bulto y tampoco sería igual.

Ni se lo pensó, con la misma resolución de siempre y una rapidez que me dejó muda y que seguro envidiaría mi marido, soltó los botones delanteros aflojó un poco la cremallera lateral y tirando de él hacia arriba me despojó, en menos tiempo del que he tardado en relatarlo, de lo que le molestaba para la prueba, se coloco a mi espalda con la chaqueta abierta y me la colocó, acomodando y tirando para que encajara bien.

Me estaba demasiado justa de pecho, apretaba demasiado y casi no podía abrochar bien los botones. De manga muy bien, de cintura igual, pero era para una mujer con menos talla.

Miraba y remiraba, mientras yo sonreía al verle derrotado al fin y sin salida para este nuevo obstáculo, además me servía para rechazar la prenda no porque no me gustase, que no me gustaba realmente, sino porque no me valía y yo no pensaba adelgazar de repente para darle gusto.

Me la quitó con desgana, mirando con odio mi pecho encerrado en el precioso sujetador, duro y firme, todo un reto para su imaginación, imposible de reducir antes de que abandonase la tienda. Pasaron unos segundos interminables, en los que los tres miraban mi pecho, mi marido tal vez el que menos, ya lo conocía, y los otros dos cada uno de una manera: el vendedor absorto en intentar una solución a un problema de volúmenes y tallas para el que no se preveía una fácil solución, y el chico, con los ojos como platos, casi pegado a mí, viendo el detalle de la piel blanquita y lisa que se escapaba entre el encaje del sujetador, admirando la redondez del pecho, la simetría entre ambos, y el pezón que se me estaba empezando a endurecer y sobresalir, apuntando firme hacia delante al darme cuenta de que estaba a medio vestir mientras los tres miraban y remiraban, cada uno con su tema.

Yo casi disfrutaba viendo el apuro en que se encontraba y la imposible solución al problema de encajarme una talla demasiado justa, el chico disfrutando de la vista de una mujer muy buena a un palmo de él y apenas cubierta por arriba, y por abajo con ese pantalón brillante que resaltaba mi figura de una forma increíble.

Luego estaba mi marido, al que toda esta situación le debía estar divirtiendo sobremanera por la sonrisa que exhibía y que parecía que por fin estaba empezando a pensar que eso de ir de compras era bastante más entretenido que otras veces, y al que esa manía suya de exhibirme siempre que podía esta vez se le había presentado sin que él hubiera hecho nada para provocarlo.

Y por último, el bueno del dependiente, al que apenas le importaba si yo estaba vestida o desnuda, para él era solo un maniquí rebelde que se negaba a que le valiera una prenda que él quería vender y que no aceptaba que algo de su extenso bazar no pudiera ser vestida por una mujer, y encima infiel, por muy que estuviera.

Mi sonrisa desapareció justo cuando vi iluminarse la suya, y empezó a manipular con esa urgencia y eficacia que ya habíamos visto que desplegaba cuando algo se le había ocurrido. Ni me dio tiempo esta vez a adivinar que se proponía, sus dedos desabrocharon el sujetador en dos segundos, me lo sacó por delante y lo deposito por ahí, como un estorbo, los ojos del chico se abrieron como platos, la sonrisa de mi marido aumentó y se alargó por toda su cara y sentí las mangas de la chaqueta de nuevo acercase a mis manos, introducir los brazos y ajustarse otra vez a mi torso.

Solo cuando empezó a abrocharla se dio cuenta de que estaba ocultando toda esa belleza y él apenas había podido verlo con detenimiento, tan preocupado estaba en su oficio, y lo hizo con mucha parsimonia, metiendo los dedos por dentro de la solapa, y separándose al fin para darse cuenta de su trabajo y felicitarse por su maravillosa ocurrencia.

Me estaba bien, la verdad, aplastaba un poco el pecho y se veía bonita, pero me parecía un exceso de piel, demasiado cuero, yo quería un pantalón oscuro, que combinase bien con una camisa blanca, o clara, que pudiese ponerse encima un chaquetón, pero no ir toda de cuero, aunque me di unas vueltas mientras el chico de nuevo paseaba el espejo a mi alrededor y volvía a ponerse serio ahora que su diversión había concluido.

El pantalón me lo llevo, comenté al fin, y la chaqueta, me lo pensaré, y le pedí el precio para ver si me convenía. Estaba bien, algo menos que en Madrid, y la hechura y la calidad era perfecta. Me sorprendió mi marido, diciendo que era carísimo, y ofreciendo la mitad. El vendedor se escandalizó, era un robo, él no hacia rebajas, y yo me quedé de piedra, mi marido no estaba dispuesto a ceder y todo ese trabajo, tantas pruebas, tanto quitarme y ponerme prendas para nada.

Me despojé de la cazadora, y la coloqué cuidadosamente a un lado, y luego me desabroché el pantalón con pena, me gustaba realmente, y yo no pensaba que fuera tan caro, imagino que no había calculado muy bien el cambio de moneda. Mientras tiraba hacia debajo de la cintura, el chico, ajeno a la discusión en un idioma que no conocía, me ayudo, tirando de atrás de la cintura hacia abajo mientras yo lo hacía por los lados, su cara rozó varias veces mi culo, por el esfuerzo que hacía para poder deslizarlo, pero al fin pasó la redonda barrera y fue más fácil seguir.

Mis bragas de nuevo fueron arrastradas por el pantalón, quedaron presa en las rodillas que junté rápidamente para frenarlas y me dispuse a ponerlas bien en su sitio y tapar esta vez mi cuerpo desnudo totalmente, acordándome que el sujetador estaba por allí en algún sitio de la tienda, al igual que mi vestido.

El chico se había retirado un poco, imagino que pensó que ya no necesitaba su ayuda y agarrando las bragas me las volví a subir, y en ese mismo instante me percaté del silencio total y absoluto que reinaba en el local. Con las bragas apenas sin acabar de vestir, me giré un poco el cuerpo para ver qué pasaba y entonces al fin me di cuenta de que estaban los tres absortos mirando cómo me vestía, las bragas aun dentro de la rajita, el pantalón a media pierna y el torso desnudo, y allá en la entrada otros tres o cuatro tipos con chilaba no se atrevían a entrar pero no perdían detalle de todo el espectáculo del interior.

Oí a mi marido repetir la cifra ofrecida muy bajito, silencio mientras me acababa de bajar el pantalón con toda tranquilidad, después de todo llevaba media hora desnuda delante de ellos, incluso posiblemente de los tipos de la entrada, así que las prisas ahora estaban de mas. Dejé el pantalón tan bonito a un lado, mirándolo con pena, despidiéndome de él, me coloqué el sujetador también, y busqué mi vestido, lo introduje por la cabeza y al fin tapó todo y pude darme la vuelta sin vergüenza.

Los hombres de la entrada se retiraban lentamente, el chico recogía los artículos del suelo y la mesita de té, y el vendedor cuando vio cerrarse el último botón y que yo me acercaba al fin a ellos, musitó un no muy convencido…

  • de acuerdo, suyo es.